Filosofía en español 
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Espiritualidad del alma

Cuestión importantísima es la que indica el título de este artículo; cuestión que debe llamarse trascendental en el terreno religioso y en el filosófico, sobre la cual se han escrito muchos volúmenes y se han cometido gravísimos errores.

A cualquiera que sea literato le asombrará la anterior afirmación, porque de sentido común es, y a cualquiera se le alcanza «que el alma humana es espiritual», no pudiendo darse razón de las diferentes sentencias, empeñadas controversias, variedad de sistemas, &c., sobre un punto claro e indudable. No es de extrañar que así suceda, porque generalmente lo más difícil de explicar y demostrar son las verdades más claras, lo que llamamos primeros principios y axiomas.

Con temor emprendemos este trabajo, precisamente por la necesidad que tenemos de sintetizar y concretar materia tan vasta; nos asusta el pequeño círculo en que debemos movernos, porque tenemos que decir muchas cosas en pocas palabras. Pero sea lo que fuere, hay que hacer algo, hay que escribir sobre tan importante cuestión como es «la espiritualidad del alma humana», y hay que escribir de modo que se forme al menos idea de la importancia del asunto.

Comenzaremos por establecer los principios que nos han de conducir al punto capital. El alma es la vida, así nos lo enseña la revelación de la verdad eterna, y así nos lo dice la noción universal de todos los pueblos. Tomando la palabra vida en el sentido técnico, estricto y propio, significa el primer constitutivo esencial del ser; y Santo Tomás dice: que es la posesión del principio del movimiento, por el cual todo ser viviente se mueve por sí mismo. La vida se manifiesta por este movimiento propio; cuando el ser comienza a moverse por sí mismo, entonces comienza la vida, cuando este movimiento termina, entonces acaba la vida; y solo puede llamarse vivo propiamente el ser o compuesto que manifiesta al exterior, que se mueve por sí mismo. (Santo Tomás, I P., quaest, XVIII, art. 2º)

Los seres que no tienen en sí mismos, o en su naturaleza, la facultad de moverse por sí mismos, carecen de vida, y sólo por comparación pueden llamarse impropiamente vivos. Ea vero, in quorum natura non est ut se agant ad aliquem motum vel operationem, viventia dici non possunt, nisi per aliquam similitudinem (I P., q. XXIV, art. 2º), de donde concluye el Angélico Doctor que no son obras de vida o vitales, sino aquellas que proceden de un agente que obra por sí mismo.

A este principio fundamental de las operaciones sigue como auxiliar concomitante el organismo, o sea el conjunto de partes distintas, ordenadas y dispuestas de tal modo que respondan a las funciones que el ser viviente tiene que ejercer. Las diferentes partes del cuerpo (todo ser compuesto vivo tiene cuerpo), tienen cada una su acto propio, exclusivo; una misma parte no puede ejercer diferentes funciones, y de aquí la necesidad de que los órganos sean múltiples, que obrando cada uno según su función, y movidos y regularizados y puestos en la conveniente vida de [275] relación por el principio fundamental, alma, resulta la armonía perfecta y admirable que llamamos vida. Por esta razón, cada ser compuesto tiene la organización propia y adecuada a su modo de ser y de moverse. Estas dos condiciones esenciales de la vida la anuncian y revelan; la interior y principal en la facultad de moverse por sí, la exterior, el organismo.

Ahora bien; examinado el universo, solo encontramos las condiciones de vida en el reino vegetal, en el reino animal y en la especie humana, resultando que solo el hombre, el bruto y la planta son compuestos naturales vivos de la creación; todos los demás compuestos naturales tienen ser, pero no viven. Plantae, secundum ultimam resonantiam vitae, habent vivere... Corpora inanimata sunt infra plantas... In gravibus ut principium passionum et non activum motus naturalis. (I P., q. XVIII, art. 1º)

Aquí debiera hablarse del movimiento que procede de una fuerza o principio extraño al ser que se mueve; están las grandes cuestiones del movimiento de los cuerpos graves, de los fluidos, de los astros, &c., pero no es posible reducir a un artículo materias tan vastas. Solo estableceremos la diferencia entre el movimiento que procede del exterior y el que se regulariza por el principio vital; el 1º se define perfectamente en aquel axioma: «Todo cuerpo, puesto en movimiento, recorre la línea recta, mientras otra fuerza mayor y externa no la deriva.» El 2º, es decir, el que se regulariza por el principio vital, sigue todas las líneas y en todas direcciones.

Nos interesa consignar la doctrina de Santo Tomás para evitar escollos. Dos especies de movimiento hay en los seres vivos, dice el Santo Doctor; el movimiento natural y el movimiento voluntario, y uno y otro proceden esencialmente de un principio intrínseco. Todo lo que se mueve por sí con movimiento natural es cuerpo, todo lo que se mueve con movimiento voluntario no lo es; en este sentido pertenece el movimiento a los seres espirituales por dos razones: 1ª En que toda operación se llama movimiento; 2ª en que todo deseo o tendencia a una cosa se llama movimiento. (I. P., q. VII, art. 1º)

De estos principios se deduce que son tantas las especies de movimiento, como son las de operaciones, que se reducen a tres: 1ª las de conservación, crecimiento y reproducción; 2ª las de sentido y locomoción; 3ª la intelectual. Ipsum intelligere et velle et amare motus quidam dicuntur. (I P., q. IX, art. 1º), y de aquí que la vida se distinga en vegetativa, sensitiva e intelectual. Y dejando ya más explicaciones que serían fuera de nuestro propósito, vengamos a la cuestión del alma humana.

Todo ser compuesto natural resulta de la materia y forma, y en los seres vivos la materia es el organismo, la forma es lo que le da el ser y la vida; esta forma del compuesto vivo es la que llamamos alma; alma en general es, pues, la forma sustancial del compuesto vivo. (Véase tomo I, pág. 354).

La moderna filosofía ha definido el alma en los siguientes términos: Eus simplex, inmateriale, indivisibile, intellectu et libera voluntate praeditum; y aun cuando en esta definición, Wolff, con todos sus imitadores y admiradores, confiesan la espiritualidad del alma, no por eso la creo muy adecuada y perfecta la definición, ya porque dice más de lo que al alma humana pertenece, ya también porque es defectuosa para generalizar el concepto de alma. En primer lugar es más lata que la cosa definida, porque esta definición conviene lo mismo al alma que a los ángeles y al mismo Dios, puesto que Dios y los ángeles son simples, inmateriales, &c.; segundo, carece de la diferencia que debe fijarla como definición propia; y tercero, no tiene una sola palabra con relación a la materia informada por esta forma sustancial, o sea el organismo o cuerpo. La definición alemana obtuvo no solo aceptación, sino una especie de consagración en la escuela francesa, y el Cartesianismo la recibió con aplausos y con honores; hasta la misma filosofía de Lyon corregida, creyó indispensable proclamarla. No entraremos en disertar acerca de las modificaciones que ha sufrido accidentalmente la doctrina alemana, en las relaciones de estas escuelas con la de Malebranche, y dando como asunto de otro lugar las disputas filosóficas, transcribiremos la definición de Santo Tomás, y se verá la notabilísima diferencia entre una y otra filosofía.

El alma, dicen los escolásticos, es el primer acto de un cuerpo orgánico, físico, que tiene la vida como poder. «Anima est actus primus corporis organici, physici, potentia vitam habentis.» Para comprender bien esta definición, se necesita saber lo que es potencia y acto; acto primero y acto segundo, cuerpo orgánico e inorgánico, &c., y entonces resulta toda la propiedad de la definición escolástica en lo que se concreta la naturaleza general del alma, dejando aplicación a las diferencias. En esta definición encontramos como acto primero la forma sustancial, que especifica e individualiza a la materia. Allí se establece la diferencia de espíritus cuando se fija el destino del alma, que es informar al cuerpo; como acto primero, dirigir la operación que es el acto segundo, no confundiéndolo con el grado superior, los Angeles, que son sustancias espirituales completas, ni mezclando la materia del compuesto vivo con la inorgánica incapaz de tener alma. [276]

Las palabras de la definición: potentia vitam habentis, denotan la propiedad del alma de dar, como acto, la vida al cuerpo, y hacerle capaz de las operaciones de la vida, porque la vida del cuerpo y no su operación es de la esencia del alma. Además, expresan también estas palabras de la definición, que el alma no es ni puede ser forma sustancial de todo cuerpo, cualquiera que sea la condición de esta, sino de un cuerpo que pueda por su disposición permanecer en condiciones de vida.

Finalmente, la definición escolástica del alma es tan genérica, que abraza a todo principio de vida; de modo que con decir: el primer acto del cuerpo vegetal... el primer acto del cuerpo sensible y locomovil... el primer acto del cuerpo humano..., tenemos perfectamente definidos los principios de la vida vegetativa, animal y racional. No es extraño que el Concilio ecuménico de Viena dijese que el alma humana es forma substantialis corporis humani. Compárese el lenguaje claro, sencillo, a la vez que profundo, exacto y preciso de la filosofía cristiana, con el charlatanismo vago de las escuelas modernas, y se notará la inmensa distancia de la sabiduría a la presunción.

Siguiendo, aun cuando no paso a paso a Santo Tomás, en la materia que nos ocupamos, se prueba que el alma humana es espiritual por las tres grandes prerrogativas que la distinguen: 1ª porque no es engendrada; 2ª porque es libre; 3ª porque es inmortal.

1ª El alma humana no es engendrada, porque es creada inmediatamente por Dios. «Todo lo que es fuera de Aquel que es el Ser mismo, el Ser necesario, Ens a se, no es de la misma manera; porque una manera es ser el accidente y otra la manera de ser la sustancia; y entre las mismas sustancias, una es la manera de ser la sustancia subsistente solo con otro, y otra la manera de ser la sustancia subsistente por sí misma. Los accidentes no son sino de una manera muy impropia, porque no tienen ser propio suyo; por ejemplo, la blancura no es ni puede llamarse ser, mientras que no se considere en otro ser, al que calificamos blanco; resultando que los accidentes son modificaciones o cualidades del ser.»

Las sustancias, a diferencia de los accidentes, no son en un sujeto, poseen el ser propio; por eso las sustancias se llaman entes (entia). Pero las mismas sustancias varían también en su modo de ser en tales términos, que las formas sustanciales que solo subsisten con la materia, como el alma vegetal con la planta, y el alma sensitiva con el cuerpo animal, solo tienen un ser propio, del que no pueden disfrutar sino en compañía de la materia a la que se encuentran adheridas.

Pero el alma humana, forma sustancial del hombre, racional e inteligente, aun cuando es en la materia, porque su destino es informar al cuerpo, no es con la materia, porque comprende la materia, obra sobre la materia y sin la materia, y subsiste sin la materia, subsiste sola en sí misma y por sí misma, con un ser propio, suyo enteramente, pudiendo decirse que es ella misma.

Hay un apotegma filosófico, que dice operatio sequitur esse, al cual sigue otro no menos axiomático: hoc modo alicui competit FIERI, sicut ei competit esse, y se comprende que así sea, porque el fieri tiende directa y exclusivamente al esse. Dados estos principios inconcusos, se deduce: que el fieri hace relación a las formas sustanciales de los compuestos. Las subsistentes con la materia, no son hechas sino de una subsistencia compuesta con la materia (composita subsistentia fiunt), como no son ni subsisten sino con la materia. Ellas son producidas o engendradas, más bien que hechas, pues solo aparecen a continuación y en compañía de la materia ya hecha.

No sucede así en la forma sustancial o alma humana, que teniendo su ser en la materia, es independiente de la misma materia desprendida y separada de la materia en relación a su operación específica, respecto a su ser, y por lo mismo con relación a su fieri, según los principios antes aducidos. El alma humana no puede salir de una sustancia corporal preexistente, pues en este caso sería puramente material y corpórea; ni procede de una sustancia espiritual preexistente, porque los espíritus no pueden metamorfosearse, ni reproducirse por división, ni por generación, resultando la necesidad de que sea creada inmediatamente por Dios.

Todo cuanto venimos exponiendo exactamente es lo que consigna Santo Tomás en el lugar antes citado, contentándonos con transcribir pocas palabras. Anima autem rationalis, est forma subsistens; unde sibi proprie competit esse et fieri. Et quia non potest fieri ex materia praejacente, neque corporali, quia sic esset natureae corporeae, neque spirituali, quia sic substantiae spirituales invicem transmutarentur: necesse est dicere quod non fiat nisi per creationem.

Para responder a las objeciones que por la comparación con la reproducción y generación de los demás seres, oponen las escuelas filosóficas, dice Santo Tomás como último argumento, y después de grandes y luminosos principios y razonamientos: Solus Deus potest creare, quia solius primi agentis est agere nullo praesupposito; cum agens secundum praesupponat semper aliquid a primo agente. Quod autem agit aliquid ex aliquo praesupposito, agit transmutando, et ideo nullum [277] aliud agens agit nisi transmutando, sed solus Deus agit creando. Et quia anima rationalis non potest produci per transmutationem alicujus materiae, ideo non potest produci nisi a Deo inmediate.

2ª La segunda prerrogativa del alma humana, es la de ser natural y esencialmente libre. Este es el gran principio, la gran verdad, el gran dogma sobre el cual descansa la dignidad del hombre, y el eje sobre el que gira el orden moral, político y religioso. Quitad la libertad al alma humana y no hay ya verdad, ni error, ni bien, ni mal, ni leyes, ni preceptos, y por consiguiente ni penas ni recompensas. No es posible que haya quien niegue seriamente esta gran prerrogativa del alma humana, que la eleva a la esfera de los espíritus, y por lo mismo no gastaremos el tiempo en refutar los absurdos que con insensatez suma se han vertido. Creemos inútil advertir, que aquí tratamos de la libertad metafísica, y no del libertinaje. En este sentido, define Santo Tomás la libertad humana, diciendo: liberum de actione judicium. (I. P. q. LXXXIII, art. 3º) Para comprender toda la exactitud de esta definición, conviene haber leído los artículos precedentes de la quaest. LXXXIII, del Angélico Doctor: allí establece que hay seres que obran sin juicio, y son todos los agentes que con falta de conocimiento producen su efecto. Hay otros que obran con cierto juicio indeliberado, que lamamos instinto, como son los actos de los brutos. Pero el hombre obra de una manera muy diferente. En virtud de su facultad cognoscitiva, juzga también que debe huir de un objeto o buscarlo. Este juicio no emana de él, como en el bruto, de un instinto especial hacia lo particular operable, sino que es la obra de la aproximación de las ideas que hace la razón; el hombre obra en virtud de un juicio libre, y permanece siempre dueño de dirigirse hacia diferentes objetos. Y esto consiste en que, cuando se trata de cosas contingentes, que pueden ser o dejar de ser, nuestra razón se presta a admitir una u otra de las proposiciones opuestas; de aquí dimana la diversidad de opiniones y pareceres sobre un mismo punto. Pero las cosas particulares operables, son en cierto modo contingentes; por consiguiente, respecto a estas cosas, el juicio de la razón es libre, no es determinado a uno; luego por lo mismo que el hombre es un ser razonable, goza y debe gozar del libre albedrío. (I. P., q. LXXXIII, art. 1º)

Además, las potencias o facultades del alma humana por todos reconocidas prueban la necesidad de su libertad, porque ellas explican la aptitud en que se encuentra para determinarse como ser inteligente y sensible. Lo esencial subsiste siempre, es invariable, y permanece inalterable; si el hombre dejara de ser inteligente y fuera solo sensible, se convertiría en bruto: y por el contrario, si perdiera la sensibilidad y fuera solo inteligente, quedaría convertido en ángel o puro espíritu; pero esto no quiere decir que los objetos de sus potencias no son indeterminados, movibles, variables y hasta contradictorios, porque las potencias no son el acto, ni pueden ser constantemente el acto: son la facultad de hacer o no hacer. Para determinarse el alma humana a obrar, tanto en la esfera de la inteligencia como en la de voluntad, necesita pensar, comparar, examinar, en una palabra, raciocinar; la razón es la que decide, y porque tiene razón, es por lo que necesita la libertad. Pro tanto necesse est, quod homo sit liberi arbitrii, ex hoc ipso quia RATIONALIS est.

Teniendo el hombre, por su cualidad de ser intelectivo, la facultad de raciocinar respecto a los bienes particulares y finitos, y pudiendo juzgarlos libremente, es esencialmente libre, es libre con el mismo título con que es racional. La razón es la raíz, el principio de la libertad humana, por consiguiente para negar esto, es preciso negar la razón, y la razón y la libertad suponen un ser espiritual.

3ª La tercera prerrogativa del alma humana es la inmortalidad. Esta es la más importante de todas las prerrogativas del alma; por ella se asemeja más a Dios que los otros seres de la creación visible; por ella espera su ultimo y dichoso fin que es la glorificación. Podemos decir que esta prerrogativa es la coronación de todas las demás, y la que establece el lazo de reciprocidad entre unas y otras, porque ni se podría ser inmortal sin ser espiritual, inteligente y libre, ni se concibe un ser espiritual, inteligente y libre que no sea inmortal.

Además, la sublime dignidad y gran elevación del hombre sobre los demás compuestos de la naturaleza, su destino, y el haber sido hecho a imagen y semejanza de Dios, exigen imperiosamente la inmortalidad. Así como si Dios no existiese, el hombre no tendría certeza de la inmortalidad ni de su alma; así tampoco el hombre no comprendería nada de la creación, ni de la existencia de Dios, ni de sus obras, si su alma no fuese inmortal; también en estos dos dogmas encontramos reciprocidad de inteligencia.

Pongamos un silogismo y sea la demostración de la inmortalidad del alma. «Toda cosa que no depende de otra, con relación a su propio ser, separada de aquella otra cosa no pierde el ser; es así que el alma humana no depende del cuerpo con relación a su propio ser; luego separada del cuerpo no puede perder su propio ser, no deja de existir.» [278]

La proposición mayor es tan evidente, que no hay por qué ocuparnos en probarla; lo que importa es probar la proposición menor, y demostrar que el alma humana no depende del cuerpo con relación a su ser.

Necesario creemos repetir axiomas filosóficos ya citados: 1.º Todo agente obra sólo según la naturaleza, las condiciones y las leyes de su existencia, porque obrando es el ser en acción. Operatio sequitur esse, y todo lo que obra, dice Santo Tomás, sólo tiene en la misma medida y de la misma manera, el ser y la operación. 2.º Unumquodque similiter habet esse et operationen. 3.º Lo que obra por sí e independientemente de otro, subsiste por sí y con independencia; quod per se operatur, per se subsistit, de modo que el ser y la operación se explican, se conocen y se miden el uno por la otra. Sentados estos principios, conviene saber si el alma humana no depende del cuerpo respecto a sus obras, para tener la seguridad de que no depende del cuerpo respecto a su ser.

Las obras específicas de la forma sustancial del hombre son las obras intelectivas, pues por el entendimiento es por lo que se distingue de los demás seres compuestos animados. No es posible dudar de que las operaciones intelectuales las ejecuta el alma independiente del cuerpo. La primera de estas obras es la idea, ya desprovista del fantasma que produce la percepción física de los objetos exteriores; universaliza lo particular, se forma la idea general de las cosas y comprende. Potencia universal, el entendimiento no solo no puede ver, sino de una manera universal, aun lo particular, y esto es lo que se llama comprender, sino que solo puede verlo en virtud de una facultad, ella misma universal, porque lo universal no puede salir del particular. Pues toda obra resultante de la materia o del cuerpo, no es ni puede ser sino material, corporal y particular, y por lo mismo opuesta y contraria a la obra intelectiva. Es decir, que la transformación de la especie sensible en especie inteligible, de la percepción particular en concepción universal, de la imagen en la idea, no es ni puede ser más que la obra de solo el entendimiento. No porque está en el cuerpo, sino a pesar de estar unido al cuerpo, se eleva el espíritu sobre la naturaleza material.

La segunda obra de la potencia intelectiva es el raciocinio, que es el acto de comparar las ideas que el entendimiento se ha formado respecto a la naturaleza y propiedades de los cuerpos, es procurar comprender los cuerpos y conocerlos por lo que tienen de más incorporal. El raciocinio es de la única competencia del espíritu, aun cuando verse sobre objetos corporales y materiales, y con mayor razón cuando los raciocinios tienen por objeto verdades abstractas y del orden puramente intelectual. Esta verdad se conoce y comprende con la sola consideración del estudio, cuando formamos raciocinios sobre Dios, los ángeles, los espíritus, la moral, la religión, las leyes, las ciencias, &c., &c., que no solo no necesitamos para ello del cuerpo como auxiliar de la operación mental, sino que hacemos esfuerzos por concentrarnos mentalmente, separándonos de todo objeto sensible que debilite la fuerza intelectiva sobre el estudio propuesto.

La tercera obra y complemento de la operación intelectual es la voluntad, la determinación a obrar; la voluntad dicen los filósofos: que es una potencia ciega que sigue al entendimiento; en efecto, para determinarse a obrar se necesita tener conocimiento de la obra que se ha de realizar, no hay más consultor que la razón, ni más juez que decida que el juicio; si este calla, la voluntad permanece en suspenso, por aquello de nihil volitum quin praecognitum; de donde resulta que el acto de querer, de determinarse a obrar, de realizar hasta su término la operación mental, depende única y exclusivamente del espíritu, que de ningún modo puede tener relación con el cuerpo, como resultado que es de las dos operaciones mentales que la engendran, por decirlo así.

De todo lo expuesto resulta, que el alma humana por sus operaciones y por su ser es espiritual, que vive y subsiste sin necesidad del cuerpo o de la materia, porque subsiste por sí y sobre la materia; y como el espíritu no se halla sujeto a la corrupción y descomposición ni per accidens; ni per se, porque es simple, tampoco el alma humana se encuentra sujeta a la destrucción, lo cual se llama inmortalidad.

Omitimos las objeciones que se presentan a los puntos ligeramente indicados, cuya solución aumentan la luz que de estas verdades se difunde, pero creemos demasiado largo el artículo, y no estamos en el caso de escribir una obra sobre asunto tan vasto e importante, y con tanto acierto tratado por doctores de justa fama, especialmente por el Angel de las Escuelas, de quien tomamos toda la doctrina expuesta. (Véase tomo I, pág. 36O).

Godofredo Ros y Biosca, Arcediano de la Catedral de Valencia.