Filosofía en español 
Filosofía en español


La muerte de un trabajador infatigable

Ayer falleció repentinamente el ilustre periodista D. Dionisio Pérez

Dionisio Pérez

Acaba de realizar el tránsito definitivo el que fue ilustre periodista D. Dionisio Pérez. Su cuerpo, en el que hace unos momentos alentaba el calor de la vida, aparece rígido y frío en la estancia, sobre el lecho familiar. Le rodean sus deudos afligidos, sus amigos íntimos y algún admirador a cuyos oídos ha llegado la triste noticia.

Como el forjador sobre el yunque y el labrador con la mano en la esteva, así ha muerto Dionisio Pérez: su clara inteligencia y sus manos en el trabajo de todos los días.

—Alguna vez –nos informa uno de sus hijos– nos habló de la muerte. “Moriré, nos decía, sin ruidos ni molestias para nadie. Un día moriré trabajando.”

La predicción se ha cumplido. Ayer se levantó a la hora acostumbrada: las dos y media de la madrugada. Aquí en este despacho, modesto y casi pobre, se puso a trabajar. En el fondo, la estantería repleta de libros, en cuyo entrepaño más alto un busto de Galdós modelado por Victorio Macho sonríe con su sonrisa de hombre bueno y comprensivo. Montones de periódicos sobre estantes y mesas, dos máquinas de escribir. Los libros todos que rodean a D. Dionisio son de consulta.

Desde primeras horas de la madrugada hasta las dos de la tarde el veterano periodista trabaja. Escribe con una letra clara y en tinta roja cuartillas y cuartillas. Su secretario nos dice:

—Venía a escribir todos los días de cincuenta a sesenta cuartillas. Artículos para los periódicos de provincias; sus famosas “Informaciones comentadas”, donde un espíritu eternamente joven se desbordaba en generosidades y exaltaciones de hombre que busca el bien de su patria.

Acababa de publicar la biografía de Isaac Peral. Una gran ilusión le embargaba: preparaba los materiales para ponerse a escribir la biografía de D. Benito Pérez Galdós. Sobre una mesa, un montón de ejemplares de su último libro, con las páginas húmedas aun de tinta de imprenta.

—De este libro se mostraba muy satisfecho D. Dionisio. Pero lo que le entusiasmaba era la idea del otro libro sobre Galdós. Fueron grandes y entrañables amigos. Don Dionisio adoraba la genial obra galdosiana.

A las dos, la comida, en compañía de sus familiares.

—No tenía más pasión que el trabajo; para distraerse solía jugar una partida de ajedrez con su señora –nos dicen los íntimos.

El tránsito

En la tarde de ayer, D. Dionisio Pérez cambió un poco el programa de su vida diaria. Las tardes las dedicaba a la peregrinación por las librerías, a visitar a algún amigo, a pasear. Pero en la tarde de ayer hubo de asistir a un bautizo. No era un hombre religioso, más si comprensivo y tolerante. Con su espíritu se apaga una antorcha más de aquel liberalismo generoso de los hombres preclaros del siglo XIX. Asistió al acto mencionado y se sintió repentinamente enfermo. Se dirigió a su casa. Y allí murió víctima de la acción fulminante de una angina de pecho. Momentos después la noticia de su óbito llegaba a los centros periodísticos. Luto y dolor.

Datos biográficos

Nació D. Dionisio Pérez en el pueblo de Grazalema (Cádiz) en el año 1871. Casi adolescente, hizo sus primeras armas como periodista en el Diario de Cádiz, en cuyas columnas su pluma bien templada, llevó a cabo campañas sensacionales contra el caciquismo imperante en aquella provincia. Patrocinó la candidatura de Isaac Peral y se distinguió como orador político ardoroso y violento, hasta el punto de ser procesado.

En 1891 se trasladó a Madrid. fue redactor de los más importantes periódicos de aquella época. Su labor periodística es inmensa. Hizo célebres, además de su nombre, sus seudónimos “Mínimo Español”, “Amadeo de Castro” y “Martín Ávila” en El País, Heraldo de Madrid, El Globo, y últimamente en las revistas de Prensa Gráfica y en las columnas de El Sol y La Voz.

Al mismo tiempo su facundia prodigiosa se desbordaba hacia Ultramar. Mandaba colaboraciones especiales a El País, de la Habana, y a El Diario Español de Buenos Aires.

Siempre sus campañas aparecieron animadas por un fervoroso espíritu liberal al viejo uso. Su ofensiva contra la usura y su apología de Bolívar le situaron en el plano más destacado de la consideración pública.

Al mismo tiempo realizaba una brillante obra puramente literaria, entre la que figuran libros de valor tan estimable como las novelas Jesús, La Juncalera y el tomo de crónicas de viaje Por esas tierras.

En la última época publicó la novela El cendal de la vida, Guía del buen comer, Daniel Vierge, el príncipe y el renovador de la ilustración moderna, La Dictadura a través de las notas oficiosas y El enigma de Joaquín Costa.

Un estilo sobrio de medio tono, pero limpio y claro, era la característica esencial de Dionisio Pérez como escritor y periodista.

Durante el año 1928 realizó una excursión por tierras cubanas, donde en conferencias y artículos desarrolló una meritorio labor de exaltación de los valores de España.

En 1930 fue propuesto para ocupar el sillón vacante en la Academia de la Lengua por la muerte de otro insigne periodista, “Andrenio”.

Cuando numerosos periódicos de provincias, en cuyas columnas diariamente colaboraba Dionisio Pérez, preparaban un homenaje en su honor, le ha sorprendido la muerte.