Filosofía en español 
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Enrique Esteban Salt  1851-1939

Enrique Esteban Salt Ideólogo británico del socialismo utópico y del «humanitarismo», uno de los pioneros en la defensa de los «derechos de los animales» y activista vegetariano. Henry Stephens Salt nació en la India el 20 de septiembre de 1851, hijo de un coronel de artillería del ejército de Su Graciosa Majestad destinado en Bengala. Al año siguiente su madre partió con el retoño rumbo a la metrópoli, y en el Reino Unido transcurrió la infancia de Enrique Salt, hasta que, como correspondía a su posición, inició sus estudios en el famoso Colegio de Eton (tan selecto que en 2004 sigue sin admitir mujeres, como desde que se fundó, al lado de Windsor, en 1440). En 1875, después de graduarse en la Universidad de Cambridge, se incorpora al claustro de profesores de Eton, en el que permanece los siguientes nueve años; época en la que entabla relaciones con Catalina Leigh Jones (nacida en Eton en 1857), con la que casará en 1879. Tal matrimonio puede considerarse decisivo desde el punto de vista de la trayectoria posterior que iba a tomar su biografía, dado que, entre otras cosas, su cuñado James Leigh Jones le introduce en los más escogidos y «avanzados» ambientes «intelectuales» de su tiempo, en cuyo seno pudo Salt trabar amistad con escritores y «críticos sociales» tales como el novelista Jorge Bernardo Shaw (1856-1950), que era ya entonces un vegetariano ilustre, además de uno de los más fervientes admiradores de las propuestas eugenésicas de Francis Galton –el primo de Darwin–, Eduardo Carpenter (1844-1929), otro vegetariano que iba a ser autor en 1893 de un panfleto titulado Vivisección, &c.

En el año 1884 decide Salt abandonar su cargo de profesor auxiliar de Eton y emprender con su mujer una nueva vida en una residencia cercana a la ciudad de Tilford, lejos por así decir del «siglo» y del mundanal ruido. Allí el matrimonio goza de una existencia campestre, bucólica y retirada, dedicándose por ejemplo a la horticultura pero no a la ganadería (por entonces Salt ya se había hecho vegetariano e incluso, según parece, el abandono de su puesto se debió en buena medida a los hábitos alimenticios de sus colegas, a los que Salt consideraba «caníbales»). Es de suponer que la estancia de la pareja en Tilford recorriese muy de cerca los pasos dados por aquellos utopistas y reformadores sociales que en esos días infestaban Gran Bretaña con sus horacianas propuestas de comunas «naturales» (léase Guillermo Morris –1834-1896– y sus talleres medievalistas, léase también Enrique David Thoreau –1817-1862–, tan estimado por el propio Salt, con su Walden; léase, en el fondo, Diógenes el Cínico). Aunque tampoco cuesta tanto representarse a Salt bajo la forma de una suerte de anacoreta desencantado del mundo y de sus tentaciones: será él precisamente quien nos permita ratificarnos en esta impresión, pues en un libro autobiográfico que tituló Setenta años entre salvajes (Seventy Years among Savages) y publicó en 1921 –el año del setenta aniversario de su nacimiento– expone sus diatribas contra la sociedad de su tiempo, prefigurando de este modo ciertas posturas anarco-primitivistas, como puedan serlo las presentadas por Juan Zerzan en nuestros días.

La primera obra de Salt, Una defensa del vegetarianismo (A plea for vegetarianism), es un alegato en pro de la dieta vegetariana. Vio la luz en 1886 y estaba llamada a ejercer una influencia decisiva nada menos que en un personaje como Gandhi (1869-1948), quien a su llegada a Londres, y tras leer el libro de Salt, ingresó en la Sociedad Vegetariana londinense, de cuyo comité ejecutivo llegaría a ser miembro hacia 1890. Precisamente un año más tarde, en 1891, tiene lugar en la capital británica la Conferencia de la Unión Vegetariana Internacional que reunió, entre otros delegados, ponentes y comunicantes, a Salt y a su comilitón hindú. Cuarenta años más tarde es el propio Gandhi quien, en un discurso pronunciado en la reunión que la Sociedad Vegetariana de Londres celebró el 20 de noviembre de 1931, corroboró el influjo recibido del libro de Salt a su llegada a Inglaterra: por lo visto fue precisamente tal influencia la que convirtió a Gandhi en un vegetariano consciente :

Salt y Ghandi«Me siento especialmente distinguido al encontrar a mi derecha al señor Henry Salt. Fue el libro de Salt, Una defensa del vegetarianismo, el que me mostró por qué aparte de un hábito heredado y de la adhesión a un voto que me fue impartido por mi madre, tenía razones para ser vegetariano. Me enseñó por qué era un deber moral concerniente a los vegetarianos el no vivir de la muerte de nuestros amigos los animales. Por tal motivo, para mí es de sumo agrado tener al señor Salt entre nosotros.»

También en 1891 Enrique Esteban Salt cofunda junto con Eduardo Carpenter, Juan Galsworthy (1867-1933, premio Nobel de Literatura en 1932) y Guillermo Lisle Coulson (1841-1911) la Liga Humanitaria, organización de vago discurso armonista y bienpensante de la que Salt será Secretario de Honor entre los años 1891 y 1919, y que planteaba entre sus objetivos programáticos medidas tales como la abolición de la caza del zorro o la reforma del sistema punitivo vigente por entonces en Gran Bretaña. Años más tarde, en 1924, dos de los miembros de la Liga Humanitaria, Enrique B. Amos y Ernesto Bell –miembros también, por entonces de la Royal Society for the Prevention of Cruelty to Animals– fundan bajo el patrocinio inspirador de Salt, la Liga para la prohibición de deportes crueles, con el objeto de presentar batalla a la caza del zorro, las peleas de perros y de gallos, &c.

Es necesario señalar, amén de lo dicho, que la producción de Salt acerca del movimiento vegetariano tampoco termina con su obra de 1886: al filo del siglo XX, en 1899, publica La lógica del vegetarianismo: ensayos y diálogos (The logic of vegetarianism. Essays and dialogues) y en 1914, bajo los auspicios editoriales de la misma Sociedad Vegetariana de Londres, La humanidad de la dieta (The humanities of diet: Some reasonings and rhytims).

Los restantes escritos de Enrique Esteban Salt constituyen estudios biográficos más o menos laudatorios en torno a sus poetas y escritores favoritos, tales como Tennyson (1809-1892), De Quincey (1785-1859), Thoreau, o P. B. Shelley (1792-1822) –quien también había sido vegetariano, dicho sea de paso– al que Salt dedica varios trabajos (entre ellos A Shelley primer, 1882; Percy Bysche Shelley: poet and pioneer, 1896; Shelley as a pioneer of humanitarianism, 1902). Por lo demás tiene interés recoger los delatores títulos de algunas otras publicaciones firmadas por Enrique Salt: Humanitarismo: Principios generales y progreso (Humanitarianism: Its general principles and progress) presentado en 1891, es decir en el momento de la fundación de la Liga Humanitaria y sólo cuatro años antes del nacimiento en Rumanía de Eugenio Sigler (alias Eugenio Relgis), quien iba a ser gran ideólogo del «humanitarismo» durante el siglo XX; también destaca por su interés el libro La compasión del socialismo (The Herat of socialism: letters to a public school man), editado en 1928 por el Partido Laborista Independiente; y otras obras en las que se ofrecen abundantes indicios de un ideario utopista, irénico y anarquizante muy diferente del que podían representar en su momento las doctrinas marxistas. Se trata de un «humanitarismo» casi rayano en el «socialismo utópico» y pacifista de revistas como Progress, Humane Review o Justice con las que el mismo Salt había colaborado en décadas anteriores. Como habían señalado Marx y Engels:

«Una parte de la burguesía desea mitigar las injusticias sociales, para de este modo garantizar la perduración de la sociedad burguesa. Cuéntanse en este bando los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que aspiran a mejorar la situación de las clases obreras, los organizadores de actos de beneficencia, las sociedades protectoras de animales, los promotores de campañas contra el alcoholismo, los predicadores y reformadores sociales de toda laya. Pero además, de este socialismo burgués han salido verdaderos sistemas doctrinales. Sirva de ejemplo la Filosofía de la Miseria de Proudhon.» (Carlos Marx y Federico Engels, El manifiesto del Partido Comunista.)

De cualquier modo su libro de 1892, Los derechos de los animales considerados en relación al progreso social, supone sin duda ninguna la aportación bibliográfica de Salt que más fortuna ha tenido con el pasar del tiempo, convertido en mojón ineludible para todo aquel que se interese por estos asuntos. A fin de mesurar en sus justos términos las resonancias de la obra, conviene tener en cuenta que este libro conoció cinco ediciones en los años posteriores a su publicación original a cargo de la editorial de George Bell & Son. En 1894, Macmillam de Nueva York publica la segunda edición del libro (con un apéndice de Alberto Leffingwell sobre «La vivisección en América»), a la que seguirán otras cuatro versiones británicas en los años siguientes: A. C. Fifield, Londres 1899; William Reeves, A. & H. B. Bonner, Londres 1899; nuevamente A. C. Fifield, Londres 1905 y de nuevo George Bell & Son, Londres 1915.

Los derechos de los animales considerados... se organiza en ocho capítulos consagrados a la denuncia de diversas prácticas del hombre en su relación con los animales (la matanza de los animales como fuente de alimento, caza deportiva, sombrerería, la «tortura experimental», &c.) consideradas como aberrantes moralmente por Salt. En sus mismas palabras:

«Y, sin embargo, ningún ser humano tiene justificación para considerar a ningún animal como autómata carente de sentido al que se puede hacer trabajar, al que se puede torturar, devorar, según sea el caso, con el mero deseo de satisfacer las necesidades o los caprichos de la humanidad. Junto con el destino y las obligaciones que se les imponen y que cumplen, los animales tienen también el derecho a que se les trate con bondad y consideración, y el hombre que no los trate así, por grande que sea su saber o su influencia, es, a este respecto, un ignorante y un necio, carente de la más elevada y noble cultura de la que es capaz la mente humana» (Enrique Esteban Salt, Los derechos de los animales, Los Libros de la Catarata, Madrid 1999, pág. 39.)

Interesante y revelador resulta también advertir la medida en que la misma argumentación presente en el opúsculo aparece atravesada por la idea de progreso moral y social de la humanidad –el progreso social presente en el mismo título– tan prominente, como se sabe, durante la segunda mitad del siglo XIX, y de la que el discurso «humanitarista» de Salt se muestra por entero tributaria. De esta concepción un tanto ingenua del progreso lineal e inexorable en materia de ética y moral, cuyo índice más inconcuso consistiría en el trato dado a las «razas inferiores de animales», ofrece buena prueba el párrafo final de Los derechos de los animales considerados...

«Quiero hacer hincapié, en la conclusión, que este ensayo no es un llamamiento ad misericordiam a quienes practican o disculpan que otros practiquen, los actos contra los que se suscita aquí una protesta. No es una petición de «clemencia» (entre comillas) para las «bestias irracionales» cuyo único crimen consiste en no pertenecer a la noble familia del homo sapiens. Se dirige antes bien a quienes ven y sienten que, como bien se ha dicho, «el gran avance del mundo, a través de las edades, se mide por el aumento de la humanidad y la disminución de la crueldad –que el hombre, para ser verdaderamente hombre tiene que dejar de abjurar de esta comunidad con toda la naturaleza viviente– y que la realización de los derechos humanos que se aproxima tendrá necesariamente que traer tras de si la realización, posterior pero no menos cierta, de los derechos de las razas de animales inferiores» (Enrique Esteban Salt, Los derechos de los animales, Los Libros de la Catarata, Madrid 1999, pág. 116.)

La reacción a los planteamientos de Salt no se hizo esperar demasiado: ya en el mismo año en que aparece Los derechos de los animales considerados..., el jesuita británico José Rickaby niega de plano en su Filosofía Moral (Moral Philosophy) las posiciones de Salt, en nombre de los planteamientos católicos tradicionales; sólo tres años después, en 1895, David G. Ritchie, profesor de filosofía en la Universidad de St. Andrews, publica su trabajo Derechos Naturales (Natural Rights) en el que se recusa explícitamente atribución de derechos a las bestias. Las objeciones de Ritchie conducirán finalmente a Salt a una respuesta más bien tardía titulada «El término derechos», e incluida a título de apéndice en la última edición de 1922 de Los derechos de los animales considerados... (George Bell & Son, Londres 1922). Enrique Esteban Salt falleció en Brighton el 19 de abril de 1939, y fue incinerado en el Crematorio de Brighton tres días más tarde.

Cuarenta años más tarde, en 1980, el australiano Pedro Alberto David Singer, promotor como es sabido en 1993 del Proyecto Gran Simio, preparó y puso prólogo a una nueva edición norteamericana del libro de Enrique Salt, a partir de la edición inglesa de 1922, para la firma Clark Summit de Pennsylvania.

Ninguno de los numerosos libros de Salt había sido traducidos al español, hasta que, sin duda tras la estela de la recuperación que de Enrique Salt realizó Pedro Singer, tradujeron Los derechos de los animales considerados en relación al progreso social, cuya versión española –preparada por Carlos Martín y Carmen González sobre el texto de la edición de Singer– vio la luz en 1999 bajo el conciso título de Los derechos de los animales –eliminado sin más la referencia expresa de Salt a la idea de progreso– en la editorial Los libros de la catarata (en la misma colección en la que, bajo la atenta dirección de Francisco Fernández Buey y Jorge Riechmann, han venido apareciendo títulos tan significativos como Para la reforma moral e intelectual, de Antonio Gramsci; Humanismo y anarquismo, de Camilo Berneri; Escritos revolucionarios, de Ernesto «Che» Guevara; Sobre el poder y la vida buena, de León Tolstoi; Cristianismo y defensa del indio americano, de Bartolomé de las Casas; Prédicas para desesperados, de Girolamo Savonarola; Una ética de la tierra, de Aldo Leopold; La moral anarquista, de Pedro Kropotkin y Feminismo y hombre nuevo, de Alejandra Kolontai).

La edición española del opúsculo de Salt cuenta además con una entusiástica introducción de Jesús Mosterín –presidente del Proyecto Gran Simio en España y adicto a la ética animal, amén de reconocido especialista en filosofía burocrática de la ciencia– y dos apéndices, uno dedicado a la transcripción de la declaración de los grandes simios, y otro en el que se recogen «algunas direcciones de interés» (direcciones como las de ADDA –Asociación para la Defensa de los Derechos de los Animales–, ALA –Alternativa para la Liberación Animal–, Amnistía Animal, &c.) dispuestas pastoralmente para la consulta y el eventual uso de aquellos lectores que, tras haber interiorizado las revelaciones del escrito de Salt, pudieran sentir la irrefrenable vocación del activismo por tal causa.

Bibliografía de Enrique Esteban Salt

Bibliografía de Enrique Esteban Salt en español

1999 Los derechos de los animales, Los Libros de la Catarata, Madrid 1999.

Sobre Enrique Esteban Salt

1951 Stephen Winsten, Salt and his circle, Hutchinson & Co Ltd, Londres 1951.

1977 Jorge Hendrick, Henry Salt. Humanitarian Reformer and Man of Letters, University of Illinois Press, 1977.

2002 Los derechos de los animales y Enrique Salt en español, Iñigo Ongay de Felipe.

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