Alférez
Madrid, 31 de agosto de 1947
Año I, número 7
[página 8]

Hermandad de Alféreces

Después de la guerra española, contrariamente a lo acaecido en otras postguerras y por razones que no es del caso examinar, los excombatientes, aunque nutriendo en parte la vida política, no persistieron como una fuerza coherente y organizada. La aglutinación de las minorías y las masas se hizo en torno a las ideas y símbolos de la Cruzada, pero no, precisamente, en torno al mágico recuerdo de la hermandad de las armas. Y sin embargo, este recuerdo está, como un resorte intacto y lleno de posibilidades, en el trasfondo espiritual de muchos españoles que en el 18 de Julio tenían veinte años y que ahora llegan a madurez. Si se pusiera en pie y se encendiera con luz de esperanza, echando luego en esta luz el ardor todavía no gastada de la generación más joven, España habría encontrado su centro de impulsos, su motor. Como en lo sobrenatural el dogma va unido a la Cruz, y solamente abrazándonos a ésta llegaremos a vivir aquél, en lo natural los ideales humanos van unidos al heroísmo y a los sacrificios hechos en su nombre, y solamente avivando éstos lograremos mantener incólumes y operantes aquéllos.

El excombatiente, como tipo humano, es un elemento de dispersión, y amargamiento si queda aislado, rumiando estérilmente su hora heroica, y es, en cambio, un elemento de unión y de eficacia social si queda incorporado a compañeros de armas. La hermandad militar, proseguida en formas civiles, conserva intacto el sagrado hueco de los muertos. Si entre dos alféreces provisionales de treinta años se perpetúa la sombra de su antiguo camarada de promoción, muerto a los veinte, esta sombra dará hondura y fidelidad a sus vidas mucho mejor que todas las consignas y programas. No es que éstos sean innecesarios, naturalmente, sino que corren peligro de quedar estériles o de adulterarse cuando no se les encarna a diario en emociones colectivas.

El excombatiente tiene, además, una magnífica virtud: cierta mesura de hombre que sufrió, mesura que incluye y supone el ímpetu y la decisión de repetir siempre que sea necesaria la acción heroica. En los meses que precedieron a la última guerra mundial, por ejemplo, los excombatientes de 1914 fueron probablemente quienes más hicieron por evitar la catástrofe. Ahora, por el contrario –así ocurre estos días en los Estados Unidos–, son los que mantienen una vigilancia más viva, oponiéndose al avance ruso. El ex combatiente sabe pesar exactamente el esfuerzo de la lucha y el valor de la victoria, y ni se expondrá ligeramente a aquélla ni dejará que ésta sea menoscabada.

En la guerra española hubo un ex combatiente típico: el alférez provisional. Nadie se ha preocupado en estos años de seguir su historia, su historia luminosa durante la guerra y su historia oscura de desmovilizado. Y, sin embargo, alféreces provisionales son, aunque no lo recuerden o lo recuerden únicamente a solas, muchos profesionales e intelectuales que ahora frisan los treinta años. Algunos de ellos tienen, ciertamente, vida pública, pero no se sienten portadores de una responsabilidad de generación, de promoción, o por lo menos no encuentran en torno a ellos la asistencia de esta generación despierta y vigilante. Un recuerdo típicamente colectivo como el de la guerra, hecho de vida y muerte comunes, está partido en mil pequeños fragmentos y rebozado de romanticismo individual, esto es, desnaturalizado en su dimensión más profunda. Y sin embargo, si alguien metiera la mano en la ceniza caliente encontraría dentro el fuego de los muertos, el fuego del día de la jura; toda una teoría de ardores colectivos sobre los que aun ahora, a diez años, sólo es necesario soplar para que se alce la llama.

Esta calidad de alferecía es sobre todo un recuerdo vivo y lleno de gérmenes, y además el único vínculo real entre la promoción de los excombatientes y la de sus hermanos menores. Los universitarios actuales son, en su mayoría, alféreces de complemento. Acaso se haya hablado poco de esto. Todos los años el hilo glorioso de la alferecía, que nos amarra a tantas cosas esenciales, se enriquece con unos miles de cuentas más. El polvo de España sigue sirviéndonos de almohada en los campamentos, sigue poblándonos el alma, y queda allí como una voz grave que nos llama a la fidelidad y al servicio. Están, pues, la mayoría de los universitarios españoles de veinte a treinta y cinco años sellados con la estrella de seis puntas, y en ella arden los ideales más nobles. Ahora es cuestión de tomar estos ideales y desplegarlos en una dialéctica.

La construcción de esta dialéctica es lo que hoy más nos urge en España, mucho más que cualquier problema de otra índole. En la tarea podrían colaborar las dos promociones de alféreces: la primera pondría su madurez y su fondo humano y la segunda cierta visión esencial y serena de las cosas que parece distinguirla. Habría que huir, desde luego, del casticismo y del celtiberismo en sus muy varias manifestaciones, percatándose de que estos modos vitales no son las únicas encarnaciones posibles del ímpetu y de la gallardía. De buscar un patrono divino, éste sería San Miguel, combatiente esencial y con espada de luz, y de buscar un maestro humano habría que acudir a la serenidad de José Antonio, nutrida de jugos ardientes. Invocar al uno y seguir la lección del otro nos abreviaría trámites y palabras, y sobre todo nos daría lo más difícil de lograr y lo más necesario: un determinado tono vital, con cimera teológica y con plena encarnación humana. Este tono tendría que ser mucho más intelectual –mucho más mental– de lo que piensan o sienten algunos de los alféreces antiguos, y mucho más intransigente e impetuoso de lo que piensan algunos alféreces nuevos. Habría de poseer, además, una dimensión táctica –la táctica es parte de la inteligencia– y una sensibilidad agudísima para percibir la temperatura de cada hora histórica. La mayoría de las acciones jóvenes –pueden irse revisando una a una todas las surgidas en el mundo desde veinte años para acá– pecaron por un absoluto desconocimiento del punto de partida. Mientras el término ad quem –la meta– estaba muy claro, el término a quo aparecía envuelto en la más peligrosa vaguedad.

Todo esto es necesario cumplir, y hay que poner cuanto antes manos a la obra. Alférez agradecería a los alféreces le hicieran llegar de un modo u otro su pensamiento sobre estos puntos.

Alférez


www.filosofia.org Proyecto filosofía en español
© 2001 www.filosofia.org
La revista Alférez
índice general · índice de autores
1940-1949
Hemeroteca