Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano
Montaner y Simón Editores, Barcelona 1887
tomo 1
página 184

Lo absurdo

Filosofía. Significa, según su origen etimológico, si hemos de seguir las autorizadas opiniones de Littré y Larousse, lo que, procediendo de la sordera, engendra un quid pro quo ininteligible. Lo inconcebible, lo que el espíritu no puede pensar es, en ultimo término, lo contradictorio. Lógicamente lo absurdo expresa el límite o extremo del diámetro del mundo inteligible. Son en efecto los principios o categorías de la identidad (A=A) y de la contradicción (A es la misma cosa que no A), las leyes que rigen el proceso y desarrollo de nuestro pensamiento, más allá de las cuales no se concibe ni la existencia concreta de nuestras percepciones, pues aun desviada la inteligencia de sus propias leyes, otra vez se rige en tales desviaciones según una ley, imponiéndose el orden en medio del desorden o siguiendo el pensamiento una lógica en el fondo tan inflexible en el error como en la verdad. El límite infranqueable de la lógica del error, en medio de su posible sistematización, está representado por el absurdo. El sentido común suele precipitadamente identificar el absurdo con lo que de momento no se entiende o no se explica y llega a restringir su alcance a lo que no se concibe, dado el estado habitual de la experiencia. En primer lugar, conviene advertir que la experiencia no puede ser criterio para discernir lo absurdo de lo que no lo es, pues acontece muy frecuentemente que lo que para un estado de experiencia puede aparecer como absurdo, deje de serlo para un estado subsiguiente. Así sucede, por ejemplo, para la experiencia del hombre inculto que resulta absurdo que se mueva la tierra, porque desconoce la manera de interpretar las apariencias que ocultan la realidad, distinguiendo el movimiento real del aparente. Y de igual modo estima el que se atiene al dato de la experiencia que es absurda la existencia de los antípodas, porque ignora que la ley de la gravitación atrae los cuerpos hacia el centro de la tierra. Para el criterio empírico lo que no es susceptible de símbolo, esquema o imagen es absurdo, olvidando que más allá del alcance que se pueda conceder a nuestra facultad imaginativa existen pensamientos, ideas y nociones que, sin ser representables en imagen, son concebibles (lo infinito de las palabras, el punto matemático, &c.). Precisamente contra este sentido erróneo del empirismo se ha estimado siempre el principio de toda realidad y el fundamento de lo concebible (Dios) como el inefable, (el que no es susceptible de signo o esquema que lo represente). Contra el empirismo, que declara absurdo el pensamiento de Colón, se podrá siempre reargüir, afirmando que «la utopía de hoy es la realidad de mañana». Además tampoco es admisible la preocupación del vulgo que considera ideas equivalentes la de lo absurdo y la de lo falso. Tiene el error su lógica tan inflexible como la que rige el proceso de la verdad, siguiendo el mismo desarrollo que se observa en las desviaciones del mundo natural, de las cuales son ejemplo la periodicidad de ciertas perturbaciones, la intermitencia de determinadas enfermedades, el ritmo de algunas afecciones, &c. Y en cuanto el error es susceptible de sistematización (según lo prueban los sistemas filosóficos), puede ser concebido y aun explicado (aunque nunca justificable y admisible) según las leyes de la historia de la filosofía. Será falso, por ejemplo, que el sol gira al rededor de la tierra, pero no es absurdo el sistema de Ptolemeo, como de otro lado no parece cierta la separación establecida por Kant entre la materia y la forma del conocimiento, y no se podrá, sin embargo, estimar como absurdo, sino como concebible y muy lógico, dado aquel estado de pensamiento, el sistema kantiano. Restringiendo, pues, el verdadero sentido de la palabra absurdo a su alcance legítimo, resulta que sólo se aplica a lo contradictorio, inconcebible e irracional. Es por tanto la negación del pensamiento y de sus leyes, pero no la de la experiencia que puede ser contradicha a cada paso por experiencias ulteriores y por la hipótesis, audacia del pensamiento al par que instrumento de progreso de la ciencia (V. Naville, Logique de 1'Hypothèse). No puede negarse la razón a sí misma, como en fin de cuenta la experiencia total, íntegra, que concebimos aunque no recibimos por lo limitado de nuestra condición, no se contradice tampoco; de lo cual se infiere que lo absurdo no se refiere directamente a las denominadas operaciones simples de nuestra inteligencia o facultades reales de nuestro pensamiento, sino a aquellas operaciones complejas o facultades formales de que nos servimos para interpretar los datos reales de las primeras y desde luego al juicio, operación en virtud de la cual unimos, mediante un acto intelectual (la cópula), dos nociones que se contradicen (A es no A). No es pues posible el absurdo aplicado a la noción misma o concepto; el absurdo sólo existe cuando relacionamos unas ideas con otras. Puede, pues, existir proposición absurda, pero no idea, en el sentido de dato primitivo, que sea absurda. Aun con esta restricción, conviene todavía advertir que a veces el espíritu combina palabras o representaciones verbales, creyendo combinar ideas, porque induce falsamente de una supuesta unión mecánica del pensamiento con la palabra. De este único modo se explica que el espíritu pueda representarse sólo verbalmente ideas absurdas (círculo cuadrado, semana de tres jueves, paralelas que no sean equidistantes, &c.). Se reconocen estas como representaciones exclusivamente verbales, desde el momento en que el espíritu descarta el velo de los sonidos para descubrir la idea o lo significado, reflexionando sobre el sentido de las palabras empleadas. Se percibe en seguida su contradicción y se reconoce que el absurdo no existe en las ideas (pues aquellos signos no expresan ideas) sino en las combinaciones de palabras de sentido contradictorio. La proposición absurda (y por tanto lo absurdo reside en la relación interpretada mediante la cópula del juicio) es aquella, cuyo atributo enuncia algo que niega o contradice la comprensión esencial del sujeto. Determina la lógica lo que es contradictorio (dos proposiciones que difieren en cantidad y cualidad) y estima desde luego que las proposiciones contradictorias no pueden ser a un tiempo verdaderas ni falsas, sino que de la verdad de la una se deduce la falsedad de la otra y viceversa (V. Contradicción lógica). En esta regla lógica, que requiere la distinción de la contrariedad (lo blanco y lo negro) y de la contradicción (lo blanco y lo no blanco), se funda lo llamado demostración indirecta o ad absurdum (V. Aristóteles y Hamilton, Lectures on Logic), que consiste en probar que la no admisión de la tesis implica lo contradictorio y lo irracional. Este raciocinio (V. Demostración) es un procedimiento de crítica o de refutación más que de prueba; sirve para discutir y rechazar el error, pero no es útil para hallar ni probar la verdad; porque, aparte de que es camino indirecto que no conduce a la contemplación de lo verdadero, no se puede olvidar que lo implícito en el absurdo es siempre una negación. Además esta demostración indirecta o ad absurdum (reducción al absurdo) debe ser apreciada sólo como un recurso ultimo del cual se echa mano cuando faltan otros más directos; porque en él siempre se halla latente el gravísimo peligro de contundir lo contradictorio con las proposiciones contrarias, engendrando de esta suerte sofismas sin cuento y errores de gran bulto. Todos los razonamientos que se fundan exclusivamente en la complejidad de los hechos históricos adolecen de este vicio, por lo cual se afirma con sabor escéptico, pero con sentido certero, que «la historia es arsenal que proporciona toda clase de armas para defender las causas más opuestas». Y es que se prescinde de la complejidad de los hechos históricos, se examinan sólo algunas de las circunstancias que a su realización concurren, se nota con excesiva diligencia y con inducciones prematuras su diferencia y por uno de los llamados sofismas de tránsito se concluye de la contrariedad a la contradicción y al absurdo. Sin insistir en estos peligros, fácilmente concibe que existen razones todavía maravillosas para preferir la demostración directa a la indirecta o ad absurdum. La primera prueba que una proposición es verdadera y el porqué de su verdad, mientras que la reducción al absurdo se limita a concluir sobre la verdad de una proposición, sin probar el porqué es verdadera.


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