Filosofía en español 
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Luis Rivera

Declaración

El día 7 del corriente mayo publicó la prensa republicana de Madrid un documento de padre y muy señor mío.

En él se define la doctrina republicana federal, tal y como debe entenderse para practicarla en el gobierno, y no tal y como la quieren los que desean vernos eternamente en las filas rasas de la oposición.

El respetable público sabe que hay algunos (aunque pocos) entendimientos envidiables que se figuran que república federal es hacer cada pueblo lo que le de la gana, estableciendo tantas repúblicas independientes como los pueblos quieran, a la manera de aquel alcalde de un lugar de Aragón, que porque el gobierno le pedía el año pasado cuenta de unas tierras cultivadas contra la voluntad de su dueño, contestó de la siguiente resaladísima manera, palabra más o menos:

«Señor gobernador: advierto a V. S. que he tenido tres días la bandera de la república federal en el balcón de la cada de la Villa, y por lo tanto no tengo que darle cuenta de nada.»

¡Con muchos federales como este, ya haríamos suerte los republicanos, ya!

Y sin embargo, estos errores son muy naturales: todo el mundo se había preparado para echar a doña Isabel, pero pocos habían tomado sus medidas para fundar la república. Así es que la palabra federal nos cogió de nuevas. ¿Y es, por otra parte, extraño que el sencillo labriego se haga un lío, cuando los sabios han estado a punto de no entenderse?

Además, nos parece que el movimiento hacia la creación de un solo partido republicano iniciado por la prensa, es digno de ser imitado por todos sus correligionarios.

Ningún republicano federal español deja de llamar hermanos, y algo más, a los republicanos franceses; ninguno deja de hacer votos porque la república francesa triunfe. A todos nos regocija esta idea, y daríamos cuanto pudiéramos por conseguirla. ¿Es esto cierto?

Pues bien, los republicanos franceses piden, quieren y establecerán la república unitaria.

De modo que nosotros, republicanos españoles, tendremos por buenos republicanos a los que trabajan en Francia por establecer la república unitaria, mientras nos declaramos enemigos, anticipadamente, de los españoles que trabajan aquí por establecer una república a la francesa.

Por más que discurrimos, no hemos podido comprender la profundidad de miras que han tenido los que así piensan; pero, como hombres de partido, acatamos su parecer. Excomulguemos, pues, a los republicanos a la francesa, y amemos a los republicanos franceses, toda vez que no se opone lo uno a lo otro.

Pero ¿hay en España republicanos unitarios, propiamente dichos? No señor, y esto es precisamente lo que la Declaración de la prensa republicana pone de manifiesto.

Aquí somos todos republicanos federales, aunque no federales como el alcalde el pueblo de Aragón, y el que lo sea como él, que alce el dedo y con su pan se lo coma.

Dicho esto, cumple a Gil Blas copiar las cuatro bases que sirven de fundamento a esa Declaración, ya que la circunstancia de no ser periódico grande ni diario le impide insertarla íntegra.

Primer punto. –«Los que suscriben, –que han estimado y estiman conveniente apellidarse republicanos federales– han entendido y entienden por república democrática federal aquella forma de gobierno que, reconociendo y manteniendo la unidad nacional, con sus naturales consecuencias de unidad en legislación, de fuero, de poder político e indivisibilidad del territorio, reconoce y garantiza, bajo esta unidad, la autonomía completa del municipio y de la provincia, en lo que toca a su gobierno interior, y a la libre gestión de sus intereses políticos, administrativos y económicos. No es, por tanto, la república que defienden la confederación de Estados o cantones, independientes y unidos solo por pactos y alianzas más o menos arbitrarias. Tampoco pueden aceptar la descentralización meramente administrativa, tal como la entienden algunas escuelas liberales; porque la descentralización explicada de esa manera, es la concesión gratuita del poder, y no el reconocimiento del derecho, que radica en la naturaleza misma de los municipios y de las provincias.»

Segundo punto. –«Y a su vez, los que suscriben, –que han creído preferible el dictado de republicanos unitarios– han entendido siempre por república democrática unitaria la forma de gobierno que reconoce y consagra el principio de la soberanía del pueblo, ejercida por medio del sufragio universal; la que garantiza los derechos individuales superiores y anteriores a toda ley; la que defiende la unidad de poder político, de legislación y de fuero, y la integridad del territorio de la nación; la que consagra la independencia del municipio y de la provincia en cuanto se refiere a su régimen y gobierno interior y a la gestión libre de todos sus peculiares intereses administrativos, económicos y políticos.»

«Ni los unos ni los otros hemos olvidado, por consiguiente, los principios fundamentales que la democracia española ha defendido y consagrado en documentos solemnes y con amplitud y claridad singularísimas, en el memorable manifiesto de 15 de marzo, suscrito por las personas más distinguidas de nuestra comunión y aceptado con aplauso general, y por nadie desde entonces contradicho.»

Tercer punto. –«Creemos que el derecho de insurrección sólo puede ejercerse en el caso de una completa y sistemática violación por parte de un gobierno de los derechos naturales o de las leyes constitutivas del país; violación que no pueda ser reparada en el terreno legal. Toda tendencia anárquica y demagógica es, por tanto, ajena y contraria al partido republicano español.»

«No cabe negar, empero, que el derecho de insurrección se convierte a veces en deber ineludible, cuando se repele la fuerza con la fuerza, contestando a inicuas agresiones de arbitrariedad y tiranía contra las libertades y los intereses de la nación: recurso último y doloroso a que apela el honor ultrajado y la dignidad ofendida de un pueblo indócil a soportar el yugo de la esclavitud política y social.»

Cuarto punto. –«Muchos evocan todavía contra nosotros el espectro aterrador del socialismo. Mas el socialismo, en sus diversas soluciones económicas y sociales, no forma parte integrante, según opinión de los que suscriben, del dogma republicano. Todas las escuelas socialistas, mientras no contraríen los principios fundamentales de la democracia española, caben dentro del partido y sus soluciones constituyen una cuestión enteramente libre.»

Solo nos resta añadir que la Declaración consabida está firmada por los siguientes ciudadanos de pelo en pecho:

«Bernardo García, por La Discusión; Pablo Nogués, por El Pueblo; Luis Rivera, por Gil Blas; Andrés Mellado, por La Igualdad; Miguel Morayta, por La República ibérica, y Miguel Jorro, por El Sufragio universal.»

Acaso haya algún republicano que no esté conforme con esta declaración; no nos extrañaría; dice que Dios es infinitamente bueno, sabio y poderoso, y sin embargo, hay quien tampoco está conforme con él.

Luis Rivera