Filosofía en español 
Filosofía en español

cubierta del libro Cesáreo Rodríguez y García-Loredo

El “esfuerzo medular” del Krausismo frente a la obra gigante de Menéndez Pelayo
Un arbitrario texto orteguiano

Por el Dr. D. Cesáreo Rodríguez y García-Loredo, Canónigo, Doctor en S. Teología, Licenciado en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, Licenciado en Derecho, Examinador-juez prosinodal y profesor de Teología en la Universidad de Oviedo.

Oviedo 1961, 801 páginas · 170×238 mm · Depósito Legal. O. 448.-1961. “Imprenta ‘La Cruz’. San Vicente, 8. Oviedo. Número de Registro 6980-61.” “Se acabó de imprimir este libro en los talleres de la ‘Imprenta de La Cruz’, el día 12 de octubre de 1961, festividad de Nuestra Señora la Santísima Virgen del Pilar Patrona de la Hispanidad. Laus Deo”.

 

Índice general

Censura eclesiástica, 11

A guisa de prólogo, 15

Primera parte
El “esfuerzo medular” del Krausismo

I. Un texto orteguiano, 19

II. Lapsus cronológico de Ortega, 23

III. Qué representa, según éste, el Krausismo. Superlativa equivocación de Ortega, 26

IV. La “Institución Libre de Enseñanza”, heredera del Krausismo, 33

V. El “único esfuerzo medular”: una invención orteguiana, 37

VI. Algunos “esfuerzos medulares” a través del siglo XIX español, 40

Segunda parte
La obra gigante de Menéndez Pelayo

VII. El verdadero “esfuerzo medular” de un solo hombre, 42

VIII. Menéndez Pelayo: varón singularmente providencial, 45

IX. Rigurosa trabazón lógica de su magna y polifacética empresa, 48

X. Otras piedras miliarias de su obra gigante, 55

XI. Menéndez Pelayo: prototipo de nuestros intelectuales seglares, 63

XII. Católico a machamartillo, 64

XIII. Teólogo seglar consumado, 67

XIV. Filósofo eminente, 70

XV. Investigador en sentido pleno, 73

XVI. Patriota ardoroso, 74

XVII. Su alto ideario político, 77

XVIII. Insigne pedagogo-universitario, 80

XIX. Estilista maravilloso, 81

XX. Europeo, pero no “europeizante”, 83

XXI. Sabio apologista, 89

XXII. Estrenuo apologista, 125

XXIII. Doloroso contraste: Menéndez Pelayo y la crisis actual de la apologética hispana, 134

XXIV. Vidente o profeta de los destinos patrios, 218

XXV. Maestro eximio y actualísimo, 222

XXVI. Menéndez Pelayo y Ortega: dos símbolos contrapuestos o antitéticos, 264

XXVII. “¡Vuelta o retorno al ideario de Menéndez Pelayo!”, 422

Tercera parte (complementaria)
Notas polémicas

I. “Ejercicios de comprensión”, de Laín Entralgo, 431

II. “El escribir y el escritor”, de Julián Marías, 480

III. Unas conferencias filosóficas, de A. Muñoz Alonso, 580

IV. “El peligro y la seguridad”, de Julián Marías, 596

V. El “doble y sensacional” documento de los “intelectuales”, 631

VI. “Crisis religiosa”. Un artículo de Juan Zaragüeta, 724

VII. “Ortega y el 98”, de Fernández de la Mora, 731

* * *

Importante observación final, 776

Índice de nombres, 785

(Cesáreo Rodríguez, El “esfuerzo medular”…, Oviedo 1961, páginas 7-9.)

Censura eclesiástica

Aprobación

Leída para censura la presente obra, en obediencia al mandado de la Autoridad competente, al censor de ella que suscribe causaría sentimiento el no acompañar su parecer con la expresión de alguno de los aspectos de la misma que más le hubieran necesitado a darlo. Por ello agradecería que se le permitiera robustecer su “nihil obstat” con determinadas consideraciones motivadoras del mismo. Y lo hará según la antigua costumbre de “aprobaciones”, de las que algunas, por sí solas, hacen ya de perfecto aval de las páginas a que anteceden. Sirva de ejemplo aquella que el padre Juan Eusebio Nieremberg envía desde el Colegio Imperial, de Madrid, en 22 de octubre de 1634, para el “Epícteto traducido” de nuestro gran Quevedo.

Ciertamente que esta obra del Sr. Rodríguez y García-Loredo, El “esfuerzo medular” del Krausismo frente a la obra gigante de Menéndez y Pelayo, es merecedora del mayor encomio y de que se ponga en todas las manos. Vibra en las páginas de ella un ardiente españolismo de la mejor clase, el que se muestra encendido en la pura llama católica, como el del eminente sabio al que toda la obra hace referencia. Hay en aquéllas, al mismo tiempo, indignación ardorosa y valiente al tratar de la vindicación de las glorias de nuestra intelectualidad hispana, zaheridas y vejadas por quienes se hallaban, tal vez, más obligados a defenderlas; indignación que podríamos comparar a la que obligó a Quevedo, en 1609, a escribir los temas de su España defendida y los tiempos de ahora, ya que, a tanta distancia, el ambiente que describe el Sr. García-Loredo es el mismo que se deja entrever en estas palabras del gran satírico: “Cansado de ver el sufrimiento de España con que ha dejado de castigar tantas calumnias quizá por despreciarlas generosamente, y al ver que nuestros enemigos desvergonzados lo que perdonamos modestos juzgan que lo concedemos convencidos y mudos, me he atrevido a responder por mi patria y por mis tiempos…” Esto mismo pudo decir el Sr. García-Loredo y apoyado en idénticas razones. Y es bien cierto que sería difícil encontrar quien como él haya golpeado y hasta cubierto de ridículo, en ocasiones, a una ciencia oscura y malsana, erguida en potencia por una intelectualidad que, capitaneada por mentes ciertamente privilegiadas, pero entenebrecidas por humos de soberbia, atacó los fundamentos de la verdadera sabiduría defendida por los que apellidaron, un poco a lo burlesco, “almogávares eruditos”, pero que lo fueron en realidad, pues guiados por la antorcha alzada por el incomparable Menéndez y Pelayo, despertaron, al golpe del fierro de sus plumas, la conciencia general a la que tenían avasallada, también por una mala interpretación de su mudez y de su generosidad. Infatigable buscador el Sr. García-Loredo recoge todo lo actuado por los paladines de la verdad, canta sus triunfos y, armado del pesado montante de una lógica contundente y de una dialéctica demoledora, derriba con certero mandoble los que para muchos bobalicones aparecían como firmes alcázares, y sólo eran, como él pone de manifiesto, figuradas construcciones de cartón.

Este libro que censuramos es un panegírico de Menéndez y Pelayo, presentado en sus más diversos aspectos, y como vencedor en todos ellos. En torno a su figura aparecen los que con él fueron constructores del edificio de la verdadera ciencia española, tan católica como española. Es uno de los cuadros más grandiosamente bellos de nuestra historia patria, el que contra ella ha concitado la malevolencia de sus calumniadores y la venenosa envidia de los muchos que de continuo la asedian, tal vez para mayor gloria de ella, puesto que a todos vence. Traza García-Loredo con diestras pinceladas los pormenores y detalles de ese cuadro y nos hace saborear el regocijo de la victoria, al mismo tiempo que nos recreamos en la consideración del esfuerzo magnífico realizado por nuestros grandes apologistas en unos años que fueron decisivos para la orientación de la vida de la misma patria. Bien sabe el citado autor con quienes se enfrenta y a cuantos se opone: a todos les enumera y nombra, pues les adivina tras de sus disfraces diversos; pero hace protesta de que no se tendría por buen español si no midiera con las de ellos sus propias armas, y a fe que lo hace con valor desenfadado y clara victoria.

Por todo esto que apuntamos la obra a la que aludimos se halla destinada a dirigir y a convencer muchas conciencias. “No será poco el fruto della –nos diría el buen Padre Nieremberg, como antaño–, y merece ser impresa y muy leída, y, porque no tiene nada contra nuestra santa Fe ni costumbres cristianas, es muy justo se le dé la licencia que pide”.

Martín Andréu Valdés-Solís
Censor   

Imprimatur: 10 de octubre de 1961
Segundo, Arzobispo coadjutor de Oviedo.

Por mandato de S. E. Rvma.
Dr. Ramón Fernández, Canciller-Secretario.

(Cesáreo Rodríguez, El “esfuerzo medular”…, Oviedo 1961, páginas 11-13.)

A guisa de prólogo

Tengo en preparación –bastante adelantada– un libro, cuyo título es: Qué se ha dicho y qué se ha omitido sobre el ideario de Ortega y Gasset. En tal libro se establece y prueba la tesis siguiente, que viene a ser como el nervio y alma del mismo: “En los escritos de Ortega y –con mayor o menor proporción– en los de sus panegiristas sale malparada la verdad objetiva, negada la doctrina de la Iglesia y parcialmente frustrado el bien común de la Patria”. No en vano ese libro lleva por lema: “Pro veritate, Ecclesia et Patria”. Y para demostrar la expresada tesis examino el complejo ideario orteguiano, parangonándolo siempre con “lo dicho y lo omitido” por los secuaces o panegiristas del mismo; pero –en gracia al orden y a la claridad– lo subdivido y estudio en sus varios aspectos: a) religioso-teológico; b) filosófico; c) sociológico; d) político; e) político-religioso; f) histórico-patriótico; g) pedagógico; h) artístico; i) cultural; j) estilístico; &c., &c.

Ahora bien: en dicho libro figura un capítulo cuyo tema y contenido se identifican, fundamentalmente, con el título y la materia de las presentes páginas o trabajo monográfico. Mas aquí el mentado capítulo aparece no como allí, sino en su pleno desarrollo o muy ampliado{1}. Se me preguntará por qué razón he anticipado la publicación de aquél. Me impulsó a ello mi ardiente deseo de contribuir en algo al esplendor del reciente Centenario de Menéndez y Pelayo. España y todas sus regiones (a las que tanto amó) tienen contraída con el inmortal polígrafo una inmensa deuda de gratitud. Pero a nuestro Principado astur le afectan otros especiales motivos. Recordemos algunos.

Menéndez Pelayo, de padre y apellido asturianos, siempre sintió singular predilección (según lo demuestra en sus libros) por la “tierrina” nuestra, en donde pasaba él parte de sus vacaciones, conservándose aún en Castropol –villa natal de su padre– la casa de aquellos familiares que, tan noblemente orgullosos, recibían y hospedaban al egregio maestro. Un insigne asturiano y catedrático de la Universidad barcelonesa, don Ramón Luanco, fue el primer protector y mecenas del joven don Marcelino. Maestro y mentor suyo –tan venerado y siempre enaltecido por el discípulo– fue el preclaro llanisco don Gumersindo Laverde Ruíz{2}. Otro ilustre astur y ministro de Instrucción Pública, don Alejandro Pidal, gestionó la publicación de una Real Orden que le permitía a Menéndez Pelayo mostrarse opositor a la cátedra de Literatura Española{3}.

Hasta fue una asturiana (Conchita Pintado, cuya piadosa muerte acaeció en Oviedo hace aún pocos años) la única mujer que en el generoso y siempre limpio corazón de don Marcelino suscitó amores, los propios de un honesto mancebo núbil; pero con la Ciencia Española prefirió él desposarse irrevocable y perennemente. Por último, no ha de olvidarse que Menéndez Pelayo fue elegido senador –y con gran contento suyo– por la Universidad ovetense, representando a ésta nada menos que en tres legislaturas consecutivas.

Casi huelga advertir que el título de este libro alude a un grave error o superlativa equivocación de Ortega y Gasset, contenida o expresada en el primer miembro de la antítesis que el mismo título implica. No sólo directamente confutaremos tal equivocación, sino que también la explanación que del segundo miembro antitético haremos, en páginas subsiguientes, ha de constituir una aplastante segunda prueba en contra de ese mentado juicio u orteguiana opinión, tan falsa e infundada.

El autor

——

{1} Aunque el libro que estoy ultimando acaso sobrepasará las ochocientas páginas, sin embargo en él no podía yo explanar el consabido tema con el detenimiento que se hace aquí.

{2} En el Boletín del Instituto de Estudios Asturianos (n. XXXVIII) y con el título “Asturianidad de Gumersindo Laverde Ruíz” acaba de publicar un muy interesante artículo el doctor don Martín Andréu Valdés-Solís, prestigioso canónigo ovetense y esclarecido publicista.

{3} Don Marcelino no había cumplido a la sazón la edad mínima que, reglamentaria o legalmente, se requería en los aspirantes a cátedra. La derogatoria Real Orden se daba exprofeso, como si dijéramos, en favor de aquel excepcional candidato.

(Cesáreo Rodríguez, El “esfuerzo medular”…, Oviedo 1961, páginas 15-17.)

I. Un texto orteguiano

Don José Ortega y Gasset en sus Obras Completas, vol. I, pág. 212 y bajo el epígrafe: Una respuesta a una pregunta, escribe así: “Por los años del 70 quisieron los krausistas, único esfuerzo medular que ha gozado España en el último siglo{1}, someter el intelecto y el corazón de sus compatriotas a la disciplina germánica. Mas el engaño no fructificó porque nuestro catolicismo, que asume la representación y la responsabilidad de la historia de España ante la historia, acertó a ver en él la declaración del fracaso de la cultura hispánica y, por tanto, del catolicismo como poder constructor de pueblos. Ambos fanatismos, el religioso y el casticista, reunidos, pusieron en campaña aquella hueste de almogávares eruditos que tenía plantados sus castros ante los desvanes de la memoria étnica”.

En ese párrafo orteguiano se injuria al Catolicismo, al par que en el ámbito filosófico e histórico se hacen afirmaciones reveladoras de la gran cerrazón mental, indocumentada crítica y desmedida petulancia de Ortega.

No entra en mi propósito, o fin que me propongo ahora, hacer un análisis-comentario (aunque fuera brevísimo) de todo el párrafo mentado. Ello queda reservado para mi aludido libro, de próxima aparición. Así que en las páginas del presente me limitaré a exponer y opugnar la predicha afirmación de Ortega: “…los krausistas{2}, único esfuerzo medular que ha gozado España en el último siglo”… El solo nombre de Menéndez Pelayo basta para desmentir y pulverizar esa orteguiana aseveración, ya que el esfuerzo u obra de don Marcelino supera inmensamente, aun en el orden filosófico, el “supuesto” esfuerzo medular de los krausistas{3}. Por eso la segunda parte del tema o título de este libro es como una lógica consecuencia o necesaria antítesis de la primera parte; la trabazón natural o, al menos, histórica de ambas se impone por sí misma. Y en verdad, si se afirma (como hace Ortega) que “el krausismo es el único esfuerzo medular que ha gozado España en el último siglo” –el XIX–, por obligada antítesis o contraposición surge espontáneamente la réplica, es decir, la ineludible apelación a la obra gigante de Menéndez Pelayo; pues en el siglo XIX español es de tan singular manera relevante la empresa de nuestro polígrafo, que, frente a la misma, ese “único esfuerzo medular” de los krausistas se esfuma o desvanece enteramente. Y ello sin contar que don Marcelino fue el demoledor martillo –más auténtico o eficaz– del krausismo{4}.

¿Ignoraba Ortega todo eso? ¿Lo callaba premeditada y cautelosamente? ¿O es que no quería prestar asenso a cosas tan evidentes? ¿Estaba convencido acaso de lo contrario, si bien ello parece imposible? Al menos una mente sensata, ponderada y culta se rinde ante las ineludibles exigencias de la palmaria verdad histórica. Sea de todo eso lo que fuere. Mas no cabe duda que el mismo Ortega se ve precisado (mal que le pese) a reconocer, de algún modo, la estrecha relación antitética que media entre las dos partes del aludido título. Y digo esto porque el señor Ortega en el citado párrafo no pudo menos de aludir (aunque arrimando el ascua a su sardina e incurriendo en un segundo error) a Menéndez Pelayo. No le nombra explícitamente, pero la alusión al mismo es clarísima; pues dice allí Ortega: “Ambos fanatismos, el religioso y el casticista, reunidos, pusieron en campaña [contra el krausismo] aquella hueste de almogávares eruditos que tenía plantados sus castros ante los desvanes de la memoria étnica”. ¿Y quién podrá poner en tela de juicio que entre “aquella hueste de almogávares eruditos” incluía Ortega a Menéndez Pelayo, precisamente siendo como era él en medio de tales “eruditos” el principal –indiscutiblemente– “analogado”, como si dijéramos?

Mas ¿qué pretendía Ortega al sentar todas esas –tan insostenibles y disparatadas– afirmaciones, contenidas en el párrafo trascrito? Dos cosas (entre otras, de que ahora prescindo) se proponía, entre sí relacionadas: 1.ª presentar el krausismo como “medular esfuerzo” y como “único” esfuerzo medular en la España del siglo XIX; 2.ª negar –en consecuencia– la obra gigante de Menéndez Pelayo{5}. Pero con ello incurre Ortega en un doble error. Uno y otro serán refutados a través de las siguientes páginas. El título de este libro representa la tesis contraria a la –¡falsa!– establecida por Ortega; se opone a la de éste aún en la concatenación lógica de sus dos miembros o partes.

Con que ¡“…los krausistas, único esfuerzo medular que ha gozado España en el último siglo”…! Con que ¡Menéndez Pelayo, uno de “aquella hueste integrada por almogávares eruditos”…!

¡Al señor don José Ortega y Gasset ya le probaremos, en seguida, todo lo contrario de lo que ahí él sostiene o afirma sin prueba alguna!

——

{1} Advierta el caro lector cómo ahí Ortega se expresa defectuosamente. Si hubiera dicho: “el krausismo, único esfuerzo medular…”, entonces la expresión sería correcta; pero en manera alguna lo es esotra: “los krausistas, único esfuerzo medular…”.

{2} Es decir, el krausismo hispano.

{3} Como ya veremos, la labor filosófica de Menéndez Pelayo no admite comparación alguna con la de los krausistas todos; de ésta –¡sin hipérbole!– dista en realidad tanto aquélla como la luz de las tinieblas.

{4} Realmente el krausismo, como tal, no volvió a levantar cabeza después que Menéndez Pelayo le aplicó el desintegrador escalpelo de su justamente severa e implacable crítica. Otros en España combatieron el krausismo (por ejemplo, el filósofo y polemista J. M. Ortí y Lara, que publicó estos dos libros: “Krause y sus discípulos convictos de Panteísmo” y “Lecciones sobre la filosofía de Krause”); pero la aniquiladora disección que del mismo hizo don Marcelino alcanzó mucha mayor resonancia. Bien es verdad que los corifeos y adeptos del krausismo nunca le perdonaron eso; y hasta sañudamente procuraron vengarse, sobre todo valiéndose (¡no siempre les eran tan viables otras artimañas o insidiosos medios!) de la más pertinaz “conjura del silencio” en torno a la persona y a la obra de su antagonista.

{5} Pudiéramos (para corroborar eso) citar varios pasajes de las Obras orteguianas en los que aparecen de relieve la desestima y animadversión de Ortega hacia la magnífica empresa de Menéndez Pelayo.

(Cesáreo Rodríguez, El “esfuerzo medular”…, Oviedo 1961, páginas 19-22.)

II. Lapsus cronológico de Ortega

“Por los años del 70 quisieron los krausistas”… Flojo anda el señor Ortega en cuestiones cronológicas. Pues no, no fue “por los años del 70” cuando los krausistas quisieron comenzar su empresa “germanizante”.

No se habría equivocado Ortega si dijese: “Por los años del 50 quisieron”… ¡Nada menos que veinte años de diferencia! Y en efecto, Sanz del Río fue quien introdujo el krausismo en España, al par que fundó la correspondiente escuela para naturalizar y difundir aquí el sistema de Krause; pero antes había hecho dos viajes a Alemania: el primero en el año 1844 y el segundo en 1847; allí permaneció Sanz del Río un no largo lapso de tiempo, atiborrándose de ideas krausistas; vuelto a su Patria, no tardó en ser nombrado –allá por los años del 50– catedrático de Historia de la Filosofía en la Universidad Central. El “curriculum vitae” de don Julián Sanz del Río, como profesor, se extiende a partir de esa fecha hasta el 1869, en que falleció; unos veinte años, por consiguiente. A través de este período lleva don Julián a cabo su labor de fanático proselitismo krausista, ya desde la cátedra, ya valiéndose de aquellos cenáculos que él congregaba y adoctrinaba en su propia casa.

Mencionemos también sus escritos o publicaciones. Ya en 1853 apareció el Compendio de Historia Universal (que en alemán había compuesto el Dr. Weber), obra traducida por don Julián y en la cual figuran consideraciones, advertencias y notas de contenido panteístico añadidas por el mismo. Cuatro años después se imprime el “Discurso pronunciado en la solemne inauguración del curso académico de 1857-1858 en la Universidad Central, por el Dr. D. Julián Sanz del Río, catedrático de Historia de la Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras”. En 1860 ve la luz pública el “Sistema de la Filosofía-Análisis”, es decir, la estrambótica y posteriormente llamada “Analítica” de Sanz del Río{1}.

Desde luego que antes del 70 ya habían pasado por el aula o cátedra de don Julián varias hornadas o promociones de alumnos; entre los “educados” por él mencionemos, v. g., a Canalejas, Castelar, Salmerón, Giner de los Ríos, Federico de Castro, Ruiz de Quevedo, Tapia, Gumersindo Azcárate, González Serrano, &c. Con anterioridad al año 1868 discípulos de Sanz del Río –y muy “catequizados” por éste– venían ocupando cátedras en los diversos centros docentes; pero su actuación en el campo doctrinal religioso-patriótico era tan demoledora, que fue necesario removerlos{2} de sus puestos. Sin embargo, al advenir la revolución del 68, rabiosamente subversiva y antirreligiosa, fueron aquéllos reintegrados en sus funciones o cargos; así pudieron continuar su ya viejo proselitismo “krausistizante” o impío{3}.

Queda, pues, de manifiesto cómo los krausistas quisieron comenzar su empresa “germanizante” por los años del 50, no del 70, como equivocadamente afirma el señor Ortega. Y no debiera ignorar eso, ya que está él vinculado (como dijo Salvador de Madariaga) a la trayectoria ideológica del krausismo español o por lo menos a “La Institución Libre de Enseñanza”, filial y genuina obra del krausismo. Y si Ortega no fue (añadimos nosotros) íntegramente krausista, sin embargo le era común con los krausistas el espíritu laico, anticatólico, antiespañol.

Por lo demás, la raíz o el origen del mentado anacronismo orteguiano reside, tal vez, en esto: el señor Ortega confundió la real y operante vigencia, a partir del año 50, del krausismo con la existencia de “La Institución Libre de Enseñanza”, cuyos Estatutos fueron aprobados (por Real Orden: “mirabile dictu”!) en agosto de 1876. Mas por esta fecha la siembra hecha por el krausismo podía llamarse ya inveterada; más aún: sus principales frutos –tan amargos– iban llegando a su plena sazón. Por otra parte, nada menos que en 1876 se hablaba ya de la deserción o defección krausista de Salmerón –supremo corifeo del krausismo, una vez muerto Sanz del Río– y hasta circulaban rumores acerca de la “conversión” del mismo al positivismo. Pero de las apostasías krausistas como “tales” hemos de tratar después o en seguida.

——

{1} Mucho mejor podía llamarse “Analítica” de Krause, ya que es un eco fiel o un casi verdadero calco de la misma.

{2} Entre los removidos se contaban el mismo Sanz del Río, Fernando de Castro, &c., &c.

{3} Una vez proclamada la primera República, los krausistas ejercen poderoso influjo –una dictadura– en la enseñanza. Mas de la impericia y atraso cultural de los mismos nos dan idea estas palabras de Menéndez Pelayo: «Los krausistas organizan a su modo la enseñanza en 7 de junio de aquel mismo año [1873], centralizando en Madrid las facultades de Letras y Ciencias, sin duda en obsequio al sistema federativo, y estableciendo, entre otras enseñanzas de nuevo cuño, el llamado “arte útil” (que será, sin duda, el de Ruperto de Nola o el de Martínez Montiño). En cambio, se manda estudiar “en un solo año” la lengua y literatura griega. ¿Qué idea tendrían del griego aquellos legisladores? Verdad es que no ha faltado de ellos quien escriba sobre el “Teétetes” platónico, sin saber leer una letra del original». Cfr. M. Artigas, La España de Menéndez Pelayo, pág. 136.

(Cesáreo Rodríguez, El “esfuerzo medular”…, Oviedo 1961, páginas 23-25.)

III. Qué representa, según Ortega, el Krausismo. Superlativa equivocación de Ortega

“Único esfuerzo medular que ha gozado España en el último siglo”: esto es lo que el krausismo representa, según Ortega, para nuestra Patria{1}. Mas, al expresarse éste así, ¿habrá sabido lo que se traía entre manos? Por lo que se ve, ¡la Historia patria sigue siendo para algunos libro cerrado e ignoto!… Leamos al revés ese enunciado orteguiano: “Siglo último el en España gozado ha que medular esfuerzo único”. Preferible, desde luego, que Ortega hubiera escrito de ese modo; sería ello una broma de genero o matiz logogrífico, pero no pasaría de aquí; además nos hubiese dado una prueba “impresionantemente” plástica de cómo él “captaba” y reflejaba “ad purum” el estilo –“clásico”, “elegantísimo” y “clarísimo”– de los krausistas. Y, sobre todo, no incurriría en un garrafal error de varia repercusión. Veámoslo.

Comenzaré diciendo que el “esfuerzo krausista” fue el intento más serio y organizado para “desmedular” a España. Desde el tercer Concilio de Toledo no había ocurrido algo semejante. De los muy graves daños aquí causados por la Enciclopedia lamentábase en 1813 el célebre Inguanzo, diciendo: “En tiempo de Carlos III se plantó el árbol, en el de Carlos IV echó ramas y frutos, y nosotros los cogimos; no hay un solo español que no pueda decir si son dulces o amargos”. Desde entonces hasta el advenimiento del krausismo aun habría que enumerar otros espantosos males, originados de la misma fontal causa. Pero en nuestra Patria los partidarios del enciclopedismo no llegaron a formar un grupo compacto, una escuela; en cambio, los krausistas sí. Estos además, para hacer más perdurable su ideología, fundaron “La Institución Libre de Enseñanza”, que al principio o en los primeros tiempos fue órgano difusor del krausismo, pero se convirtió después en aguerrida hueste en pro de la “cultura” (!!!) laica, antiespañola y anticatólica{2}.

Puedo afirmar, sin miedo a equivocarme, que el más rudo golpe y la mayor ruptura inferidos a nuestro sublime ideal católico, a nuestra gloriosa tradición científica y a la unidad nacional de España provienen del krausismo y de “La Institución Libre de Enseñanza”. Nada hubo ni hay tan diabólicamente capaz y eficaz, como uno y otra, para “desmedular” a la Patria española. Y no nos engañemos: mientras no sea íntegramente barrido el espíritu de tan exótica, perversa y oscurantista ideología (incluyendo también, claro está, el noventaiochismo y el orteguismo), no reanudaremos en su plenitud el majestuoso y seguro curso de nuestra incomparable Historia.

¡Cómo yerra superlativamente el señor Ortega cuando llama “esfuerzo medular” al krausismo!

No fue tal esfuerzo, si se atiende al mismo sistema; pues, en síntesis, no era otra cosa que un “panteísmo psicológico”; irracional y absurdo, por consiguiente; aun dentro del error carecía de originalidad el “panenteísmo” krauseano, ya que era un mosaico o amalgama de seudofilosóficos sistemas tudescos que en tiempo no lejano le habían precedido. Apenas tuvo vigencia alguna el krausismo en Alemania; y, desde luego, cuando Sanz del Río lo importó a España se consideraba allí como un cadáver sepulto y putrefacto. Sólo algunos –muy pocos–verdaderamente rezagados y obtusos se adhirieron al krausismo en Francia y Bélgica. Mucho más que en ninguna otra parte arraigó en España, llegando a formarse en torno al mismo toda una secta de fanáticos. Pero en el aspecto doctrinal dieron cuenta del krausismo, es decir, lo debelaron y pulverizaron: Ortí y Lara –ya mentado– en sus Lecciones sobre la filosofía de Krause y en esta otra obra Krause y sus discípulos convictos de Panteísmo; Javier Caminero, Estudios krausistas; Menéndez y Pelayo, Heterodoxos españoles, &c., &c.

Tampoco existió ese “medular esfuerzo”, si se mira a los protagonistas del krausismo hispano. Eran hombres ya de cortos alcances, ya de escasa cultura. En prueba de ambas afirmaciones he aquí unos textos (mil, semejantes, pudiera yo transcribir) muy significativos:

“¿Cree usted sinceramente [así le decía en una carta Sanz del Río al señor Revilla] que la ciencia, como conocimiento consciente y reflexivo de la verdad, no ha adelantado bastante en diez y ocho siglos sobre la fe, como creencia sin reflexión, para que en adelante, en los siglos venideros, haya perdido ésta la fuerza con que ha dirigido hasta hoy la vida humana?” ¡Qué enorme atraso mental demuestra ese pobre hombre! ¡Ni de la ciencia ni de la fe tenía siquiera el más borroso concepto! ¡Llamar además a la fe “creencia sin reflexión”! Estoy seguro de que nunca supo –hasta entonces, al menos– qué significa y qué es “obsequium rationale”. ¿Y llegó a tanto su nesciencia que le cerrara los ojos y no percibiese el siguiente hecho, tan universal y patente para el más ínfimo entre los más vulgares filósofos: “La Teología es la ciencia de la fe”?

Precisamente la revelación y la fe suscitan la reflexión y le hacen actuar honda y esmeradamente, máxime en el proceso intelectual de tipo plena o rigurosamente científico, que es el propio de la Teología como ciencia{3}. ¡Y que se haya dicho eso en nuestra Patria, “el pueblo teólogo” por excelencia e inundado, como si dijéramos, de obras y ciencia teológicas!

“Según [escribía don Gumersindo de Azcárate{4} en la Revista de España] que, por ejemplo, el Estado ampare o niegue la libertad de la ciencia, así la energía de un pueblo mostrará más o menos su peculiar genialidad en este orden, y podrá hasta darse el caso de que se ahogue casi por completo su actividad, como ha sucedido en España durante tres siglos”{5}. Es evidente que la incalificable impericia histórica de don Gumersindo corre parejas con la teológica de don Julián. Menos mal que tan insigne patochada fue ocasional causa de que Menéndez y Pelayo escribiese La Ciencia Española, contundente y celebérrima obra del inmortal polígrafo.

En gracia a la brevedad omito la transcripción de otros textos que ponen de relieve los insuperables desatinos teológicos, filosóficos, históricos y hasta del más raquítico orden cultural con que atiborraron sus libros los militantes del krausismo hispano, v. g., Salmerón, Giner de los Ríos, &c., &c.

En modo alguno se dio tal “esfuerzo medular”, si se paran mientes en la forma de expresión o estilo de los escritores krausistas españoles. Sin la menor hipérbole, constituían ellos el “supercolmo” de la Real Academia Española al revés. Jamás en ninguna lengua hubo sintaxis (¡y dejemos ahora la analogía!) más enrevesada, bárbara y estrafalaria que la de nuestros krausistas. Si agobios de espacio y tiempo no me lo impidieran, del estilo “krausista” les ofrecería unos botones de muestra a mis lectores; segurísimo estoy de que pasarían unos momentos de muy regocijante hilaridad. Si nuestra lengua fuese una hipóstasis o persona, indudablemente que sería la “protomártir” o, al menos, la “hipermártir” de todos los idiomas, ya que los refinadísimos tormentos que le infirieron los krausistas nuestros o no tuvieron precedentes, o excedieron los grados-límites de la crueldad hasta entonces conocidos. Con ánimo muy contristado pensé no pocas veces en esa gran vergüenza nacional de nuestra Letras y, acuciado por mi ardoroso patriotismo, aun reflexioné sobre la posibilidad y suma conveniencia de arrancarles para siempre tal excrecencia morbosa o quiste monstruoso; pero a mi poder se escapa esa realización.

Al menos, dicha aberración krausista sírvanos de irreiterable y aleccionador escarmiento{6}; en ella tenemos un plástico, vivo e impresionante ejemplo de cómo el genio español –tan rico en variadas y altas cualidades– desciende a las simas de la más desconcertante y abyecta degradación intelectual y literaria, cuando se deja alucinar por el señuelo de exóticos y vanos trampantojos. Y he subrayado “intelectual”, porque conviene resaltar la gran importancia de tal factor, ya que condiciona él, determina y explica la espantosa crisis literaria o estilística del krausismo. A su amigo Laverde Ruiz decíale Menéndez Pelayo: “Detesto a los krausistas porque [aherrojados por su brutal sistema] no piensan libremente”. Y yo casi me atrevería a negar el supuesto, diciendo: “los krausistas apenas pensaban”…

Por último, es incongruente o paradójico llamarle al krausismo español “esfuerzo medular” (pues no fue tal), si nos fijamos en la raigambre, permanencia y convicción que alcanzó en la mente de sus adeptos. Lo “medular” es hondo, sustancial y perenne. Ahora bien: el krausismo, “estrictamente o como tal sistema”, fue algo transeúnte, circunstancial o esporádico en el intelecto y en la voluntad de los krausistas hispanos (sin que a esto se oponga la presencia del krausismo en España durante unas décadas, que en la cronología de un sistema filosófico apenas nada significan); prueba de ello es que ya en 1876 se hablaba –según hemos dicho– de la “apostasía krausista” de Salmerón; mas la oleada de tránsfugas fue avanzando y en 1891 la deserción en las filas krausistas llegó a ser casi total{7}. Entre los desertores, unos se fueron al monismo; pero los más “se convirtieron” al positivismo, neciamente encandilados por la moda filosófica (¡¡¡) que de nuevo Taine, T. Stuart Mill, H. Spencer, &c., habían puesto en boga. Aunque el krausismo hispano, “estrictamente o como tal sistema”, desapareció o murió poco después, sin embargo su espíritu laico, anticatólico, y antiespañol permaneció e íntegramente pasó y se incorporó “medularmente” a “La Institución Libre de Enseñanza”{8}.

El krausismo español, no fue, pues, “esfuerzo medular” en el sentido que le da Ortega; pensaba éste que el krausismo había sido para España un valor intrínseco, constructivo, vigoroso, &c.; no hay nada de esto, sino todo lo contrario y hasta le podemos al krausismo hispano llamar, en sentido contrapuesto, “esfuerzo medular”, en cuanto que representa un profundo intento que muy tenazmente se propuso “desmedular” a España. No se olvide, a más de lo ya dicho, que el krausismo español, si no fue el cerebro total de la impía y anticatólica revolución del 69, al menos contribuyó poderosamente a la incubación ideológica y a la explosión de la misma. Poco después asumieron la presidencia de la primera república dos krausistas: Castelar y Salmerón.{9}

——

{1} Y ese descabellado tópico orteguiano se repite aún hoy; hace poco que un redactor de cierto diario ovetense lo recogía –a través de anodino artículo suyo– como verdad inconcusa. Bástenos aludir ahora al tan conocido axioma, que explica satisfactoriamente tantas cosas inexplicables: “Stultorum infinitus est numerus”. Pero aún hay más: el señor Balbuena Prat en su Historia de la Literatura Española (2.ª ed. t. II, pp. 747-748) escribe: “La oleada liberadora del “krausismo” fue, por tanto, interesante, más que por su valor en sí, por sus frutos en materia pedagógica, y por adivinar aspectos de la España moderna”. Pero esa oleada “liberadora” fue tan liberadora…, que hasta los mismos krausistas se liberaron o se evadieron del krausismo. Hubo un krausista que llegó a mofarse del importado sistema y de los discípulos de Sanz del Río. Aludo a “Clarín”, que no sólo desertó del krausismo, sino que además puso en solfa, a través de su cuento Zurita y en los ensayos “Doctor Pertinax” y “Don Eufrasio Macrocéfalos”, a sus colegas de antaño. En fin, que el señor Balbuena Prat da a entender ahí que ni las cuestiones filosóficas ni las pedagógicas son su “fuerte” o especialidad.

{2} “La Institución Libre de Enseñanza” ha muerto o desaparecido “oficialmente”, una vez terminada nuestra Cruzada de Liberación; mas ni sus afectos ni sus restos se extinguieron del todo; subterráneamente, al menos, sigue maquinando.

{3} Cfr. mi modesta obra El estudio de la Teología entre los seglares cultos, tomo II, vol. I, pp. 369-370.

{4} “Sobremanera estimado en la escuela krausista”, decía Menéndez Pelayo.

{5} Indudablemente que esos tres siglos son el XVI, XVII y XVIII.

{6} Quien todavía no “escarmentó”, es don Julián Marías; yo conozco algún escrito suyo (será citado más adelante) en que “hace el krausista” al interpretar el “núcleo filosófico” (!!!) de su maestro Ortega.

Advierto a mis lectores que las palabras “será citado más adelante” no aluden al presente libro, sino al que estoy preparando y que lleva por título: Qué se ha dicho y qué se ha omitido sobre el ideario de Ortega y Gasset.

{7} Cfr.: Una carta inédita de Menéndez Pelayo al filósofo francés M. Cazac: revista Pensamiento (1952), vol. 8. n. 30, pp. 228-233.

{8} Nótese que sobre la crítica –tan certera y objetiva, tan enérgica y justa– que del Krausismo español hizo Menéndez Pelayo se ha escrito poco antes y ahora, al menos exprofeso. Desde hace unos veinte años solo apareció, en torno a ese tema, un meritorio y reciente trabajo. Aludo al siguiente artículo: Florentino Pérez Embid, Menéndez Pelayo y los Krausistas (en la revista Nuestro tiempo, Madrid, 1955, n. 10, págs. 3-24). Y como relacionados con dicho tema, pláceme transcribir unos párrafos de otro artículo –también reciente– de don José Camón Aznar, en los que campean la fina penetración psicológica y la apreciación exacta con que tan ilustre publicista enjuicia hechos y actitudes. Hablando éste de Menéndez Pelayo dice así: “Ningún alma ha habido en nuestra historia tan abierta a todas las sugestiones de la belleza, a todas las presentaciones de buen decir, aunque sobre esa base que el arte adorna se levanten teorías que sus doctrinas no podían aceptar. Su antipatía, no solo ideológica, sino temperamental, con el krausismo y los krausistas arranca de raíces estéticas. La visión de don Marcelino, tan clara y entusiasta para todos los problemas, no podía contemplar sin protesta, en la que restallan los látigos de una ira que rebasa lo puramente intelectual, unas teorías de las que “todo el mundo culto, sin distinción de impíos y creyentes, se mofaban con homérica risa”. Y más adelante dice Camón Aznar: “Uno de los misterios de la vida literaria española ha sido el de la preterición de Menéndez Pelayo en ciertos medios intelectuales de su época, el de ahorrar hasta los más grotescos extremos de la mezquindad las citas de sus opiniones, la práctica del silencio [subrayamos nosotros] como consigna de escuela, de ese silencio tan diestramente manejado y que es la forma más cobarde del rencor. ¿Será la causa, la constante y, en cierta manera, bélica –bélica no sólo frente al presente, sino al pasado, al que vivifica con esa actitud– proclamación de su catolicismo?” (Cfr. José Camón Aznar, Menéndez Pelayo y la estética; Revista Arbor, núms. 127-128, págs. 446 y 448-9). Por lo que atañe a los krausistas españoles y a sus epígonos –es decir, los fundadores y secuaces de La Institución Libre de Enseñanza– es indudable que “la conspiración y consigna del silencio” obedece a la causa ahí aludida. La sola proclamación de su catolicismo por parte de don Marcelino –aunque ella no fuera “bélica”– bastaría ya para explicar el premeditado silencio de aquéllos. Pero es que además Menéndez Pelayo había –con muchísima razón– impugnado el krausismo. Los corifeos de éste temieron habérselas con don Marcelino y rehuyeron la controversia. Por todo ello la aversión que nuestros krausistas profesaban al “católico” Menéndez Pelayo se exacerbó, y se confabularon ellos para vengarse. ¿Y de qué medio se valieron? Pues de ése que Camón Aznar, muy agudamente, llama “forma más cobarde del rencor”: la sistemática, cerrada y absoluta preterición de su antagonista.

{9} Castelar procedía de la escuela krausista, pero más tarde se hizo hegeliano.

(Cesáreo Rodríguez, El “esfuerzo medular”…, Oviedo 1961, páginas 26-32.)

IV. La “Institución Libre de Enseñanza”, heredera del krausismo

Mas el hábito o la marcada tendencia político-revolucionaria del krausismo fue heredada plenamente por su hija “La Institución Libre de Enseñanza”, fundada por un caracterizado krausista: Giner de los Ríos. Esta sí que fue “el íntegro o único cerebro” que fraguó la caída de la Monarquía y la implantación de la malhadada y perversa segunda República. Como que también se le llamó “República de Profesores”; claro está, República de Profesores… “institucionistas”. Alguien –con sobrada razón– denominó al grupo de intelectuales institucionistas “topos del antiguo sistema”. Para socavar los cimientos de todas nuestras venerandas tradiciones se instalaban los “institucionistas” en los más estratégicos puestos de la cátedra, de la política y, en una palabra, siguiendo aquéllos el método y la táctica de los masones{1}, se infiltraban por todas partes. Sabido es que en 1903 Salmerón estaba al frente de la llamada Unión Republicana. De cómo en el orden político iban –ya desde antiguo– minando el terreno los “institucionistas” nos lo revela aún esta muy significativa anécdota de un extranjero, el portugués Guerra Junqueiro: “¡Es curioso! Cada vez que vengo a Madrid me encuentro de ministro de la Guerra al que en el viaje anterior conocí en casa de Salmerón”. ¡Y con qué disimulo y astucia procedía Giner de los Rios! Pues cuando ante el primer Gobierno de la Restauración iba a solicitar la aprobación de su “Institución Libre de Enseñanza”, dijo: “No preparo políticos; preparo inteligencias”. ¿No preparaba políticos?… ¡Preparaba hasta revolucionarios!… Lo eran sus compinches{2} y aún él mismo.

He aquí un botón de muestra: “En el año 1898 patrocinaron los más conspicuos “institucionistas” una revista anarquista. Una revista de Juan Montseny –“Federico Urales”–, cuyas ideas y actividades de ácrata eran de sobra conocidas. Se prestaron a que sus nombres figuraran en la lista de colaboradores Giner de los Ríos, Manuel Cossío, Ricardo Rubio, Gumersindo Arcárate, Ubaldo González, Miguel de Unamuno y otros. Valiéndose de estas personalidades, al lado de cuyas firmas iban las de los anarquistas, pudo ser autorizada la revista”{3}. Esta se llamaba –¡qué ironía!– “La Revista Blanca”…

Y, fijándonos en posteriores tiempos, nadie –sino acaso la “fratría institucionista”– desconoce la verdaderamente demoledora labor político-revolucionaria que llevaron a cabo el Ateneo de Madrid{4} y la misma “Junta de Ampliación de Estudios”{5}. Finalmente, don José Ortega y Gasset se declaró beligerante enardecido frente a la Monarquía{6}. Uno de los arietes que más cooperó –sin duda, el principal dentro de la esfera propia, y tan influyente, de la Prensa diaria– al derrumbamiento de la institución monárquica fue El Sol. Sus editoriales, especialmente, rebosaban (máxime durante los meses que precedieron a la caída del Trono) de íntima, reconcentrada y explosiva animadversión antimonárquica; venían a ser dichos editoriales como la artillería gruesa, las cargas de trilita, &c., enderezadas al rápido desplome del regio alcázar. ¿Y cuyos eran esos editoriales? Para los españoles que vivíamos alerta ante los problemas de nuestra amada Patria no era un secreto la procedencia u origen de aquéllos; sabíamos que su paternidad correspondía a la pluma de Ortega.

Por lo cual nada nuevo nos dice esa especie de revelación o confidencia que, poco ha y en los siguientes términos, hizo a sus lectores la revista madrileña Índice: “Pero lo que no es muy sabido es que Ortega no dejó de hacer periodismo en el sentido estricto del vocablo ningún día. La mayor parte de los editoriales de El Sol desde su fundación hasta 1936 son debidos a su pluma”{7}. ¡Sí, sabíamos esto y algo más! …

——

{1} De “La Institución Libre de Enseñanza” se ha dicho: “Fue la mejor cabeza de puente que el masonismo, librepensador y disolvente, tuvo en España”. ¿Nada más que “cabeza de puente”, pregunto yo? Pero, en fin, no voy a estudiar ahora las connivencias o relaciones entre “La Institución Libre” y la Masonería.

{2} Por citar un ejemplo, bástenos ahora decir que Salmerón se mostró en las Cortes –legislatura de 1870-1871– exaltado y fogoso defensor nada menos que de la Internacional…

{3} Comín Colomer, La política entre bastidores: semanario El Español, II Época, 1955; Domingo Paniagua, rev. Punta Europa, nn. 61, 62 y 63.

{4} Llegó a ser el Ateneo matritense un total feudo o auténtica sucursal de la “Institución Libre”. Pocas tribunas hubo tan subversivas y disolventes, y también muy pocas en que abundasen más la garrulería y la vacuidad científica e ideológica. Por los días en que allí se preparaban el descrédito, colapso y definitivo hundimiento de la multisecular Monarquía española presidía el Ateneo de Madrid don Gregorio Marañón, catedrático de la Universidad Central y en la que había ingresado, si mal no recuerdo…, por la puerta “grande”, es decir, sin oposiciones. Afortunadamente, el triste y desolador panorama del Ateneo de Madrid cambió por completo en estos últimos años o después de nuestra heroica Cruzada; hoy sí que se le puede llamar también “docta casa”, denominación honrosa que a la Real Academia de la Lengua daba el magnánimo y generoso don Marcelino Menéndez. Pelayo. Ahora el Ateneo matritense, ya regenerado, sí que va alcanzando –bajo la experta y sabia dirección del inteligentísimo catedrático don Florentino Pérez Embid– auténtica y gran altura intelectual. Poco importa que así no lo reconozcan algunos –nuestros seudointelectuales e “intelectualoides” heterodoxos y de izquierda, los de dentro y los de fuera o expatriados–; pues ello no pasa de ser un despreciable signo de su rencorosa envidia, despecho exacerbado y fobia impotente.

{5} “In radice fructibusque” contribuyó dicha Junta a los males de nuestra Patria, ya que “seleccionaba” candidatos peligrosos o de reprobable ideología, la cual se tradujo después en la consabida actuación demagógica y sectaria.

{6} Con algún detenimiento hablaremos luego de la propaganda y afanes orteguianos en pro de la República, o de su instauración.

{7} Índice, año 10, núm. 85, octubre de 1955. Tal número es un semiextraordinario dedicado a Ortega y Gasset. A juzgar por la mayoría de los artículos que allí aparecen, la revista “era” pro-orteguiana de tomo y lomo. Digo “era”, porque ya feneció o fue suprimida, al menos durante algún tiempo, si mal no recuerdo. ¿Obedeció la supresión a su proselitismo o fervores orteguianos? En tal caso, había para ello razón más –¡perdón por el pleonasmo!– que potísima. No sé si tal número especial habrá sido el último. Entonces… ¡mala muerte o desastroso fin el de la revista Índice! Así también, con un extraordinario número consagrado a Ortega, murió Alcalá, otra revista “orteguianísima” y que, por lo mismo, tanto contribuyó a la desorientación (¡digo muy poco, es un eufemismo!) ideológica de un sector de nuestras juventudes, especialmente de la universitaria. Como síntoma inequívoco (prescindiendo ahora de otras pruebas fehacientes que tengo a mi alcance) bastaría recordar: a) aquel artículo --publicado en Alcalá y después, en son de alarma, recogido por el diario madrileño Alcázar– de Sáez de Buruaga, cuyas principales ideas sobre el tema allí desarrollado eran las mismísimas de Ortega y Unamuno; b) la tristemente famosa encuesta realizada con el fin de explorar la opinión de algunos estudiantes universitarios acerca de varios puntos de índole religiosa, política, &c.; encuesta que tanto regocijó a ciertas Radios extranjeras, tozudamente habituales enemigas de España y que no saben enjuiciar sencillos casos clínicos o psicopatológicos, precisamente porque entre los requeridos por la encuesta había quienes debían someterse, antes de echárselas de opinantes, a un previo reconocimiento de algún psiquiatra.

Con respecto a la revista Índice supe –después de lo consignado anteriormente– que sigue publicándose. Debo manifestar que no sé con certeza si la misma ha sido suprimida por algún tiempo; lo que sí tengo por cierto es que o ella o la revista Ínsula fueron temporalmente suspendidas por la autoridad competente.

(Cesáreo Rodríguez, El “esfuerzo medular”…, Oviedo 1961, páginas 33-36.)

V. El “único esfuerzo medular”: una invención orteguiana

“Único esfuerzo medular que ha gozado España en el último siglo” fue, en opinión de Ortega, el krausismo. En eso de “único” se nos suministra una prueba más de cómo el señor Ortega desconocía la Historia de España y aquí, en especial, la de nuestro siglo XIX. Examinemos ahora lo atañente al “único” esfuerzo, es decir, probemos que tal “unicidad” es mera invención de Ortega.

El clima espiritual y político de la España del siglo XIX no era propicio para que surgieran y normalmente se desarrollaran “esfuerzos medulares” de signo cultural y filosófico. Sin embargo, los hubo; y tan brillantes en ambos órdenes, que inmensamente superan al supuesto “esfuerzo medular” krausista, de carácter negativo o destructor. Las mismas luchas contra las dificultades u obstáculos que durante el siglo XIX impedían nuestro desarrollo cultural y filosófico constituyen otros tantos “esfuerzos medulares” de la España auténtica. Y, sin duda, tales fueron, por ejemplo:

a) nuestra epopeya de la Independencia, contra Napoleón, los viles afrancesados de José Bonaparte –“Pepe Botella” y contra las ideas de la impía y anticatólica Enciclopedia;

b) nuestra enérgica contienda intelectual en las ominosas Cortes gaditanas –y en su dintorno– frente a los traidores “doceañistas” o afrancesados ideológicos, que tan estúpida e inicuamente convirtieron en fracaso el heroísmo sin límites derrochado por el pueblo español{1} en los campos de batalla;

c) nuestras guerras carlistas, las cuales, siendo mucho más que dinásticas, representaban la ofensiva y defensa –ardorosas, legítimas y sagradas– a fin de conservar y reivindicar la grandiosa y veneranda tradición o el ideal católico de la católica España;

d) nuestras continuadas lides, durante dicho siglo, encaminadas a combatir el monstruoso liberalismo, que, en connivencia o aliado con la masonería, el krausismo{2}, la “Institución Libre de Enseñanza” y el “noventaiochismo”, produjo en España inmensos e innumerables daños{3} de todo género; hasta llegó a falsear nuestra Historia{4}.

En resumen: gracias a tales “esfuerzos medulares” fue posible, hacedera, lenta pero sólidamente preparada y providencialmente realizada, nuestra heroica y gloriosa Cruzada de Liberación, en la cual culminó la victoria de la auténtica España sobre los destructores “esfuerzos medulares” de la antiespañola minoría disidente, es decir, la formada por un grupo minoritario, cuyos componentes (si se cuentan desde el reinado de Carlos III hasta nuestros días) eran: los jansenistas, regalistas, volterianos y enciclopedistas, los masones, la gémina especie de afrancesados, los liberales (en su múltiple proliferación: progresistas, demócratas, &c.), krausistas, libertino-institucionistas, europeizantes, noventaiochistas, novecentistas y orteguianos, socialistas, comunistas, anarquistas, separatistas, frentepopulistas y el conglomerado de gerifaltes republicano-rojos.

——

{1} Casi pudiera decirse que los afrancesados “doceañistas” son tan culpables, indignos y despreciables como aquellos otros, los de “Botella”. Merced a ésos, España se trocó de vencedora en vencida y precisamente –para más inri– por las ramplonas y perversas ideas galo-enciclopedistas, después de haber derramado nuestra nación mares de sangre para debelarlas… ¡Y si a esto se suman otras terribles consecuencias que de la taimada y para siempre oprobiosa “traición doceañista” se originaron posteriormente!… Y todavía, como renovando contumeliosamente el patrio escarnio, “cipaya, paleta y palurdamente” escribe Ortega para los españoles: “Solo de tiempo en tiempo han caído, como lluvia benéfica, sobre nosotros algunas rociadas de pensamientos, y siempre el efecto sobre el país ha resultado fecundo. Así aconteció con los hombres de las Cortes de Cádiz, de quienes dice muy graciosamente Oliveira Martins: “As ideas redopiaban doidosamente en esses cerebros combatidos por seculos de atrofia” (J. Ortega y Gasset, Obras completas, vol. I, pág. 215). De manera que Ortega y Oliveira Martins elogian el pensamiento fecundo de los “doceañistas”; pero debieran, en primer lugar, cerciorarse de si ese pensamiento fecundo (¡sí, “fecundo” hontanar o sentina de horrendos males sin cuento!) era propio o prestado. Los señores Ortega y Oliveira Martins ignoraban (su estrecho horizonte de conocimientos históricos no alcanzaban más) que aquellos pobres “hombres de las Cortes de Cádiz” no sólo no discurrían por su cuenta, sino que además eran unos apestados de “mimosis galo-enciclopedista”, deletérea plaga mental que asoló hasta el sentido común de los mismos; y no hablemos del sentido histórico, que inútilmente encomendaron ellos a la erudición de Martínez Marina. ¿Y en qué consistía esa “mimosis”, vergonzosa y execrable? Pues se cifraba en esto, principalmente: 1.° en saturar la Constitución gaditana del espíritu revolucionario, demagógico y diabólico que animaba la francesa del 91; 2.° en copiar “a la letra” los preceptos o artículos de ésta; 3.° en imitar simiescamente o plagiar los decretos, ordenanzas y leyes del intruso Gobierno madrileño, el de “Botella”, que se componía de redomados hispano-afrancesados. He ahí, además, al español (???) Ortega aprobando jubilosamente la antiespañola “Leyenda negra” que jalea de nuevo un petulante e ignaro –en eso, al menos– portugués. Al señor Oliveira Martins y a ese histórico disparate enorme (el de los “cerebros combatidos por seculos de atrofia”) suyo aplíquesele lo dicho atrás al enjuiciar el caso o la semejante afirmación del señor Azcárate.

{2} Los krausistas eran liberales a ultranza.

{3} También el liberalismo asoló, en muchos aspectos, a Europa; Francia sufrió tremendas convulsiones a causa del liberalismo, y en el decurso de muy pocas décadas pasó por el amargo trance de varias revoluciones sangrientas.

{4} Especialmente la del siglo XIX, escrita por sectarios, liberales, &c., casi exclusivamente.

(Cesáreo Rodríguez, El “esfuerzo medular”…, Oviedo 1961, páginas 37-39.)

VI. Algunos “esfuerzos medulares” a través del siglo XIX español

Pero pongamos ahora de relieve cómo en el décimonono siglo español hubo “esfuerzos medulares” de signo cultural y filosófico{1}; y tan brillantes en ambos órdenes, que inmensamente superan al supuesto “esfuerzo medular” krausista –el “único”, según Ortega–, de carácter negativo o destructor. Por “brevis et breve” procederemos, es decir, traeré a colación sólo algunos ejemplos –dejando otros–, ya que me veo constreñido por agobios de espacio y tiempo.

En lo que atañe al campo científico-cultural, contentémonos (omitiendo muchas y muy diversas facetas) con señalar algunos “medulares esfuerzos”:

1.° La Escuela de arabistas española, capitaneada por Gayangos, Codera, Ribera, &c., y brillantísimamente continuada en nuestro siglo por el genial investigador Asín Palacios –ejemplar sacerdote– y sus discípulos: González Palencia, Alarcón, Antuña, Quirós, López Ortíz, Alonso, García Gómez, &c., &c. Mundial –y merecidísima– fama alcanzó tal Escuela; hoy sigue viviendo con gran vitalidad; en cambio, el krausismo hace no poco tiempo que murió, por interna consunción más que por otra causa.

2.° La Escuela jurídico-histórica, fundada por el insigne don Eduardo de Hinojosa y hondamente escrutadora de nuestro antiguo –más que milenario– y riquísimo acervo legal, como también de las sapientísimas e inmortales enseñanzas de nuestros teólogos-juristas. Muy a la vista están los laureles cosechados por tan benemérita Escuela; respetada y admirada por los extranjeros{2}, lozanamente pervive en la actualidad y aun se esperan de la misma otros sazonados y ubérrimos frutos{3}.

3.° La que pudiéramos llamar Escuela geológica, formada por Lucas Mallada, Luis Mariano Vidal, Jaime Almena, &c., científicos –todos ellos– de internacional resonancia. A tan benemérita Escuela se le debe la elaboración del Mapa Geológico Español, obra de grandes arrestos. No cito ahora nombres de geólogos eminentes que vinieron en pos de aquéllos. Nuestros actuales Institutos Geológicos (Madrid, Barcelona, Oviedo, &c., figurando a la cabeza de los mismos el "Instituto Geológico y Minero de España") son herederos y continuadores de la ilustre Escuela. Por último y en el terreno de las "Ciencias de la Naturaleza", mencionemos al gran sabio Elhuyar, así como también a los esclarecidos botánicos: Colmeiro, Reyes, Proyer, Lázaro Ibiza, Costa y su regional escuela catalana, Loscos, Pardo Sastrón, Echeandía, Zapater, Pau, Pérez Lara, del Amo y Mora, &c.

——

{1} Por lo que se refiere al orden estrictamente filosófico, en mi aludido libro –próximo a editarse– trato con mayor detenimiento el tema. Allí le demuestro al señor Ortega cómo el “único esfuerzo medular filosófico” de la España del siglo XIX proviene de estas grandes figuras: Balmes, Donoso Cortés, cardenal Ceferino González, Urráburu, Mendive, Comellas y Cluet, Ortí y Lara, Fernández Cuevas, Martí de Eixalá, &c., &c. Frente a tan eximios filósofos nada significan los krausistas hispanos. El nombre de aquéllos, y no el de éstos, traspasó nuestras fronteras.

{2} De tal respeto y admiración pueden citarse testimonios elocuentes.

{3} En pro del “esfuerzo medular” llevado a cabo, en el terreno jurídico, durante el siglo diecinueve testifican los datos siguientes, que se refieren a la publicación de Códigos nuestros y Leyes complementarias: Códigos: civil (año 1889), penal (1870), comercial (1865), de Justicia militar (1890); Leyes: de Enjuiciamiento civil (1881), criminal (1882), contencioso-administrativo (1884), del Jurado (1888), la Orgánica del poder judicial (1870), la de Beneficencia (1889), la de Administración y Contabilidad de la Hacienda Pública (1870), la de Ferrocarriles (1855 y 1877), de Minas (1859), la de Aguas (1879), &c. Mencionemos aparte la ley Hipotecaria (1861), por celebrarse este año (1961) su primer centenario, como también por hallarse muy ligada al nombre del señor Fernández Navarrete, egregio asturiano –tinetense– y católico insigne.

(Cesáreo Rodríguez, El “esfuerzo medular”…, Oviedo 1961, páginas 40-41.)

r