El Liberal
Madrid, viernes 12 de junio de 1914
 
año XXXVI, número 12.534
página 2

Félix Urabayen

Pensadores españoles

No voy a hablaros de complicados problemas. No voy a envolverme en la clámide brumosa de Kant. Mi propósito es sencillamente deciros algo de un hombre y de un libro. Este hombre se llama Eloy Luis André; es un filósofo gallego, residenciado en Toledo. En cuanto al libro, es su última producción, la obra de su vida, La mentalidad alemana.

España, enferma y cansada de dar a luz, ha tenido y tiene médicos que la siguen diagnosticando. Costa reclamó la cirugía; Macías Picavea la encontró histérica, por razón de su formidable anemia; André la ve casi ciega; ciega como Homero y como Galdós, como las vidas largas y fecundas. Sólo que André, nuestro Fichte español, después de habernos estudiado en su Ética y en su Histrionismo, no nos sumerge en un remanso pesimista, donde sólo florece el loto de nuestra irremisible muerte.

André, el oculista filósofo, nos trae un trozo de sol, vertido en un libro jugoso, viril cuya luz optimista apaga nuestra eterna noche de tristes Destinos. Yo no voy a hacer un estudio, ni siquiera una impresión personal de su trabajo; la crítica, imparcial y honrada, libre de bandería, os dirá qué es y qué significa para España la obra de André. Yo os voy a hablar del hombre.

Es difícil conocer hoy a un escritor que no bulle, ni intriga, ni se exhibe en ágoras intelectuales, ni es político, ni entiende do toros. Recio y sano, con su rostro franco de afectuosa cordialidad, André examina benévolamente, un poco infantilmente, las almas.

Mientras sus ojos escrutadores os observan a través de los lentes, notaréis que hay mucho de amargo en lo que os va diciendo; la amargura del apóstol que sabe no ha de ser comprendido por los suyos, mientras no se presente con el nimbo de luz que fue preciso buscar fuera.

Pero no es la suya luz de bengalas, brillante y momentánea, destinada a iluminar unas horas la carroza de la Fama, que cruza rápida, entre el estruendo de tambores y clarines, idealizada por las sombras que la rodean, sino luz cegadora de sol castellano, que hoy sólo ilumina, desgraciadamente, llanuras estériles, y será algún día como lluvia de oro en un suelo fértil, agradecido y fecundo.

No es fácil, sin embargo, comprender a un hombre que se encierra en sí mismo, renunciando a esa vana popularidad, fin supremo de cuantos a diario corren tras un prestigio en el mundo de las letras. De la espuma substanciosa de sus ideas están viviendo algunos mercaderes literarios. Es preciso estar muy convencido del propio valer para resignarse, no ya a que pasen inadvertidas obras que en otros países han sido sancionadas y consagradas, sino a responder con un gesto gallardo a esta conspiración del silencio; lanzando un nuevo hijo espiritual que sabrá llevar muy alto por el mundo nuestro nivel intelectual.

Y, entre tanto, continúa trabajando. De la mañana a la noche, sobre sus cuartillas, este único discípulo español de Wundt, sigue vertiendo ideas y más ideas, sin preocuparse por quién ha de leerlas: y al atardecer, cuando el cansancio le rinde y el espíritu se niega a proseguir, le veréis en la vega toledana contemplando estas magníficas puestas de sol de que suele ser espectador único, y cuyo mayor encanto consiste para él quizá en el silencio y en la soledad que envuelve el paisaje como aureola de misterio...

Félix Urabayen

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Eloy Luis André
1910-1919
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