Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo cuarto Discurso décimo

Fábula de las Batuecas, y Países imaginarios

§. I

1. Notable es la autoridad que logran y en todos tiempos lograron, no sólo en el vulgo, mas aún en mucha gente de letras, las tradiciones populares. Puede temerse que desvanecidas con el favor que gozan, aspiren a hombrear con las Apostólicas. El Autor que para cualquier hecho histórico cita la tradición constante de la Ciudad, Provincia, ó Reino donde acaeció el suceso, juzga haber dado una prueba irrefragable a que nadie puede replicar.

2. Varias veces he mostrado cuán débil es este fundamento, si está destituido de otros arrimos, para establecer sobre él la verdad de la historia; porque las tradiciones populares no han menester más origen que la ficción de un embustero, ó la alucinación de un mentecato. La mayor parte de los hombres admite sin examen todo lo que oye. Así en todo Pueblo, ó territorio hallará de contado un gran [262] número de crédulos cualquiera patraña. Estos hacen luego cuerpo para persuadir a otros, que ni son tan fáciles como ellos, ni tan reflexivos que puedan pasar por discretos. De esto modo va poco a poco ganando tierra el embuste, no sólo en el País donde nació, mas también en los vecinos; y entretanto con el transcurso del tiempo se va obscureciendo la memoria, y perdiendo de vista los testimonios ó instrumentos que pudieran servir al desengaño. Llegando a verse en estos términos, van cayendo los más cautos, y a corto plazo se halla la mentira colocada en grado de fama constante, tradición fija, voz pública, &c. Refiere Olao Magno, que habiéndose desgajado por un monte altísimo la poca nieve que en la cumbre había movido con sus uñas un pajarillo, se fue engrosando tanto la pella con la nieve que iba arrollando en el camino, que hecha al fin otro monte de nieve, arruinó una población situada al pie de la montaña. Este suceso (sea verdadero ó fabuloso) es símil tan ajustado al asunto que vamos tratando, que omitimos la aplicación por ser tan clara.

3. Mas aunque varias veces, como acabo de decir, procuré mostrar cuán flaco fundamento son las tradiciones populares para establecer sobre ellas la verdad de la Historia, espero ahora con un insigne ejemplo dar más brillantes luces a este desengaño.

§. II

4. Es fama común en toda España que los habitadores de las Batuecas, sitio áspero y montuoso, comprendido en el Obispado de Coria, distante catorce leguas de Salamanca, ocho de Ciudad Rodrigo, y vecino al Santuario de la Peña de Francia, vivieron por muchos siglos sin comercio ó comunicación alguna con todo el resto de España, .y del mundo, ignorantes e ignorados aún de los Pueblos más vecinos, y que fueron descubiertos con la ocasión que ahora se dirá. Un paje, y una doncella de la casa del Duque de Alba, ó determinados a casarse contra la voluntad de su amo, ó medrosos de las iras de éste, porque ya la pasión de enamorados los había hecho delincuentes, buscan fugitivos sitio retirado donde esconderse, rompieron por aquellas breñas, y vencida su aspereza encontraron a sus moradores, hombres extremadamente bozales y de idioma peregrino, tan ajenos de toda comunicación con todos los demás mortales, que juzgaban ser ellos los únicos hombres que había en la tierra. Dieron después los dos fugitivos noticia de aquella gente (y aún se añade, que con esta noticia aplacaron a su airado dueño), y se trató de instruirla y domesticarla, como luego se logró. Señálase comúnmente el tiempo de este suceso en el reinado de Felipe II.

5. Esta es en suma la historia del descubrimiento de las Batuecas, a que yo di asenso mucho tiempo como los más ignorantes del vulgo. Y verdaderamente ¿quién había de poner duda en una noticia patrocinada del consentimiento de toda España, mayormente cuando la data del hecho se señala bastantemente reciente? Digo, que di asenso a esta historia, hasta que un amigo con la ocasión de hablarme de mis primeros libros, me avisó, que el retiro y descubrimiento de los Batuecos debía tener lugar entre los errores comunes, por ser todo mera fábula; para cuyo desengaño me citó la Crónica de la reforma de los Descalzos de nuestra Señora del Carmen. No fue menester más espuela para que yo me aplicase al examen serio del asunto; y fui tan feliz en la averiguación, que sin mucha fatiga logré un pleno convencimiento de ser verdad lo que me había dicho el amigo, añadiendo al testimonio que él me había citado, otro de no menos persuasión y fuerza.

§. III

6. Empezando por la Crónica de la Reforma del Carmen, transcribiré aquí sus palabras, cuales se hallan en el Tomo tercero, impreso en Madrid años de 1683, lib. 10, cap. 13; donde después de referir cómo el Padre Fr. Tomás de Jesús, electo Provincial de Castilla la Vieja, el año de 1597 formó el designio de edificar en su Provincia un Convento de Desierto; cómo para este efecto envió al Padre Fr. Alonso de la Madre de Dios a las cercanías de las Batuecas, que se informase si entre aquellas Sierras habría sitio a propósito para la fundación; como este, animado de las noticias que le dieron, penetró las Sierras, y bajó al pequeño Valle circundado de ellas, (que es donde hoy está edificado el Convento que llaman del Desierto de las Batuecas) digo, que después de referir todo esto, hace el Historiador una exacta y amena descripción de todo el sitio; concluía la cual prosigue así:

7. {Opinión falsa de haber sido este sitio habitación de demonios, y salvajes} «La extrañeza y retiro de estos montes, de estas rigurosas breñas, habían derramado en los Pueblos circunvecinos opinión, que allí habitaban demonios, y alegaban testigos de los mismos infestados de ellos. Decían que la causa de no ser frecuentado de los ganados, era el miedo de los Pastores. En los Pueblos más distantes corría fama que en tiempos pasados había sido aquel sitio habitación de salvajes y gente no conocida en muchos siglos, oída, ni vista de nadie, de lengua y usos diferentes de los nuestros; que veneraban al demonio; que andaban desnudos; que pensaban ser solos en el mundo, porque nunca habían salido de aquellos claustros. Añadían haber sido halladas estas gentes por una Señora de la casa de Alba que rendida al amor de cierto Caballero, dio tan mala cuenta de sí, que la fue necesario huir para salvar la vida: que ella y él, buscando lo más escondido de Castilla, hallaron estas gentes, a quienes oyeron algunas voces Góticas entre las demás que no entendían: que hallaron Cruces y algunos vestigios de los antiguos Godos. De esta Historia, que también aprobó el P. Nieremberg {(a) Nieremb. Curios. Philos. lib. I. cap. 35. M. Alons. Sanch. de Reb. Hisp. lib. 7. cap. 5}, da otro Autor moderno por Autores a nuestros Archivos Carmelitanos, por haber hallado en ellos, que después que entró allí la Religión, no se ven ni oyen las apariciones y ruidos que antes. Dice también, que oyó decir a un Padre de San Francisco que conoció a los nietos de aquellas gentes [265] bautizados ya, y hechos a nuestra Fe, lengua, y traje, repartidos en los Pueblos de la Serranía.

8. Esta relación tiene de verdad la fama que en la Alberca y otros Pueblos cercanos había, de que los Pastores veían y oían algunas figuras y voces de demonios. También tienen de verdad, que después que la Religión allí entró, y se dijeron Misas, cesó todo; aunque no sé que se haya verificado el hecho con examen jurídico de los Pastores. Lo demás de la historia dicha, es relación de Griegos, sin día, ni Cónsul: y ficciones poéticas para hacer Comedias, como se han hecho y creído en Salamanca, Madrid, y otras Ciudades, de aquellos que sin examen reciben lo que oyen. Hallándose ya en aquel Yermo los Religiosos, preguntaron a muchas personas de aquella Serranía, de las más antiguas y de mayor razón, el fundamento de esta fama; y dice el Padre Fr. Francisco de Santa María, primer Presidente que fue de la fundación: Unos se reían de nosotros, con ser ellos Serranos, de que hubiésemos creído semejante fábula: otros se quejaban de los de la Alberca, diciendo, que por hacerles mal la habían inventado, dándoles opinión de hombres bárbaros y silvestres; y unos y otros juraban que era novela, y que ni a padres, ni a abuelos la habían oído, ni jamás en sus Pueblos hubo tal noticia.

9. Pasando más adelante, y probando aunque Serranos, su intento, decían: ¿Cómo es posible, Padres, que en tan pequeño sitio como el de ese Valle, a sus cañadas, se escondiese por tantos tiempos esta gente? Los rastros que vuestras Reverencias aquí hallaron, no fueron de población, sino de unas chozas, que en tal y tal tiempo tuvieron Fulano, y Fulano Pastores. ¿No ven qué en estas Sierras no hay lugar de esto, ni asiento a propósito para población? Estas gentes, si crecieron, ¿cómo no se derramaron por estos Pueblos y Alquerías, donde nosotros vivimos tan antiguos como la Alberca? ¿Cómo los que aquí bajamos de mil años a esta parte con nuestros ganados, y a pescar las truchas y peces de este río, jamás los vimos? [266]¿Cómo los que pasan por aquel camino real y conocido, por el cual Castilla la Vieja se comunica con Extremadura y Andalucía, nunca vieron estos hombres, siendo así que todo lo descubren, como vuestras Reverencias echan de ver? Pues si desde esta Vega estamos viendo el camino que sube y baja por aquellas sierras, claro está que los que por él caminan habían de ver los que aquí habitaban. ¿Qué sitio hay aquí competente para sustento de tanta gente, que con el tiempo había de multiplicar? ¿Dónde cogían trigo? ¿ Dónde apacentaban sus ganados? ¿ Es posible que en tanto tiempo no hubo uno de alentado corazón que subiese a esos oteros, y columbrase nuestras Alquerías, penetrase por estos caminos algunas leguas, y viese tantos Pueblos en Castilla, y Extremadura? Créannos, Padres, que todo es mentira; y que no son sabios todos los que viven en las Ciudades.

10. Estas razones dichas a su modo de aquellos Montañeses, los convencieron ser imposible la ficción; y reparando en ella, he considerado no haberse hallado, ni en nuestras Historias, ni en las Extranjeras caso semejante de gentes encerradas por muchos años en el corazón de los Reinos, sin ver ni ser vistos por nadie. He advertido esto aquí, porque me consta que Autores de obligaciones han recibido la novela, y la han impreso, y me pareció servicio del Señor que no pasase adelante. Bien dijo Tertuliano, que muchas veces comienzan las tradiciones de alguna simplicidad ó mentira, y cobrando fuerzas con el tiempo y con el patrocino de la autoridad, se atreven a la verdad y la obscurecen. Porque no suceda esto aquí, he dado testimonio, de que es testigo fiel toda nuestra Provincia de Castilla la Vieja, que con el trato ordinario de aquellos Pueblos ha cobrado esta verdad.»

11.Hasta aquí el Historiador Carmelitano, de cuya narración, así como se colige con toda certeza que cuanto se ha dicho del retiro, barbarie, y descubrimiento de los Batuecos todo es patraña y quimera, se infiere también, que la fama ha sido y es algo varia en orden a algunas [267] circunstancias del embuste. Lo que comúnmente oímos es, que la cómplice fugitiva que dio ocasión al descubrimiento de las Batuecas, era doncella de la Casa del Duque de Alba; pero en la relación citada se califica Señora de la Casa de Alba, y al que la acompañó se da el título de Caballero, no de Paje; que aunque podía ser uno y otro, era más natural nombrarle Paje, si lo fuese. También se advierte en la misma narración alguna inconstancia de la común opinión en cuanto a señalar la gente que se crió encerrada y solitaria por tanto tiempo; pues por una parte se descubre que esto sólo se atribuía a los habitadores de un Pueblo imaginario, colocado en el mismo Valle donde hoy está el Convento de los Carmelitas, y cuando más a otros que se decía moraban en las cañadas vecinas al mismo Valle; y por otra parece, que también eran comprendidos en la fábula los demás que habitaban en varias Alquerías por aquellas Sierras. Como quiera que discurra, es totalmente imposible el hecho. La Villa de la Alberca, Capital de Batuecas, pero colocada fuera de la sierra, dista solo dos leguas del Valle donde está el Convento, y poco más de un cuarto de legua de la cima de la montaña de donde se desciende al Valle. En tan corta distancia los Pastores de la Serranía que mediaban entre el Valle y la Alberca, precisamente habían de tener noticia de esta Villa, y del Pueblo, situado en el Valle, si le hubiese; y recíprocamente en cada Pueblo era necesario que hubiese noticia del otro, y juntamente de los Serranos que mediaban. La Villa de la Alberca siempre fue conocida, y tuvo comunicación con el resto de Extramadura, y Castilla, de lo cual hay instrumentos auténticos en dicha Villa, como luego veremos. Luego es totalmente imposible, que ni en el Valle, ni en las cañadas, ni en las caídas, ni en las cumbres de la Sierra hubiese la gente ignorante e ignorada de todos, que se ha soñado. [268]

§. IV

12. Cuando después de pruebas tan claras restase alguna duda, la disiparían enteramente las que al mismo tiempo añadió el Bachiller Tomás González de Manuel, Presbítero, Vecino del Lugar de la Alberca, en un libro que intituló: Verdadera relación y manifiesto Apologético de la antigüedad de las Batuecas, y fue impreso en Madrid el año de 1693. Este Autor, no sólo prueba la imposibilidad del hecho en cuestión con razones eficaces de congruencia, tomadas de la inmediación de los Lugares circunvecinos, mas también con varios instrumentos auténticos, de los cuales apuntaré algunos.

13. Dice hallarse en el Archivo de la Alberca escrituras de más de quinientos años de antigüedad, en que los vecinos de aquellas Alquerías, que serán hasta quinientos, se obligan a pagar al Lugar de la Alberca ciertos pares de perdices, por vivir en la dehesa que llaman de Surde, centro de aquel País.

14. Que en Nuño Moral, que está en la mitad de esta dehesa, hay Iglesia, donde dice el Autor que estando una Semana Santa, fue a registrar los libros bautizados, y los halló muy antiguos, aunque mal parados, y encontró asimismo un Breviario que mostraba tener mucha antigüedad.

15. Que la Iglesia del Lugar de la Alberca tiene un privilegio original, dado Era de 1326, que equivale al año de 1288, en que se le concede un coto, y dehesa del distrito de las Batuecas, las cuales se expresan en dicho privilegio con este mismo nombre.

16. Añade, que aún en tiempo de los Romanos estuvieron pobladas; lo que se prueba de haber hallado un rústico arando en la Alquería que llaman Batuequillas, unas medallas de plata de Trajano, las cuales con una descripción de las Batuecas, que se hizo el año de 1665, guardó en el Archivo de Coria el Señor Don Francisco Zapata y Mendoza, Obispo de aquella Iglesia. [269]

17. Funda otra demostración en que los Lugares de Palomero, y Casal, que son de las señoras Comendadoras de Santo Espíritu de Salamanca, por donación del Rey Don Fernando Primero, año de 1030, rodean estas dehesas, y en que el camino Real por donde se ha ido siempre a Salamanca, atraviesa de medio a medio las Batuecas.

18. Alega otros muchos instrumentos y memorias de tres, y cuatro siglos de antigüedad, por los cuales invenciblemente consta que el Lugar de la Alberca fue siempre conocido y comunicado con todo el resto del Reino. Concluye con el chiste de un Religioso grave, el cual estaba preocupado de la opinión común, y hallándose de paso en aquella tierra, quiso informarse individualmente por el Autor. Este le dijo, que a otro día le enteraría de todo; y de hecho el día siguiente le llevó varios instrumentos de trescientos a cuatrocientos años de antigüedad. Pero el Religioso, que entretanto no había tenido ociosa su curiosidad, y por otro lado se había desengañado, le dijo luego: Déjese V. md. de eso, que ya estoy bien informado de que los Batuecos somos nosotros, que hemos creído tal disparate.

19. A vista de tantas tan patentes pruebas de ser falso lo que se dice de los habitadores de las Batuecas, ¿quién no admirará, que esta fábula se haya apoderado de toda España? ¿Qué digo yo España? También a las demás Naciones se ha extendido; y apenas hay Geógrafo Extranjero de los modernos, que no dé el hecho por firme. Así se halla relacionado en Atlas Magno, en Tomás Cornelio, en el Diccionario de Moreri, y otros muchos: Cornelio, y Moreri verb. Batuecos, dicen, que estos son unos Pueblos de España pertenecientes al Obispado de Coria, en un Valle muy fértil que llaman Valle de Batuecas. ¿Qué cosa tan absurda, como colocar muchos Pueblos en un Valle tan estrecho, que según las noticias seguras que hoy tenemos, apenas da espacio para una muy pequeña población? Sin embargo, con toda aquella amplitud le imaginan todos los que en España están preocupados [270] de la fábula común, atribuyéndole la circunferencia de ocho ó diez leguas, y constituyéndole una pequeña Provincia, compuesta de varios Pueblos que habitaba aquella bárbara y solitaria gente. ¡Oh qué desengaño para tantos crédulos contumaces que están siempre obstinados a favor de tradiciones populares y opiniones comunes!

§. V

20.Por dar más extensión, y amenidad a este Discurso, y porque concierne derechamente tanto a su materia, como a mi intento, me ha parecido dar aquí alguna noticia de algunos Países ó Poblaciones, cuya existencia se ha creído un tiempo, ó aún ahora se cree; los cuales no tienen, ni han tenido más ser que el que tienen los entes de razón.

21. {Atlántida}Acaso se debe hacer lugar entre los Países imaginarios a la grande Isla Atlántida, que prolijamente describió Platón, señalándola asiento enfrente del Estrecho de Hércules, que hoy llamamos de Gibraltar. El no hallarse hoy esta Isla, ni vestigios de ella, no sirve para condenarla por fingida, pues ya Platón se previno diciendo que un gran terremoto la había hundido y sepultado toda debajo de las aguas. Pero el señalarla por Reino propio de Neptuno, que la dividió entre sus diez hijos, la hace sospechar tan fabulosa como la Deidad cuyo trono se coloca en ella. Algunos quieren, que la Atlántida de Platón sea la América, y que por consiguiente esta parte del Orbe haya sido conocida de los antiguos. Pero esta interpretación es opuesta al concepto de aquel Filósofo, el cual dice que de la Atlántida se pasaba fácilmente a otras Islas situadas enfrente de un gran Continente, mayor que la Europa, y la Asia. De donde es claro, que en la relación de Platón este Continente, y no la Atlántida, es quien representa a la América. La hilación que de aquí se puede hacer, que los antiguos tuvieron noticia de esta cuarta parte del mundo, no es segura; porque como tal vez una imaginación sin fundamento acierta con la verdad, pudo [271] sin noticia alguna de la América, soñarse por Platón, o por otro alguno de aquellos siglos, un Continente distinto del nuestro, proporcionado en su extensión a la América.

§. VI

22. {Pancaya}La Pancaya, fertílisima de aromas, tan celebrada de los antiguos, tiene contra sí las diversas situaciones que la dan los Autores. Plinio la coloca en Egipto cerca de Heliópolis: Pomponio Mela en los Trogloditas; Servio, a quien siguen otros, comentando aquel verso de Virgilio del segundo de las Geórgicas: Totaque thuriferis Panchaia pinguis arenis, la pone en la Arabia Feliz. Pero la opinión más famosa es la de Diodoro Sículo, que en el lib. 5 hace a la Pancaya Isla del Océano Arábico, muy abundante de incienso, y muy rica por la frecuencia de Mercaderes que concurrían de la India, de la Escitia, y de Creta. Esto último no puede ser; si no es que se diga, que esta Isla se sumergió como la Atlántida; pues hoy con los repetidos viajes a la India Oriental, están reconocidas cuantas Islas hay en todos aquellos Mares que bañan las costas Meridionales de Africa, y Asia. Fingieron los antiguos ser la Pancaya Patria del Fénix; y es natural, que para cuna de una ave que nadie ha visto, buscasen una Región por donde nadie hasta ahora ha peregrinado.

§. VII

23. {Provincia de Ansen}Don Sebastián de Medrano en su Geografía, citando al Padre Haiton, Dominicano, dice que hay en la Georgia (Región de la Asia) una Provincia llamada Ansen, que tendrá tres jornadas de travesía, la cual está siempre cubierta toda de una nube obscura, sin que pueda entrar ni salir nadie en todo aquel territorio, y dentro se oye ruido de gente, relinchos de caballos, canto de gallos; y por cierto río, que de allá sale, trayendo en su corriente algunas cosas, se conoce manifiestamente que debajo de aquella nube habita gente. Esta noticia no se puede dudar de que es fabulosa, pues no se halla en alguno [272] de los Geógrafos modernos, ni en alguna de las muchas relaciones de la Georgia, escritas por varios Autores que han viajado por aquella Región: y el argumento negativo en estas circunstancias es concluyente; siendo moralmente imposible que todos callasen una cosa tan singular. Si hubiese una nube que circundase no sólo la Provincia de Ansen, sino toda la Georgia, imposibilitando la entrada y la salida, sería muy cómoda a las pobres Georgianas, a las cuales, por ser reputadas las mas hermosas mujeres que hay en el mundo, ó por serlo efectivamente, a cada paso roban sus propios parientes para venderlas en Persia, Turquía, y otras partes.

§. VIII

24. {El Catai}El grande Imperio del Catai, que hicieron tan famoso algunos Geógrafos, es no menos fabuloso que famoso. Colocábase este vasto dominio en lo último de la Asia, al norte de la China, y se le señalaba por Corte la Ciudad de Cambalú, proporcionada por el número de habitadores y majestad de edificios a la grandeza del Monarca que en ella residía. Mas al fin, Corte, Monarca, y Monarquía se han desaparecido: hallándose que lo que se llamaba Catai, no es otra cosa que la parte Septentrional de la China, la cual comprende seis Provincias, como la Meridional nueve, y que la Ciudad de Cambalú es indistinta de la Corte de Pekín. El origen que pudo tener esta fábula, es, que los Moscovitas llaman a la China Kin-tai; y como en los tiempos pasados, ni estaba el Imperio del Czar traficado, ni se sabían sus límites, ni se pensaba que fuesen tan dilatados cuando los Moscovitas decían que confinaban con el Imperio del Kin-tai (como de hecho se extiende el dominio del Czar hasta las puertas de la China) los Europeos entendían por el Kin-tai un grande estado intermedio entre el de Moscovia, y el de la China. Y si es cierto lo que se lee en el Diccionario de Moreri, que los Moscovitas, y Sarracenos dan a Pekín el nombre de Cambalú, parece se puede colegir como seguro, que los [273] diferentes nombres que se daban a la Capital, y al Imperio, vino del error de juzgarlos distintos, siendo uno solo. Asimismo conjeturo que una Ciudad populosísima llamada Quinsai, o Quinzai, que algunos Geógrafos ponen en el Oriente, es indistinta de Pekín, y que este error nació del mismo principio; quiero decir, que la voz Kin-tai que los Moscovitas dan a la China, corrompido a Catai se tomó por un Imperio; y corrompido a Quintzai por una Ciudad.

§. IX

25. {Paraíso Terrenal} Muchos juzgan existente después del Diluvio el Paraíso Terrenal, y debajo de esta razón debe ser comprendido entre los Países imaginarios. Algunos Padres, y Expositores graves fueron de aquel sentir; lo que era excusable en ellos, porque en su tiempo no estaba tan pisado el Orbe como ahora, y eran muy escasas y aún muy mentirosas las noticias que había de las Regiones más distantes. Pero hoy, que no hay porción alguna de tierra donde verisímilmente pueda colocarse el Paraíso que no esté hollada y examinada por innumerables Viajeros, y Comerciantes Europeos, carece de toda probabilidad la opinión que le juzga existente. Dije donde verisímilmente pueda colocarse el Paraíso, por excluir algunas opiniones absurdas que hubo en esta materia, señalando su lugar, ó ya debajo del Polo Artico, ó sobre un monte altísimo, vecino a la Luna, ó sobre la superficie de la misma Luna, &c. Es cierto, que la amenidad, fertilidad, y temperie dulce del Paraíso pedían una región, y sitio muy templado, cual no se puede hallar sino a mucha distancia de uno y otro Polo; y cuantas Regiones gozan esta distancia, están hoy bien examinadas, sin que se haya visto seña alguna del Paraíso, ó de su vecindad. Lo que algunos cuentan, que cierto Monje llamado Macario con tres compañeros se aplicó a buscar el Paraíso, y después de peregrinar muchas y remotísimas Regiones, llegó a la vista de él, mas no se le permitió la entrada, es fábula de que se ríen todos los cuerdos. [274]

§. X

26. {Isla de San Borondón} A alguna distancia de las Islas Canarias se señala otra, a quien se dio el nombre de San Borondón, y de quien se cuenta una cosa muy extraordinaria. Dicen que esta Isla se descubre desde la que llaman del Hierro, cuando los días son muy claros; pero por más diligencias y viajes que se hicieron para arribar a ella, jamás pudieron encontrarla. El Doctor Don Juan Nuñez de la Peña, en su Historia de la Conquista y antigüedades de las Canarias refiere que el año de 1570 salieron en tres Navíos a buscarla Hernando de Troya, Fernando Alvarez vecino de Canarias, y Hernando Villalobos, Regidor de la Isla de Palma: como también el año de 604 salió otro Navío de Palma, que llevaba por Piloto a Gaspar Pérez de Acosta, y al Padre Fr. Lorenzo Pinedo, del Orden de San Francisco, insigne hombre de Mar; pero en uno y otro viaje, no sólo no se encontró la pretendida Isla, pero ni aún vestigio en los aguages, fondo, vientos, y otras señales que se observan cuando hay tierra cercana. Tengo también noticia de que habrá diez u once años, siendo Gobernador de las Canarias Don Juan de Mur y Aguirre, sobre nueva noticia de que se había divisado la Isla, se despacharon Embarcaciones a buscarla, y volvieron como las antecedentes.

27. Sin embargo, el Autor citado asiente a la existencia de dicha Isla, movido por unos papeles viejos que vio en poder del Capitán Bartolomé Román de la Peña, vecino de Garachico, en quienes se contenía una información hecha el año de 1570, en la Isla del Hierro, de orden de la Audiencia, por Alonso de Espinosa, Gobernador de aquella Isla. En dicha información deponen muchos haber visto la Isla en cuestión desde la del Hierro, y que el Sol se escondía, al ponerse, por una de sus puntas. Esto es lo más jurídico que hay en comprobación de su existencia, porque lo demás se reduce a deposiciones singulares y cuentos de algunos Marineros que por [275] accidente arribaron a ella; pero no pudieron detenerse por los rigurosos temporales que les sobrevinieron.

{(a) En un Manuscrito que tengo sobre la cuestión de la Isla de San Borondón, cuyo Autor es un Jesuita que poco ha era Rector del Colegio de Oratava en la Isla de Tenerife, leí una particularidad de la información hecha el año de 1737 en prueba de la existencia de aquella Isla, que arguye ó que no se hizo jamás tal información, ó que se hizo con testigos más veraces. Uno de ellos, que decía haber estado en aquella Isla forzado de los vientos al venir del Brasil en una Carabela Portuguesa, cuyo Piloto se llamaba Pedro Bello, depuso entre otras cosas, que había visto en la arena de la playa pisadas humanas de la gente que habitaba la Isla, que representaban ser los pies doblado mayores que los nuestros, y a proporción la distancia de los pasos. Añade el Jesuita, que el mismo Piloto, y un compañero suyo, que fueron los otros dos testigos examinados, en lo principal estuvieron contestes. ¿Quién se acomodará, a creer que en un sitio tan vecino a las Canarias, y debajo del mismo clima haya Gigantes tales, cuales no se ven no sólo en las Canarias, mas ni en otra parte alguna del mundo? Así aquella información, si se hizo, más es una prueba en contrario que a favor. El Jesuita que citamos, dice que de dicha información nadie ha visto sino una copia simple que dejó Próspero Gazola, Ingeniero avecindado en las Canarias por los años de 1590, y se inclina a que fue supuesta. Aunque nosotros damos a la Isla cuestionada el nombre de San Borondón, el Jesuita la llama siempre de San Blandón.}

28. Tomás Cornelio en su Diccionario Geográfico se inclina al mismo sentir de que realmente hay tal Isla, aunque conviene en el hecho de que en muchas tentativas que se hicieron, jamás se pudo encontrar. En uno y otro procede sobre la fe de Linschot, que es el único Autor que cita, y que lo es de una descripción de las Canarias. Yo por el contrario estoy persuadido que la Isla de San Borondón es una mera ilusión; para lo cual me fundo en las observaciones siguientes.

29. Observo lo primero, que las distancias en que colocan esta Isla, respecto de la del Hierro, (que es de donde dicen se divisa) los Autores que quieren acreditar su realidad discrepan enormemente. Tomás Cornelio la pone cien leguas distante de la del Hierro: otros en la [276] cercanía de quince a diez y ocho leguas. Esta diversidad por sí sola basta a inducir una suma desconfianza de las noticias que nos dan de esta Isla sus Patronos. Donde debe advertirse, que si la distancia fuese tanta como dice Tomás Cornelio, sería imposible verla desde la Isla del Hierro.

30. Observo lo segundo, que si la distancia fuese tan corta que desde una Isla se descubriese la otra, es totalmente inverosímil que algunas de las embarcaciones destinadas a buscar la Isla pretendida, no hubiesen dado con ella. Dicen algunos, ó por mejor decir se echan a adivinar que esta siempre cubierta de nubes que estorban el hallazgo. Pero si es así, ¿cómo se ha visto a veces desde la Isla de Hierro? Más: ¿Quién quita a las embarcaciones irse derechamente a esas mismas nubes, ó nieblas que la cubren? Las cuales, bien lejos de ser estorbo antes servirían de guía. Y en caso que se finja ser aquellas nubes como la de la Georgia, que nos permita penetrarse, ¿cómo arribaron algunos Marineros por casualidad (según se cuenta) a aquélla Isla? Más: En aquellos días clarísimos en que se divisa desde la del Hierro, fácil sería despachar prontamente un bajel, el cuan en este caso no la perdiera de vista.

31. Dicen ó sueñan otros, que la corriente del agua es tan violenta en aquel sitio, que desvía a los bajeles, precisándolos a otro rumbo. ¿Pero cómo arribaron los que se dice que por casualidad arribaron? ¿O ese grande ímpetu es a tiempos, ó contínuo? Si a tiempos, fácilmente se puedo observar coyuntura favorable para que arribasen las embarcaciones destinadas a este intento. Si contínuo, ningún bajel podría arribar jamás. Estas razones, y otras que se pudieran añadir, son tan fuertes, que algunos previéndolas han recurrido a milagro, como se puede ver en Tomás Cornelio: recurso infeliz de fenómenos deplorados. No hay mentira que no pueda defenderse de este modo. Mala causa tiene el reo que se acoge a sagrado; y suena en algún modo a sacrílega osadía buscar la Omnipotencia para que haga sombra a una patraña. [277]

32. Observo lo tercero, que según la regla comunísima y prudentísima que hasta ahora se ha observado, para condenar por fabulosas varias noticias pertenecientes a la Historia naturas, se debe asimismo condenar por fabulosa la Isla de San Borondón. Es cierto que lo que los antiguos Naturalistas nos dejaron escrito de hombres con cabezas caninas, otros con los ojos en los hombros, otros sin boca, que se alimentan de olores, &c. se derivó de algunos Viajeros que decía haber visto aquellas monstruosidades. No obstante lo cual, porque en los muchos viajes que en estos últimos siglos se hicieron por las Regiones de Africa, y Asia, no se encontraron tales hombres, se tienen por fabulosos. Aplicando esta regla a nuestro caso, digo que en atención a que la Isla de San Borondón jamás fue encontrada por los que de intento la buscaron, se debe despreciar la relación de uno u otro Marinero que dijeron haber aportado a aquella Isla.

33. Observo lo cuarto, que la información hecha de haberse visto algunas veces la Isla de San Borondón desde la del Hierro, nada prueba. Es constante que en los objetos que por muy distantes se divisan confusísimamente, cada uno ve lo que se le antoja, y suele ser la apariencia muy distinta de la realidad; un peñasco representa ser edificio, la junta de muchas peñas una Ciudad formada, un rebaño de cabras nieve que cubre la cima del monte. ¿Qué dificultad, pues, hay en que a muchos vecinos de la Isla de Hierro se les representase ser Isla alguna nube ó niebla, que a tiempos se levante hacia aquella parte donde colocan la Isla de San Borondón? Puede aquel sitio, por razón de los minerales que estén sepultados en él, ser más a propósito que otros para levantar a tiempos hálitos ó exhalaciones, que miradas de lejos hagan representación de Isla, ó Montaña que se eleva sobre las aguas.

34. ¿Qué digo yo de objetos distantes? Aún en los más cercanos suceden semejantes ilusiones. Pocos años ha que en la Ciudad de Santiago se hizo información plena de [278] que en el Santuario de nuestra Señora de la Barca (hacia el Cabo de Finis Terrae) se veían frecuentes Angeles danzando delante de aquella Santa Imagen. No sólo los Angeles, mas toda la Corte Celestial, según las deposiciones de muchos, bajaba a dar culto al venerable Simulacro. Uno veía a San Francisco con sus Llagas: otro a Santa Catalina con su rueda: otro al Apóstol Santiago con su esclavina: otro un Eccehomo: otro un Crucifijo. Cada uno veía el Santo, ó Misterio que quería; y sólo faltó que alguno viese las once mil Vírgenes, y las contase una por una. A todo esto dio ocasión una cortina pendiente delante de la Imagen, la cual, cuando por estar descosidos por una parte de la tela y el forro, el ambiente movido, introduciéndose por la abertura, la agitaba, juntándose la circunstancia de que el Sol hiriese una vidriera puesta en frente, con los varios ondeos de la tela y el forro hacia diferentes visos, que cada uno interpretaba a su modo. El portento corrió por toda España acreditado por aquella información. Pero no se tardó mucho en hacer nuevo y más atento examen por sujetos de gran juicio y literatura, en que no se halló sino una imperfectísima apariencia: ni aún esta perseveraba, cuando en lugar de aquella cortina se ponía otra.

35. Ultimamente observo, que aún cuando imprimiese en los ojos perfecta imagen de Isla la que se veía desde la del Hierro, no se infiere de aquí que realmente lo fuese. Desempeñarán esta que parece paradoja, dos célebres fenómenos. El primero es una apariencia que los moradores de la Ciudad de Reggio en el Reino de Nápoles llaman la Morgana. Vese muchas veces levantarse sobre el Mar vecino a aquella Ciudad una magnífica apariencia en que se divisan edificios, selvas, hombres, brutos; en fin todo lo que puede componer una Ciudad con el territorio adyacente. El segundo es el que observó pocos años ha el P. Fevillé, Minimo, doctísimo Matemático de la Academia Real de las Ciencias. Pareció una mañana enfrente de Marsella una nueva tierra en que [279] se veían y divisaban con catalejos árboles, montes, ríos, animales, y todo lo demás de que consta un País poblado. Fue avisado de tan portentosa novedad el P. Fevillé, quien subiendo a su Observatorio, vio lo mismo que los demás; pero haciendo luego atenta reflexión sobre el caso, volvió los ojos a la tierra de Marsella, y halló que en la nueva tierra se representaba todo lo que había en aquella; de donde coligió ser una nube especular, donde se imprimía la imagen de la Ciudad y territorio que tenía enfrente, como sucede en los espejos. Asimismo pudo suceder que la Isla descubierta desde la del Hierro no fuese más que una Imagen de ésta (más ó menos clara, más ó menos confusa) impresa en alguna nube especular a cierta distancia.

§. XI

36. {Frislandia, y Javamenor} Dase el nombre de Frislandia a una Isla del Océano Septentrional, muy vecina al Polo, que se dice haber sido descubierta tres siglos ha por Nicolao Zeno, Veneciano (Nicolao Zevi le llama el Diccionario de Moreri, citando a Baudrand; pero este dice Zeno, y no Zevi). De esta Isla no se ha hallado después algún vestigio; aunque el lugar que se la señalaba, conviene a saber junto a la Groenlandia, es todos los años frecuentadísimo de los Pescadores Europeos. Discúrrese, que el Zeno se equivocó, tomando alguna parte de la Groenlandia por Isla distinta.

37. De esta misma naturaleza es la que llaman Java menor en el Océano Indico, al Oriente de otra grande Isla que llaman Java mayor. Pero consta ya por la deposición de muchos navegantes modernos que no hay más de una Java, la cual por ser muy larga, pudo motivar la opinión de que alguna porción suya mal reconocida, era Isla separada y diversa de la otra. Por tanto, en las Tablas Geográficas modernas ya no se pone más de una Isla con el nombre de Java [280] {(a) Acaso la Isla que antes se llamaba Java menor, es la que hoy, mudado el nombre, se llama Baly}.

§. XII

38. En la América hay algunos Países ó Poblaciones imaginarias que fabricó en la fantasía de nuestros Españoles la codicia del precioso metal. Aquel ente de razón: Mons aureus, monte de oro, que anda tanto en las plumas y bocas de los Lógicos, parece que tuvo su primer nacimiento en los descubridores y comerciantes del Nuevo Mundo. De la codicia, digo, de nuestros Españoles nació el soñar que hacia tal ó tal playa hay algún riquísimo País, y que después inútilmente buscasen como verdaderas unas riquezas que eran puramente soñadas. Esto es puntualmente lo de Claudiano, hablando de un avaro cuando despierta después de soñar tesoros:

Et vigil elapsas quaerit Avarus opes.

A veces (según nota el Padre Acosta) nacía esto de embuste de los Indios, que por apartar de sí a los Españoles procuraban empeñarlos en el descubrimiento y conquista de algún País riquísimo, que fingían hacia tal ó tal parte.

39. {El gran Paititi}En el Perú ha muchos años corre la opinión de que entre aquel Reino y el Brasil hay un dilatado y poderoso Imperio a quien llaman el gran Paititi. Dicen que allí se retiraron con inmensas riquezas el resto de los Incas cuando se conquistó el Perú por los Españoles, fundando y substituyendo el nuevo Imperio al que habían perdido. El Adelantado Juan de Salinas (según refiere el Padre Joseph de Acosta), Pedro de Ursúa, y otros hicieron varias entradas para descubrirle, volviéndose todos sin haber hallado lo que buscaban. Tengo noticia de que en los últimos años del señor Carlos II, un paisano mío, llamado Don Benito Quiroga, hombre de gran corazón mas no de igual cordura, empeñado en buscar el gran Paititi con gente armada a su costa, arruinó todo su caudal que era muy crecido, y después de tres años de peregrinación se restituyó trayendo consigo una cosa más preciosa [281] que el oro, aunque menos estimada en el Mundo, que fue el desengaño. [282]

{(a) En la dedicatoria del libro Nobiliario de Galicia, Obra póstuma del Maestro Felipe de Gángara, Agustiniano, la cual Dedicatoria es compuesta por un tal Julián de Paredes, y dirigida a Don Antonio López de Quiroga, Maestre de Campo en los Reinos del Perú, se lee que Don Benito de Ribera y Quiroga, sobrino del expresado Caballero, fue enviado por su tío a la conquista del grande Imperio del Paititi, y que llevaba ya gastados en la empresa, cuando se hizo la Dedicatoria, trescientos mil pesos; a que añade el Autor que se esperaba duplicar este gasto en la prosecución del empeño. Allí mismo se da por existente este riquísimo Imperio, y se demarca como confinante con las Provincias de Santa Cruz de la Sierra, y Valle de Cochavamba.

2. El Padre Navarrete en su Historia de la China dice que le afirmaron personas de toda satisfacción, que en la corte del gran Paititi la calle de los Plateros tenía más de tres mil Oficiales; pero el Autor de los Reparos Historiales Apologéticos, después de reírse de la credulidad del Padre Navarrete, confirma todo lo que hemos dicho en orden al Paititi, el Dorado, Ciudad de los Césares, y gran Quivira. Copiaré aquí lo que dice sobre la materia, porque afianza las noticias que hemos dado, y añade otras.

3. La verdad es, que los sueños de la codicia, permitiéndolo así Dios para que se propague la Fe, han imaginado montes de oro. Por la parte de la América Septentrional, en la gran Quivira que tantas diligencias y desvelos costó a muchos Españoles: por la parte de la Austral, en la rica Ciudad del Sol, cerca de la Línea: En las Ciudades de los Césares, junto al estrecho de Magallanes: Y en la tierra del Paititi, junto al Marañón; sin que hayan hallado los que han tomado esta empresa otra cosa más que unas tierras pobres, habitadas de Indios bárbaros que ya rancheados junto a los esteros de los ríos, ya embreñados en los picachos de los montes, añaden al maíz lo que pescan y lo que cazan; y principalmente se sustentan de comerse unos a otros. Buscando las Ciudades de los Césares, entró la tierra adentro pocos años ha el Padre Nicolás Mascardo de la Compañía de Jesús, Apóstol de las Indias de Chile, y sólo consiguió morir a manos de su celo, sin encontrar nada de lo que buscaba. El Padre Francisco Diaztaño, de la misma Compañía, después de muchos trabajos llegó a la tierra que se presumió ser la del Paititi, y nada se halló menos, que todo lo que el Padre Navarrete pone de más. Lo que hay en aquella tierra es una pobre gente desnuda, [282] y como brutos, sin más Lugares, gobierno, ni política, que andarse de una parte a otra, siguiendo a los hechiceros que con embustes que les predican, los engaitan y embelesan.

4. Esta fama ó hablilla del Paititi es tan antigua, que el Padre Joseph de Acosta que imprimió su Historia Natural de las Indias en Sevilla, año de 1590, hacen mención de ella como cosa recibida. Y en el capítulo 6 del lib. 2 dice, que el Río Marañón pasa por los grandes campos y llanadas del Paititi, del Dorado, y de las Amazonas. El Licenciado Antonio de León Pinelo, en el curioso, y docto Tratado del Chocolate, fol. 3, dice: En las tierras del Tepuarie, y del Paititi, que por la Arijaca se han descubierto a las cabezadas del gran Río Marañón, dicen las relaciones, que se hallan montes de cacao. Si estos montes son acaso los que encontró el Padre Cristóbal de Acuña en el descubrimiento de este caudaloso río, no puede haber tierra más desengañada que la del celebrado Paititi. Allí no hay más que selvas y mucha maleza, raros habitadores y sin rastro de cultura, ni vida civil; con que por esta parte hay muy mal aliño de encontrar la opulenta Metrópoli del Paititi.

5. El P. Fr. Domingo Navarrete se gobernó por los informes P: : : que dijo haber llegado a la Corte del Imperio del Paititi; y en prueba de ello mostraba en Lima, pintado en un mapa, todo aquel felicísimo País, señalando en él tres cerros de inestimable valor y riqueza. ¡Gran cosa es tener ingenio para adelantar ideas! Siendo Virrey del Perú el Conde de Chinchón, ofreció a los de Cochambra cierto Personaje muy celebrado por su extravagante espíritu, el descubrimiento de tres cerros de plata, cada uno tan rico como el Potosí; y el efecto que tuvo esta oferta, fue que los cerros de plata se quedaron en el espacio imaginario; y el dinero que se prestó sobre el crédito de esta confianza, en el estado de imposibilidad. El ejemplar de este engaño quedó más corto, pues los cerros del Paititi tuvieron más recomendación, porque el uno era de oro, y el otro de plata, y el tercero de sal; conque no había más que pedir; y no hay que ponerlos en duda, pues así estaban pintados en el mapa.

6. El celo del servicio del Rey no permitió que este punto se quedase solamente en presunción; y así después de otras entradas que en vano se hicieron por la parte del Cuzco, siendo Virrey el Conde de Lemos, entró por la parte de Arijaca Don Benito de Ribera (es el mismo que nosotros llamamos Don Benito de Quiroga, porque tenía uno y otro [283] apellido), en nombre de su tío Antonio López de Quiroga (a quien está dedicado el Nobiliario del padre Gándara), con la escolta de Soldados que pareció bastante para esta importante empresa, llevando por su Sargento Mayor a Don Juan Pacheco de Santa Cruz. Acompañóle para asistir en lo espiritual y eclesiástico el muy Reverendo Padre Fr. Fernando de Ribero, de la Orden de Predicadores, pareciéndole muy digno de su apostólico celo el heróico asunto de tan gran conquista. Faltóle el suceso, mas no el merecimiento. Lo que hallaron, después de larga peregrinación, sólo fueron algunos Indios pobres y desamparados, divididos en incultas y cortas rancherías: el Cielo turbio de nubes, que se desataba con continuos y tempestuosos aguaceros: la tierra inculta, pantanosa, y estéril, y todas sus esperanzas engañosas.

7. Parece que a estos Conquistadores les sucedió poco menos que lo que refiere, pág. 170, Cornelio Wirfliet, en el aumento de la descripción de Ptolomeo, le sucedió a Francisco Vázquez Coronado, Capitán más valiente que dichoso. Poco después de la conquista de México, un Religioso, llamado Fr. Marcos Nizza, informado de la verdad de su celo, y confiado sin duda de la poca verdad, y débiles testimonios de los Indios, afirmaba con grande aseveración que había descubierto el Reino de Cévola, y la tierra llamada de las Siete Ciudades; de quien pregonaba tantas riquezas y fertilidad, que le pareció al Virrey Don Antonio de Mendoza que era digno empeño de la persona de Don Pedro de Alvarado, el más célebre compañero de Hernán Cortés, y más afamado entre los Conquistadores de la Nueva España, y por su muerte fue escogido Coronado. Este valeroso Caudillo partió con mucha Infantería, y cuatrocientos Caballos; y habiendo perdido en el trabajoso viaje tiempo, caballos, y gente, halló que la Ciudad de Cévola era una Aldea de doscientas chozas, y en el País de las Siete Ciudades apenas hallaron cuatrocientos Indios, que en su desnudez y desaliño mostraban cuánta era la pobreza y esterilidad de su patria. Viendo la inutilidad de esta empresa, se dejaron persuadir de otra semejante voz para ir a buscar la gran Quivira, donde decían que latamente imperaba el gran Príncipe Tatarrajo, y que la tierra era abundante de oro y plata, y muy rica de piedras preciosas. Con los estímulos de esta codicia caminaron con incansable tesón por sendas escabrosas, parajes incultos, climas destemplados, y campos inhabitables; y con mil fatigas y fracasos [284] lastimosos llegaron al fin al término deseado. ¿Pero qué fue lo que hallaron? La Corte era un triste aduar bárbaro y corto, el Príncipe Tatarrajo en un pobre viejo desnudo, cuya riqueza se cifraba en un jovel de alquimia, en que se distinguía de los demás. Hasta aquí el Autor de los Reparos Historiales, que en Relación del viaje de Coronado discrepa algo de la de Fr. Juan de Torquemada que citamos en el Teatro.}

§. XIII

40. {El Dorado} En Tierra Firme en la Provincia que llaman de la Guayana, que está al Sur de Caracas, dicen también [283] hay un Pueblo, a quien llaman el Dorado, porque es tan rico que las tejas de las casas son de oro. El Adelantado Juan de Salinas, de quien se habló arriba, [284] buscó asimismo este precioso Pueblo, y después de él otros muchos todos inútilmente.

41. Y porque no se piense que la falta de industria, ó de osadía estorbó a nuestros Españoles el hallazgo, copiaré aquí con sus propias palabras una cosa bien notable que refiere el Padre Acosta. El Adelantado Juan de Salinas (dice) hizo una entrada por el río Marañón, ó de las Amazonas muy notable, aunque fue de poco efecto. Tiene un paso llamado el Pongo, que debe ser de los peligrosos del mundo; porque recogido entre dos peñas altísimas tajadas, da un salto abajo de terrible profundidad, adonde el agua con el gran golpe hace tales remolinos, que parece imposible dejar de anegarse y hundirse allí. Con todo, la osadía de los hombres acometió a pasar aquel paso, por la codicia del Dorado tan afamado. Dejáronse caer de lo alto, arrebatados del furor del río; y asiéndose bien a las canoas, ó barcas en que iban, aunque se trastornaban al caer, y ellos y sus canoas se hundían, tornaban a lo alto, y en fin con maña y fuerza salían:

Quid non mortalia pectora cogis
Auri sacra fames?

§. XIV

42. {Ciudad de los Césares}En Chile hay otro País imaginario (Ciudad dicen unos, Reino ó Nación otros) a quien llaman de los Césares. Es tradición que en tiempo de Carlos V, por quien le dieron aquel nombre, salió un Navío cargado de familias para poblar aquel sitio: que el bajel varó en la Costa, y ellos entraron tierra adentro, y fundaron aquella [285] Ciudad. Cuentan que los han visto arando con rejas de oro, y otras cosas de este jaez. Muchas veces salieron a buscarlos, según refiere el Padre Antonio de Ovalle en su Historia de Chile, pero siempre sin fruto. Donde noto una insigne equivocación del Padre Claudio Clemente, el cual en sus Tablas Cronológicas al año de 1670, dice que el Padre Nicolás Mascardi descubrió la Ciudad de los Césares, por estas palabras: El Padre Nicolás Mascardi, de la Compañía de Jesús, descubre la Ciudad de los Césares en Chile, y predica a los Indios Gentiles Poyas. De las dos partes de esta cláusula sólo la una es verdadera. El caso, como le refiere el Padre Manuel Rodríguez en su Indice Cronológico Peruano, fue, que el Padre Mascardi entró el año de 1670, a predicar a los Poyas, con ánimo de pasar de allí a la Ciudad de los Césares, si pudiese descubrirla. Pero este segundo intento no llegó a ejecución; pues el Padre perseveró predicando entre los Poyas hasta el año de 1673, en que fue martirizado por ellos.

§. XV

43. {La gran Quivira} Al Norte del nuevo México hay un País llamado Quivira, de quien tratan todos los Geógrafos que he visto. Así no se duda de su existencia, ni le comprendemos entre los Países imaginarios en cuanto a la substancia, sino en cuanto a los accidentes con que le adornan en la Nueva España. Constituye allí la opinión vulgar de los Mexicanos un Imperio floridísimo, a quien por este respecto, añadiéndole epíteto magnífico, llaman la gran Quivira. Dicen, que no sólo abunda de riqueza, sino que la gente es muy racional y política. Añaden que aquel Imperio se formó de las ruinas del Mexicano, retirándose allí no sé qué Príncipe de la sangre Real de Motezuma. En efecto puntualmente se cuentan las mismas cosas, con proporción de la gran Quivira en México, que del gran Paititi en el Perú.

44. Es muy verisímil que esta fábula tuvo su primer origen de un viaje que el año de 1540 hizo hacia aquellas [286] partes Francisco Vázquez Coronado, de quien dice el Padre Fr. Juan de Torquemada, en el primer tomo de su Monarquía Indiana, lo siguiente: Tuvo noticia de los Indios que habitaban aquellos desiertos: que diez jornadas adelante había gente que vestía como nosotros, y que andaban por mar, y traían grandes Navíos, y le mostraban por señas: que usaban de la ropa y vestidos que nuestros Españoles; pero no pasó adelante, por parecerle que dejaba lejos a los demás, &c. Posible es que aquellos Indianos, los cuales sólo se explicaban con señas (lenguaje ocasionado a grandes equivocaciones) no quisiesen significar la gente de Quivira, sino los habitadores de las Colonias Francesas de la Canadá: y según el sitio en que se hallaban los Españoles, sin mucha violencia se podían aplicar las señas a una y otra parte.

45. Puede ser que después esforzase la gloriosa fama de Quivira una información, que según el mismo Autor citado, se presentó a Felipe II, donde entre otras cosas se le decía que no sé qué extranjeros, arrebatados con la fuerza de los vientos desde la Costa de los Bacallaos (hacía aquella parte donde se señala la situación de Quivira) habían visto una populosa y rica Ciudad, bien fortalecida y cercada, y muy rica, de gente política, cortesana, y bien tratada, y otras cosas dignas de saberse, y ser vistas. No expresaba la información el nombre de Quivira; pero fuera de convenir a esta la circunstancia de la situación en que se decía haberse descubierto aquella Ciudad, la fama antecedente de la policía de los Quiviritanos era bastante para persuadir que era de aquel Imperio la Ciudad descubierta.

46. Como quiera que sea, pues ni Felipe II, ni alguno de sus sucesores se dejó mover de aquella información para emprender el descubrimiento de Quivira, sin duda tuvieron eficaces razones para desconfiar de ella. Lo mismo digo de la noticia ministrada por Francisco Vázquez Coronado. Ni los Españoles de Nueva España, ni los Franceses de Canadá emprendieron alguna entrada en aquella tierra. Y si la emprendieron y ejecutaron, se infiere, pues dejaron en paz aquella gente, que no hallaron en ella la [287] opulencia que buscaban. Si los de Quivira fuesen tan poderosos y políticos, no dejarían de darse a conocer en ciento y noventa años que ha que Francisco Vázquez Coronado dio la primera noticia de ellos. ¿De qué les sirven sus grandes Navíos, si con ellos no se apartan más de sus Costas, que los demás Americanos con sus Canoas y Piraguas?

47. Los Geógrafos modernos, bien lejos de representar en la Quivira un Imperio político y opulento, aseguran que es la gente inculta, y pobrísima. Tomás Cornelio dice, que sólo se visten de cueros de bueyes: que no tienen género alguno de pan, ni grano para hacerle: que comúnmente comen la carne cruda: que engullen brutalmente la grasa de las bestias recién muertas, y beben la sangre: que viven divididos por bandadas, y mudan de habitación según los brinda la comodidad de apacentar sus vacas, que es la única riqueza que tienen. Los Autores del Diccionario de Trevoux dicen que es fama, que los Españoles entraron en este País, y viendo frustradas sus esperanzas de hallar riquezas en él, se retiraron. Pero si esta entrada es la misma que se lee en el Diccionario de Moreri, atribuida como a caudillo de ella a un Español llamado Vázquez Corneto; con mucha razón se puede dudar de su verdad: pues el que en dicho Diccionario se nombra Vázquez Corneto, es natural que sea aquel Francisco Vázquez Coronado de quien hablamos arriba, y este no llegó a Quivira, sí sólo tomó noticias de aquel País, quedándose algunas jornadas más atrás. Digo que es natural que aquellos dos sujetos sean uno mismo, ya porque se acerca mucho y es fácil equivocar Vázquez Coronado con Vázquez Corneto, ya porque Corneto no es apellido Español.

§. XVI

48. {Islas de Palaos} Entre las Filipinas, y las Malucas hay quienes creen están situadas otras Islas que llaman de Palaos, y de quienes cuentan extrañas grandezas; como el que se sirven de ámbar en vez de alquitrán, para carenar [288] sus Navíos. A este andar, poco falta para que se nos diga que sólo comen ambrosía, y beben néctar. No sé cuándo ó cómo se inventó esta fábula. Sólo me participó un Caballero, noticista insigne y muy verídico de sucesos modernos, que el Padre Andrés Serrano, Procurador de la Compañía, con las noticias que le dio por señas un Indio de lengua no conocida, hizo una Relación que imprimió en Madrid, sacando Cédula de su Majestad para que se aprestase un Navío en Manila, que hiciese el descubrimiento. La orden iba tan apretada, que temiendo el Gobernador Don Domingo Zabulzuru que se le hiciese cargo de la omisión, armó el Navío, haciendo embarcar a dicho Padre, y mandando que se estuviese a su orden en todo. El salió de Manila habrá doce ó trece años; pero hasta ahora no ha vuelto, ni se ha sabido cosa alguna de su destino. No obstante, no me atrevo a negar la existencia de semejantes Islas, aunque algunas circunstancias parezcan totalmente fabulosas; porque en varios Viajeros de este siglo, y en el Mapa de las Filipinas, que los años pasados se imprimió en Madrid, halló noticia individual de estas Islas de Palos, y de su Capital Panloco, y de la Misión y aún martirio de algunos Padres Jesuitas. Así dejo esto en su probabilidad, hasta lograr relaciones más determinadas. [289]

{(a) Eran muy defectuosas las noticias que teníamos de las Islas de Palaos cuando escribimos de este asunto. Hoy las logramos más exactas por medio de la lectura de las Cartas Edificantes, en los Tomos primero, sexto, décimo, undécimo, y decimosexto. Estas Islas están situadas entre las Filipinas, las Malucas, y las Marianas. La primera noticia que se tuvo de ellas, fue el año de 1696, por el accidente de haber arrebatado un viento impetuoso a un Bajel, en que treinta y cinco habitadores de una de aquellas Islas pasaban a otra vecina, y conducídole a pesar suyo a una de las Filipinas. Algunos años después, el P. Andrés Serrano, que treinta años había ejercido el empleo de Misionero en las Filipinas, formó el proyecto de pasar a tentar la conversión de los habitadores de Palaos, para cuyo efecto vino a Roma; y de allí a Madrid a procurar las disposiciones necesarias para esta empresa. Esto fue el año de 706. A fines del de 1710 [289] otros dos Jesuitas, el P. Duberon, y el P. Cortil, precediendo al P. Serrano entraron en las Islas. Poco después tentó el mismo viaje el P. Serrano. Pasaron muchos años sin que en Europa se supiese qué había hecho Dios de estos Misioneros, hasta que el de 720, por carta del P. Cacier escrita de la China, se vino a entender que los PP. Duberón, y Cortil habían sido víctimas de la Religión entre aquellos bárbaros; y que el P. Serrano padeció naufragio en su navegación, en que pereció él y toda la gente que iba en el Bajel, a la reserva de un Indio que se salvó, y por quien se supo la tragedia.

2. En orden a la riqueza de aquellas Islas, hubo quienes sospecharon que abundasen de Oro, Plata, y Especería; pero sin fundamento. Las noticias que los nuestros pudieron adquirir de los naturales que aportaron a las Filipinas, persuaden todo lo contrario. Tan lejos estaban de poseer metales, que miraban con admiración y apetecían con ansia cualquiera pedazo de hierro. Una cosa muy particular referían de una de aquellas Islas, que no omitiré aquí; y es, que era habitada de una especie de Amazonas; esto es, mujeres que componen una República, donde no es admitida persona de otro sexo. Es verdad que las más son casadas; pero no admiten los maridos sino en cierto tiempo del año, y dividen los hijos, llevando los padres a los varones, y muy pocos días después de nacidos, y dejando a las madres las hembras.}

§. XVII

49. {Declamación sobre el asunto}Aquí inflamada ya del celo mi ira, se vuelve contra vosotros, oh Españoles de la América. Contra vosotros digo, Españoles, que dejada la Patria donde nacísteis, aún os alejáis mucho más de la Patria para que nacisteis. Peregrinos por ese Nuevo Mundo, os olvidáis de que para otro Mundo nos hizo Dios peregrinos. Después de poseer esas tierras fértiles de metales, todo es buscar nuevas Regiones, que os tributen mayores riquezas. Todo esto es meditar,

. . . . . . . . . . . Si quis sinus abditur ultrà;
Si qua foret tellus, quae fulvum mitteret aurum.
Petron.

Queréis hallar tierras donde no sólo haya minas de Oro, sino que las mismas poblaciones, paredes, tejados, utensilios, [290] todo sea Oro. ¡Oh ciegos, cuanto erráis el camino! Eso que buscáis no se halla en la tierra, sino en el Cielo. Oídselo a San Juan hablando de la Celestial Jerusalén: Ipsa Civitas aurum mundum simile vitro mundo. Toda la Ciudad es de Oro purísimo, y muy superior en nobleza al de acá abajo, porque se aumenta la preciosidad del Oro con la diafanidad del vidrio. Pero vosotros antes creéis a un Indio embustero, que a un Evangelista: a un Indio embustero, digo, que por eximirse a la opresión que padece, desviándoos de su País, os representa otro más rico y distante, que fabricó en su idea. ¿Qué término, sino aquel donde ella misma os encamina? La codicia, que os mete en las entrañas de la tierra siguiendo la vena preciosa, cuanto más es profunda en la mina, tanto más os acerca al Abismo, tanto más os aparta del Cielo. Selló Dios en el peso del Oro el carácter de su destino. Es el más pesado de todos los cuerpos, y por tanto con más poderosa inclinación que todos los demás, se dirige al centro de la tierra, donde está el Infierno.

50. La causa de Religión que alegáis para descubrir nuevas tierras, no niego que respecto de algunos pocos celosos, es motivo; pero a infinitos sólo sirve de pretexto. ¿Qué Religión plantaron vuestros mayores en la América? No hablo de todos, pero exceptúo poquísimos. Substituyeron a una idolatría otra idolatría. Adoraban en algunas Provincias aquellos Bárbaros al Sol, y a la Luna. Los Españoles introdujeron la adoración del Oro, y la Plata, que también se llaman Sol y Luna en el idioma Químico. Menos villana superstición era aquella, pues al fin tenía sus Idolos colocados en las Celestiales esferas: esta en las cavernas subterráneas. Si atendéis al rito, igualmente detestable y cruel fue el de los Españoles al tiempo de la conquista, que el de los más brutales Indios de la América. Estos sacrificaban víctimas humanas a sus imaginarias Deidades. Lo mismo hicieron, y en mucho mayor número algunos Españoles. ¡Cuántos millares de aquellos míseros indígenas, ya con la llama ya con el hierro sacrificaron a Plutón, que así [291] llamaban los antiguos a la Deidad infernal de las riquezas!

51. ¿Qué importará que yo estampe en este libro lo que está gritando todo el Orbe? Vanos han sido cuantos esfuerzos se hicieron para minorar el crédito a los clamores del señor Don Bartolomé de las Casas, Obispo de Chiapas, cuya relación de la destrucción de las Indias, impresa en Español, Francés, Italiano, y Latín, está continuamente llenando de horror a toda Europa. La virtud eminente de aquel celosísimo Prelado, testigo ocular de las violencias, de las desolaciones, de las atrocidades cometidas en aquellas conquistas, le constituyen superior a toda excepción. ¿Qué desorden se vio jamás igual al de aquel siglo? Disputaban Indios, y Españoles ventajas en la barbarie: aquellos, porque veneraban a los Españoles en grado de Deidades: estos, porque trataban a los Indios peor que si fuesen bestias. ¿Qué había de producirnos una tierra bañada con tanta sangre inocente? ¿Qué había de producirnos, sino lo que nos produjo? La nota de crueles y avaros, sin darnos la comodidad de ricos. El Oro de las Indias nos tiene pobres. No es esto lo peor; sino que enriquece a nuestros enemigos. Por haber maltratado a los Indios, somos ahora los Españoles Indios de los demás Europeos. Para ellos cavamos nuestras minas; para ellos conducimos a Cádiz nuestros tesoros. No hay que acusar providencias humanas; que cuando la Divina quiere castigar insultos, hace inútiles todos nuestros conatos. Mas al fin, el que nosotros padecemos es un castigo benignísimo. Desdichados aquellos, que oprimiendo con sus violencias al Indio, hacen padecer a toda la Nación. ¿Quién os parece que arde en más voraces llamas en el Infierno, el Indio, Idólatra ciego, ó el Español, cruel y sanguinario? Fácil es de decidir la duda. En aquel la falta de instrucción minora el delito; a este el conocimiento de la verdad se le agrava. Españoles Americanos, no sea todo explorar la superficie de la tierra, buscando nuevas Regiones ó sus inmediatas cavernas, para descubrir nuevas minas. Levantad los ojos tal vez al Cielo, ó bajadlos hasta el abismo; y ya que no los apartéis de la superficie, [292] considerad, que de esta misma tierra, cuya grande extensión en todo lo hasta ahora descubierto no basta a saciar vuestra codicia, el breve espacio de siete pies sobrará a vuestro cuerpo:

Unus Pellaeo juveni non sufficit Orbis,
Aestuat infelix angusto limite mundi:
Sarcophago contentus erit.
Juvenal.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo cuarto (1730). Texto según la edición de Madrid 1775 (por D. Blas Morán, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 261-292.}