Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano
Montaner y Simón Editores, Barcelona 1887
tomo 2
páginas 328-329

Antístenes

AntistenesBiografía. Filósofo griego, hijo de un ateniense y de una frigia. N. en Atenas 422 año antes de la Era Cristiana. Fundó una escuela en el Cynosasgos (gimnasio para los atenienses que no eran nobles) cerca del templo de Hércules. Sus partidarios denominados primero antistenianos, fueron después apellidados cínicos, aludiendo al sitio en que se reunían (al Cynosasgos) o refiriéndose a la doctrina moral de la escuela que estimaban algunos como propia de las costumbres de los perros. Diógenes Laercio dice que el mismo Antístenes solía llamarse a sí mismo Aploción, perro manso. Antístenes, el fundador de la escuela cínica, comenzó siendo discípulo de Gorgias y aún enseñó la Sofística y la Retórica. Después oyó a Sócrates, según dice Jenofonte, y se declaró uno de sus más fieles y entusiastas discípulos. Exageró hasta tal extremo la pureza de la enseñanza socrática, que de obra y de palabra se ponía en ridículo; exageraciones que Sócrates consideraba como indicio de un afán inmoderado de distinguirse; así es que se le atribuye esta frase: «Veo, Antístenes, tu orgullo a través de los agujeros de tu manto». Haciendo Antístenes gala pueril del descuido y desaseo en su vestido, con los pies desnudos, largos y abandonados la barba y el cabello, sólo usaba un manto y un bastón, queriendo de este modo convertir a los demás a una sencillez tan primitiva. Prescindiendo de estas singulares rarezas, hijas quizá, como pensaba Sócrates, de un deseo fébril de celebridad, la doctrina de Antístenes, que llega a referirse principalmente a la Moral, tiene importancia más que por sí misma, porque sirve de antecedente al Estoicismo. Antístenes comenzaba por afirmar que la Filosofía consiste más en la manera de conducirse que en ninguna ciencia y que el valor del hombre depende en primer término del uso legítimo de su razón y mediante éste de la completa independencia de espíritu. Pretendía oponerse a la molicie y al lujo y restaurar la sencillez primitiva y casi salvaje de las más antiguas costumbres, por lo cual se complacía en vestirse como un mendigo y hacer gala del menosprecio general (faltas que después exageró su discípulo el célebre Diógenes). Esta exageración se nota también en su doctrina, que se reduce a una apología de la sencillez antigua y de la fuerza moral contra el lujo de la época y los progresos siempre crecientes de la molicie, aspirando así también a combatir las doctrinas acerca de la voluptuosidad de Aristipo. Para Antístenes no hubo límites ya en este camino de las exageraciones. Concibe que el sabio debe gozar completamente de su libertad, emancipándose del yugo de las necesidades ficticias, poner la virtud por cima de todas las cosas y mirar todo lo demás como indiferente. Se inclina Ritter a pensar que, la falta de pudor de que se jactaban los nuevos cínicos, discípulos de Antístenes, era una exageración de sus doctrinas, hasta el punto de atribuirle un menosprecio completo de la ciencia y de la lectura y escritura (opinión, bien extraña en un hombre como Antístenes que escribió mucho). Es en efecto más probable que Antístenes, fiel a la enseñanza de Sócrates, no estimaría la ciencia sino en cuanto es útil a la vida moral, y que toda ella la refiriera a la virtud. Prescindiendo de algunas exageraciones, patentes sobre todo en los discípulos, se puede observar que esta doctrina tiene muchos puntos de semejanza con la moral estoica (V. Estoicismo). Entre sus exageraciones hay que mencionar sus ideas del placer y del dolor, considerando éste como un bien y el primero como cosa baja y despreciable, teoría quizá profesada para acentuar su oposición contra el sibaritismo voluptuoso de Aristipo. Pero merece alguna discreción de juicio esta parte de la doctrina de Antístenes, puesto que menosprecia y estima como malos aquellos placeres que enervan la energía del alma y cuyo goce es sólo negativo, porque únicamente implica cierta limitación del dolor, si bien recomienda aquellos placeres que resultan del movimiento, del trabajo y de la actividad. En tal sentido pudo apreciar el dolor de la fatiga y la pena del trabajo como bienes, puesto que los consideraba medios adecuados para obtener la libertad y la virtud, que consiste, según Antístenes, en emanciparnos de las necesidades superfluas acercándonos a la naturaleza de los dioses que carecen de ellas. Interpretando algunas indicaciones de Diógenes Laercio se ha atribuido a Antístenes en su menosprecio de la ciencia, esta frase: «el hombre que medita es un malvado». Para Antístenes, la virtud convertida en hábito y fuerza moral, no se pierde nunca, y el sabio (que para él es el hombre virtuoso) resume toda perfección, menospreciando todas las demás cosas. Doctrina negativa y de protesta la de Antístenes, reducida además a exaltar lo que pudiéramos llamar la razón práctica, apenas si se halla indicio que pueda guiarnos para averiguar en qué consistía, según el fundador, de la escuela cínica, la virtud. La refería indeterminada y abstractamente (pues prescindía en absoluto de los deberes sociales), al conocimiento íntimo del bien y a la convicción profunda de evitar el mal. De su Metafísica o mejor de su Física (porque entonces eran idénticas la ciencia de la naturaleza y la de las causas primeras), sólo se conoce esta frase: «adora el pueblo muchos dioses, pero sólo existe uno en la naturaleza». Esta confusión de la Metafísica con la Física es corriente en toda la Filosofía griega, quizá sin excepción alguna, hasta Platón y Aristóteles. Cuando era poco usado el nombre de filósofo, y los que se consagraban a la especulación y al estudio se apellidaban sabios, eran conocidos también con el nombre de «los fisiólogos», es decir, los que escriben acerca de la naturaleza. Tal denominación era aplicada por Aristóteles, principalmente a todos los pensadores de la escuela jónica, e indica bien el carácter y alcance de sus trabajos. Procuraban exponer, no lo que nosotros entendemos hoy por sistema de filosofía, sino un conjunto de concepciones del universo y de explicaciones de sus fenómenos. Formaban pues hipótesis científicas que, aunque destinadas a desaparecer ante los progresos de la experiencia, han servido para preparar el terreno en el cual habían de fructificar las opiniones filosóficas. También se le atribuyen algunas doctrinas lógicas a Antístenes. La lista de sus obras que es muy extensa, tal como la de Diógenes Laercio (V. la versión española de José Ortiz, t. II), se compone: De la dicción o locución o sea de las figuras; Ayax; De Ulises; Apología de Orestes, que trata de los escritores jurídicos: Isografe o Desias o sea Isócrates, contra el escrito de Isócrates, intitulada Amartyros (tomo primero, pues según Diógenes son 10). En el tomo segundo se hallan los libros siguientes: De la naturaleza de los animales; De la generación de los hijos o sea de las nupcias; es obra amatoria; De los Sofistas, libro fisonómico; De la justicia y fortaleza, diálogo monitorio, primero, segundo y tercer libros: el cuarto y quinto tratan de Teognides. El tomo tercero contiene los tratados: Del bien; De la fortaleza; De la ley o de la República; De la ley o De lo honesto y de lo justo; De la libertad y servidumbre; De la fe; Del curador o Del obtemperar, y De la Victoria, libro económico. En el tomo cuarto están los libros Ciso; Hércules el mayor o De la fuerza. En el quinto están Ciso o Del Reino y Aspasia, etc. Aun cuando algunas de las frases que se atribuyen a Antístenes no sean del todo exactas, muchas de las citadas por Diógenes Laercio ponen de manifiesto lo que debía ser el carácter del célebre fundador de la escuela cínica. Decía a menudo: «Primero maniático que voluptuoso». A uno que le preguntaba de qué calidad debía ser la mujer con quien casaría, le dijo: «Si la recibes hermosa, será común a otros; si fea, te será gravosa». Respondió al que le observaba que tenía pocos discípulos: «porque no los arrojo de mí con vara de plata». Alabado una vez por ciertos hombres malos, dijo: «Temo haber cometido algún mal». Entre sus máximas más habituales, se citan las siguientes: «Que lo mismo es ser virtuoso que noble. Que la virtud basta para la felicidad, no necesitando de nada más que de la fortaleza de Sócrates. Que el sabio se basta él a sí mismo. Que todas las cosas propias son también ajenas, etc.».


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