Filosofía en español 
Filosofía en español

Bibliografía

 
Rufino Blanco Fombona, El conquistador español del siglo XVI, Editorial Mundo Latino, Madrid 1922 Rufino Blanco Fombona, El conquistador español del siglo XVI. Ensayo de interpretación, Editorial Mundo Latino, Madrid [1922], XII+298 págs.

[iv] «Obras del autor. Historia y Sociología. La evolución política y social de Hispano-América, Madrid 1911. Notas a las 'Cartas de Bolívar' (tres tomos), París 1913. Madrid 1921. Madrid 1922. Bolívar pintado por si mismo (dos tomos), París 1913. El conquistador español del siglo XVI, Madrid 1922. Judas Capitolino (La tiranía en Venezuela), París 1912. Crítica. Letras y Letrados de Hispano-América, París 1908. Grandes Escritores de América, Madrid 1917. Ensayo sobre el modernismo, París 1912. Novelas y cuentos. El Hombre de Hierro (4ª edición), Madrid 1917. El Hombre de Oro, Madrid 1916. La máscara heroica, Madrid 1922. Dramas mínimos, Madrid 1920. Cuentos americanos (3ª edición), París 1913. Otros libros. La lámpara de Aladino, Madrid 1915. Más allá de los horizontes, Madrid 1903. Versos. Patria, Caracas 1895. Trovadores y Trovas (2ª edición), Madrid 1919. Pequeña Ópera lírica (2ª edición), Madrid 1919. Cantos de la prisión y del destierro, París 1911. Cancionero del amor infeliz, Madrid 1918.»

[v] Portada con grabado: “R. Blanco-Fombona. Ex Libris MCMXXII.” [vi] “Es propiedad. Imprenta de Ramona Velasco, Viuda de P. Pérez. Libertad, 31.” [vii-x] R. Blanco-Fombona, Carta prólogo (a Gabriel Alomar). [1-294] Texto. [295] “Hay una errata”. [297-298] Índice.

 

Carta prólogo

Querido Gabriel Alomar:

La última vez que vino usted a Madrid, como diputado republicano por Barcelona, nos congregó un día, en torno de su mesa, a tres amigos. Ni menos que las Gracias, ni más que las Musas: eso es lo clásico.

Calle de Alcalá abajo entramos, ¿recuerda usted?, en altiva casona, –palacio, diría la gente romúlea–, donde vimos retratos demasiado nuevos e infieles de los viejos y fervorosos conquistadores de América.

Mientras los otros dos conviviales –Eugenio D'Ors y Victoriano García Martí– malabareaban con algo de bizantinismo sobre si el terceto se inventó para la Divina Comedia o la Divina Comedia se produjo para el terceto, nosotros hablamos de los gerifaltes españoles del siglo XVI. Usted los atacaba a flecha limpia, inmisericorde; porque usted no glorifica sino a los héroes de la libertad. Yo, bien que mal, los iba defendiendo y escudando contra la buida lluvia de dardos.

Las razones últimas de mi defensa las expone este libro. Por eso, en recuerdo de aquel choque de pareceres, en hora amena y locuaz, se lo dedico a usted. Por eso, y porque deseo rendir público homenaje al amigo insuperable, al espíritu excelso, al pensador probo, al escritor de pluma maestra, al campeador cívico, al hombre bueno, a Gabriel Alomar.

No se lo dedico, sin embargo, sin cierto recelo. Francamente –y lo digo sin falsa modestia–, no es digna esta obra del honor que le hago colocando a su frente el nombre de usted. No estaba, ni aun estoy, preparado para escribirla. Confieso que he debido seguir y no seguí el consejo lírico y práctico del siempre divino Leonardo:

Chi non può quel che vuol, quel che può voglia
Che quel che non si può, folle è volere,
Adumque saggio e l'uomo da tenere
Che da quel che non può, suo voler toglia...

Compuse este libro, además, de modo absurdo. La génesis fué un prólogo que me encargó –honrándome en ello– el Sr. Levillier, actual jefe de la Embajada argentina en Madrid, para copioso volumen de Documentos, extraídos de los Archivos de España, y publicados por disposición del Congreso argentino. Después, ampliado el prólogo, formé lo que es ahora segunda parte de esta obra. Era un librito; lo llevé a un editor. Ya impreso, lo recogí; y me píese a hacer lo que es ahora primera parte.

Más absurda, composición no cabe. De ello se resiente la obra. Si ahora, un poco más conocedor del asunto, me pusiese a escribirla de nuevo, la reduciría a la mitad. Y si se me preguntase por qué levanté de manera tan caprichosa y arbitraria esta pobre arquitectura, respondería: me pareció, viendo ya impreso el libro, que no se debía hablar del conquistador sin conocer la sociedad que lo produjo. Estudiar, pues, al pueblo español en sus relaciones de causa a efecto con el guerrero ultramarino del siglo XVI ha sido el objeto de la primera parte, que titulo Caracteres de España.

Insisto, querido Alomar, en mi falta de preparación. No me extrañaría que se encontrasen aquí expuestas como novedades ideas que no son nuevas. Después de haber escrito, he tenido que ir suprimiendo, en más de una ocasión, conceptos que creía personales, y que luego, hojeando obras pertinentes al asunto, me he encontrado ya en circulación. Yo había, pues, repensado aquellas ideas, rehecho aquellas observaciones. Hasta en algunos ejemplos aducidos hubo coincidencias. He suprimido, naturalmente, todas las coincidencias que pude atrapar. No respondo que no quede por ahí alguna. Espero, en todo caso, que no se crea que me valgo exprofeso de lugares comunes. Esos lugares comunes, aunque existieran, no lo serían para mí: ignorante de la materia, los he pensado o repensado con honrada intención y un sincero anhelo de comprender.

Hay más, en demérito de este ensayo de interpretación.

Este ensayo ha sido hecho, aunque al revés, según métodos empleados durante el siglo XIX, para descubrir la verdad histórica. Pues bien, tales métodos parece que han caído en descrédito. Yo soy hombre del siglo XIX y no del siglo XX. A mis clásicos me atengo y no a novedades que necesitarían de otra ideología y de otros estudios. Creeré en la superioridad de los teóricos del siglo XX cuando este siglo produzca nombres que alcancen o superen, en esta clase de estudios, a los grandes nombres del siglo XIX desde Mommsen hasta Renán.

Entretanto, esperemos; sin imaginar que la actividad y la aptitud de renovación del espíritu humano vayan a estancarse en las ideas y procedimientos de una centuria cualquiera. El espíritu, por fortuna, fluye, incesante; haciendo reverdecer, florecer y frutecer las épocas –es decir, las márgenes del cauce, o digamos del tiempo–, por donde corre.

Si a algún opilado patriotero se le encrespa la patriotería española y me censura, le tildaré de incomprensivo. En efecto, no dedica uno su tiempo ni su trabajo a lo que no admira o quiere; en suma, a lo que no le interesa. Además, en esta obra no se polemiza, sino se trata de esclarecer fenómenos sociales. De todos modos, la veneración incondicional se rinde únicamente a lo que ya no existe. Y creo que España vive, actúa, se remoza y florece en naciones.

Venzo mi natural temor, querido Alomar, respecto a competencia para tratar de lo que aquí se trata, y pongo su resplandeciente nombre al frente de estas páginas. El faro ignora lo que alumbra.

Su amigo,

R. Blanco-Fombona

IVC