Filosofía en español 
Filosofía en español


Armando Mattelart

El medio de comunicación de masas en la lucha de clases *

Descifrar la ideología de los medios de comunicación de masas en poder de la burguesía constituyó la primera etapa de un quehacer que proyectaba incorporar dichos instrumentos a la dinámica de la acción revolucionaria{1}. Hoy aquella fase debe ser superada o por lo menos aprehendida sólo como un peldaño en la tarea de creación de un medio de comunicación identificado con el contexto revolucionario. «Los filósofos hasta el momento explicaron la realidad, se trata ahora de trasformarla.» La trasposición en el caso que nos interesa de la frase tan manoseada de Marx ilumina de inmediato el sentido de nuestro propósito.

Para no caer en un acercamiento de tipo profético y a fin de sacar provecho de las lecciones históricas, citaremos dos textos de Lenin que a la vez nos permiten situar el papel de los órganos de información en un proceso de cambios estructurales. En Pravda del 20 de septiembre de 1918, Lenin escribía:

En nuestros periódicos se dedica demasiado espacio a la agitación política sobre viejos temas, al estrépito político. Se reserva un espacio mínimo a la edificación de la nueva vida: a la reproducción de multitud de hechos que dan testimonio de ella... La prensa burguesa de los «buenos tiempos viejos de la burguesía» no tocaba el «sancta sanctorum»: la situación interior de las fábricas y empresas privadas. Esta costumbre respondía a los intereses de la burguesía. Nosotros tenemos que desembarazarnos radicalmente de ella. Aún no lo hemos hecho. El tipo de nuestros periódicos no cambia todavía tanto como debería en una sociedad que está pasando del capitalismo al socialismo... No sabemos valernos de los periódicos para sostener la lucha de clases, como lo hacía la burguesía... No hacemos una guerra seria, despiadada, verdaderamente revolucionaria contra los portadores concretos del mal. Hacemos poca educación de masas con ejemplos y modelos vivos y concretos, tomados de todos los dominios de la vida, y sin embargo ésta es la tarea principal de la prensa durante la transición del capitalismo al comunismo. Prestamos poca atención a la vida cotidiana de las fábricas, del [6] campo, de los regimientos, donde lo nuevo crece en número, donde hace falta concentrar la mayor atención, desarrollar la publicidad, criticar a la luz del día, estigmatizar los defectos y llamar a asimilarse los buenos ejemplos. Menos estrépito político. Menos razonamientos intelectualoides. Mantenerse más cerca de la vida. Prestar más atención a cómo la masa obrera y campesina construye de hecho lo nuevo en su diario esfuerzo. Comprobar más hasta qué punto, esto nuevo es de carácter comunista.{2}

En julio de 1919 –cuando el poder del estado proletario ya cumplía dieciocho meses–, insistía:

He reproducido con el mayor detalle y plenitud las informaciones relativas a los «sábados comunistas» porque nos encontramos, sin duda alguna, ante una de las manifestaciones más importantes de la edificación comunista, a la que nuestros periódicos no dedican la atención necesaria y que ninguno de nosotros ha apreciado suficientemente todavía.
Menos estrépito político y mayor atención a los hechos más simples, pero vivos, de la edificación comunista, tomados de la vida y contrastados en la vida: tal es la consigna que debemos repetirnos sin descanso todos, nuestros escritores, agitadores, propagandistas, organizadores, &c.
Fijaos en la burguesía. ¡Qué admirablemente sabe dar publicidad a lo que le conviene a ella! ¡Cómo exalta las empresas «modelo» (a juicio de los capitalistas) en los millones de ejemplares de sus periódicos! ¡Cómo sabe hacer de las instituciones burguesas «modelo» un motivo de orgullo nacional! Nuestra prensa no se cuida, o casi no se cuida, de describir los mejores comedores públicos o las mejores casas-cuna; de conseguir, insistiendo día tras día, la trasformación de algunos de ellos en establecimientos modelo...
Una producción ejemplar, sábados comunistas ejemplares, un cuidado y una honradez ejemplares en la obtención y distribución de cada pud de grano, comedores públicos ejemplares, la limpieza ejemplar de una vivienda obrera, de un barrio determinado, todo esto tiene que ser, diez veces más que ahora, objeto de atención y cuidado tanto por parte de nuestra prensa como por parte de cada organización obrera y campesina. Todo esto son brotes de comunismo, y el cuidarlos es una obligación primordial de todos nosotros{3}. [7]

Por cierto que en el momento chileno actual, las fuerzas de izquierda están lejos de ejercer, el control de los medios informativos. El enemigo de clase conservó incólume su aparato de dominación ideológica. La cuestión es saber si la presencia del enemigo en la plaza motivó a las fuerzas a buscar una estrategia común en la lucha de clases vertido en el ámbito ideológico. ¿Lograrán las fuerzas del cambio oponer al poder de manipulación y adoctrinamiento de la burguesía criolla e internacional una respuesta que supere los límites que el enemigo de clase sigue fijando? ¿Se valdrán de un instrumental tradicional que oscile en los márgenes del enemigo impuesto por la clase dominante? Es preciso señalar que esta cuestión no se resuelve exigiendo la nacionalización de los medios de comunicación controlados y manejados por la burguesía. Tal como lo precisáramos en un artículo anterior{4}, esa reivindicación constituye desde luego un eje fundamental del proceso de trasformación del medio de comunicación, pero no hay que atribuirle un carácter de panacea absoluta. La revolución empieza in domo: es en la medida en que las fuerzas revolucionarias replantean su estrategia en sus propios medios de expresión y divulgación (tanto los que controla el gobierno popular como los que pertenecen a las diferentes fuerzas políticas de la coalición gubernamental) que estarán capacitadas para ejercer una presión –que supere el nivel del discurso– para exigir dicha expropiación. La misma observación se puede realizar en el dominio, del contenido propiamente dicho de los medios de comunicación social. No es suprimiendo todos los programas de origen extranjero, especialmente los estadounidenses, y sólo merced a esta medida, que resolveremos la cuestión cabal de la dependencia cultural. Un programa «chilenizado» puede reproducir la misma trama ideológica y por tanto padecer, de modo más camuflado, eso sí, del mismo vicio que el material foráneo.

Algunos observadores no han demorado en notar que la mayoría de los elementos en presencia prefiguran la pérdida de la lucha ideológica cuyo terreno constituyen los medios de comunicación de masas. ¡Si es que fuera factible ponerse de acuerdo sobre la realidad del enfrentamiento! En efecto, es lícito preguntarse si en este terreno la burguesía tendrá un adversario que desista de su [8] virtualidad y no sea solamente el reflejo de la institucionalidad vigente. Las reflexiones que siguen se resisten a contribuir a un inventario de carencias y a un nuevo libro de lamentaciones. Convergen hacia una propuesta de acción. La convicción que las anima nos hace precisar algunas modalidades de la lucha de clases que una concepción inmediatista de la tarea por cumplir podría relegar a un plano secundario y señalar la gravedad de aquella eventual omisión.

Dos temas –en realidad se articulan en la misma problemática– vertebran nuestro planteamiento:

—La burguesía posee la dinámica de la información. El concepto vigente de libertad de prensa y de expresión legitima dicha dinámica. Asimismo contribuye a legitimarlo, la concepción mítica que preside la organización y la actividad de la comunicación masiva.

—Las clases trabajadoras han sido tradicionalmente relegadas al papel pasivo de consumidor de esta información. Se trata de revertir esta situación, evitando el peligro del populismo.

 
I. El concepto burgués de libertad de prensa y de expresión nos encierra en su argumentación

En los últimos tiempos cobró particular énfasis la campaña desarrollada en defensa de la libertad de prensa y de expresión por la burguesía criolla y sus comparsas internacionales de la Sociedad Interamericana de Prensa. La compra y estatización de la empresa editorial en quiebra Zig Zag, y la investigación judicial en la administración del diario El Mercurio, acusada de irregularidades fiscales, han servido de pretexto para denunciar supuestas medidas coercitivas en contra de la «prensa libre». Las respuestas que intentaron contrarrestar la acción de la parte litigante nos merecen algunas reflexiones.

Bien se puede argüir acerca de si es o no posible hacer la revolución utilizando el andamiaje de las leyes de la democracia instituida por la burguesía. Pierde validez tal alternativa cuando se trata de estatuir sobre la factibilidad de valerse de su ideología de dominación para detener la ofensiva ideológica de dicha clase o [9] precaverse de ella. En otros términos –para aludir a una expresión en boga durante la revolución cultural china– no es posible oponerse a la bandera de la burguesía agitando la bandera de la burguesía. A pesar de aparentarlo, esta observación dista mucho de ser obvia. Precisamente cuando la burguesía lleva a su adversario de clase en el campo de la libertad de prensa y de expresión, se comprueba de modo particularmente abierto lo inerme que es el opositor. En este dominio, la burguesía parece haber monopolizado los claves del código que permite establecer la existencia o la inexistencia de tal libertad. Es su noción clasista la que en última instancia homologa, zanja los dudas y dictamina. Esta noción particularista padece de una tal proclividad a esfumar sus raíces de clase, que en ella pudo fundamentarse toda la mitología antisocialista de los que se empeñaron en criticar los regímenes socialistas. ¿Acaso no la invocó Marcuse al criticar el marxismo soviético? ¿Acaso no es una de las argumentaciones de Dumont al impugnar la denominada «sociedad militar cubana»? A la misma recurren los trásfugas de las democracias populares albergados en los regímenes liberales. (Una de las fallas maestras de las denuncias –suelen presentarse como genuinos exámenes de conciencia– que los críticos «socialistas» hacen de los regímenes socialistas estriba precisamente en recurrir sin reservas, hasta parece sin conciencia, a los propios mitos de la ideología burguesa interpretados en tanto normas de perfección democrática. Demás está decir que llevan agua al molino de la mitología macartista y el anfitrión los atiende muy bien. En el discurso de todo crítico reformista del socialismo duermen las ecuaciones y analogías simplistas del anticomunismo: socialismo-totalitarismo-stalinismo. El segundo término de la antinomia es siempre la glorificación de la democracia burguesa y su noción de libertad. Democracia representativa-libertad del individuo. La «libertad de prensa y de expresión» constituye el más apropiado ámbito a dicha forma de colonización burguesa que contagia a los que suelen autodenominarse los defensores del humanismo, de cuya administración exclusiva quieren adueñarse.)

En el banquillo improvisado de la SIP, el acusado cree que debe hacer frente a la acusación y se instala en la polémica. A la ofensiva contesta por la defensiva y al igual que un niño pillado in fraganti se empeña en desmentir, en hacer alarde de su inocencia y en probar que su política no derogó un código «universalmente» [10] aceptado. Hasta propone que una misión de «buenos oficios» restablezca la verdad y borre la difamación. Ahora bien, ¿dónde hace agua esta actitud defensiva que equivoca el objetivo?

El acusado se encierra en el círculo argumental de su adversario de clase, trabajando con las representaciones colectivas generadas por el enemigo político y propias de él. (Puede uno preguntarse si en última instancia esta actitud no significa que el antagonista, identificado al nivel discursivo como el enemigo de clase, deja de serlo en tanto tal al nivel latente, cuando dicho enemigo de clase se reviste de su poder oculto de dominación y hacer creer que puede jugarse todavía el juego de la conciliación defensora son tomados en préstamo a la reserva de argumentos que fundamentan su condición de dominada. Así parece comprobarse de modo implícito que la noción de libertad que maneja la burguesía es un modelo absoluto. En esta forma, el adversario desplaza a su antojo el interés desde el centro neurálgico, es decir el lugar donde trasluce la dominación social y la defensa explícita de su poder económico, hacia un centro susceptible de enmascarar y diluir esta dominación. En otros términos, la defensa de la libertad de prensa no constituye para la burguesía sino una coartada que le permite interceptar la atención de los dominados hacia un foco donde no se dan conflictos manifiestos capaces de poner al desnudo la presencia de sus intereses de clase. Es porque la acusación dirigida al gobierno popular es una coartada –o una medida de diversión– que en el tribunal de la burguesía, el juez y el abogado están en perpetua colusión y que al acusado reducido a la impotencia le queda el derecho al pataleo de cólera.

Para escaparse de esta racionalidad de la dominación –en la cual el acusado se acorrala– se trata de provocar el estallido de esa racionalidad y establecer un nuevo concepto de libertad de prensa y de expresión, hacer incurrir a la burguesía en contradicción con su propio concepto, y sobre todo materializar la vigencia de este nuevo concepto de libertad de prensa y de expresión en la realidad. Es lo que nos proponemos más adelante. Por el momento, acordémonos de examinar la argumentación clásica y detengámonos en algunos puntos donde la contradicción con su concepto burgués puede ser sorprendida.

a. La libertad de prensa es la libertad de la propiedad. Es funcional a los intereses de los propietarios de los medios de producción. El [12] medio de comunicación de masas liberal no puede emitir sino mensajes que apunten a la protección de sus intereses.

b. La libertad de prensa pertenece al registro del principismo burgués. La burguesía misma es incapaz de ponerlo en práctica en toda su extensión y acepta tanto la censura oficial como la autocensura, cuando sus intereses están amenazados (leyes de censura de Uruguay, de Brasil... Frente a la amenaza comunista, burguesías iluministas y dictaduras militares recobran el unísono).

c. La burguesía criolla utiliza el ámbito internacional como factor de convulsión interna y de solidaridad imperialista. En términos fuertes: los defensores de la libertad de prensa no tienen patria. Su patria es la de su capital. ¿Cuál es el mecanismo de la campaña montada por la SIP? El mensaje emitido por el diario burgués chileno regresa a su punto de emisión, reforzado por la autoridad que le confiere el hecho de haber sido reproducido en el extranjero. Se llega a tales extremos que el editorialista de Santiago, corresponsal chileno de un diario argentino, comenta en su diario santiaguino el editorial que escribió dos días antes para el órgano de información trasandino: se demuestra lo que hay que demostrar por lo que hay que demostrar. Estamos en presencia de una SIP tautológica. Su campaña se resume en ser una gigantesca mordida de cola.

Cuando el editorialista de O Globo, por ejemplo, parece dotado de cierta autonomía e independencia, tales características no son sino ilusorias y en realidad el periodista no hace más que aplicar las consignas tácitas que los propietarios de la SIP han acordado entre ellos y que a grandes rasgos esbozaremos más adelante.

 
II. La concepción rectora acerca del medio de comunicación de masas participa de la ideología dominante

El concepto de libertad de prensa que permite que el poder de la información pertenezca a una minoría propietaria, va a la par con una concepción de la organización del medio de comunicación de masas. La que encuentra su expresión en la verticalidad del mensaje. Según el esquema burgués el medio de comunicación masiva obedece a una dirección unilineal, desde arriba hacia abajo, es decir desde un emisor que trasmite la superestructura del modo de [13] producción capitalista hacia un receptor que constituye una base cuya mayoría no ve reflejadas sus preocupaciones y formas de vida sino más bien aspiraciones, valores y normas que la dominación burguesa estima las más convenientes para su propia sobrevivencia. Se patentiza la imposición de un mensaje envasado por un grupo de especialistas a una base receptora, cuya única participación en la orientación de los programas que va a consumir la constituye el hecho de que se preste periódicamente a las encuestas de sintonía que suelen resumirse en encuestas de mercado sobre la viabilidad comercial de un producto-programa ya prefijado. Dichas encuestas mercantiles de hecho son plebiscitos a sí mismo. Integran por tanto la red de los numerosos sofismas que asientan las bases ideológicas de la dominación burguesa. (En el curso de una reunión de prensa, el director de un diario liberal decía a la asistencia: «Todos ustedes están en contra de la libertad de prensa arguyendo que es una libertad de propiedad, pero los hechos no les dan la razón. En efecto, vender cada día 300.000 ejemplares constituye un verdadero plebiscito. Ahora bien, este plebiscito es la expresión máxima de la libertad de decisión personal.» Lo que silencia nuestro burgués es que se trata de un plebiscito a la institucionalidad burguesa que no sólo impone sino que prefigura actitudes y gustos, y una vez fijados estos últimos puede darse el lujo de simular la democracia.)

A veces el pueblo abastece de materia prima la información como actor de sucesos. Al ser interpretados por el profesional de la noticia, coartado él mismo por el propietario del medio y en general por la institucionalidad burguesa, el suceso en que participa, el pueblo suele transitar a través del crisol de los intereses de una clase: se asiste entonces a un proceso de apropiación de un suceso o noticia cuyo actor es el pueblo en provecho de la legitimación del sistema de dominación. Razón por la cual podemos decir que en la sociedad burguesa la burguesía tiene la dinámica de la información. Cualquiera fuera el actor del hecho, les abona a su cuenta.

De hecho, concebido en esta perspectiva, el mensaje refleja la práctica social de la burguesía y jamás la práctica social del pueblo. Anotemos que esta cadena de imposición es múltiple, ya que aquí intervienen todas las consecuencias de la dependencia cultural.

Obviamente, este esquema burgués releva de una cultura jerárquica acorde con la división en clases que perpetúa.

Por último digamos que no sólo la burguesía nos ha impuesto un modo de organizar la trasmisión de mensajes sino que a la vez nos [14] ha impuesto un concepto de comunicación. Hasta ahora hemos sido incapaces de enfocar la comunicación masiva al margen de la alta tecnología. Lo que desde luego va aparejado a un concepto autoritarista de la comunicación, dado que los que detentan el poder tecnológico son los habilitados para trasmitir los mensajes.

En un proceso revolucionario se trata de demistificar este concepto de colonización de una clase por Otra, invirtiendo los términos autoritaristas, que suelen disfrazarse de un cariz paternalista, y restableciendo la relación base-superestructura. Es decir, se trata de hacer del medio de comunicación de masas un instrumento hacia el cual culmina la práctica social de los grupos dominados. El mensaje ya no se impone desde arriba, sino que el pueblo mismo es el generador y el actor de los mensajes que le son destinados. El medio de comunicación masiva pierde de este modo su carácter epifenoménico o trascendentalista, al desalojar a la burguesía nacional y el polo imperialista de su estatuto de gestador y árbitro de la cultura. Por consecuencia, su noción de libertad de expresión y de prensa se despoja de su abstraccionismo y cobra cuerpo. Este mismo proceso de concretización rescata el privilegio de la expresión de las manos de una minoría monopolizadora. La noción de libertad de expresión deja de ser una utopía clasista.

 
III. Un medio de comunicación de masas revolucionario le devuelve el habla al pueblo

El objetivo fundamental, que cristaliza la inspiración de la política del nuevo medio de comunicación de masas, es hacer del pueblo un protagonista del medio de comunicación de masas. Según la expresión de la revolución cultural china, se trata de devolver el habla al pueblo.

1. Esto significa primero quitarle a la clase dominante la dinámica de la información y, en un sentido más global, de la cultura, como lo veremos más adelante. Hasta el presente, la clase dominante estatuye sobre la jerarquía de las prioridades; su criterio prevalece para establecer la importancia de las noticias y de los temas que deben circular como elementos de integración noticiosa entre los distintos estratos sociales, y para definir lo que en última instancia debe [15] preocupar a lo que se da en llamar la «opinión pública» nacional (para qué decir la internacional). La prepotencia de este criterio particularista se verifica no solamente en los órganos de información que relevan directamente de su poder, sino que irradia como norma vertebradora en la mayoría de los mensajes emitidos por los medios que pretenden difundir una contraideología. Estos últimos en efecto son de alguna forma víctimas de un vicio de génesis, ya que nacieron en un contexto de referencias estructurada según las líneas determinantes de la ideología burguesa de dominación. Este criterio de selección que privilegia la clase dominante es directamente funcional a su situación, sus aspiraciones, su concepción del mundo, y servidor de sus preocupaciones e intereses mayores. La derecha es quien produce y usufructúa las noticias. En algún tipo de órganos de información, periodísticos o radiales de preferencia, vinculados con la problemática de la Unidad Popular, las noticias enfatizadas por los títulos a toda tinta no fueron precisamente inspirados por un objetivo de movilización de la audiencia. En primer lugar, el mero anunciar y examinar las medidas de gobierno no basta para diferenciar un periodismo de derecha de un periodismo de izquierda y genera la ambigüedad siguiente, al hacer creer que el único actor de la revolución es la entidad gubernamental. (Además este hecho es significativo de una concepción bien particular y muy burguesa de lo político, sobre la cual hemos de volver.) En segundo lugar, los ataques a la derecha, al ser formulados en términos sicologistas, si bien son útiles en un momento determinado de la lucha de clases, no traspasan los hábitos argumentales tradicionales de la democracia formal, recuperados en el momento mismo en que se profieren. En ambos casos, el enemigo de clase permanece el animador del juego discursivo, incluso sin estar presente. En tercer lugar, se comprueba una tendencia a hacer avanzar la retórica de la revolución más allá de los hechos, y a caer en la verborrea que condenaba Lenin. A propósito de la homologación demasiado apresurada de la palabra «comuna» y «comunista», escribía:

La palabra «comuna» está siendo utilizada entre nosotros demasiado fácilmente. Toda empresa montada por los comunistas o con su concurso es corriente e inmediatamente proclamado «comuna»; se olvida muchas veces que este título de honor hay que conquistarlo por un trabajo largo y encarnizado, por éxitos prácticos verificados en la construcción verdaderamente comunista... Sería muy útil eliminar la palabra «comuna» del uso corriente, de prohibir [16] al primer llegado apoderarse de esta palabra, en otros términos de no reconocer este título sino a las verdaderas comunas que han demostrado verdaderamente en la práctica (unánimemente confirmada por la población local) su capacidad, su aptitud para hacer marchar las cosas de manera comunista{5}.

Asimismo en nuestro medio y en nuestra prensa, la palabra «socialista» tiende a convertirse en un comodín.

Por último, sin caer en la crítica pequeñoburguesa moralista a la crónica roja, convengamos que la amplitud que cobra tal crónica tiende a hacer del pueblo una fuente inagotable de crímenes y violaciones, sobre todo cuando el agrandamiento de este tipo de sucesos significa la subestimación de hechos más edificadores y más significativos de una vida nueva, también protagonizados por el pueblo.

¿Cómo devolverle el habla al pueblo? ¿Cómo invertir la dinámica que acabamos de esbozar? Cabe retroceder hacia los textos de Lenin que citamos al comenzar este artículo. Es preciso vincular la noticia con las iniciativas populares que van generándose en el proceso, jornadas de trabajo voluntario efectuadas por obreros, gestión popular de una industria o de una nueva unidad agrícola, acercamientos concretos entre los distintos actores sociales del proceso de cambio...: he ahí algunas expresiones que testimonian de la práctica social del pueblo. Nos conformamos con abrir esta nueva posibilidad de planteamiento de la noticia y de su comentario, a sabiendas que lo medular detrás de este nuevo planteamiento es el sitio que ocupa el pueblo en el centro de la noticia y de su comentario. Eso es susceptible de tener una ramificación formidable, en la medida que exige rescribir la historia del pasado y del presente a la luz de este concepto, cambiando el signo de la gesta burguesa. Hace falta la historia de los grupos dominados que remata en una victoria electoral y la iniciación de un proceso revolucionario.

2. Antes de seguir más adelante, nos parece importante abrir un paréntesis para precisar la envergadura de una política de devolución del habla al pueblo. En la sociedad burguesa, el medio de comunicación tiene una función esencialmente desorganizadora y desmovilizadora de los grupos dominados. Se encarga de operacionalizar cotidianamente la norma del individualismo. Los modelos de aspiraciones y de comportamientos que vehiculizan aíslan los individuos [17] unos de otros, los atomizan. Es la ley de competencia o la ley de la selva. Es así como, por ejemplo, después de haberlos regimentado en el trabajo o en la escuela, el sistema burgués a través de los cómics y sucedáneos sigue rigiendo el descanso y el ocio. En cambio, en un proceso revolucionario, el medio de comunicación de masas debe convertirse en un organizador, un agente de movilización y a la vez un agente de identificación de los grupos dominados. Ahora bien, esta movilización es un proceso acumulativo y no puede responder a consignas que reanudan con el esquema autoritarista: el pueblo moviliza al pueblo. Los medios de comunicación –a condición de permitir esta identificación de los intereses de los grupos dominados que es previa a toda solidaridad, ni campesinismo, ni obrerismo– serían posibles eslabones de este fenómeno de movilización.

3. La definición del pueblo en tanto protagonista implica sobre todo que las clases trabajadoras elaboren sus noticias y las discutan. Eso significa que pueda ser el emisor directo de sus propias noticias, de su comunicación. Para cumplir con esta necesidad y esta exigencia, hace evidentemente falta que tenga a su disposición y bajo su responsabilidad la emisión y confección de un órgano de comunicación, al nivel y en la órbita donde gravita su práctica social: diarios de fábrica, de barrio, de centros de madres... Precisamos antes de seguir que tales iniciativas requieren la creación de una infraestructura específica, relativamente sencilla y exigiendo nada más que los servicios de un monitor cuando se trata de un medio de manejo relativamente fácil, como la hoja mimeografiada impresa en un taller de barrio. Incluso se puede pensar en una formación técnica elemental y rápida y sobre todo en la entrega de un material que la misma comunidad puede ir adquiriendo. Siempre al nivel del manejo de la tecnicidad, las formas de colaboración entre la base y el personal profesionalmente capacitado van adquiriendo complejidad. Así se puede pensar en la realización de películas y láminas sobre la práctica específica de un grupo de trabajadores, en la cual participan en forma concreta estos últimos asesorados por los camorógrafos y otros especialistas que les van entregando su habilidad específica. Este material elaborado con los trabajadores serviría de base para la concientización de otros grupos y criticado por estos últimos sería susceptible volver a su fuente de emisión. Al retornar a su punto de partida, se cumpliría el movimiento de circulación dialéctica, entregando a los trabajadores emisores la posibilidad de aprovechar la crítica emitida por los otros grupos y convertirse así el material en una fuente de conciencia. Incluso es posible idear que dichas [18] películas elaboradas con y por las clases trabajadoras lleguen a integrar los programas masivos de la televisión. Esta circulación debe pretender establecer puentes de solidaridad y verdadera comunicación entre los diversos sectores de dominados, desde el campesinado hasta los mineros. El objetivo preciso que apuntamos aquí es refutar la perspectiva reformista en materia de concientización que consiste en promover iniciativas compartimentadas, campañas y estrategias sectoriales que se desarrollan en enclaves, degenerando en campesinismo, pescadorismo... La lucha de clases requiere la ruptura de este esquema tradicional. Por ejemplo, no se puede seguir pretendiendo crear conciencia, en las zonas de reforma agraria, a partir de lo mera práctica agraria. Si tenemos que enfrentar la ofensiva ideológica de un enemigo de clase, tanto nacional como internacional, debemos vertebrar nuestra respuesta según dos ejes, primero el conocimiento de lo que es esta ofensivo ideológica, y segundo el respaldo de la solidaridad de los grupos subalternos creada frente a esta práctica de la ofensiva ideológica. El entregar al campesino un material polémico y consignas agraristas es significativo de una política de enclave que revela ser en definitivo una política de impasse. La lucha de clases no tiene clientela especifica, la que acostumbran tener los distintos ministerios que se reparten el poder del estado. Por supuesto, detrás de esta problemática subyace una muy fundamental, cual es la de redefinir el papel de las instituciones gubernativas en un proceso de cambio revolucionario. Si se quiere evitar un paralelismo entre dos iniciativas –la de la institución gubernamental y la de los grupos dominados– hace falta decidir quién en última instancia debe ser el gestador de los mensajes, vale decir quién en definitiva tiene el poder, el estado o los grupos dominados o el estado de los grupos dominados. En vez de entregar una publicación concientizadora establecida por los técnicos de una institución agraria, por ejemplo, se trata de que el propio campesinado pueda confeccionar, él mismo, este material, integrando en su proyecto crecitivo toda la problemática concreta de los grupos dominados, es decir realizando un encuentro con la comunidad de intereses de las clases trabajadoras. Este planteamiento para precaverse del utopismo requiere precisar una infraestructura. La identificación de los intereses de los grupos dominados no llega a efectuarse sin un proceso de conocimiento. ¿Cuál es la escuela del trabajador? Básicamente sus organizaciones de clase. Cada sector, cada fábrica, cada fundo, constituirá el único lugar donde puede afincarse el análisis y la discusión de las noticias, y donde puede crearse células de [19] información. Estas células de información no serían sino la extensión de los órganos de participación de las masas, más particularmente su forma de participar y pesar en el poder ideológico. Su tarea de discusión de las noticias, en última instancia de análisis de la ofensiva ideológica de su enemigo de clase, tanto al nivel de su práctica específica como aquél de la práctica de los otros sectores, no se concibe sino como una extensión de su labor de formación de las masas. La información cotidiana entregada por la propia clase dominante –reflejo de su praxis– sirve de materia prima a la concientización de las masas. De hecho, dichas células son también los únicos centros –verdaderos embriones de control popular– de donde pueden surgir una auténtica prensa popular. En efecto, además de su misión de discusión, deberían asumir la elaboración de informaciones tal como lo propusimos en el principio del acápite. Para que tanto las discusiones como dichas elaboraciones puedan llegar masivamente a otros grupos, sería importante retornar, adoptar la idea de Lenin acerca de los corresponsales obreros cuya misión consistiría en servir de cauce a esta materia noticiosa nueva. Por último, es en estas células que recalarían las diversas iniciativas que apuntan a hacer de las masas organizadas el generador de sus mensajes (programas de televisión, cines, &c.). Resulta imprescindible vincular esta propuesta con estas organizaciones de base que pueden diversificarse a lo largo de todo el país y de todos los sectores dominados. Su especificación es muy amplia, abarca desde los sindicatos hasta los centros culturales, los comités de Unidad Popular... La información da la oportunidad de anclar en la realidad la formación ideológica y entrega a las clases trabajadoras los antídotos al poder de la clase dominante. Estos requisitos son la garantía de que en la lucha ideológica entablada en contra de la derecha, el único interlocutor deje de ser un gobierno que desmiente, y de que dicha ofensiva encuentre su verdadero interlocutor, el poder popular. El círculo de las discusiones debe dejar de estar circunscrito a un vaivén de argumentaciones que de hecho elude la emergencia del actor principal de la revolución. Bien puede el gobierno experimentar la necesidad de aportar un desmentido a las acusaciones del poder burgués, pero no es tanto para justificarse frente a este último sino para ser consecuente con la formación de un poder popular y la tarea de concientización de las masas.

4. En la fase de transición al socialismo, numerosos mensajes seguirán siendo elaborados por los trabajadores técnicos de los medios de comunicación de masas, inscritos la mayoría de las veces en un ámbito pequeñoburgués, y eso incluso en lo referente a los medios [20] controlados por las fuerzas revolucionarios. Nuestra propuesta de devolver al pueblo el control sobre los mensajes que recibe, permanece válida. Hay que evitar que el criterio de selección y apreciación escape al poder de la comunidad interesada. Un ejemplo de cómo se realizaban dichas operaciones de selección y apreciación en una empresa antes de ser controlada por el estado nos revela la aberración aparente del antiguo sistema, aunque remita a una concepción sumamente lógica del orden imperialista, al cual devolvemos su verdadero sentido de anarquía: limpiamente envasadas, llegaban cada semana a la dirección de la empresa, las láminas con el guión apropiado destinadas a llenar el interior de los comics distribuidos por la casa editorial que los compraba a un consorcio internacional.

Entre el momento que llegaban por correo y el momento en que salían al público (seis revistas quincenales con un promedio de 40.000 números vendidos, lo que representa un promedio de dos millones cuatrocientos mil lectores) solamente la podía apreciar llenando sus ratos de ocio, la secretaria del director demasiado ocupado, que daba ella misma el pase al dictaminar: «No es fome, vale la pena.» En realidad, no hacía sino insertarse en la lógica burguesa para la cual el comic no cumple sino una función de entretenimiento. ¡Qué hay que admirar más, la perfección de la máquina empresarial que puede permitirse una tal confiabilidad en cada uno de sus eslabones, o la paradójica desproporción numérica entre la secretaria-juez y los 2.400.000 lectores!

Si bien en todos los casos el interesado no puede generar el mensaje que exprese las condiciones reales de su situación, e interprete su problemática de clase, es imprescindible quebrar el carácter envasado del mensaje sea revista, sea película, programa de televisión, &c.; que hace perder a este último la posibilidad de ser enjuiciado, de someterse a una eventual reformulación más adecuada, en última instancia de quedar abierto para servir mejor los objetivos que se propone. Se trata de poner en jaque la dimensión unilineal emisorreceptor, que no establece una relación sino ficticia y mercantil entre los dos polos. El material elaborado debe cumplir con el requisito de la circularidad, expresión genuina de un verdadero circuito de comunicación según una acepción no mitificadora, es decir que largado por su emisor a «las masas» debe retornar a su emisor, desalienado y enriquecido por los resultados de su paso por las masas. La infraestructura que posibilita esta vuelta al emisor y la consecuente probación del «alimento espiritual» por parte de los [21] interesados, es muy similar a la que hemos esbozado anteriormente. Desde luego se moldea sobre las características del público particular; la muestra de la población que permite decidir de lo adecuado y feliz que es una historieta para niños de corta edad no va a ser la misma que la que interviene en el enjuiciamiento de un programa de televisión que requiere ser abonado. Lo que se trato de evitar es que esta nueva versión de la censura no esté monopolizada por grupos no idóneos para penetrar la complejidad y el carácter matizado del caso. Un visto bueno emanado de una fuente política, en el sentido burgués de la palabra, no vendría obligatoriamente al caso. Aceptarlo sin buscar más allá, equivaldría en muchas oportunidades a volver a un esquema autoritarista, donde el interesado es sustituido por un representante. La inadecuación de este esquema de relación se hace más patente cuando es susceptible de no satisfacer en lo más mínimo las condiciones recíprocas de representación. En el caso por ejemplo del adulto, puede ser el padre, a quien se pide orientar una revista infantil, la idoneidad ideológica de su juicio puede ser irreprochable, pero sin embargo este asesoramiento puede fallar al menospreciar rasgos esenciales de lo imaginario infantil. Lo importante es interrogarse a propósito de cada material específico sobre el grupo más adecuado para aportar una valiosa colaboración en la reformulación del mensaje. Si se puede avanzar algunas proposiciones de base para fundamentar la formación y el trabajo de lo que se podría concebir como talleres situados en poblaciones, barrios obreros, asentamientos... una anotación esencial consiste en subrayar la necesidad de quebrantar la vigencia de estereotipos que alejan cada día más la posibilidad de una verdadera revolución cultural. En este sentido, por ejemplo, y en el caso específico que estamos tratando, la discusión de una revista femenina no tiene por qué aterrizar de manera forzosa y fatal en un centro de madres. Es en la vigencia de imágenes acerca de la segregación de los sexos por ejemplo que la cultura burguesa deposita su confianza para que no se cumplan sino a medias las iniciativas revolucionarias.

La palabra «experimental» nos merece dudas para caracterizar este tipo de proyecto, aun en su fase temprana. La envergadura de este plan, que no es otro sino el de la creación de estructuras comunitarias y, por tanto, la construcción del socialismo, rebasa inevitablemente la línea burguesa del plan piloto que se conforma en la mayoría de los casos con crear islotes de privilegiados, cuando no de probar aspectos específicos de una técnica sofisticada. El resultado, con [22] tal que se pueda prever, precisaría aproximar a lo siguiente: el medio de comunicación tendería a cumplir la función de concientización y movilización perpetua de la audiencia. Para cumplir con estos efectos, no propagaría necesariamente lemas sino que generaría y administraría una cultura que, en una meta quizá lejana, se caracterizaría por ser propiamente revolucionaria. Al volver reiteradamente a su base de discusión, evitaría el escollo de la petrificación del género y sería susceptible cobrar tanta agilidad y actualidad revolucionaria recobrada a diario o a semana como los diarios murales de China. El lector puede argüir sobre la existencia de fórmulas de participación «equivalentes» en la misma prensa burguesa. La más común es sin lugar a dudas la sección de las cartas del lector. Para refutar sin lujo innecesario de detalles tal argumentación, digamos que este mecanismo de participación no rebasa las normas explícitas de la democracia representativa burguesa y que, en un contexto que cotiza tanto la democracia formal, esta apertura, que aparenta burlarse del código de dominación, además de poner raras veces el órgano-magazine en una instancia de enfrentamiento con una mayoría de cortas protestas, viene a ser un elemento de glorificación de la revista por su amplitud de criterio y surte beneficios y divisas.

Esta última observación nos encarrila a contrarrestar cierto tipo de analogías. La situación presente nos obliga a dar un sentido radicalmente distinto a las mismas palabras que evidentemente se utilizaron en el pasado. Del mismo modo nos hace enfocar los procesos según una nueva racionalidad. Pero la asimilación de esta última ocasiona desajustes. Un ejemplo nos permitirá precisar hasta qué punto un concepto nuevo puede ser desvirtuado por los resabios de los hábitos y reflejos impresos por la racionalidad mercantil de la empresa de comunicación de masas burguesa. En una conversación con un guionista de una revista de aventuras recientemente adquirida por el estado y sometida a estudio y revisión del material que incluye, surgió una discusión sobre la forma de encarar la renovación de la revista. El guionista dio su aprobación a la proposición hecha de recurrir a la base popular juvenil como variable-control en la orientación de la revista en su nueva versión. Y de agregar: «Totalmente de acuerdo con esta decisión. Hay un departamento especial de promoción que hasta el momento ha funcionado de manera deficiente. Se trataría de activarlo.» Volvía el guionista a la clásica encuesta de mercado de inspiración exclusivamente comercial y equivocaba por entero la inspiración de la nueva meta, fijando en el concepto «promoción» [23] (implícitamente para él, de la venta), sus reflejos condicionados de trabajador de una empresa capitalista. Falta precisar, para precaverse de la acusación de la burguesía de que «los revolucionarios no buscan el rendimiento», la reivindicación de un nuevo concepto de eficiencia. No perseguimos la quiebra. No queremos empresas deficitarias. Anhelamos que a esta revista la adquieran el doble de lectores. Pero inscribimos este esfuerzo de «promoción» en la prosecución de una tarea de dignificación del comprador y de acceso a su propia identificación. El adquirir conciencia no significa latearse (tan es cierto que el burgués puede reírse de sí mismo con la condición de no conocerse). La burguesía ha creído monopolizar la risa. Alcanzó a hacerlo en el ámbito de lo frívolo. Pero el circo se marginó, con la bohemia.

5. En la democracia representativa el mecanismo del representante está a tal punto anclado, que en el último eslabón, frente a sí mismo, uno está finalmente representado por otro que uno mismo: es la alienación. Uno siempre ve la realidad y la interpreta por otro. El primero es el emisor; el segundo es el receptor. El planteamiento recién delineado de la generación de un nuevo medio de comunicación exige volver sobre la necesidad de redefinir el papel del profesional o del trabajador de la noticia, y en un sentido más general, el status del técnico del medio de comunicación. En la sociedad burguesa, el periodista, aun de izquierda, excepto en un diario de partido, no puede alcanzar a cumplir con su misión de trabajador de lo que debería ser un servicio público. Está aislado en una empresa, a lo más en una cooperativa. Las únicas iniciativas que puede tomar desembocan siempre en islotes de «reforma». Aislado estructuralmente, de hecho representa por naturaleza profesional el que tiene acceso, a veces muy coercionado, a la noticia, y la interpreta. Son, para hacer nuestra una expresión recientemente escuchada, «los detentores del sentido». Ahora bien, en una sociedad revolucionaria y en un proceso de adquisición por parte del pueblo del derecho a producir y a usufructuar sus noticias, si bien no desaparece el periodista, debe desaparecer el periodismo representativo, tal como lo concibe la burguesía. De hecho, el periodista incluso de izquierda dentro de la sociedad burguesa actúa en un periodismo representativo sin que este concepto de representación haya sido homologado por los que le incumbe al periodista representar. Justamente es esta situación la que, cortándolo de raíces legítimas con el pueblo, ha hecho que el periodismo protestatario contra la sociedad burguesa, [24] salvo la prensa de partido, se convirtiera la mayoría de las veces en periodismo populista. Son las condiciones estructurales mismas que impiden la creación de una prensa verdaderamente popular en una sociedad burguesa. En la nueva perspectiva –y con ritmos muy distintos–, se trata que el periodista reciba su mandato del poder popular y no merced a una delegación formal, sino integrando todas las líneas que permiten que a través de él el pueblo no esté defraudado en su expresión. Adquiere la calidad de monitor del sentido. La dificultad mayor del asunto reside en la necesidad de establecer una ósmosis entre este nuevo periodismo y la idea del poder popular. Esta nueva forma de periodismo remite a una formación ideológica para evitar que el hecho de recurrir a las bases se convierta en un mero ejercicio formal de seleccionar y de presentar las noticias. Los periodistas tienen la responsabilidad de crear junto al pueblo una prensa popular.

6. La noción de representante es también difusa en muchas de las formas tradicionales a que recurren los medios de comunicación de masas para presentar el mensaje a su público. Inerva el formato y consecuentemente el contenido de ciertos programas radiales o televisivos, por ejemplo. En realidad se efectúa una trasposición de los mecanismos de la democracia formal. El formato del foro, por ejemplo, permite reunir con el objetivo de debatir democráticamente los acontecimientos o ciertos temas de fondo, a algunas personalidades, que suelen adquirir una especialidad en la materia foro, además de contar con un título específico que les habilita a actuar como representantes del mundo político y científico y afines. Por su condición o por su saber tienden a monopolizar y calcificar los hechos y les confieren su propia imagen y apreciación de clase, inhabilitando al público para que tenga una visión que escape a los marcos interpretativos estrechos de las seudodiscusiones de la democracia formal. Incluso buscan modos de democratización formales, al tratar una gama muy variada de temas desde el fútbol hasta la política, sin cuestionar jamás el formato mismo del programa y el pedigree de los que componen el panel. Y eso vale sobre todo para los programas permanentes que pretenden orientar la reflexión sobre los acontecimientos semanales. Raras veces hace irrupción la temática del pueblo, tampoco se asoman sus protagonistas, y estos foros hasta en su dimensión estilística reproducen los salones burgueses donde en la ligereza y el consenso siempre recuperado se esfuma la realidad concreta de un país donde los enemigos del poder popular arman [25] una lucha encarnizada. Además, la prioridad nítida de los temas llamados políticos actúa como vivificador de la representación colectiva que ha creado la burguesía sobre lo que es y qué debe ser la política.{6}

No habría que deducir de lo anterior una adhesión a la tendencia que se comprueba de parte de algunos realizadores bien intencionados y románticos, de volverse obsesivamente e inmediatamente al pueblo, cámara al hombro, para lograr borrar la ausencia crónica de la imagen del pueblo en los programas y materiales legados por el antiguo régimen. Esta tendencia muy legítima, ya que traduce una liberación individual después de una coerción relativa, releva más bien del espontaneísmo. El cual es contraproducente en la medida en que la revolución es la revolución de las masas organizadas y que esto vale también como norma para la emisión de los mensajes.

El acceso vuelto posible de las clases trabajadoras de la gestación de los mensajes plantea contemporáneamente para los técnicos la necesidad de revisar el modo que tienen de acercarse técnicamente a la generación de mensajes. Ciertas formas, ciertas técnicas deben ser privilegiadas para permitir la expresión de la práctica social de grupos de trabajadores. Para facilitar el acercamiento con el medio es imprescindible sacrificar el refinamiento tecnicista. En efecto, el aprendizaje de la ideología de la burguesía se realizó junto con el aprendizaje del oficio, de la habilidad específica. Desde luego, este último punto no abarca sino una vertiente del interrogante técnico. Se integra en una problemática cultural de mucha más envergadura. En efecto, el problema de la revolución cultural implica redefinir la relación de los grupos dominados frente a la técnica. En 1919, Lenin, al discutir la noción de libertad de prensa en la sociedad socialista, indicaba que tal libertad no podía existir mientras los grupos de trabajadores no gozaran en un plano de igualdad del derecho de utilizar las imprentas y el papel que pertenece a la sociedad. [26]

Ahora bien, lo que se advierte en muchos textos de Lenin es la necesidad de revisar las relaciones de los trabajadores no sólo frente a los medios de producción material sino también a los medios de producción ideológica. Mientras subsiste el privilegio de la técnica, especialmente en el ámbito de la generación de fuentes de concientización, y de lo que se podría llamar la cortina de la técnica que inhabilita al individuo o grupos enteros que no entraron en los arcanos del oficio, a emitir y trasmitir su práctica social sin recurrir al perito en la materia, subsistirá el margen para que entre de lleno la nueva forma de dominación burguesa, cual es la tecnocracia, y cuyo instrumento más poderosamente desvinculado de la realidad concreto del pueblo es la televisión.

 
IV. La respuesta a la ofensiva ideológica de la derecha debe vertebrarse sobre un análisis global de sus características

El tema de la reformulación de los contenidos de los medios de comunicación de masas se puso de moda en nuestro medio. Se suele enfocar esta reformulación poniendo en estado de alerta a todos los recursos de la invención y de la imaginación. También se apela a las experiencias más diversificados en materia de comunicación masiva que tuvieron lugar en otros países. Ahora bien, para ser consecuentes con nuestra concepción acerca de la ineludible vinculación del mensaje con una práctica social, no se puede hacer descansar los temas que preferentemente van a circular, sobre la imaginación o la intuición, cuando no la improvisación, de representantes de la pequeña burguesía. No existen profesionales de la readecuación de los contenidos. Esta readecuación se gestó en una respuesta dialéctica con el enemigo de clase. El nuevo contenido del medio de comunicación de masas está dado por la praxis de la lucha. Es la razón por la cual cobra tanta importancia como elemento de concientización la creación de las células de información –al nivel de las organizaciones de base– que discuten a partir de un análisis de la información misma entregada por la clase dominante.

1. Es conveniente tener presente las grandes líneas del contenido de esta ofensiva ideológica, con el fin de poder asentar –a título ilustrativo– algunos ejes de la respuesta que le deben oponer los medios de comunicación de masas. Dicha ofensiva que se desarrolla [27] principalmente en los medios informativos en manos de la burguesía, tanto a nivel local, provincial, nacional e internacional, reconoce por lo menos tres áreas estratégicas:

a. Creación de una imagen de caos. En el área económica, en el área de las relaciones exteriores, en el área de los conflictos sociales, se trata de difundir la imagen de un gobierno rebasado por los acontecimientos y los problemas concretos y que al mismo tiempo está obligado a rebasar (ineficiencia de las medidas de gobierno) la legalidad que heredara, a la que se presenta como garantía del status de todos los sectores de la vida chilena. El carácter de esta ofensiva es polivalente, y prepara el clima tanto para los intentos de sedición como para la oposición parlamentaria. En cuanto al terrorismo, adelanta la posibilidad de su existencia, introduciéndolo como un factor revulsivo permanente.

b. Creación y consolidación de una clientela de apoyo. La derecha busca o fortalece sus alianzas. En el ámbito interno, llama a la solidaridad entre organizaciones de clase de los sectores dominantes, avanza la proposición de una alianza política liderada por representantes confiables de esos sectores, y fundamentalmente anhela la adscripción de los sectores medios a los términos de esa alianza. En el ámbito internacional, utiliza sus alianzas como factor de convulsión interna y de solidaridad imperialista. Valga como ejemplo el caso de la SIP tautológica sobre el cual nos detuvimos al principio del presente artículo. Por fin, la derecha prepara sus hombres-símbolos, que estarán en condiciones de cristalizar sus soluciones, provengan ellos del método privilegiado por los acontecimientos que lleve a su efectivización.

c. Gestión desintegradora de la organización de sus adversarios. Su acción se propone un objetivo divisionista, tanto respecto a las diversas fracciones de la Unidad Popular como en relación con las propias organizaciones sindicales y políticas de la base. Se propone también un plan de división entre los diferentes poderes, así como entre el gobierno y las fuerzas armadas. Interesa asimismo a la derecha estimular las contradicciones públicas entre el gobierno y la izquierda que públicamente no participa en él.

Hemos visto que, frente a esta ofensiva, las fuerzas revolucionarias se encuentran en situación defensiva, y esa defensa no alcanza a cubrir espacialmente el frente de ataque. Hemos visto también que la [28] respuesta se mueve públicamente dentro del círculo delimitado por la argumentación adversaria.

2. Si es válido este esquemático diagnóstico inicial, la primera prioridad deberá ser la articulación coherente de las disponibilidades de las fuerzas revolucionarias en este ámbito, para producir una efectiva capacidad de respuesta. Articulación que no deberá ser meramente planteada en términos de respuesta, sino que se constituirá en el primer objetivo de un plan de mayor alcance, apto para poner el gobierno popular en condiciones de ofensiva. Y tal como la señalamos al introducir este acápite, esta respuesta inicial tendrá que vertebrarse sobre las grandes líneas de la embestida ideológica de derecha, no descuidando ninguno de los planos a los que tradicionalmente se consideran secundarios. Con este propósito, recalcamos una primera necesidad: la de alejarse de la noción de política que ha creado la burguesía, de dejar de percibirla sólo en los ámbitos y en los tópicos abiertos bajo este rubro específico por la derecha. Ejemplo: un editorial de un diario derechista sobre la canción-protesta o sobre la noción de patriotismo, se integra en el mismo frente de ataque ideológico que los editoriales publicados en la misma semana en contra de los tribunales populares, de la reforma agraria, de la estatización bancaria, &c. Se trata de despojar la noción de política, comúnmente aceptada, de la antinomia que alberga implícitamente el concepto burgués entre cultura y política, entendiendo política como política partidista o política contingente. En otros términos, no se trata, como lo dice entender la derecha, de politizar todos los ámbitos, sino de actuar con una nueva idea de cultura. Haremos incurrir a este respecto a la burguesía en contradicción con su propio planteamiento, al demostrarle que lo que ella define como el espacio neutro del entretenimiento, del deporte, de los espectáculos, sirve tanto para defender sus intereses de clase como sus argumentos sobre la democracia y la libertad puras. Razón por la cual la respuesta a esta ofensiva explícita y camuflada a la vez debe emanar de los grupos más distintos y hacerse presente en todos los dominios de la actividad creativa y conformadora de una nueva sociedad. A la supuesta búsqueda, a que la burguesía quiere reducir el proceso en marcha, de la creación de un nuevo homo politicus, se trata de sustituir la búsqueda de la creación de un hombre nuevo, que reabsorba las antiguas antinomias que permitieron que estuviera el propio agente de su dominación. [29]

Obviamente –y aquí abrimos un paréntesis– el éxito de la respuesta que el conjunto de las fuerzas revolucionarias, opondrán a la embestida ideológica de la burguesía, depende de una planificación mínima de las respuestas procedentes de los diferentes sectores y ámbitos. Esta necesidad se relaciona íntimamente con aquélla que ya señalamos: la de evitar el espontaneísmo. En esta perspectiva, recalcamos la exigencia de planificar la producción de mensajes. Así, no se puede permitir, por ejemplo, que cada institución estatal tenga su propio criterio, muchas veces intuitivo (o no lo tenga), sobre lo que es la ofensiva ideológica y de cómo responderla, sobre los valores y normas que deben constituir el nuevo contenido de los mensajes, de sus publicaciones, sus textos de concientización, &c. Por lo demás, esta producción invertebrada de mensajes corre siempre el riesgo de oscilar entre dos posiciones al parecer extremas. Por una parte, la respuesta directa o indirecta en términos tecnocráticos, es decir, una respuesta que permanece en el círculo argumental del adversario de clase. Por otra, la respuesta en términos efectistas, que busca hacer la revolución en la revolución pero desemboca en el reformismo. Sin un análisis global y un criterio común (por lo menos a grandes rasgos) la política llamada de comunicaciones y de concientización se expone a sufrir todos los embates de la producción de sello individualista de miembros de la pequeña burguesía, por cierto con imaginación, pero despegados de las masas y de una praxis política. Lo más que logran muchos de estas publicaciones efectistas que tratan de sublevar a las masas es asustar al burgués, «epatar» al pequeño burgués y rozar la lucha de clases.

3. El otro criterio de la programación de una respuesta es el de la necesidad de la movilización de los grupos oprimidos, a que apuntan los desarrollos anteriores. Para que el medio de comunicación de masas se convierta en el medio de comunicación de las masas, no cabe ningún demiurgo, «ninguna mano mágica» según la expresión de Fanon. El único demiurgo es el pueblo: no un pueblo abstracto como lo quieren hacer entender los portavoces de la opinión burguesa, sino un pueblo organizado y movilizado en contra de la minoría privilegiada, que se arrogó el derecho de representar a las mayorías y hablar en su nombre. Una minoría que no escatimará argumentos para seguir convenciendo a la opinión pública, al país, de

que el «pueblo» es un ente abstracto. Son los funcionarios quienes asumen la representación de los intereses y de la voluntad populares. En otras palabras, la libertad, que en [30] nuestra democracia tienen los chilenos todos, se trasferiría a ciertos chilenos. Los intendentes, gobernadores, banqueros, periodistas y jueces «populares» serán mucho más libres que los que desempeñan esas funciones en nuestra actual democracia, pero los ciudadanos que forman el pueblo real han de quedar sometidos a la arbitrariedad y a la persecución en nombre precisamente de la libertad y de la democracia. (El Mercurio, editorial del 28 de febrero de 197l.)

En sus sofismas y juegos de palabras, la minoría que detenta el poder de información de la clase dominante pretende enjuiciar el proceso de construcción del socialismo en el ámbito nacional acusándolo de lesionar los derechos de la persona. Por esta artimaña oratoria, el discurso de esta minoría que no tiene derecho legítimo de representatividad salvo en lo atinente a la acumulación de la plusvalía percibida en el proceso histórico a expensas de este pueblo pretendidamente «abstracto», desvirtúa los fines y métodos de la revolución.

En efecto, un proceso de cambio que conduce al socialismo no apunta a la destrucción maquiavélica y revanchista del burgués en tanto individuo, sino al desplazamiento de la clase explotadora y apropiadora del producto de las fuerzas sociales. El discurso burgués nos revela que la minoría poseedora de los medios de producción material e ideológica es víctima de su propia ley de la selva y cuando se encuentra acometido en sus intereses, congrega alrededor de la defensa de estos intereses particulares a la masa indiferenciada de los que dice representar. Y aquí asistimos a un doble proceso de apropiación: primero, esta minoría exclusivista se arroga el derecho de representar a todos los burgueses; y segundo, a la globalidad de la ciudadanía: se cierra el sofisma. El discurso burgués, en efecto, no otorga individualidad e identificación a los grupos sociales y revela ser el propio inventor del abstraccionismo de su taxonomía: opinión pública, masa, ciudadanía, y en definitiva pueblo. He aquí una muestra cristalizadora, extraída del mismo material anterior:

Sin que muchos lo adviertan, la propia democracia, que ahora llaman burguesa, empieza a servir de instrumento para esta legalidad y libertad «populares». Mediante el control del crédito, de la tierra, de las minas, de los tribunales, de los medios informativos y de la policía, el «pueblo» suplanta la libertad real de las personas y ese ente adquiere los atributos que han constituido por siglos el fuero de los ciudadanos libres. Ahora bien, en esta doctrina el «pueblo» no son todos [31] los chilenos, sino una clase social determinada. Los pequeños burgueses son tolerados en un primer esquema «pluriclasista», pero el socialismo marxista quiere, con Lenin, que haya democracia y libertad paro los proletarios, lo que exige persecución y aniquilamiento para los burgueses, y larga dictadura educativa para todos... El combate por la libertad en Chile es, pues, entre dos concepciones de este valor: el de la libertad de las personas de carne y hueso, y el de la abstracta libertad del «pueblo», que es en concreto la dictadura de una minoría.

El mejor cierre de esta polémica, lo constituiría la respuesta de Engels a Karl Heinzen, uno de los primeros anticomunistas, en 1847: «Heinzen se imagina que el comunismo es una cierta doctrina que partiría de un principio teórico determinado –el núcleo– de donde se sacaría ulteriores consecuencias. El señor Heinzen está muy equivocado. El comunismo no es una doctrina, sino un movimiento. No parte de los principios sino de los hechos.»{7}

4. Por fin, llegamos a dar a manera de ilustración algunos de los principales componentes de los temas que deberían vertebrar la respuesta ideológica a la ofensiva de la clase dominante. Estos temas se podrían concebir como criterios de coherencia. Representan algunas preocupaciones esenciales que implícita o explícitamente deberían constituir la trama de los mensajes de los medios de comunicación de masas revolucionarios. Señalemos, sin embargo, que estas grandes temáticas no se encaran como recetas sino como las más susceptibles de provocar un encuentro dialéctico entre la práctica social de los grupos trabajadores y los mismos medios informativos.

a. La vinculación del medio de comunicación de masas con los cambios encarados en la base económica, que constituyen la infraestructura de la nueva sociedad. En este proceso, dichos medios se configuran como instrumentos para hacer avanzar las conciencias más allá de la base social; es decir, que pretenden preparar a la población para la recepción positiva y activa de los cambios estructurales que introduce la acción del gobierno popular en la economía y otros ámbitos.

Respaldará los cambios introducidos, incorporando su fuerza de penetración masiva para protegerlos a través del desarrollo de una solidaridad crecientemente consciente. [32]

b. La promoción de una conciencia nacional. Los cuestionamientos de los conceptos de patria, nación, propio e idiosincrásico son imprescindibles. Hay que entender fundamentalmente la promoción de una conciencia nacional en el sentido de la búsqueda de lo propio del pueblo chileno, desprendiéndose de conceptos que ha impuesto la burguesía en términos de idiosincrasia concebida en la línea de una democracia formal y otros rasgos que no son del conjunto del pueblo sino sólo los que aspira a detentar la propia burguesía. Es preciso vincular la noción de lo propio con «los elementos democráticos y socialistas» que comporta cada cultura nacional; entiéndase que cada cultura nacional alberga dichos elementos –en un sentido minoritario, por supuesto–, porque en cada nación existe una masa laboriosa y explotada, cuyas condiciones de vida engendran forzosamente una ideología democrática y socialista.

Cabe, a esta altura, poner en tela de juicio la expresión: respeto de la tradición. La burguesía la interpretó como la conservación y la perpetuación del patrimonio cultural que le permitió mantenerse como clase en el poder. En su empresa de mistificación, opone respeto de la tradición a revolución, zanjando toda posibilidad de reconciliación entre los dos términos: la revolución destruye lo establecido de manera indiscriminada, significa la negación de lo pasado, de las tradiciones, &c.

Ahora bien, el tema de la tradición es un tema idealista por excelencia, en la medida en que la tradición se reduce a la sublimación de un conjunto de valores y estructuras, unificadas bajo el nombre de pasado, que se abstraen de las condiciones efectivas de su desarrollo, y, por tanto, se evacuan de su sentido conflictivo. Además, en esta referencia subyace la ecuación según la cual el término de tradición-idiosincrasia tiene por corolario el de civilización. Para la burguesía, respetar los valores de la civilización significa de hecho respetar el marco de los valores de la democracia formal, es decir los valores de la dominación. Consecuentemente su noción de pasado predetermina el futuro, del cual hace una mera repetición. «Lo invariable es el presupuesto de todas las variaciones.»

El término de tradición, al cual nos referimos, que se circunscribe a la tradición de las luchas populares, y la noción de pasado que, de ahí se desprende, abren el futuro en vez de empantanarlo.

La burguesía se sorprende de que puedan existir dos códigos para definir lo nacional, y así de todas las nociones a las cuales imprimió [33] un sentido unívoco, deteniendo el proceso histórico en la fase que pretende culminante, cual es la de su propia emancipación como clase dominante. Así, la civilización versus la barbarie queda definida en el marco de su hegemonía. En la lucha de clases que estamos viviendo, la burguesía va siempre a querer establecer su concepto de lo nacional, de lo propio, como el único. Incluso en nombre de lo nacional perjudica los intereses de la nación, propiciando campañas de difamación antipatrióticas a partir de las bases estratégicas del capital internacional. En una página significativa de Literatura y revolución, Trotski apuntaba el hecho del enfrentamiento de las dos concepciones de lo nacional en un proceso revolucionario:

¿Qué es eso de «nacional»? Hay que volver al ABC. ¿No era nacional Puschkin, que no creía en los íconos y no vivía con cucarachas?... Pilniak considera el siglo XVII como «nacional». Pedro el Grande sería «antinacional». Por tanto, sólo sería nacional lo que representa el peso muerto de la evolución y de donde se ha evaporado el espíritu de la acción, lo que el cuerpo de la nación en los siglos pasados ha digerido y excrementado. De aquí se deduce que sólo los excrementos de la historia serían nacionales. Pensamos exactamente lo contrario. El bárbaro Pedro el Grande fue más nacional que todo el pasado barbudo y sobrecargado que se opuso a él. Los decembristas fueron más nacionales que todos los funcionarios de Nicolás I con su servilismo, sus íconos burocráticos y sus cucarachas nacionales. El bolchevismo es más nacional que los emigrados monárquicos o cualquier otro tipo de emigrados, y Budieni es más nacional que Wrangel, digan lo que digan los ideólogos, místicos y poetas de los excrementos nacionales.

El autor, dando a sus reflexiones un alcance teórico, sigue en estos términos:

La vida y el movimiento de una noción sigue su camino a través de las contradicciones que representan los partidos, clases y grupos. En su dinamismo, los elementos nacionales y los elementos de clase coinciden. En todos los períodos críticos de su desarrollo, es decir, en los períodos más llenos de responsabilidades, la nación se rompe en dos mitades, y la nacional es la que eleva al pueblo a un plano cultural y económico más alto.{8} (El subrayado es nuestro.)

La búsqueda de lo que constituye lo nacional, lo propio, se da como una tarea de envergadura, en la medida en que no sólo implica rescribir la historia, tomando como protagonista al pueblo y a todos los [34] que facilitaron su acceso a una victoria, leer el folklore para podarlo de sus injertos de expresión aburguesada, &c., sino estar atento a la acción cotidiana de los grupos que ahora determinan la historia. En este proceso de conformación de lo propio, se darán a conocer, se analizarán y se publicitarán las iniciativas populares que van generándose en el camino. La promoción de la conciencia nacional al nivel de los grupos oprimidos pasa por un proceso de identificación por parte de los mismos grupos. La tarea del medio de comunicación es facilitar este acceso a la identificación de la comunidad de intereses.

En esta búsqueda de una conciencia nacional, por fin, también se deberá tratar de captar las alianzas de sectores «flotantes» de la población, que la derecha ansía enrolar, como por ejemplo la pequeña burguesía y los medianos propietarios. Al respecto, es preciso hacer explotar este concepto genérico de clase media con el cual el medio televisivo o la publicidad han trabajado implícitamente, estereotipando una imagen de estratificación social y ubicando en esta categoría un conjunto de contradicciones y heterogeneidades.

Más particularmente, en este proceso de gestación de una conciencia nacional aparece la necesidad de cuestionar las pautas extranjerizantes que circulan y que son función del proyecto de dominio imperialista. Dicho cuestionamiento es imprescindible si se tiene en cuenta que ocultan las contradicciones de una sociedad, impidiéndole enfrentarse con su propia identidad.

c. La formación de una conciencia nacional, para eludir un nacionalismo simplista, deberá acompañarse de una conciencia paralela de solidaridad con el tercer mundo, conjunto de naciones, que atraviesan por problemas y períodos de desarrollo similares a los de Chile. De hecho, apunta a erigir la solidaridad de los oprimidos en contra de la solidaridad imperialista.

Dicha temática cobra particular relieve cuando se considera el carácter genuino que parece revestir el proceso revolucionario chileno y las modalidades específicas de la lucha de clases que en él se libra. Si es cierto que toda revolución en una sociedad dependiente es antiburguesa y antimperialista, no lo es menos que la presencia del enemigo de clase en el terreno mismo del proceso confiere particular relevancia al aspecto antiburgués de la revolución. En nuestra opinión, esta característica marcará el proceso de cambio cultural chileno. Muy diferentes han sido las condiciones de la [35] lucha de clases en Cuba. La exigencia de la movilización en contra de un enemigo externo ha conformado un proceso de gestación cultural puesto bajo el signo del antimperialismo. Por lo demás, sería muy interesante ver hasta qué punto dicho presupuesto antimperialista –condición histórica ineludible– ha sido a la vez un factor positivo y un limitante a la creación de una nueva cultura. Sería también interesante ver de qué manera ha repercutido sobre la organización misma de los medios de comunicación de masas. Ahora bien, si recalcamos de paso este hecho es para poner de relieve un hecho fundamental: el de cierta proclividad a encerrarse en un ámbito definido de manera demasiado estrecha por las condiciones de la lucha antiburguesa. Es sorprendente, por ejemplo, observar qué poco recurre la prensa en manos de las fuerzas de cambio a los ejemplos de la lucha de los grupos oprimidos de otras naciones del tercer mundo. Es lo que explica que la prensa de derecho domine ampliamente el terreno cuando estallan noticias de acontecimientos seudoviolentos en el país. Atribuye a un disparo escuchado en un fundo del sur un espacio noticioso mucho más importante que el que reserva a las ráfagas de ametralladoras que barren con veinte estudiantes en un país del hemisferio. La prensa de izquierda en vez de subrayar los eventos que atestiguan la represión en un país que impulsa una campaña difamatoria en contra del gobierno popular, admite paradójicamente esta presentación desproporcionada de los hechos.

d. La crítica de una cultura. La práctica de los medios de comunicación masiva deberá estar atenta a todos los esquemas ideológicos que sirven de referencias culturales para la acción individual y social. Así se deberá impugnar los estereotipos sociales que han alimentado muchos de los mensajes sobre los grupos dominados y su práctica social: flojera, anormalidad, &c. Pero esta tarea debe ir más allá y abarcar la discusión y el replanteamiento de una serie de conceptos que la burguesía ha connotado, lo que hace ambiguo su empleo en un proceso de cambio estructural. No podemos seguir recurriendo, por ejemplo, a la noción de orden sin vincularla con el régimen represivo burgués. El orden no es un dogma, un patrón intocable, sino el ritmo creador del proceso de liberación del pueblo. Asimismo, los conceptos de eficiencia, rendimiento, producción, no pueden permanecer en su incolumidad dominante. La lista sería numerosa para todas las nociones que orientan actitudes en que nos arrincona la burguesía cotidianamente: trabajo, paz, ocio, justicia, literatura, arte, poder y representación, política y político, [36] represión, &c. No se trata de dictar cátedras sobre conceptos sino de hacerlos aflorar detrás de situaciones anodinas, cotidianas, de tal manera que el dominado pueda percibir los mecanismos de su dominación cultural.

Hasta el momento, la imagen de cultura que trasmitieron los medios de comunicación de masas burgueses se caracterizó por ser una imagen cultural elitaria, restringida y unívoca, conjunto de estereotipos y mitos segregados por la burguesía, y los sectores dominados no tuvieron acceso sino a esta imagen privativa. Una cultura «oficial» que se otorgaba como un privilegio en una extensión progresiva de los beneficios de una «sociedad de consumo». Incluso muchos sectores sociales están apartados del «goce» de algunos de estos medios, principalmente la televisión, que se les ofrece como un bien a adquirir en el mercado.

La nueva tarea consistirá por tanto en la búsqueda de formas concretas de reversión de esta deformación, de un proceso de demitificación de los valores de la burguesía y descubrimiento de los valores implícitos en la práctica social del pueblo. Estos valores se manifiestan en la participación popular en el proceso de cambios. Por otra parte, insistimos sobre el hecho de que el medio de comunicación de masas deberá asumir a todos los sectores de la vida chilena que hasta el presente han sido marginados social y geográficamente. Ello implica la articulación de formas de acción que permitan evitar la exclusión. En este sentido, el medio de comunicación de masas se convertirá en elemento efectivo de la integración nacional.{9} Se trata de superar los efectos del colonialismo interno y la imposición metropolitana así como los de la dominación clasista. Entiéndase como integración, la de las clases populares y de sus aliados frente al enemigo de clase y no el concepto que ha impuesto el reformismo, que se resume en una integración [37] de los «marginados» a las normas y pautas de la burguesía y a su política de conciliación y paz social.

 
V. La problemática de trasformación del medio de comunicación de masas se inscribe en la problemática de una revolución cultural que tenga como meta la quiebra de las antinomias burguesas

El conjunto de los desarrollos anteriores nos lleva a percibir que la estrategia de cambio de los medios de comunicación de masas no se inspira sino, en la necesidad que inerva todos los dominios donde se debe efectuar el cambio: la de movilizar los grupos oprimidos en la creación del nuevo hombre y de la nueva sociedad, es decir, determinar quién es en definitiva el actor del proceso revolucionario. Uno puede argüir que existen exigencias tácticas que fijan prioridades frente a la necesidad de vulnerar los medios de comunicación de masas en poder de la clase dominante. Pero parece indiscutible la necesidad de fijar una estrategia que hago participar el poder popular en la lucha ideológica.

En segundo lugar, pudimos intuir que el medio de comunicación burgués se inscribe en un sistema cultural que descansa sobre una serie de antinomias que si se deja intocado lleva a la perpetuación de esta cultura de dominación. A través, por ejemplo, de la antinomia trabajo-ocio, el dominio del trabajo es impermeable a la esfera de los medios de comunicación de masas que pretenden llenar el ocio, eludiendo todas las referencias a la condición concreta del hombre cotidiano y escindiendo su personalidad y su realidad en una compartimentación alienante. Al buscar la nueva política de comunicación de masas, la reconciliación del hombre consigo mismo no puede seguir gestando su mensaje a partir de un divorcio entre dos esferas de acción, divorcio que descansa él mismo sobre una concepción unidimensional, no concientizante, no movilizadora del medio de comunicación. Significativo en definitiva del objetivo desorganizador y atomizador tanto de la realidad individual como de la realidad social del medio de comunicación burgués. Lo que desemboca sobre la explicación de por qué el medio que lleva este cuño es epifenoménico: porque no inscribe al hombre en su historicidad cotidiana y concreta. [38]

El medio de comunicación liberal en sí es altamente representativo de la concepción que tiene la burguesía acerca de la cultura y de la clásica llamada política cultural. Dicha cultura constituye un conjunto de bienes y productos elaborados por el genio creativo, que pasan a integrar el acervo de una determinada clase, incluso si su inspiración es subversiva del orden en que se inscribe. Esta cultura que se define como elitaria y se reserva al consumo de una determinada clientela, consiente ciertas adulteraciones, cierta bastardización al cumplir con la exigencia de servir de núcleo para la elaboración de la cultura llamada «popular». Como lo recalcamos en una circunstancia anterior, lo popular en la perspectiva burguesa es el calco de sus valores de clase, puestos en un gesto paternalista y con una propuesta mercantil, a disposición del pueblo.

La calidad burguesa no está necesariamente inherente, al contrario, en el producto mismo que nace bajo el techo de la sociedad capitalista. Pero la burguesía monopoliza, al detentar la distribución mercantil como la distribución del significado de las obras que pasan a ser su patrimonio, tanto el acceso que a dichas obras puede tener el público, como el código-sésamo de su valor artístico. Un ejemplo notable lo constituye la exposición patrocinada por la empresa Mercurial, titulado «De Cezanne a Miró», representativa de la cultura que llega en paracaídas, en forma envasada. Momentáneamente se realizaba frente a los cuadros de la exposición una integración de todos los sectores y se disolvía aparentemente la segregación frente a la obra de arte. Pero adentrándonos en las condiciones de la recepción del mensaje artístico, descubrimos que la única vía de desciframiento del enigma artístico que tenía la clase trabajadora en su conjunto la constituía la globalidad del sistema cultural burgués. Lo que criticamos no es desde luego el hecho de que se dé acceso a las clases trabajadoras a un conjunto de obras que integran los logros de la creatividad artística, sino primero la ausencia de un mecanismo de participación activa en el goce de estas obras, que patentiza por lo demás la concepción burguesa del contacto con la obra de arte que se caracteriza por el privilegio de la «revelación» o por el éxtasis, relegando toda tentativa analítica y por tanto evaporando el sentido histórico de la obra. En segundo lugar, lo que impugnamos es el hecho de definir la cultura y la política cultural fuera de la órbita donde se gesta la vida cotidiana del individuo, hasta el término de sacralizarla. En lo que se refiere a la cultura, observamos en realidad un proceso paralelo a lo que en la sociedad burguesa atañe a la política: al igual que [39] esta última se refugia en el recinto parlamentario, protagonizada por los representantes afines, la cultura crea un territorio autónomo, su museo provisto por representantes también afines. Obviamente se trata de una cultura estática que va a la par con la propuesta conservadora de la clase que detenta el poder.

La concepción de la cultura que fundamento el nuevo proyecto acerca del medio de comunicación de masas descansa sobre un hecho que es el único que puede despojar la cultura reinante de su índole autoritaria y del carácter privilegiado de su beneficio: la necesidad de que la cultura no se diferencie de la práctica social de las masas.

Una vez establecido esto, nos lleva a puntualizar ciertas reflexiones acerca de la meta definitiva de la cultura socialista y del periodo transicional.

1. Como lo dejamos entender, el objetivo a que apunta la cultura socialista podría definirse como la superación de las antinomias que fundan la cultura burguesa. Antinomias que la burguesía ha erigido en tanto dogmas y ha institucionalizado, por ejemplo, universidad=académico versus política, para escapar a sus contradicciones aparentes, que se resumen a grandes rasgos en el hecho de que la minoría se aprovecha del producto elaborado por la mayoría. La antinomia más importante es sin lugar a dudas el divorcio que ha establecido la burguesía entre la teoría y la práctica. No solamente de ella ha brotado el concepto de cultura libresca o erudita y lo que constituye la base de la alienación en el trabajo, a saber la compartimentación entre el trabajo intelectual y el trabajo manual.

Dicha antinomia se ramifica al infinito, y para nombrar algunos de sus vástagos citemos las antítesis siguientes: cuerpo versus alma o materia versus espíritu, fuente del «idealismo», la ya citada trabajo versus ocio, ciencia versus ideología, &c. Todas estas antinomias que constituyen la trama fundamental de los mensajes de la cultura liberal legitiman la división en clases de la sociedad, que se ramifica ella misma en la división del trabajo y del espacio territorial (ciudad versus campo). La meta de la cultura socialista es construir una sociedad donde se reabsorban estas contradicciones que no hacen sino sustentar la ideología de la dominación, y que hacen del individuo que los alberga en su mentalidad de dominado el propio agente de su alienación. La nueva cultura apunta a una sociedad donde están suprimidas las clases, donde ciertos grupos [40] dejan de apropiarse del trabajo del otro «a causa del lugar diferente que ocupa en una estructura determinada de la economía social». Como escribía Lenin:

Por cierto que para suprimir enteramente las clases, no sólo hay que derribar a los explotadores, los grandes propietarios latifundistas y los capitalistas, no sólo abolir su propiedad; hace falta además abolir toda propiedad privada de los medios de producción: hay que borrar tanto la diferencia entre la ciudad y el campo, como aquella entre los trabajadores manuales e intelectuales.{10}

2. A través de esta reconciliación entre la teoría y la práctica, la cultura socialista busca lo que se ha dado en llamar el «politecnicismo».

En una organización comunista de la sociedad desaparece la inclusión del artista en la limitación local y nacional, que responde pura y únicamente a la división del trabajo, y la inclusión del individuo en este determinado arte, de tal modo que sólo haya exclusivamente pintores, escultores, &c.; y ya el nombre mismo expresa con bastante elocuencia la limitación de su desarrollo profesional y su supeditación a la división del trabajo. En una sociedad comunista, no habrá pintores sino, a lo sumo, hombres que, entre otras cosas, se ocupen también de pintar.{11}

Si bien es cierto que esta noción de cultura, en la fase superior del la existencia del comunismo como sistema de vida, constituye una meta relativamente lejana, de todos modos la transición del capitalismo hacia el socialismo debe tenerla siempre presente como fuente de inspiración para la acción y sacar sus grandes líneas de esta meta final. De hecho, la nueva perspectiva de un medio de comunicación de masas revolucionario descansa sobre esta idea de la necesidad de zanjar la diferencia entre representantes privilegiados y las masas. Esta idea puede servir de punto de partida para numerosos desarrollos, y entre ellos uno de los más importantes nos parece el de replantear el papel y el status de la pequeña burguesía intelectual y de los técnicos frente a un proceso revolucionario. Si estas categorías no quieren aprovecharse inconscientemente de un proceso para mantener incólume un status –e incluso abonarlo– que ha definido y consagrado el sistema burgués, deberían admitir que la meta de la desaparición de las clases implica en un cierto sentido [41] la negación de un status cuajado. En primer lugar, en tanto significa la permeabilidad o el acceso de las clases trabajadoras a la posibilidad de la creación artística, del trabajo intelectual y del manejo de la técnica, &c., y en segundo lugar, en tanto significa la pérdida del status de representante monopolizador del saber, o de la habilidad, y asimismo de todo detentor del código. Es inconcebible entrar en una revolución con un status definido por el sistema burgués y legitimado por las estructuras de la antigua sociedad, y llegar a la fase culminante del proceso revolucionario con este status incólume, es decir sin que en éste haya repercutido el remezón de las estructuras. En este sentido, la revolución significa la muerte del status burgués. En otras palabras, el nacimiento del hombre nuevo –en las categorías anteriormente favorecidas– significa la muerte del viejo hombre. Es también la muerte del autoritarismo y del paternalismo, que derivan de la concepción del saber reservado.

3. La cultura socialista no se elabora en un laboratorio o en un microcosmos, a partir de la imaginación. El proceso de formación de una cultura es dialéctico: es a la vez, la negación de la anterior, su superación y también su recuperación. No hay que olvidar que la revolución la hace una clase que ha recibido los elementos de su revuelta de una sociedad burguesa. La burguesía, como ya lo hemos dicho, presenta su cultura como la fase culminante y en este sentido estancada, de un proceso de superación del feudalismo, y pretende cristalizar todos los valores del humanismo.

La cultura proletaria no surge de fuente desconocida, no es la invención de hombres que se dicen especialistas en la materia. Todo esto es pura tontería. La cultura proletaria debe ser el desarrollo lógico de la suma de conocimientos que la humanidad ha acumulado bajo el yugo de la sociedad capitalista, de la sociedad de los latifundistas y de los burócratas. Todos esos caminos y senderos han llevado y siguen llevando hacia la cultura proletaria, de la misma manera que la economía política, trasformada por Marx, nos ha mostrado adónde tiene que llegar la sociedad humana, nos ha indicado el paso a la lucha de clases, al comienzo de la revolución proletaria...{12}
El marxismo ha conquistado su significación histórica universal como ideología del proletariado revolucionario porque no ha rechazado en modo alguno las más valiosas conquistas de la época burguesa, sino, por el contrario, ha asimilado y [42] reelaborado todo lo que hubo de valioso en más de dos mil años de desarrollo del pensamiento y la cultura humanos.{13}

Es en esta perspectiva que hay que entender la necesidad de permitir el acceso del pueblo a un conjunto de obras, literarias u otras. Sin embargo, para no caer en la política cultural en su versión burguesa, es necesario encarar la entrega de las obras, teniendo en cuenta la posibilidad de su penetración e internalización efectiva al prever una infraestructura de recepción. No basta por ejemplo lanzar ediciones populares «de bolsillo» –lo hizo el propio sistema capitalista inventor del pocket book–. Para que el libro se vuelva un vehículo acumulativo de cultura, debe seguir el mismo circuito crítico a que se quiere someter justamente el mensaje del nuevo medio de comunicación de masas. Desde luego, la crítica literaria o de arte se halla en el mismo momento despojado de su carácter de exclusividad y de su función monopolizadora de la interpretación de la obra, una crítica que pone y quita reyes a los antojos de los intereses de clase.

4. Quizá sea en el dominio de los medios de comunicación de masas que los resabios de la cultura burguesa traslucen más y que se evidencia a la vez con más claridad esta dificultad de discernir entre lo que es recuperable en la cultura burguesa y lo que definitivamente no lo es. Un primer escollo lo constituye la suma de los hábitos, de los prejuicios y de los reflejos adquiridos en una empresa de elaboración de la información capitalista: no solamente hay esta división del trabajo que impedía a un grupo discutir en conjunto la realización de su trabajo con un objetivo cultural explícito, sino que hay también esta costumbre que ha creado el autoritarismo del medio de comunicación de masas: incluso si el técnico de los medios de la sociedad burguesa estaba en condiciones de dominado y de coaccionado directa o indirectamente por la clase dominante, nunca ha puesto en tela de juicio su propia creación. De hecho, la sociedad burguesa bien puede haber desarrollado su orgullo profesional, su sentido de la perfección, &c.; en cambio, ha dejado en barbecho su responsabilidad social. Para la sociedad burguesa la única definición de la responsabilidad del trabajador es la de cumplir con su trabajo sin preocuparse de las repercusiones que su mensaje puede tener en el público, resumiéndose su sentido profesional en lograr la perfección formal y técnica, y la eficiencia mercantil. [43]

Otra área donde se palpa la necesidad de recuperar la herencia burguesa y de someterla a la crítica drástica, es la de los formatos y géneros que ha impuesto el negocio capitalista del medio de comunicación de masas. Hagamos particular referencia, a título ilustrativo, a la fotonovela y al comic. En el primer caso, en un proceso revolucionario se trata de utilizar un formato de mucha clientela y alta vulgarización, luchando contra la «memoria» colectiva que ha venido otorgando a este tipo de género seudoamoroso su significado caracterizado por los objetivos de fuga de la realidad y ensueño, es decir, disolver la connotación ideológica de este tipo de mensaje. La operación que consiste en cambiar el contenido de este género y que a grandes rasgos se resume en sustituir por nuevos valores la visión mistificada de la realidad que vehiculaba antes, es la expresión de la lucha de clases que se gesta en el interior mismo del medio durante la etapa transicional. Con la forma de presentar un determinado contenido que manipulaba el medio burgués, se trata de hacer pasar un nuevo contenido. Con una técnica connotada por sus servicios cumplidos en el régimen burgués, se trata de trasmitir un mensaje que apunta a crear un nuevo orden de valores. Si bien la problemática de readecuación del comic tiene mucho parecido con la de la fotonovela, reconoce también ciertos rasgos distintivos, los que imprimen las modalidades propias del género. Tributario de la sociedad que lo inauguró en el mercado, el comic estaba destinado a llenar el ocio de esta mismo sociedad, cimentando sus valores y realizando la conformación con su orden. Ahora no se trata de desvirtuar su función de entretenimiento, sino más bien de hacerle cumplir su función dentro de un nuevo concepto del ocio, y en el contexto global del cambio, utilizarlo como un agente que permita el afincamiento y lo internalización de una nueva concepción del mundo y de las relaciones sociales. (No nos referimos desde luego a las publicaciones que utilizan los dibujos animados para hacer pasar un determinado mensaje explícitamente politizado y actúan con lemas y consignas.) El problema que se plantea en el caso del comic es el de desvirtuar la vigencia del concepto de la eficiencia mercantil que se proponía responder a gustos, estereotipados y deformados, del consumidor: la tradición del género, en efecto, ha impuesto esquematizaciones, tipificaciones al nivel gráfico que remiten a cánones estéticos propios del polo imperialista y de la sociedad de consumo que patrocina. Se trata paulatinamente de infundirle un sentido que hasta en la expresión gráfica remita a una realidad concreta y no a la seudorealidad universal, socialmente amorfa, que proyecta míticamente la realidad del emisor [44] imperialista. Estos dos ejemplos apuntan tan sólo a hacer visualizar una aseveración que ya hicimos acerca de la necesidad de cuestionar el instrumento técnico mismo con que se puede lograr la mejor participación de las masas y generar un nuevo tipo de medio de comunicación de masas. Un cambio de este medio exige un cambio en la concepción que tenemos de los instrumentos que contribuyen a permitir la expresión de la realidad.

De hecho, esta existencia de la lucha de clases en un material gráfico simboliza bien el descuartizamiento que caracteriza en la transición hacia el socialismo todos los intentos para cambiar el contenido de los medios de comunicación de masas, para crear una nueva cultura. Además, al tener que respetar las condiciones que nos impone el marco de la democracia formal, el principio de la competencia se presenta como uno de los elementos del juego al cual nos enfrentamos y que no podemos eludir. Bastó que el estado comprara una empresa editorial de revistas para que a la semana siguiente el consorcio de distribución latinoamericano de comics, situado en México, inundaron de publicidad diversos órganos de información o de entretenimiento y que programara una avalancha de héroes made in USA. Incluso sin concertarse los diferentes agentes del sistema burgués permiten que se restablezca el metabolismo de un cuerpo dañado en uno de sus miembros. De los desarrollos anteriores se desprende claramente que todas las esferas de problemas que giran alrededor del medio de comunicación de masas son significativos del conjunto de obstáculos que las fuerzas revolucionarias deben superar en todas las áreas del cambio, en un enfrentamiento económico-político e ideológico con su enemigo de clase. Este enfrentamiento no precisa de árbitros ni de jueces espectadores. Del mismo que la denuncia desde cátedras individuales queda superada, la actitud enjuiciadora debe volcarse hacia la construcción colectivo del nuevo orden, y sólo se logrará si la acción cultural surge de la presión de la masa movilizada. Este proceso compromete la responsabilidad de todos.

Santiago de Chile, marzo de 1971

Notas

{*} No se trata aquí de un texto centralmente teorético, sino de la presentación ordenada de un conjunto de ideas concebidas al calor de la problemática actual del proceso en Chile, en discusiones de equipo y con compañeros trabajadores de los propios medios de comunicación de masas.

{1} Véase A. Mattelart y M. Piccini, «Los medios de comunicación de masas: la ideología de la prensa liberal en Chile», en Cuadernos de la realidad nacional nº 3, Santiago de Chile 1970; A. Mattelart y L. Castillo, «La ideología de la dominación en una sociedad dependiente», Ed. Signos, Buenos Aires 1970.

{2} V. I. Lenin, «Cómo deben ser nuestros periódicos», en Obras completas, tomo XXVIII, Ed. Política, La Habana 1964, págs. 90-92.

{3} V. I. Lenin, «Una gran iniciativa (el heroísmo de los obreros en la retaguardia. Los 'sábados comunistas')», en Obras escogidas, tomo III, págs. 210, 250-51.

{4} A. Mattelart, «Los medios de comunicación en un proceso revolucionario», en Los Libros, Buenos Aires, enero-febrero de 1971.

{5} V. I. Lenin, «Una gran iniciativa», en op. cit.

{6} «¿Cómo entender la política? –escribía Lenin–. De entenderla en el viejo sentido, se puede incurrir en un error grande y grave. Política es lucha entre las clases, son las relaciones del proletariado que lucha por su emancipación contra la burguesía mundial. Pero en nuestra lucha se destacan dos aspectos de la cuestión: por un lado, la tarea de destruir la herencia del régimen burgués, de aniquilar las tentativas de aplastar el poder soviético, reiteradas por toda la burguesía. Hasta la fecha esta tarea es la que más ha ocupado nuestra atención e impedido pasar a la otra tarea, a la tarea de la edificación. Según la concepción burguesa, la política diríase que estaba desligada de la economía.» (Discurso pronunciado ante la Conferencia de toda Rusia de los órganos de instrucción política de las secciones provinciales y distritales de instrucción pública, el 3 de noviembre de 1920, en Obras escogidas, tomo III, pp, 524-25.)

{7} F. Engels, «Les communistes et Karl Heinzen» (octubre de 1847), en C. Marx, Textes 1842-1847, Cuadernos Spartacus, París, abril-mayo de 1970, pág. 33.

{8} L. Trotski, «Los compañeros de viaje de la revolución», en Literatura y revolución, Ed. Ruedo Ibérico, París 1969, pág. 62.

{9} El criterio de la integración social tiene que entrar en colusión con otro criterio que se basa en la edad o el sexo. Por ejemplo, hasta el momento se encaró implícitamente a las mujeres como un grupo subalterno. Desde luego, el grupo femenino reconoce tantas segregaciones cuando existen capas sociales y niveles de capacitación. Sin embargo, es objeto de una marginación por el único hecho de su sexo. De ahí que habría que encarar la política en materia específica de programas femeninos, respetando dos instancias fundamentales: primero, la destrucción de una imagen de la mujer basada en habilidades específicas y reducidos al ámbito de lo doméstico y de lo privado; segundo, el desenmascaramiento de la falsedad e inocuidad del modelo uniforme, universal, extranjerizante (vehiculizado por las revistas femeninas o la publicidad), y la restitución a la realidad femenina de su historicidad concreta.

{10} V. I. Lenin, «Una gran iniciativa», en op. cit.

{11} C. Marx y F. Engels, La ideología alemana, Ed. Revolucionaria, La Habana 1966, pág. 445.

{12} V. I. Lenin, «Tareas de las juventudes comunistas», en op. cit., tomo III, pág. 504.

{13} V. I. Lenin, «La cultura proletaria», en op. cit., tomo III, pág. 517.