El cinematógrafo y los incendios
«Eh dis donc : c'est quoi le Bazar de la Charité? Le 4 mai 1897, le Bazar de la Charité brule et 126 personnes meurent. La cause est le tout jeune cinématographe et il aurait pu ne pas s'en relever.» (Eh dis donc, 9 agosto 2014)
París, 4 de mayo de 1897. Incendio de un cinematógrafo en el Bazar de Caridad: 126 muertos.
«Terrible incendio en París. En una Kermesse 200 muertos 300 heridos. (por telégrafo) Las primeras noticias. Alarma en París. Urgente. París 4 (6-30 n.). Poco después de las cuatro de la tarde comenzó a circular por los boulevards de los Italianos y Montmartre y por los alrededores de la Opera, la noticia de que había ocurrido una espantosa catástrofe en el gran Bazar de la Caridad, organizado en la calle de Juan Goujon, que situada en pleno barrio de los Campos Elíseos, había atraído a la fiesta al todo París de las grandes solemnidades aristocráticas. Se habló desde los primeros momentos de que habían sucumbido numerosas personas de la high life parisiense, en su mayoría señoras. La gente corría desalada en busca de pormenores del siniestro hacia los Campos Elíseos, encontrando por el camino, en la calle Real, camillas en que eran conducidas las víctimas del incendio. Asimismo eran llevadas en camillas a sus suntuosas moradas de la orilla izquierda del Sena, por los puentes de la Concordia y de los Inválidos, algunas de las señoras muertas y heridas en el incendio de la kermesse. Por todas partes se comentaba el suceso, se citaban nombres y a medida que aumentaba el número de las víctimas, crecía la alarma en el París elegante y aristocrático. Los periódicos que se publican a las cinco de la tarde, tales como el Journal des Debats (edición rosa), El Temps y La Liberté, empezaban ya a adelantar detalles del siniestro. La emoción en el público, al conocer la importancia de la catásfrofe, se hizo intentísima, y los periódicos eran arrebatados de las manos de los vendedores. En los transparentes de Le Gaulois (esquina al boulevard Montmartre y a la calle Drouot), de Le Courrier du Soir (pasaje Jouffroy), de Le Petit Journal (calle Lafayette), de Le Journal (calle Richelieu) iban apareciendo cada diez o quince minutos noticias detalladas del incendio y nombres de las víctimas. La gente se agolpaba delante de estos transparentes, comentando lo ocurrido. Acudían también, no satisfechos con estos detalles, a informarse al inmediato hospital Baujon, enclavado por fortuna en el mismo barrio, en el Faubourg Saint Honoré. Allí fueron llevadas la mayor parte de las víctimas, sobre todo las que se encontraban en mayor estado de gravedad. […] La causa del siniestro. Explosión de una lámpara. La causa del siniestro fué la explosión de una lámpara, que incendió la cubierta, que era de lona embreada, lo cual contribuyó a hacer más formidable la catástrofe. La lámpara era del cinematógrafo. El fuego circundó rapidísimo el Bazar y lo destruyó en trece minutos. Se desplomó inmediatamente la techumbre, que era de madera. Muchos cadáveres han perdido la figura humana, y envueltos en sábanas son conducidos por las tropas. Como hemos dicho antes, las víctimas son en su mayoría señoras, que, enredándose con las faldas y no pudiendo correr, perecieron asfixiadas y atropelladas al caer en el suelo, formando un gran montón. No se ha podido identificar a muchos cadáveres, porque están carbonizados, deshechos. Es imposible calcular todavía, ni siquiera aproximadamente, el número de las víctimas ocurridas en el siniestro; pero se cree que el número de los muertos pasa de doscientos, y el de los heridos de trescientos.» (El Liberal, Madrid, 5 de mayo de 1897, pág. 1.)
«Horrorosa catástrofe en París (por telégrafo, de la Agencia Fabra) EL incendio. primeras noticias. PARIS 4 (6'15 t, urgente). A las cuatro de la tarde de hoy, un formidable incendio ha destruido el gran Bazar de Caridad organizado anualmente en la calle de Juan Goujón por las señoras de la aristocracia para la venta de objetos cuyo producto se consagra a los pobres. A la hora en que telegrafiamos ascienden a treinta los muertos cuyos cadáveres, completamente carbonizados, se hallan depositados en las aceras. El número de heridos graves asciende a 35, siendo también muchas las personas cuya desaparición se ha observado. Reina grandísima consternación. […] Cómo ocurrió el incendio. La causa del siniestro fue la explosión de una lámpara, que incendió la cubierta, que era de lona embreada, lo cual contribuyó a hacer más formidable la catástrofe. La lámpara era del cinematógrafo. Los encargados del local y los dependientes comenzaron en seguida a trabajar para apagar el fuego, no avisando al publico, a fin de que no se alarmase, y éste permaneció en el local, bien ajeno de sospechar que corría grave riesgo. […] 200 muertos. París 4 (8'25 n.). El número de los muertos en la catástrofe del Bazar, ascenderá indudablemente a doscientos. Víctimas ilustres. Consternación en París. París 4 (10'62 n.) Entre las víctimas del Bazar de la Caridad que parecen comprobadas a la hora en que telegrafiamos, se citan los nombres de distinguidísimas personalidades de la alta sociedad de París entre ellas la baronesa de Reille, Marbau, párroco de San Honorato, Eylau, marquesa de Gallifet, duquesa de Alenzón, vizcondesa de Hemolstein, condesa de Saint Perier, condesa De Mun, señora de Mackau, general Munier, señora de Moreau, marquesa de Flires, Sr. Nelaton, su hijo y sus cuatro hijas. La consternación en todo París es tan enorme como justificada. La señora de Flores muerta. París 4 (11'66 n.). La esposa del señor Flores, cónsul de España, que fué herida en el siniestro del Bazar de la Caridad y transportada al hospital Baujón, sucumbió esta noche en dicho establecimiento.» (El Correo Español, Madrid, miércoles 5 de mayo de 1897, pág. 1.)
«El cinematógrafo y los incendios. Todas las noticias están conformes en atribuir el origen del desastre a la luz del cinematógrafo. No falta quien suponga que un conductor eléctrico de la instalación de alumbrado se puso incandescente a consecuencia de un circuito corto, incendiando las maderas sobre las cuales se apoyaba. […] El juez de instrucción ha tomado declaración al encargado del cinematógrafo. Dicho individuo explica el accidente por la extensión de la lámpara en que se quemaba el gas producido por una mecha de oxígeno y éter, combinados en un vaporizador especial. La lámpara se apagó bruscamente, y al encenderse de nuevo produjo una gran llamarada, causa sin duda del incendio. A última hora se afirma que la lámpara del cinematógrafo que ocasionó el siniestro era de gas acetyleno. El encargado de la lámpara ha resultado ileso. Es joven de buenos antecedentes y fué soldado algunos años ha. Es de advertir que el incendio de la calle de Jean Goujon es el segundo de los que ha producido el cinematógrafo. Hace pocos meses se produjo también un incendio en el sótano del Palacio de la Paix, donde funcionaba el aparato.» (La Época, Madrid, 6 mayo 1897, pág. 1.)
«Horrorosa catástrofe en París (por telégrafo, de nuestro corresponsal particular) Incendio del Bazar de Caridad. 150 muertos y 300 heridos. […] ¿Quién es el responsable? Lo que dice el empleado del cinematógrafo. ¿Hubo explosión de acetileno? París 5, 10'20 n. La prensa trata de hacer que se depuren las responsabilidades que pueden deducirse contra los causantes de la horrorosa catástrofe. Los diarios radicales atacan preferentemente, con tal motivo, a la prefectura de policía, suponiendo que ha habido negligencia inexcusable en la inspección del local y aparatos en él contenidos, pero olvidan que el prefecto no tiene atribuciones para fiscalizar las reuniones privadas, y el Bazar de Caridad estaba considerado, por virtud de los reglamentos, como un domicilio particular. En lo que se refiere al cinematógrafo, el empleado que le hacía funcionar dice que utilizaba como foco luminoso una lámpara de éter, lámpara que se apagó bruscamente, al encenderse de nuevo produjo una gran llamarada, causa sin duda del siniestro. Añade, que no él, sino los organizadores del bazar son los responsables de lo ocurrido por haber formado el local de materias tan propias para arder con gran facilidad al menor descuido. La policía, por su parte, está trabajando con gran empeño para descubrir si en una bombona que se ha encontrado en el sitio de la catástrofe había gas acetileno u oxifthérico, ambos ignalmente peligrosos por su inflamabilidad y su poder detonante; cuando se mezclan con el aire.» (La Correspondencia de España, Madrid, 6 mayo 1897, pág. 3.)
«El sumario. Censuras a la policía. Responsabilidades. El sumario que se instruye ha demostrado que el incendio fué producido por el cinematógrafo; pero no se explica bien cómo ocurrió el accidente. Eljuez de instrucción, Mr. Bertulus, encargado de las diligencias, dedicó ayer todo el día a tratar de esclarecer ese misterio. Según los informes suministrados por el ingeniero de la casa que proporcionó el cinematógrafo, el tubo no contenía gas acetileno, como se decía ayer, sino oxígeno comprimido a treinta o cuarenta atmósferas. El tubo que contenía oxígeno, que servía para alimentar la lámpara, era una especie de cilindro, que tenía por sus dos extremidades una longitud de 70 a 75 centímetros y un diámetro de 20 a 25 centímetros. El ingeniero no está lejos de ver en la ruptura inexplicable del tubo, no el resultado, sino la causa misma del accidente que provocó la catástrofe. Al romperse el tubo se escapó el oxígeno, cuya presión, así modificada, determinó la baja de temperatura y, por consiguiente, casi la extinción de la lámpara. Al exparcirse el oxígeno por la atmósfera y al contacto de la llama no cubierta, el gas activó la combustión, produciendo un verdadero fuego de artificio. Dícese que se exigirá responsabilidad al operador y a su ayudante, por imprudencia.» (La Época, Madrid, 7 mayo 1897, pág. 1-2.)
Barcelona, 29 de abril de 1906. Un muerto y numerosos heridos en el Teatro Olimpia.
«La catástrofe del teatro Olimpia. Ayer, a las cuatro de la tarde y cuarto próximamente, debido a una falsa alarma, ocurrió en uno de los barracones, con honores de teatro, que funcionan en la calle del Paralelo, una catástrofe, a consecuencia de la cual hay que lamentar un muerto y numerosos heridos, algunos de los cuales lo están de gravedad. El hecho ocurrió en el Salón Olimpia, situado entre la Barbería del Obrero y una taberna contigua al café del Circo Español. En dicho salón, que es de madera y fue construido hace unos ocho o nueve años, con arreglo a los planos y bajo la dirección del arquitecto señor Vigo, se representaban pantomimas y se exhibían películas cinematográficas, siendo, por su módico precio, uno de los más favorecidos por el público que acude a los teatros y barracones del Paralelo, compuesto en su mayoría de obreros, y en el cual suelen predominar las mujeres y los niños. Ayer, como ocurre todos los días festivos, la aglomeración de gente era extraordinaria en aquella típica calle, que por su animación, por el abigarrado público que a ella concurre, por los espectáculos variados y sui generis que se dan en los teatros y barracones que constituyen uno de sus principales atractivos y por el verdadero enjambre de vendedores ambulantes que pregonan a voz en cuello sus heterogéneas mercancías, se ha designado muchas veees con el nombre del Montmartre barcelonés. Los teatros y barracones de la pintoresca vía rebosaban espectadores, más de lo que la cabida de muchos de ellos permite, a causa de la negligencia de los agentes de la autoridad encargados de evitarlo; en contaduría hallábanse, como de costumbre en estos casos, agotadas las localidades y los revendedores correteaban por las inmediaciones, haciendo su agosto. Frente á la fachada del teatro Olimpia, lo mismo que ante los demás teatros, pabellones y barracas, la gente, formando compactos grupos, esperaba el término de la “sección” que en cada uno de ellos se daba, pues como es sabido, los espectáculos en aquella vía, aun en los teatros de pretensiones, se dividen en “secciones”. A la hora citada, cuando la animación y el rebullicio eran mayores en el Paralelo, oyóse un concierto ensordecedor de gritos y de voces en demanda de socorro, que partían del interior del salón Olimpia y sembraron la alarma en el público, y simultáneamente, sonaron pitos de auxilio. En los primeros momentos circularon diferentes versiones: algunos fundándose en que el Olimpia estuvo tiempo atrás cerrado por orden gobernativa, a causa de no reunir el local las debidas condiciones de seguridad, suponían que parte del local se había hundido, sepultando entre los escombros a los espectadores; otros aseguraban que se trataba de un incendio y no faltaban quienes decían que acababa de estallar una bomba. Pasados los primeros momentos y desvanecido en parte el estupor que la noticia de una catástrofe produce siempre, aun en los ánimos más serenos y mejor templados, el público se rehizo y por una de esas transaciones bruscas que se observan en la psicología de las multitudes los que experimentaran antes el contagio del pánico, sintiéronse súbitamente animados de valor abnegado, acudiendo en socorro de las víctimas. Al penetrar en el salón Olimpia, ofrecióse a sus ojos un horrible espectáculo. Una masa humana, de la que se escapaban ayes de angustia, alaridos de dolor, quejas e imprecaciones, estrujábase en la platea del local. En tierra, pisoteados brutalmente por los que pugnaban por escapar de un peligro imaginario, yacían algunos espectadores, que al precipitarse alocados hacia las puertas del salón, habían sido derribados por otros más fuertes o afortunados, y sobresaliendo por encima de aquella madeja humana, veíanse manos crispadas que se agitaban ansiosamente, en demanda de espacio libre. Junto a mujeres desmayadas, veíanse niños con el rostro ensangrentado y las pupilas dilatadas por la impresión de terror que en sus almas infantiles produjera el espectáculo. De las noticias recogidas en el lugar del suceso, se deduce que la catástrofe se produjo después de la representación de la pantomima Los dos hermanos, y cuando iba a exhibirse la película cinematográfica, titulada: El falso amigo, a causa de haberse establecido un contacto al dar la corriente eléctrica el encargado del funcionamiento del cinematógrafo. Las chispas desprendidas de los carbones de la linterna, al encender el arco, prendieron en la cinta cinematográfica arrollada en la bobina superior del aparato de proyección, la cual empezó a arder. Aunque según parece solo se dieron cuenta del percance un número contado de espectadores, bastó que uno de éstos diera imprudentemente la voz de fuego y abandonase precipitadamente su asiento, para que los demás que habían visto el resplandor de la llama, contagiados súbitamente de un pánico invencible, repitieran el grito fatal, siguiendo en su fuga al autor de la alarma. A partir de este instante, el público, enloquecido, a pesar de no verse señales de fuego en parte alguna, precipitóse hacia las puertas del local; las escaleras que comunican las galerías altas con el piso bajo quedaron en un momento obstruidas por una masa humana que hacía imposible la circulación, en vista de lo cual algunos saltaron o se descolgaron a la platea, cayendo sobre los espectadores que ocupaban las butacas, mientras otros se arrojaban por las ventanas recayentes a un kiosco de bebidas, saltando después por la galería que da a la calle. En las puertas del local fue donde se trabó una lucha más desesperada entre los espectadores, que pugnaban por ganar la salida; el terror había hecho presa en el ánimo de hombres y mujeres, que se estrujaban sin piedad, registrándose escenas de egoísmo, en que el sexo y la edad desaparecían ante las brutales exigencias de la lucha por la vida, y el pánico colectivo ahogaba todo sentimiento altruista. En cambio pudo presenciarse un episodio que demuestra el poder del amor maternal, encarnado esta vez en una sencilla mujer del pueblo, que estrujada brutalmente con los ojos, saltándole de las órbitas, y el rostro tumefacto por la asfixia, en sus brazos levantados en alto sostenía como trofeo a un niño de pocos meses que sonreía envuelto en pañales. Estas escenas y otras análogas se desarrollaban en el local entre gritería espantosa, que en vano se esforzaban algunos en acallar. Por fin, después de grandes esfuerzos, el empresario, auxiliado por la policía, logró cerrar las puertas del salón, medida que resultó contraproducente, pues determinó en el público un movimiento de reflujo que fue causa de nuevas y mayores desgracias. Las escenas de violencia se reprodujeron, el público se aglomeró de nuevo a la entrada del local, apretujándose y profiriendo gritos de espanto; por fin las puertas cedieron a la violencia del empuje, y la gente salió atropelladamente como agua al levantar la esclusa que la contenía…» (La Vanguardia, Barcelona, lunes 30 de abril de 1906, págs. 1-2.)
Oviedo, 21 de septiembre de 1906. Día de San Mateo, un incendio destruye tres cinematógrafos en la Escandalera.
«Tres cinematógrafos, destruidos por un incendio. Oviedo 22. Ayer destruyó un incendio los tres cinematógrafos instalados en la Plaza de la Escandalera. En uno de ellos saltó una chispa eléctrica a una película, produciéndose una violenta detonación y un incendio, cuyas llamas, agitadas por el fuerte viento que reinaba, no tardaron en invadir los otros dos cinematógrafos. No ocurrieron desgracias parsonales.» (La Época, Madrid, sábado 22 septiembre 1906.)
Villarreal, 27 de mayo de 1912. Setenta muertos en el incendio de un cine al proyectarse Alma de traidor.
«Catástrofe en Villarreal. Cinematógrafo incendiado. Ochenta muertos y numerosos heridos. Castellón. (Martes, madrugada.) Comunican de Villarreal que la noche pasada ha ocurrido una terrible catástrofe. En un barracón se hallaba instalado provisionalmente un cinematógrafo. Durante una de las secciones, y cuando el barracón se hallaba lleno de espectadores, prendióse fuego una de las películas. Las llamas se propagaron con rapidez a la cubierta del barracón y a la parte anterior del mismo, formando una barrera de fuego que imposibilitaba la salida de los espectadores. En un momento, todo el barracón quedó reducido a cenizas. Han perecido entre las llamas ochenta personas. La mayoría de los supervivientes se hallan heridos. Muchos de ellos presentan quemaduras tan graves que se encuentran en estado agonizante. Al conocerse la catástrofe en esta ciudad, las autoridades han salido para Villarreal con médicos y material sanitario.» (La Correspondencia de España, Madrid 28 mayo 1912, pág. 7.)
«Tragedia en un “cine”. La catástrofe de Villarreal. […] Cómo ocurrió el siniestro. Como ya os he telegrafiado, el incendio se produjo al proyectarse la última película de las que constituían la sección. La sala quedó completamente a oscuras. El encargado de explicar las escenas reproducidas en la película, avisó al público, didéndole que esperase algunos momentos, pues la interrupción era pasajera y se reanudaría el espectáculo. Nuevamente se produjo la luz; pero casi simultáneamente ocurrió una fuerte explosión, que incendió la cabina, que se vio rodeada de llamas, que tomaban a cada momento mayores proporciones. El incendio produjo gran inquietud en los espectadores. Muchas voces rasgaron el aire. Algunos llamaban a sus parientes y amigos. Las señoras y los niños comenzaron a pedir socorro a grandes gritos. Confusión y pánico. La confusión que se produjo no puede describirse. Como una ola que avanza y retrocede, así la multitud, apiñada, buscaba la salida, retrocediendo hacia el interior, al ver estéril su intento de ganar la calle. El pánico perturbaba los cerebros, fijos en una sola idea: la de salvarse. Los gritos ensordecían y la tenacidad de los más fuertes vencñia a la de los débiles que caían bajo los pies de los que avanzaban. La única puerta. La única puerta del cinematógrafo está situada debajo de las localidades de preferencia, que estaban totalmente ocupadas por espectadores sentados en ellas; estos se precipitaron, dejándose caer materialmente hacia la salida. Pero como el incendio avanzaba igualmente, consumiendo con rapidez desesperante todo el edificio, de suerte tal que hacia imposible esperar en el salón un minuto más, el público en masa se abalanzó a la puerta, y a puñetazo limpio y echando atrás los fuertes a los débiles llegaron muchos a la misma puerta. La lucha fué en algunos momentos titánica, desesperante, angustiosa. Algunos rompieron las paredes y por una casa próxima abrieron un boquete, que pudo servirles para escapar con vida de aquella terrible y constante amenaza de perderla. El “cine”, lleno. El salón estaba lleno. Ni una localidad se veía vacía, predominando entre los espectadores las señoras y los niños. Sesenta y un cadáveres. Hasta la hora en que telegrafío van extraídos 61 cadáveres. Muchos de ellos están horriblemente magullados por efecto de los pisotones que recibieron en la lucha al intentar ganar la puerta. Imposibilidad de identificación. Algunos cadáveres de mujeres y niños ha sido imposible identificarlos porque se hallan carbonizados. […] Lo de siempre. Malas condiciones del local. Como suele ocurrir, el local tenía pésimas condiciones para el uso a que transitoriamente se le había destinado. El empresario del cinematógrafo había alquilado como local un almacén de frutas. Dicho almacén era bajo de techo, y sólo tenía una puerta bastante angosta. Además, junto a esta puerta instaló su cabina el operador. En el local podían caber, muy apretadas, unas 300 personas. La función de anoche era la penúltima que debía celebrarse. La circunstancia de que la cabina del operador estuviese junto a la única puerta, ha sido causa de que haya sido mayor la catástrofe. Procesamiento. Ha diso procesado Eduardo Pitarch, dueño del cine. Este y su esposa resultaron con quemaduras. En este momento son llevadoa al cementerio en carros todos los cadáveres. Lo que dice el operador. El operador del aparato cinematográfico que funcionaba en Villarreal y que ha sido causa del siniestro, ha hecho el siguiente relato del suceso. Dice que se inflamó la película que estaba girando en el aparato, quemándose toda la cinta. El fuego se propagó inmediatamente a todas las películas que había depositadas. Entonces ardió la cabina. Nada más dice el operador ni da más explicaciones del hecho. Ni el explicador ni el operador han sufrido el menor daño.» «En el Senado. El marqués de ROZALEJO, lamentando la catástrofe ocurrida en Villarreal, con motivo del incendio de un cinematógrafo, ruega al ministro de la Gobernación que haga cumplir el reglamento de espectáculos, tanto en cuanto a que sean peritos electricistas todos los operadores de los cinematógrafos, como en cuanto a que se cierren todos los locales que se dedican a dicho espectáculo sin reunir condiciones. El ministro de la GOBERNACIÓN lamenta lo ocurrido en Villarreal y da lectura a los despachos oficiales que refieren los detalles de la catástrofe. Enumera las condiciones que según reciente real orden deben reunir los locales, y los medios de previsión que se exigen a los aparatos, y asegura que insistirá en exigir el cumplimiento de esas disposiciones legales.» «El explicador. La película incendiada. El explicador de las escenas representadas por las cintas cinematográficas, llamado Urbano Ort, se ha presentado en el Hospital para que le curasen. Se suponía que Urbano había muerto. Dice que logró escapar por el tejado, llevando una niña en brazos. La película que se incendió, originando la catástrofe, se titulaba “Alma de traidor”.» (La Correspondencia de España, Madrid 29 mayo 1912, pág. 2, 5 y 7.)
→ “Película trágica. La hecatombe de Villarreal”, El País. Diario republicano, Madrid, 29 de mayo de 1912, pág. 1.
Bilbao, 24 de noviembre de 1912. Cuarenta y cuatro muertos en el Teatro-Circo del Ensanche: no hubo fuego, pero alguien dio la voz.
«Horrible catástrofe en un cine. (por telégrafo) En un cine atestado de público se da la voz de fuego. Más de veinte niños muertos. Escenas desgarradoras. Bilbao 24 (Urgente).- Cerca de las seis de la tarde hallábase el circo del Ensanche, en el que se dan funciones continuas de cine, atestado de gente. El paraíso, ocupado en su mayoría por niños. La entrada costaba diez céntimos. Se dió la voz de fuego, precipitándose la gente hacia las salidas y siendo impotentes los esfuerzos de los agentes para calmar el pánico del público. Hay más de 20 niños muertos, destrozados o asfixiados. También resultaron muertos algunos ancianos. Los muertos son 44. No hubo fuego. El gobernador y el Juzgado. La catástrofe pudo ser inmensa. En el Hospital. Espectáculos suspendidos. Bilbao 24. Han empezado a llegar al Hospital los coches que conducen los cadáveres y heridos. Se sabe oficialmente que los muertos son 44, seis mujeres y los restantes, de dos a diez y seis años de edad. Se ha comprobado qne no hubo fuego, y que el tumulto fue debido a que una mujer dió un grito, que el público creyó que era el de ¡fuego! La policía practicó indagaciones para averiguar quién ha sido la autora del citado grito. También el Juzgado practica diligencias. Gracias a la serenidad del público del patio de butacas y de los palcos, la catástrofe no revistió mayores proporciones. En el Hospital se desarrollan escenas desgarradoras; desfilan los padres y las madres que les faltan sus hijos, identificando los cadáveres. Se han suspendido todos los espectáculos en señal de duelo.» (El Correo Español, Madrid, lunes 25 noviembre 1912.)