La Alhambra
Granada, domingo 21 de abril de 1839
número 1
páginas 4-6

Jacinto de Salas Quiroga

[Editorial]

A donde quiera que tendamos la afanosa vista, por los yermos campos y derruidas ciudades de nuestra patria infeliz, encontraremos frentes holladas por la dura planta de la miseria, y corazones enaltecidos por la conciencia de su propia dignidad. Así que, cada día de la azarosa vida de la devastada España, es una página brillante de su extraña y curiosa historia. Por que la mengua no es sufrir, sino ceder al infortunio; no es arrastrar una existencia de penalidades humanas, sino tener un débil corazón que no sirva de valladar al dolor. Empero, ínterin ondea rasgado el pendón de España sobre las almenas de Guevara, ínterin el color nacional y la roja sangre que sus hijos derraman, ora en las faldas del alto Pirineo, ora en las feraces llanuras de la ateniense Andalucía, entre tanto, repito, que extraña en nuestros propios hogares, buscamos en tierra ajena el sustento de nuestros hermanos; en el mismo sitio en que lloramos de día, de noche entonamos cánticos de futura felicidad; y como el profeta de la amargura, gemimos con acentos de amor filial al ver desierta a la señora de las gentes, a la reina de las naciones pagando tributo. De tal modo cuentan los viajeros que, en el interior de África, existe una fuente que de noche destila suave miel, y de día vierte un licor de áspera y amarga bebida.

Generación es esta de contradicciones extrañas, en la que la mitad del mundo destruye abusos y la otra mitad lucha en vano por conservarlos; en que el joven es viejo de experiencia, y el anciano joven de corazón; en que la virtud y el estandarte de la gente pensadora, y el vicio ve arrastrar su manchado pendón bajo las horcas caudinas del pensamiento. Tras de él irán los observadores de sus infames códigos, y no podrán decir como los secuaces del islamismo. ¿Por ventura siente la oveja muerta cuando la desuellan? No, que nacidos a mejor creencia en las pilas bautismales, por hábito o remordimiento, llorarán lágrimas de sangre en su hora postrimera.

El tiempo, en su presuroso vuelo, aquietará el polvo de nuestro carro de victoria, y secará el frío sudor de la agonía de nuestros enemigos; el tiempo que, ciego y sordo, sigue impávido su carrera, sin ver nuestro dolor, ni escuchar nuestro lamento. Pero, el porvenir que es hijo de hoy, tiempo éste y tiempo aquel, tendrá lenguas mil para decir a nuestros nietos que si hemos arrastrado una existencia de angustias, hemos sabido luchar como hombres con el acero en el campo, con la palabra en las aulas y congresos, con la pluma en los escritos. Nosotros que creemos que la fe sin obras no es fe, que la ciencia es la rueda en derredor de la cual gira el mundo; nosotros que tal creemos, ora aprendemos, ora enseñamos, ora corremos a donde quiera que la palabra sagrada del saber se vierte en raudales de luz, ora con el dedo escribimos en la pared de Baltasar el anatema del crimen. La vida de los hombres de este siglo es un sacerdocio, por que en medio de la depravación e iniquidad, ni del odio ni de las pasiones tenemos que valernos; [5] que sufrir es nuestro deber, y los deberes es fuerza cumplir sin estrépito ni rencor.

¿Quien permanece impasible en esta pelea, quien?... En las formas mil que ofrece la lucha encarnizada que aqueja a España, ¿quien no toma parte?... Los unos consumen su vida en Navarra o Aragón, al filo de la espada de los fanáticos, y los otros la consumimos en las cátedras, en los consejos, en los libros, en los periódicos, enseñando y aprendiendo a avasallar a esa hidra, por que la fuerza material lucha con los fanáticos, y la fuerza pensadora con el fanatismo. Esta fuerza omnipotente, celestial, que vivifica nuestro ser y da vigor a nuestro labio, que enardece nuestra alma, que coloca nuestra frente bajo las plantas del eterno, y nuestros pies sobre la cerviz de los demás hombres, esta fuerza pensadora, mágico destello del poder increado, imán cuyo centro es el saber, ha engendrado este periódico en el cual escritores distinguidos piensan enseñar la palabra de vida, la ciencia de lo que pasa, el misterio de lo que fue, la inspiración de lo que ha de ser.

A los detractores del siglo es la mejor respuesta la creación de tantas obras de ingenio. Por ventura ¿no es general en el día olvidar las sillas curules, los mantos ducales, el acero brillante y dominador para confundirle, y con el mismo oído, con el mismo corazón, escuchar y sentir dulces verdades que, como las del evangelio, se acogen a veces, a pesar de la pequeñez del que las profiere? He aquí el triunfo de la virtud.

Digo virtud, por que yo proclamo alta y solemnemente que la ciencia es el sendero de la virtud, y que nada es bueno que al bien no conduzca. ¿Qué fuera sin esta garantía sagrada la más luminosa enseñanza? Qué utilidad sacaría el mundo de la ciencia, si en vez esta de contribuir a acelerar la perfectibilidad humana, sirviese al hombre tan solo de gala y atavío de prostitución? Quien no preferiría vivir en la ignorancia, si el saber debiera igualarnos a esos hombres viles que han arrastrado su siglo al borde de un precipicio moral?

Ya no, ya no, las doctrinas de la felicidad social han arrollado los principios de gloria nacional. El conquistador más dichoso, es por ventura otra cosa que un ladrón coronado? Una página sola de Cicerón vale más que la colosal gloria de Gengis Kan.

Todos los ramos del saber humano tienen su particular filosofía; por todos se pueden llegar a conocer las verdades primordiales de la existencia humana; con el auxilio de cualquiera de ellos es posible indagar las condiciones que la naturaleza nos impone para ser felices. He aquí como existe la fraternidad de las ciencias, de las letras y de las artes, porque cada ramo de los conocimientos humanos no es más que una letra del alfabeto de la sabiduría.

Estos principios, desenvueltos ahora en desaliñado estilo, deben presidir a la redacción de este periódico a la cual mi cualidad de transeúnte me hace extraño. Personas justamente apreciadas por su saber y excelentes dotes, célebres algunas en la moderna literatura, están encargadas de su redacción. [6]

Yo, viajero desgraciado, a quien han traído a la encantadora Granada recuerdos de familia y simpatías de artista, inscribo mi nombre en esta página con el respeto y veneración con que otros viajeros, mis predecesores, han inscrito el suyo en el magnífico palacio, hermano de este periódico en nombre y... yo así, lo deseo... en inmortalidad.

Jacinto de Salas Quiroga


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