Filosofía en español 
Filosofía en español

Tratado X. Explicación de las 65 proposiciones condenadas por Inocencio XI


Proposición XXXI condenada

Regularmente puedo matar al ladrón, por conservar un escudo de oro.

123  Digo lo primero, que lo que decía esta Proposición, y lo condenado en ella era, que si un ladrón me hurtase un escudo de oro, y yo no tuviese otro medio para recuperar ese escudo, sino matarle, lo podía hacer: lo cual es muy ajeno de razón, pues la vida de un hombre, no se estima tan poco, que por un escudo de oro se haya de quitar.

124  Digo lo segundo, que si este escudo de oro fuera tan necesario a su dueño, que sin él había de venir a extrema, o grave necesidad, o si tuviese ese escudo para pagar una deuda, por la cual le habían de echar en una cárcel, por muchos días, en ese caso no sería pecado el matarle cum moderamine inculpatae tutelae. Ita Torrecilla en la Proposición, fol. 425. n. 76. Porque la Proposición condenada dice, que regularmente es lícito matar al ladrón por un escudo de oro: Atqui, este caso propuesto no es regular, sino irregular: Luego este caso no está comprehendido en la condenación.

125  Digo lo tercero, que aunque regularmente será pecado mortal matar al ladrón, por conservar dos, o tres escudos de oro; pero no es eso lo condenado, como con el Maestro Hozes dice el P. Torrecilla ubi sup. N. 28. Porque la opinión condenada solo habla de un escudo de oro; y nuestra conclusión no habla de uno, sino de dos, o tres.

126  Digo lo cuarto, que si el ladrón fuese nocturno, o aunque viniese de día, si viene con las armas en la mano, y no se sabe la intención que trae, antes del modo de venir, se presume viene con determinación de matar, que en este caso no será pecado el prevenirle, y quitarle la vida con el moderamen de la inculpada tutela, aunque sea solo por conservar un escudo de oro. Ita cum Hozes Torrecilla ubi sup. n. 80 y 81. Porque la opinión condenada habla solo por conservar un escudo de oro, y esta habla por conservar la vida.

[ Práctica del confesonario (Pamplona 1686); según la octava impresión (Imprenta Real, Madrid 1690), “edición canónica”, página 169. ]