Filosofía en español 
Filosofía en español

Emeterio Valverde Téllez (1864-1948) · Crítica filosófica o Estudio bibliográfico y crítico de las obras de Filosofía escritas, traducidas o publicadas en México desde el siglo XVI hasta nuestros días (1904)


Capítulo XI

Don Juan Nepomuceno Adorno

I
El escritor

HEMOS dado ya{97} sucinta idea de la obra predilecta de Adorno; el Catecismo de la Providencialidad es nada menos que el fruto sazonado de sus lucubraciones filosóficas, y contiene la suma dogmática de la doctrina filosófico-religiosa, que tarde o temprano, velis nolis, hará, según el excéntrico escritor, que la humanidad sea inmortal y feliz sobre este mísero planeta al que, no obstante, han venido llamando valle de lágrimas todas y cada una de las generaciones: ¿será eso suficiente para formar una inducción positivista contra D. Juan Adorno?

A los poquísimos rasgos biográficos que pudimos acopiar acerca de este señor, ahora podemos añadir algo más. Esfuérzase en aparecer, no sabemos si de propósito, como el famoso filósofo Autodidacto de Thofail; pero quizá no pasaba de ser un excéntrico. Asegura que durante su niñez y toda su juventud vivió aislado de la sociedad culta, en una finca de campo. ¿Cómo hizo sus estudios, cómo formó su criterio filosófico? Oigamos al autor mismo, lo cual servirá para que conozcamos mejor sus tendencias, carácter y estilo. [134]

«Las circunstancias más apremiantes, dice, me ligaron dilatados años a aquel lugar, sin poder yo dejarlo ni aún para adquirir instrucción ni posición social. Algunos libros, colores y pinceles, un telescopio de pequeñas dimensiones, un teodolito y algunos aparatos físicos y químicos, eran no sólo, los compañeros de mi soledad, sino los tesoros de mi vida, y así esta se amenizaba e instruía con la práctica de aquellas ciencias y artes que estaban al aislado alcance de mis recursos. Me dediqué a la geometría práctica, y pronto formé no solo los planos, sino el bulto topográfico de los terrenos comarcanos. Me aficioné a la pintura, y mis pinceles retrataron la belleza del paisaje. Me ocupé de la astronomía, y las cálidas noches de aquel clima me mostraron prontamente todos los planetas que se perciben a la simple vista; y auxiliado de mi pequeño telescopio, examinaba las manchas del sol, las montañas de la luna, y aunque débilmente, los satélites de Júpiter y el anillo de Saturno. Finalmente, la geología me hacía deliciosos mis paseos por las quebradas y barrancos; la electrología, el aspecto imponente de las tempestades, y la ciencia de mis libros, me daba motivo de estudio en cada lluvia, en cada terremoto, en cada meteoro y, en fin, en cada cambio o movimiento que observaba en la tierra, en la atmósfera, o en los cielos. Así es como la práctica asidua me demostraba las verdades o los errores de mis libros, y así la naturaleza con el elocuente lenguaje de los hechos, elevaba a mi alma a la contemplación de sus arcanos, y era la sabia maestra de mis estudios.»{98}

Después de ese tiempo, viajó Adorno por varias partes durante once años.

Cree el autor que ha podido formar el cuerpo de su doctrina del modo más original, independiente y exento de preocupaciones. «Acostumbrado, escribe, a guiar mis observaciones por solo la fuerza de los hechos, formé mi gusto [135] independientemente de la autoridad científica, y careciendo de escuela me vi asimismo libre de sus trabas. Me fue forzoso, es cierto, emprender sumo trabajo y afanes para obtener resultados, que sin fatiga habría obtenido por la voz del maestro; pero al lado de estas desventajas mi mente se extendía libremente, sin ser contrariada por la opinión ajena».{99}

Sí, a fe, y demasiado libremente, sin que bastara a detenerle en el camino de los delirios, la fuerza de los hechos.

Su procedimiento filosófico es racionalista, teniendo por método inicial, a la manera de Mallebranche, el conocimiento inmediato e intuitivo que supone poseemos de Dios, para descender a las múltiples obras de la Omnipotencia; y viceversa, estudiando la naturaleza, sus maravillas, sus leyes, se remonta a la contemplación del plan y atributos divinos: quiere, en suma, «presentar la ciencia enlazada bajo una sola fórmula; la Teodisea: el universo producido y gobernado por una sola ley; la fuerza resultante de la voluntad divina: la moral basada en una sola tendencia; la Providencialidad humana; y, por último, el todo derivado de su causa única y suprema: Dios.»{100}

Pero hay en el sistema, por su carácter apriorístico, algunas transiciones injustificadas que, en consecuencia, rompen la organización lógica del conjunto; y hay también errores trascendentales que de ningún modo pueden ni deben sostenerse.

II
Errores de la obra «La Harmonía del Universo»

La Harmonía del Universo se publicó por vez primera en 1848: se imprimió de nuevo corregida, reformada y terminada por el autor bajo un plan más conciso y breve en 1862, [136] y no nos explicamos cómo tuvo la buena suerte de alcanzar una tercera edición castellana en 1882, fuera de la edición inglesa de 1851. Ya de otras circunstancias bibliográficas nos ocupamos en las Apuntaciones.

Los errores en que incurrió el Sr. Adorno, aunque de trascendencia, son en extremo vulgares y constituyen precisamente la parte filosófica (?) del sistema.

Nada tenemos que decir acerca de la harmonía real, sensible y científica del Universo: cada ciencia en el conjunto lógico de sus demostraciones, es un cántico sublime a la sabiduría, bondad y omnipotencia del Hacedor Supremo. Pero en las relaciones entre el universo y el hombre, y del todo con Dios, allí es donde el escritor desbarra miserablemente.

Considera Adorno a todas las religiones como buenas; porque en su concepto son, «esfuerzos de la humanidad para obrar Providencialmente y rendir a Dios un culto digno.» ¡Y esto en boca de un filósofo!, ¿por qué lado verá este señor la idolatría, los sacrificios humanos, las bacanales y otras lindezas de las religiones que no son la única verdadera? Hay religiones que no son sino tendencias y esfuerzos del hombre a degradarse y a ofender a Dios. La Religión católica, única verdadera, pese a quien pesare, tiene apenas el mérito de ser mejor que las otras; porque se acerca más que ninguna a la religión inventada por D. Juan, esto es, la Providencialidad. ¿No es esto altamente pueril y ridículo?

La Providencialidad humana guía al hombre indefectiblemente a un paraíso sui generis, creado por febricitante fantasía como la de Mahoma: «¿qué cosa es el universo, sino una efímera evolución de fenómenos transitorios, pero que también lo dirigen hacia la perfección y la estabilidad indestructible de un astro final o Paraíso?»... «Pero la muerte de los astros, dice en otro lugar, no puede ser sino la aglomeración de estos para constituir otros mayores, en donde necesariamente la influencia de vidas diferentes será menor, [137] y las fuerzas asimilantes en menor número; y por consecuencia, los nuevos astros tendrán una vida más dilatada que los actuales; ellos darán origen a otros de mayor longevidad, y, finalmente, todos vendrán a constituir el astro final, que no teniendo influencia vital ninguna en contra de su vida propia, esta será absoluta; es decir, que obtendrá la perfecta estabilidad, en donde ya no puede haber ni incremento, ni decadencia, ni reproducción, ni muerte.»

Error más grave aún es el que abrazó Adorno pretendiendo conciliar la omnisciencia divina con la libertad humana; pues con su explicación se menoscaba la idea genuina de un atributo de Dios, lo que en último resultado equivale a negar a Dios mismo. Por fortuna los delirios de los hombres no quitan ni ponen nada a la íntima naturaleza de las cosas, ellos, ellos únicamente ganan o pierden como responsables que son de sus propios actos. En efecto, urgido por la dificultad, sin consultará la Teología católica, o a la Filosofía cristiana, que le hubieran suministrado racional y cumplida solución, se precipitó por una pendiente que le llevó a un abismo sin fondo. Veámoslo: en los corolarios a la 22ª proposición dice categóricamente: «Dios puede prever o no prever el futuro, según su voluntad.» «Dios puede dejar de prever aquellas acciones futuras de sus criaturas, que convengan a su libertad y gloria.» Ya con esto se adivina el modo torpe de soltar el nudo, ¡Dios no prevé, no conoce voluntariamente los actos libres de la voluntad humana, para no destruir la libertad!

Parece mentira; deseáramos interpretar benignamente sus palabras; pero por desgracia es demasiado explícito el autor en otros pasajes de la obra. Comentando el núm. 28 se expresa así: «Para esto Dios ha dejado de prever las acciones humanas, porque si las hubiese previsto, todas ellas serían perfectas, pero el hombre no sería libre, ni tendría el [138] carácter de providencia a semejanza de la divina, luego es necesaria su libertad.»

«Estas conclusiones, continúa, resuelven de una manera inconcusa (?) uno de los mayores problemas metafísicos que el hombre pueda proponerse, v.g.: ¿Tiene Dios participio en los crímenes humanos, o bien, es Dios quien dirige sus buenas acciones? Una invencible repugnancia intuitiva rechaza la resolución afirmativa de este problema, pero su resolución negativa flaquea y se hace arbitraria, si asentásemos que Dios prevé todas las acciones humanas, pues como Dios no puede obrar con unos atributos con exclusión de otros,{101} en Él, prever es criar, ordenar, regir;{102} luego si Dios previese nuestras acciones, estas se verificarían infaliblemente, y las buenas no serían dignas de premio, ni las malas de castigo, lo que destruiría inmediatamente toda idea moral fundada en el libre albedrío humano.»

«Para que Dios obre en todos sus actos como causa única, es decir, como la unidad absoluta o esencia causal, es indispensable que cada instante de la existencia del universo, sea una verdadera creación y la consecuencia de las leyes positivas, sancionadas y conservadas constantemente por la voluntad divina; luego en todos los actos en que el hombre obra con su libre albedrío, deja de estar sujeto a ellas, y entonces es claro que el libre albedrío está sostenido asimismo por los atributos de Dios, incluso el atributo de su previsión suprema. Luego lo que Dios ha querido prever es la libertad del hombre en las acciones que este ejecuta, y no las acciones mismas (¡!); lo que manifiesta cómo Dios es omnipotente, a pesar de que el hombre goza para el bien y para el mal, la libre elección de su alma, y también cómo Dios [139] prevé esa libertad y le da su continua sanción; por lo que ni es el autor del bien ni del mal ejecutados por el hombre, único medio que podía haber justo para que el hombre fuese digno de premio y de castigo...»

«Una vez sentado esto, fácilmente se demuestra que la causa suprema puede prever, si quiere, todas las acciones de los seres vivientes; pero estos entonces carecerían de libertad, y sus acciones serían necesarias y el resultado de leyes tan indefectibles, como la caída de los graves.{103} Así, pues, como la previsión de la causa suprema está identificada con su voluntad omnipotente, esa misma previsión es la suprema ley...»

«Asimismo, es absurdo pensar que la causa suprema decretase el libre albedrío de los seres dotados de libertad, y que al mismo tiempo decretase todas y cada una de sus acciones, porque ambas cosas a la vez son contradictorias, y como en la causa suprema el prever es decretar, ejecutar, realizar, no puede prever la libertad de un ser y al mismo tiempo destruirla, previendo las acciones de ese ser, o sea el uso de esa misma libertad, porque eso sería, repito, contradictorio y absurdo.»

Tarea en extremo pesada, desagradable y hasta inútil, sería la de ir refutando punto por punto, esa balumba de absurdos; bastará que en breves palabras digamos cuál es la doctrina teológico-escolástica y el fundamento en que descansa.

1º. La Religión verdadera no es ni puede ser más que una y única; porque una es la verdad; esto es tan metafísicamente cierto, que quien lo negara no merecería los honores de la refutación, sino aquella antigua receta de la escuela contra los que abdican del sentido común: contra principia negantes fustibus est arguendum. [140]

2º. La Religión católica es la única verdadera; porque es la única en que concurren visiblemente todos los caracteres de la verdad. Es una en el tiempo y en el espacio, una en la doctrina, en la moral, en los sacramentos, en el culto, y profundamente lógica y consecuente consigo misma. Es católica o universal; porque su promulgación no ha tenido barreras; llama a todos los hombres sin distinción de pueblos ni de castas, y satisface todas las necesidades del individuo, de la familia, de la humanidad en orden al último fin del hombre. Es santa en sí, en su origen, en sus medios, en su fin y por la santidad manifiesta de sus miembros que la guardan y practican. Es apostólica o genuina, es decir, que en su esencia se conserva maravillosamente tal cual la predicaron los Apóstoles, discípulos inmediatos y enviados de Jesucristo Hijo de Dios, Redentor y Maestro del mundo.

3º. La Providencialidad, religión inventada por el señor Adorno, será, según el, la religión del porvenir, encargada de conducir al hombre a una feliz combinación de causas que lo hará inmortal y dichoso en un núcleo o astro final. Quodcumque ostendis mihi sic, incredulus odi, exclamara Horacio. El porvenir, no sólo de la humanidad en general, sino de cada uno de los hombres en particular, está satisfactoriamente definido en los dogmas de nuestra adorable Religión.

4ª. ¿Cuál será el porvenir de la materia? Esto es ya del dominio de las conjeturas. Entre otros, el Padre Urráburu, eruditísimo jesuita, ha tratado esta cuestión planteándola del modo siguiente:

«Parece que este mundo, en cierto sentido, durará siempre; aunque no en el estado que ahora guarda.

«Lo primero es indudable. Los seres que constituyen el mundo son o incorruptibles o corruptibles. Los primeros deben existir siempre, si Dios los conserva. Los segundos, al menos la materia prima, como incorruptible que es, exige también perpetua duración, y, como no puede existir sin [141] alguna forma, no permanecerá sola, sino informada y completa en su razón de cuerpo natural, por el acto conveniente de una forma substancial. Luego este mundo es de tal naturaleza que, si Dios no lo aniquila, de alguna manera tiene que continuar existiendo. Además, supuesto que la aniquilación es contraria a la naturaleza de las cosas, resulta filosóficamente cierto, que el mundo en algún modo durará siempre; aunque, en sentido absoluto, Dios, suspendiendo su influjo de conservación, pudiera reducirlo a la nada.

«Que Dios de hecho no aniquilará al mundo, no es cosa que pueda saberse por natural discurso; porque eso depende de la libre voluntad del Criador. No obstante, es de fe que Dios conservará eternamente el mundo, pues así parece deducirse de algunos textos de las Sagradas Escrituras, como: Aprendí que todas las obras que hizo Dios, perseverarán perpetuamente (Eccltés. III-14) y: Porque crió todas las cosas para que fuesen (Sab. I-14.) Léase San Agustín, Santo Tomás y Suárez.

«La otra parte de la tesis puede probablemente apoyarse en las teorías astronómicas: después de muchas y curiosas observaciones, tiénese como cierto que el sol va perdiendo algo de su calor; por tanto, con el transcurso del tiempo, llegará necesariamente a extinguirse del todo y a no difundir luz y calor. Luego el sol no puede durar eternamente en el mismo estado. Esa mutación del sol importa, de seguro, la mutación de los planetas; porque, extinguido el astro rey, quedarán todos sumergidos en las más espesas tinieblas; y toda la vida de la tierra, que se debe al calor del sol, iráse debilitando por completo hasta convertirse en tristísima muerte. Así es que, aunque los globos del mundo sigan girando eternamente, no conservarán el mismo estado en que ahora se hallan.»{104}

5º. Esto es astronómica y físicamente estudiado el punto; pero los teólogos fundados en un texto del Apóstol San [142] Pablo, que dice: que la misma criatura será librada de la servidumbre de la corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios,{105} aseguran con el Angélico Doctor Santo Tomás de Aquino: «que verificado el juicio final, la naturaleza humana quedará del todo constituida en su término. Mas, como todas las cosas corpóreas han sido hechas en cierta manera para el hombre..., convendrá también entonces, que toda criatura corpórea se inmute conforme al estado del hombre. Ahora bien, como los hombres serán en esa vez incorruptibles, desaparecerá de toda criatura corpórea el estado de generación y corrupción.»{106}

«...Todas las cosas corporales han sido criadas para el hombre; por eso se dice que todas le están sujetas. Sírvenle de dos modos: primero, para conservarle la vida del cuerpo; segundo, para elevarlo al conocimiento de Dios, en cuanto que el hombre por las criaturas ve las cosas invisibles de Dios, como se asegura en la Epístola de San Pablo a los Romanos, cap. I. En el primer sentido, el hombre glorificado no necesitará de las criaturas; porque su cuerpo será incorruptible, por la virtud divina que obrará mediante el alma, la cual le glorificará inmediatamente. En el segundo sentido, tampoco necesitará el hombre de las criaturas en orden al conocimiento intelectual; porque a ese respecto, los Santos verán a Dios inmediatamente en la divina esencia. Pero el ojo corporal no puede llegar a esta visión. Por eso, para que tenga un goce proporcionado a la visión divina, verá a Dios en sus efectos corpóreos en que brillará la Majestad Divina; primero en la humanidad de Jesucristo, después en los cuerpos de los bienaventurados, y por fin en todos los demás objetos materiales. Convendrá, en consecuencia, que los demás cuerpos reciban mayor influencia de la bondad divina, no que les cambie su especie, sino que les añada la perfección de [143] alguna gloria. Esa será la renovación del mundo, de suerte que el mundo será renovado y el hombre será glorificado.»{107}

III
Refutación de los errores de Adorno sobre la conciliación de la presciencia divina y la libertad humana

Dado el plan que nos hemos propuesto desarrollar en esta obra, no queremos detenernos en demostrar una por una, todas las verdades de la Filosofía cristiana combatidas por los muchos autores, cuyos libros vamos examinando a la luz de la crítica. Por otra parte, la tarea, tras de ser imposible sería inútil. Imposible; porque, ¿quién puede seguir paso por paso las muchas aberraciones de las inteligencias que han salido de la orbita de la verdad? Inútil; porque generalmente esas mismas inteligencias, están dominadas por preocupaciones apriorísticas en contra de todo lo que sale de nuestro campo, y pretender convencerlas es majar en hierro frío. Sin embargo, nos hacemos cargo de señalar los errores más capitales y exponemos, aunque con brevedad, las razones que los contradicen.

Teológica y metafísicamente inconcuso es, que Dios desde toda la eternidad conoce lo que había de ser o pudiera ser en el tiempo y en la eternidad y, por consiguiente, nada se le oculta jamás de lo que fue, es y será en el transcurso de los siglos, y en todas y cada una de las criaturas. Conoce, pues, los futuros libres, o sea los que dependen de la libre determinación de la voluntad humana; los futuros necesarios, o que no suponen ejercicio de libertad; los futuros condicionados, o sea los que serían si tal cual condición se pusiese, aunque jamás haya de ponerse; y los puramente posibles. Esto entra en la íntima naturaleza de un Dios infinitamente [144] perfecto; suponer lo contrario, es señalar límites a la infinita sabiduría, porque entonces habría verdades a que no se extendiera; pero un Dios limitado es un absurdo, no es Dios.

Que el hombre sea libre, es una verdad de fe, de conciencia, de sentido, y consentimiento común; pues no hay pueblo de la tierra, no hay legislación ninguna que la desconozca o niegue; no hay individuo en el pleno y recto uso de sus facultades, que no esté persuadido de la existencia de la libertad humana. Mas, ¿cómo se concilian una y otra verdad? Aquí es donde Adorno claudicó; no queriendo nosotros apartarnos ni un ápice de la doctrina escolástica, dejaremos la palabra a uno de los más conspicuos jesuitas de nuestros tiempos, el Padre Domingo Palmieri, dice así.

«Aunque Dios desde ab aeterno conozca los actos todos de la voluntad, esta, empero, conserva íntegra su libertad. Porque la ciencia de Dios es a nuestros actos, como el conocimiento nuestro a los objetos presentes; por tanto, no antecedente sino consiguiente, es decir, vemos las cosas porque son, no son las cosas porque las vemos: así, Dios conoce nuestros actos porque han de ser, no han de ser porque los conoce. Estos son futuros respecto a la sucesión del tiempo, pero son presentes a la eternidad y conocimiento divino. ¿Por qué esos actos han de ser? Porque la voluntad libremente se determinará a ellos; como si se pregunta por qué alguno anda en este momento, la razón es, porque quiere. Y; como después que uno se determinó y obra no puede a la vez no obrar; así, si la voluntad en lo futuro se ha de determinar a tal cosa, no podrá al mismo tiempo no determinarse; pero esta imposibilidad es consiguiente a la misma determinación libre de la voluntad, y por eso en ninguna manera quita la libertad cuyo íntegro ejercicio supone.

«Así, pues, la ciencia divina, si se atiende a su eternidad, precede en duración a los actos futuros; si a su excelencia [145] infinita, precede en dignidad de naturaleza; mas si se atiende a su terminación en los objetos, no precede, sino es consiguiente a la libre determinación de la voluntad. Es, por tanto, verdaderamente imposible no suceda lo que Dios previó que alguna vez debería ser; pero esto, no porque la ciencia de Dios imponga necesidad a las cosas, sino porque siendo infalible, ve ciertísimamente lo que ha de ser por libre determinación de la voluntad.

«Esto supuesto, puede responderse a las dificultades que son las siguientes: 1ª. Lo que necesariamente ha de ser, no es libre. Es así, que lo que Dios ha previsto, necesariamente ha de ser. Luego, si Dios ha previsto nuestros actos, no son libres.

«Resp. Distingo la mayor. Lo que necesariamente ha de ser, con necesidad antecedente a la determinación de la voluntad, no es libre, concedo; lo que necesariamente ha de ser, con necesidad consiguiente a la misma libre determinación de la voluntad, no es libre, niego. Contradistingo la menor. Lo que Dios ha previsto, necesariamente ha de ser, con necesidad antecedente, niego; con necesidad consiguiente, concedo.

«2ª. Dada la previsión de Dios, no puede el hombre determinarse a otra cosa; luego ya no es libre.

«Resp. Distingo el antecedente. Dada la previsión de Dios, no puede el hombre determinarse a otra cosa, con imposibilidad antecedente a la determinación de la voluntad, niego; con imposibilidad consiguiente a la misma determinación de la voluntad, concedo; por tanto, se niega el consiguiente y la consecuencia.

«3ª. Si Dios ve las cosas porque han de ser, y no que las cosas hayan de ser porque Dios las vea, a) las cosas con relación a la ciencia de Dios serían como causa, y la ciencia, como causada, estableciéndose así una dependencia que repugna. b) ¿Cómo se concilia esto con la doctrina cierta y común de que la ciencia de Dios es causa de las cosas y que, por tanto, las cosas son porque Dios las conoce? [146]

«Resp. a lo 1º. Esto se explica por lo que se ha dicho en la tesis XIX. Las cosas son una condición de término del acto divino, y no son la razón del mismo acto divino. En que sean condición de término en nada depende de las cosas el acto divino, porque no se perfecciona. Hay solamente la dependencia de término, si se quiere, que consiste en que la ciencia divina exige objeto cognoscible; siendo esto intrínseco a la ciencia, verificase también en la ciencia de Dios, como varias veces lo hemos dicho.

«A lo 2º; ese principio se refiere a los futuros, cuya determinación de su existencia depende únicamente de Dios, y también a los futuros libres; pero no del mismo modo. Cómo se ha de entender de los futuros libres, se explicará con mayor claridad en la tesis XXX. Cómo debe entenderse de los demás futuros, se ve, si se distingue la ciencia de los posibles en que se contienen las ideas divinas, de la ciencia de los hechos. Aquélla suele llamarse ciencia de simple inteligencia; esta, de visión. Ahora bien, para estos futuros, la ciencia que es causa de las cosas no es la segunda, sino la primera. Porque, como Dios obra libremente a manera de un artífice, es necesario que al decreto de su voluntad preceda el conocimiento que proponga qué y cómo pueda hacerse; es decir, el conocimiento que dirija la elección de la voluntad. Esta ciencia, por lo mismo, no es la con que se ven las cosas existentes, sino con que se conocen las cosas posibles. Pero, dado el decreto de la voluntad, que entre todos los posibles elige ciertas cosas y determina su existencia, tales cosas resultan entonces futuras, y como tales, se ven con la ciencia de visión. Así, pues, estas cosas son porque Dios las conoce, en cuanto que las ideas divinas dirigen a la voluntad de Dios para realizarlas; Dios las ve porque son, porque su conocimiento termina en ellas como ciertamente futuras, porque han de ser.»{108} [147]

La principal dificultad es sobre los futuros libres; pero el P. Palmieri la resuelve así: «La ciencia divina que es causa de los futuros libres y absolutos, no es aquella por la cual ve que serán absolutamente, sino la ciencia de los posibles y de los futuros condicionados. La ciencia que se considera como causa es, la que dirige a la voluntad divina al dar el decreto de que las voluntades existan, y que se hallen en tales circunstancias, para que se obtenga el fin que Dios quiere. Para dar este decreto, se requiere la ciencia que comprende las voluntades posibles, y lo que hicieran en cualesquiera circunstancias posibles, y esto por sí mismas, no determinadas por Dios, sino por la misma libertad. Supuesto el decreto, resulta absolutamente futuro lo que primero se conocía como condicionado: sucederá en absoluto que esas voluntades se determinen libremente; por tanto, Dios sabe que se determinarán en acto.»{109}

No olvidemos que Dios es un misterio insondable e inefable; que estas locuciones y distinciones, por teológicas que sean, llevan mucho de nuestro modo imperfecto de conocer. Dios es simplicísimo e infinito.

Acerca del concurso divino en las obras moralmente malas, Dios nuestro Señor queda en su propio lugar, así como la rebelde voluntad en el suyo, con sólo advertir, que el mal por su naturaleza es privación de bien donde debiera existir dicho bien; y que tal privación en el mal moral, sólo depende de la malicia de la voluntad. Para que esto se vea con evidencia, aduciremos un ejemplo que oímos a nuestro inolvidable maestro de Teología y filosofía el P. D. Benito Retolaza. Es necesario el concurso del alma en los movimientos del cuerpo; pero si en estos movimientos hay algún defecto, por ejemplo, la cojera, no sería justo atribuirlo al alma, cuando es claro que el mal está en el cuerpo. [148]

IV
Nota bibliográfica

En el Catálogo de nuestra Biblioteca Nacional, tercera división, Filosofía y Pedagogía, edición de 1889, además de La Harmonía del Universo, se menciona una Introduction of the harmony of the universe; on principies of physico-harmonic geometry. London – 1851. – Reynell and Weight. 1 volumen 4º, pasta, como obra del Señor Adorno.

Entre las obras de tan curioso y original autor, debemos contar una que se intitula: Memoria acerca de los Terremotos en México, | escrita en Octubre de 1864, por Juan N. Adorno. | Edición de «El Pájaro Verde.» | México. | Imprenta de Mariano Villanueva. | Calle de la Mariscala núm, 9. | 1864.

El libro es pequeño, 136 páginas en 12º, muy mal impreso, parece que salió como folletín del famoso periódico conservador; pero revela todo el carácter de su autor. El 3 de Octubre de ese año de 1864, se dejó sentir un fuerte temblor que causó notables estragos en Puebla, Veracruz y Oaxaca, por manera que algunos creyeron que después de la conquista había sido el terremoto más terrible. Con esta ocasión se puso Adorno a escribir su erudita Memoria, que ya estaba terminada para el 15 del mismo mes.

Después de consideraciones generales históricas, geográficas y astronómicas, que se relacionan con las sacudidas terrestres, impugna Adorno la teoría o hipótesis de la pirosfera o núcleo incandescente y líquido de la tierra; considera como incompleta y superficial la hipótesis de aquellos, «que suponen la formación en las cavernas de la tierra de gas grisou, o sea hidrógeno carbonado, que cuando se mezcla con el oxígeno o con el atmosférico, tiene la propiedad de incendiarse produciendo instantáneamente una detonación violentísima, sacudiendo con ella los terrenos bajo los cuales obra, y produciendo así los terremotos.»[149]

Sinopsis de las causas de los terremotos

Causa general u objetiva

Los cambios geogénicos continuos, que la naturaleza del planeta ejecuta para obtener su esfericidad final, para lograr la mejor distribución de sus aguas, y para perfeccionar de más en más su vida y la de los seres que lo pueblan, según las leyes que obedece.

Causas predisponentes

Vía ígnea. La irradiación hacia el espacio del calórico terrestre, dirigiéndose desde el centro del planeta en todas direcciones; pero principalmente por el Ecuador (a causa del movimiento centrífugo de la tierra), y por las concavidades subterráneas de ésta, a causa de la menor presión u oposición que ellas le oponen.

Vía mixta o sea ígnea y acuosa. La descomposición de los líquidos que producen gases inflamables y detonaciones explosivas.

La esferoidización de los líquidos en contacto con superficies incandescentes, los que, así, al evaporarse, se hacen explosivos.

Vía acuosa. Las corrientes marinas de la rotación terrestre, continuando su curso por las grandes galerías subterráneas que ellas mismas se han abierto.

Los depósitos considerables de agua pluvial distribuidos en las cavidades de la tierra.

La tendencia continua de las aguas subterráneas a nivelarse.

Causas determinantes

Fenómenos Plutonianos. Los levantamientos del suelo produciendo montañas y volcanes llenos de cavidades subterráneas.
Las erupciones de volcanes terrestres y marinos.
Las detonaciones o combustiones gaseosas.

Fenómenos Neptunianos. Las evaporaciones explosivas por el contacto del agua con superficies incandescentes, pasando súbitamente del estado esferoidal al de vapor.
Las descargas hidro-eléctricas a causa del frotamiento de los vapores subterráneos sobre superficies frías, al pasar por los elevados cráteres volcánicos.

Fenómenos Pluto-Neptunianos. Las tempestades profundas de la mar.
Las perturbaciones de las corrientes marinas de la rotación terrestre.
Los hundimientos repentinos del suelo exterior del planeta.
Los derrumbes súbitos de rocas subterráneas.
El derrumbe rápido de las aguas subterráneas de un depósito en otro, por la caída repentina del fondo del primero.
Las tempestades opuestas de mares comunicados entre sí por las cavernas subterráneas. [150]

 

En la demostración hay observaciones e hipótesis por todo punto ingeniosas y muy dignas de leerse, como, que la tierra ha cambiado y probablemente cambiará de polos: «que la corriente de rotación ecuatorial de la mar ha socavado grandes grietas en el seno de la tierra, y que la comunicación tan anhelada en los Océanos Atlántico y Pacífico se verifica ya en las entrañas de ella, sin dejar las corrientes marinas de proseguir este profundo y luengo trabajo, hasta que socavados suficientemente los fundamentos de las cavernas subterráneas produzcan terribles hundimientos que rompan en una, dos o tres partes la solución (sic) de continuidad de este continente, y originen islas de Guatemala y Yucatán, separadas por estrechos, que sólo serán un corolario de los trabajos con que la naturaleza ha formado antes los canales de Yucatán y Bahama.» (pág. 64).

En cuanto al terremoto en cuestión de 3 de Octubre de aquel año, cómo quiera que coincidiese con ruidos escuchados a las inmediaciones del Citlaltepetl u Orizaba, y con luz en el cráter de dicho volcán, cree Adorno que: «probablemente, lo prolongado y abundante del temporal de lluvias de este año, ha debido aumentar considerablemente algún depósito de aguas pluviales en la parte superior del volcán, o acaso en su mismo cráter, y a virtud de ese aumento de peso, hundirse algún ciclo de rocas dentro del mismo volcán, cayendo repentinamente una enorme cantidad de agua fría en su fondo, poniéndose así en contacto con superficies incandescentes, cuyo primer fenómeno ocasionó el trueno preliminar que los vecinos oyeron, como una hora antes del terremoto... La hora que transcurrió entre el desplome del agua al momento del terremoto, debió ser aquella en que el agua fría estaría en el estado esferoidal por su contacto con superficies incandescentes; pero bajando por el mismo contacto la temperatura de estas a 270º del centígrado, debió evaporarse el agua instantáneamente y de un modo [151] explosivo, semejante al que tiene lugar en las calderas de vapor que revientan, como arriba he dicho, cuyo fenómeno en el Citlaltepetl debió ocasionar la segunda detonación que oyeron los vecinos al iniciarse el temblor.

«Tal cantidad súbita de vapor no pudo caber por las grietas del volcán, por donde se verifican las evaporaciones normales, y, por lo tanto, antes de salir a la atmósfera debió ejercer una violenta y súbita presión sobre las aguas subterráneas, tan poderosa, que produjo el primer sacudimiento en más de cinco mil leguas cuadradas de la superficie de este continente.» (págs. 91 y 92). Si non e vero e ben trovato.

Para que el estudio sea útil, propone medios que a su juicio pueden servir para evitar los terremotos o, por lo menos, sus efectos. El primero es abrir el canal de Tehuantepec; y el segundo, construir los edificios de manera que resistan a tales conmociones.

Nos hemos detenido en describir esta Memoria para amenizar un poco la aridez de nuestra crítica.

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{97} Véase Apuntaciones, pág. 285.

{98} La Harmonía del Universo.

{99} La Harmonía del Universo.

{100} Ibidem.

{101} Téngase presente que Dios Nuestro Señor en sí es simplicísimo y que, según el término y naturaleza de sus obras, y en cuanto a nuestro imperfecto modo de conocer, clasificamos los divinos atributos que en sí son una sola y simplicísima perfección; pero con distintas manifestaciones.

{102} ¿Prever, bajo el concepto de previsión, es crear? ¿Crear, bajo el concepto de creación, es prever y ordenar, &c.? Responda un niño; porque los mayores no hacen gracia.

{103} El ejemplo es inadecuado; porque no es lo mismo la imposibilidad física que la absoluta supuesta en el razonamiento.

{104} P. Urráburu, Institutiones Philosphicae. –Cosmologia. –Vallisoleti, 1892.

{105} Ep. ad Romanos, VIII, 21.

{106} Sto. Thom. 4º. Contra Gent., cap. 97, citado por el P. Urráburu.

{107} Sto. Tomás. 4º. Dist. 48. q. 2. a. I. Citado por el P. Urráburu en sus Institutiones Philosophicae.

{108} Institutiones Philosophicae, Romae 1876. Theologia. Thes XXVIII.

{109} Ibidem. Thesi XXX.