Filosofía en español 
Filosofía en español

Las chinches de la Europa,
o comparación de los franceses con este odioso animal

Por el autor del Juego de las Provincias

Madrid, Valencia, Sevilla, México… 1808


«Las chinches de la Europa, o comparación de los franceses con este odioso animal. Diálogo entre un memorialista y su mujer: por el autor del juego de las provincias. Se vende en las librerías de Esparza, Puerta del Sol; de Bengoechea, calle de Carretas; de Roquel, calle de los Preciados; de González, frente a los Gremios; de Vizcaino, calle de la Concepción Gerónima; de Minutria, calle de Toledo, y en el puesto del diario de la plazuela de Santo Domingo.» (Diario de Madrid, del martes 11 de octubre de 1808, nº 65, pág. 352.)

Las chinches de la Europa, o comparación de los franceses con este odioso animal, por el autor del Juego de las Provincias, Imprenta de Vega y Cia, Madrid [1808], 4 páginas.

Las chinches de la Europa, o comparación de los franceses con este odioso animal, por el autor del Juego de las Provincias, Viuda de Martin Peris, Valencia [1808], 4 páginas.

Las chinches de la Europa, o comparación de los franceses con este odioso animal, por el autor del Juego de las Provincias, Imprenta Mayor, Sevilla [1808], 4 páginas.

Las chinches de la Europa, o comparación de los franceses con este odioso animal, por el autor del Juego de las Provincias, Imprenta de la calle del Espíritu Santo, México [1808/9], 4 páginas.


Las chinches de la Europa
Sevilla [1808]
Las chinches de la Europa
México [1808/9]
 

Las chinches de la Europa, o comparación de los franceses con este odioso animal.

Por el autor del Juego de las Provincias.

———

No hace muchos días que llamado de una pobre anciana, que vive en una de las calles más olvidadas de la Corte, para que le curase (como Cirujano que soy) cierto alifafe, achaque de la vejez: tuve el gusto de presenciar una escena la más divertida y graciosa que puede figurarse. De resultas de haber concluido con mi buena vieja atravesaba un eterno corredor que debía conducirme a la escalera, cuando percibí que debajo de él decían como murmullando “malditos bichos ¡quien os pudiera aniquilar de un soplo! no parece que existís más que para incomodar y chuparnos la sangre. Alargué la cabeza, y vi que era una infeliz mujer que en compañía de su marido se afanaba a limpiar de chinches un mal tablado de cama, lo cual teniéndolo por demasiado común no me llamó la atención; pero sí lo hizo una muchachuela medio encueros que oyendo las expresiones corrió a la puerta de uno de los cuartos diciendo: madre, madre, que está la mujer del Memorialista limpiando la cama, corra vmd. Pues ¿qué tiene eso de particular? dije yo llegando a este tiempo, y encontrándome con la dichosa madre que había soltado los fuelles por ir donde la llamaba su hija. Ay Señor: vmd. sin duda no lo ha oído hasta ahora; es la mujer más chistosa que hay en el barrio, y en estando ella de humor nos estamos las horas de Dios con un palmo de boca abierta: su marido que es hombre de talento, porque no siempre ha sido un arrinconado Memorialista, la pica por aquí o por allí hasta que la saca de sus casillas, y entonces es gusto el oírlos, porque jamás regañan, y viven como unos santos; pero tienen muchas y muy buenas ocurrencias: aguárdese vmd. aquí un poco que ya estoy viendo armada la fiesta, y no le ha de pesar: muchacha trae una silla. No es menester, la contesté dándola gracias, que quiero estar en disposición, no solo de oírla sino de verla.

En efecto callamos todos y fijamos nuestra atención en el diálogo que comenzaron nuestros personajes, que con muy corta diferencia es como sigue.

El memorialista y su mujer

El Memorialista. Mujer, mata bien esas chinches, con mil diablos, que se te escapa la mayor parte.

Mujer. Eso se queda para tí, que te da lástima el ver derramada su preciosa sangre.

Mem. Más lástima me da mi pobre zapato, que tiene ya tres agujeros de tanto ludir con los ladrillos.

Muj. Pero hombre ¿de dónde sale tanto bicho? cuando no hay día que no las matemos a millares.

Mem. Qué sé yo, ello es que salen.

Muj. Se parecen a los franceses, que cuantos más mueren más hay que matar.

Mem. ¡Válgate Dios! ¿hasta con las chinches quieres comparar a los franceses?

Muj. Mucho que sí: y cuidado no te diga que son su verdadero retrato.

Mem. Extravagancia como tuya.

Muj. ¿Extravagancia? ¿quieres ver cómo te convenzo a creer que los franceses son unas verdaderas chinches?

Mem. Calla, calla que toda la vecindad se está tiendo de tí al oír tal despropósito.

Muj. ¿Se ríen? pues buen provecho les haga, más han de reírse cuando te oigan confesar que tengo razón.

Mem. Mata y calla que te se va la fuerza por la boca.

Muj. En cuanto a matar convengo, en cuanto a callar no lo tengo por incompatible con la matanza, con que así déjame hablar cuanto quiera, y veme respondiendo: Dime ¿las chinches no se multiplican infinitamente y cunden por todas partes?

Mem. Sí.

Muj. Pues etelé a los franceses semejantes a ellas, porque en Alemania, Italia, Egipto, Roma, España y casi toda la Europa ha cundido su plaga. Ítem ¿de qué se alimentan las chinches?

Mem. De la sangre humana exclusivamente, pues no se cuenta que molesten a ningún otro animal; pero mira mata a ese francés, ya que quieres que se le parezcan, antes que se esconda.

Muj. Ya cayó un pajarito francés. Y vuelvo a mi asunto: los renegados franceses parece que igualmente se alimentan de la sangre humana, pues no se cansan de procurar su derramamiento.

Mem. Demasiado cierto es eso.

Muj. Las chinches eligen para incomodarnos la obscuridad, pues como enemigo vil no se atreve a atacamos cara a cara en la fuerza del sol.

Mem. Y de ahí quieres inferir que los franceses se les parecen en que siempre hacen sus progresos en la obscuridad del engaño, el soborno y la traición, huyendo diametralmente opuestos al sol de la verdad, de la buena fe y derecho de gentes.

Muj. Eso mismo: aunque yo no lo hubiera dicho con tantos requilorios, y etelé otro rasgo de semejanza. Además ¿la chinche no es un animalejo pequeño cuyas patas, cuernos y trompetilla apenas se distinguen con una buena vista?

Mem. Cierto.

Muj. Pues yo me acuerdo que un amo que tuve me la hizo ver por un vidrio redondo, y la vi tan grande como una oveja, y con más pelos que un oso.

Mem. Ya te entiendo, y sé dónde vas a parar: tú querrás sacar la semejanza en que igualmente el francés que con el microscopio del miedo y terror nos parece un invencible guerrero, superior a todos los rigores de la suerte; si lo miramos a la vista desnuda del valor y serenidad de espíritu, no es otra cosa que una garrapata despreciable, un bicho espernible, y según tú dices, una chinche flaca.

Muj. Me encanta tu penetración.

Mem. Pues señora comparadora, si lo mismo son chinches que franceses, líbrese de ese ejército que la rodea por todas partes (a este tiempo dando un golpe con un pie de la cama inundó el suelo de chinches, y la mujer entre mata de aquí, mata de allá, gritaba entusiasmada).

Muj. Déjalas que vengan que aquí hay una chinela aragonesa que no dejará una a vida. Puf ¡qué hediondez! hasta en esto se parecen, pues los franceses desde dos leguas corrompían a gazofia.

Mem. Tienes razón. ¿Pero estas malditas que están aquí escondidas en las junturas y quiebras de la madera?

Muj. Para esas tengo yo aquí un agujón da a ochavo que suplirá muy bien por las lanzas de los andaluces cuando sacaban las almas de los coraceros por entre las brillantes chapas de sus cotas de malla. Pero escucha; ¿ves esta reposada chinche que con pasos graves y mesurados arrastra su hinchada panza por el suelo? pues supóngome que este es el orgulloso Napoleón, a este quiero dirigir mi palabra, pues es el último que por hoy pienso matar.

Mem. En posesión estás de decir y hacer lo que quieras.

Muj. Ven acá, aborto del infierno, hombre en el aspecto y en las propiedades tigre, ¿qué daño te ha hecho la Europa entera para que la hayas hecho el blanco de tu ambición? ¿qué daño te ha hecho la España para que la causen tantos males tus locas y altaneras pretensiones? Permita Dios que en este mismo momento en que yo reviento con mi pie esta vil semejanza tuya, te toque el dedo de la divina venganza, y cayendo del alto monte de tu vanidad y despotismo, vayas a parar al valle de la miseria y menosprecio universal, siendo el oprobrio, escarnio y mofa de los mismos que ahora gimen en los hierros de tu bárbara tiranía.

Concluidas estas palabras, y después de haber deshecho muy bien medio ladrillo a fuerza de estrujar las chinches, como loca y fuera de sí arrancó con los banquillos de la cama y desapareció; y yo viendo concluida la escena me retiré a mi casa, contando a cuantos hallaba mi aventura para hacerles ver hasta qué grado llega nuestra aversión a los franceses, cuando se les compara con el insecto más inútil, más hediondo y más despreciable del mundo; ¡ojalá no lo tuvieran tan merecido!

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Sevilla: en la Imprenta Mayor.

Las chinches de la Europa, o comparación de los franceses con este odioso animal.

Por el autor del Juego de las Provincias.

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No hace muchos días que llamado de una pobre anciana, que vive en una de las calles más olvidadas de la Corte, para que le curase (como Cirujano que soy) cierto alifafe, achaque de la vejez; tuve el gusto de presenciar una escena la más divertida y graciosa que puede figurarse. De resultas de haber concluido con mi buena vieja atravesaba un eterno corredor que debía conducirme a la escalera, cuando percibí que debajo de él decían como murmullando “malditos bichos ¡quien os pudiera aniquilar de un soplo! no parece que existís más que para incomodar y chuparnos la sangre. Alargué la cabeza, y vi que era una infeliz mujer que en compañía de su marido se afanaba a limpiar de chinches un mal tablado de cama, lo cual teniéndolo por demasiado común no me llamó la atención; pero sí lo hizo una muchachuela medio encueros que oyendo las expresiones corrió a la puerta de uno de los cuartos diciendo: madre, madre, que está la mujer del Memorialista limpiando la cama, corra vmd. Pues ¿qué tiene eso de particular? dije yo llegando a este tiempo, y encontrándome con la dichosa madre que había soltado los fuelles por ir donde la llamaba su hija. Ay Señor: vmd. sin duda no la ha oído hasta ahora; es la mujer más chistosa que hay en el barrio, y en estando ella de humor nos estamos las horas de Dios con un palmo de boca abierta: su marido que es hombre de talento, porque no siempre ha sido un arrinconado Memorialista, la pica por aquí o por allí hasta que la saca de sus casillas, y entonces es gusto el oírlos, porque jamás regañan, y viven como unos santos; pero tienen muchas y muy buenas ocurrencias: aguárdese vmd. aquí un poco que ya estoy viendo armada la fiesta, y no le ha de pesar: muchacha trae una silla. No es menester, la contesté dándola gracias, que quiero estar en disposición, no solo de oírla sino de verla.

En efecto callamos todos y fijamos nuestra atención en el diálogo que comenzaron nuestros personajes, que con muy corta diferencia es como sigue.

El memorialista y su mujer

El Memorialista. Mujer, mata bien esas chinches, con mil diablos, que se te escapa la mayor parte.

Mujer. Eso se queda para tí, que te da lástima el ver desparramada su preciosa sangre.

Mem. Más lástima me da mi pobre zapato, que tiene ya tres agujeros de tanto ludir con los ladrillos.

Muj. Pero hombre ¿de dónde sale tanto bicho? cuando no hay día que no las matemos a millares.

Mem. Qué sé yo, ello es que salen.

Muj. Se parecen a los franceses, que cuantos más mueren más hay que matar.

Mem. ¡Válgate Dios! ¿hasta con las chinches quieres comparar a los franceses?

Muj. Mucho que sí: y cuidado no te diga que son su verdadero retrato.

Mem. Extravagancia como tuya.

Muj. ¿Extravagancia? ¿quieres ver cómo te convenzo a creer que los franceses son unas verdaderas chinches?

Mem. Calla, calla, que toda la vecindad se está tiendo de tí al oír tal despropósito.

Muj. ¿Se ríen? pues buen provecho les haga, más han de reírse cuando te oigan confesar que tengo razón.

Mem. Mata y calla, que te se va la fuerza por la boca.

Muj. En cuanto a matar convengo, en cuanto a callar no lo tengo por incompatible con la matanza, con que así déjame hablar cuanto quiera, y veme respondiendo: Dime ¿las chinches no se multiplican infinitamente y cunden por todas partes?

Mem. Sí.

Muj. Pues etelé a los franceses semejantes a ellas, porque en Alemania, Italia, Egipto, Roma, España y casi toda la Europa ha cundido su plaga. Ítem ¿de qué se alimentan las chinches?

Mem. De la sangre humana exclusivamente, pues no se cuenta que molesten a ningún otro animal; pero mira mata a ese francés, ya que quieres que se les parezcan, antes que se esconda.

Muj. Ya cayó un pajarito francés. Y vuelvo a mi asunto: los renegados franceses parece que igualmente se alimentan de la sangre humana, pues no se cansan de procurar su derramamiento.

Mem. Demasiado cierto es eso.

Muj. Las chinches eligen para incomodarnos la obscuridad, pues como enemigo vil no se atreve a atacamos cara a cara en la fuerza del sol.

Mem. Y de ahí quieres inferir que los franceses se les parecen en que siempre hacen sus progresos en la obscuridad del engaño, el soborno y la traición, huyendo diametralmente opuestos al sol de la verdad; de la buena fe y derecho de gentes.

Muj. Eso mismo: aunque yo no lo hubiera dicho con tantos requilorios, y etelé otro rasgo de semejanza. Además ¿la chinche no es un animalejo pequeño, cuyas patas, cuernos y trompetilla apenas se distinguen con una buena vista?

Mem. Cierto.

Muj. Pues yo me acuerdo que un amo que tuve me la hizo ver por un vidrio redondo, y la vi tan grande como una oveja, y con más pelos que un oso.

Mem. Ya te entiendo, y sé dónde vas a parar: tú querrás sacar la semejanza en que igualmente el francés que con el microscopio del miedo y terror nos parece un invencible guerrero, superior a todos los rigores de la suerte; si lo miramos a la vista desnuda del valor y serenidad de espíritu, no es otra cosa que una garrapata despreciable, un bicho espernible, y según tú dices, una chinche flaca.

Muj. Me encanta tu penetración.

Mem. Pues señora comparadora, si lo mismo son chinches que franceses, líbrese de ese ejército que la rodea por todas partes (a este tiempo dando un golpe con un pie de la cama inundó el suelo de chinches, y la mujer entre mata de aquí, mata de allá, gritaba entusiasmada).

Muj. Déjalas que vengan, que aquí hay una chinela aragonesa que no dejará una a vida. Puf ¡qué hediondez! hasta en esto se parecen, pues los franceses desde dos leguas corrompían a gazofia.

Mem. Tienes razón. ¿Pero estas malditas que están aquí escondidas en las junturas y quiebras de la madera?

Muj. Para esas tengo yo aquí un agujón da a ochavo que suplirá muy bien por las lanzas de los andaluces cuando sacaban las almas de los coraceros por entre las brillantes chapas de sus cotas de malla. Pero escucha; ¿ves esta reposada chinche que con pasos graves y mesurados arrastra su hinchada panza por el suelo? pues supóngome que este es el orgulloso Napoleón, a este quiero dirigir mi palabra, pues es el último que por hoy pienso matar.

Mem. En posesión estás de decir y hacer lo que quieras.

Muj. Ven acá, aborto del infierno, hombre en el aspecto, y en las propiedades tigre, ¿qué daño te ha hecho la Europa entera para que la hayas hecho el blanco de tu ambición? ¿qué daño te ha hecho la España para que la causen tantos males tus locas y altaneras pretensiones? Permita Dios que en este mismo momento en que yo reviento con mi pie esta vil semejanza tuya, te toque el dedo de la divina venganza, y cayendo del alto monte de tu vanidad y despotismo, vayas a parar al valle de la miseria y menosprecio universal, siendo el oprobrio, escarnio y mofa de los mismos que ahora gimen en los hierros de tu bárbara tiranía.

Concluidas estas palabras, y después de haber deshecho muy bien medio ladrillo a fuerza de estrujar la chinche, como loca y fuera de sí arrancó con los banquillos de la cama y desapareció; y yo viendo concluida la escena me retiré a mi casa, contando a cuantos hallaba mi aventura, para hacerles ver hasta qué grado llega nuestra aversión a los franceses, cuando se les compara con el insecto más inútil, más hediondo y más despreciable del mundo; ¡ojalá no la tuvieran tan merecida!

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Con Superior Permiso.

México: en la Imprenta de la calle del Espíritu Santo.

[ Versión íntegra del texto contenido en dos pliegos de 4 páginas impresos en Sevilla y en Ciudad de México, s.f. ]