La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Libros
Fray Antonio de Guevara

por J. M. Alda Tesán
(Escorial, Madrid 1944.)


Estamos pasando una época de fiebre editorial. Cada día se multiplican las empresas, las colecciones literarias, los nuevos volúmenes, dedicados en su mayor parte a traducir novelas extranjeras. Por eso se recibe con doble gusto un libro de solera tan española como la reciente antología de Fr. Antonio de Guevara, preparada por Martín de Riquer. Gran cosa es facilitar, mediante traducciones, la lectura de todo lo bueno que hay en las demás literaturas; pero mientras una buena parte de la nuestra yace olvidada en ediciones casi inasequibles, es justo que se dé preferencia a nuestros escritores, y en este sentido hay que resaltar la labor de la Editorial Luis Miracle, de Barcelona, que desde hace tiempo viene dando ediciones y antologías de clásicos españoles.

Ésta del predicador y cronista de Carlos V no es precisamente lo que se dice una edición crítica, que sería improcedente, dado su carácter fragmentario, pero sí un libro amable de confianza y garantía que sirve para comprender la figura de Fr. Antonio y su importancia literaria. Se incluyen en él muestras de todas sus obras conocidas: Libro áureo de Marco Aurelio y Reloj de príncipes, distintas e independientes en su origen, pero fusionadas, según es sabido, en la primera edición de 1529, Década de césares, Aviso de privados y doctrina de cortesanos, Menosprecio de corte y alabanza de aldea, Arte del marear, edición completa; Epístolas familiares, Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos y Monte Calvario.

Su doble oficio ante el Cesar le imponía la predicación frecuente y el relato histórico de los hechos imperiales, pero la crónica quedó por hacer. Y, sin embargo, toda su obra ofrece ese doble carácter de sermón y de crónica interna. Quizá nadie haya estado en su tiempo tan [307] bien situado como él para ver de cerca y vivir las costumbres cortesanas, y es curioso observar que de los dos mejores testigos de la Corte, en lo político y en lo moral, Alfonso de Valdés y Fr. Antonio de Guevara, salgan dos de las grandes figuras literarias de la época.

La obra del P. Guevara se desenvuelve en el mismo ambiente cortesano que pone de moda el libro del Conde Castiglione y retrata Luis Milán por los mismos años, y recoge el tradicional sentido formativo de los libros de educación: da normas de bien vivir y bien gobernar para aleccionamiento de príncipes y cortesanos, a cuyo fin no duda en inventar patrañas de toda laya que le echaron en cara rigurosos humanistas, sin que le importara gran cosa al buen fraile campechano y socarrón, más afecto a la doctrina que a la anécdota. Los títulos de algunas de sus obras nos hacen pensar en la actitud vigilante y experimentada del barroco, de un Quevedo, por ejemplo, que vivió justamente un siglo después; mas ¡qué distancia hay entre la opulencia de Fr. Antonio y la sequedad amarga y descarnada de los moralistas del XVII!

Pero el aspecto más importante en la obra del franciscano es el estilo. Así se viene reconociendo desde hace mucho tiempo, pero aún no se ha escrito el estudio que el tema requiere, si bien Landnfann sentó la teoría de la influencia guevariana en la prosa del Euphues, the anatomy of wit, de Lyly, que negaron Morley y Farinelli, y templó más tarde J. G. Underhill.

En su precioso ensayo sobre El lenguaje del siglo XVI considera Menéndez Pidal el estilo del Obispo de Mondoñedo como producto natural de su tiempo, reflejo de la conversación cortesana contaminada de las expresiones enfáticas de los cancioneros, cuya lectura dejaba claras influencias en la lengua hablada. El mismo Don Ramón habla en su Antología de los prosistas españoles de que las similicadencias, repeticiones, paralelismos, &c., de Fr. Antonio son supervivencias medievales que se hallan ya en la prosa del Corbacho, del Arcipreste de Talavera. Valbuena Prat ha visto el estilo del período imperial como un intento frustrado de barroquismo literario, en el que los escritores hacen gala de su lengua enriquecida tras la Celestina y Nebrija, rimando su pomposidad y grandilocuencia con los hechos de su tiempo. Pero no puede aplicarse este criterio a toda la prosa de la época; si fueron ampulosos y retóricos Silva, Milán, Guevara, Mexía, &c., fueron modelos de sobriedad y elegancia Boscán y los Valdés. [308]

El propio Obispo intentó definir su estilo en la dedicatoria del Marco Aurelio, sin que pasen sus palabras de ser una mera expresión retórica y sin valor autocrítico: «No fuí tan breve en mi escribir que me notasen de obscuro, ni tampoco tan largo que informasen de verboso; pues toda la excelencia del escribir está en que debajo de pocas palabras se digan muchas y muy graves sentencias.»

Toda su obra está expuesta en una forma oratoria, de frase larga y rotunda, en que sus partes se armonizan y contrapesan, dando lugar a largas enumeraciones aglutinadas que constan de muchos miembros paralelos entre sí y que a veces tienen cada uno dos elementos antitéticos, como en este caso del vibrante y dilatado discurso del Villano del Danubio: «Yo veo que todos aborrescen la soberbia y ninguno la mansedumbre; todos condenan el adulterio y a ninguno veo continente; todos maldicen la intemperanza y a ninguno veo templado; todos loan la paciencia y a ninguno veo sufrido; todos reniegan de la pereza y todos veo que huelgan; todos blasfeman de la avaricia y a todos veo que roban.» Otras veces los miembros de la serie son simples y están formados por idénticas agrupaciones de vocablos, como en este ejemplo del mismo discurso: «Mis ojos se enternecen, mi lengua se entorpece, mis miembros se descoyuntan, mi corazón se desmaya, mis entrañas se abren, mis carnes se consumen.»

Especialmente típico y definitorio es este fragmento del Menosprecio de corte: «Afrenta he de lo decir, mas no lo dejaré de decir, y es, que desde niño muy niño la Corte conoscí, a muchos príncipes en ella alcancé, varias fortunas en sus casas vi, de varios oficios en sus cortes serví, en guerras trabajosas y por mares peligrosos los seguí, mercedes muy señaladas dellos rescibí y aun con prosperidades y adversidades en sus cortes me hallé. Más diré, pues más pasé, y es, que unas veces en gracia y otras veces en desgracia de los príncipes me vi, varios géneros de fortuna allí tenté, muchos amigos allí cobré, con crueles enemigos allí competí, sobresaltos de fortuna infinitos allí sufrí, alegre y triste, rico y pobre, amado y desamado, próspero y abatido, honrado y afrentado, muchas y muy muchas veces en la Corte me vi." En esta larga cita podemos apreciar, además de esa abundosa reiteración de frases paralelas con su correlación de términos colocados en el mismo lugar, y del paladeo de la prosa en la lentitud de su desarrollo, la correspondencia de los pretéritos produciendo insistentemente similicadencias y consonancias, y el juego de contrarios, «alegre [309] y triste, rico y pobre...». Para producir mayor hinchazón, al final del período considerará escaso el adverbio muchas, y lo reduplicará con el «muchas y muy muchas». Ejemplos como éste de consonancias buscadas podrían multiplicarse. Veamos éste: «Pues vuestra huerta es helada, pues vuestra vendimia es ya hecha, pues vuestra flor es caída, pues vuestra primavera es acabada, pues vuestra juventud es pasada, pues vuestra senectud es venida...», donde no pueden estar más patentes las rimas helada, caída, acabada, pasada, venida. De Heliogábalo se dice en la Década de césares que «fue en el comer curioso, costoso y goloso»; y en el mismo Menosprecio de corte, escribe: «Toman muy gran recreación en verlas plantar, verlas binar, verlas cubrir, verlas cercar, verlas bordar, verlas regar, verlas estercolar, verlas podar, verlas sarmentar y, sobre todo, en verlas vendimiar.» Similicadencias, paralelismos, tautologías, circunloquios y frases enfáticas se repiten hasta el enfado en esta prosa envanecida.

Muchas veces gusta Fr. Antonio de dar a su estilo cierto sabor arcaico, ya con el uso de algunos vocablos («ca no me parece a mí»), ya por la colocación del infinitivo detrás del pronombre personal, la inserción de palabras entre el infinitivo y su preposición regente o la descomposición de futuros y potenciales simples en sus formas primitivas: «No sé sonar en pañizuelo, no sé echar sobre la mesa de codos»; «Los tristes hados lo permitiendo, y nuestros sañudos dioses nos desamparando»; «Tengo humildad para humildemente le suplicar resciba»; «Sentirlo hía al cabo del año en la bolsa».

También es aficionado a los cultismos, como «propincuo, arrepiso, superbo, seva, amicicia, riparia, anhélito, &c.».

Son de señalar ciertos rasgos conceptistas heredados seguramente, como otros muchos aspectos de su estilo, de los cancioneros tan en boga en los años del P. Guevara: «Más valiera que trajeran siquiera sillas y bancos en qué nos asentar, que no banquillos y banquetes para glotonear»; «Puede también acontecer que yendo el rey corriendo por las breñas de las montañas tropezase su caballo y diese con él en el suelo, y en caso tan desastroso no le sería dañoso hallarse allí al buen cortesano, porque podría ser que de caer el rey viniese él a se levantar.»

Todas estas notas y muchas más que podría destacar una minuciosa investigación estilística, acreditan al Obispo franciscano como un colorista del lenguaje digno de un estilo detenido.


{J. M. Alda Tesán, «Libros. Fray Antonio de Guevara», Escorial. Revista de cultura y letras (Madrid), Tomo XII, 1944, páginas 306-309.}


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