Revista Ibérica
Madrid, 15 de abril de 1862
Tomo III, número I
páginas 38-53

Francisco de Paula Canalejas

Recepciones académicas

Discursos leídos ante la Real Academia Española, en la recepción pública del Sr. D. Ramón de Campoamor, el día 9 de Marzo de 1862.
Discursos leídos ante la Real Academia Española en la recepción pública del Sr. D. Juan Valera, el día 16 de Marzo de 1862.

I

La vida de nuestras Academias va en aumento, y este es un fenómeno que halaga y consuela a los que, como nosotros miden la importancia y la grandeza de las naciones más por su vitalidad científica, que por su desarrollo material y por sus demostraciones guerreras. Y no sólo es este el fenómeno que nos mueve a felicitarnos en lo que respecta a las Academias, sino que también merece en nuestro sentir aplauso, el que, desnudándose estos cuerpos de añejas preocupaciones literarias, consagren con sus votos, todas las tendencias de la actividad intelectual de nuestros días, por más que se separen de las reglas y criterio, que como dogmas críticos, había exigido el exclusivo espíritu de escuela.

Nos sugieren estas observaciones, los nombres de D. Ramón de Campoamor [39] y de D. Juan Valera, conocidos como poetas originalísimos en su carácter y tendencias, y apreciados como pensadores y periodistas, que no han abdicado nunca el genio propio, la fisonomía especial, que los distingue por sacrificar en los altares de este o aquel dogma o principio literario o científico. Bajo esta relación, no son desemejantes los dos escritores que han obtenido la merecida honra de figurar en el alto cuerpo científico que los llamó a su seno. Personalistas ambos (y admítase el calificativo en gracia del uno de los escritores de que tratamos), pensadores independientes, escritores humoristas aunque en distinto grado, sin aparecer ni uno ni otro afiliados a ninguna de las grandes escuelas que hace treinta años se disputan el gobernalle de la ciencia, los Sres. Campoamor y Valera, expresan el instinto individual que se apodera de nuestra sociedad, cuando sólo escuchamos voces proféticas, anuncios de renovación e himnos al porvenir, señal evidente de que lo pasado ya no palpita y lo presente carece de base sólida y firme cimiento. En esta conturbación general del espíritu que nos rodea, los Sres. Campoamor y Valera se han decidido a pensar por sí, y a escribir según su sano criterio y su inspiración particular les dicte, por más que ni uno ni otro, se separen de la ancha vía porque camina el siglo, por más que uno y otro no maldigan, sino que esperancen en la cultura y progreso de nuestra época. De este carácter dimanan los rasgos especiales, las bellezas que abundan en las producciones de ambos escritores, y de este carácter se originan asimismo los errores en que incurren y los lunares que alguna que otra vez aparecen en sus obras.

Buena prueba de este juicio son los discursos asunto de esta crónica. El inspirado autor de las Doloras, el dulcísimo [40] poeta de Flores y ternezas, el cantor de Colón e ingenioso autor del Personalismo, toma como asunto de su discurso, un tema que desde luego revela la originalidad de su ingenio y en su desenvolvimiento hizo patentes las aspiraciones que anidan en su inteligencia. Cree el Sr. Campoamor que la metafísica limpia, fija y da esplendor al lenguaje; cree que la ciencia única que puede definir, precisar y rejuvenecer el lenguaje es la metafísica, y en nuestro humilde juicio la proposición es verdadera y es cierta, y en las brillantes páginas que consagra a probar su tesis, hace gala de lo lozano de su fantasía, al par que de lo perspicuo de su intuición, del gracejo y donaire con que maneja la lengua a la vez que del juicio, profundo las más veces, discreto siempre, con que justiprecia los hombres, las edades y las doctrinas.

Comprendemos fácilmente la sorpresa del grave auditorio que escuchaba su peroración, al oír los peregrinos aforismos con que el nuevo académico enlazaba su argumentación; comprendemos la impresión que pudo causar lo desembarazado y humorístico de la forma; pero la manera y estilo especial del escritor, en nada amengua la verdad y la trascendencia del principio que en materias de lenguaje erigía como principio primero el Sr. Campoamor. Comprendemos que los avezados a estudiar la teoría del lenguaje, a la luz de las doctrinas de la gramática general, nacida de las escuelas de Condillac, La-Romiguiere y otros sensualistas, escucharán con sobresalto aquellas afirmaciones, que herían en su raíz semejantes concepciones; pero este sobresalto y esta extrañeza, no desvirtúa la eficacia que en materias de lenguaje tiene la proposición sostenida por el Sr. Campoamor.

En vano se intentará estableciendo un distingo, entre lo que se llama metafísica divina y metafísica humana, destruir [41] la tesis; porque la metafísica humana, es el sistema, la expresión de esas leyes eternas grabadas por Dios en nuestra alma, que constituyen la llamada metafísica divina, y así han entendido la metafísica antiguos y modernos, y no hay otra manera de entenderla. En vano se añadirá que los grandes metafísicos no han sido siempre buenos escritores; porque esto sólo probaría lo afirmado en la misma proposición, es decir, que no todos los metafísicos han sido buenos escritores, lo que es ajeno a la cuestión, que versa sobre si la metafísica corrige, determina y fija el lenguaje. En vano se contradecirá el juicio de que Kant desentecó la lengua alemana, porque no se pondrá en tela de juicio que la libertad con que trató la lengua el gran filósofo, abriendo ancho campo a su crecimiento, y con sus mismos neologismos, necesarios para la expresión de pensamientos nuevos, inauguró un período para la lengua alemana, que hizo posible su gran siglo de oro, según afirman críticos eminentes. Adviértese desde luego que estas observaciones no invalidan el pensamiento del Sr. Campoamor, como tampoco lo desvirtúan en nuestro sentir algunas doctrinas y juicios que sobre el particular leemos en el discurso del Sr. Valera. Como si intentara poner un correctivo a las teorías de su colega, el Sr. Valera en las primeras páginas de su discurso de recepción (pág. 10), nos dice que yerran los que abusan de un tecnicismo innecesario en materias filosóficas y políticas, en lo que dice bien el nuevo académico, si el tecnicismo es innecesario; pero a renglón seguido explicando el por qué es innecesario, añade: «que todas sus teorías y aún otras más alambicadas y sutiles, pueden expresarse en el habla en que nuestros grandes místicos se expresaron,» opinión que creemos infundada, primero, porque siendo nuevo y desconocido en los pasados siglos el [42] pensamiento que hoy se trata de expresar, no es humanamente posible que existiera forma de expresión adecuada y rigurosamente precisa, como el estudio filosófico lo exige, y lo segundo porque el habla de nuestros místicos, si exceptuamos algunos capítulos de fray Luis de Granada, es antifilosófico, por lo vago y eminentemente figurado, calidades que convenían a la tendencia místico-española y que no convienen al recto y preciso sentido exigido por la ciencia moderna. Si este juicio se nos antoja equivocado, el movimiento oratorio que lo continúa, es en nuestro sentir mucho más erróneo. Si el estudio de la filosofía hubiera menester de una renovación del idioma español (lo que ni siquiera es concebible) deberíamos todos los españoles aplicarnos a esa renovación, porque era asunto de vida o muerte para España, decimos nosotros, en vez de renunciar para siempre al estudio de la filosofía, como aconsejaría el Sr. Valera, porque tal consejo equivale al de renunciar al atributo de la racionalidad, que es el que tenemos en mayor estima, entre todos los atributos humanos.

Entiéndese desde luego que son estas, exageraciones poéticas, y no juicios pensados, que al fin poeta es y excelente el Sr. Valera y como tales exageraciones deben entenderse asimismo, aquellos otros calificativos de frase bárbara y peregrina con que saluda a los libros de filosofía que hoy privan; porque el Sr. Valera harto sabe que nuestra lengua carece de tradición filosófica, que el lenguaje filosófico debe formarse, y que más hace por la lengua, el que busca el sentido prístino y natural de las palabras y de las frases, su sentido ideológico, que aquellos que se obstinan en conservarles la significación traslaticia y figurada que tienen, gracias a la influencia omnímoda y por lo tanto desenfrenada del [43] lenguaje poético, y que no es bien calificar de bárbara la frase que carece de ese perfume que se cree muchas veces poético, cuando es sólo afectado y como tal enojoso. Por lo demás, la tesis es fácil de demostrar; los que opinan como el Sr. Valera, los que creen que el lenguaje filosófico existe, tómense la molestia de traducir en castizo lenguaje filosófico, una página de esos libros escritos en frase bárbara española, y si salen airosos de la empresa, si el rigorismo y precisión científica nada pierden en la traducción, si las condiciones dialécticas no se alteran, nos damos por vencidos y haremos coro con los anatematizadores; pero si tal no sucede (como no sucederá) permítasenos que continuemos creyendo, que el lenguaje filosófico se está formando, que es preciso, no esa renovación de que se nos habla, sino la reconstitución de palabras y de frases en su sentido directo y propio, según los cánones de la propia lengua, que es necesario algún neologismo, y que el organismo y desarrollo progresivo de la lengua facilita los medios, por más que así no puedan creerlo los que consideran a las lenguas como una masa inerte, como una hermosa vestidura que encierra las creaciones del pensamiento de pasados siglos, que fueron en su sentir, de tanta magnitud y grandeza, que agotaron toda la fuerza y vitalidad de la lengua, llevándola a su último desarrollo y más perfecta perfección.

Y esta cuestión nos vuelve como por la mano al tema del discurso del Sr. Campoamor. El nuevo académico comienza su tarea rechazando las teorías místico-materialistas que consideran la palabra coma necesaria para pensar: el Sr. Campoamor cree como S. Agustín, que existe el pensamiento o sea el verbum, la palabra interior que se puede expresar por la palabra articulada o por otro cualquiera signo corporal, y la vox que es la palabra articulada, y dada esta distinción, [44] supone lógicamente, que para expresar el verbo interior por la palabra, es preciso que aquel exista, porque el verbum, es anterior a la vox cuando menos con una anterioridad lógica. Dedúcese de esta teoría que la palabra es sólo el eco del pensamiento, y como efecto del pensamiento, sus leyes deben ser las leyes del pensamiento.

Esta es en último análisis la verdad sostenida por el señor Campoamor, y la teoría data por lo menos de S. Agustín, si es que no queremos buscarle más antiguos progenitores. Quizá no se descubran (en nuestro sentir) en el discurso del señor Campoamor, los raciocinios metafísicos que demuestran su tesis; pero esa indagación metafísica, de la analogía interior del ser con la esencia que nos hace comprender al ser significándose a sí mismo, no tenía su lugar propio en un discurso académico y con sobrada razón la elimina el Sr. Campoamor siquiera para no ser molesto y enojoso a su literario auditorio. Pero si el pensamiento capital del discurso del Sr. Campoamor es tan conocido; como se advierte, preciso es conceder que algunos de los argumentos que presenta son exageraciones, que podemos asimismo calificar de poéticas. Cierto es que el convencimiento experimental, por sí y en sí considerado, no tiene la mayor importancia, por más que la ciencia no la rechace, sino que la coloque en su puesto y lugar, como el primero y más falaz de nuestros medios de conocer. Alármense en buen hora los empíricos y los sensualistas, griten los que proclaman como único y excelentísimo el método de observación y experimento en las ciencias morales y políticas, no por sus gritos ni por sus alarmas, si han de negar verdades que hace siglos enseñan los más gloriosos pensadores. Concedemos que esta verdad la enunció el Sr. Campoamor en forma algún tanto absoluta, pero el mayor o menor [45] atrevimiento de la forma, en nada perjudica a la verdad de la sentencia.

Asentimos asimismo, por ser cosa no menos averiguada, a la distinción que establece en punto a certeza el Sr. Campoamor entre las ciencias experimentales y la metafísica, digan lo que quieran los que heridos del mal del escepticismo, niegan a la razón la facultad de conocer la esencia, porque esta negativa pirrónica, como no fundada, pasa a la categoría de simple declamación.

Si de estas proposiciones generales, que se encuentran en el discurso del Sr. Campoamor, pasamos a lo que concretamente expone respecto a las tareas académicas en que va a tomar parte, en nuestro juicio, justo y atinado anduvo el felicísimo poeta, al aconsejar a la Academia, que no tenga en menos los estudios filosóficos, porque sólo en esos estudios encontrará las leyes y los preceptos de la filología crítica, porque sólo en esos estudios podrán hallarse los cánones literarios que impidan que el lenguaje falto de idea se convierta en alarido, y que los poetas y prosistas sean adoquinadores de palabras o acarreadores de palabras sin adoquinar. Aplaudimos con verdadera efusión estas censuras o estos consejos del nuevo académico; hace años que tal creencia es el único impulso que nos mueve a dar a la estampa nuestros desaliñados y humildes escritos, y así como siempre hemos creído que la falta de pensamiento filosófico era la causa del malestar político, así creemos como el Sr. Campoamor, que la falta de pensamiento y concepción filosófica, es el motivo del desden con que es mirada la poesía lírica, del abandono en que yace la dramática y del escaso florecimiento de los demás géneros literarios. Odiando a la filosofía, huyendo su contacto, nuestros literatos han conseguido aislar el arte, alimentándolo de [46] reminiscencias y pueriles devaneos, en tanto que la civilización interroga con palpitante anhelo a la ciencia, pidiendo pan y luz; separándose de la fecundante corriente porque camina la vida moderna, nuestros literatos vegetan, sin que el arte cree algo que sea hijo de estos tiempos, y así de renacimiento en renacimiento, de imitación en imitación, de ensayo a tentativa, corre la literatura contemporánea sin norte y sin derrotero, entreteniéndose, los más inspirados, en el culto de la forma, en el retoque y pulimento del lenguaje, en la rítmica combinación del tono, del acento y de la rima.

El Sr. Campoamor comprendió que en ninguna tribuna mejor que en el seno de la Academia Española debía resonar la advertencia y el consejo, y con la seguridad que presta el cumplimiento de un deber, pronunció esa originalísima oración, que será uno de sus mejores títulos de gloria, porque es una protesta contra los vicios que manchan las letras españolas, hecha en nombre de la ciencia, y por lo tanto de la verdad. Era preciso herir, y el nuevo académico hirió en la enconada llaga; era preciso romper con el dictado de la preocupación, y el Sr. Campoamor lo hizo; era quizá necesario separarse de la forma académica, y el Sr. Campoamor se separó de la manera ingeniosa y discreta que aparece en su brillante discurso.

Que existen algunos párrafos, algunas frases, quizá irreverentes, quizá violentas contra lo respetado y creído por los antifilósofos, que se leen juicios parciales en el discurso del Sr. Campoamor, no lo negamos, pero algo se ha de conceder a la irritabilidad del vate que se ve obligado en el año de gracia de 1862, a defender la metafísica, y sobre todo a probar que es útil y necesario su estudio. Cúlpese a los que hacen necesaria tal tarea, no se culpe al escritor que al [47] acometerla, no puede menos de sentir calor en las mejillas, y alguna indignación hija de su amor a la ciencia, en el fondo del pecho.

II

La Academia de la lengua al llamar a su seno al señor D. Juan Valera, premió (y perdone la modestia conocida de nuestro amigo y colaborador) a uno de nuestros más instruidos literatos, al erudito diplomático que en sus largos viajes estudió minuciosamente, así la literatura griega, como la italiana, así las letras alemanas, como la cultura portuguesa en Europa y en América, al docto crítico que saborea y hace gustar las bellezas del arte clásico, como pocos consiguen, al fácil, ameno y siempre correcto y castizo escritor, que enseñando deleita, y por último a uno de nuestros más inspirados poetas. Si a estas prendas se añaden los merecimientos del Sr. Valera en la prensa política y en la tribuna como diputado, fácilmente se comprenderá con cuánto motivo fue aplaudida la Academia por su elección.

El discurso del Sr. Valera guarda cierta analogía en el asunto, con el del Sr. Campoamor; ambos censuran y aconsejan; pero lo que el Sr. Campoamor aconseja lo censura como vicio el Sr. Valera, y de aquí que sea este discurso una refutación del anterior. Abundan en el discurso del señor Valera afirmaciones no menos temerarias que las que se han advertido en el del Sr. Campoamor, y notamos una falta de fijeza o coordinación entre las doctrinas, que bastaría para decidirnos más y más en pro de la tesis defendida por el Sr. Campoamor. Como ya hemos indicado, el nuevo académico truena contra la importación de doctrinas filosóficas extranjeras, aunque no le ciega el amor patrio [48] hasta el punto de que rechace toda escuela extranjera, sólo por ser extranjera, con tanto mayor motivo, cuanto que reconoce no existe tradición filosófica que reanudar. No acertamos en este punto a comprender con toda claridad el pensamiento del erudito académico. Condena la importación de las escuelas alemanas de la manera que se hace, y sobre este punto queda indicada la contestación, y sólo añadiremos a lo dicho, que la única escuela, que conocemos organizada entre nosotros y que desarrolla con plan, un pensamiento filosófico, tiene en nuestro país más eco que el alcanzado por los discípulos de Hegel, porque busca en el sentido popular, y en la tendencia y aspiración manifestada por el espíritu nacional, los medios y los modos de difundir la doctrina que enseña. Para convencerse de esta verdad, basta comparar los trabajos de esta escuela en Bélgica, en Alemania y en España, y se notarán los meritorios esfuerzos que se hacen en el sentido propuesto.

Se sobreentiende que al hablar nosotros de espíritu nacional, así como el Sr. Valera, nos atenemos al Carácter de raza y de nacionalidad, no a las preocupaciones que puedan existir hijas de esta o aquella influencia histórica, doctrina que declara el Sr. Valera al hablar de la idea y sentimiento de humanidad, según los modernos pensadores; porque de otra suerte, a respetar el sentido torcido moral o filosófico de los pueblos, hijo de accidentes históricos, caeríamos en el error de la escuela histórica, y negaríamos esa misma idea de humanidad como ser real y vivo, que con razón ensalza el señor Valera.

No convenimos con el docto escritor en que los idiomas lleguen a un momento de perfección, en el cual no es posible mayor crecimiento orgánico y verdadero y no convenimos, [49] porque así como en el desenvolvimiento de la razón humana no podemos concebir ese momento de perfección, no se nos alcanza cómo pueda conseguirlo el idioma, expresión de la vida del hombre, de su desarrollo y crecimiento. Esa perfección que descubre el Sr. Valera en el latín, y en el griego en determinados periodos de civilización, es puramente relativa con el tono, carácter y tendencia de aquella misma civilización; marca perfección bajo un solo aspecto, señala la consecución exclusiva de un solo fin de la vida, y los demás fines y aspectos postergados protestan e influyen, y en aquel punto comienza un periodo que se llama de decadencia, con relación al fin que hasta entonces había predominado. Augusto mismo alterando la lengua de Horacio y Ovidio en sus disposiciones legislativas, para ser fácilmente comprendido, nos demuestra esta verdad, y la lengua castellana, creciendo y desarrollándose en distinto sentido del poético, en el sentido filosófico, tendrá un legítimo y natural desarrollo, porque como el mismo Sr. Valera indica, la lengua es un organismo, y el ser organismo exige que sirva para la expresión de todo el ser espiritual y de todas sus manifestaciones. De la misma manera se alteró la lengua latina por el advenimiento del cristianismo, y sabido es que ninguno de los Santos Padres de la Iglesia latina pueden ofrecerse como modelos de clásica latinidad, y si no sucedió con la griega en igual grado (aunque sucedió) la razón es como sabe el Sr. Valera, la gran cultura filosófica de aquel idioma, en el cual habían escrito tantos y tan encontrados pensadores. Los Padres de la Iglesia griega encontraron formado el idioma filosófico y las novedades filosóficas y morales que traían, no eran tales que no tuvieran analogías de expresión con las escuelas platónicas, con las estoicas y con las socráticas imperfectas. [50] Añádase a esta consideración, el carácter literario y docto de la mayor parte de los escritores cristianos-griegos, y el fenómeno que cita como ejemplo que debe imitarse el Sr. Valera, se advertirá, que no puede ser imitado en la lengua castellana, porque no hay términos hábiles para ello.

Sentimos no poder aceptar tampoco el raciocinio con que el erudito escritor intenta robustecer sus argumentos históricos. Cierto que cada lengua brota del genio de la raza, y ya en el germen van todas las condiciones y las excelencias de la flor futura, y cierto que lo que no esté en la causa no puede aparecer en el efecto; ¿pero acaso está en el genio de nuestra lengua, el no ser analítica y el carecer de propiedad y verdad? ¿Es nuestra lengua como las semíticas lenguas, eminentemente figurada y sintética, que rechace la precisión, y propiedad que exige el estudio filosófico? No sostendrá tal el Sr. Valera, y no sosteniéndolo, sino creyendo como cree, sin duda que la lengua castellana es lengua indogermánica, y como tal analítica, el argumento flaquea y además contradice lo que resulta de aquella idea de la humanidad, que antes aceptaba, y es, que en ese germen de la raza, como siendo corazón del germen, está lo que de la humanidad y del ser humano es propio, y por lo tanto la racionalidad y el lenguaje discursivo e inquisitivo.

No comprendernos (como no sea un sofisma muy conocido en la escuela) lo que quiere decirnos el Sr. Valera a renglón seguido (pág. 16), acerca de que el pueblo es el que crea y muda el lenguaje, lo que aceptamos por no continuar discutiendo; pero este argumento tendría fuerza contra los que pretendieran crear o mudar el lenguaje (como son los que sueñan en lenguas universales empírica y convencionalmente formadas), pero no contra los que buscan dentro del [51] castellano, y con arreglo a sus cánones, y a lo más con los neologismos indispensables, formar el lenguaje técnico de la ciencia filosófica. El Sr. Valera finge en este punto vicios y errores para procurarse el goce de combatirlos. Igual observación debe hacerse sobre las elocuentes páginas que siguen, que sin duda endereza el Sr. Valera a los sistemáticos corruptores de la lengua, a los que alteran el léxico y la sintaxis de nuestra habla con galicismos, italianismos, o germanismos, por ignorancia o por descuido, y sin que necesidad científica, legitime sus novedades y alteraciones; pero que no alcanzan a los escritores filosóficos que obedecen a la necesidad y a la urgencia ya expresada.

Fuera ya de esta cuestión, en la que no hemos podido aceptar las doctrinas del distinguido crítico y nuevo académico, son mayores los puntos de concordia, y aplaudimos de todas veras muchos de sus juicios. Nada más verdadero y sensato que la justa censura con que condena a los escritores que aspirando a ser populares se convierten en vulgares. Con razón sobrada condena el Sr. Valera, a los que envilecen el habla y el espíritu, llevados de semejante deseo, y escritores podríamos citar en nuestros días y muy aplaudidos por ciertos críticos, que se empeñan más y más por esa senda reprobada. Pero en el bien concebido y mejor trazado bosquejo que hace de los orígenes en la poesía popular en la moderna civilización, advertimos algunos juicios en nuestro sentir equivocados, y muy en particular en lo que se refiere a las letras castellanas. No creemos que no existiera poesía popular en España antes del siglo XVI; no creemos que los romances no existieran antes de esta fecha y mucho menos que el poema del Cid sea un trabajo artificial y erudito, y que en su versificación se imite la versificación francesa de [52] las canciones de Gesta, como sostuvo ya M. Damas Hinard.

Creemos por el contrario, que existe una inspiración propia en las literaturas de la edad media, por más que aceptemos la presencia de las literaturas clásicas, así en el siglo VIII, como en el X y en el XIII, pero la nueva idea que descompone la lengua latina y crea en ella elementos artísticos desconocidos de los clásicos, crea asimismo un nuevo arte, que es propio y original, que permanece en particular en España alejado del arte erudito, hasta que el gran Lope de Vega armonizó el popular con el erudito, engendrando el teatro. Pero esta diversidad de juicios exige mayor dilucidación que la que cabe en este artículo, y bien será poner punto a la controversia, en gracia de los lectores de esta crónica.

Continúa el Sr. Valera combatiendo otros vicios y errores, haciendo alarde de su profundo juicio y de su vasta instrucción, y de la tendencia liberal y progresiva que anima así sus palabras como sus escritos, campeando en este como en todos, la forma elegante, correcta y castiza, propia de tan consumado hablista.

III

Detenido estudio merecen asimismo las contestaciones de los Sres. marqués de Molins y D. Antonio Alcalá Galiano. El distinguido autor de D.ª María de Molina, escribe con sin igual corrección un delicado e ingenioso estudio de Campoamor coma poeta, juzgándolo con recto sentido y elevado criterio, al mismo tiempo que opone un benévolo correctivo a algunas de las más atrevidas proposiciones del nuevo académico. El buen gusto y escogida erudición que tanto distinguen a las producciones del esclarecido poeta, avaloran este escogido trozo de crítica literaria siendo de notar cómo, [53] consagrado por el espíritu humorístico y paradójico de su nuevo colega, se lanza también al campo del discreteo, escribiendo un paralelo ingeniosísimo entre Cervantes y Napoleón, al mismo tiempo que apunta muy lúcidas observaciones sobre la filosofía de la historia.

En cuanto al Sr. D. Antonio Alcalá Galiano, dicho se está que siendo suyo el discurso de contestación al Sr. Valera, es un modelo de buena frase castellana. La lengua en manos del príncipe de nuestros oradores parlamentarios, luce toda su gallardía y gentileza, y el periodo que se admira siempre en sus labios, ostenta en sus escritos la sonoridad y perfección de los buenos días de las letras españolas. Las doctrinas que resplandecen en este discurso, son dignas de la elevada inteligencia e ilustrado espíritu del eminente orador.

IV

Creemos que estas dos recepciones formarán época en la historia de la Academia: ha resonado ya bajo aquellos venerandos artesones la voz del espíritu moderno: las tendencias que se anuncian y combaten en ateneos, cátedras y liceos, han encontrado por fin acogida en la Academia Española, y esta es para nosotros la importancia y trascendencia del suceso literario que nos ha sugerido las anteriores observaciones. Siguiendo por esta senda, la Academia Española evitará la suerte que hasta hoy la ha cabido, y al mismo tiempo sentirá en su seno algo de esta fuerza vital que hoy fermenta en todos los entendimientos, iluminando a los perspicuos, y fortaleciendo y virilizando a los enfermizos y apocados.

Valladolid, Marzo de 1862.

F. de Paula Canalejas

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