Alférez
Madrid, octubre y noviembre de 1947
Año I, números 9 y 10
[página 5]

Bajo una misma bandera

Nada más enteramente auténtico que ese abrazo fraterno a que, bajo la bandera militante de San Miguel Arcángel, nos convoca Alférez. En él se encuentran dos generaciones unidas por una fecha luminosa en la intención y clara en el gesto: el 18 de julio. La de los que marchamos en un alegre peregrinar por los campos de España con afán de redención y la de los que ayer, y aún hoy, nos acompañaron en nuestra ilusión quijotesca, sin mezcla de sanchopancismo. Este abrazo esta en la misma línea que la resolución tomada por la última promoción de alféreces de La Granja, de colocarse cada uno de ellos bajo el patronazgo de una de las estrellas de seis puntas que esmaltan el manto de la Virgen granadina de las Angustias, marcadas con el nombre de un oficial provisional perdido ya de nuestras filas por la muerte.

Cada generación de alféreces aporta a este abrazo lo mejor de su haber. Los provisionales aportamos la acometividad, el arrojo, la intransigencia, a que fue preciso acostumbrarnos en tiempos de lucha, y también –bueno es decirlo– un poco de amarga desilusión. Los nuevos alféreces traéis, sobre todo, una fe nueva, sin gastar todavía en la lucha por la vida o por la traición de los jefes: esperanza firmísima en vuestro porvenir y en el de nuestra vieja Patria; comprensión para una precisa inteligencia nacional. Es decir, vosotros nos dais, a cambio de nuestras virtudes cardinales, vuestras virtudes teologales.

Dejad, hermanos, que –sin caer en un peligroso casticismo–, retengamos y os demos como temas de meditación de esta Orden de Caballeros Alféreces, a que nos llamáis, aquel popular rumor que nos llevó a entrar en las filas en que se prometía la muerte como premio por la redención de la Patria: «Alféreces provisionales, cadáveres efectivos» y «La primera paga, para el uniforme; la segunda, para el entierro». El 1 de abril de 1939 se dejó ir, desperdigada, toda esta fuerza explosiva de la que, paternalmente, el hoy Patriarca de las Indias me dijo: «iAh! ¿Usted es alférez provisional? Eso es peor que el sublimado corrosivo.» Y así era, efectivamente: peor que el sublimado corrosivo para hacer el bien, para toda labor entera en la que fuera preciso dar, sin exigir nada.

Los oficiales provisionales dimos lo que se nos pidió en la guerra, pero en la paz se nos pidió tan poco, que no nos hemos acordado de que este clima de paz, de ansia de ser y de trabajo es nuestro. Porque de la victoria para aquí sólo es nuestro este clima. Y nada más. Con autenticidad propia de generación no hemos hecho aún nada. Quizá nuestra juventud lo ha impedido. Pero hoy ya es hora de que vayamos pensando en la obligación de dar un contenido «nuestro», «enteramente nuestro», a la Cruzada nacional.

De estas mis meditaciones de hace ya algunos días, me ha despertado la flor de una generación no enteramente ligada a la mía, pues tiene en sus filas demasiadas hojas secas que el viento del horror a la disciplina –gatitos de campamento–, de la entrega generosa, sin dobleces, a una idea –coqueteos liberalmaritenianos– y de la frívola insustancialidad arroja al fuego de la seudojuventud. También hemos perdido nosotros algunos –pocos, afortunadamente– ante las voces de sirena que los impelían a lo cómodo, lo fácil, lo gris. Estos tales, ya «fofos», con demasiados tejidos adiposos tapándoles el corazón y demasiados números cegándoles la inteligencia, han de ser arrojados del Escuadrón del Celestial Alférez. Que sus cuerpos abandonados a las tinieblas de la noche sean cabeza ajena de escarmiento para los hoy leales.

La llamada ha partido de vosotros, hermanos menores, que militáis con honor en la Orden de la «Alferecía» , por eso estoy seguro de que no os mueven –en esta hora de confusión y egoísmo– bastardos intereses políticos, sino fe, entusiasmo, amor y deseos de unidad en la empresa cultural y espiritual de España.

Para este Escuadrón de San Miguel Arcángel queréis que dé la voz de marcha la figura gallarda, eternamente juvenil, de José Antonio. Nadie mejor podíais haber escogido para la Capitanía. Su vivir intranquilo y batallador pudo hacerle recibir cristianamente sereno la muerte. Quizá su mejor doctrina sea ésta: la recepción de la muerte sin una mueca teatral y sin una humana cobardía.

Ya no nos falta, hermanos, para este abrazo más que un signo y un guión por el que las gentes nos conozcan y nos distingan, y yo os propongo el mejor: la estrella dorada de seis puntas –rueda de la fortuna de la juventud española– sobre el fondo negro que cubrió nuestros pechos, indicándonos la provisionalidad en la vida y la cercanía y verdad de la muerte. Es nuestro emblema, el de los alféreces provisionales. AceptadIo como la mejor gala, jóvenes Caballeros.

Así ya, podemos marchar unidos bajo una misma bandera.

Sancte Michael Arcangele, defende nos in praelio!

Santiago Galindo


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