Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano
Montaner y Simón Editores, Barcelona 1897
tomo 22
páginas 319-322

Francisco María Arouet de Voltaire

Biografía. Célebre poeta y escritor francés. N. en Chatenay, cerca de Sceaux, a 20 de febrero de 1694. M. en París a 30 de mayo de 1778. Fue el hijo tercero de Francisco Arouet y de María Margarita Daumart, los dos originarios del Poitou. Se ha discutido mucho el lugar y la fecha de su nacimiento. De ésta y todas las cuestiones de la vida de Voltaire, hallará el lector noticia en el artículo dedicado al gran escritor en la Nueva biografía general (t. XLVI, col. 363-448) publicada en París por la casa Didot. El padre de Francisco María había sido notario en París, y obtuvo en vida de su famoso hijo el cargo de tesorero del Tribunal de Cuentas. Velando por la educación de su hijo, le llevó en 1701 al Colegio de Luis el Grande, dirigido por los Jesuitas, y en el que se instruían los niños de la primera nobleza. Fue Arouet un brillante discípulo de dicha escuela en los siete años que permaneció en ella. Ya en 1705 compuso para un soldado inválido una poesía que le valió la amistad de Ninón de Lenclós, la cual en su testamento le dejó 2.000 libras para que comprase libros; en 1710, J. B. Rousseau, que asistió a una distribución de premios, oyendo proclamar varias veces el nombre del joven Arouet, le llamó, le abrazó, y le anunció un brillante porvenir. En dicho colegio tradujo el joven en verso francés una Oda a Santa Genoveva, por el Padre Le Jay; compuso una tragedia que quemó más tarde; vertió al francés la Oda sobre el verdadero Dios, por el Padre Lefevre, y escribió varias bellísimas, aunque breves composiciones, sobre Galatea, Leandro, etc. imitadas de la Antología. Al salir del Colegio de los Jesuitas en 1711 conocía bien el latín, poco o nada el griego, nada la Historia, ni la Filosofía, ni las Matemáticas. Enviado entonces a las escuelas de Derecho, pronto se decidió a cultivar exclusivamente las Bellas Letras. Admitido en el mundo de los grandes señores libertinos, tales como el príncipe de Conti y el duque de Sully, inició su carrera literaria con la oda y la poesía sagrada, géneros para los que, sin duda, no había nacido. En la misma época comenzaba a trabajar en una tragedia de Edipo. Alarmado su padre por la vocación literaria del hijo, y aun más inquieto por la afición del mismo a los devaneos, le hizo secretario del marqués de Chateauneuf, embajador en Holanda. Arouet, en la Haya, se entregó a la disipación, y tuvo amores con la hija de madama de Noyer, la cual se quejó al marqués, siendo esto causa de que el secretario recibiera orden de volver a Francia (18 de diciembre de 1713). En París se ocultó de su padre, que le había desheredado y trataba de prenderle. Para reconciliarse con el autor de sus días, consintió en ingresar en el estudio de un procurador. No dejó por esto de concurrir a los salones y de escribir Hermosas Epístolas para la condesa de Fontaines y para otras damas. Desesperado se sintió en 1715 cuando su padre le puso bajo la guarda de Caumartín, su tío materno, que le llevó al castillo de Saint-Ange, cerca de Fontainebleau. Allí concibió la idea de un poema que debía ser La Enriada, y de una historia, El siglo de Luis XIV. Resuelto a seguir la carrera de las Letras y a vencer con buenos triunfos literarios la resistencia de su padre, se retiró a Nuestra Señora de las Virtudes para retocar su tragedia de Edipo. Muerto Luis XIV, parece que Arouet, ligado con la libertina sociedad del Temple, no fue de los que menos criticaron al nuevo gobierno. Acusado de ser autor de los versos en que se aludía a las supuestas relaciones criminales entre el regente y su hija la duquesa de Berri, aunque se defendió en versos todavía más cínicos que no demuestran su inocencia, hubo de ser desterrado (5 de mayo de 1716) a Tulle, si bien logró muy pronto que se le señalara como residencia Sully-sur-Loire, donde tenía parientes. En el castillo de Sully, que pertenecía al duque del mismo título, y en el que halló hospitalidad, hizo una vida alegre, y compuso para una fiesta Las noches toledanas de Sully (Nuits blanches de Sully). Hizo presentar al regente una Epístola en verso para justificarse, y se le autorizó para regresar a París. Eran los días en que se hablaba mucho de La Motte, al que hizo blanco de sus epigramas. A poco de su vuelta, comenzaron a circular contra el regente coplas que la policía atribuyó a Arouet. En vano éste pasó, en los comienzos de 1717, algunas semanas en casa de Caumartín. Denunciado como autor de aquellas producciones satíricas, fue preso en su casa (16 de mayo de 1717), y al día siguiente encerrado en la Bastilla, en la que permaneció casi un año. En su prisión escribió los dos primeros cantos de La Enriada y acabó su Edipo, comenzado en 1712. Puesto en libertad (10 de abril de 1718), pero con orden de que residiera en Chatenay, donde su padre tenía una casa de campo, desde este retiro dirigió varias cartas al Ministro Maurepás, y al cabo, enteramente libre, volvió a París (12 de octubre). Del regente recibió entonces 1.000 escudos. Desde que salió de la Bastilla dejó su apellido de Arouet y adoptó el de Voltaire. El buen éxito del Edipo, estrenado en 18 de noviembre de 1718, y que alcanzó 30 representaciones seguidas, le reconcilió con la fortuna. Al imprimirlo publicó también su autor las Cartas a M. de Genonville. Felicitado por el príncipe de Conti, poeta a la moda, amigo y comensal de los grandes, sin excluir al regente, a cuya esposa había dedicado el Edipo, tuvo que ausentarse de París, por mandato de la autoridad y por brevísimo plazo, que dejó transcurrir en Sully, al descubrirse la conspiración de Cellamare. En aquel periodo fue su vida tan disipada como laboriosa (1719-25). En efecto: si se entregó con pasión a la visita del gran mundo hasta que se vio insultado por el caballero de Rohán, acabó La Enriada e hizo estrenar (15 de febrero de 1720) su nueva tragedia, Artemisa, que no agradó al público tanto como el Edipo; se desquitó con el triunfo de Doña Mariana, tragedia que tuvo 40 representaciones (1724), y compuso El indiscreto, comedia del género en que triunfó siempre. A sus amores pasajeros con la señorita de Corsambleu y la de Liviri sucedieron los más firmes con madama de Bernières. Visitó el escritor en el castillo de La Source (diciembre de 1721) a lord Bolingbroke, cuya filosofía deísta o sensualista ejerció gran influencia en su espíritu. Utilizaba su amistad con los grandes para obtener privilegios, que vendía en seguida; escribía versos para la fiesta que el duque de Orleáns daba a una de sus amantes (1721); comparaba al cardenal Dubois con Richelieu, y llevado de una manía diplomática se ofrecía a espiar a un tal Salomón Levi, cuya conducta despertaba sospechas al Ministro (mayo de 1722). Sus obras imperecederas de este periodo son las epístolas y las poesías ligeras. En Versalles encontró (1722) en casa del Ministro de la Guerra a Beauregard, cuya denuncia había sido en otro tiempo causa del encierro de Voltaire en la Bastilla. Este último dijo que ignoraba que se recompensara a los espías sentándolos a la mesa de los Ministros; Beauregard se vengó esperando a Voltaire en el puente de Sevres, cayendo sobre él de improviso, apaleándole y marcándole el rostro. Voltaire reclamó justicia, sin favorable resultado. Acompañando a madama de Rupelmonde, marchó a Holanda (julio). En Bruselas visitó a J. B. Rousseau, con quien se enemistó. Durante el viaje compuso para madama de Rupelmonde su hermosa Epístola a Urania, primera obra en la que descubre claramente sus opiniones morales y religiosas. Como en ella ataca con violencia al cristianismo y le defiende en bellísimos versos, es más conocida por el título de El pro y el contra. No la publicó hasta 1732, y con ella desencadenó en contra suya una tempestad. Había ido a Holanda en busca de un impresor para La Enriada, cuyos atrevidos pensamientos le inquietaban. No le halló, pero la vista de Amsterdam despertó su amor a la libertad por las democráticas costumbres de sus habitantes. De regreso en París (septiembre de 1722), le dejó para visitar Bruel, Ussé, Vaux-Villars, Source y Riviere-Bourdet, viajes que no le impidieron acabar de corregir La Enriada y rehacer Artemisa con el título antes citado de Doña Mariana. Sin su permiso se imprimió en Ruán La Enriada con el título de La Liga o Enrique el Grande, poema épico, dando falsamente como lugar de impresión Ginebra (1723, en 8.º). Atacado de viruelas (4 de noviembre de 1723) en el castillo de su amigo Maisóns, salvó la vida y se hizo transportar a París (diciembre). Luego, en busca de la salud, marchó a tomar las aguas de Forges (julio y agosto de 1724). Buscó la amistad del duque de Borbón; intentó ser admitido como poeta cortesano, y de la reina María Lecszinska obtuvo una pensión de 1.500 libras. Otra de 2.000 le pagaba el rey desde 1722, año en que, muerto su padre, heredó bienes que le producían 4.250 libras de renta. De regreso de Fontainebleau, en diciembre de 1725, Voltaire, comiendo en casa del duque de Sully, tuyo un altercado con el caballero de Rohán-Chabot, quien pocos días después hizo que sus criados apaleasen al escritor. Este desapareció durante seis semanas, que dedicó a aprender el manejo de las armas. Al cabo de dicho tiempo desafió a su ofensor, que aceptó el duelo para el día siguiente; pero la misma noche Rohán dio a su familia la noticia de la provocación, y sus parientes consiguieron que el ofendido fuera llevado, en la noche del 17 al 18 de abril de 1726, a la Bastilla. Transcurrido un mes Voltaire se vio libre, y pidió permiso para pasar a Inglaterra, indignado contra la sociedad que indiferente consentía los ultrajes de que había sido objeto. Antes de partir volvió secretamente a París, con la esperanza, no realizada, de hallar a su enemigo. Hacia fines de agosto de 1726 pasó a Inglaterra, lo que señala nueva época en su vida. En los tres años que residió en la Gran Bretaña se alejó poco de Londres, y estuvo dominado por la misantropía. Algún tiempo vivió en la casa de un rico comerciante, a quien dedicó Zaira. Estuvo en relaciones con los literatos y librepensadores que en Dawley reunía Bolingbroke; conoció a Pope y a Swift; vio depositar en Wéstminster el cuerpo de Newton, cuyo genio celebró más tarde; cobró gran amor a la libertad de pensar y a la dignidad de las letras, sentimientos imperantes en Inglaterra; estudió más que nunca, y, en suma, educó su espíritu, comenzando a ser el Voltaire que conoce la posteridad. En Shakespeare y Addison halló la inspiración libre y vigorosa de que dio muestras en sus tragedias romanas de Bruto, La muerte de César, Catilina y Roma salvada; de otros escritores ingleses copió el escepticismo o los argumentos contra la religión cristiana; leyendo a Pope descubrió la verdadera poesía, que aún era en Francia un juego de palabras; y por oposición a los sectarios ingleses, que irónicamente describió en sus Cartas filosóficas, echó raíces en su alma la pasión por la tolerancia religiosa, que es el aspecto irreprochable de su vida. En inglés redactó las dos obras que dio a las prensas durante su estancia en la Gran Bretaña: Ensayo sobre la poesía épica (1726, en 12.º) y Ensayo sobre las guerras civiles en Francia (Londres, en 8.º). Allí dio la primera edición auténtica de La Enriada (íd., 17 28, en 4.º), único poema nacional de la Francia moderna, donde la obra se calificó de impía. Su autor se hallaba de vuelta en París en la primavera de 1729. Vivió en un principio retirado en la soledad, trabajando en la composición de Bruto, acabando la Historia de Carlos XII y aumentando mucho su fortuna con felices especulaciones con la Hacienda pública. En años posteriores le produjeron no poco las contratas con el gobierno, el comercio de granos, el tráfico por el mar, la herencia de un hermano y otras cosas. La tragedia de Bruto, de gusto inglés, estrenada en 11 de diciembre de 1730, y a cuya impresión acompaña el Discurso sobre la Tragedia, tuvo mediano éxito, bien distinto del entusiasta que halló, favorecido por las circunstancias, en 1790. La censura le prohibió continuar la impresión de su Historia de Carlos XII. Voltaire, indignado de que se negara sepultura a los restos de su amiga Adriana Le Couvreur, escribió en verso una composición que le obligó a ocultarse en Normandía, no sin correr la voz de que había marchado a Inglaterra. En su retiro dirigió la impresión de la Historia de Carlos XII, y compuso Erifilo y Julio César, dos nuevas tragedias. Con la Historia de Carlos XII, que halló inmensa acogida, inauguró gloriosamente su fama de historiador. Volvió a París a fines de 1731. Vivió en la casa de la baronesa de Fontaine-Martel, a la que dedicó El templo de la amistad; en la del duque de Richelieu y en la del príncipe de Guisa comenzó El templo del gusto; improvisó la comedia de Los originales, que sólo se representó en un teatro de sociedad; escribió la ópera Samsón, que por ser de asunto bíblico tampoco pudo ver representada; lloró la muerte de su amigo Maisón; vio estrenado sin aplauso (7 de marzo de 1732) su Erifilo, y se indemnizó de la derrota con el triunfo alcanzado en el estreno (13 de agosto de 1732) de Zaira, obra clásica con la que fundó la tragedia nacional. Desarmada la envidia, hubiese gozado en paz de su fama si las Cartas sobre los ingleses, más conocidas por el título de Cartas filosóficas, impresas en 1731, y la Epístola a Urania, publicada en 1732, no hubiesen despertado la cólera del clero. En las Cartas daba rienda suelta al genio burlón que fue su mayor poder, y discutía con tanto atrevimiento como ironía las sectas religiosas. Condenas al fuego por decreto de 10 de junio de 1734, y ordenada la prisión de su autor, éste se ocultó. Comenzó antes Adelaida du Guesclín, y escribió otra ópera, Tanís y Célida. A la marquesa del Chatelet dedicó su Epístola sobre la calumnia. La tragedia de Adelaida fue injustamente rechazada por el público (10 de enero de 1734), que más tarde la recibió (1765) con entusiasmo. Al verse perseguido, huyó Voltaire a la Lorena y en seguida a Basilea. Merced a la protección de sus amigos, los cuales probaron que las Cartas se habían publicado sin permiso del autor, el cual además negó la paternidad de la Epístola a Urania, pudo Voltaire regresar a Cirey, inaugurando así (junio de 1734) uno de los periodos más tranquilos, felices y gloriosamente fecundos de su vida (junio de 1734). En Cirey, donde no se estableció definitivamente hasta 1736, vivió en compañía de madama del Chatelet, Emilia de Breteuil, mujer de talento y muy instruida, con la que tuvo relaciones, sólo rotas por la muerte, durante más de quince años. Allí continuó Alzira; compuso para su compañera un Tratado de Metafísica; aumentó los cantos de La doncella de Orleáns, acaso comenzada en 1730; se dedicó a la redacción del Siglo de Luis XIV, y con madama del Chatelet estudió Física y Geometría. Durante una corta visita a París, consiguió que en el Colegio de Harcourt se estrenara su tragedia de La muerte de César (11 de agosto de 1735), no representada en el Teatro Francés hasta 1743. Estaba ya en Cirey cuando se estrenó en París (27 de enero de 1736), con grande y buen éxito, su tragedia de Alzira, cuyo tercer acto es un modelo. Poco después obtenía (10 de octubre) un nuevo triunfo con la comedia de El hijo pródigo, la mejor de las suyas. Víctima de otra persecución, no bien apareció su poema El Mundano, que contenía algunas chanzas sobre Adán y Eva, huyó a Holanda (diciembre de 1736). Ocultando su nombre vivió en Leyden en casa de un librero, trabajando para concluir sus Elementos de Newton. Ya estaba en correspondencia con Federico, príncipe real de Prusia. En verso escribió la Defensa del mundano. Pasado el peligro regresó a Cirey en febrero de 1737, reanudando su vida de autor laborioso y hombre de mundo. Compuso los Elementos de la filosofía de Newton (Amsterdam, 1735, en 8.º), donde resumía y vulgarizaba los grandes descubrimientos del ilustre inglés, y el Ensayo sobre la naturaleza del fuego y su propagación, Memoria premiada y publicada (1739) por la Academia de Ciencias. No por esto dejaba de escribir versos, epístolas, tragedias e historias. Madama del Chatelet, no siempre con buena fortuna, le aconsejaba la prudencia, la reserva, y cuidaba de que no se desbordase su humor satírico. Contra Desfontaines lanzó Voltaire El preservativo; y como el atacado respondiera en un escrito lleno de calumnias, Voltaire acudió a los tribunales y su enemigo hubo de firmar una retractación (1739). En pocos días compuso Voltaire la amorosa tragedia de Zulima, mal recibida en el teatro (1740). En el mismo año escribió la ópera de Pandora y la comedia de La gazmoña. Algo anteriores son sus Discursos sobre el hombre (1738), modelo de poesía didáctica y filosófica. Habiendo subido al trono de Prusia el príncipe Federico, en cuya defensa redactó el Sumario de los derechos del rey de Prusia sobre Herstall, marchó a verle y le halló en Cléveris (septiembre de 1740). Después estuvo en Holanda; vio otra vez en Berlín al rey Federico; volvió a La Haya; pasó a Bruselas, y se retiró a Cirey. Acabó las tragedias de Merope y Mahoma, las dos muy notables, y la última estrenada (abril de 1741) con gran aplauso en Bruselas; trabajó con ahínco en el Siglo de Luis XIV y en el Ensayo sobre las costumbres de las naciones; logró que en París se representara (9 de agosto de 1742) Mahoma; y como le obligasen, no obstante su triunfo, a retirarla de la escena, la dedicó a Benedicto XIV, que aceptó la dedicatoria. Mayor triunfo alcanzó en el estreno de Merope (20 de febrero de 1743), pues, entusiasmado el público, introdujo la novedad de llamar al autor y sacarlo del teatro en triunfo. Todo esto sucedió en París. Haciendo protestas de buen católico, solicitó Voltaire la plaza de académico vacante por la muerte del cardenal Fleury; mas fue vencido por sus enemigos, que dieron el triunfo en la elección a Luynes, obispo de Bayeux. Deseando Francia que el rey de Prusia rompiera la paz de Breslau, ajustada con María Teresa, se confió tal misión a Voltaire. Éste aceptó el encargo y partió para La Haya (junio de 1743). Allí permaneció dos meses observando la actitud de Holanda y las fuerzas que en ella tenía Inglaterra. Después, llamado por Federico, se trasladó a Berlín. Tuvo la mejor acogida, y para la princesa Ulrica compuso la encantadora epístola de El sueño. Con ignoradas misiones diplomáticas recorrió luego los principados de Brunswick, Baireuth y otros. Marchó a Lila (noviembre de 1743) y volvió a París. Como al año siguiente Federico renovó la lucha contra Austria, la corte francesa apreció los servicios de Voltaire. Este, haciéndose poeta de circunstancias, retocó la ópera de Pandora para unas fiestas que se preparaban, y compuso el Poema sobre los acontecimientos de 1744. Además escribió más de un manifiesto diplomático y obtuvo la protección de madama Pompadour. Para las fiestas del casamiento del delfín con la infanta de España dio la ópera de La princesa de Navarra, de escaso mérito, pero que, representada en Versalles (25 de febrero de 1745), le valió más honores de la corte que cuantos había alcanzado por sus mejores obras. Por aquellos días empezaron sus relaciones con Juan Jacobo Rousseau. Nombrado historiógrafo de Francia y gentilhombre ordinario de la cámara del rey, con facultad para vender el título y los privilegios, enajenó este cargo a cambio de 60.000 libras. Para halagar a Luis XV escribió el Poema de Fontenoy y la opera El templo de la gloria. Al cabo logró ser elegido académico, y en su discurso de ingreso (9 de mayo de 1746) introdujo la novedad de exponer un tema literario. Habiendo puesto en duda la probidad de algunos jugadores de la nobleza, hubo de esconderse dos meses en el castillo de Sceaux, al lado de la duquesa del Maine (noviembre de 1746). Allí compuso sus primeras novelas, una de ellas Zadig, y acabó su comedia La gazmoña. Desde 1747 luchó contra Crebillón, proponiéndose rehacer todas las producciones dramáticas de su rival. Había regresado a París; pero muerta la delfina, su mejor apoyo en la corte, marchó a Luneville (febrero de 1748), donde disfrutó la cariñosa acogida del rey Estanislao. Volvió a París por los días del estreno de su tragedia Semíramis (29 de agosto), y poco después (15 de septiembre) estaba en la corte del rey Estanislao, que residía en Commerey. Poco antes había tenido uno de los mayores disgustos de su vida, al perder el cariño de madama de Chatelet, que prefirió a Saint-Lambert. Produjo después varias obras dramáticas: 0restes; Nanina, estrenada con buen éxito en París (16 de junio de 1749), y La mujer que tiene razón. Además escribió: Historia de la guerra de 1741; El elogio de los oficiales muertos en la campaña de 1741; El panegírico de Luis XV, y el de San Luis. En sus Mentiras impresas, inútilmente negó la autenticidad de El testamento del cardenal de Richelieu. En otros escritos menos importantes propuso las reformas y saneamiento que en París se realizaron mucho más tarde. Inmenso dolor le causó la muerte de madama de Chatelet (10 de septiembre de 1749), suceso que le decidió a dejar (25 de septiembre) el tranquilo retiro de Cirey, a donde no volvió. Pasó algunos días en Chalóns, otros en Reims, y llegó a París (10 de octubre). En esta capital ocupó la casa en que había vivido madama de Chatelet, teniendo a su lado una sobrina, madama Denís, aficionada a la escena. En su misma casa levantó un teatro. Poco satisfecho de la acogida que el público dispensó a su Orestes y a Roma salvada; disgustado de los literatos y de la corte, quiso consagrar la universalidad de su genio siendo admitido en la Academia de Ciencias y en la de Inscripciones y Bellas Letras; pero cosechó dos fracasos. Molestado también por el clero, contra el cual defendió la igualdad del impuesto, aceptó las propuestas del rey de Prusia y salió de París (24 o 25 de junio de 1750). Acogido (Julio) en Berlín con inmenso júbilo, colmado de atenciones y honores, agraciado con la llave de chambelán, la cruz del Mérito y una pensión de 20.000 libras, se creyó transportado al país de la libertad y de la gloria. Trabajaba en sus propias obras, si bien dedicando la mayor parte del día a Federico II, cuyos escritos corregía. Luis XV le privó del título de historiógrafo de Francia. En la misma corte de Berlín se enemistó con Maupertuis y Baculard de Arnaud, y notó que el rey se mostraba menos indulgente con sus pretensiones. Cometió además la imprudencia de dar a conocer algunas sátiras y epigramas de Federico contra madama de Pompadour y otras personas. Notando la preferencia del rey de Prusia por Maupertuis, emprendió contra éste una lucha de sarcasmos. Acaso contra él se dirigía la novela de Voltaire titulada Micromegas, y contra la Academia de Berlín dirigió su Diatriba del doctor Akakia, compuesta en 1752. Federico II suplicó a Voltaire que destruyera este escrito; y aunque el segundo fingió complacerle dio su trabajo a la imprenta, lo que irritó al monarca, que hizo quemar tal Diatriba por mano del verdugo (1752). En seguida Voltaire se enemistó con La Beaumelle, quien para vengarse buscó y halló un librero que publicó El siglo de Luis X1V, de su enemigo, con numerosas notas injuriosas. Voltaire consiguió que sus amigos de Francia despertasen las sospechas de la autoridad contra La Beaumelle, que fue encerrado en la Bastilla (23 de abril de 1753). Enfermo en Berlín, se había trasladado a Potsdam, de la que había salido (26 de marzo) para no ver ya nunca a Federico. En Berlín había publicado El siglo de Luis XIV (1752, 2 vol. en 12.º), trabajo que no cesó de corregir y aumentar. Al rey de Prusia había dedicado el poema de La ley natural, en el que proclama la existencia de una moral universal, independiente de toda religión revelada y de todo sistema particular sobre la naturaleza del Ser Supremo. Tras breve residencia en Leipzig, y otra no muy larga en Gotha, a donde le llevaron las instancias de la duquesa Luisa Dorotea; después de haber comenzado allí sus Anales del Imperio, más enemistado que nunca con Federico, visitó Cassell, como también las minas de Friedberg, y llegó a Francfort (31 de mayo de 1753). Preso en esta ciudad por orden de Federico, a la vez que su sobrina madama Denís, hubo de devolver un volumen de poesías del rey de Prusia, la llave de chambelán y la cruz de la Orden del Mérito. Pasados treinta y seis días recobró la libertad. Sucesivamente estuvo en Maguncia, Manheim, Schwetzingen, Rastadt y Kehl. Luego pasó a Estrasburgo (16 de agosto de 1753). Conociendo la mala voluntad de Luis XV y del clero francés, se estableció en Colmar; mas la publicación, sin su permiso, del Compendio de Historia Universal, y las intrigas de los Jesuitas, le decidieron a salir de Colmar. En la apariencia, viviendo en la abadía de Senones, obraba como católico; en secreto esbribía artículos para la Enciclopedia. Había vuelto a Colmar, cuando la aparición de La doncella de Orleáns le decidió a marchar a Lyón (11 de noviembre de 1754); y como conociera que aún su patria le era hostil pasó (11 de diciembre) a Ginebra. Buscando una independencia cada día más necesaria, dado el atrevimiento de sus ideas, compró dos fincas: la de Monrión, en el Estado de Berna, y Las Delicias, en el de Ginebra (1755). Después adquirió (1758) las de Ferney y Tourney. Establecido en Las Delicias (8 de marzo de 1755), terminó El huérfano de China, estrenado con buen éxito en París (20 de agosto); desarrolló un pesimismo poco deísta en su poema del Desastre de Lisboa, y dio a las prensas el Ensayo sobre la historia general, las costumbres y el espíritu de las naciones desde Carlomagno hasta nuestros días (Ginebra, 1756, 7 vol. en 8.º). Por estas dos últimas obras hubo de ser atacado por católicos y protestantes. Hasta 1761 pasó los veranos en Las Delicias, y otras temporadas en Lausana. En sus artículos para la Enciclopedia no ocultaba sus ideas religiosas, y en el drama de Sócrates fustigó a los enemigos de la famosa obra. Contra otros adversarios dirigió la sátira del Pobre diablo (1760), de admirable estilo y de la mayor violencia. Varios años mantuvo contra Frerón una lucha de sangrientos epigramas. En el mismo periodo compuso la tragedia de Tancredo, última y brillante manifestación de su musa trágica, y Cándido, admirable novela que publicó en 1759 y que resucita la tesis del pesimismo. Suavizadas sus relaciones con el rey de Prusia, tuvo parte en algunos trabajos, al cabo fracasados, para sellar la amistad entre Federico y Francia. En adelante no tuvo correspondencia con al monarca prusiano hasta su muerte. Desde 1760 vivió en Tourney, posesión situada, como la de Ferney, en Francia, en el país del Gex. Hallándose en el Ministerio su admirador el duque de Choiseul, no temía ser perseguido. En 1761 lo más tarde se estableció definitivamente en Ferney, dando comienzo al último periodo de su existencia. Viviendo como un señor o como un rey, hizo de su propiedad la capital del mundo literario. El patriarca de Ferney, que así se ha llamado a Voltaire, como jefe del partido filosófico, daba sus órdenes, que eran obedecidas, a escritores, nobles y monarcas, como Cristián VII y Gustavo III. Dejando toda moderación, se hizo agresivo en sus ataques a cuanto deseaba derribar, y tuvo la satisfacción de conocer la caída de los Jesuitas y de los Parlamentos. En Ferney mejoró mucho la condición de sus habitantes, y dio nueva vida a la Agricultura y a la Industria. Desde su llegada a Ferney atacó al catolicismo clara y directamente, como lo prueban sus escritos titulados: Extracto de los sentimientos de Juan Meslier (1762); Sobre los milagros (1765); Examen de milord Bolingbroke (1767); Dios y los hombres (1769); Colección de antiguos evangelios (íd.), y Biblia explicada (1776). Con las armas de la razón y con el rídiculo atacó los dogmas del cristianismo, la superstición, el poder temporal de los Papas, la autoridad espiritual, el celibato del clero, la vida monástica, el descanso dominical, etc., etc.; pero aconsejaba la sumisión a un monarca. Entre sus escritos más violentos figuran Los derechos de los hombres y las usurpaciones de los Papas (1768) y El grito de las naciones (1769). Causa de su rencor contra Juan Jacobo Rousseau fue el creer que por ser éste enemigo del teatro no se representaban en Ginebra sus obras. Contra Rousseau escribió, ocultando su nombre, Los sentimientos de los ciudadanos (1765), libelo verdaderamente odioso, y La guerra civil de Ginebra (1768). Apóstol infatigable de la tolerancia, y valeroso denunciador de las viejas barbaries de la legislación criminal, dedicó las 100.000 libras producto de la subscripción a su Comentario sobre Corneille, casi en su totalidad a asegurar el porvenir de una parienta de aquel gran dramático. Es modelo de elocuencia su Tratado sobre la tolerancia con motivo de la muerte de J. Calas (1763), infeliz protestante que había sido ahorcado y cuya rehabilitación logró Voltaire. Pedía éste con firmeza una justa proporción entre el delito y la pena, la abolición del tormento, de la confiscación, de los procedimientos secretos y de la pena de muerte, que sólo admitía para muy pocos casos. Según él, la justicia debía aspirar más a prevenir que a castigar los crímenes. Todas estas ideas se hallan en su Comentario sobre el libro De los delitos y de las penas; Elogio histórico de la razón, y otros. La Universidad de la Sorbona y la Facultad de Teología no se libraron de sus ataques. Con indignación sincera vio que Holbach y Diderot proclamaban el ateísmo. Prescindiendo de otros escritos menos importantes, ya dramáticos, ya de polémica, merecen recuerdo estas producciones del último periodo de su vida: Historia de Rusia (1759 y 1763); Filosofía de la historia (1765); e Historia del Parlamento, que valen mucho menos que sus primeras obras históricas. En cambio estuvo a la altura de su genio al escribir los Cuentos en verso de Catalina Vadé (1764), novelas como El ingenuo, o trabajos como la urbana y graciosísima Epístola a Horacio. Mantenía comercio epistolar con casi todos los soberanos de Europa. Su amor a la civilización le llevó a defender causas tan injustas como el reparto de Polonia. Amó la libertad literaria, y le preocupó muy poco la libertad política. Entre sus últimos estudios filosóficos se hallan: el Diccionario filosófico (1764); El filósofo ignorante, y el tratado Del alma (1776). Discípulo de Locke, corrige con frecuencia a su maestro, y su principio fundamental es la creencia en el sentido común. Entusiasta defensor de las reformas de Turgot, al verle caído le vengó en la Epístola a un hombre. María Antonieta había pedido que Voltaire fuese recibido en la corte. No lo consiguió, mas el rey prometió que no se opondría a que el poeta residiera en París. A esta capital llegó Voltaire en 10 de febrero de 1778. En su casa se agolpó la multitud y recibió de todas las clases infinitos plácemes. Gravemente enfermo, firmó una declaración, en la que decía: Muero amando a Dios, amando a mis amigos y detestando la superstición. Logró restablecerse, y en la calle fue objeto (30 de marzo) de una verdadera apoteosis. Falleció en casa del marqués de Villette, donde estuvo alojado todo este tiempo. No fue admitido su cadáver en ninguno de los cementerios de París, y le trasladaron a la abadía de Scellieres, de que era comendador su sobrino, el abate Mignot. Sus restos, llevados solemnemente al panteón en 1791, fueron en 1814 sacados de allí, mezclados con los de Rousseau, y enterrados en un extremo de París. Voltaire ha sido el escritor más universal de los tiempos modernos. Dotado de una flexibilidad de espíritu prodigiosa, cultivó casi todos los géneros y mostró admirable facilidad para los estilos más opuestos. Como poeta descolló sobre todo en la tragedia, en la que no fue muy inferior a Racine y Corneille. En la epopeya ocupa el primer lugar entre los poetas franceses, y queda muy lejos de Homero, Virgilio y el Tasso. Iguala a Pope en la poesía filosófica, no tiene acaso rival en la festiva, estuvo menos afortunado en la comedia y en la ópera, y menos todavía en la oda; pero en todas sus composiciones es la versificación fácil y correcta, no siempre libre de prosaísmo. En prosa trató con igual acierto la Filosofía, la Historia, la novela y el género epistolar; su estilo en las obras serias no admite tacha, y en todas se da a conocer por su sencillez, elegancia y claridad. Fue de los primeros que en Historia introdujeron la crítica de los hechos; sus observaciones están llenas de interés, mas cae con frecuencia en el defecto de la parcialidad, y altera los acontecimientos a medida de sus pasiones. Como hombre, si se manifestó vengativo, variable, irascible en extremo y algunas veces hipócrita, tuvo también arranques de generosidad y de nobleza, hizo mucho bien sin ostentación, y defendió en todas las ocasiones los derechos de la justicia y de la humanidad. Es seguramente el hombre que ha tenido y tiene más apasionados defensores y más ciegos detractores; pero no se puede negar que es uno de los genios más asombrosos de todos los tiempos, y que durante medio siglo fue un dictador en Literatura y Filosofía. Sus obras cuentan innumerables impresiones. De las ediciones completas las más notables son: la de Kehl (1785-89, 70 volúmenes en 8.º); Desoer (París, 1817-19, 13 t. en 8.º); Dalibón (íd., 1824 y sig., 75 t. en 8.º); Julio Didot (1827-29, 4 t. en 8.º), y Beuchot (París, 1829-34, 70 t. en 8.º), con prefacio, advertencias, notas o índices: esta edición es la mejor de todas por sus innumerables aclaraciones y piezas inéditas. En 1893 corrió por Europa la noticia de que cerca de Ginebra, en la biblioteca del Dr. Tronchín, sabio del siglo XVIII, se habían hallado más de 500 cartas inéditas de Voltaire. Las obras de éste se han traducido a todas las lenguas modernas. En castellano recordamos: Zadig o el destino, historia oriental (Salamanca, 1804, en 12.º), donde se oculta al autor bajo el nombre de Vadé; La Enriada, poema épico francés, traducido en verso español por el refugiado D. Pedro Bazán de Mendoza (Alais, 1816, en 4.º); La Henriada en verso castellano por don J. J. de Virués y Espínola (Madrid, 1821, 2 tomos en 8.º, y Barcelona, 1836, en 8.º); La doncella de Orleáns (Madrid, en 8º.); Filosofía de Voltaire, traducida al español (Coruña, 1837, en 8.º); Cándido o el optimismo (un vol.), que forma parte de la Biblioteca Económica Filosófica; Novelas (un vol.), publicadas por la Biblioteca Universal; Obras selectas, primera edición completa hecha en castellano, precedida de la vida de Voltaire por Condorcet y de un estudio crítico por D. Juan Valera (Madrid, 1878, 2 t. en 4.º); Obras completas de Voltaire, con un prólogo de Víctor Hugo, vertidas por primera vez al castellano y precedidas de la vida de Voltaire por Condorcet (Valencia, 1892 y sig.), en publicación, con notas de todos los comentaristas de Voltaire.


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