Alférez
Madrid, enero de 1949
Año II, números 23 y 24
[página 9]

Meditación del baile

Escenario: un salón de fiestas vacío, en un gran hotel, orillas del Mediterráneo. Es un invierno, y temprano: quiero decir que un sol espléndido despierta a la tierra y al mar, repitiendo un saludo de milenios y que estoy solo, esperando entre zancadas al prosaico desayuno.

La enorme sala fue hecha para fiestas, es decir, para que jugasen las personas mayores. No hay por qué repetir la afortunada idea de Huizinga, del homo ludens: partimos de ella. El hombre es un ser que juega, que se divierte, es decir, que conscientemente se aparta de la seria y, en general, aburrida vida ordinaria. Pero quizá haya algo que decir sobre los juegos humanos en la actualidad: y esto fue lo que me puso a pensar un rato en el silencioso salón. Entre zancadas...

No soy muy viejo (alférez...), y por lo mismo no puedo comparar los tiempos de ahora con otros... de mis buenos tiempos. El joven compara el tiempo que vive con otros que otros vivieron, y que él reconstruye como puede: aunque no tengo aquí por qué silenciar mi sospecha de que el anciano sesudo está todavía en peor coyuntura, pues idealmente reconstruye también una época que el vivió, para cotejarla con otra que también él arbitrariamente crea, porque ya no la vive. Pero, en definitiva, tengo la impresión de que la gente, con menos diversiones, se divertía bastante más, pongamos hace cien años. Es una impresión nada más, pero la tengo.

¿Por qué creo esto? En el salón de fiestas, hoy ya un poco pasado de moda, veo una multitud que va a divertirse. Y a divertirse bailando, porque si no, no irían al baile, y las excepciones confirmarían también esta regla. Bueno, pues analizando lo que en el baile hacía aquella multitud, se verá que ese juego está minuciosamente reglamentado, rodeado de cosas anejas o ajenas, que, lejos de ser el accidente, son precisamente la gracia del juguete. En fin: que entre un poco de baile, un poco de conversación, un poco de comer y beber, otro poco de adorno y lujo, otro de música, un tanto de masa y salón, de arañas y orquesta, resulta un juguete notable. Un baile.

Muy bien. Recordemos ahora lo que hacen muchos chicos (no todos a Dios gracias) con los juguetes. En vez de divertirse con ellos se ponen a analizarlos, y, lo que es peor, a simplificarlos, a reducirlos a su primer principio. El niño rompe el juguete para ver lo que tiene dentro: le busca el motor, las tripas, la entelequia. Lo cierto es que, lo encuentre o no, se carga el juguete: lo destruye y se queda sin él.

El hombre de nuestro tiempo, entre otras cosas, ha hecho esto también: destripar los juguetes en vez de jugar con ellos. Así como el alcohol se toma puro, en forma de whisky, y no ya de vino, con todo lo que no era en la bebida pura borrachera, el baile es ya baile puro, pura pista, puro ritmo: se han perdido los viejos salones de decoración barroca, llenos de niñas casaderas, de gomosos de mamás, de severos censores: la gente joven (o vieja) ahora, en parejas sueltas, se apretuja en las boîtes, donde todo es baile y para el baile. Del mismo modo hemos llegado a la poesía pura, a la pintura pura y, en fin, al psicoanálisis, esa ola que ha invadido nuestro teatro, nuestra novela y toda nuestra concepción de la vida y de la sociedad. En virtud de la idea psicoanalítica, nada es nada, porque a todo se le quitan cosas que, como la carne y la piel en el cuerpo humano, son tan esenciales como el esqueleto, y sin las cuales estamos tan fuera de la realidad como en la visión puramente superficial.

A fuerza de positivizar, de relativizar, de analizar, nos hemos quedado con la pobreza elemental: con los elementos del juguete, que ya no sirven para jugar. Antes se divertía uno más en una romería que ahora en cincuenta bailes, todos iguales. Una copa de buen vino produce más placer que un barril de alcohol, aunque el principio espiritual del vino sea seguramente el alcohol que contiene. El amor moderno es en serie y aburrido: tanto, que ha sido necesario derogarlo y crear otros conceptos en su lugar.

Marxismo, americanismo y otros tópicos de nuestro tiempo (existencialismo, por ejemplo) son eso: juguetes rotos, vida vista con rayos X, psicoanálisis. El sol sigue luciendo, dorando pámpanos y azulando mares; pero ya nadie lo disfruta. Ya hemos dividido, hecho pedazos, lo que por definición era indivisible: el átomo. El juguetito que nos ha salido, para divertirnos cuando todos los demás, hasta los irrompibles, estaban rotos, se llama bomba atómica. Un bromazo.

Volvamos a jugar. Volvamos a respetar los juguetes y las reglas de juego: juguemos limpio y con ganas. Bastantes pesadillas tiene la vida para inventárnoslas por gusto. A la hora de trabajar, de organizar, de luchar, toda seriedad, todo análisis, toda prudencia, toda crudeza, será poco. Pero a la hora de jugar, juguemos tranquilamente y la vida será vida. Dejemos las danzas macabras y, de vez en cuando, bailemos en el viejo salón, cerca del parque y del mar.

Manuel Fraga Iribarne.


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