Filosofía en español 
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Tomo cuarto Discurso octavo

Reflexiones sobre la Historia

§. I

1. En orden a la Historia hay el mismo error en el vulgo, que en orden a la Jurisprudencia: quiero decir, que estas dos Facultades dependen únicamente de aplicación, y memoria. Créese comúnmente, que un gran Jurisconsulto se hace con mandar a la memoria muchos textos, y un gran Historiador leyendo y reteniendo muchas noticias. Yo no dudo, que si se habla de sabios de conversación e Historiadores de corrillo, no es menester otra cosa. Mas para ser Historiador de pluma, ¡oh Santo Dios! sólo las plumas del Fénix pueden servir para escribir una Historia. Dijo bien el discretísimo y doctísimo Arzobispo de Cambray el Señor Saliñac, escribiendo a la Academia Francesa sobre este asunto, que un excelente Historiador es acaso aún más raro que un gran Poeta.

2. De hecho los Críticos no han sido tan difíciles de contentar de parte de la Poesía, como de parte de la Historia. Exceptuando uno u otro exquisitamente melindroso, todos convienen en que fueron excelentísimos Poetas, y sin defecto alguno, por lo menos notable, un Homero, un Virgilio, un Horacio; y a Ovidio, Catulo, y Propercio concederían la misma gloria, si la lasciva impureza de sus expresiones no empañara el tersísimo lustre de sus versos. Pero en los Historiadores, ¡oh qué difícil y severa se muestra la crítica, aún cuando examina los más sobresalientes! El mismo Prelado que acabamos de citar, nota la falta de unidad y orden en Herodoto; juzga a [164] Jenofonte más Novelista que Historiador; y es dictamen común que en su Historia de Ciro, no tanto miró a referir los verdaderos hechos de este Príncipe, como a dibujar con colores mentidos un Príncipe perfecto. Concede a Polibio el razonar admirablemente en lo Político, y Militar; pero dice que razona demasiado. Celebra las bellas arengas de Tucídides, y Tito Livio, pero las culpa por muchas, y por obras de su invención, no de aquellos en cuyas cabezas las ponen. Culpa a Salustio, que en dos Historias muy cortas introdujese tanta pintura de personas, y costumbres. En Tácito reprehende la brevedad afectada, y la audacia de discurrir las causas políticas de todos los sucesos: defecto, que asimismo reconoce en Enrico Caterino.

3. En estos mismos grandes Historiadores encuentran otros Críticos otras faltas. Plutarco notó a Herodoto de ínvido y maligno contra la Grecia. El que mezcló muchas fábulas es dictamen común: en tanto grado, que hay quien en vez del magnífico atributo de Padre de la Historia, le da el de padre de la fábula. Dionisio Halicarnaseo niega esplendor y majestad al estilo de Jenofonte; añadiendo, que si tal vez quiere elevar la elocución, al punto, no pudiendo sostenerse, desmaya. Vosio nota la incuria del estilo en Polibio; y el Padre Rapin, el que frecuentemente rompe con reflexiones morales el hilo de la narración. El mismo Vosio acusa de duro y lleno de hipérbatos el estilo de Tucídides. Erasmo halló algunas contradicciones en Tito Livio. Asinio Polion notó el genio de la locución Patavina en su estilo Romano. Muchos, y con razón, le culpan tanto amontonar de prodigios. A Salustio llamó Aulo Gelio innovador de voces. Y el Ilustrísimo Cano le reprende de que dejó torcer algo la pluma hacia donde la llevaban sus propios afectos; como se ve en haber callado algunas cosas gloriosas de Cicerón, porque no estaba Tácito, y el Padre Gausino vino a decir lo mismo con otras voces. Pedro Baile convenció de contrarias a la verdad tal cual narración de Enrico Caterino. [165]

4. ¿Quién, a vista de esto, tomará la pluma sin temblarle la mano para escribir una Historia? ¿Quién, viendo censurados estos supremos Historiadores, se juzgará exento de censura?

§. II

5. Pero aún es más digno de consideración lo que sucedió a Quinto Curcio. Pareció la Historia de Alejandro de este Autor poco más ha de tres siglos, hallándose su manuscrito en la Biblioteca de San Víctor. Aún no se sabe con certeza quién fue este Quinto Curcio, ni en qué tiempo vivió. Unos le creen contemporáneo de Augusto, otros de Claudio, otros de Vespasiano, otros de Trajano, según aprenden su estilo más ó menos conforme a la antigua pureza latina. Y no faltan quienes juzguen, que no hubo tal Quinto Curcio, sino que este es nombre supuesto, debajo del cual se escondió que este es nombre supuesto, debajo del cual se escondió algún Autor moderno, por conciliar mayor estimación a su Historia con el nombre antiguo Romano, adelantándose algunos a apropiar esta Obra a Petrarca. Uno de los fundamentos, y el más fuerte para esta conjetura, es no hallarse citado Quinto Curcio por algún Autor de cuantos hubo por espacio de mil y cuatrocientos años, contados desde Augusto. Sin embargo, a otros hace más fuerza la pureza de estilo, pareciéndoles que ha más de mil y quinientos años que no hubo Autor que escribiese tan bien el idioma latino; y así están firmes en que el Escritor de esta Historia es coetáneo a alguno de los primeros Césares. Sea lo que fuere en orden a esto, la Historia que anda con el nombre de Quinto Curcio, estuvo recibiendo continuos elogios por espacio de tres siglos, sin que nadie hiciese memoria de ella sino para aplaudirla, hasta que poco ha cayó en las manos de un Crítico moderno, que aplicándose a examinarla con especial cuidado, la halló llena de defectos substanciales.

6. Este fue el famoso Juan Clerico, que ingiriendo al fin del segundo Tomo de su Arte Crítica una dilatada censura de Quinto Curcio, le acusó, y probó la acusación [165] sobre los capítulos siguientes: Que fue muy ignorante de la Astronomía, y Geografía: Que por acumular en su Historia cosas admirables, escribió muchas fábulas: Que describió mal algunas cosas: Que cayó en contradicciones manifiestas: Que escribió algunas cosas inútiles, omitiendo otras necesarias: Que por ostentar su elocuencia cayó en la impropiedad de poner excelentísimas arengas en la boca de hombres nada Retóricos: Que dio nombres Griegos a los Ríos remotísimos de la Asia: Que omitió la circunstancia del tiempo en la relación de los sucesos: Que tomó un género de estilo más propio de un declamador u Orador, que Historiador: Que fue, en fin, más panegirista que Historiador de Alejandro; celebrando su damnable ambición como si fuese heroica virtud.

7. Verdaderamente son muchos defectos estos, no sólo para un Historiador de los supremos créditos de Curcio, más aun para un Escritor de mediana clase. ¿Más qué hemos de inferir de aquí? O que la crítica se propasó en la censura, o que es sumamente arduo escribir exenta de muchos defectos una Historia. Pero pareciéndome a mí que la acusación de aquel Crítico está bien probada en todas sus partes, me aplico a sentir que el genio más elevado, si se aplica al ejercicio de Historiador, no está libre de caer en considerables defectos, para cuyo intento he traído el ejemplo de Quinto Curcio.

§. III

8. Yo creo que a los más excelentes escritos les sucede lo mismo que a los hombres grandes, que parecen mucho menores en el trato próximo, y frecuente. No hay cosa alguna del todo perfecta. Pero a primera vista ó a una proporcionada distancia, el resplandor de las excelencias esconde los defectos, los cuales después se descubren, ó a mayor cercanía ó a más atento examen.

9. También es cierto que los genios elevados están más expuestos a algunos defectos, que los medianos. Aquellos, conducidos ó de la viveza de la imaginación, ó de la [167] valentía del espíritu, suelen no reparar en algunos requisitos que escrupulosamente observan los ingenios de más baja clase. Más fácilmente harán un escrito perfectamente regular éstos, que aquellos. Estos no caen, porque no se remontan. Caminan siempre debajo de las reglas. Siguen una senda humilde, que no pierde de vista los preceptos. Aquellos, dejándose arrebatar con vuelo generoso a mayor altura, suelen no ver lo que por más bajo está más distante. Tal vez es más perfección apartarse de las reglas, porque se sigue rumbo superior a los preceptos ordinarios.

10. Mas no es este el caso en que estamos, ni por lo que mira a los defectos de Quinto Curcio, ni en orden a los peligros de la Historia. Yo tendré por un Fénix, no a quien evite todo género de faltas, que eso me parece imposible, sino a quien no incida en alguna ó algunas de las más notables. Quien advirtiere bien la multitud de tropiezos que se ofrecen en el curso de una Historia, no dejará de sentir conmigo.

§. IV

11. Empezando por el estilo, que parece lo más fácil; ¡oh qué arduo es tomar aquel medio preciso que se necesita para la Historia! ni ha de ser vulgar, ni poético. Aún si el Escritor quiere contentarse solamente con huir de estos dos extremos, sin mucha dificultad lo logrará, especialmente si es de aquellos (como hay muchos), que están hechos a un mediano estilo, que ni se roza con la plebe, ni con las musas; igualmente distante del graznido de los cuervos, que del canto de los cisnes. Mas contentándose con esto deja la narración sin gracia, y la Historia sin atractivo. Este medio no es reprensible, pero es insípido. Algunos de los que se meten a Historiadores, aún no llegan aquí. Esos pocos tienen muchos riesgos que evitar, y es sumamente difícil no incidir tal vez en uno u otro. La afectación es el más ordinario, y también el peor. Menos me disuena la locución bárbara, que la afectada: como [168] parece menos mal una villana vestida con sus ordinarios trapos, que la que se llena toda de mal colocados dijes. Aquella se viste a lo humilde; ésta se adorna a lo ridículo. Cuanto no es natural en el estilo, es despreciable. Los mismos colores, que siendo naturales en un rostro lisonjean la vista, cuando se percibe que son imitados con ingredientes añadidos, mueven a asco.

12. Al lado del riesgo de la afectación en el estilo anda otro riesgo, que es el que parezca al Lector afectación la que no lo es. Algunos juzgan tan crasamente en esta materia, que piensan que para nadie es natural lo que no es natural para ellos. Tal vez la envidia hace decir al hablador grosero, que es estilo afectado el que no juzga tal: A manera de la mal condicionada dama, que por tener mal colorido levanta a otras de mejores colores que todo es a fuerza de afeites. Mas al fin los riesgos que tiene un Escritor de parte de la ignorancia ó envidia de los Lectores, y rudos tomarían la pluma en la mano. Conténtese el que merece algún aplauso, con que lo merece, y con que no faltan quienes hagan justicia a su mérito. Ni pretenda otro castigo al envidioso, que el que él mismo padece; pues nadie puede darle pena más cruel que la que le da su propia pasión rabiosa, mordiéndole continuamente el corazón.

§. V

13. El segundo riesgo del estilo sobresaliente es, que en vez de tomar la pluma hacia la cumbre del Olimpo, tuerza el vuelo hacia la del Parnaso; quiero decir, que en vez de arribar a la sublimidad propia de lo histórico, se extravíe a lo poético. Cada clase de asuntos tiene sus locuciones correspondientes. Yo no asiento a la distribución que ordinariamente se hace de los diferentes estilos a diferentes asuntos, por la parte que a la Historia le determina el medio entre el sublime, y el humilde. En la Historia cabe su sublimidad, aunque diferente de la de la Poesía; como también es diferente de ésta la de la Oratoria. ¿Quién duda, [169] que es sublime el estilo de Livio, el de Salustio, el de Tácito? Pero muy diversos todos tres, no sólo del de Virgilio, del de Claudiano, y los demás Poetas heroicos, mas aún diversos entre sí. Engáñase mucho quien coloca la sublimidad del estilo en un punto indivisible. Hay para la locución muy diferentes galas, y la pluma se puede elevar por diversos rumbos. No tengo por tan difícil la sublimidad, ni en la Oratoria, ni en la Poesía, como en la Historia; porque en aquellas la frecuencia de tropos y figuras da por sí misma una representación magnífica al estilo; en esta toda la elevación han de costear la viveza de las expresiones, la natural energía de las frases, la profundidad de los conceptos, la agudeza de las sentencias, sin gozar las libertades que gozan el Orador y el Poeta, ya de que el hipérbole desfigure la verdad, ya de que el rapto de la imaginación se malquiste con la integridad del juicio, ya de que la elevación de la pluma dificulte en parte alguna a los ignorantes la inteligencia. Ciertamente, a mi no me parece tan admirable aquella dilatada, hiperbólica, y pomposa descripción que hace Claudiano de la avaricia de Rufino, como la breve, enérgica, viva, natural expresión con que Tácito caracteriza en toda su extensión la miseria de Galba: Peuniae alienae non cupidus, suae parcus, publicae avarus. Ni la elegante pintura, que hizo Ovidio de los triunfos del vicio en la edad del hierro, me parece igual a la profundidad de aquella sentencia, con que Livio lamentó la última corrupción del Pueblo Romano: Ad haec tempora perventum est, quibus nec vitia nostra possumus pati, nec remedia.

§. VI

14. El último riesgo de la elevación del estilo se considera en la dificultad de mantenerla. Pero me parece, que por lo común es injusta la censura que se hace por este lado. He visto reparar mucho en si el estilo es igual ó no, celebrando mucho al que tiene esta calidad, y vituperando al que carece de ella. Nótase mucho [170] si cae, ó no cae. Pero antes se debiera observar, qué senda sigue la pluma. ¿Qué mucho, que no caiga el que siempre anda arrastrando? ¿De dónde ha de caer el que nunca se levanta? Por el otro extremo se debe reparar, que no es lo mismo bajar, que caer. El que toma vuelo, no tiene obligación a seguir siempre la misma altura. Puede bajar a su arbitrio, pues lo hacen aún las Águilas. ¿Qué importa que descienda algo, si siempre queda muy superior al que nunca se aparta del suelo? Los que ponen cuidado en no bajar, en eso mismo muestran que no suben muy arriba, porque esa escrupulosa vigilancia es ajena de un espíritu sublime. Este fía las alas al viento, dejando a cuenta de su imaginación el rumbo. No forceja por mantenerse en aquel punto donde ha subido, porque ese mismo estudio es desaire del estilo. Mejor vista tiene una negligencia decorosa, que una elevación violenta. Debe también hacerse cuenta de que a nadie pueden ocurrirle siempre iguales locuciones. ¿Y qué hacer? Soltar la pluma, hasta que vengan frases igualmente enérgicas ó delicadas, que las antecedentes. ¿Qué cuidado, ó qué fatiga más ridícula que la de estar siempre un Escritor con el cordel en la mano, para medir la altura en que se ha puesto su estilo, respecto del humilde, a fin de no perder jamás un punto de aquella distancia? Así yo este defecto no le hallo en el que escribe, sino en el que censura. Pera la iniquidad del que censura, es riesgo para el que escribe.

15. Fuera de esto, la diferencia de los objetos produce por sí misma esta desigualdad. Hay unos, que por su naturaleza encienden la idea, y arrebatan la pluma. Otros, que dejando la imaginación quieta sólo se entienden con el buen juicio. Unos, donde dicen bien las expresiones majestuosas; otros, en quienes estas fueran ridículas. Estragará a mi entender el estilo, quien siempre no diere en él mucho más a la naturaleza, que al arte.

16. Hágome cargo de que el primor del estilo no es de esencia de la Historia; pero es un accidente que la [171] adorna mucho, y que la hace más útil. Léenla muchos, hallándola este sainete, que no la leyeran sin él. Las especies también se imprimen mejor; porque abraza bien la memoria lo que se lee con deleite, como el estómago lo que se come con apetito. Infinitos saben los sucesos de la conquista de México, que los ignorarán a no haberlos escrito la hermosa y delicada pluma de Don Antonio de Solís. En fin, Luciano que dio excelentes reglas para escribir Historia, en el tratadillo que escribió a este intento prescribe para ella estilo claro, pero elevado; de modo, que llega a rozarse con la grandilocuencia poética.

§. VII

17. Pero dejemos norabuena aparte el estilo, y eximamos al Historiador de este cuidado. ¡Oh cuántas sirtes le restan en la navegación de este piélago! ¡Cuánta rectitud de juicio es menester para separar lo útil de lo inútil! Si quiere decirlo todo, fatigará con superfluidades los ojos y memoria de los Lectores. Si elige, se expone a condenar con lo supérfluo algo de lo importante. La prolijidad y la nimia concisión, son dos extremos que debe huir. A cualquiera de los dos que se arrime, ó incurrirá en la nota de cansado, ó dejará la narración confusa; y es para pocos acertar con el medio justo. Las digresiones son adorno para la Historia, y descanso para el Lector. Pero si son frecuentes, ó muy largas ó impertinentes ó mal introducidas, se convierte en fealdad lo que debiera ser hermosura. Gran pulso es menester parar no exceder en ellas, ni faltar. El método en ningún escrito es tan difícil como en el Histórico. Si se atiende a no perder la serie de los años, se destroncan los sucesos. Si se procura la integridad de los sucesos, se pierde la serie de los años. Es arduísimo tejer uno con otro el hilo de la Historia, y el de la Cronología; de modo, que alguno de ellos no se corte ó se oscurezca. A veces los sucesos se embarazan también unos a otros, porque ocurre que al llegar al medio de una narración que [172] hasta allí corría sin embarazo, es menester prevenir todo el resto con otros acaecimientos posteriores al principio de ella, y anteriores al fin. Lo peor es, que no pueden darse reglas para vencer estos tropiezos. Todo lo ha de hacer el genio, la comprensión, la perspicacia del Escritor. De aquí depende acertar con el lugar donde se ha de colocar cada cosa, y con el modo de colocarla. Si falta el genio, no puede hacerse otra cosa que lo que veo hacer a algunos en este tiempo: componer unas historias gacetales, donde se dan hechos gigote los sucesos.

18. Para lograr el bello orden en la Historia (dice el Señor Arzobispo de Cambray, citado arriba) es menester que el Escritor la comprenda y abrace toda en la mente, como de una sola ojeada: que la vuelva y revuelva de todos lados, hasta encontrar su verdadero punto de vista; todo esto a fin de representar su unidad, y derivar como de una fuente sola todos los sucesos principales que la componen. Y más abajo: Un Historiador que tiene genio, entre veinte lugares sabe elegir el más oportuno para colocar un hecho; de modo que puesto allí dé luz a otros muchos. A veces un suceso mostrado con anticipación, facilita la inteligencia de otros que le precedieron en el tiempo. A veces otro logrará mejor luz reservándole para después. Todo esto está bien dicho, y todo muestra las grandes dificultades que hay en escribir bien una Historia.

§. VIII

19. Pero la mayor arduidad está en acertar con lo que más importa; esto es, con la verdad. Dijo bien un gran Crítico moderno, que la verdad histórica es muchas veces tan impenetrable, como la filosófica. Esta está escondida en el pozo de Demócrito; y aquella, ya enterrada en el sepulcro del olvido, ya ofuscada con las nieblas de la duda, ya retirada a espaldas de la fábula. Creo se puede aplicar a la Historia lo que Virgilio dijo [173] de la Fama, porque son muy compañeras, y aquella muy frecuentemente hija de ésta:

Tam ficti, pravique tenax, quam nuntia veri.

20. De aquí tomaron algunos ocasión para desconfiar de las más constantes Historias, y otros audacia para impugnar las más seguras noticias. Aquel famoso Filósofo Campanela decía, que llegaba a dudar si hubo en algún tiempo tal Emperador llamado Carlo Magno. Carlo Sorel, no sólo niega a Faramundo la Conquista y Reinado de Francia, mas también le duda la existencia. En la República de las Letras se cuenta de un hombre que le aseguró a Vosio tenía compuesto un Tratado, en que con invencibles razones probaba que cuanto en los Comentarios de César se decía tocante a su guerra en las Galias, era falso; mostrando de más a más, que nunca César había pasado los Alpes. Un Anónimo, no habiendo aún pasado cien años después de la muerte de Enrico III de Francia, se atrevió a afirmar en un Escrito intitulado: La Fatalitè de Saint Cloud, que a aquel Príncipe no le había quitado la vida Jacobo Clemente. Tales monstruos, ya de desconfianza ya de osadía, produce la incertidumbre de la Historia.

§. IX

21. A Tres principios reduce Séneca la falta de verdad en las Historias, que son, credulidad, negligencia, y mendacidad de los Historiadores: Quidam creduli, quidam negligentes sunt: quibusdam mendacium obrepit, quibusdam placet: illi non evitant, hi appetunt. (lib. 7. Natur. Quaest. cap. 16.) Faltóle señalar otros dos principios, que son a veces la imposibilidad de comprehender la verdad, y a veces la falta de crítica para discernirla.

22. Los Historiadores mentirosos hacen que otros sin serlo refieran muchas fábulas. Parece que lo más a que puede extenderse la diligencia de un Escritor que refiere sucesos muy remotos de su siglo, es buscar los Autores que vivieron en aquel tiempo ó en el inmediato, y copiarlos [174] fielmente. ¡Pero cuántas veces la adulación ó el odio les tuerce a estos la pluma! El primer defecto notó Tácito en los que escribieron las cosas de Tiberio, Cayo, Claudio, y Nerón, viviendo estos Césares; y el segundo en los que las escribieron poco después que la muerte los había arrebatado: Tiberii, Caiique, Claudii, ac Neronis res, florentibus ipsis, ob metum falsae, postquam occiderant, recentibus odiis compositae sunt. Cuanto los Historiadores están más cercanos a los sucesos, tanto más próxima tienen a los ojos de la verdad para conocerla; pero en el mismo grado son sospechosos de que varios afectos los induzcan a ocultarla. El miedo, la esperanza, el amor, el odio son cuatro vientos fuertes que no dejan parar en el punto de la verdad la pluma. Valgan dos ejemplos por mil: Veleyo Patérculo Historiador Romano, y Procopio, Griego. Aquél, habiendo escrito con excelencia las cosas de Roma de los tiempos anteriores, llegando al suyo manchó la Historia con torpes adulaciones a Tiberio, y a su valido Seyano, colmando de altísimos elogios a los dos hombres más pérfidos, y flagiciosos que conocía aquella edad. Procopio en su Historia Secreta pintó al Emperador Justiniano, y a la Emperatriz Teodora los más abominables Príncipes de la tierra. Vivió Patérculo debajo de Tiberio, y Procopio de Justiniano, hombres entrambos de calidad y de empleos considerables: no podían ignorar la realidad de las cosas; pero a uno la ojeriza, a otro la dependencia los apartaron igualmente de la verdad.

23. Por esta razón el señor Du-Haillan, noble Historiógrafo Francés, terminó su Historia General de Francia en la muerte de Carlos Séptimo, sin tocar con la pluma en los Monarcas inmediatos a su tiempo. Pero oigámosle a él mismo en el Prólogo de su Historia, porque está admirable a nuestro propósito: Porque todas las Historias (dice), que hablan del Rey Francisco Primero, fueron compuestas en su tiempo, ó en el de Enrico su hijo; los que las escribieron se extendieron más en su elogio de lo que [175] correspondía a su mérito (bien que fue Rey grande, y excelente), ni a la obligación de la Historia, ni a la verdad. En este vicio caen todos aquellos que escriben la Historia de su tiempo, y de los Príncipes a quienes obedecen. Porque ¿quién se atreverá a tocar en los vicios de su Príncipe, ni a reprender sus acciones a las de sus Ministros, ni a descubrir los artificios, los engaños, las deslealtades que se cometieron en su Reinado; ni a decir que su Príncipe hizo tan injusticia, cometió tal torpeza: que aquel personaje huyó en una batalla, que el otro hizo tal traición, otro tal latrocinio? No se hallará alguno tan atrevido que lo haga. Veis aquí por qué los que escriben la Historia de su tiempo son agitados de diversas pasiones que los obligan a mentir abiertamente, ó a favor de su Príncipe, ó de su Nación, ó contra sus enemigos.

24. Acuérdome a este propósito del dicho del Pescennio Niger a uno que quería recitar un panegírico en su alabanza: Escribe (le dijo) los elogios de Mario, ó de Aníbal, ó de algún otro excelente Capitán, que esté ya muerto; porque alabar a los Emperadores vivos, de quienes se espera, ó a quienes se teme, más es irrisión que obsequio.

§. X

25. Lo que hemos dicho de los que escriben la Historia de su tiempo, se puede aplicar igualmente a los que refieren las cosas de su País. Créense éstos más bien instruidos; pero al mismo tiempo se recelan más apasionados. De modo, que la verdad navega en el mar de la Historia siempre entre dos escollos, la ignorancia y la pasión. En lo que no toca al Historiador muy de cerca, suele faltarle la noticia: en lo que le pertenece y mira como suyo, habla contra la noticia el afecto. Polibio notó que Fabio, Historiador Romano, y Fileno, Cartaginés, están tan opuestos en la narración de la guerra Púnica, que en aquel todo es gloria de los Romanos, e ignominia de los Cartaginenses: en este todo gloria de los Cartaginenses, e ignominia de los Romanos. [176]

26. De aquí es el embarazo que a cada paso ocurre en el cotejo de diversas Historias sobre unos mismos hechos. ¿Quién, pongo por ejemplo, sabrá mejor lo que pasó en las guerras entre Españoles y Franceses, que los mismos Franceses y Españoles? Vamos a ver los Escritores de una y otra Nación, y los hallamos a cada paso encontrados, así en los motivos como en los hechos. ¿A quiénes se ha de creer? No es fácil decidirlo. Lo que se sabe bien es, quién, y a quiénes cree. La misma pasión que a los Historiadores induce a escribir, es regla que determina los Lectores a creer.

27. No sólo un enemigo milita contra la verdad en los Escritores Nacionales. Quiero decir, que no sólo el amor, mas también el temor los hace apartar del camino derecho. Cuando no los ciega la pasión propia, tropiezan en la ajena. Saben que ha de ser mal vista entre los suyos la Historia, si escriben con desengaño. ¿Y quién hay de corazón tan valiente, que se resuelva a tolerar el odio de la propia Nación? Donde no se atraviesa el interés de la bienaventuranza eterna, siempre se hallarán muy pocos mártires de la verdad.

28. El ejemplo de nuestro grande Historiador el Padre Juan de Mariana servirá poco para que otros le imiten; ó por mejor decir, será estorbo para que lo hagan. Fue aquel Jesuita muy amante de la verdad: tomóla por blanco de su Historia. Pero el no ser parcial, que es en un Historiador la mayor gloria, lo torcieron y tuercen aún muchos nacionales para la ignominia. Calúmnianle de desafecto a su patria, como si el ser afecto dependiera de ser adulador ó mentiroso. Aún más adelante pasan. La pasión que reina en los que le culpan, quieren transfundir en el mismo Autor, acusándole de afecto a la Francia. Y yo lo creyera, si no le viera más mal tratado por los Franceses que por los Españoles. Es hecho constante, que su libro de Rege, & Regis institutione, con autoridad de la Justicia fue quemado en París por mano del [177] verdugo. ¿Y esto por qué? porque reprendió en él la conducta de Enrico Tercero, Rey de Francia. Así que en una y otra Nación le hizo daño al Padre Mariana el ser desengañado y sincero. En España quisieran que sólo escribiera glorias de la Nación: en Francia, que no tocase en el pelo de la ropa a su Rey Enrique. De este modo no hace otra cosa el mundo, que poner tropiezos a la verdad de la Historia; y aquellos pocos que se hallan dispuestos a escribirla por la integridad propia, se ven embarazados con la pasión ajena.

29. No sólo la propia Nación, también las extrañas procuran torcer los Historiadores hacia sus intereses, ó ya con la recompensa, ó ya con el resentimiento. Ninguno lisonjeó más a los Venecianos que Marco Antonio Sabélico, que no era Veneciano. Escribió la Historia de Venecia en cualidad de Panegirista. Era extraño; pero el oro de la República (según cuenta Julio César Scaligero) le hizo propio. Por el contrario, los mismos Venecianos manifestaron sus quejas a Juan de Capriata, noble Historiador Genovés, por algunas narraciones suyas que hallaban poco favorables a sus armas. Pero lo que este Escritor respondió a sus quejas es digno de que todos lo copien para casos semejantes: Quéjense (dijo) los Venecianos de la fortuna, y no de mí; pues habiéndoles sido los acontecimientos de la guerra muy dolorosos, no puedo yo escribirlos de modo que los encuentren gratos.

§. XI

30. El partido de Religión no es menos eficaz que el Nacional, antes mucho más para desviar la verdad de la Historia. Horrorizan las imposturas con que algunos Historiadores Protestantes manchan las personas de muchos Papas. La ficción de adulterios, simonías, homicidios, ha sido poca para satisfacer su odio contra la Suprema Cabeza de la Religión Católica. A crímenes más feos se extendió su furor, aún respecto de Papas sumamente venerables por su virtud. ¿Qué no imputaron al [178] Venerabilísimo Pontífice Gregorio Séptimo, cuya santidad canonizó el Cielo con milagros patentes? No sólo le acusaron de intrusión al Pontificado, de simonía, de comercio impúdico con la virtuosa Condesa Matilde; más aún de herejía, y de magia, inventando ridículos cuentos para comprobación de este último crimen. No sólo contra los Papas forjaron monstruosas extravagancias, mas aún contra todos aquellos que señalaron con más felicidad y doctrina su ardiente celo en defensa de la Religión Católica. Contra el piísimo y doctísimo Cardenal Belarmino pareció un libelo (según refiere el Padre Teófilo Rainaudo), en que se le acusaba de que había ejecutado muchos homicidios de infantes recién nacidos, a fin de ocultar sus comercios impúdicos; añadiendo, que tocado después de algún arrepentimiento de sus crímenes, había ido a fin de expiarlos, al Santuario de Loreto, donde el Sacerdote con quien se había confesado, horrorizado de tanta maldad le había negado la absolución, por lo que poco después murió desesperado. Lo mejor es, que aún vivía Belarmino cuando se escribió este libelo, y tuvo tiempo para leerle, y despreciarle. ¿Qué infamias no escribió el impío Buchanan, y no creen aún hoy los Protestantes de la inocente y admirable Reina María Estuarda? En que no extraño, que no los disuada el unánime consentimiento de los Autores Católicos a favor de aquella Reina (exceptuando uno, que copió a Buchanan); porque al fin los tienen por parciales, sino que no los haga fuerza la relación enteramente opuesta a la de Buchanan, de Guillelmo Camden, excelente Historiador de Inglaterra, a quien sólo la verdad pudo inclinar a la justificación de María Estuarda, no la Religión, pues también fue Protestante. En que también se debe notar la diferencia de costumbres entre Buchanan, y Camden: aquel un borrachón, mordaz, impuro: este contenido, modesto, amante de la verdad histórica, y en cuyas costumbres (dejando aparte la Religión), no se encontró la menor nota. Tanto preocupa contra todas [179] las persuasiones de la razón el partido que se sigue.

31. Como la Religión verdadera no es incompatible con el indiscreto celo contra los enemigos de ella, no pocos Historiadores Católicos cayeron en el mismo vicio. De aquí vinieron las suposiciones de que nació Lutero de un demonio íncubo: que fue de baja extracción el falso Profeta Mahoma: que Ana Bolena fue hija de Enrico Octavo: que esta infeliz mujer con lascivia vaga cometió mil torpezas en su tierna edad antes de ser amada de aquel Príncipe, y otras fábulas semejantes. Lo peor es, que como cualquier libelo infamatorio contra los de opuesta Religión es fácilmente creído, luego se trasladan a las Historias las sátiras más infames y más inverosímiles: con que después se citan por una fábula quinientos Autores, los cuales si se mira bien, no tienen más autoridad que aquel libelo de donde se derivó a todos la noticia.

§. XII

32. Aún si sólo en interés del Príncipe, de la República, ó de la Religión trajesen hacia sí, apartándola de la verdad, la pluma del Historiador, tendríamos siquiera el consuelo de que en orden a aquellos hechos que son indiferentes al partido que se sigue, ó a la Potencia a quien se obedece, no nos querrían engañar los Historiadores. Pero son tantos los motivos particulares que pueden moverlos al engaño, que aún respecto de estos hechos rara vez podemos tener seguridad alguna. ¿Quién puede comprender todos los afectos que hay en el corazón de un Escritor que no conoce ni ha tratado? ¿Quién puede determinar a cuántos objetos se extienden, ó su amor ó su odio? Aún en los hechos que parecen más remotos, ó de su afecto ó de su interés, puede tener parte, ó su conveniencia ó su inclinación. Mienten a veces los Historiadores, quedando incomprensibles los motivos: de que vamos a dar un ejemplo.

33. Pedro Mateo, Historiador famoso de la Francia, refiere que la Brose, Médico, y Matemático [180] Parisiense, había pronosticado la muerte de Enrico Cuarto, y confiado la predicción al Duque de Vandoma. Pedro Petit, Historiador y Humanista célebre, asegura, que tal predicción no hubo. Eran los dos contemporáneos, entrambos asistían en París, uno y otro conocieron al Médico la Brose. Con todo, pues diametralmente se oponen, es claro que alguno de los dos miente. Pudo, me dirán, ser alguno de ellos engañado por un siniestro informe. Respondo, que no fue así; porque entrambos citan al Duque de Vandoma. Pedro Mateo dice, que al Duque de Vandoma le oyó el caso como le refiere: Pedro Petit dice, que le preguntó al Duque de Vandoma, si era verdad lo que refiere Pedro Mateo; y el Duque le respondió, que era falso.

34. Es una contradicción esta, que puede motivar muchas reflexiones sobre la incertidumbre de la Historia. Si por dicha un Autor de las circunstancias de Pedro Petit no hubiera contradicho a Pedro Mateo, ¿quién se atreviera a dudar de la predicción de la Brose? ¿En qué Autor concurrieran requisitos superiores para asegurar un hecho? Historiador acreditado, contemporáneo al suceso, que habitaba en el mismo Teatro donde estaba el Astrólogo, y en que se representó la tragedia de Enrico; que oyó el hecho de la predicción al único testigo que podía deponer en él con certeza, y testigo tan calificado como el Duque de Vandoma. ¿Qué más puede pedir para dar asenso a una Historia la más rigurosa crítica? Sin embargo, Pedro Mateo engaña; sino que digamos, que quien engaña es Pedro Petit. Pero de parte de este concurren igualmente todos los motivos para ser creído, que hay a favor de aquel. Luego es preciso confesar, que aún puestos cuantos requisitos puede pedir la crítica más austera, no podemos asegurarnos de la verdad de la Historia. Ni es evasión transferir el engaño al Duque de Vandoma, suponiendo que a uno diría una cosa, y a otro otra; porque como los Historiadores rara vez refieren sucesos de que fuesen testigos oculares, [181] y lo más que pueden hacer es usar del testimonio de personas fidedignas que lo fuesen, se añade nueva dificultad a la certeza de la Historia, extendiendo a estos el riesgo de la mentira. De modo, que no basta que el Historiador sea veraz: es preciso que también lo sea el que le dio la noticia. Y tal vez esta pasa por tantos conductos diferentes desde el hecho a la pluma del Historiador, que parece harto difícil que en alguno de ellos no se quite ó añada, ó se mienta por entero; y en esta materia sucede lo que en las morales, que malum ex quocumque defectu. Si de boca en boca pasa por diez diferentes individuos la noticia, con uno sólo que sea poco veraz, llegará viciada a la Historia. ¿Quién a vista de esto no se admirará de aquellos que creen como verdad del Evangelio cuanto leen en un Autor contemporáneo?

35. Sin violencia, antes con gran verosimilitud, se puede discurrir que la felicidad con que corren en algunos libros las relaciones de varias predicciones Astrológicas, verificadas en los sucesos, dependió únicamente de que en su origen no padecieron la contradicción que tuvo la narración de Pedro Mateo. Si inmediatamente a la invención de alguna fábula no ocurre el desengaño, después no hay remedio.

36. ¿Pero qué motivo podemos discurrir en cualquiera de aquellos Autores para citar falsamente al Duque de Vandoma? Dejando por ahora indeciso de parte de quien está el engaño, pudo ser en Pedro Mateo por amistad con el Astrólogo, a quien por tanto quería acreditar. Pudo ser deseo de adornar su Historia con un hecho de curiosidad y de gusto. Pudieron ser otras veinte cosas. También de parte de Pedro Petit pudo intervenir desafecto al Astrólogo. Pudo ser que negase la predicción, porque le incomodaba para el intento que seguía en la Disertación sobre las Cometas, que es el escrito donde la niega. A este modo es fácil discurrir otros motivos que pudieron ser, mas no acertar con el que fue. [182]

§. XIII

37. Ve aquí, que por todas partes estamos sitiados de peligros. Los Autores distantes del lugar ó del tiempo en que acaecieron los sucesos, están muy expuestos por donde comúnmente bajan a ellos las noticias. Los contemporáneos y que residen en el mismo lugar, tienen varias correlaciones por donde se interesan muy frecuentemente en desfigurarlas.

38. Hemos dicho, que acaso a Pedro Mateo le movería a referir sin fundamento la predicción de la Brose el deseo de adornar su Historia con aquella curiosidad: en que hemos apuntado otra raíz de infinitos errores históricos. No hay Escritor que no se interese en que los lectores hallen su Historia dulce, amena, y gustosa. Para este efecto conducen mucho todos los sucesos en quienes hay algo de curioso, de exquisito, ó de admirable. Generalmente se puede decir, que no hay Historias más gustosas que aquellas que más se parecen a las novelas. De aquí es, que muchas veces se atropella la verdad, por endulzar la lectura con la ficción.

39. ¿Qué otro motivo sino éste se puede discurrir que interviene en algunos Escritores, los cuales refieren sucesos correspondientes a siglos muy anteriores al suyo, sin haberlos hallado en algún Autor ó monumento antiguo; ó a los sucesos que hallaron escritos por mayor añaden circunstancias de su invención, que hacen más amena la lectura? Digo, que cuando la ficción es por alguna parte grata al que la lee, y no se descubre otro particular interés del Escritor en la noticia, se debe discurrir que no fue otro el motivo que hacer graciosa a los lectores su Historia. ¡Oh cuánto se encuentra de esto en varias relaciones!

40. La gran batalla en que Carlos Martel, y el Duque de Aquitania derrotaron el numerosísimo Ejército de Sarracenos que debajo de la conducta de Abderramán había hecho irrupción en Francia, se halla escrita muy sumariamente [183] y de paso por los Autores de aquel tiempo y de los inmediatos. Sin embargo, algunos de los modernos la circunstancian con tanta prolijidad como si hubiesen asistido a ella personalmente. Es advertencia de Cordemoi en su Historia de Francia, cuyas palabras pondré aquí porque son notables: Es dignísima (dice) de ser notada esta batalla, y en igual grado son reprensibles los antiguos Analistas por no haber referido circunstancia alguna de una acción tan memorable. Pero también, si hay algún amor a la verdad, son inexcusables algunos Autores modernos cuyo mérito por otra parte es grande, los cuales relacionaron esta batalla como si hubiesen asistido a todos los Consejos de Guerra que hubo para ella, y visto todos los movimientos de los dos Ejércitos; pues no sólo describieron cómo iban armados los Franceses y los Sarracenos, mas también como se ordenaron unas y otras Tropas, qué arengas les hicieron los Jefes, las estratagemas de que usó Abderramán, cómo los desvaneció Carlos Martel: llegando finalmente a individuar las diferentes posturas que tenían los cadáveres en el campo, las quejas de los moribundos, y las norabuenas que después de la victoria se dieron los dos Jefes Franceses. Los modernos que reprende aquí Cordemoi, son Paulo Emilio, y Fauchet, porque los señala a la margen.

41. No hay cosa más incierta que los motivos que tuvo el gran Constantino para hacer quitar la vida a su hijo Crispo, habido en la concubina Elena, y a su propia mujer la Emperatriz Fausta. Están tan discordes los Autores, que de más de veinte modos diferentes se refiere esta duplicada tragedia. Uno de ellos es, que Fausta, enamorada de Crispo, le solicitó para el deleite torpe: que Crispo resistió constante: que ella irritada con el desdén le acusó a Constantino, transfiriendo a él su propia culpa: que por esto le hizo matar Constantino; y sabida después la verdad del hecho, quitó la vida a Fausta. Así refiere el caso Simeón Metafraste, que no es de los Autores más exactos; y de quien dice el Cardenal Belarmino que suele escribir las cosas, no como fueron sino como debían ser. El Padre [184] Causino, en el segundo Tomo de la Corte Santa, no sólo adoptó como verdadera la relación de Metafraste, mas la perifraseó a su modo, decorando la tragedia con todas las circunstancias que le pareció cuadraban bien a un suceso de esta naturaleza. Pinta la belleza de Crispo: describe el nacimiento y los progresos del amor de Fausta: el modo conque se declaró: el despecho de verse repelida: el artificio de que usó para vengarse; y en fin, añade (lo que ni Metafraste, ni otro dijo), que herida de un vivísimo dolor a la primera noticia que tuvo de la muerte de Crispo, ella propia se delató a Constantino, declarando su culpa y la inocencia del infeliz joven.

42. No quisiera que lo dicho introdujese en mis lectores alguna desestimación de dos Escritores tan graves como Paulo Emilio, y el Padre Nicolao Causino. Conozco el grande mérito de uno y otro; y en el segundo venero, sobre su mucha discreción y doctrina, la suavidad de genio, el candor de ánimo, la rectitud de corazón: en fin una virtud a toda prueba, que por dirigir por la senda que debía al Monarca que le había fiado la conciencia, voluntariamente se expuso, y padeció los furores de un Ministro feroz y vengativo, que lo mandaba todo. Pero el hombre más grande da tal vez señas de que es hombre: y de tan justamente aplaudidos, como Paulo Emilio, y el Padre Causino; porque se vea que es tan fuerte en un Escritor la tentación de exornar con algo de propia invención la Historia, que aún Autores de especial nota caen una u otra vez en ella.

43. Esta licencia se ha notado mucho en nuestro docto y elocuente Español el Ilustrísimo Guevara, no sólo por los Autores Extranjeros, mas también por los de nuestra Nación; en tanto grado que Nicolás Antonio dice que se tomó la libertad de adscribir a los Autores antiguos sus propias ficciones, y jugó de toda la Historia, como pudiera de las fábulas de Esopo, ó de las ficciones de Luciano. Su vida de Marco Aurelio no tiene, por lo que mira a [185] la verdad, mejor opinión entre los críticos, que el Ciro de Jenofonte. Ciertamente no puede negarse que escrupulizó un poco en introducir de fantasía sus escritos algunas circunstancias que le pareció podían servir ventajosamente a la diversión de los Lectores: Como cuando, para señalar un extraordinario origen a la crueldad de Calígula, refiere, (atribuyendo la noticia a Dion Casio) que la Ama que le daba leche, mujer varonil y feroz, habiendo, por no sé qué leve ofensa, quitado la vida a otra mujer, se bañó los pechos con su sangre, y así ensangrentados los aplicó muchas veces a los labios del niño Calígula. En Dion Casio no hay tal cosa.

§. XIV

44. No se ofreció hasta ahora hablar de los Cronicones fingidos, e Historias supuestas a diversos Autores, como Dictis de Creta, Abdías de Babilonia, los muchos fabricados por Annio de Viterbo, como Beroso, Maneton, Megástenes, y Fabio Píctor; el Códice de Magdeburgo citado por Ruxnero, el Encolpio inventado por Tomás Eliot; dejando aparte las Crónicas de Flavio Dextro, Marco Máximo, Auberto, y otros, de que en España se ha hablado tanto. Estas Historias supuestas, fueron fuentes de innumerables errores; porque antes de descubrirse la impostura, trasladaron sus noticias muchos Autores por otra parte veraces; y después se citan estos como tales, sin advertir que bebieron de aquellas viciadas fuentes. Este género de Escritos, son como los doblones que dicen que da el Demonio, que lo que el principio parecía oro, después se halla carbón. ¡Cuánto fue el alborozo de Wolfando Lacio, (hombre por otra parte muy docto) cuando en un rincón de la Carintia encontró el manuscrito de Abdías de Babilonia! ¡Cuantas ediciones se hicieron en breve tiempo de este libro, juzgándose universalmente, que se había hallado en él un preciosísimo tesoro! Y ya se ve, que un Autor que se cualifica uno de los setenta y dos discípulos de Cristo Señor nuestro, y Obispo de Babilonia, establecido por los mismos [186] Apóstoles, fuera de inestimable valor, a no ser supuesto. Pero el engaño al fin se descubrió por el propio contexto de su Historia, y el Papa Paulo IV le condenó por apócrifo.

§. XV

45. A Todos los principios hasta ahora señalados de los errores de la Historia coopera la cortedad de lectura. El que lee poco, frecuentemente aprende como cierto lo dudoso, y a veces lo falso. Generalmente en todas las facultades Teóricas humanas produce el mucho estudio un efecto en parte opuesto al de las Matemáticas. En estas el que más estudia, más sabe; en las otras el que más lee, más duda. En estas el estudio va quitando dudas; en las otras las va añadiendo. El que estudia (pongo por ejemplo) Filosofía solo por un Autor, todo lo que dice aquel Autor, como sea de los que hablan decisivamente, da por cierto. Si después extiende su estudio a otros, pero que sean de la misma secta filosófica, v.gr. la Aristotélica, ya empieza a dudar sobre el asunto de las disputas que estos tienen entre sí; mas retiene un asenso firme a los principios en que convienen. Si en fin lee con reflexión y desembarazo de preocupaciones los Autores de otras sectas, ya empieza a dudar aún de los principios.

46. Lo propio sucede en la Historia. El que lee la Historia, ora sea la general del mundo, ó la de un Reino, ó la de un siglo solo por un Autor, todo lo que lee da por firme, y con la misma confianza lo habla ó lo escribe, si se ofrece. Si después se aplica a leer otros libros, cuanto más fuere leyendo, más irá dudando; siendo preciso que las nuevas contradicciones que halla en los Autores, engendren sucesivamente en su espíritu nuevas dudas; de modo, que al fin hallará ó falsos ó dudosos muchos sucesos que al principio tenía por totalmente ciertos.

47. Para dar una demostración sensible de esta verdad, y tomar juntamente de aquí ocasión para notar algunos errores comunes de la Historia, (que siempre es mi principal intento) introduciré en este lugar un catálogo de varios [187] sucesos de diferentes siglos, los cuales ya en los libros vulgares, ya en la común opinión pasan por indubitables; proponiendo juntamente los motivos que ó los retiran al estado de dudosos, ó los convencen de falsos.

§. XVI

48. {La hermosa Elena} Empecemos el desengaño por donde empieza la Historia profana. La causa de la guerra de Troya se da por inconcuso que fue el rapto de Elena ejecutado por Paris, hijo de Príamo; y la resistencia que hicieron los Troyanos a entregarla a su marido Menelao: en cuyo hecho la opinión común supone que Elena vivió con Paris en Troya todo el tiempo que duró aquella guerra.

49. Esto, que se da por cierto, no lo es tanto que no haya en contrario grave duda. Herodoto niega que Elena haya estado jamás en Troya, aunque confiesa el rapto de París. Dice, que este desde Grecia llegó con la hermosa presa a un Puerto de Egipto, donde el Rey Proteo se la quitó: que los Griegos es verdad que hicieron la guerra a Troya, creyendo que estaba dentro su Elena, por más que los Troyanos con verdad lo negaban, y que después de concluida aquella guerra, desengañado Menelao, navegó a Egipto, donde recobró su esposa de manos de Proteo. Hágome cargo de que Herodoto no está reputado por el Historiador más verídico. ¿Pero quién de igual antigüedad a Herodoto favorece la opinión común? Creo que sólo los Poetas; y estos mucho menos fe hacen que Herodoto en punto de Historias. Servio, no sólo niega que Elena haya estado en Troya, mas también que haya sido ocasión de aquella guerra; pues dice, que esta nació de la injuria que hicieron los Troyanos a Hércules, no queriendo admitirle cuando iba buscando a su querido Hilas.

§. XVII

50. {Dido, Reina de Cartago} Los amores de Dido, y Eneas no nacieron en la Ciudad de Cartago, sino en el poema de [188] Virgilio, que quiso adornarle con aquella, en parte festiva y en parte trágica ficción. Los más eruditos Cronologistas hallan, después de bien echadas las cuentas, que la pérdida de Troya y viaje de Eneas, fue anterior más de doscientos años (algunos se extienden a trescientos) a la fundación de Cartago hecha por la Reina Dido.

§. XVIII

51. {Penélope mujer de Ulises} Así como esta Reina tuvo la infelicidad de atribuírsela unos amores torpes que no tuvo, Penélope, mujer de Ulises, logró la dicha de que hoy nadie la dispute la honestidad porque tanto la celebran. Mas no fue así en otro tiempo. Francisco Florido Sabino dice, que no menos fue ficción de Homero pintar casta a Penélope, que de Virgilio representar lasciva a Dido. Cita contra la pretendida honestidad de Penélope al Poeta Licofrón, y al Historiador Duris de Samos. Este segundo describe en Penélope una vilísima prostituta. Tomás Dempstero añade al mismo intento otro antiguo Historiador llamado Lisandro, el cual dice lo mismo que Duris de Samos.

§. XIX

52. {Laberinto de Creta} De cuatro Laberintos famosos da noticia Plinio: el de Egipto, el de Creta, el de Lemnos, y el de Italia. El primero lo fue en todo, en antigüedad y magnificencia. El de Creta, aunque sumamente inferior en grandeza al de Egipto, pues sólo fue una imitación tan diminuta de este, que según el Autor citado, solo copió la centésima parte de él, logró la dicha de hacer mucho más ruido en el mundo que su insigne original. Esto sin duda nació de la fantasía y locuacidad de los Griegos, que noticiosos de las cosas de Creta como más vecinas, transformaron según su genio y costumbre, la verdad de algunos hechos en portentosísimas fábulas: los amores de la Reina Pasífae con Tauro (General de las Tropas de Minos, según Plutarco, ó Secretario suyo, como afirma Servio), en bestial lascivia con un toro: dos hijos [189] que tuvo esta Reina, uno del adúltero Tauro, otro de su esposo Minos, en un monstruo medio hombre, medio buey que llamaron Minotauro, a cuya prisión se destinó el Laberinto, para que allí con el hilo de Ariadna se tejiesen las aventuras de Teseo. Digo, que estas ficciones, intimadas a todo el Mundo por la locuacidad de los Griegos, hicieron tan famoso aquel Laberinto, que hasta el vulgo ínfimo le nombra; y ni nombra ni tiene noticia de otro que el de Creta.

53. Sin embargo es probable que no hubo jamás tal Laberinto. El doctísimo Prelado Pedro Daniel Huet, sobre la fe de algunos Autores que cita, esforzando su testimonio con conjeturas propias, resueltamente niega su existencia; y dice, que la ocasión que hubo para fingirle, se tomó únicamente de unas grandes y tortuosas cavernas, sitas a la raíz del monte Ida, y formadas cuando el Rey Minos sacó de las canteras que había en aquel sitio, piedra para edificar la Ciudad de Cnoso, y otros Pueblos. Añade, que aún existen aquellas cavernas, y que Pedro Belonio (famoso viajero del siglo décimo sexto) testifica haberlas visto. No desayuda a esta sentencia el decir Plinio que en su tiempo no había vestigios algunos del Laberinto de Creta, aunque restaban del Egipciaco que era más antiguo.

§. XX

54. {Eneas, y su venida a Italia} La venida de Eneas a Italia, sus guerras y casamiento con la hija del Rey Latino, tienen contra sí algunos testimonios de la antigüedad, aunque por otra parte entre sí discordes. Cítase a Lesches, antiquísimo Poeta de Lesbos, que afirma que Eneas fue entregado por esclavo a Pirro, hijo de Aquiles. Demetrio de Scepsis dice, que Eneas después de la ruina de Troya se retiró a la misma Ciudad de Scepsis que estaba situada dentro de la Troade, y allí reinaron él y su hijo Ascanio. Según Egesipo, Eneas murió retirado en Tracia. Otros refieren que partidos los Griegos reedifico la Ciudad de Troya, y reinó en ella. Estas, y otras opiniones tocantes a [190] Eneas, se hallan copiadas en el Diccionario de Moreri.

§. XXI

55. {Rómulo}La fundación de Roma por Rómulo, también es contestada. Jacobo Hugo, en su libro Vera Historia Romana la niega. Jacobo Gronovio, en una Disertación de Origini Romuli citada en la República de las Letras, le concede la fundación de Roma, pero le hace Extranjero; por consiguiente da por fabuloso todo lo que se dice del nacimiento, padres, y ascendientes de Rómulo. Y aunque estas opiniones se funden en meras conjeturas, la duda que de ellas nace se fortifica mucho con la confesión de Livio, que las antigüedades de Roma son muy dudosas y obscuras. Lo que se puede asegurar es, que los que dicen ser Rómulo hijo de una virgen Vestal, se engañan; porque el instituto de las Vestales fue establecido por Numa Pompilio, que reinó después de Rómulo. Es verdad que Livio dice de uno y otro; que Rómulo fue hijo de una virgen Vestal, y que fundó las Vestales Numa; pero es preciso decir, que ó cayó en contradicción este grande Historiador, ó que colocó el nacimiento de Rómulo entre las antigüedades dudosas, refiriéndole solo opinión vulgar. [191]

{(a) Notamos como contradicción de Tito Livio hacer a Rómulo hijo de una Vestal, suponiendo que Numa, posterior a Rómulo, fue fundador del Instituto de las Vestales; en lo que nos hemos equivocado; pues del mismo Livio consta que el Instituto de las Vestales había tenido su origen en Alba, con mucha anterioridad al Reinado de Numa. Son sus palabras hablando de este Rey: Virginesque vesta legit, Alba oriundum Sacerdotium. Numa, pues, no hizo más que introducir en Roma el Instituto de las Vestales, el cual existía antes en Alba, de donde era Rómulo.

2. Este es el lugar oportuno para introducir una curiosa adición sobre la incertidumbre de la antigua Historia Romana, con parte de los materiales que para este efecto halló Plutarco en el libro ó tratado que intituló: Paralelos; cuyo asunto es mostrar en las Historias Griegas varios sucesos de los más ilustres que se hallan en las Romanas, circunstanciados de la misma manera, con sola diferencia de los sujetos y los sitios; lo que funda un probabilísimo concepto de que los Escritores Romanos copiaron de los Griegos aquellos sucesos, para dar a su Patria este falso y mentido lustre. Plutarco cita los Autores Griegos que refieren los sucesos, los cuales después (según parece) copiaron los Romanos.

3. La Historia Romana cuenta que habiendo ido Rhea Silvia, virgen Vestal a sacrificar a un bosque, aprovechándose el Dios Marte de la ocasión, la violó; siendo la resulta el parto de los gemelos Rómulo, y Remo, a quienes expuestos a la margen del Tíber dio al principio leche una Loba; y hallados después por el Pastor Faustulo, los entregó a su mujer Laurencia para que los criase. La misma Historia, sin que le falte un ápice, refiere Zopico Bizantino de la Griega Filonomía, hija de Nictimo, la cual habiendo entrado en un bosque y siendo en él oprimida del Dios Marte, parió dos hijos, que echados en el Río Erimanto, y arrojados por la corriente a la playa, recibieron el primer alimento de una Loba; y siendo después recogidos por el Pastor Telefo, llegaron a ser Reyes de Arcadia.

4. Refiérese que a Rómulo mataron en la Curia los Senadores, enfadados de su dominio; y que para ocultar la muerte al Pueblo llevó cada uno un pedazo del cuerpo del difunto Rey debajo de la ropa; con que no pareciendo el cadáver, pudieron fingir y persuadir al Pueblo que había subido al Cielo. Lo propio ello por ello escribió Teófilo en su Historia del Peloponeso, de Pisístrato, antiguo Rey de Orchomena. Los Senadores, indignados de que favorecía más al Pueblo que a la Nobleza, le hicieron pedazos: y dividido el cadáver en muchos trozos que llevaron a sus casas ocultos, hurtaron al conocimiento del Público el asesinato. Luego Tlesimaco, uno de los de la facción, fingió que había visto a Pisístrato sobre la cima del Monte Piseo en figura de Deidad.

5. Macrobio, y Plutarco nos dicen, que después de la repulsa que padecieron los Galos en Roma, los Latinos se ligaron contra los Romanos, y los amenazaron con su total ruina si no les entregaban todas las mujeres de calidad que había en el Pueblo. Estaba el Senado perplejo sobre lo que había que deliberar, cuando todas las Esclavas fueron a ofrecerse para engañar al enemigo, vestidas con la ropa de sus Amas. Aceptóse la oferta: salieron las Esclavas muy de Señoras, los Latinos pasaron toda la noche en festivos desordenes, fueron sorprendidos y derrotados por los Romanos. Dasilo en su Historia de Lidia refiere que los Sardianos hicieron la misma demanda a los de Smyrna, que fue eludida con el mismo estratagema, y el suceso igualmente dichoso.

6. Una de las más heroicas acciones en obsequio de la Patria que preconizan los Romanos Escritores, es la de Curcio, Caballero Romano. Habiéndose abierto una horrenda sima que amenazaba a sorberse la Ciudad de Roma, y siendo consultado sobre el remedio de la urgencia el Oráculo; la respuesta fue, que sólo se podía cerrar aquel boquerón arrojando en él lo más precioso de Roma. Curcio contemplando que lo más precioso era la vida del hombre, adornado de sus armas, y puesto a caballo, se arrojó en aquel Abismo, con que al punto se cerró. Sin quitar ni poner cuenta lo mismo, y con las mismas circunstancias Calístenes citado por Stobeo, de Anchuro, hijo del Rey de Frigia.

7. Mucio Scevolo queriendo matar a Porsena, Rey de los Etruscos, que tenía muy apretados por hambre a los Romanos, juzgó ser el Rey uno de su comitiva, al cual dirigió el golpe. Preso después, y llevado al Rey, cuando advirtió que se había equivocado, puso la mano en el fuego para abrasarla, diciendo al Rey al mismo tiempo que estaba ardiendo la mano, que cuatrocientos del mismo valor habían salido de Roma con el mismo designio: de lo cual amedrentado Porsena, levantó el sitio. Punto por punto cuenta Agatarcides Samio el mismo suceso, de un Ateniense llamado Agesilao, que queriendo matar a Jerjes, mató por equivocación uno de su comitiva. Puso después la mano en el fuego, y dijo a Jerjes lo propio que Mucio a Porsena.

8. La Batalla de los tres hermanos Horacios con los tres hermanos Curiacios, en que muertos dos de aquellos, el que quedó vivo con un agudo estratagema mató a los tres Curiacios; y después volviendo vencedor a una hermana suya porque lloraba la muerte de uno de los Curiacios desposado con ella; se halla en todas sus partes apropiada por Demarato a tres hermanos de Tegea, y tres de Fenea, Pueblos de la Arcadia. Otros muchos sucesos bastantemente semejantes, que recíprocamente se apropian los Historiadores Griegos, y Romanos, trae Plutarco en el citado libro de Paralelo; pero los omito, porque no son tan unas las circunstancias, que su repetición no pueda atribuirse a casualidad. Mas la perfecta uniformidad de los que he referido, enteramente persuade que se copiaron unos de otros.

9. Al Abad Sallier en una Disertación que se halla impresa en el tomo 6 de la Historia de la Academia Real de Inscripciones, y bellas Letras, pretende que en este encuentro de sucesos uniformes, los que fingieron no fueron los Romanos, sino los Griegos; esto es, copiaron éstos a aquellos, no aquellos a éstos. Como la grande autoridad de Plutarco probabiliza mucho lo contrario, quiere que no sea este Autor de los Paralelos, sino otro Escritor poco digno de fe; y que el designio del Autor, quien quiera que fuese, fue mostrar que la Grecia no había sido en copia de grandes hombres inferior a Roma.

10. Yo habiendo mirado con atención el libro de los Paralelos, hallo más motivo para pensar que los Romanos fueron los Copistas. El designio que el Abad Sallier atribuye a los Griegos de honrar a su Nación, no parece tiene mucho cabimiento; porque entre los sucesos referidos en los Paralelos, hay muchos que son más propios para deshonrarla. Para nuestro intento, que es mostrar la incertidumbre de la Historia, poco hace el caso que la incertidumbre de aquellos famosos hechos quede a cuenta de los Historiadores Griegos, o Romanos. Mas la realidad es, que queda a cuenta de unos y otros; siendo cierto que nadie en esta cuestión puede pasar de débiles conjeturas.}

§. XXII

56. {El cruel Busiris}La crueldad de Busiris Rey de Egipto, que sacrificaba a Júpiter todos los Extranjeros que [192] aportaban a su Reino, se ha extendido tanto en la voz de la fama, que llegó a proverbio. Apolodoro, Autor de la Biblioteca, [193] de los Dioses refiere esta inhumanidad, dejando aparte los Poetas que cuando se trata de buscar la verdad, no tienen voto. Diodoro Sículo condena esta por fábula, y declara que el origen de ella fue la costumbre bárbara que se practicaba en aquel País, de sacrificar a los Manes de Osiris todos los hombres rojos que se encontraban; y como casi todos los Egipcios son pelinegros, caía la suerte comúnmente sobre Extranjeros. Añade, que Busiris en lengua Egipcia significa el sepulcro de Osiris; y el nombre que significaba el lugar del Sacrificio, quisieron por equivocación que significase el Autor de la crueldad Estrabón, citando a Eratóstenes (Autor de especialísima nota para las antigüedades Egipciacas, porque tuvo a su cuidado la gran Biblioteca de Alejandría en tiempo de Ptolomeo Evergetes) dice, que no hubo jamás Rey, ni Tirano del nombre de Busiris; y en cuanto al origen de la fábula, viene a decir lo mismo que Diodoro Sículo. [194]

§. XXIII

57. {Las dos Artemisas}Hállase en muchas Historias celebrada Artemisa, Reina de Caria, por la ternura y constancia del amor conyugal a su esposo Mausolo, a quien erigió aquel magnífico sepulcro, una de las siete Maravillas del Orbe, y la misma aplaudida por la prudencia y espíritu marcial que mostró en la guerra de Jerjes contra los Griegos, y en otras ocasiones. Esto fue confundir en una dos diferentes Artemisas, Reinas ambas de Caria, que distinguen los antiguos Escritores. Esta, de quien hablamos en segundo lugar, fue muy anterior a la otra: hija de Ligdamis la más antigua, hija de Hecatomno la posterior; donde se advierte, que la que dio nombre a la hierba Artemisa no fue la mujer de Mausolo (en que se equivocó Plinio), sino la hija de Ligdamis; pues en Hipócrates, que fue anterior a la mujer de Mausolo, se halla nombrada con esta misma voz la hierba Artemisa.

§. XXIV

58. {Dionisio el Senior}Es conocido de todos Dionisio el Primero de Sicilia por uno de los más despiadados Tiranos, que tuvo el mundo; en tanto grado, que apenas se halla nombrado sin el adjunto epíteto de Tirano. Sin embargo puede hacer dudar de que le haya merecido la Historia de Filisto, que le elogia y defiende, sabiéndose que la escribió estando desterrado de Siracusa su Patria por el mismo Dionisio; si no es que se discurra, como discurrieron Pausanias, y Plutarco, que fue a lisonjearle porque le alzase el destierro. Pero esta será pura conjetura: el hecho es, que en las circunstancias de vivir fuera de su dominación, y estar quejoso, le elogia. Lo propio sucedió a Tucídides, respecto de Pericles: y nadie deja de tener por recomendación sincera de las virtudes de este gran Caudillo la que hizo aquel Historiador [195] desterrado de Atenas, y perseguido por el mismo Pericles.

§. XXV

59. {Apeles y Campaspe} Cuéntase que estando Apeles en la tarea de pintar desnuda a Campaspe, hermosa concubina de Alejandro, de cuyo orden sacaba la lasciva copia, se encendió en el corazón del Pintor una violentísima pasión, respecto del objeto del pincel; de lo cual advertido Alejandro, ejercitó un género de liberalidad acaso no vista otra vez, cediendo a Apeles la posesión de Campaspe. Así lo refieren Plinio, y Eliano; pero esta relación es incompatible, ó por lo menos inverosímil, cotejada con lo que dice Plutarco, que la primera mujer con quien dejó de ser continente Alejandro, fue la hermosa viuda de Memnón, llamada Barsene; porque bien miradas las cosas, se halla data anterior al suceso de Apeles con Campaspe, respecto del de Alejandro con Barsene.

§. XXVI

60. {Sexto Tarquino, y Lucrecia} Siempre que se habla del suceso de Sexto, hijo de Tarquino, con la hermosa Lucrecia, se supone que intervino violencia inmediata y rigurosa en aquel insulto: circunstancia que agrava la torpeza del invasor, y deja más intacta la virtud de aquella generosa Romana. Pero la verdad es, que no hubo fuerza propiamente tal. El hecho, como lo refieren Tito Livio, y Dionisio Halicarnaseo, fue de este modo: Llegó Sexto en alta noche, con la espada desnuda en la mano, al lecho de Lucrecia; y despertándola, la intimó lo primero que no diese voces, porque al primer grito la pasaría el pecho con el acero que empuñaba. A esta intimación sucedieron los ruegos, a los ruegos las promesas, llegando a ofrecer hacerla Reina, según uno de los Autores alegados. Cuando vio Sexto, que no hacían fuerza ruegos ni promesas, pasó a las amenazas. Díjola, que la daría allí la muerte, si no condescendía a su apetito. No bastó esto para vencer la constancia de Lucrecia. En fin, vistas [196] inútiles las demás máquinas, apeló el astuto joven a otra de especialísima fuerza. Trató de vencer el honor con el honor; como el diamante que a todo lo demás resiste, sólo se deja labrar de otro diamante. Intimó a Lucrecia, que si no condescendía, no solo la mataría a ella, pero juntamente a un esclavo, y pondría el cadáver de este junto al suyo en el propio lecho; conque hallada de aquel modo cuando llegase la luz del día, incurriría la pública nota de adúltera con tan vil persona, y quedaría para toda la posteridad manchada su fama. No tuvo valor Lucrecia para resistir a esta última batería. Rindió el honor por no padecer la infamia, y castigó después con demasiado rigor su condescendencia, quitándose la vida.

§. XXVII

61. {Espejos de Arquímedes, y Proclo} El artificio con que se refiere haber quemado Arquímedes las Naves Romanas que debajo de la conducta de Marcelo sitiaban a Siracusa, se ha hecho sumamente plausible en las Historias, y ha ejercitado el ingenio de no pocos Matemáticos sobre la investigación de la posibilidad y del modo. Dícese que Arquímedes hizo aquel estrago vibrando a las Naves los rayos del Sol, unidos en el foco de un espejo Ustorio. Juzgo que esta narración, aunque tan vulgarizada en los Autores, es fabulosa. La razón para mí de gran peso es, porque ninguno de los antiguos que trataron del sitio de Siracusa refiere tal cosa, ni aparece vestigio alguno de la invención de los espejos de Arquímedes, ni en Polibio, ni en Tito Livio, ni en Plutarco, ni en Floro, ni en Plinio, ni en Valerio Máximo. En que lo más ponderable es el que los tres primeros tratan difusamente de los maquinamientos que inventó Arquímedes para destruir las Naves Romanas. ¿Cómo es creíble que todos callasen el uso de los espejos, si le hubiese habido? El primer Autor en quien se halla esta noticia es Galeno, quien sobre no ser Historiador de profesión, y hacer escrito cuatrocientos años después del sitio de Siracusa, no la da asertivamente, sino debajo de un dícese, ajunt. [197]

62. Esto es en cuanto al hecho. Por lo que mira a la posibilidad, los Matemáticos a quienes toca disputarla, están varios, afirmándola unos, negándola otros. Toda la dificultad pende de la distancia que suponen desde el muro a las Naves, la cual siendo mucha, se juzga comúnmente imposible la construcción de espejo tan grande que alcanzase a ellas con el foco. En que se advierte, que la distancia del foco (que es el punto ó breve espacio donde se hace la combustión) al espejo Ustorio tiene cierta proporción con el diámetro de éste. Algunos excogitaron artificio con que el espejo Ustorio queme a cualquier distancia; pero los mejores Matemáticos tienen por quimera la línea ó virga Ustoria infinita, la cual excluida, y supuesta la distancia que comúnmente los modernos atribuyen a las Naves (pues el Padre Kírquer, que es quien más la estrecha, la señala de treinta pasos geométricos), apenas hay lugar a la formación de espejo tan grande que pudiese quemarlas. Por lo cual otros recurrieron a muchos espejos planos trabados y compuestos en forma cóncava, ó parabólica. Pero yo noto en esta materia un insigne descuido de los Matemáticos que la tratan, por lo que mira a la supuesta distancia; pues Polibio, Tito Livio, y Plutarco ponen las Naves tan cercanas al muro, que desde él las alcanzaban y maltrataban los sitiados con palancas, tenazones, y otros instrumentos de hierro; y aún Polibio dice que con escalas puestas en las Naves pasaban los Romanos desde ellas a la muralla. Lo cual siendo así, no era menester espejo Ustorio de imposible magnitud para quemarlas. Así me parece que en este asunto seguramente se puede negar el hecho contra el común de los Historiadores, y afirmar la posibilidad contra el común de los Matemáticos.

63. De otro célebre Matemático, llamado Proclo, en tiempo del Emperador Anastasio, se cuenta lo mismo que de Arquímedes; esto es, que con espejos Ustorios quemó las Naves del Conde Vitaliano que tenía sitiada a Constantinopla. Esta narración tiene también contra sí el [198] silencio de los Autores anteriores a Zonaras, que escribieron de la guerra que hubo entre Anastasio, y Vitaliano. Ni Evagrio Escolástico que vivió en el mismo siglo de aquella guerra; esto es, en el sexto: ni el Conde Marcelino que floreció en el séptimo; ni Cedreno que escribió en el undécimo, hablan palabra de Proclo, ni de sus espejos. Zonaras que floreció en el duodécimo, es el primero que da esta noticia, y no con aseveración, sino debajo del dícese, fertur. Añado, que el Conde Marcelino refiere que Vitaliano se retiró del sitio de Constantinopla, no por haberle destruido su Armada como dice Zonaras, sino porque el Emperador Anastasio solicitó y obtuvo de él el levantamiento del cerco, mediante una gran suma de oro y otros magníficos presentes que le envió.

64. Advierto también, que en el Teatro de la Vida Humana se hallan citados Evagrio, y Paulo Diácono a favor de los espejos de Proclo; pero ni uno ni otro Autor hablan palabra de tales espejos. Estas grandes compilaciones están expuestas a grandes engaños.

§. XXVIII

65. {Comunicación del Mar Bermejo con el Mediterráneo} Léese en varias Historias, que algunos Príncipes tentaron la comunicación del Mar Rojo al Mediterráneo por el Nilo; pero hallaron siempre insuperables estorbos, creyendo algunos, que el principal ó acaso único fue el temor de que el Mar Rojo, por estar más alto que el Mediterráneo, inundase a Egipto. En la Academia Real de las Ciencias, años de 1702, con ocasión del examen de la Carta Geográfica que hizo de Egipto Monsieur Boutier, se examinó este punto, y se halló que aquel temor era quimérico. Pasóse más adelante, y se halló por la lectura de algunos antiguos Historiadores, que en efecto hubo dicho canal de comunicación en tiempos antiquísimos. [199]

§. XXIX

66. {Faramundo, Ley Sálica, y doce Pares} Arriba dijimos que Carlos Sorel dudó de la existencia de Faramundo, a quien tienen por su primer Rey los Franceses. El señor Du-Haillan no se alarga a tanto; pero niega constantemente que aquel Príncipe pasase jamás a estotra parte del Rin. Niégale asimismo la institución de la Ley Sálica. Tiene también por fabuloso que Carlo Magno instituyese los Pares de Francia.

§. XXX

67. {Ampolla de Rems, y Lises Francesas} La singularísima gloria que resulta a la misma Monarquía, y a sus Reyes de haber bajado del Cielo en la Coronación de Clodoveo el Oleo con que se consagran, y las Lises Francesas que tienen por divisa, conducido aquel por una paloma, y estas por un Angel, no tiene tan asentado su crédito entre los Franceses mismos, que algunos no duden; pues al referirlo usan de las expresiones, dícese, cuéntase, créese, &c. El silencio de San Gregorio Turonense, que escribió de milagros con tanta amplitud, y en quien notan muchos algo de nimia credulidad, parece a algunos prueba eficaz de que no hubo tan prodigio. Asimismo el silencio de Paulo Emilio, noble Historiador general de las cosas de Francia, persuade que tuvo por fabulosa esta noticia; pues a juzgarla probable, no la hubiera omitido {(a) El Abad Lenglet du Fresnoi dice que el descenso de la Santa Ampolla, y de las Flores de Lis del Cielo, son maravillas incógnitas a los primeros Escritores Franceses, aunque muy celebradas por los Autores medianos de los últimos tiempos (Mem. Trevoux año 1735. art. 66.)}.

§. XXXI

68. {Origen de la salutación en los estornudos} Al tiempo de San Gregorio se fija el origen de saludar a los que estornudan, diciendo que en tiempo de aquel Santo se padeció en Roma una gravísima pestilencia, cuya funesta crisis era un estornudo, [200] y luego moría el enfermo. Que el Santo Pontífice ordenó el remedio de la Oración para aquel mal, y que de aquí quedó el uso de la imprecación de salud siempre que alguno estornuda. Esta tradición aunque comunísimamente recibida, evidentemente es fabulosa. De Aristóteles consta, que en su tiempo era común el uso de saludar a los que estornudan; pues inquiere la causa de esta costumbre en los Problemas, sect. 33, quaest. 7, y 9, donde resuelve, que se hace esto por ser el estornudo indicio de estar bien dispuesta la cabeza, parte nobilísima y como sagrada del hombre: Perinde igitur, quasi bonae indicium valetudinis partis optimae, atque sacerrimae, sternutamentum adorant, benèque augurantur. En la Academia Real de las Inscripciones se trató este punto, y se exhibieron noticias de que no sólo entre Griegos, y Romanos era corriente esta práctica; pero aún en el Nuevo Mundo la hallaron establecida los Españoles cuando descubrieron aquellas tierras. El señor Morín, miembro de aquella Academia, discurre que la tradición común que hoy reina sobre el origen de estas salutaciones se ocasionó de otra tradición fabulosa, y mucho más antigua. Esta fue la de los Rabinos (citada en el Lexicon Talmúdico de Buxtorfio), que decían que Dios al principio del Mundo estableció la Ley general de que los hombres no estornudasen más que una vez, y que en el instante inmediato muriesen: Que efectivamente así sucedió, sin excepción de alguno hasta el Patriarca Jacob, el cual en una segunda lucha que tuvo con Dios, obtuvo la revocación de esta Ley; y que siendo informados todos los Príncipes del Mundo de este hecho, ordenaron a sus súbditos acompañasen en adelante el estornudo de acciones de gracias y saludables imprecaciones. Es tan análoga nuestra tradición a la Rabínica (salvo el no ser tan extravagante como ella) que se hace verosímil que la primera fábula engendrase la segunda. [201]

{(a) El Padre Menochio, tom. 3. Cent. 11. cap. 4. prueba con muchas autoridades la antigüedad de saludar ó imprecar bien a los que estornudan, anterior muchos siglos a San Gregorio. Apuleyo en su Asno de Oro refiriendo el cuentecillo de una adúltera que tenía escondido en su casa el cómplice, y éste estornudó, oyéndole el marido, dice: Maritus, è regione mulieris accipiebat sonum sternutationis, cumque putaret ab ea sternutamentum proficisci, solito sermone salutem ei precabatur. Petronio, lib. 2, cap. 15, cuenta cómo estornudando Gitón, le saludó Eumolpo. Pliniom, lib. 28, cap. 2, supone la costumbre de saludar a los que estornudan. En el Florilegio de los Epigramas Griegos hay uno gracioso, mofando a un hombre de larguísima nariz, de quien dice que no invocaba a Júpiter cuando estornudaba, porque por la enorme longitud de su nariz sonaba el estornudo tan lejos de sus orejas, que no le oía.

Nec vocat ille Jovem sternutans, quippe nec audit.
Sternutamentum, tam procùl aure sonat.

2. Ya hemos notado que en el Nuevo Mundo, y en Naciones Bárbaras se halló introducida la misma costumbre. Añadimos ahora al mismo propósito, como noticia graciosa que refieren algunos Autores, que cuando el Rey de Monomotapa estornuda, todos los habitadores de su Corte le saludan; porque los que están cerca de él hacen la salutación en tono tan alto que la oyen los que están en la antecámara; estos hacen lo mismo, conque son oídos e imitados de los que están en la pieza inmediata; y de este modo va pasando la palabra de una pieza en otra hasta salir a la calle, y después se propaga por toda la Ciudad: de modo, que a cada estornudo del Rey resulta una gritería horrenda de muchos millares de sus vasallos.}

§. XXXII

69. {Reina Brunequilda} La Reina Brunequilda de Francia es execrada por casi todos los Escritores, como la peor mujer que tuvo el mundo. Son innumerables y enormísimas las maldades que la atribuyen: una lascivia desenfrenada que la acompañó toda la vida hasta la edad sexagenaria: una ambición furiosa a quien sacrificó siempre todos los respetos divinos y humanos: una crueldad desaforada que hizo víctimas, ya de su odio, ya de su ambición, ya por medio del veneno, ya por el cuchillo a innumerables inocentes, entre ellos algunas Personas Reales. ¿Quién creerá, que pueda defenderse de algún modo esta mujer, cuyas atrocidades están vertiendo sangre en todas las [202] Historias? Sin embargo, parece en su abono un testigo, que si se le da fe según el mérito de su carácter y autoridad, es capaz de desvanecer la acusación. Este es el gran Gregorio, el cual en dos Cartas escritas a aquella Reina, la colma de elogios, hasta llegar en una de ellas a felicitar a la Nación Francesa sobre la dicha de ser gobernada por una Reina ilustre en todo género de virtudes: Prae aliis gentibus gentem Francorum asserimus felicem, quae sic bonis omnibus praeditam meruit habere Reginam (lib. 11, epist. 8), donde se debe advertir, que la data de esta Carta es posterior algunos años a las más de las maldades que se cuentan de Brunequilda.

§. XXXIII

70. {Mahoma} Es tan corriente entre nuestros Escritores que el falso Profeta Mahoma fue de baja extracción, que viene a ser éste como dogma histórico en toda la Cristiandad. Pero los Escritores Arabes unánimes concuerdan en que fue de la Familia Corasina, antiquísima y nobilísima en Meca. Es verdad que estos pueden mentir; pero son los únicos que lo pueden saber.

{(a) Monsieur de Prideux, que escribió la Vida de Mahoma, citado en el Diccionario Crítico de Bayle V. Mecque, dice que los ascendientes de aquel falso Profeta desde su cuarto abuelo llamado Cosa, poseyeron el gobierno de la Ciudad de Meca, y la custodia de un Templo de Idólatras que había en ella; el cual no era menos venerado entre los Arabes que el de Delfos entre los Griegos. ¿Pero qué seguridad tenemos de que esta ilustre genealogía no sea una de las muchas ficciones con que los Árabes quisieron honrar a aquel famoso embustero?}

71. Por otra parte Ludovico Marracio, Autor doctísimo en las cosas de los Mahometanos, en el Prólogo del Prodromo a la refutación del Alcorán, bastantemente da a entender que en nuestras Historias hay muchas fábulas en orden a aquel insigne embustero; y dice que los Mahometanos se ríen cuando oyen las cosas que algunos de nuestros Historiadores cuentan de su Mahoma. Añade este juicioso Autor, que esto los obstina más en su errada creencia. Y yo [203] lo creo; porque es natural que les induzca aversión hacia los Cristianos, y desconfianza de todo lo que afirman aún en lo perteneciente a los dogmas. Por tanto, los que piensan hacer algún examen, todos los males que pueden de los enemigos de ella, especialmente de los Jefes de Sectas, van tan lejos de lograr el intento, que antes la ocasionan notable perjuicio. ¿De qué servirá, pongo por ejemplo, decirle al Luterano, que su Lutero fue hijo de un demonio íncubo? No más que de irritarle y firmarle más en la persuasión en que le han puesto sus Doctores, de que nosotros fingimos cuanto puede conducir a la causa que defendemos. Lo mismo del delito nefando imputado a Calvino, si acaso no es verdadero (lo que yo no sé), y de otras algunas cosas de este género. Estoy bien con que no se disimule cuanto puede infamar por la parte de las costumbres a los fundadores de las falsas Religiones, como se justifique bien; de que hay no pocos materiales contra algunos, especialmente contra Lutero. Mas cuando no hay cosa segura en la materia, no mezclemos lo cierto con lo incierto, y mucho menos con lo falso.

72. Volviendo a Mahoma, no sólo en cuanto al nacimiento, mas en otras muchas cosas pertenecientes a su vida, aún en aquellas que no tienen conducencia alguna para representar verdadera ó falsa su doctrina, están totalmente opuestos los Autores Árabes a los Europeos; en tanto grado, que el citado Ludovico Marracio dice, que aquellos y estos, hablando del mismo Mahoma, parece que escriben la vida de dos hombres distintos. ¿Qué cosa más sentada entre nosotros, que haber sido Ayo y Consejero suyo el Monje Nestoriano Segio? Está esto tan lejos de ser cierto, que Marracio juzga mucho más probable, que su Maestro y director fue algún Judío: lo que funda muy bien en las muchas fábulas Talmúdicas y Rabínicas, de que abunda el Alcorán. Tampoco es cierto lo que se dice de la paloma domesticada que llegaba a su oreja, y que él fingía ser el Arcángel San Gabriel. La Historia de Mahoma sacada por [204] Ludovico Marracio (como asegura él mismo) de los más escogidos Autores Arabes, sienta que según éstos eran muy frecuentes las apariciones de San Gabriel a Mahoma; mas no en figura de paloma, ni en otra alguna que fuese visible a los demás, pues aún su misma mujer Cadighe no pudo verle al mismo tiempo que Mahoma decía le estaba viendo. Sé también que Eduardo Pocok, Autor versadísimo en los escritos Orientales, dice que en ningún Autor Arabe halló el cuento de la paloma.

73. Otra u otras dos fábulas tenemos que refutar en orden a Mahoma, que tocan a su sepulcro. La primera, que está sepultado en Meca. Mas este error hoy solo reside poco más que en el ínfimo vulgo. Los demás comúnmente saben que el lugar de su sepulcro es Medina, Ciudad de la Arabia Feliz, distante cuatro jornadas de Meca. Las peregrinaciones a Meca se hacen por haber nacido en ella su Profeta, y por la devoción que tienen los Mahometanos con una casa que hay en aquella Ciudad, la cual, dicen fue edificada por Adán, y reedificada y habitada después del Diluvio por Abraham. La segunda fábula (que podremos llamar error común) es estar el cadáver de Mahoma suspendido en el aire, metido en una caja de hierro, a quien sostienen puestas en equilibrio perfecto las fuerzas de algunas piedras imanes colocadas en la bóveda de la Capilla, con la proporción que se requiere para que se siga este efecto. Eduardo Pocok dice que los Mahometanos sueltan la carcajada cuando oyen a alguno de los nuestros referir que esto acá se tiene por cosa cierta. En efecto se sabe por la deposición de muchos testigos que han estado en aquellas partes, que no hay tal suspensión del cadáver de Mahoma en el aire. Ni en buena física es posible; pues aún cuando se venciese la gran dificultad de poner en perfecto equilibrio las fuerzas de dos o más imanes, restaba otra igual en el hierro de la caja, el cual también se había de equilibrar, según las partes correspondientes a distintos imanes, para que una no hiciese más resistencia que otra a la atracción con el peso. Aún no bastaban estos dos equilibrios, sin [205] otro tercero del peso de la caja con la fuerza de los imanes.

74. Pero demos vencidas todas estas dificultades. Aún no hemos logrado cosa alguna para el intento; porque aún en caso que el hierro se suspendiese, solo por un brevísimo espacio de tiempo podría durar la suspensión, pues cualquiera levísimo impulso del ambiente desharía en el hierro suspendido el equilibrio. Ni aún sería menester esto; porque siendo la virtud magnética alterable, y no subsistente continuamente en un mismo grado, por este capítulo se desigualaría en los imanes dentro de poco tiempo. Así se cuenta que el Padre Cabeo con gran trabajo puso una aguja pendiente entre dos imanes, mas no duró en la suspensión sino el tiempo en que se podrían recitar cuatro versos hexámetros, y luego se pegó a uno de los dos imanes. Por el mismo capítulo debemos dar por fabuloso lo que algunos Autores refieren de la imagen del Sol hecha de hierro, y suspendida entre imanes en el Templo de Serapis en Alejandría.

§. XXXIV

75. {Reyes Franceses de la línea Merovingia} La causa de la traslación del Imperio Francés de la línea Merovingia a la Carlovingia se creyó mucho tiempo, sin contradicción, haber sido la incapacidad de los Reyes de la primera Estirpe. Así lo afirman varios Autores, y Cronicones antiguos: mas habiéndose notado que es muy verosímil que todos copiasen a Eginardo, que precedió a los demás, y que en Eginardo concurren motivos que le hace sospechoso en este punto, se empezó a dudar, y a la duda sucedió en Autores Franceses modernos de la primera nota la absoluta negativa. Fue Eginardo Secretario de Estado, muy favorecido de Carlo Magno. Era este Príncipe interesado en que a su padre Pipino no se hubiese transferido la Corona de Francia en la deposición de Childerico por vía de usurpación; pues (aún dejando aparte la fealdad de la perfidia) si su padre había sido Tirano, no poseía él con legítimo derecho. No había otro modo de cohonestar la Coronación de Pipino, sino declarando incapaces de reinar, juntamente con Childerico, a los demás Reyes [206] predecesores de aquella Estirpe; pues aunque Childerico lo fuese, no bastaba para quitar el derecho a sus hijos, cuando llegase a tenerlos (fue depuesto en edad muy joven); sí sólo para tomar alguna providencia para el gobierno durante su vida.

76. Eginardo, pues, que como Ministro de la mayor confianza de Carlos no podía apartar de sí los intereses de su dueño, tiene sobre sí para este efecto la sospecha de apasionado. Añádese, que en su narración están mezcladas algunas circunstancias, ya falsas ya increíbles. Dice que Childerico fue depuesto, y coronado Pipino por autoridad y orden del Papa Estéfano Tercero. Esto no pudo ser, porque la elección de este Papa, ó fue posterior algunos días, ó con la diferencia de muy pocos incidió en el mismo tiempo que la Coronación de Pipino. Por lo cual otros buscan para justificar aquella Coronación, y no violar la Cronología, la autoridad del Papa Zacarías, que había sido antes. Lo que Eginardo dice de la inacción y abatimiento en que vivían los Reyes Merovingios, es totalmente increíble. Refiere, que salían en público y hacían sus jornadas sobre un carro, conducido de dos bueyes, y regido por un rústico en la forma ordinaria. ¿Quién podrá creer tal extravagancia? Que no tenían otra renta que la que les redituaba una pequeña Aldea: todo lo demás tenían, y disponían de ello a su arbitrio los Mayordomos de Palacio. ¿Pero cómo es compatible esto con las edificaciones de varios Monasterios, y grandes donaciones que hicieron a otros muchos de los Reyes Merovingios?

§. XXXVI

77. {Tragedia de Belisario} La tragedia de Belisario se halla vulgarizada en infinitos libros, como uno de los mayores ejemplos que han parecido en teatro del Orbe a representar las inconstancias de la fortuna. Cuéntase, que a aquel gran Caudillo después de coronado de tantos laureles, el Emperador Justiniano habiéndole hallado cómplice en una conspiración, le hizo quitar los ojos y redujo a tan extraña miseria que pasó el resto de su miserable vida [207] a favor de la mendicidad, pidiendo limosna por las calles y puertas de los Templos.

78. Esta narración se halla contradicha por Cedreno, y otros Autores graves. Pero lo que más eficazmente la impugna es el silencio de Procopio, Autor de la Historia Secreta, que es una violenta sátira contra el Emperador Justiniano, y su esposa la Emperatriz Teodora. Este Autor que vivió dentro de Constantinopla en el mismo tiempo que Justiniano y sobrevivió a este Emperador, no podía ignorar la tragedia de Belisario, si fuese verdadera; ni es creíble que en su Historia Secreta callase un suceso de esta magnitud, especialmente cuando le podía hacer tanto al propósito que seguía de descubrir y ponderar todos los vicios de Justiniano, pues difícilmente se le podría eximir de la nota de ingrato y cruel, aún cuando Belisario tuviese alguna culpa; porque apenas otro Príncipe debió más a vasallo alguno, que Justiniano a Belisario: fuera de que le era muy fácil, negando ó minorando la culpa, dejar en grado de mera crueldad el suplicio.

79. Dícese a favor de la opinión común, que en Constantinopla hay una Torre con el nombre de Torre de Belisario; de donde coligen que en ella estuvo preso este grande hombre. Flaco cimiento a tanta tragedia; pues pudo dársele ese nombre por otro cualquier accidente respectivo al mismo Belisario, y pudo también este estar preso en ella, sin que su calamidad pasase más allá de una breve prisión. De hecho, antes de la segunda expedición a Italia estuvo Belisario caído de la gracia del Emperador por influjo de la Emperatriz Teodora. Entonces pudo estar preso algunos días. Y Procopio, que refiere esta menor desgracia de Belisario, no callaría la mayor, siendo verdaderas.

§. XXXVII

80. {La Doncella de Francia} La famosa Juana del Arco, llamada comúnmente la Doncella de Orleans, ó la Doncella de Francia, hace una gran representación en la Historia de aquel Reino, como Heroína Celestial a quien Francia confiesa [208] deber su restauración del total ahogo en que la tenían puesta las victorias de los Ingleses, debajo de la conducta de su Rey Enrico Sexto.

81. La Historia de esta prodigiosa Doncella, reducida a compendio, es en esta manera: Hallándose caídos de ánimo los Franceses, y más que todos su Rey Carlos Séptimo, con las derrotas que habían padecido, sin aliento también ni arbitrio para ocurrir a la que de nuevo les estaba amenazando en el sitio de Orleans que apretaban fuertemente los Ingleses; una pobre Pastorcilla (esta es nuestra Juana), de edad diez y ocho a veinte años, natural de una corta Aldea sobre la Mosa, tuvo ó inspiración oculta ó comisión expresa de Dios para socorrer a Orleans, y hacer consagrar a Carlos Séptimo en Rems. Para la ejecución, habiendo antes declarádose con uno de los señores del Reino, fue presentada por este al Rey, a quien conoció al punto sin haberle visto jamás; aunque para probar si era conducida de espíritu Divino, se le había ocultado entre otros muchos Cortesanos con un vestido ordinario. Hiciéronla varias preguntas, y a todas satisfizo excelentemente. Dio noticia de algunas cosas que se juzgó no podía saber sino por revelación. En fin, sobre el fundamento de estas pruebas fiaron a su conducta el socorro de Orleans, en que los Franceses, animados por ella, hicieron levantar el sitio a los Ingleses, y con el mismo influjo y asistencia lograron sobre ellos otras ventajas. Condujo, rompiendo algunos estorbos, el Rey a Rems, donde se ejecutó la ceremonia de la consagración. Pero habiendo sido en fin cogida por los Ingleses, la llevaron a Ruan, donde la acusaron inicuamente de hechicera; y hecho el proceso en la forma ordinaria, la condenaron al fuego.

82. Di alguna noticia de esta rara mujer en el primer Tomo, Discurso XVI, núm. 44, apuntando precisamente como conjetura el dictamen de que acaso fue igualmente falsa la moción divina que la atribuyeron (y aún hoy atribuyen) los Franceses, como el crimen de hechicería que la imputaron los Ingleses. Más ahora, a favor de un Historiador [209] célebre, pasa mi conjetura a noticia positiva. Este es el señor Du-Haillan, quien afirma que cuanto se admiró en Juana del Arco fue efecto del artificio político, sin intervención alguna ni de inspiración divina ni de pacto diabólico. Según este Autor, tres Señores Franceses que nombra, jugaron esta pieza, instruyendo primero largamente a la Doncella de todo lo que había de decir y responder, y manifestándola algunas cosas de las mas interiores de Palacio, para que se juzgase las sabía por superior ilustración. En fin, todo lo ordenaron de modo que pareciese era movida de impulso celestial, usando de este arbitrio, como el más eficaz ó único medio para animar los espíritus desalentados del Rey, y de las Tropas. Añade, que no faltaban quienes decían que la que se llamaba doncella, no lo era, sino concubina de uno de los tres señores. Fuéselo ó no lo fuese, supongo que echaron mano antes de esta mujer que de otra, por haber conocido en ella la capacidad, despejo, y corazón proporcionados para un negocio de este tamaño. Sé que Gabriel Naude en sus Golpes de Estado siente lo mismo que Du-Haillan, y cita por su opinión a Justo Lipsio, y al señor Langei; añadiendo que otros Autores así Extranjeros como Franceses, la llevan. Con este desengaño se la quita a la famosa Juana del Arco la cualidad de mujer milagrosa, pero sin degradarla de Heroína.

§. XXXVIII

83. {Preste Juan} Siendo tan trivial la noticia del Preste Juan de la India que hasta los rústicos y niños le nombran, es cosa admirable que aún no se sepa con certeza que Príncipe es este, ni dónde reina, ni por qué se llama así. Cuando los Portugueses tuvieron las primeras noticias de que el Rey de los Abisinos profesaba el Cristianismo, y que los suyos le llamaban Belul Gian (otros dicen Jean Coi) creyeron que este era el nombrado Preste Juan, y su creencia se hizo común a toda Europa. Después, sabiéndose que aquellas voces en la Lengua Abisina tienen [210] significación diferente de la que les daban, y valen lo mismo que Rey precioso ó Rey mío; y haciéndose juntamente reflexión de que los que antes habían dado noticia del Preste Juan, no le ponían en la Africa, sino en la Asia, se desvaneció en los hombres de alguna lectura este error: quedando no obstante en pie la duda de en qué parte de la Asia reina este Príncipe Cristiano, y por qué le llaman Preste Juan; sobre que hay tantas opiniones, que no se pueden enumerar sin tedio. En una cosa convienen las más, y es, que este Príncipe es de la Secta Nestoriana. En lo demás hay suma diversidad. Algunos dicen que este Imperio fue extinguido por los Tártaros. Otros, que el Emperador del Mogol se le dio el nombre de Preste Juan por equivocación, con el motivo de que algunos de aquellos Monarcas tomaron el título de Schach Geham, que significa Rey del Mundo. Tanta variedad de opiniones me ha ocasionado algún recelo de que sea enteramente fabuloso este Rey Cristiano de la Asia. Y si acaso Marco Paulo Veneto fue el primero que trajo acá esta noticia, y los demás la tomaron de él únicamente, es nuevo motivo para la desconfianza. Sería bueno que se anden rompiendo la cabeza los Escritores, y escudriñando todos los rincones del Orbe en busca del Preste Juan, y que acaso no exista, ni haya existido jamás tal Preste Juan en el mundo: por lo menos el que no existe ahora, lo tengo por muy verosímil; porque en las Relaciones modernas que he visto, no encontré tal noticia; siendo así que sería dignísima de la curiosidad y advertencia de los Viajeros.

§. XXXIX

84. {Descubrimiento de la América} Luego que se ejecutó el feliz viaje del intrépido Genovés Colón a la América, todo el mundo atribuyó la gloria de ser el primer descubridor de aquellas vastísimas Regiones. La voz común aun hoy está por él. No obstante esto, algunos transfieren la dicha de este descubrimiento a un Piloto Español que andaba traficando en las Costas de Aafrica, y arrebatado de una violenta tempestad dio son su Navío en la América. Dicen [211] que este de vuelta aportó a la Isla de la Madera donde a la sazón se hallaba Colón, quien generosa y caritativamente le acogió en su casa. Refirióle el Piloto a Colón toda su aventura; y muriendo poco después, le dejó todas sus Memorias y observaciones; sobre cuyo fundamento se animó después Colón a aquella grande empresa. Al Piloto Español le dan unos un nombre; y otros otro.

85. Pero no quedó esta cuestión precisamente entre el Piloto Italiano, y el Español. Otro de Alemania entró después en tercería. Federico Estuvenio, Autor Alemán, en una Disertación que el año de 1714 dio a luz con el título de Vero novi Orbis inventore, afirma que el primer descubridor del Nuevo Mundo fue Martín Bohemo, natural de Nuremberga: que éste, fundado en no sé qué conjeturas recurrió a Isabela de Portugal, viuda de Felipe el Bueno, Duque de Borgoña, que a la sazón gobernaba a Flandes: que esta Princesa le entregó un Bajel, en el cual navegó hasta las Islas Terceras, ó de los Azores, de donde surcó hasta las Costas de América y pasó el Estrecho de Magallanes: que hizo un globo y un mapa de sus viajes: que el globo le guardan aún sus descendientes; pero el mapa fue presentado a Don Alonso el Quinto, Rey de Portugal, y pasó después a las manos de Colón, a quien sirvió de excitativo y de guía para su navegación. En cuanto al descubrimiento de las Islas Terceras, aunque los Portugueses le atribuyen a su compatriota Gonzalo Vello, es probabilísimo que se debe a los Flamencos, ora fuese bajo la conducta del Alemán Martín Bohemo, ó de otro; porque esto lo afirman muchos Autores desapasionados, y en esta consideración les dan el nombre de Islas Flamencas. Tomás Cornelio dice que aún hoy subsiste en ellas la posteridad de los Flamencos que las descubrieron. En cuanto a que Martín Bohemo pasase hasta la América y penetrase el Estrecho de Magallanes, lo juzgó muy incierto. Al fin todo está en opiniones. Pero cualquiera cosa que se diga, siempre le queda a salvo a Colón un gran pedazo de gloria; pues aunque se fundase en noticias antecedentes, [212] siempre pedía aquella empresa un corazón supremamente intrépido, y una inteligencia superior de la Náutica.

§. XL

86. {Alejandro VI}La memoria de nuestro Español el Papa Alejandro Sexto está tan manchada en las Historias, que parecen borrones todos los caracteres con que se escribió su vida. Ni yo emprendo, ni juzgo que nadie pueda probablemente emprender su justificación, respecto de todos los crímenes que se le atribuyen. ¿Pero no puede discurrirse que el odio de sus enemigos aumentó el volumen de las culpas? Es cierto, que fue Alejandro muy aborrecido de los Romanos; parte por culpa suya, y parte por las de su hijo el desaforado César Borja. Y creo firmemente que hasta ahora a ningún Príncipe que haya incurrido el odio público, dejó el rumor del vulgo de atribuirle más culpas que las que verdaderamente había cometido. A que se debe añadir que si los Escritores están tocados del mismo afecto, fácilmente admiten y estampan en las Historias los rumores del vulgo.

87. Pasemos de esta reflexión general (la cual igualmente sirve a todo los demás Príncipes aborrecidos de los suyos que al Papa Alejandro) a un hecho particular, el más atroz sin duda de cuantos se imputan a este Pontífice. Dícese que conspiró con su hijo César a quitar la vida con veneno a algunos Cardenales, entre ellos a Adriano Corneto que era muy devoto suyo, a fin de hacer presa en sus riquezas: que a este intento instituyeron un gran convite en una casa de campaña del nombrado Cardenal Corneto, preparando un frasco de vino emponzoñado, que se había de servir por un criado sobornado para esta maldad, a los Cardenales destinados a la muerte: que después, por equivocación, el vino emponzoñado se sirvió únicamente al Papa, y a su hijo: que en fin el hijo, a favor de su robustez y del remedio que le prescribieron los Médicos, escapó; pero el Papa, como hombre de edad muy crecida no pudo resistir, y rindió la vida a la violencia del veneno. [213]

88. Este cruel atentado, y su funesta resulta, creo se pueden cuestionar con bastante probabilidad. Algunos de los que afirman el hecho, dudan si tuvo alguna parte en él el Papa, ó si toda la culpa fue de César Borja. Natal Alejandro, que es uno de los Autores más acres contra aquel Pontífice, confiesa, que no faltan quienes defiendan que toda la narración hecha es fabulosa, añadiendo, que algunos Diarios manuscritos testifican que murió al séptimo día de una fiebre continua; esto es, de una enfermedad regular. Y valga la verdad: ¿por qué no se ha de creer a estos? Los Diarios se escriben originalmente en el mismo lugar, y al mismo tiempo que acaecen los sucesos. ¿Qué escritos, pues, más fidedignos? ¿Quién dentro de Roma, acabando de morir Alejandro, se atrevería a escribir que había muerto de una dolencia regular al término de siete días, siendo esto falso, y constando a toda Roma la falsedad? Diráse, que pudo ser tal veneno, que excitase la calentura, y con este instrumento quitase la vida. Pero este es un pudo ser no más, que deja en pie el argumento; porque lo que consta por experiencia es, que la operación de los venenos es siempre ó casi siempre acompañada, ó de violentos, ó de extraordinarios síntomas. Por otra parte la propensión de los enemigos de Alejandro (que eran infinitos) a fingir y creer todo lo que pudiese denigrar más y más su fama, era mucha. Juan Francisco Pico, en la vida que escribió de cierto Religioso amigo suyo, refiere dos opiniones que hubo en orden a la muerte de Alejandro. Una es la ya dicha del veneno. La otra es, que el demonio le ahogó; añadiendo que había hecho pacto con él de entregarle el alma, como le hiciese Papa. ¿No se conoce en esto, que no había extravagancia ni quimera que no inventase el odio a fin de infamarle? Y nótese también, que estas dos opiniones se destruyen una a otra en cuanto a la certeza: quiero decir, si era opinable que el diablo le había ahogado, no era cierto que le había quitado la vida el veneno. ¿Pues cómo, sin ser cierto, se cree un hecho tan atroz? ¿No es grave injuria creer del próximo [214] un delito grave, que no es cierto? ¿Qué debemos discurrir, sino que aquel delito le inventó el odio de unos, y le hizo creer el odio de otros?

§. XLI

89. {Enrico Octavo, y Ana Bolena}Lo propio que a Alejandro Sexto sucedió por su camino a Enrico Octavo de Inglaterra, y a su concubina más que Esposa, Ana Bolena. Fueron estos dos Personajes Autores de grandes males. Tan notoria es la deshonestidad de Ana Bolena, como la incontinencia de Enrico. Este, arrastrado de una torpe pasión por aquella, repudió inicuamente a la virtuosa Reina Catalina; y aquella, no sólo fue cómplice en el injusto divorcio; pero después también convencida de adulterio. Esto basta para que aún mirados los dos precisamente por el lado de la incontinencia, quede a todos los siglos odiosa su fama. Pero Nicolao Sandero, queriendo por un indiscreto celo colocar la torpeza de los dos en lo sumo, confundió lo cierto con lo increíble; a que se siguió, que mucho vulgo del Catolicismo creyese lo increíble como cierto.

90. Dice Sandero, que el amor de Enrico a Ana Bolena no solo fue ilícito, sino enormísimamente incestuoso, porque mucho antes había tenido trato torpe no sólo con su madre, mas también con una hermana suya llamada María. Añade, que Ana Bolena (según el testimonio de su propia madre) era hija del mismo Enrico. A cuyo propósito refiere que esta infeliz mujer nació después de dos años de ausencia de Tomás Boleno marido de su madre, en la Corte de París, adonde Enrico le había despachado con una Embajada, y que volviendo Boleno a Londres quiso repudiar a su mujer; pero el Rey interpuso su autoridad para impedirlo, y la adúltera confesó al marido que era hija del Rey la niña que hallaba en su casa. Según cuya relación, el comercio de Enrico Octavo con Ana Bolena fue por tres capítulos gravísimamente incestuoso.

91. Por lo que mira a Ana Bolena, representa en ella desde la tierna edad una infame prostituta; pues cuenta [215] que a los quince años entregó vilmente su cuerpo a dos Oficiales de la casa de su padre: Que luego pasó a Francia, donde su imprudencia fue tan pública y tan escandalosa, que por oprobio la llamaban públicamente la Yegua Anglicana: Que después se introdujo en el Palacio del Rey de Francia Francisco I, y este Príncipe incurrió la nota universal de servirse de la prostituta Anglicana para el deleite torpe: Que vuelta a Inglaterra y admitida como doméstica en Palacio, se enamoró de ella Enrico; pero nada pudieron recabar sus porfiadas solicitaciones, porque Ana, fingiéndose una recatadísima doncella, y haciendo servir las apariencias de honesta a los designios de ambiciosa, siempre respondió resueltamente al Rey, que sólo quien fuese su esposo había de ser dueño de su virginidad: con que el desdichado Enrico, ciego de Pasión, tentó y ejecutó el divorcio con la Reina Catalina para casarse con Ana.

92. Nada hay en toda esta narración que no sea, ó muy difícil ó absolutamente quimérico. El triplicado incesto de Enrico es tan irregular y tan horrible, que no se puede asentir a él sin pruebas más claras que la luz del Sol. Que a su noticia no llegase mientras duró el galanteo, la deshonesta vida de Ana Bolena, habiendo sido parte en ella con notoriedad pública el Rey de Francia, no es creíble; porque los desordenes de los Príncipes, siendo públicos en sus Cortes, al instante pasan a las Extranjeras, y especialmente si están cercanas como la de Londres a la de París. Tampoco es creíble que sabiendo después Enrico que Ana le había engañado en vendérsele por doncella, cuando ya había desahogado los primeros ímpetus del apetito, no la aborreciese y apartase de sí por lo menos: Enrico, digo, tan delicado en esta materia que repudió a su cuarta esposa Ana de Cleves, solo porque supo que antes de casarse con él había sido prometida a otro en matrimonio. Según la Cronología de los Historiadores Ingleses, tropieza esta narración no sólo en la inverosimilitud, más aún en la imposibilidad; pues dicen que Ana Bolena nació el año de 507: Que Enrico fue coronado Rey [216] el de 509: Que el de quinientos catorce fue Ana Bolena conducida a Francia en servicio de la Reina Claudia, hermana de Enrico VIII, y Esposa de Francisco I: Que Tomás Boleno no fue por Embajador a Francia hasta el año de 515. La vuelta de Ana Bolena a Londres la colocan entre los años de 525, y 527. De esta cuenta resultan dos contradicciones manifiestas a la narración de arriba. La primera, que no pudo Ana Bolena cometer en la edad de quince años, y antes de ir a Francia, las torpezas que la atribuye Sandero con los Oficiales de la casa de su padre; pues de ocho años salió para Francia, y no volvió a Inglaterra hasta los diez y ocho o veinte de edad. La segunda, que Ana Bolena nació, no solo antes que Tomás Boleno fuese a la Embajada de Francia, pero antes que pudiese ser Embajador del Rey Enrico: pues Enrico fue coronado el año de 509, y dos años antes había nacido Ana Bolena. En fin, sea lo que fuere de la Cronología Anglicana, varios Autores Católicos, como Natal Alejandro en el octavo Tomo de la Historia Eclesiástica, y el Padre Orleans en el segundo de las Revoluciones de Inglaterra, disienten a la relación de Sandero. [217]

{(a) Aunque la Cronología que en este número citamos, como de Autores apasionados puede hacerse sospechosa en el asunto; pero en cuanto a descargar a Enrico VIII de los horrendos incestos que Sandero le atribuye, y a Ana Bolena de sus torpísimas disoluciones antes de casarse, no disienten a los Escritores Ingleses muchos sinceros Católicos. Moreri insinúa, que sobre este artículo no merece Sandero mucha fe. El Obispo Bosuet, que en el primer Tomo de las Variaciones de los Protestantes, dice todo el mal que justamente pudo decir de Enrico, y Ana, sin callar las liviandades de esta, siendo casada; ni la más leve insinuación hace de las otras maldades; siendo así que la noticia de ellas hacía mucho a su propósito. El Padre Orleans en su Historia de las Revoluciones de Inglaterra, lib. 8. al año 1528, habla sobre el asunto lo siguiente: «Sandero refiere cosas sobre el nacimiento y conducta de Ana, antes que fuese amada de Enrico, que no son fáciles de creer, ni se fundan en buenas pruebas. Que ella fue hija de Enrico; que tuvo una hermana, de quien este Monarca abusó; que se prostituyó casi desde la infancia al Mayordomo, y al Limosnero de Tomás de Boleno, que era reputado por su padre; que habiendo pasado a la Corte de Francia, Francisco Primero y sus Cortesanos de tal modo la deshonraron que públicamente la daban nombres infames; son cosas contra que con algún derecho reclaman los Autores Protestantes.»}

§. XLII

93. {Mariscal de Ancre}La suerte ha querido que los últimos trozos de Historia que insertamos en este Discurso, todos sean a favor de algunos famosos delincuentes. Apenas Valido alguno, desde Seyano hasta nuestro tiempo, fue tan universalmente detestado, ni con tantos motivos si se atiende al proceso que se le hizo, como el Mariscal de Ancre, llamado Concino Concini, Florentin, que pasó a Francia con la Reina María de Médicis, y con su favor durante la Regencia, ascendió a los primeros cargos de aquella Corona, llegando a ser absoluto dueño de toda la Monarquía. Su insolencia, su ambición, su crueldad, su avaricia fueron causa de que luego que entró Luis Terciodécimo en el gobierno, se tratase de quitarle la vida: y no atreviéndose a ejecutarlo con forma judicial y regular, por el grande poder y muchas criaturas que tenía; a uno de los Capitanes de las Guardias, Vitri, se dio comisión para matarle como mejor pudiese, lo que fue ejecutado a pistoletazos sobre el puente del Louvre, cogiéndole desprevenido. El furor del Pueblo mostró bien el implacable y rabioso odio que profesaba al difunto Valido. Tumultuariamente arrancaron del Templo su cadáver, pusiéronle pendiente de una horca que el mismo Mariscal había levantado para ahorcar a los que murmurasen de él: luego descolgándole, le arrastraron por calles y plazas; dividiéronle en varios trozos; y hubo quienes compraron algunas porciones para conservarlas como un monumento precioso de la venganza pública. Dicen, que las orejas fueron vendidas a bien alto precio. El gran Preboste que acompañado de sus Arqueros quiso [218] contener el populacho, hubo de cejar; porque le amenazaron que le enterrarían vivo si se adelantaba más un paso. Arrojaron las entrañas en el río, quemaron una parte del cuerpo delante de la estatua de Enrico el Grande sobre el puente nuevo; y algunos cortando pedacitos de carne y turrándolos en la misma hoguera, se los comieron. Uno ostentó su rabia arrancando y comiendo públicamente el corazón. Otro, cuyo vestido mostraba ser hombre de obligaciones, entrando la mano en el cadáver y sacándola bien ensangrentada, la llevó a la boca para chupar la sangre. Nunca el odio de algún Pueblo llegó a tal grado de fiereza. Después de muerto le hicieron la causa que no se atrevieron a hacerle cuando vivo: sobre que atendidas las disposiciones e instrumentos que se presentaron, le declararon no solo reo de lesa Majestad, mas también de profesión Judaísmo, y de pacto con el demonio. Poco después a su mujer Leonor de Galligai cortaron la cabeza, y quemaron por los mismos crímenes.

94. Con todo esto no ha faltado quien quisiese justificar al Mariscal de Ancre, y no alguno que fuese hechura suya, ni paisano, ni por otro algún vínculo coligado con él, sino un Francés, Par y Mariscal de Francia, Francisco Annibal, Duque de Etré, hombre famoso por sus hazañas Militares y por sus Embajadas, y muy instruido en los negocios de aquel tiempo. Este, en las Memorias que escribió de la Regencia de María de Médicis, atribuye a mera infelicidad la tragedia del Mariscal de Ancrel; celebra sus buenas prendas; dice que era naturalmente inclinado a hacer bien; que por esto había muy pocos que le quisiesen mal; que era dulce en la conversación; y si bien confiesa que tenía designios altos y ambiciosos; pero añade que los ocultaba profundamente: En fin, que se le oyó decir muchas veces al Rey, que le habían muerto sin orden ni noticia suya.

95. Verdaderamente pasman estas contradicciones en la Historia. El Mariscal de Etré es testigo superior a toda excepción. Conoció al de Ancre. En caso de que recibiese de él [219] algún beneficio, no pudo ser muy señalado; porque sus mayores ascensos y muy correspondientes a su mérito, los obtuvo en el Reinado de Luis Terciodécimo. ¿Qué diremos pues? En estos encuentros toma la crítica el arbitrio de cortar por medio. Es de creer que el de Ancre incurrió el odio público, ya por su supremo valimiento, que por sí es bastante para hacer a cualquiera mal visto, ya por la circunstancia de extranjero, que junta con el poder, casi siempre produce en los que obedecen ojeriza e indignación; ya en fin, porque abusase en unas operaciones de su autoridad. Pero los más atroces crímenes de su proceso se puede hacer juicio que aunque constaron de los Autos, los inventasen sus enemigos; pues entre tantos millares de ellos y tan rabiosos, no faltarían quienes depusiesen contra la verdad y contra la conciencia cuanto les dictase la saña.

§. XLIII

96. {Urbano Grandier, y Energúmenas de Loudun}Salga el último al Teatro el Francés Urbano Grandier, Cura, y Canónigo de Loudun en la Provincia Pictaviense, cuya tragedia ha dado y aún hoy de mucho que decir dentro y fuera de la Francia. Fue este hombre de más que medianas prendas, gentil presencia, bastantemente docto, Orador elocuente; pero amante, y aún amado del otro sexo con alguna demasía. O sus prendas, ó sus vicios, ó ambas cosas juntas le concitaron muchos y poderosos enemigos; si bien más debe discurrirse hacia lo primero; porque por lo común más guerra hace a los hombres la envidia por lo que tienen de bueno, que el celo por lo que tienen de malo. Sucedió que todas las Religiosas de un Convento de Loudun parecieron Energúmenas. No sé qué visos hallaron ó fingieron los enemigos de Grandier para atribuirle aquel daño. En efecto hicieron pasar la noticia al Cardenal de Richelieu, Rey entonces de la Francia con el nombre de Ministro, acusando a Grandier de hechicero y autor de la posesión de aquellas Religiosas. Tenía el Cardenal más de un motivo para desear la ruina de Grandier. Había tenido, cuando no era más que Obispo [220] de Luzón, un encuentro algo pesado con él; pero lo que le tenía más irritado contra Grandier, fue la noticia que le dieron los mismos acusadores del crimen de hechicería, de que este Eclesiástico había sido Autor de una sátira, intitulada la Cordonera de Loudun, muy injuriosa a la persona y nacimiento del Cardenal. Decretó este que luego se procediese a la pesquisa sobre la posesión de las Monjas, y hechicería de Grandier; pero salvando, ó el color ó la realidad de una justicia exacta. Señaláronse doce Eclesiásticos por Jueces en la causa, los cuales hecha la pesquisa condenaron a ser quemado vivo al desdichado Grandier, y se ejecutó la sentencia; en cuyo terrible acto mostró el reo mucha paciencia, cristiandad, y constancia. [221]

{(a) Por equivocación se dijo, que todas las Religiosas de un Convento de Loudun parecieron Energúmenas. Fueron tenidas por tales algunas, ó muchas de aquel Convento; mas no todas.

Nota

2. Es tan ameno y curioso por la variedad de noticias, y oportunidad de advertencias el Discurso que sobre la incertidumbre de la Historia hizo el Marqués de San Aubin en el primer libro, cap. 6. del Tratado de la Opinión, de la primera Edición, que me pareció haría un presente muy acepto a los muchos Lectores, que ó ignoran la lengua Francesa, ó carecen de aquella Obra, dándoles aquí traducido dicho Capítulo; lo que hará una Adición muy considerable y preciosa a nuestro Discurso de Reflexiones sobre la Historia. Así pondremos aquí dicha traducción; pero notando lo primero, que la desnudaremos del embarazo de las citas: Lo segundo, que omitiremos algunos pasajes que coinciden con otros nuestros de noticias dadas, ya en el Escrito original, ya en las adiciones: Lo tercero, que haremos una, u otra Nota crítica sobre tal cual pasaje que nos parezca merecerla.

Traducción
Del Capítulo sexto del libro primero del Tratado de la Opinión.
La poca verdad que se puede esperar de la Historia
§. I

3. Es una reflexión muy juiciosa de Plutarco en la Vida de Pericles, que es muy difícil ó aún imposible de discernir lo verdadero [221] de lo falso por medio de la Historia; porque si esto se escribió muchos siglos después de los sucesos, tiene contra sí la antigüedad que le impide el conocimiento de ellos; y si se escribió viviendo los sujetos de quienes trata, el odio, la envidia, ó la adulación es de creer movieron al Escritor a corromper y desfigurar lo verdadero.

4. ¿No es verisímil, que los Historiadores han lisonjeado a su Nación? ¿Que han callado, ó hablado con negligencia de aquellos sujetos cuya posterioridad estaba extinguida, ó reducida a un estado obscuro?

¿Y que al contrario han procurado elevar los nombres, ó ascendientes de aquellos de quienes podían esperar alguna recompensa? Son muchos los motivos, que hay para alterar la verdad. Por más que Tácito proteste su perfecta desnudez de odio, ó benevolencia, el lector desconfiado dará más crédito a Estrada, que dice que para ser buen Historiador, sería preciso no tener Religión alguna, no tener patria, no ser de alguna profesión, no seguir algún partido; lo que coincide con no ser hombre.

5. Sería mucha simpleza, dice S. Real, estudiar la Historia con la esperanza de descubrir las cosas pasadas. Lo único a que se puede aspirar, es a saber qué es lo que creen tales y tales Autores; y no tanto se debe buscar la Historia de los hechos, como la Historia de las opiniones de los hombres. Cliol, aquella Musa que preside a la Historia, viene a ser una prostituta que sin reserva se entrega al primero que viene, por cualquiera recompensa.

6. Veleyo Patérculo, adulador indigno de Tiberio, y de Seyano, más propiamente compuso un Panegírico que una Historia. Zozimo se dejó arrastrar de su pasión contra Constantino. Eusebio aduló en todo a este Emperador. Tito Livio favoreció abiertamente el partido de Pompeyo. Dion fue muy parcial de Cesar.

7. La Historia es un presente, que solo se debe hacer a la posteridad. El Bocalino aconseja que solo se escriba lo que se ha visto, y que no sé de al público hasta que esté muerto el Autor. Aún suponiendo la imparcialidad, la cual sin embargo no se debe esperar, cada Escritor ajusta la Historia a su particular carácter. Salustio es moral, Tácito político, Tito Livio supersticioso y Orador. Todos no quieren manifestar las causas de los sucesos, ignoradas no solamente de los contemporáneos, mas aún de aquellos mismos que tuvieron algún manejo en los negocios. [222]

8. La Grecia era tan fértil en Historiadores, que una misma batalla fue referida por más de trescientos Autores. Luciano compara la pasión de los Griegos por escribir Historia a la enfermedad epidémica de los Abderitanos, que tenía mucho de locura.

9. Toda la Historia antigua fue casi enteramente desfigurada por los Poetas, que hicieron una continua mixtión de sus ficciones con la verdad; como se puede ver en la Historia de Júpiter, y de toda la familia de Titanes; en las de Isis, de Dido, de Hércules; en la expedición de los Argonautas, en el Sitio de Troya, y otros muchos ejemplos.

La Historia siguió el genio de los Pueblos
§. II

10. Es bien fácil de conocer que la Historia se ha conformado más al genio de los Pueblos que a la verdad, ó importancia de los sucesos. Toda esta ciencia de la Historia, cual la tenemos, es fruto del gusto que tuvieron los Griegos en escribir y relacionar. La Historia de la antigüedad no nos ha comunicado, sino sólo aquello que hacía relación a los Griegos, y a los Romanos que los imitaron después. Porque sin hablar de los Países descubiertos en estos últimos siglos, de los Imperios de México, y del Perú, tan extendidos, tan poblados, tan magníficos, y opulentos, cuya Historia ignoramos; la de los otros Pueblos no fue extraída del olvido, sino en cuanto tenía alguna conexión con las Historias Griega, y Romana. La Historia profana casi no ha hablado cosa de los Judíos, y en lo poco que habló cometió errores groseros. Apenas se hubiera escrito algo de los Antiguos Galos, que extendieron sus Conquistas y Colonias casi por todo el mundo antiguo, si no hubieran dado ocasión a ello con el pillaje de algunos Templos de la Grecia, y con las Guerras ya ofensivas, ya defensivas que tuvieron con los Romanos. Los cuatro célebres Imperios de Asirios, Persas, Griegos, y Romanos no igualaron ni en la duración ni en la extensión de sus Conquistas a otras cuatro Potencias, de que en parte tenemos poquísima noticia; esto es, de los Cainos, Seitas, Arabes, y Turcos [223] {(*) No parece que están bien calculados el poder y extensión de estas Potencias, cuando se dice que cada una de las cuatro últimas excedió a la Romana}. No obstante la obscuridad de la Historia, sin temor afirmaré que el Reino de la China excede al de Asiria en la duración, en la prudencia de su gobierno, en número de habitadores, y en la extensión de límites: Que las Conquistas de Almanzor, que comprendieron la Arabia, Egipto, todos los Países Septentrionales de la Africa, hasta el Océano Occidental, y casi toda España, se extendieron más que las de Ciro: Que las Conquistas de Alejandro no pueden compararse con la del Tamerlán {(**) Es muy incierto, que el Tamerlán extendiese más sus Conquistas que Alejandro; y la enumeración de ellas, que pone luego el Autor, no es conforme a la Relación que hace Herbelot, Autor versadísimo en las Historias Orientales}. Este Conquistador sometió una porción de la China, abrió paso por la Tartaria y la Moscovia para salvar al Emperador de Constantinopla, y triunfar de Bayaceto, y de vuelta se agregó la dominación de la Siria, la Persia, y las Indias.

11. Es notable la carestía que padecemos de Historia sobre aquellos numerosos enjambres de Pueblos poderosísimos y animosísimos que salieron de la Escitia Septentrional; y debajo de diferentes nombres desmembraron todo el Imperio Romano en el Occidente, muchos siglos antes que los Turcos originarios de la Escitia Oriental, y de las orillas del Mar Caspio, llamados, ó por los Emperadores de Constantinopla, ó por los Reyes de Persia (porque los Historiadores no están concordes sobre este hecho) estableciesen sobre las ruinas de los Imperio Romano, y Arabe una Potencia más formidable que lo fue jamás la Romana {(***) Está muy hiperbólico aquí el Autor; pues es cierto que bien lejos de superar la Potencia Turca a la Romana considerada en su mayor grandeza, no domina Constantinopla, ni aún la tercera parte de los Países que estuvieron sujetos a Roma}. La Historia de todos estos Pueblos tan belicosos y formidables es muy poco conocida.

De la pasión por lo admirable
§. III

12. El amor de lo admirable es uno de los escollos de la Historia. Algunos Historiadores tienen la complacencia de referir [224] hechos increíbles, como si con los falsos prodigios que refieren les tocase parte de la admiración que producen en los lectores crédulos.

13. Esta pasión por lo prodigioso fue causa de inventar tantos hechos extraordinarios, Justino refiere que después de la derrota de los Persas en la batalla de Maratón, Cinegiro Ateniense, persiguiendo a los vencidos que se arrojaban atropelladamente a sus bajeles, asió uno de estos sucesivamente con una y otra mano, las cuales, siendo cortadas por los enemigos, detuvo el bajel, haciendo presa en él con los dientes.

14. Plutarco cuenta, que Pirro siendo herido en la cabeza en un combate con los Mamertinos, y obligado por la herida a salir de la refriega, volvió a ella contra la resistencia de los suyos, irritado de las bravatas con que le provocó uno de los enemigos de estatura agigantada, a quien lleno de indignación, descargó la espada sobre la cabeza con tanta fuerza que dividiendo el cuerpo de arriba abajo en dos partes, al momento cayeron cada una por su lado.

15. Procopio escribe, que en una hambre de dos mujeres que daban hospedaje a los pasajeros, comieron diez y siete hombres; y en Mafeo se lee que un Soldado Portugués, habiéndosele acabado las balas en la pelea, se arrancaba los dientes para cargar el mosquete con ellos, y dispararlos a los enemigos.

Obligaciones de la Historia
§. IV

16. La Historia no debe parecerse a la Pintura que procura hermosear el natural. Un bello rasgo, como nota el Padre Orleans, naturalmente pasa de la imaginación a la pluma. Con esto se ilustra un Héroe; pero padece la verdad, que es el carácter esencial de la Historia.

17. ¿Quién ignora, dice Cicerón, que la primera ley de la Historia es no tener audacia para escribir mentira alguna, ni carecer de valor para decir cualquiera verdad; y que el Historiador debe evitar cuanto pueda la sospecha de estar poseído de amor u odio? Polibio había dicho antes de Cicerón, que no es menos mentiroso el Historiador que suprime verdades, que el que escribe fábulas. [225]

Sinceridad de algunas Historias
§. V

18. Ajustóse Polibio con exactitud a la máxima suya, que acabamos de proponer. Procede este Escritor en su Historia tan distante de toda disimulación, que nota los yerros cometidos por su padre Licortas. Tucídides nada omitió de cuanto podía ser glorioso a Cleón, y Bracidas, por cuya negociación había sido desterrado de Atenas.

19. Tito Livio habló honoríficamente de Bruto, y Casio, enemigos de Augusto, debajo de cuyo imperio escribía; y hizo pasar a la posteridad los matadores de Cesar con la opinión de sujetos virtuosos. Grocio dio una esclarecida muestra de su sinceridad en su Historia de los Países Bajos; hablando de Mauricio de Nasau con tanta indiferencia, como si no hubiese sido rigurosamente perseguido por este Príncipe.

20. Por un pasaje de Plutarco se colige que antiguamente los Autores no se creían suficientemente instruidos para escribir la Historia, si no había viajado en los Países que habían sido teatros de los sucesos. Polibio se preparó para escribir su Historia, viajando por todo el mundo conocido en su tiempo. Salustio pasó el mar, a fin de conocer por sí mismo el teatro de la guerra de Yugurta. Juan Chartier asegura, que de orden de Carlos VII se halló presente a las más importantes Expediciones de este Príncipe, para ser testigo de los hechos que debía escribir.

21. En la Etiopía, en Egipto, en Caldea, en la Persia, en la Siria sólo a los Sacerdotes se confiaba el cuidado de la Historia, y depósito de los Anales. Numa había encomendado a los Pontífices escribir la Historia en los registros públicos. Estos registros fueron quemados por la mayor parte cuando los Galos tomaron a Roma. En la China la intendencia de la Historia se daba a los Magistrados. Todos estos registros públicos estaban llenos de imposturas, ya con el fin de establecer el culto de los Dioses falsos, ya por adular a los Príncipes, ya por acomodarse al gusto y vanidad de la Nación. [226]

Historiadores llenos de fábulas
§. VI

22. Herodoto, a quien llaman Padre de la Historia, fue reputado en la antigüedad por muy fabuloso. Estrabón, Quintiliano, y Casaubon no dan más fe a Herodoto, que a Homero, Hesiodo, y a los Poetas trágicos. Luciano en su viaje al Infierno vio a Herodoto que era atormentado en compañía de otros que como él habían engañado a la posteridad.

23. Plinio da a Diodoro el honor de haber sido el primer Historiador entre los Griegos que escribió seriamente, y se abstuvo de fábulas. Luis Vives al contrario siente, que Diodoro fue un Escritor fabuloso y nada sólido. El mismo Diodoro trata de fabulosos todos los Escritores que le precedieron.

24. Los sabios están divididos sobre la Ciropedia de Jenofonte. Muchos siguen el dictamen de Cicerón, que contempló esta Obra no como una Historia, sino como un retrato hecho de invención para representar un Príncipe perfecto. No obstante, parece que el día de hoy prevalece la opinión opuesta, que mira a la Ciropedia como Historia verdadera.

25. Asinio Polión sentía, que los Comentarios de César no estaban escritos con mucha diligencia ni con mucha sinceridad; y Vosio hace mención del raro encaprichamiento de un hombre que le dijo, que después de haber meditado prolija y fuertemente la materia; había compuesto un libro, donde invenciblemente probaba que jamás César había pasado los Alpes, y que era falso cuanto se contenía en sus Comentarios sobre la guerra de las Galias. Procopio en su Historia colmó de elogios al Emperador Justiniano, a su mujer la Emperatriz Teodeora, a Belisario, y a su mujer Antonina; pero en sus Anécdotas las ultrajó con una cruel maledicencia. El Aretino se jactaba de ser árbitro de la reputación de los Príncipes, dispensando entre ellos los elogios y los vituperios, según eran liberales ó escasos con él. Cuéntase, que habiendo Carlos V, de vuelta de la expedición de Túnez regalándole con una cadena de oro, dijo al recibirla: Por cierto, que es un bien corto presente para que yo hable bien de una empresa tal mal concertada.

26. Los monumentos mismos no son fiadores seguros de la verdad [227] de los hechos. Aún el mármol y el bronce mienten algunas veces. En el Arco triunfal de Tito la inscripción destinada a celebrar la Conquista de Jerusalén, testifica que antes de aquel Emperador nadie había tomado, ni aún osado sitiar aquella Ciudad. Sin embargo, fuera de constar lo contrario de la Sagrada Escritura, Cicerón en una de sus Cartas a Attico llama a Pompeyo nuestro Jerosolymitano, porque nadie ignoraba en Roma que Jerusalén era una de las Conquistas de Pompeyo.

De las crónicas antiguas
§. VII

27. Si los Historiadores de primer orden, y los monumentos son sospechosos, ¿qué diremos de nuestras antiguas Crónicas? Que son unas míseras novelas, atestadas de fábulas. Este es el sentir de un célebre Académico. Después que las Naciones feroces del Norte derramaron por todas partes su ignorancia y su barbarie, los Historiadores degeneraron en Novelistas. Entonces empezaron a mirarse como lo sublime de la Historia los hechos increíbles y aventuras prodigiosas. Telesino, que se dice haber vivido a la mitad del sexto siglo, debajo del Reino de Artus; y Melchino, que es algo menos antiguo, escribieron la Historia de la Gran Bretaña, patria suya, del Rey Artus, y de la Tabla redonda, desfigurándola con mil fábulas. Lo mismo se debe decir de Hunibaldo Franco, que algunos creen contemporáneo de Clodoveo; pero que en la verdad es mucho más moderno, cuya Historia no es más que un tejido de mentiras rudamente imaginadas. Tal es también la Historia que pareció debajo del nombre de Gildas, Religioso del País de Gales, que refiere tantas maravillas del Rey Artus, de Perceval, de Lanceloto, y otros muchos. La juiciosa Historia antigua, rectificada con un gran número de observaciones muy útiles, y una Historia de nuestro tiempo más castigada y correcta. Mas aunque nuestros Historiadores escriben con más reserva y exactitud, es cierto que no podemos conocer los caracteres de los hombres y los motivos de los sucesos, sino por las memorias de los que manejaron principalmente los negocios. [228]

Pirronismo excesivo sobre la Historia
§. VIII

28. Carlovicio, que tuvo parte en los principales negocios de su tiempo, leyendo la Historia de Sleidan, y hallando tan desfigurada la verdad de los sucesos, dijo que aquella Historia le inclinaba a no dar asenso a otra alguna, ni de las antiguas ni de las modernas. El Autor de la Religión del Médico (Tomás Brown Inglés), habla así de la Historia: Yo no doy más asenso a la relación de las cosas pasadas, que a la predicción de las futuras. Es así que los hombres por la mayor parte están dispuestos a propasar, ya la credulidad, ya el pirronismo.

29. «Se guisa la Historia (dice Monsieur Baile) casi como los manjares en la Cocina. Cada Nación los prepara a su modo; de suerte, que una misma cosa se adereza de tantos modos diferentes, cuantos Países hay en el mundo; y casi todos los hombres hallan más gratos aquellos a que se acostumbraron. Tal es, con poca diferencia, la suerte de la Historia. Cada Nación, cada Secta, tomando los mismos hechos crudos, digámoslo así, donde pueden hallarse, los adereza ó sazona conforme a su gusto; y después a cada lector parecen, ó verdaderos ó falsos, según convienen ó repugnan a sus preocupaciones. Aún puede extenderse más la comparación; porque como hay ciertos manjares absolutamente incógnitos en algunos Países, y a los cuales los moradores de ellos no querrían arrostrar de cualquier modo que los sazonasen; así hay hechos que no son creídos sino de tal Nación, ó tal Secta; los demás los tratan de calumnias y de imposturas {(*) El Pirronismo de Bayle debe reprobarse aún con más razón que el de otros Autores; porque envuelve mucho de malicia heretical}.»

29. Muchos Historiadores por varios motivos transmiten a la posteridad algunos hechos, a los cuales ellos mismos no dan asenso. Plura scribo, quam credo, dice Eneas Silvio en su Historia de Bohemia. [229]

Relaciones de Batallas que parecen increíbles
§. IX

30. Las Relaciones de muchas Batallas contienen circunstancias que parecen increíbles. Plutarco cuenta que Marco Valerio ganó una batalla contra los Sabinos, en la cual les mató trece mil hombres sin perder ni uno de los suyos. Y Diodoro Sículo atribuye la misma felicidad a los Lacedemonios en un choque contra los Arcadios, a quienes degollaron diez mil sin perder un hombre; porque se verificase la predicción de un Oráculo, de que aquella guerra no costaría a Esparta ni aún una lágrima sola.

31. En la victoria que el Cónsul Fabio Máximo logró sobre los Allobroges, y Auveñacos, no hubo más que quince muertos (Apiano lo dice) de parte de los Romanos, y quedaron ciento y veinte mil Galos postrados en el campo de batalla; añadiéndose a la derrota otros ochenta mil, que fueron parte conducidos a Roma prisioneros, parte sumergidos en el Ródano.

32. Sila dejó escrito en sus Memorias, que en el combate de Cheronea, en que derrotó a Archelao, Lugarteniente de Mitrídates, murieron ciento y diez mil de los enemigos, y solo doce de los Romanos. En las mismas Memorias refiere Sila, que en la batalla que dio al Joven Mario, sin perder más que veinte y tres hombres mató al contrario veinte mil, y hizo ocho mil prisioneros.

33. En la Vida de Lúculo, escrita por Plutarco, se lee que en la batalla que tuvo este Caudillo contra Tígranes en Tigranocerta, toda la Caballería de este Rey, y más de cien mil hombres de a pie fueron pasados al filo de la espada, quedando en el campo sólo cinco Soldados de Lúculo; ni los heridos pasaron de ciento.

34. Alejandro de Alejandro escribe, que Pompeyo en una batalla contra Mitridates no perdió más de veinte Solados, habiendo caído de la parte del Rey más de cuarenta mil.

35. En la batalla de Chalón, entre el Conde Aecio, y Teodórico, Rey de los Visigodos, de una parte, y Atila, Rey de los Hunos, de la otra, donde Teodórico fue muerto, algunos Autores hacen subir el número de los muertos de los dos Ejércitos a trescientos mil. Los Historiadores convienen por lo menos en ciento y sesenta mil, sin contar quince mil, tanto Franceses, como Gepidas, que habiéndose encontrado la noche que precedió al combate se batieron en la obscuridad con tanto furor, que ni uno de todos ellos quedó vivo. [230]

36. Hay Autores, que sobre la fe de Paulo Diácono, y Anastasio Bibliotecario, ponen el número de trescientos y sesenta y cinco mil a la pérdida que tuvieron los Sarracenos en la batalla de Poitiers: lo que parece fabuloso, dicen los juiciosos Autores de la Historia de Languedoc. Algunos, para hacer esta circunstancia verosímil, han pretendido que se comprendiesen en este gran número de muertos las mujeres, los hijos, y los esclavos. Pero Valois ha hecho ver, que en esta irrupción no pasaron los Pirineos sino los Soldados. Mezerai dice, que el Ejército de los Sarracenos no se componía sino de ochenta a cien mil hombres.

37. El año de 891 el Emperador Arnulfo ganó una victoria tan completa sobre los Normandos, que de cien mil de estos no se salvó ni uno solo; sin que muriese ni uno del partido Imperial. (Cita el Autor la Historia del Mundo de Chevreaux, lib. 5.).

38. En la batalla de los tres Reyes de Aragón, Navarra, y Castilla contra los Moros, Mariana, siguiendo todas las Crónicas, dice que fueron muertos doscientos mil Moros, pereciendo solos veinte y cinco de los Cristianos {(*) No debió el Autor comprender el suceso de la batalla de las Navas entre los que reputa increíbles, por haber sido aquella victoria milagrosa; puesto lo cual, nada tiene de increíble ó inverosímil grande mortandad de los Infieles, y la levísima de las Tropas Cristianas}. En la de Tarifa murieron también doscientos mil Infieles, y de los Cristianos sólo veinte.

39. Carece de toda verosimilitud lo que los Historiadores refieren de las victorias de los Príncipes Normandos en Sicilia, que no quedó ni uno vivo de trescientos mil Sarracenos deshechos por Rugero: que los hijos de Tancredo, con setecientos Caballos y quinientos Infantes batieron el Ejército del Emperador de Constantinopla, compuesto de sesenta mil hombres. Pero todo lo dicho es nada en comparación de lo que cuenta Nizetas en la Historia del Emperador Alejo, que en el sitio de Constantinopla un Franco solo puso en fuga todo un Ejército de Griegos.

40. Luciano trata de increíbles y ridículas todas las circunstancias de un número de muertos tan desproporcionado. Pueden aplicarse a muchos rasgos de Historia las siguientes palabras de Tito Livio [231] sobre una particularidad asombrosa que se decía haber sucedido en la toma de Veyes. «Estos incidentes (dice), más propios para la Escena que para la Historia, no quiero afirmarlos ni refutarlos; basta saber lo que publicó entonces la fama.»

Diversidad de opiniones sobre muchos hechos famosos
§. X

41. Metrodoro Lampsaceno, sin la mayor perplejidad afirma que todos los Héroes de que en la Ilíada hace mención Homero, Agamenón, Aquiles, Héctor, Paris, Eneas, son personajes ficticios que no existieron jamás.

42. Algunos Autores aseguran que no fueron robadas por los Romanos más de treinta Sabinas. Valerio Antias, y Dionisio Halicarnaseo suben el número a quinientas y veinte y siete. Juba cuenta hasta seiscientas y ochenta y tres.

43. Tito Livio, Floro, Plutarco, Aurelio Víctor dicen que el Dictador Camilo deshizo y arrojó los Galos que habían tomado a Roma: Polibio, Justino, y Suetonio cuentan que habiendo hecho los Venetos una irrupción en el País de los Galos; éstos, con la mira de ocurrir a la defensa de su País, se compusieron con los Romanos, recibiendo de ellos cierta suma de dinero, con la cual, y con el botín que habían hecho, se retiraron, dejando libre a Roma.

44. Plutarco empieza así la vida de Licurgo: Nada se puede decir del Legislador Licurgo que sea referido con variedad por los Historiadores; porque hay diversas tradiciones sobre su origen, sobre sus viajes, sobre su muerte, y aún sobre sus Leyes, y sobre la forma de gobierno que estableció; pero aún hay más discordia sobre el tiempo en que vivió.

45. Herodoto, Diodoro, Trogo Pompeyo, Justino, Pausanias, Plutarco, Quinto Curcio, y otros muchos Autores hablaron de la Nación de las Amazonas. Estrabón niega que tal Nación haya existido jamás. Palefato es del mismo sentir que Estrabón. Arriano tiene por sospechoso cuanto se ha escrito de las Amazonas. Otros entendieron por Amazonas Ejércitos de hombres gobernados por mujeres guerreras: mostrando que estos ejemplos no son raros en la antigüedad; pues los Medos, y Sabeos obedecían a Reinas. [232] Semíramis comandó a los Asirios, Tomiris a los Escitas, Cleopatra a los Egipcios, Baudicea a los Ingleses, Zenobia a los Pasmirenos.

46. Apiano cree que las Amazonas no eran una Nación particular, sí que se daba este nombre a todas las mujeres que iban a la guerra de cualquiera Nación que fuesen. Algunos creyeron que las pretendidas Amazonas fueron unos Pueblos bárbaros que vestían ropas largas, raían la barba y se aliñaban, y usaban en la cabeza los mismos ornamentos que las mujeres de Tracia. Según Diodoro Sículo, Hércules, hijo de Alcmena, a quien Euristeo puso en el empeño de traerle la tahali de Hipólita, Reina de las Amazonas, fue a combatirlas sobre las orillas del Termodonte, y destruyó esta Nación guerrera.

47. No obstante, los rasgos más célebres de su Historia son más recientes que el Hércules Griego, ó hijo de Alcmena. Porque el robo de Antíope por Teseo excitó las Amazonas a emprender la guerra en que conquistaron toda la Attica, y camparon en la misma Plaza del Areopago. Pentesilea, Reina de las Amazonas, fue al socorro de Troya, y fue muerta por Aquiles; y mucho tiempo después Telstris, otra Reina de las Amazonas, acompañada de trescientas guerreras suyas vino a buscar a Alejandro en Hircania, a fin de tener posteridad de aquel Héroe.

48. Dion Crisóstomo dice que Herodoto pidió a los de Corinto alguna recompensa por las Historias Griegas que había escrito; pero habiéndole respondido que no querían comprar el honor con dinero, trastornó toda la relación de la batalla Naval de Salamina, cargando a Adimanto, General de los Corintios, de la infamia de haber huido desde el principio del combate con toda la Escuadra que comandaba.

49. Timoleón libró a Corinto su patria de la tiranía de Timofanes, su hermano. Plutarco cuenta la acción de este modo. Timoleón, con dos amigos suyos, celosos por la libertad fue a la casa de Timofanes; y habiéndole todos tres conjurado fuertemente para que depusiese la tiranía, no pudiendo obtener nada de él, Timoleón se retiró un poco, deshaciéndose en lágrimas, y en el mismo momento sus dos amigos, arrojándose sobre Timofanes le hicieron pedazos. Diodoro Sículo dice que el mismo Timoleón mató a su hermano en la plaza pública. El primer Historiador, para conciliar la naturaleza con el amor de la libertad, suaviza lo más que puede la [233] atrocidad de la acción. El segundo la exagera a fin de exaltar el celo de Timoleón por la patria. En medio de tantos escollos, del carácter, motivos, y pasiones de los Historiadores, la verdad naufraga, y no puede transitar a la posteridad.

50. Ciro muere tranquilamente en su lecho, según Jenofonte. Onesicrito, Arriano, Herodoto, Justino, Valerio Máximo afirman que Tomiris, Reina de los Masagetas, habiéndole vencido y hecho prisionero, le hizo morir y sumergir su cabeza en un vaso lleno de sangre humana, porque saciase, según decía la irritada Reina, la sed que siempre había padecido de aquel licor. Ctesias escribe que aquel Héroe fue muerto con la flecha que le disparó un Indiano. Diodoro, que fue hecho prisionero y crucificado por una Reina de los Escitas. Según Luciano, murió de dolor de que Cambises su hijo, pretextando un falso orden, había hecho morir a la mayor parte de los personajes más amados de Ciro.

51. Uno de los rasgos más famosos de la Historia Romana es la derrota de los Fabios en el combate de Cremera. Esta Tropa, compuesta de una familia sola, que Floro llama un Ejército Patriciano, fue toda hecha pedazos; y de trescientos y seis Fabios no restó más que un joven de catorce años, a quien su corta edad estorbó meterse en el empeño. Pocos hechos hay atestados más unánimemente que este, ni por mayor número de Autores. Tito Livio, Ovidio, Aurelio Víctor, Silio, y Festo le refieren con perfecta conformidad. Sin embargo Dionisio Halicarnaseo le refuta como enteramente fabuloso. Tito Livio coloca la muerte y fanática consagración de los dos Decios en las guerras contra los Latinos, y contra los Samnites. Cicerón en las que hubo contra los Etruscos, y contra Pirro.

52. El silencio de Polibio es una preocupación de muchos sabios contra todo lo que se ha dicho de Régulo, después de su cautiverio.

53. Aurelio Víctor refiere que sabiendo el Emperador Claudio II, que los libros de las Sibilas prometían grandes victorias y prosperidades al Imperio, si el principal del Senado se sacrificase por una muerte voluntaria; y ofreciéndose a ella generosamente el primer Senador, el Emperador no lo permitió, antes quiso y consiguió para sí la gloria de ser víctima por la grandeza de la patria, diciendo que a él le tocaba por ser Príncipe, ó Jefe del Senado. El mismo Autor añade que por esta acción magnífica se le erigió una estatua [234] de oro en el Templo de Júpiter, y un Busto también de oro en el Senado; y que el Senador que ofrecía su vida porque se lograse la predicción de las Sibilas se llamaba Pompeyo Baso. Ni Trebelio Polión, ni Eutropio dicen nada de todo esto, antes dejaron escrito que este Emperador murió de enfermedad.

54. Aquella ostentación de fortaleza heroica en la acción de cortar la lengua con los dientes en la tortura, se atribuye por Jámblico a Timica Pitagórica; por Tertuliano a la Cortesana Leena; por Valerio Máximo, Plinio, Diógenes Laercio, y Filón Judío al Filósofo Anaxarco; por San Gerónimo, en la Vida de San Pablo primer Ermitaño, a un Santo Mártir {(*) No hay dificultad en que esta acción heroica fuese ejecutada por diferentes sujetos, habiendo sido innumerables los que puestos en la tortura tuvieron algún motivo para ejecutarla}.

55. Unos dicen que Placidia hizo signar a su hermano el Emperador Honorio un Memorial por el cual concedía esta Princesa en matrimonio a uno de sus más bajos Oficiales; y quejándose ella después de esta indignidad a Honorio, el que negaba hacer concedido tal cosa; le mostró su firma con la cual le corrigió la facilidad que tenía en firmar Decretos que no leía; a cuyo fin le había hecho artificiosamente firmar aquel Memorial, diciéndole que contenía otra súplica muy diferente. Otros ponen este suceso en la cabeza de Pulcheria, que hizo signar a su hermano Teodosio el II un Memorial; por el cual consentía en vender por esclava a su mujer la Emperatriz Eudoxia.

56. No de otro principio, que la preocupación apasionada de los Historiadores nació la diversidad con que se refiere la muerte del Emperador Juliano Apóstata. Dicen unos que herido mortalmente de una flecha en la batalla que dio a los Persas; y sintiendo que se acercaba su muerte, rabioso y desesperado arrojaba su sangre cogida con las manos al Cielo, exclamando con encono a nuestro Redentor: Venciste, venciste, Nazareno. Otros, que tentando inútilmente arrancar el hierro se hirió la mano con él, y que en este estado se mandó llevar adonde se estaba peleando para animar a sus Soldados: que muriendo, dijo que daba gracias a los Dioses de haberle felicitado con una muerte gloriosa en la flor de su edad, y en el curso de sus victorias, antes que algún revés de la fortuna deslustrase [235] su gloria; añadiendo que mucho tiempo antes los Dioses le habían anunciado esta muerte {(*) Es visible la ficción gentílica en esta segunda opinión}.

57. Es muy sospechoso y muy incierto el suplicio de la Reina Brunequilda de quien se dice que por haber quitado la vida a diez Reyes, fue por Decreto de Clotario II arrastrada y despedazada a la cola de un caballo. Mariana, que trata esta Historia de pura fábula, dice que los Historiadores Franceses tenían una gran inclinación a creer y escribir acontecimientos extraordinarios, y que no sabe si acuse su simpleza ó su imprudencia. Pasquier refuta una por todas las acusaciones de que se ha cargado a esta Reina.

58. Están muy divididos los Historiadores sobre la causa de mudarse el nombre los Papas en su exaltación. Fr. Pablo Sarpi atribuye el origen a los Alemanes, cuyos nombres eran tan ásperos y disonantes a las orejas Italianas: costumbre, añade este Autor, que después conservaron los demás Papas, para significar que mudaban sus aficiones particulares y humanas en cuidados públicos y divinos. Platina pretende que Sergio II fue el primero que mudó el nombre; porque el que tenía era de malísimo sonido (señálale el Autor, pero no queremos copiarle en esta parte). Baronio desprecia esta razón, y atribuye el origen de esta práctica a Sergio III, que llamándose antes Pedro, por humildad se desnudó del nombre del Príncipe de los Apóstoles. Onufrio cree que Juan XXII dio este ejemplo por no conservar en el Pontificado el nombre de Octavio, que sonaba mucho al Gentilismo. Muchos son de dictamen que esta mudanza es una imitación de San Pedro, cuyo nombre de Simón mudó el Redentor en el de Cephas.

59. Aunque la fábula de la Papisa Juana haya sido ya refutada aún por los mismos Protestantes, y entre ellos muy de intento por David Blondel, no han faltado sujetos opinados de doctos que han querido establecer como verdadero un hecho tan fabuloso {(**) Ya hoy no se halla docto alguno que defienda esta quimera. Impúgnala demostrativamente Bayle, aunque Protestante, en su Diccionario Crítico}.

60. La institución de los Electores es materia muy contestada. Algunos la atribuyen a Carlos Magno. Blondo, Nauclero, y Platina [236] a Gregorio V, Maimburgo, y Pasquier a un Concilio celebrado en tiempo de este Papa. Muchos pretenden que Gregorio V, el Emperador Otón III, y los Príncipes de Alemania concurrieron a esta designación. Según Machiabelo, Gregorio V, arrojado por el Pueblo de Roma, y restablecido por el Emperador Otón III, castigó a los Romanos, transfiriendo el derecho que tenían de elegir Emperador a los Arzobispos de Maguncia, Treveria, y Colonia, y a los tres Príncipes Seculares el Conde Palatino, el Duque de Sajonia, y el Marqués de Brandemburgo.

61. Sólo los Alemanes gozaban el derecho de elegir Emperador. Alberto, Abad de Staden, Autor contemporáneo del Emperador Federico II, dicen en términos formales de Gregorio IX, que había excomulgado a Federico II en 1239, habiendo escrito a los Príncipes Alemanes que procediesen a la elección de otro Emperador; le respondieron que no tocaba al Papa decidir de la elección de Emperador, y que el derecho de elegirle sólo pertenecía a ellos. Añade luego este Autor, que en virtud de un Decreto que antes habían hecho de común consentimiento estos Príncipes, los que eligen al Emperador son los Arzobispos de Maguncia, Tréveris, y Colonia, el Conde Palatino, Duque de Sajonia, Marqués de Brandemburgo, y Rey de Bohemia. Mucho tiempo antes, dice Paulo Vindelicio en su Tratado de los Electores, estaba en uso presentar a los siete Grandes Oficiales del Imperio aquel que tenía los sufragios de la Dieta. Según Aventino en sus Anales, y Onufrio en el Tratado de las Dietas Imperiales, el derecho de elegir Emperador estaba restringido por Gregorio X a los siete Electores.

62. En tanta variedad de opiniones lo que parece seguro es, que la institución de los Electores no sube más arriba que el siglo terciodécimo, después de Federico II. Hasta entonces todos los Autores contemporáneos testifican que los Príncipes, Prelados, y Señores Alemanes elegían Emperador. Lampadio, Jurisconsulto Alemán, pone la institución del Colegio Electoral en el tiempo del Emperador Federico II. Y Otón Frisingense dice que Federico I, llamado Barba Roja, fue electo por todos los Príncipes del Imperio. Tritemio en su Crónica adjudica el principio de los sufragios de los Electores a la elección de Guillelmo, Conde de Holanda, en 1247. Según Federido Bobckelman, el Septemvirato Electoral empezó en la elección de Adolfo, Conde de Nasau, por [237] los tres Arzobispos, los tres Príncipes Seculares nombrados, y Procuración del Rey de Bohemia. Luis de Baviera fue electo por los Arzobispos de Tréveris, y Maguncia, por el Rey de Bohemia, y Procuración del Marqués de Brandemburgo. El Arzobispo de Colonia, el Conde Palatino, y el Duque de Sajonia eligieron por su parte a Federico de Austria. Esta división de los Electores es una prueba segura de que entonces eran siete. El orden Electoral no tuvo forma estable y permanente, hasta que se fijó por la Bula de Oro del Emperador Carlos IV.

63. Guillelmo de Bellai de Langei, y el Señor de Haillan escribieron que la famosa Doncella de Orleans Juana del Arco no fue quemada. El Padre Vignier añade que se casó con Gil de Armuesa, después de su prisión por los Ingleses, y dejó hijos de él. El Autor del Poema Latino que contiene su Historia, dice que su memoria fue rehabilitada por arresto, después de sufrir el suplicio del fuego a que la habían condenado los Ingleses.

64. Los Historiadores contemporáneos no están acordes sobre el asesinato del Duque de Borgoña en Montereau-Faut-Yonne, en 1419. Unos dicen que el Duque acercándose al Delfín, se puso de rodillas para saludarle, y que entonces Tanaquildo du Chatel, sobre una seña que le hizo el Delfín, descargó sobre él un golpe de hacha, a que sucediendo otras heridas, cayó muerto el Duque. Otros cuentan que queriendo el Duque de Borgoña hacer prisionero al Delfín, los que acompañaban a este, arrojándose a él, le mataron. Otros en fin escriben que tres Gentiles hombres del difunto Duque de Orleans habían venido a esta entrevista con ánimo de vengar la muerte de su amo; lo que ejecutaron matando al Duque tan pronta e inopinadamente, que fue imposible estorbarlo.

65. Alejo Piamontés, hablando de un Elixir propio para restituir la vista a los ciegos, dice que este remedio fue ordenado por consulta de los más sabios Médicos de Italia para restituir la vista al Emperador de Constantinopla el año de 1438, estando en el Concilio de Ferrara con el Papa Eugenio IV, y en efecto se la restituyó perfectamente. El Padre Le Brun, que en su Historia de las Prácticas supersticiosas copia este pasaje de Alejo Piamontés, dice que habiendo, para verificar este hecho, consultado a los Autores contemporáneos que hablaron del Emperador Juan Paleólogo, y de lo que pasó en Ferrara el año de 1438, halló que ni Blondo, ni [238] Ducas, ni Calcondilas escribieron que dicho Emperador perdiese y recobrase la vista en Ferrara; que Silvestro Escirópulo, bien lejos de dar a entender que el Emperador, durante su estancia en Ferrara, y Constantinopla, haya estado ciego ó padecido el más leve mal en los ojos; dice al contrario, que no atendía a los negocios del Concilio por divertirse continuamente en la caza, lo que no conviene no solamente a una vista perdida, mas ni aún a una vista débil {(*) No debió el Autor colocar entre los que hacen alguna opinión en la Historia al Secretista Chacharon }.

66. Varillas en sus Anécdotas de Florencia escribe que Pedro de Médicis viendo a su Padre muerto, de cólera arrojó a su Médico Leoni en un pozo, donde se ahogó. Angelo Policiano que se hallaba presente, testifica en una de sus Cartas donde refiere todas las circunstancias de la muerte de Lorenzo, padre de Pedro, que Leoni, despechado de no haberlo podido curar, como se lo había prometido, se arrojó en el pozo, y se ahogó. ¿A quién creemos, a Angelo Policiano, ó a Varillas? Puede ser que los enemigos de Pedro de Médicis, por manchar su fama le hayan atribuido la brutalidad de ahogar al Médico. Puede ser también que Angelo Policiano adherente a la Casa de Médicis, haya querido defender a Pedro de nota tan sensible. En esta perplejidad nos pone muchas veces la Historia, que no sabemos de quien fiarnos; igualmente arriesgados a padecer engaño, ya por la adulación, ya por el odio de los Escritores.

67. Algunos Historiadores dijeron que Felipe II hizo ahogar a su hijo Don Carlos. Paulo Piasecki, Obispo, y Senador Polaco, dice que aquel Rey hizo morir a Carlos; pero habla ambiguamente, sin decir si esta Príncipe murió de veneno, ó de dolor de verse aprisionado. San Evremont escribe que el Español que ahogaba a Don Carlos, le decía al mismo tiempo: Paciencia, señor, todo esto se hace por vuestro bien. Nada más seguramente parece cuento inventado, que esta ironía cruel y bárbara. El Senador Veneciano Andrés Morosini cuenta en su Historia de Venecia que no teniendo Carlos armas con que quitarse la vida, resolvió morir de hambre; mas impidiendo la ejecución los que le guardaban, tomó para el [239] mismo fin el expediente de tragar el diamante de un anillo suyo; el cual, no obrando el efecto que esperaba, resuelto a morir de un modo ó de otro, dio en comer y beber excesivamente, de que se produjo una disentería que acabó con él a pocos días. Cabrera está acorde con el Senador Veneciano. La mayor parte de los Historiadores pretenden que su muerte no fue voluntaria, sino ordenada por su padre, a quien a este propósito atribuyen el dicho de que si tuviese mala sangre, no dudaría en derramarla. Es de extrañar que este rasgo de Historia, siendo de tan corta antigüedad, esté envuelto en tantas tinieblas. Carlos murió a 24 de Julio de 1568, a las cuatro de la mañana, de edad de veinte y cinco años y quince días.

68. Isabel de Francia, llamada la Princesa de la Paz, en memoria de la que acompañó a su matrimonio con Felipe II, murió a tres de Octubre del mismo año, dos meses, y diez días después de Don Carlos. Los Historiadores Españoles atribuyen su muerte a un error de los Médicos que la sangraron estando preñada. Los nuestros hacen delincuente en esta muerte a su marido. «Notaremos (dice Meceray) como la más monstruosa aventura que se puede imaginar, que Felipe II, habiendo sabido que Don Carlos, su hijo único, tenía correspondencia con los Señores confederados de los Países Bajos, que procuraban atraerle a Flandes, le hizo poner en prisión, y le quitó la vida, ó con un veneno lento, o haciéndole ahogar; y que poco después, por celos que tuvo, dio veneno a su mujer Isabel, haciéndola morir juntamente con el fruto que tenía en el vientre; como verificó después su madre la Reina Catalina, por informaciones secretas que hizo, y por deposición de los domésticos de aquella Princesa, cuando estaban restituidos a Francia» {(*) En muchos Escritores se leen las varias opiniones que hubo sobre la muerte del Príncipe Don Carlos; pero en muy pocos, que la de la Reina Isabel de Francia fuese ordenada por Felipe II. La circunstancia de hallarse al tiempo aquella Reina encinta, hace esta tragedia increíble. Es menester para darla alguna verosimilitud, suponer aquel Rey extremamente bárbaro. Así yo no dudo, que ésta fue calumnia inventada por la malevolencia de algunos Extranjeros}. [240]

69. No pueden ser más negros los colores con que Buchanan hace el retrato de la infeliz María Estuarda, a quien otros Historiadores nos representan como una muy perfecta Princesa.

70. Véase aquí el juicio que hace Montaña de una Historia escrita por Guillelmo de Bellai, y de las Memorias de Martín de Bellai, su hermano. «No puede negarse que se descubre evidentemente en estos dos Señores un gran descaimiento de aquella franqueza y sinceridad en escribir, que resplandece en nuestros antiguos Historiadores, como en el Señor de Joinville, doméstico de San Luis; Eginardo, Canciller de Carlos Magno; y más recientemente en Felipe de Comines. Sus escritos son más propiamente una declamación a favor del Rey Francisco contra Carlos V, que una Historia. No quiero creer, que hayan alterado nada en cuanto al grueso de los hechos; pero sí, que muy frecuentemente torcieron el juicio de los sucesos a favor nuestro, y omitieron todo lo que era algo disonante en la vida de su Monarca; lo que se conoce bien en les reculemens (dejo esta voz sin traducción, porque no alcanzo lo que con propiedad significa aquí) de Montmorenci, y de Brion, y en que ni una vez sola se nombra a Madama de Estampes {(**) Dama de Francisco Primero antes y después de casada, con escándalo de toda Europa }. Pueden omitirse las acciones secretas; pero callar lo que todo el mundo sabe y cosas de tanta consecuencia y que han tenido efectos públicos, es un defecto inexcusable. Si se me cree, el que quisiere lograr un entero conocimiento del Rey Francisco y de las cosas sucedidas en su tiempo, lea otros Historiadores.»

De la buena crítica de la Historia
§. XI

71. Tiempo es ya de levantar la mano de una materia tan inagotable como son las contradicciones de los Historiadores. Para formar un juicio algo ajustado sobre las Historias sospechosas, debe ascender la Crítica a la primera fuente, y acaso única de ellas: Como por ejemplo, a Mariano Scoto para el cuento de la Papisa Juana; y a Gaguin para la pretendida erección del Reino [241] de Yvetot. Es menester luego considerar con diligencia en qué tiempo escribía el primero que dio a luz el hecho incierto; cuál era su profesión; qué partido seguía; sobre todo su adhesión ó indiferencia por la verdad; y cuánta ha sido su exactitud en todas sus Obras. Deben también contarse los testimonios uniformes, si los hay. Esta persecuciones pueden acercarnos al conocimiento de la verdad en los hechos históricos.

Fruto del estudio de la Historia
§. XII

72. El principal estudio en la lectura de la Historia debe ser el de los hombres, y de sus caracteres ó genios. No se aplique tanto, dice Montaña, el que la lee a enterarse de la data de la ruina de Cartago, como a conocer las costumbres de Aníbal, y de Escipión; ni tanto a saber dónde murió Marcelo, como por qué fue indigno de su obligación exponer su vida, y perderla por tan leve motivo. Estudiar Historia, es estudiar las opiniones, los motivos, las pasiones de los hombres; y el fruto debe ser aprender a conocerse a sí mismo, conociendo a los otros; corregirse por los ejemplos, y adquirir experiencia sin riesgo.

73. La obligación del Historiador, es hacer conocer los hombres por la exacta verdad de los sucesos; porque si no fuese menester más que pintar sentimientos, genios, y costumbres, las Novelas, y piezas de Teatro serían igualmente oportunas que los libros de Historia. El Autor de la Novela de Setos, que insertó en ella una moralidad sublime, dice bien en el Prefacio, que las situaciones y lances fingidos son más aptos para proponer grandes ejemplos; mas el estudio de caracteres y de ejemplos, hace incomparablemente mayor impresión, cuanto se junta, si no con una entera persuasión, por lo menos con una opinión probable de la verdad de los hechos.}

97. Pero toda solemnidad judicial del proceso no quitó que muchos dudasen de su justicia, y que muchos lo atribuyesen todo a artificio político, ayudado de la [222] ilusión de unos, y de la credulidad de otros. El Cardenal, que movía desde arriba la máquina, aunque dotado de muchas excelentes cualidades, era generalmente notado [223] de ser furiosamente vengativo. No le faltaba habilidad ni poder, para oprimir la más calificada inocencia con capa de justicia. Los jueces se dice que eran buenos hombres; [224] pero muy crédulos, y de muy limitada prudencia, escogidos por tanto por los enemigos de Grandier. El rigor de la sentencia muestra que intervino en ella otra causa más que el amor de la justicia. Sobre todo declara esto mismo la iniquidad cruel que con él practicaron, de precisarle cuando quería confesarse, a Confesor determinado que él no [225] quería, alegando que era enemigo suyo, y uno de los que más habían cooperado a su ruina. Instó sobre que se le trajese para la expiación de sus pecados al Padre Guardián de [227] los Franciscanos de Loudun, hombre docto, y Teólogo de la Sorbona. Pero ni fue posible conseguirse, ni que se le presentase otro que aquel que él recusaba por enemigo. [228] Dícese, que los testigos que depusieron contra Grandier, fueron únicamente los mismos diablos que atormentaban las Religiosas: testimonio, que por todo Derecho Divino, y [229] Humano debiera ser repelido. En orden a la posesión de las Religiosas se hicieron y dieron a la estampa muchas observaciones, a fin de probar que todo fue una mera ilusión. Los [230] diablos al principio respondían en Francés a lo que se les preguntaba en Latín: después que quisieron hablar algo de Latín, echaban muchos solecismos; por lo que dijeron [231] algunos en Francia, que los diablos de Loudun eran gramáticos principiantes que no habían llegado a la tercera clase. Hubo dos hombres advertidos que se ofrecieron a [232] convencer de ilusión, ó impostura la diablería de las Monjas pero se les amenazó tan eficazmente con la cólera del Cardenal, que uno de ellos, no atreviéndose a parar más en [233] Francia, se escapó a Roma. Los Exorcistas fueron enviados de París por el Cardenal: circunstancia, que adjunta al empeño que hicieron en persuadir que la posesión era [234] verdadera da bastante materia al discurso. En fin, en atención a todo lo dicho y algo más que se omite, muchos Escritores, aún dentro de la misma Francia (entre [235] ellos el docto Egidio Menagiol, y el eruditísimo Naudeo) se explicaron a favor de Grandier; y aún de los otros, raro hay que tocando el punto, no hable con alguna duda. [236]

§. XLIV

98. Hemos puesto delante al Lector todas estas noticias Históricas, para que vea que aún contra [237] las relaciones más calificadas, ó por la aceptación común, ó por la multitud de Escritores, ó por actos judiciales, hay argumentos tan fuertes que hacen retirar el [238] entendimiento a la neutralidad de la duda, y tal vez descubren la falsedad; por donde conocerá cuán difícil sea, no sólo apurar lo cierto, mas aún señalar lo más verosímil [239] en la Historia. No por esto aspiro al Pirronismo, ó pretendo una general suspensión de asenso a cuanto dicen los Historiadores. Tiene mucha latitud la desconfianza: [240] de modo, que colocada en un grado, es discreción, y en otro necedad. Es menester buscar con gran tiento los límites hasta donde puede extenderse la duda. Pero ha de [241] procurar salirse de ella siempre que se pueda, ó por el camino de la verdad ó por la senda de la verosimilitud.

99. Lo que intentó dignamente la profesión de Historiador. Pide esto una lectura inmensa, una memoria felicísima, una crítica extremamente delicada. ¿Qué haré yo con leer dos ó tres Autores, cuando trato de averiguar [242] sucesos que se hallan escritos en infinitos? No digo que sea preciso leerlos todos, que eso muchas veces será imposible; y respecto de aquellos que se sabe que no hicieron mas que copiar a otros, superfluo; pero si todos los que son dignos de especial nota, ó por el tiempo en que vivieron, ó por la diligencia que aplicaron, ó por otras circunstancias que pudieron facilitarles más puntuales noticias. No basta leer los modernos, antes se debe, cuanto se pueda, ir retrocediendo por la serie de los tiempos, hasta encontrar con las primeras fuentes de donde bebieron los demás. Tampoco basta leer los antiguos; porque tal vez sucede que los modernos encuentran con monumentos que se ocultaron a aquellos; y también tal vez se halla que estos proponen argumentos sólidos que dificultan, ó impiden el asenso a los antiguos.

100. Tampoco basta leer aquellos Autores a quienes cualquiera género de parcialidad pudo hacer conspirar a hacer uniformes las relaciones. La rectitud del juicio histórico pide que a todos se oiga, aún a nuestros enemigos; y se pronuncie la sentencia no por nuestra inclinación, sí según la calidad de las pruebas.

101. Para enterarse de la verdad de los sucesos que refieren los Autores, conduce mucho, y es casi necesario saber los sucesos de los mismos Autores; porque en ellos suelen hallarse motivos para darles, ó negarles la fe: a qué País debieron el origen; qué Religión profesaron; qué facción siguieron: si estaban agradecidos, ó quejosos de alguno de los Personajes que introducen en la Historia; si eran dependientes, ó lo fueron los suyos, &c.

102. Sobre todo, importa penetrar bien la índole del Autor. Hay algunos que muestran tan vivamente el carácter de sinceros y hombres de verdad, que se hacen creer, aún cuando hablan a favor del partido que siguieron. En este grado podemos colocar a Felipe de Comines, nuestro Mariana, y Enrico Catarino. Para lograr este conocimiento es menester singular perspicacia; porque aunque se dice que en los Escritos se estampa el genio [243] de los Autores, aún es más fácil ocultarle hipócritamente con la pluma, que con la lengua. Sábese que Salustio era de relajadas costumbres; con todo, apenas en otro algún Escritor se hallan tan frecuentes declamaciones contra los vicios.

103. La amplitud de noticias Históricas que se requieren para hacer juicio seguro cualquiera Historia, ó para escribirla, es grandísima. No sólo es menester saber puntualmente la Religión, Leyes, y costumbres de las Naciones, y siglos a quienes pertenecen los sucesos, para conocer si éstos son repugnantes ó coherentes a aquellas; mas aún de otras Naciones, porque frecuentemente se mezclan los sucesos de unos Reinos con los de otros, ó por las negociaciones, ó por las guerras, ó por otros mil accidentes.

§. XLV

104. Pero lo que sobre todo hace difícil escribir Historia es, que para ser Historiador es menester ser mucho más que Historiador. Esta que parece paradoja, es verdaderísima. Quiero decir, que no puede ser perfecto Historiador el que no estudió otra facultad que la Historia; porque ocurren varios casos, en que el conocimiento de otras facultades descubre la falsedad de algunas relaciones Históricas. En cuanto a la Geografía nadie duda ser necesarísima. Polibio, y Diodoro fueron tan diligentes en esta materia, que antes de escribir sus Historias pasearon los Reinos y sitios que pertenecían a ellas. Hoy no es menester este trabajo; porque los muchos libros y tablas Geográficas que hay, aunque muy distantes de la última exactitud, pueden suplirle.

105. Lo que acaso no se ha notado hasta ahora es, que otras facultades muy extrañas a la Historia la sirven luces en varias ocurrencias. ¿Qué facultad al parecer más impertinente a la Historia, que la Astronomía? Pues veis aquí, que Quinto Curcio por la ignorancia crasa de aquella, cayó en un error Histórico. Dice que cuando Alejandro iba caminando hacia la India, se quejaban altamente sus [244] Soldados de que los llevaba a un País donde no se veía el Sol. Esta queja fuera posible, si caminasen hacia el Septentrión; porque verían que a proporción de las jornadas experimentaban más largas las noches; pero caminando, como caminaban entonces, hacia el Austro, cada día veían más alto el Sol; por consiguiente era imposible en los Soldados aquel miedo.

106. ¿Quién dijera que la Óptica, y la Catóptrica (lo mismo puede decirse de otras Facultades Matemáticas) podían servir a la Historia? Pues ve aquí, que por la Óptica se reconoce ser imposible lo que Valerio Máximo y otros cuentan de aquel hombre llamado Estrabón, que desde el promontorio Lilibeo en Sicilia veía, y contaba las Naves que salían del Puerto de Cartago: por cuanto a tanta distancia la imagen que podría formar cada Nave en la retina, precisamente había de ser minutísima, y por tanto insensible. asimismo por la Catóptrica se conoce, ó la imposibilidad ó la suma de dificultad de los espejos, con que se cuenta quemó Arquímedes las Naves de Marcelo: esto se entiende en suposición de que la distancia de las Naves al muro fuese de treinta pasos, ó más. Véase lo dicho arriba.

107. Finalmente, para decirlo de una vez, como los sucesos humanos que son el objeto de la Historia, pueden tener respecto a los objetos de cuantas facultades hay, ninguna se hallará cuya noticia no pueda conducir para examinar la verdad de algunos hechos.

§. XVIL

108. Lo que resulta de todo lo dicho es, que se pone a una empresa arduísima el que se introduce a Historiador: Que esta ocupación es sólo para sujetos en quienes concurran muchas excelentísimas cualidades, cuyo complejo es punto menos que moralmente imposible; pues sobre la universalidad de noticias, cuya necesidad acabamos de insinuar, y que en poquísimos se halla, se necesita un amor grande de la verdad, a quien [245] ningún respeto acobarde: un espíritu comprensivo, a quien la multitud de especies no confunda: un genio metódico, que las ordene: un juicio superior, que según sus méritos, las califique: un ingenio penetrante, que entre tantas apariencias encontradas, discierna las legítimas señas de la verdad de las adulterinas; y en fin un estilo noble y claro, cual al principio de este Discurso hemos pedido para la Historia. Quien tuviere todas estas calidades, Erit mihi magnus Apollo.

109. Todo esto consideramos preciso para componer un Historiador cabal. No ignoro, que en muchas materias debemos desear lo mejor, y contentarnos con lo bueno, ó con lo mediano; mas esto debe entenderse respecto de aquellas Facultades en que es inexcusable la multitud de Profesores. Cada Pueblo (pongo por ejemplo) necesita de muchos Artífices mecánicos; y no pudiendo ser todos ni aún la mitad, excelentes, es menester que no acomodemos con los que fueren tolerables. ¿Pero qué necesidad hay de multiplicar tanto las Historias, que hayan de meterse a Historiadores los que carecen de los talentos necesarios? ¿Qué ha hecho la multitud de Historias sino multiplicar las fábulas? Júzgase comúnmente que para escribir una Historia no se necesita de otra cosa que saber leer y escribir, y tener libros de donde trasladar las especies. Así emprenden esta ocupación hombres llenos de pasiones y pobres talentos, cuyo estudio se reduce a copiar cuanto lisonjea su fantasía, ó favorece su parcialidad.

110. De aquí depende hallarse tantos libros llenos de prodigios que jamás existieron. Todo lo maravilloso, aún prescindiendo de que haya otro particular interés en referirse, deleita al que escribe y al que lee. Esto basta para que aquel, en caso que no lo finja, lo copie y esfuerce como si fuese cierto, ó por lo menos probable. Interésase en el halago de su imaginación cuando lo refiere, y en hacer su Historia más atractiva para los que pueden [246] leerla. Si después algún Escritor de juicio con buenos fundamentos impugna alguna de estas patrañas, le dan en los ojos con una infinidad de Autores, tratándole de temerario porque contradice a tantos. Y estos tantos, bien mirado, vienen a ser un sólo que inventó la fábula, ó la tomó de un vano rumor vulgo; porque los demás son unos meros copiantes que no se cargaron de otra obligación que trasladar lo que hallaron escrito. Mas basta ya de Historia.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo cuarto (1730). Texto según la edición de Madrid 1775 (por D. Blas Morán, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 163-246.}