Voltaire, Diccionario filosófico [1764]
Sempere, Valencia 1901
tomo 6
página 57

Poseídos

De los que se jactan de tener relaciones con el diablo, únicamente los poseídos son los únicos a quienes no podemos contradecir. Cuando un hombre os diga: «Estoy poseído», es preciso creerla bajo su palabra. Los poseídos no están obligados a hacer cosas extraordinarias, y cuando las hacen, sólo es por superabundancia de derecho. ¿Qué podemos replicar al hombre que rueda los ojos, que tuerce la boca y que dice que tiene el diablo dentro del cuerpo? Cada uno siente lo que siente. Antiguamente el mundo estaba lleno de poseídos; quizás todavía pueda encontrarse alguno. Al pobre poseído que se satisface con tener algunas convulsiones y que no hace daño a nadie, tampoco tenemos derecho a causárselo. Si disputáis con él infaliblemente quedaréis debajo, porque os dirá: El diablo me entró ayer en el cuerpo, bajo de esta o de la otra forma; y desde entonces padezco de un cólico sobrenatural que no puede curar ningún boticario. Con semejante hombre no se puede tomar otro partido más que el de exorcisarle o el de abandonarle al diablo.

Es lástima que hoy día ya no haya poseídos, ni magos, ni astrólogos, ni genios. Apenas podemos concebir hoy el gran recurso que eran todos esos misterios hace cien años. La nobleza vivía entonces encerrada en sus castillos; las noches de invierno son muy largas y las gentes se hubieran muerto de fastidio si no hubieran tenido a mano esos nobles recreos. No había ningún castillo en el que no se presentara una hada en días marcados, como lo hacía la hada Merlusina en el castillo de Lusignán. El montero mayor, hombre flaco y curtido, cazaba con una jauría de perros negros en el bosque de Fontaineblean. El diablo torcía el cuello al mariscal Fabert. Cada aldea tenía su hechicero o su hechicera; cada príncipe su astrólogo; todas las damas se hacían decir la buenaventura; los poseídos corrían por los campos; disputaban quién había visto al diablo y quién lo veía: todo esto era materia para conversaciones inagotables, y todos los espíritus vivían con sobresalto. En la actualidad jugamos insípidamente a la baraja y puede decirse que hemos perdido habiéndonos desilusionado. [58]


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