Filosofía en español 
Filosofía en español

primera

 
El juego de las provincias de España

Sueño.

 
Zaragoza 1808, Reimpreso por Magallón

——

¡Fuego de Dios y qué sueño me he echado! ya se ve, después de una buena comida y repetidos brindis, una cama regalada y blanda es un admirable soporífero: el caso es que como la imaginación no se ceba en otra cosa que en los sucesos de nuestras Provincias beligerantes, mi fantasía ni aun en sueños me escasea estas imágenes; así es que durante mi sueño me parecía estar en un gran salón alumbrado por infinidad de bujías, en el que se habían congregado todas nuestras Provincias y un numeroso concurso que por huir de la ociosidad, empleaban el tiempo en varios juegos. Vi en efecto sentados a una mesa y jugando al mediator a Aragón, Navarra, Andalucía y Mancha: en otra jugaban a la manilla Castilla, Asturias, Galicia y Extremadura: en otra se divertían al tresillo Valencia, Cuenca y Murcia: en lo más retirado de la sala estaba Cataluña sola en su mesa, pero divirtiéndose tanto como los demás en jugar solitarios y a la misma luz con que se alumbraba, un Eclesiástico venerable desempeñaba con su Breviario las obligaciones de su rezo.

Madrid y la Inglaterra andaban por todas las mesas espabilando las luces, alargando barajas y sirviendo a los jugadores en cuanto podían. Todos los jugadores instaban a Madrid que tomase cartas; pero él contestaba con mucha cortesía, “no, no, diviértanse vmds. y ganen muchos que me intereso infinito en ello: ahora no puedo jugar pues estoy ocupado con unas visitas a quienes mal de mi grado tengo que cumplimentar, y aunque manos besa el hombre que quisiera ver quemadas, no me puedo excusar. Después jugaré que sin embargo de estar escarmentado de una vez, que si no ha sido por un prudente viejo que me hizo retirar de la mesa, me quitan hasta la camisa; tengo mi aficioncilla y no siempre ha de estar el diablo tras de la puerta.”

Como yo no tenía allí los mayores conocimientos, no pude fijarme con nadie de conversación, por lo que ya echando un cigarro ya tomando un polvo y andando de aquí para allí, pasé gran rato en la mayor insulsez, hasta que me ocurrió el capricho de jugar yo solo con todos a los despropósitos; acordéme de mis conocimientos taquigráficos y eligiendo un lugar acomodado con mi lapicero y papel, me propuse escribir aquella razón o sentencia de cada uno que primero llegase a mis oídos, y como gracias a Dios tengo tan buena memoria quiero referir lo que escribí pues lo tengo presente.

Diálogo.

Galicia. Para una vez que he tenido juego se empeñan en que he hecho un renuncio.

Asturias. Ustedes me han convidado a jugar y no me dan cartas.

Murcia. Buen juego se ha sacado.

Valencia. Pues si se volviera a jugar la mano daba una bola completa.

Cuenca. A mí me ha perdido el robo.

Castilla. No tengo cartas ni triunfos.

Aragón. Voy solo.

Navarra. Mejor fuera buscar un compañero.

Aragón. Tengo el naipe a mi favor y no necesito ayuda.

Andalucía. Aunque tengo un poco de vanidad en jugar bien, me voy con tiento porque hay poco dinero.

Inglaterra. No dejarlo por eso que aquí está mi bolsa.

Andalucía. ¡Qué mala está esta baraja!

Inglaterra. Aquí hay barajas cuantas ustedes quieran.

Extremadura. Estoy a ver venir y no debe salir la jugada de mi mano.

Madrid. Ahí va el rey de copas ¿quién le falla?

Castilla. Yo no tengo espadas.

Galicia. Tampoco yo le fallo por ahora.

Cataluña. Por fiarme de lo que usted me ha dicho (a Madrid) tengo mal dispuestas mis cartas.

Madrid. También yo me he llevado chasco.

Cataluña. Sin embargo, lo enmendaremos.

Andalucía. Ya es preciso triunfar de firme para sacar este juego.

Mancha. Yo ya he aprovechado mis triunfillos conforme han ido viniendo las cartas.

Andalucía. Ya le saqué, pero buen trabajo me ha costado.

Madrid.  Amigo usted ha jugado pasmosamente, estaba con mucho cuidado.

Inglaterra. Yo no, que conozco muy bien su destreza.

Castilla. ¿Qué quieren ustedes que haga yo con este juego?

Asturias. Desde el principio anda usted con eso.

Castilla. Denme cartas y venga todo el mundo a jugar conmigo.

Madrid. Tome usted esa baraja de mi fábrica a ver si se muda el naipe.

Castilla. ¡Bonitas cartas! ahora sí que me prometo ganar.

Andalucía. Aquí ya hemos acabado, vamos a ver cómo están los de la malilla.

Aragón. Mucho he ganado, y aun espero ganar más si volvemos a jugar.

Valencia. También nosotros hemos concluido, allá vamos.

Madrid. Y Cataluña ¿no viene?

Cataluña. Para ir estoy yo, y no sé como salir de este solitario: venga alguno de ustedes a ayudarme.

Madrid. Usted Señor Eclesiástico, que no ha desplegado sus labios ¿no nos dice nada?

Eclesiástico. Yo he estado cumpliendo mis deberes; pero si ustedes gustan oírme, les diré unos versitos que hablan con todos, y con ellos daremos fin a la tertulia.

Todos. En hora buena.

Proclama del eclesiástico.

  Valerosos Guerreros
No con los triunfos hasta aquí adquiridos
Se deben contentar vuestros aceros:
El valor os inflama,
Y desde la opresión de esos bandidos
Nuestro Fernando clama,
¿Seremos sordos a sus tiernas quejas?
¿Le veremos gemir en las prisiones
En que la tiranía,
Reduce a polvo su soberanía,
Sin que los corazones
De sus hijos leales
Se quiebren de dolor y de amargura?
¿Veremos tantos males
Como gime el Altar, la Patria llora,
Sin que en la misma hora
Los ínclitos guerreros de la España
Tomen venganza de traición tamaña?

  A las armas soldados,
A la victoria, al triunfo, a la venganza,
Corramos denodados
A romper de Fernando las cadenas,
Y en la dulce esperanza
De hacer útil la sangre de esas venas
Destruid, asolad, echad por tierra
Ese vil aduar de forajidos:
Sientan pues los horrores de la guerra
Que tienen merecidos
Conseguid peleando
Vengar a Dios y haceros con Fernando.

Las palabras del Eclesiástico pronunciadas con todo el entusiasmo que es capaz de infundir al Patriotismo y amor a su soberano, produjeron en los oyentes tal sensación, que echando mano a la cruz de sus espadas juraron vengar la causa de Dios y de la Patria, sin desistir de tan heroica empresa mientras existiese uno solo: el Eclesiástico, enajenado de gozo los fue abrazando uno después de otro, y viéndoles impacientes por partir, les echó su santa bendición acompañada de sabios consejos, ofreciéndoles que sus oraciones, ayunos, penitencias y facultades se dirigirían incesantemente al Dios de las batallas para impetrar sus poderosos auxilios en favor de la cansa justa.

Este ha sido mi sueño y ojalá con su relación pueda yo confirmar a mis generosos compatriotas en sus loables designios, y despertar a los que yacen aletargados en el odioso lecho de la indolencia, para que todos unidos caminemos por las sendas del honor al templo de la gloria.

Zaragoza : 1808
Reimpreso por Magallón.

[ Versión íntegra del texto contenido en una hoja impresa en 4 páginas de papel. ]