Filosofía en español 
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Edmundo González-Blanco

Consideraciones actuales
Alemania en la guerra

Pacifismo belicoso y guerra pacifista

Todos los hombres de corazón de los países neutrales consideran inútil prolongar esta horrenda carnicería, que sólo sirve para favorecer ambiciones nuevas. Los alemanes también se muestran propicios a terminar, sin que les importe que algún interés propio no se reivindique. Empero, para desengaño de los que habíamos tomado en serio los conceptos de cultura y civilización, los aliados, que se dicen representantes exclusivos de estos conceptos, exaltan su fórmula de paz futura, paz que implica la prolongación de la guerra hasta el total aplastamiento de Alemania. Tanto ellos como los aliadófilos de los países neutrales, hablan de la guerra como si la paz debiera consistir en el aniquilamiento de los adversarios, y no en el justo restablecimiento del alterado equilibrio.

Curiosa muestra del pacifismo inglés nos da Bottomby, popular editor del John Bull, y cuantos en Inglaterra proclaman, como base de la victoria absoluta de la Entente, la destrucción de Alemania y el castigo personal de su emperador. Bottomby se decide por esta última solución, y se plantea todavía el siguiente problema final: «No podrá hablarse de paz, ni siquiera cuando hayamos expulsado a los alemanes de Bélgica. Es necesario, además, invadir a Prusia y aniquilarla, pulverizarla, aventarla. El Kaiser y el Kronprinz tienen que ser colgados. Por el logro completo de todo esto es por lo que pelean los soldados ingleses. Si el general Joffre nos anunció que la paz no llegará hasta que el poderío militar de Alemania sea destruido totalmente, yo agrego que esa paz no habrá de imponerse mientras no se hundan todos sus barcos y lleguemos triunfantes a Berlín.» Dejo al buen juicio del lector discreto si podrían aplicarse al mismo exaltado germanófobo inglés sus vergonzosas palabras, que se resiste uno a creer hayan sido escritas, por un hombre cuerdo.

Serenos y tenaces

Entre los horrores y las desolaciones de una lucha como en los tiempos antiguos no hubo ninguna, tan sólo la conducta de los alemanes da la impresión de gente resuelta, que sabe que lucha por su existencia, y que está decidida a defenderse hasta el final. Los alemanes son un gran pueblo, con un ejército que es disciplinado, valiente y atrevido, que se forma rápidamente y se mueve con facilidad.

El Tratado de Londres, la negativa a firmar una paz separada, el designio trágico que condena a un pueblo al aniquilamiento, no son más que actos de sorda desesperación frente a la potencia y la serenidad de la nación germana, que sigue inmutable su camino, sin preocuparse de los odios y sarcasmos de sus adversarios, y convencidos de que su fuerza noble y profunda es, para la humanidad, una constante inminencia de sorprendentes renovaciones.

En los alemanes, la mentalidad consiste en mirar el mundo, no como jardín de delicias o como yermo de nostalgias, sino como lira o palenque lleno de muchedumbre ansiosa, al cual descienden para dar la demostración de sus miembros de titán.

A ellos puede aplicarse como nación lo que de los individuos decía Víctor Hugo, conviene a saber: que en la lucha de la vida los únicos sublimes son los tenaces. Quien no es más que bravo, no sirve más que para una acometida; quien no es más que valiente, no representa más que un temperamento; quien no es más que esforzado, no tiene más que una virtud; sólo quien se obstina en triunfar, posee la verdadera grandeza. Casi todo el secreto de los grandes corazones reside en la palabra perseverando. La perseverancia es, con respecto a la energía, lo que la rueda con respecto a la palanca: la renovación perpetua del punto de apoyo.

La vida y los ideales

De lo hasta aquí declarado resulta henchido de razón el difunto general Moltke cuando, después de negar a Alemania la responsabilidad del conflicto, exclamaba, poseído de convencimiento:

«En el campo de batalla y dentro de la patria he tenido bastantes oportunidades de observar a nuestro pueblo durante esta guerra, y para juzgarle en ambas capacidades no existe más que una palabra: admirable. No hay bastantes elogios con que encarecer la manera con que esta mimada ciudad de Berlín está soportando la guerra. Un pueblo semejante no merece hundirse ni tampoco puede ser hundido.

El que afirme que esta lucha la hemos provocado para mejorar nuestros intereses materiales demuestra un total desconocimiento de la situación. No hemos entrado en ella por el afán de conquistar nuevos territorios, sino que sostenemos una gigantesca pugna para defender la existencia de nuestro pueblo, y al mismo tiempo defendemos la valía de la raza humana, los ideales del mundo y los bienes intelectuales.

No pretendo hacer frases, pero me siento con derecho a decir, sin que esto crea lo ponga nadie en duda, que hoy Alemania es el portaestandarte de la cultura del porvenir y del desarrollo de la mentalidad. ¿Puede ostentar esta representación [4] Francia con su decadente y casi muerta cultura? ¿Puede asumirla Inglaterra, cuyos únicos ideales consisten en enriquecerse a costa de los demás pueblos? En cuanto a Rusia, ni aun nombrarla siquiera es necesario.

Guerra popular

Nuestro pueblo debe tener conciencia de la tarea que pesa sobre él en esta guerra, y tampoco debe ignorar que cuanto hace es en beneficio propio. El término de la guerra no depende sólo del ejército. La masa civil de nuestro pueblo representará un papel muy importante en la terminación del conflicto. La actitud que nosotros observemos aquí, en nuestro patrio solar, se transmite por medio de millones de hilos invisibles e influye sobre la actitud de nuestros soldados. Esto lo sabe todo el que tenga conocimiento de las relaciones que unen a nuestro ejército con el conjunto de la nación y yo he encontrado nuevas ocasiones de convencerme de ello.

Nuestras tropas forman un ejército popular en toda la extensión de la palabra, ejército que se compone de nuestros padres, nuestros hermanos y nuestros hijos. No sólo dirigen éstos sus ojos al enemigo: también tienen miradas para nosotros. Su ánimo, su valor y su firmeza no son producto de la casualidad, sino que se les inspira desde la patria; por eso en el combate pelean por cuantos en el hogar permanecieron.

Hasta ahora este continuo e íntimo cambio de impresiones entre el pueblo y el ejército ha producido el resultado de dotar al último de una resistencia casi sobrehumana, y conozco bastante a nuestra valiente raza para saber que no decaerá esta actitud. Con toda seguridad obtendremos, no sólo una paz honrosa, sino una paz en la que nuestra superioridad mundial quede plenamente reconocida.»

Edmundo González-Blanco