Fernando Garrido (1821-1883)
¡Pobres jesuitas! (1881)
Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
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¡Pobres Jesuitas!

Origen, doctrinas, máximas, privilegios y vicisitudes de la Compañía de Jesús desde su fundación hasta nuestros días.

Prólogo

¡Pobres jesuitas! ¿Y por qué pobres, siendo cosa sabida que la Compañía de Jesús es una de las corporaciones más ricas que existen sobre la faz de la tierra?

He aquí la respuesta:

La pobreza de los hombres no consiste sólo en la carencia de recursos para satisfacer las necesidades de la vida. Además de los pobres de dinero, hay los pobres de espíritu; pobreza sin duda, la más penosa y meritoria según los cristianos, puesto que su Dios reserva para los que padecen el reino de los cielos, cosa en verdad inexplicable por lo inconcebible, pues no siendo la pobreza de espíritu hija de la voluntad del que sufre, no parece lógico que sea causa meritoria para alcanzar la eterna bienaventuranza. Pero como las regiones y la lógica anduvieron siempre a la greña, nada tiene de extraño que la región católica asegure el paraíso a los pobres de espíritu, aunque no dependa de la voluntad de los pacientes, el convertirse en ricos de entendimiento.

La pobreza se produce y se manifiesta de maneras tan diferentes y tantas, que a veces los más ricos en bienes de fortuna son los más pobres, en tanto que, los que como Diógenes, [VI] tienen por todo albergue una tinaja, y hasta los que de este refugio carecen, son los más ricos, pues si es cierto que nada tienen, todo les sobra.

Hay, no obstante, una pobreza más terrible y repugnante que todas, pobreza que se confunde con el crimen, y esta es precisamente la que padecen los jesuitas, a pesar de las riquezas por su Compañía amontonadas, y en cuya acumulación estos pobres se ocupan constantemente, y de la perturbadora influencia que en la Sociedad han ejercido y ejercen los que a esa tropa pertenecen. Esta pobreza consiste en la completa renunciación del hombre al ejercicio de su voluntad, en la abdicación de su libre albedrío, de su conciencia, en aras de la voluntad y de la conciencia del jefe, puesto que hacen el voto de obedecerle ciegamente, obligándose a creer que sus órdenes emanan del mismo Dios, por lo que no pueden menos de ser justas y perfectas, siquiera le ordenen cometer los actos más atroces, no solo condenados por las leyes civiles, sino por las que todas las religiones llaman divinas, y por la misma moral humana.

¿Cabe, en efecto, pobreza más lamentable, castración moral más completa, anulación del ser humano en cuanto tiene de noble, de superior al bruto, más repugnante, más indignada, que la condición de máquina pasiva, sumisa, inerte, a que la Compañía de Jesús reduce al joven desgraciado e incauto, que cabe a bajo su férrea, degradante e inhumana férula? ¡Pobres víctimas, dignas de lástima, son los jesuitas! Sí; pues para llegar a serlo [VII] han de pasar por una serie de ejercicios mal llamados espirituales, que acaban por perturbar su entendimiento, haciéndoles admitir como verdades inconcusas las más monstruosas aberraciones, que trastornan su mente, confundiendo las nociones de lo justo y de lo injusto, de la verdad, de lo moral y de lo inmoral, de lo creíble y de lo increíble, hasta acabar de extinguir en ellos cuantos sentimientos, calidades y cualidades distinguen al ser humano del bruto irracional, de la fiera sin entrañas.

¿Qué es el hombre sin afecciones? ¿Puede merecer el título de miembro de la humanidad el que so pretexto de creencias y de votos religiosos, atrofia los afectos filial, conyugal y paternal? ¿Puede causar más que horror, inspirar otro sentimiento que el de lástima, el desgraciado que, arrastrado por el más absurdo de los fanatismos, acaba por convertirse en un monstruo, en quien por una repercusión natural, sólo pueden desarrollarse los groseros apetitos de la bestia? Aborrecemos Institución que tales efectos produce, pero compadecemos a sus miembros, y por eso titulamos este humilde estudio. ¡POBRES JESUITAS!

Dignos son de lástimas, pero como a los apestados y a los rabiosos, hay que impedirles el contacto con la humana Sociedad.

Al lector

Agotada la primera edición de ¡POBRES JESUITAS! en pocas semanas, damos a luz la segunda, convencidos de que no será la última. Si este favor del público no aprueba el mérito literario de la obra, explica al menos la oportunidad, y también la imparcialidad con que está escrita.

La invasión teocrática, frailuna y jesuítica, que descendiendo del Pirineo se extiende sobre la infeliz España, cual bandada de cuervos sobre extenuada caravana, necesitaba que diera la voz de alerta avanzada centinela, llamando enérgicamente la atención de la tribu amenazada sobre la inminencia del peligro y el autor de ¡POBRES JESUITAS! lo hace, por patriótico sentimiento inspirado.

¡POBRES JESUITAS! ha titulado este libro, en el que, demostrándose con toda clase de datos y documentos lo inmoral y peligroso de esta tenebrosa institución llamada Compañía de Jesús, condenada por todos los poderes civiles y eclesiásticos; compadeciéndose de los individuos que la componen; pero acaso y sin acaso debiera llamar ¡pobre nación! a la que en su seno recibe a los ¡POBRES JESUITAS!

España es hoy su asilo, su último refugio en Europa; pero o mucho nos engañamos, o los jesuitas que son tan avisados, que sienten crecer la hierba, deben apercibirse de las trepidaciones volcánicas del suelo que pisan, y de las que puede considerarse como síntoma el éxito de la obra a cuya segunda edición sirven de prefacio estas líneas.

¿Quién sabe en qué forma realizará el pueblo español lo que con los jesuitas hizo Carlos III hace más de un siglo?

INTRODUCCIÓN

No calumniemos a los jesuitas.
Voltaire.

La lucha secular sostenida contra el progreso y la ciencia por la Iglesia romana, y la influencia que la Compañía de Jesús ejerció y ejerce sobre el clero católico, y en la política de la corte Pontificia, dan a su historia extraordinario interés.

La historia de esa Compañía, está tan íntimamente ligada a la del mundo civilizado, desde hace trescientos cuarenta años, que de todos los hechos resulta, a pesar de su título, por cierto pretencioso, de Compañeros de Jesús, que los jesuitas se ocuparon siempre más de las cosas de este mundo que de las del otro, que es para ellos, cuando más, una pantalla o un reclamo, para seducir incautos.

Verdad es que esto nada tiene de extraño, pues en definitiva, a toda corporación [X] teocrática, el otro mundo sirvió de pretexto, de reclamo, para apropiarse los bienes de éste, e imperar en él, temporal y espiritualmente.

Pero esta famosa Compañía, Sociedad, Orden o Instituto, que con todos estos nombres se la conoce, ofrece el fenómeno sorprendente, único de haberse fundado, progresado y desenvuelto en el mundo, a pesar de las persecuciones más violentas, destierros, procesos, asesinatos, suplicios, proscripciones en masa, y anatemas de los mismos Papas, que en el último siglo concluyeron por suprimirla.

Estas persecuciones tuvieron lugar, en los países bárbaros como en los civilizados, en las monarquías como en las repúblicas, por los reyes más católicos como por los más heréticos, pudiendo decirse que la Compañía de Jesús ha crecido a fuerza de maldiciones, sobrenadando en medio de las más terribles tempestades contra ella desencadenadas, o reapareciendo tras cada naufragio, más vigorosa y emprendedora, al mismo tiempo que más cauta e hipócrita.

A la hora en que escribimos, algunos miles de jesuitas, vestidos de negro, con apariencias inofensivas, y hasta humildes, de aspecto reservado, cauteloso siempre, con frecuencia entrometidos, insinuantes, en [XI] las cinco partes del mundo, procuran, por todos los medios imaginables, el restablecimiento del poder temporal y espiritual de los Pontífices romanos, al mismo tiempo que la posesión de la mayor suma de riquezas y bienes mundanos, y por medio de unos y otros el dominio universal. Y, cosa en verdad sorprendente, estas negras legiones, aparentemente desarmadas, desafían y tienen en jaque a los gobiernos más poderosos, que les son abiertamente hostiles, se imponen, y dominan cono señores, a pueblos que los aborrecen, y no ocultan sus propósitos y esperanza de destruir la civilización moderna, sometiendo la Sociedad al Syllabus, que es su obra, su programa y su bandera.

¿Qué Institución, de entre las muchas abortadas por las extrañas de la Iglesia romana, ha hecho hablar más de ella que la Compañía de Jesús, en los tres siglos y medio que cuenta de existencia?

Ninguna. Desde su origen se vio perseguida por grandes y pequeños; pero hasta de las persecuciones supo sacar partido para engrandecerse, representando el papel de mártir y de víctima, cual actor consumado.

Precisamente en las naciones de donde fue una y muchas veces expulsada, por considerarla los poderes públicos incompatible [XII] con su independencia, la Compañía de Jesús ha mostrado empeño más tenaz en volver a introducirse, para restablecer su influencia, aunque haya tenido que ocultarse bajo todo género de disfraces, y que recurrir a los medios más falsos, ilegales, criminales, y tenebrosos.

Los jesuitas fueron mal recibidos en todos los países, sin excluir los más católicos. Fueron de todos expulsados, incluso de la misma Roma de los Papas; pero a todos volvieron, entrando por el tejado si hallaron cerrada la puerta; realizando la fábula de los espíritus invisibles, pues para estos negros vampiros no hay puerta cerrada.

Ellos mismos han dicho en ocasiones solemnes:

«Entramos como corderos; nos echan como a lobos; pero volvemos como leones.»

Son como las arañas, que se está seguro de ver reaparecer, recomenzando su tela, en toda casa que no se barre bien todos los días, y no se deshollina al menos todos los sábados.

Jesuitas y jesuitismo han llegado a ser, en los idiomas de todos los países, sinónimos de hipocresía, falsedad, disimulo y ambición, que procura satisfacerse por medios bajos, rastreros, solapados, y hasta criminales. [XIII]

En todas partes se considera insultado el hombre a quien dicen:

«¡Es V. un jesuita!»

El misterio en que siempre se envolvió la Compañía de Jesús, para realizar sus designios, no ha contribuido poco al acrecentamiento de su influencia, porque todo lo misterioso ejerce sobre las imaginaciones exaltadas acción poderosa. En cambio, por la misma razón, siempre han sido sospechosos, y mirados con desconfianza por las gentes sensatas y se sano criterio, que no pueden comprender que las ideas justas y los propósitos honrados se oculten en las sombras, y busquen medios que no pueden mostrarse a la luz del día, para llegar a la realización de sus fines, sobre todo, cuando nada se opone a su manifestación. Por esto la Compañía de Jesús, no ha sido, ni es popular en ningún país. Aparte de su propósitos, sus medios repugnan a la conciencia pública.

Los libros y escritos de todos los géneros, clases y formas, publicados en todas las lenguas, en contra de los jesuitas, son innumerables; las defensas y apologías de su Institución, publicadas por los jesuitas de capa larga o corta, no lo son menos; y, sin embargo, aún se está lejos se haber dicho sobre la Compañía, la última palabra. [XIV]

La bibliografía antijesuítica no está, a pesar de todo, bastante generalizada, para que la generación contemporánea pueda darse cuenta de todo el mal que esta Compañía hizo, hace y hará, por desgracia, todavía, a la causa del progreso y de la humana moral.

Leyendo la historia, y las obras más importantes, escritas tanto en pro como en contra de los jesuitas, nos ha sorprendido el hecho, verdaderamente extraño, que les es especialísimo, de la universidad de las persecuciones que han sufrido, y de su inutilidad para librar de ellos a las naciones. Podría decirse que es una secta indestructible, a pesar de que no puede oponer a los poderes constituidos la más pequeña resistencia material. Si, como ahora en Francia, la echan por la puerta, tenemos la seguridad de que entrará por la ventana. ¿Cuántas veces la arrojaron por ésta y volvió a entrar por la puerta? De casi todas las naciones civilizadas o bárbaras está hoy legalmente expulsada la Compañía de Jesús; y a pesar de las leyes y de la opinión pública, existe en todas ellas: y puesto que los medios empleados contra ella no dieron los resultados que sus autores se proponían, parécenos objeto digno de llamar la atención de los hombres pensadores, la investigación de las causas de esta [XV] impotencia de los poderes públicos y de las leyes, para librar las naciones de esta secta, por ellos calificada de plaga social, y por la pública opinión de cáncer poco menos que incurable.

La Compañía de Jesús nació en la época del renacimiento, en la que la Iglesia romana se veía atacada por toda suerte de enemigos, protestantes, musulmanes y filósofos, y cuando, como nunca, el virus de la corrupción corría sus entrañas.

En medio de aquella terrible tempestad de guerras religiosas, provocada por la política mundana y personalísima de los Papas, un vasco español, hombre oscuro y desprovisto de instrucción, concibió la idea de crear una nueva y corporación católica, destinada a sostener la supremacía del papado contra sus enemigos, y a extender sus dominios por medios diferentes de los empleados hasta entonces por el clero secular, por las órdenes monásticas, y por la Inquisición; y preciso es convenir en que, no por más modestos y menos brillantes, estos medios jesuíticos, han dejado de producir su efecto, siquiera no impidieran la progresiva decadencia de la autoridad pontificia, ni que media Europa abandonara el catolicismo.

Para conservar, como para extender su [XVI] dominio, los Papas, cual Mahoma, habían empleado, según las circunstancias, la atracción y el terror, la predicación humilde y la fuerza brutal. La Compañía de Jesús, sin renunciar a estos medios, comunes a todas las organizaciones teocráticas, los subordinó a los que le eran peculiares; la astucia, la falsedad, la superchería, el desprecio más profundo de la conciencia y de la moral, y por lo tanto el crimen, proclamando altamente que: «el fin justifica los medios, y que los inferiores deben obedecer ciegamente las órdenes de sus jefes, creyéndolas buenas, aunque todo mundo las tenga por detestables.»

La Inquisición desapareció del mundo llamado cristiano: las órdenes monásticas, que fueron, durante siglos, la inmensa democracia militante del Papado, desaparecieron por completo de muchas naciones, sin excluir las católicas, y sólo quedan en otras, cual tristes restos de épocas pasadas, de ignorancia y fanatismo, incompatibles con el estado social contemporáneo; pero la Compañía de Jesús ha sobrevivido y aumenta en lugar de disminuir, hasta el punto de haber llegado a ser el elemento preponderante, el alma, por decirlo, así, del catolicismo moderno.

Esta Compañía, creada para ser milicia [XVII] de los Papas, ha concluido por infiltrarse de tal modo en la organización eclesiástica, que al fin le ha influido su espíritu, absorbiendo el catolicismo romano, y devolviéndole la unidad de objeto y de acción, que el Galicanismo en Francia, y el Regalismo en España, en Portugal, y en otras naciones, le habían echo perder en los últimos siglos.

Los mismos Papas se han visto convertidos en instrumentos de los jesuitas; pero, bajo su influencia, el Pontificado ha perdido su carácter y esplendor de otros tiempos, hasta reducirse a jefatura de una secta, por muchos considerada empresa industrial, explotadora de la necedad de unos y de la bellaquería de otros, que no responde, ni a las necesidades ni a los sentimientos y grandes aspiraciones de la humanidad en nuestros días.

La astucia, la doblez, con sus medios innobles y mezquinos, puedan a veces producir éxitos momentáneos, más o menos inesperados, pero no pueden nunca producirlos sólidos y permanentes, porque son impropios para apoderarse del sentimiento público.

La intriga fue siempre medio de acción de minorías impotentes, instrumento de oligarquías y de intereses antisociales; mas por la misma causa repugna a los pueblos, para [XVIII] los cuales la verdad y la justicia, o lo que por tales han tomado de buena fe, deben mostrarse altamente, a la luz del día, para ser por todos aceptadas y aclamadas. Esto es precisamente, a parte de otras causas que le son ingénitas, el lado flaco, por no decir repugnante, del catolicismo romano, desde que cayó bajo el poder de los hijos de San Ignacio.

A pesar de que la Compañía de Jesús produjera hombres notables, historiadores, legisladores, oradores, apóstoles, capitanes y estadistas, y de haberse consagrado a la instrucción de la juventud, en parte alguna de las en que estableció sus reales, pudo destruir la repulsión instintiva que inspira a los pueblos todo lo que lleva el sello del jesuitismo. Las cualidades personales de sus miembros más distinguidos, no bastaron a salvar la institución jesuítica de esta antipatía que ha inspirado siempre.

Los mismos jesuitas lo han reconocido así, y han escrito muchos libros para hacer la defensa y la apología de su Compañía.

El padre Bartolí, por ejemplo, escribió lo siguiente:

«No sólo entre los herejes, también entre los católicos, hay quien con sus palabras y escritos se empeña en hacer caer sobre la [XIX] Compañía el odio y el desprecio del mundo, presentándola perturbadora, peligrosa, dominadora y degenerada...»

Hombre del siglo XIX, amante de la humanidad y de sus derechos, es evidente que yo no puedo menos de desear la más completa disolución de este Instituto, tristemente célebre, por ver en él un enemigo irreconciliable, una negación viva y activa del humano progreso; pero adversario leal, al escribir estos apuntes sobre la Compañía de Jesús, cúmpleme manifestar que, lejos de odiar a sus miembros, los compadezco, por haber abdicado su personalidad, sometiéndose como dóciles instrumentos a un jefe supremo, al General de la Orden, en el que ven nada menos que un representante de Dios: mi antipatía es para la Institución, no para sus miembros. Por eso repetiré con Voltaire: «¡No calumniemos a los jesuitas!»

Por eso añado: ¡Pobres jesuitas!


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Fernando Garrido
¡Pobres jesuitas!
Madrid 1881, páginas V-XIX