Filosofía administrada |
Ministerio de Educación Superior de Cuba Universidad Central de Las Villas Programa de Filosofía Marxista-Leninista Departamento de Filosofía, 1992 |
{Documento elaborado en 1992 por el Departamento de Filosofía de la Universidad Central de Las Villas, Santa Clara (Cuba), en el proceso de modificación del programa de la asignatura Filosofía Marxista-Leninista, obligatoria en todas las licenciaturas de sus distintas Facultades y Escuelas.} >>> / fin I. Fundamentación teórica del ProgramaLa necesidad de la transformación de la enseñanza de la filosofía marxista-leninista en nuestro país no necesita de argumentación. En diferentes Centros de Educación Superior se viene desarrollando un importante proceso de incubación acelerada de ideas en torno a cómo impartir mejor nuestra asignatura. Sin lugar a dudas, este proceso constituye un indicados positivo en favor del desarrollo ulterior de la enseñanza de la filosofía marxista-leninista en nuestro medio. La impartición de la filosofía no tiene que estar atada a un esquema único que dicte obligatoriamente una estructura de estricto cumplimiento a cada uno de los centros y colectivos del país. Por el contrario, aún cuando sea necesario el cumplimiento de determinados objetivos y contenidos invariantes de la asignatura, su programa debe permitir cierta movilidad y flexibilidad de pensamiento. En esta dirección está concebido el Programa C de filosofía. Ahora, surge inmediatamente el problema: ¿cómo utilizar la flexibilidad que se nos permite?, ¿desde qué criterios abordar el problema de la modificación de la enseñanza de la filosofía marxista-leninista? Los intentos en esta dirección son tan variados que no nos arriesgamos a emitir criterios sobre ninguna de las propuestas en particular. Nos limitaremos sólo a una observación de carácter general. En primer lugar, pensamos que la mayoría de las propuestas de modificación pueden dividirse en dos grupos fundamentales: aquellos que intentan reordenar los contenidos de la asignatura tomando como criterio el desgaje de los mismos en su exposición pedagógica, sin plantearse como objetivo un cambio sustancial en el sentido y función de la misma, y otros en los que prima la intención de buscar una lógica expositiva que permita el afinamiento de una función determinada de nuestra ciencia, la cual parece esencial a la hora de impartirla. Nosotros simpatizamos con la segunda posición, pues pensamos que la tarea que se nos plantea está encaminada no a introducir cambios de orden sino de finalidad en la enseñanza de la filosofía marxista-leninista. Claro está que, tratándose del proceso de enseñanza, no se puede obviar ni por un momento el problema de la lógica pedagógica de exposición de la asignatura. Sin embargo, esta última tiene que ser descubierta en la misma dinámica de la ciencia y de ninguna manera impuesta artificialmente: la mejor lógica pedagógica es aquella que logra reproducir fielmente la dinámica interna del desarrollo de la ciencia, por supuesto, abreviada y resumida. Por otra parte, evidentemente no se trata de absolutizar arbitrariamente una de las funciones o aspectos de la filosofía marxista-leninista, sino de delimitar lo esencial-invariante del enfoque filosófico marxista, para desde él, con carácter y coherencia, estructurar toda la gama de funciones y aspectos que aborda la filosofía. En segundo lugar, somos del criterio de que aún cuando las diferentes propuestas de programa diverjan en cuanto a cuestiones de ordenamiento, puede observarse a grosso modo cierta comunidad de espíritu en la mayoría de ellas. Creemos que estos elementos comunes a todos los empeñados son los que precisamente hay que delimitar y desarrollar. Por el contrario, la enfatización exagerada en las posibles diferencias de ordenamiento lógico de los contenidos peca de inmadura e inoportuna, siempre que no se trate de afectaciones en los principios básicos de nuestra ciencia y enseñanza. Los puntos comunes a que hemos hecho referencia pueden resumirse en los siguientes: 1) la necesidad de rebasar las fronteras artificiales entre el materialismo dialéctico e histórico, para comenzar a concebir la filosofía como un todo íntegro; 2) la comprensión materialista de la historia debe ser ubicada como estructura central de la filosofía marxista-leninista, donde encuentra solución madura el problema fundamental de la filosofía; 3) la enseñanza de la filosofía tiene que volcarse hacia los problemas del mundo contemporáneo, fundamentalmente sociales, que reclaman nuestro concurso profesional; 4) para cumplir este cometido es necesario rebasar el enfoque parcelario de la asignatura y llegar a comprenderla como un sistema de contenidos en desarrollo y rigurosamente estructurado de acuerdo a los principios de la unidad material del mundo, la unidad de lo lógico y lo histórico y del ascenso de lo abstracto a lo concreto. Sin embargo, la comunidad de criterios a que acabamos de hacer referencia permite las más disímiles interpretaciones por su nivel de generalidad. Es por ello que consideramos necesario la «toma de partido» en estos particulares. A continuación expondremos en forma de glosas las posiciones que sirven de fundamento a nuestra propuesta. I. El problema de la unidad de la filosofía marxista-leninista pasa por la solución a la cuestión de la validez o no de la delimitación entre el materialismo dialéctico e histórico. Nuestro criterio al respecto es que la diferencia esencial entre ambos no tiene sustentación metodológica: esta división artificial es la causa de los muchos compartimientos con los cuales nos estamos batiendo hoy. Sobre todo salta a la vista la existencia de «las dos conciencias» en nuestra asignatura. Es intolerable la duplicidad que se da entre conciencia y conciencia social en la actual impartición de la filosofía marxista-leninista. No es lugar este de analizar las causas bajo el efecto de las cuales semejante dicotomía se ha hecho ya tradicional. Sólo apuntaremos que esta dualidad temática responde perfectamente a la concepción según la cual el materialismo dialéctico se ocupa de las cuestiones filosóficas generales en abstracto, mientras el materialismo histórico constituye una prolongación del materialismo dialéctico al terreno social. Punto de vista éste que no soporta la crítica ya que, de ser así, habríamos rebasado el materialismo premarxista, virtuoso en el tratamiento de la naturaleza pero inútil en materias sociales, sólo poniéndole un parche que lo «amplía» con el enfoque materialista de la sociedad. En tanto que el materialismo dialéctico supone no un simple rebasamiento del materialismo anterior sino su «subversión» radical desde el enfoque sociohistórico de la relación materia-conciencia. Desde nuestro punto de vista esta concepción, si bien reporta un menguado beneficio pedagógico, no es correcta en estricto sentido, pues si consideramos al materialismo histórico como una «proyección», «aplicación», «prolongación» del materialismo dialéctico a la sociedad, ignoramos el carácter internamente político-revolucionario y social del último. De la misma forma si entendemos al materialismo dialéctico como una antesala previa y en abstracto del materialismo histórico, entonces simplemente reproducimos en el interior de la filosofía marxista-leninista el defecto fundamental del materialismo premarxista, para después rebasarlo. La impartición de la filosofía marxista-leninista tiene que empezar desde el principio a la altura del «nuevo materialismo». La concepción que aquí criticamos busca apoyo en una incorrecta interpretación de los planteamientos de Lenin en Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo, donde el clásico dice que «Marx profundizó y desarrolló el materialismo filosófico, lo llevó a su término e hizo extensivo su conocimiento de la naturaleza al conocimiento de la sociedad humana»{1}; o en Carlos Marx: «la concepción materialista de la historia, o, mejor dicho, la consecuente aplicación o extensión del materialismo al campo de los fenómenos sociales...»{2}. Consideramos voluntarista la interpretación que, partiendo de estos textos, concibe al materialismo histórico como una proyección del materialismo dialéctico al terreno social, pues Lenin se refiere, ante todo, al defecto del materialismo premarxista, incapaz de ofrecer una comprensión materialista de la sociedad. En el marxismo se produce un desborde cualitativo del viejo materialismo y no una ampliación cuantitativa; desborde de este que cambia la «sustancia» del mismo, imprimiéndole un enfoque sociohistórico y práctico-revolucionario a la concepción materialista del mundo. No es el materialismo histórico, por tanto, una ampliación del materialismo dialéctico, sino un desarrollo (que implica ruptura) del materialismo anterior, pues el materialismo dialéctico es inconcebible, sin previamente ser una comprensión materialista del hombre y su historia. En este sentido es que Lenin afirma que «la filosofía de Marx es el materialismo filosófico acabado, que ha dado una formidable arma de conocimiento a la humanidad, y sobre todo, a la clase obrera» (el subrayado es nuestro){3}. Por otra parte, incluso desde el punto de vista cronológico, semejante concepción altera la secuencia histórica del surgimiento del marxismo, pues no surge nuestra filosofía como un tratamiento materialista general de la naturaleza para después devenir comprensión materialista de la historia, sino, todo lo contrario, el verdadero inicio del marxismo leninismo hay que buscarlo en su preocupación primigenia por los problemas del hombre y su historia. No debe pasarse por alto, so pena de simplificar los orígenes del marxismo y con ello todo el sentido de su filosofía, que es precisamente en el terreno de la preocupación humanista hegeliana y neohegeliana donde encuentra éste su fuente teórica inmediata. Finalmente, si se arguyera en favor de este punto de vista que la primacía metodológica del materialismo dialéctico viene dada por su nivel de generalización, mucho menos estaríamos de acuerdo con esta posición, por pecar del error de querer partir de las definiciones universales, en vez de llegar a ellas, lo que implica en la mayoría de los casos que la esencia sociohistórica del tratamiento filosófico marxista queda relegada a una prolongación, proyección o «parche» que, en definitiva, luego ponemos y luego «por razones de tiempo» no llegamos a poner. Tal concepción, que es la dominante en la tradicional estructura de impartición de la asignatura, atenta seriamente contra el enfoque cosmovisivo y político-ideológico de la filosofía marxista-leninista. No obstante, consideramos igualmente inadmisible dislocar los contenidos del materialismo dialéctico e histórico actuales, para lograr una presunta unidad por la vía de la mezcla ecléctica. Tal solución conduce a la pérdida del carácter de nuestra asignatura y a una desolidificación indebida de sus contenidos que, por lo demás, redunda en una visión caótica de los conocimientos filosóficos. Es por ello que, tomando distancia de esta solución del asunto, sustentamos que en la filosofía marxista-leninista se han establecido determinados cuerpos teóricos con un aparato conceptual específico, los cuales deben ser respetados como unidades dentro de un todo: en este caso se encuentran la teoría marxista-leninista del conocimiento y la dialéctica materialista. Desde este punto de vista pensamos incorrecto desperdigar sus conceptos por todo el curso: sus contenidos deben funcionar en toda la exposición, pero necesariamente tienen que ser sistematizados en un cuerpo único con relativa independencia. Si nos dejamos arrastrar por el entusiasmo infantil difícilmente podremos esquivar el voluntarismo y la anarquía conceptual. II. La comprensión materialista de la historia debe ser vista como núcleo y unidad de análisis de la filosofía marxista-leninista. En ella, y no al margen de su planteamiento, toman luz la solución marxista-leninista al problema fundamental de la filosofía y el principio de la unidad material del mundo. La relación vista en abstracto entre materia y conciencia, ser-pensar, no es distintiva para la filosofía marxista-leninista, sino justamente para la filosofía premarxista y especialmente para la filosofía moderna: «El gran problema cardinal de toda la filosofía, especialmente de la moderna, es el problema de la relación entre el pensar y el ser»{4}, dice Engels en Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana. Ciertamente, el marco teórico-evaluativo de la filosofía moderna es el hombre como sujeto individual en su dicotomía alma-cuerpo, ser-pensar. En la filosofía moderna y especialmente en Descartes (haciendo determinadas exclusiones como Spinoza) el dualismo del individuo, propio de la concepción cristiana del hombre, es racionalizado en términos de una metafísica del sujeto pensante y actuante. Sin embargo, la problemática fundamental de la filosofía clásica burguesa –en qué medida es posible la transformación racional del mundo por el hombre– transita dentro de la misma desde el planteamiento del problema en los marcos del modelo teórico-individual (Descartes) hacia el tratamiento SOCIOHISTORICO del hombre en la filosofía clásica alemana. Pudiéramos afirmar sin temor a equivocarnos que la distancia que separa a Hegel de Descartes pudiera medirse tomando como patrón fundamental la ampliación y desborde que en el primero se produce de la relación ser-pensar, o lo que es lo mismo, por su concepción sociohistórica del hombre. Por todo lo dicho, sustentamos la tesis de que la relación ser-pensar en la filosofía marxista-leninista pasa por la comprensión sociohistórica que imprime la filosofía clásica alemana a esta problemática. La solución marxista-leninista al problema fundamental de la filosofía y, con ello, a la unidad material del mundo, evidentemente no es hegeliana, es justamente su contrario. Pero el punto de vista desde el cual se aborda esta relación, la altura teórica desde donde se piensa al hombre, sí tiene que tomar en cuenta el planteamiento sociohistórico hegeliano. Aquí de nuevo y, parafraseando a Engels, Hegel planteó el problema del punto de vista sociohistórico en la relación ser-pensar. Si no lo resolvió fue por el lastre especulativo-intelectualizante que arrastra su modelo interpretativo de la filosofía: pero su mérito histórico fue abrir horizontes, los cuales no podemos renunciar a conquistar. La tesis de que la especificidad del planteamiento y solución marxista del problema fundamental de la filosofía se centra en el punto de vista sociohistórico nos lleva a considerar que el tratamiento tradicional del problema dentro de los marcos del materialismo dialéctico (donde por razones de estructura del programa no se aborda la comprensión materialista de la historia) tiene un carácter inevitablemente abstracto, nos obliga forzosamente a recaer en el modelo teórico del materialismo premarxista. El planteamiento de la relación ser-pensar en el curso tradicional del materialismo dialéctico, al no tomar en cuenta COMO ESENCIAL el enfoque sociohistórico del problema fundamental de la filosofía nos arrastra, muchas veces en contra de nuestra propia voluntad, a una posición abstracta y esquemática, donde el docente no tiene donde apoyarse para no hacer una exposición simplista del mismo. Por otra parte, el profesor que quiere hacer una impartición cabal de la solución marxista a este problema tiene que realizar un esfuerzo sin nombre para, dentro de las estructuras del materialismo dialéctico, «proyectarse» hacia las «implicaciones» sociales que supone la fundamentación del primado de lo material. Nos preguntamos sinceramente, ¿cómo abordar desde el materialismo dialéctico actual la especificidad sociohistórica de la solución marxista-leninista del problema fundamental de la filosofía, si los estudiantes no conocen a profundidad la comprensión materialista de la historia? Es a nuestro juicio absolutamente imposible enfocar la solución dialéctico-materialista al problema fundamental de la filosofía, y con ello el monismo marxista, fuera de la comprensión materialista de la historia, pues en ella está inscrita la especificidad sociohistórica del tratamiento marxista de la relación ser-pensar. Si no partimos del gran descubrimiento de Marx en filosofía difícilmente podremos escapar de la vulgarización de la filosofía marxista. Nuestra propuesta concreta no es terminar sino empezar por la comprensión materialista de la historia, ya que en ella (y no antes o al lado) está concentrado el vuelo teórico y la profundidad de la filosofía marxista-leninista: el verdadero elemento de continuidad y ruptura de nuestra ciencia respecto a la filosofía premarxista hay que buscarlo en la comprensión materialista de la historia. Por ello, aventuramos con toda responsabilidad la tesis de que es éste el eslabón perdido en nuestra concepción e impartición de la asignatura: es ésta la causa por la que el materialismo dialéctico se hace al profesor y estudiante tan «abstracto» y difícil de «calzar». III. Los principios de la unidad material del mundo y del partidismo filosófico toman cuerpo como principios filosóficos generales desde el marco teórico de la solución dialéctico-materialista a la relación ser-pensar en la comprensión materialista de la historia. En los textos de los clásicos del marxismo-leninismo hay un sinnúmero de referencias a la unidad material del mundo y sobran los lugares donde se utiliza creadoramente este principio. Las palabras de Engels en Anti-Duhring –«la unidad real del mundo consiste en su materialidad»{5}– constituyen el punto de partida de nuestra concepción. Sin embargo, esta idea merita desarrollo y argumentación. El propio Engels lo advierte: la unidad material del mundo «no tiene su prueba precisamente en unas cuantas frases de prestidigitador, sino en el largo y penoso desarrollo de la filosofía y las ciencias naturales»{6}. O sea, la tesis misma de Engels necesita que se le piense, pues no es suficiente enunciarla con verbalismos altisonantes, máxime que se trata del supuesto fundamental de la filosofía marxista-leninista. Pensamos que en la impartición tradicional de la filosofía el principio de la unidad material del mundo no es abordado con consecuencia teórica, pues en la mayoría de los casos reducimos éste al problema de la UNIDAD FISICA del mundo de acuerdo a los conocimientos científico particulares, sin percatarnos de la dimensión filosófico-cosmovisiva del problema. Es asombroso, por ejemplo, que cuando impartimos la comprensión materialista de la historia y la teoría marxista-leninista sobre las formaciones económico-sociales, hagamos prácticamente, caso omiso al principio de la unidad material del mundo. Este problema, queriéndolo o sin quererlo, a fuerza de la estructura tradicional de impartición de nuestra asignatura, queda encasillado en el tema «La materia y sus formas fundamentales de existencia»; no se desarrolla, no se lleva consigo a través del curso. Por esta razón, somos del criterio de que la unidad material del mundo, entendida como la unidad físico-corporal de la naturaleza, no funciona como principio en el curso de filosofía marxista; se reduce a un «aspecto» a tratar en el tema referido. En tanto, ninguno de los principios básicos de la filosofía marxista-leninista puede encasillarse en la exposición de un tema determinado, pues los principios deben actuar libremente en la exposición de todo el curso. Esta circunstancia es la que les da condición de principios generales y no de aspectos a tratar en un tema. Resumiendo nuestras réplicas sobre este particular: estamos en total y absoluto desacuerdo con el tratamiento del problema de la unidad material del mundo sólo como un aspecto dentro del tema «La materia y sus formas fundamentales de existencia», por reducir este enfoque un principio filosófico general al problema particular de la unidad física del mundo. No estamos en desacuerdo con que se trata el problema de la unidad material del mundo también dentro del tema de la materia, pero exigimos que, en este caso, se especifique que nos referimos al problema desde el punto de vista del cuadro científico del mundo y que el tratamiento del asunto aquí no se agota ni recoge lo esencial de su enfoque filosófico general. Nuestra propuesta intenta descubrir el enfoque marxista-leninista del principio del monismo dialéctico-materialista a través de la especificidad sociohistórica del tratamiento del problema fundamental de la filosofía en el marxismo. El principio de la unidad material del mundo sólo puede ser planteado concretamente, como principio filosófico-general, dentro del marco teórico de la solución dialéctico-materialista de la relación ser-pensar en la comprensión materialista de la historia. Esta circunstancia implica plantear el problema como unidad dialécticamente contradictoria de la producción material y espiritual, donde el primado corresponde a la producción material. Este principio, así entendido, debe incluir toda la compleja interrelación dialéctico-materialista entre la producción material y espiritual de la humanidad. Estamos conscientes de que nuestra tesis puede suscitar serios reparos. En primer lugar, ¿echamos por la borda las categorías filosóficas de materia y conciencia? La respuesta que ofrecemos ante tal preocupación es negativa: las generalizaciones de materia y conciencia en nuestra concepción siguen teniendo el status de categorías filosóficas más generales, pero a ellas debemos llegar desde un enfoque sociohistórico del problema fundamental de la filosofía: nunca partir de ellas, pues por ser las más generales son por su contenido las más pobres. Si partimos de ellas correremos el riesgo de no darles su justo lugar y de desviarnos hacia un enfoque científico-particular o individualizante de las mismas, perdiendo, de esta forma, su contenido filosófico-cosmovisivo. En segundo lugar, ¿pretendemos «sociologizar» el principio de la unidad material del mundo, reducir la unidad del mundo a la unidad de la historia? Nuestra respuesta aquí también es negativa: no pretendemos sociologizar el marxismo, sino evitar la ontologización científico-particular de la filosofía marxista-leninista: buscamos la dimensión social, político-cosmovisiva, que es ESENCIAL para la filosofía marxista-leninista. Se trata aquí de cambiar el punto de vista desde donde se piensa; no de reducir un principio filosófico general a la comprensión materialista de la historia, sino de evaluar desde su altura, como forma más madura en que se plantea y resuelve el problema fundamental de la filosofía, la unidad dialéctico-materialista del mundo. No debe olvidarse que el problema fundamental de la filosofía y la unidad material del mundo son abordados por nuestra ciencia no como un asunto colateral a la problemática social, sino en y para fundamentar la transformación comunista del mundo. Los grandes problemas ontológicos (la existencia de Dios, la causa primera del mundo, la inmortalidad del alma, &c.) que deben ser cuestionados por toda filosofía, son vistos por el marxismo-leninismo, ante todo, desde la óptica del lugar del hombre en el mundo y su posibilidad de dominio real de la naturaleza y la sociedad. La comprensión materialista del hombre y su historia es el instrumento específicamente marxista para combatir el dualismo religioso y el monismo idealista, desde las posiciones de la unidad material del mundo: «En efecto, –decía Marx en sus Tesis sobre Feuerbach– el que la base terrenal se separe de si misma y se plasme en las nubes como reino independiente, sólo puede explicarse por el propio desgarramiento y la contradicción de esta base terrenal consigo misma»{7}. Finalmente, nos permitimos emitir el juicio de que el problema de la unidad del mundo, entendido como la unidad de la materia en movimiento y sus formas de existencia contiene grandes implicaciones filosóficas. Pero éste tomo tintes filosóficos sólo si en él somos capaces de ver la interrogante por la medida humana y el lugar del hombre en el mundo: si el problema es planteado a secas, en términos de la unidad de las características espacio-temporales de la materia en movimiento, estamos en el terreno, en el mejor de los casos, de la física teórica; si el asunto lleva a cuestionamientos ontológicos de implicación cosmovisiva, estamos en los predios de la filosofía. Pero para darle respuesta a las inquietudes ontológico-filosóficas, el hombre tiene que poseer su justa medida en el proceso de transformación y aprehensión intelectual del mundo. Esta medida la aporta sólo la comprensión sociohistórica del hombre y sus potencialidades. Para ello hay que fundamentar cómo los delirios y aciertos de la razón humana se han correspondido con los niveles alcanzados por su práctica sociohistórica. Esto es lo esencial en el marxismo-leninismo y por ello se debe empezar si queremos abordar la cuestión a la altura teórica de nuestra ciencia. Por supuesto que el enfoque esencial no implica despreciar o ignorar el arsenal científico-particular acumulado en este sentido; se trata más bien de movilizarlo creativamente en función de la especificidad profesional de la filosofía; pero tamaña movilización exige, igualmente, la capacidad de metabolizar filosóficamente ese material. IV. La exigencia que hemos formulado de rescatar la esencia social y el sentido cosmovisivo de las categorías y principios fundamentales de la filosofía marxista-leninista nos conduce a fundamentar el principio de la unidad de lo lógico y lo histórico en la impartición de nuestra asignatura. Desde nuestro punto de vista aplicar el principio de la unidad de lo lógico y lo histórico en la exposición de la filosofía marxista-leninista quiere decir descubrir, a través de su desarrollo histórico, el sentido cosmovisivo, práctico-político (y con ello científico-metodológico) de los problemas centrales de esta ciencia. El planteamiento histórico de las categorías de la filosofía tiene que descubrir su sentido cosmovisivo y científico-metodológico en las formulaciones más maduras, para desde allí poder formalizar científica y técnicamente el cuerpo teórico de la disciplina. Por supuesto, la aplicación creadora del principio de la unidad de lo lógico y lo histórico en la impartición de la asignatura no implica convertir la filosofía en historia de la filosofía marxista-leninista. Por el contrario, somos del criterio que el estudiante de especialidades no vinculadas a las ciencias sociales necesita en su formación sólo de los conocimientos y habilidades que conforman el cuerpo teórico fundamental de la filosofía, sus estructuras distintivas. No tiene sentido, a nuestro juicio, la impartición a este estudiante de contenidos explícitos de historia de la filosofía, pues esta última debe llevarse a él subsumida en el enfoque profesional de los contenidos de la filosofía marxista-leninista. O sea, se trata de lograr en la enseñanza una lógica que reproduzca sintéticamente la dinámica del proceso de desarrollo de la filosofía marxista, alumbrada toda por el descubrimiento previo de los distintivo de nuestra ciencia. De lo contrario, si no tenemos suficientemente claro HACIA DONDE debe apuntar nuestro análisis histórico, corremos el riesgo de convertir el curso en un armario inútil de etiquetas e ideas histórico-filosóficas. Todo esto implica que la filosofía marxista-leninista como asignatura no debe reducirse a la historia del surgimiento de los problemas filosóficos, sino que tiene que recurrir al análisis histórico para con su ayuda descubrir las formas más concretas (desarrolladas) de sus categorías y desde allí organizar lógicamente sus contenidos. Vale la pena recordar aquí las recomendaciones metodológicas de Marx para ordenar el contenido de la Economía Política. En Contribución a la crítica de la Economía Política escribe: «Sería pues impracticable y erróneo colocar las categorías económicas en el orden según el cual han tenido históricamente una acción determinante. El orden en que se suceden se haya más bien determinado por la relación que tienen unas con las otras en la sociedad burguesa moderna, y que es precisamente lo contrario de lo que parece ser su relación natural o de lo que corresponde a la serie de la evolución histórica. No se trata del lugar que las relaciones económicas ocupen históricamente en la sucesión de las diferentes formas de la sociedad. Menos aun de su serie `en la idea' (...) Se trata de su conexión orgánica en el interior de la sociedad burguesa moderna» (el subrayado nuestro){8}. Es decir, el método de la unidad de lo lógico y lo histórico sugiere descubrir en la historia del desarrollo del objeto a reproducir sus formas más maduras, lo que permite desde allí corregir, ordenar científicamente (no descriptivamente) el desgaje de las categorías lógicas. Nuestra propuesta intenta recoger el principio de la unidad de lo lógico y lo histórico en el sentido, estructura y secuencia que da a los contenidos a impartir. Así, de acuerdo a nuestra tesis de la especificidad sociohistórica del planteamiento marxista del problema fundamental de la filosofía, proponemos modificar la impartición de la asignatura, tomando como criterio de ordenamiento la solución marxista-leninista a la relación ser-pensar a la luz de la comprensión materialista de la historia, por considerar a ésta la forma más madura y desarrollada en que se plantea esta relación en la filosofía marxista-leninista. De esta forma, las categorías de nuestra ciencia deben ordenarse partiendo de la estructura que tienen en la forma más desarrollada, al igual que propone Marx tomar como patrón metodológico la «conexión orgánica en el interior de la sociedad burguesa moderna» para organizar el sistema conceptual de la Economía Política. El hecho de partir de esta tesis tiene como implicación metodológica inmediata que consideremos inoportuno comenzar la exposición de la asignatura por la contraposición abstracta materia-conciencia, tal como venimos haciéndolo ya en varias décadas de enseñanza. Este punto de vista nos lleva a considerar necesariamente formalista la impartición, según la cual siempre debe comenzarse por las definiciones más generales, para después, desde ellas pasar a su «concreción» social. Por lo demás, pensamos que la categoría leninista de materia no puede prestar este servicio, incluso dentro de los marcos de la teoría del conocimiento donde es formulada y tiene pleno sentido: arrancada de su contexto y convertida en «célula de análisis» esta categoría es injustificadamente adulterada. En resumen, nuestra propuesta es tomar como criterio de ordenamiento y punto de partida las formas más desarrolladas de la relación ser-pensar, para desde ellas concebir el cuerpo conceptual de la filosofía marxista-leninista. Precisamente estas formas más desarrolladas (la comprensión materialista de la historia) contienen en potencia todo el contenido de nuestra ciencia. Este cambio de perspectiva supone no solamente una alteración del orden de impartición de los conceptos centrales de la filosofía, sino lleva aparejado un vuelco de concepción en cuanto al sentido de los mismos: el descubrimiento de la dimensión político-cosmovisiva de los conceptos filosóficos como esencial para la filosofía marxista-leninista. V. La propuesta de tomar como punto de partida la comprensión materialista de la historia puede suscitar de nuevo serias incomprensiones. Nos preguntarán: ¿cómo se puede comenzar por lo concreto en vez de llegar a él a través de lo abstracto? ¿cómo entendemos nosotros, en tal caso, el principio del ascenso de lo abstracto a lo concreto? Sin pretender agotar el tema, apuntemos que parece ser lo correcto tomar como punto de partida en la exposición de nuestra asignatura la relación materia-conciencia para desde ella llegar analíticamente a su formulación más concreta en la comprensión materialista de la historia: este es el camino que hemos andado tradicionalmente. Sin embargo, esta vía nos obliga, como habíamos señalado más arriba, a reproducir en el interior de la filosofía marxista-leninista el doloroso camino del pensamiento filosófico premarxista: en tal caso comenzamos por ubicarnos primeramente en el terreno del materialismo premarxista, para luego rebasarlo en el segundo semestre. En tanto, este camino pudiera ahorrarse de partir de la formulación resumen del problema fundamental de la filosofía en la comprensión materialista de la historia, tomando ésta como verdadero punto de partida: en su forma más abstracta contiene toda la gama espectral de problemas a abordar en el curso. Ante los posibles reparos por semejante «subversión» del principio de ascenso de lo abstracto a lo concreto, diremos sólo que para el enfoque científico de la realidad lo abstracto funciona no como un tanteo en la oscuridad sino como la forma abstracta de manifestarse lo concreto, forma esta que presupone la luz de lo concreto-pensado. En el Apéndice a Contribución a la crítica de la Economía Política Marx hace una serie de recomendaciones en lo tocante al método de exposición de la Economía Política que también aquí pueden servir de guía en la tarea de la reconstrucción lógica de la filosofía marxista-leninista: «Lo concreto –dice– es concreto porque es la síntesis de las muchas determinaciones, es decir, unidad de lo diverso. Por eso lo concreto aparece en el pensamiento como el proceso de la síntesis, como resultado, no como punto de partida; aunque sea el verdadero punto de partida y, por consiguiente, el punto de partida también de la percepción y de la representación» (el subrayado es nuestro){9}. Si la cita de Marx, de todas formas, no resulta convincente y pudiera ser revertida contra nuestra propia posición, podemos hojear el libro y más adelante encontraremos la misma idea expuesta aún más directamente: «Parece muy natural, por ejemplo, que se comience por la renta del suelo, la propiedad de la tierra, porque se halla ligada a la tierra, fuente de toda producción y vida, y a la agricultura, primera forma de producción en todas las sociedades, por poco solidificadas que se hallen. Y, sin embargo, nada más falso que esto. En todas las formas de sociedad se encuentra una producción determinada, superior a todas las demás, y cuya situación asigna su rango y su influencia a las otras. Es una iluminación universal en donde se bañan todos los colores, y a los que modifica en su particularidad. Es un éter especial, que determina el peso específico de todas las cosas a las cuales ha puesto de relieve» (el subrayado es nuestro){10}. Y refiriéndose a la Economía Política del Capitalismo concluye: «El capital es la potencia económica de la sociedad burguesa, que lo domina todo. Debe constituir el punto inicial y el punto final y ser desarrollado antes que la propiedad de la tierra» (el subrayado es nuestro){11}. Teniendo en cuenta las normas teóricas propuestas por Marx para la estructuración lógica de la Economía Política del Capitalismo, pasemos al análisis de este principio en la enseñanza de la filosofía marxista-leninista. La esencia de este principio metodológico consiste en el devenir contradictorio que experimenta el cuerpo de la exposición científica, donde se avanza, a través del despliegue de la contradicción central, desde lo concreto visto en abstracto y necesariamente arrancado de contexto, hacia lo concreto pensado como «unidad de lo diverso». La exposición lógica de la filosofía marxista-leninista debe construirse de acuerdo a la estructura de las contradicciones del pensamiento dialéctico, teniendo en cuenta que ésta deber ser inherente e interna a todo el sistema expositivo de la ciencia: su cuerpo teórico debe concebirse en despliegue discursivo-contradictorio. Nosotros asumimos el criterio de que la contradicción dialéctica en su desarrollo describe una estructura que va desde la identidad abstracta (planteamiento y solución previa en abstracto de la contradicción) a la identidad concreta (solución dialécticamente contradictoria, en síntesis concreta, del problema) a través del análisis en abstracto de la contradicción desarticulada por el discurso expositivo. O sea, de la unidad inmediata, previa a todo análisis, al análisis de los contrarios y, de este, a la recuperación dialécticamente contradictoria de la unidad perdida (la unidad mediada por la contradictoriedad). La última etapa del despliegue de la contradicción a la vez que recupera el momento de la identidad o unidad («en si»), perdido en el análisis de su laceración contradictoria («para si»), conserva en la unidad la lucha interna de la contradicción («en sí y para sí»). Esta lógica coincide formalmente con el método expositivo hegeliano, es el discurso del cuerpo teórico de La ciencia de la Lógica. Pero además y sobre todo coincide totalmente con la lógica de El Capital, no sólo en su estructuración general sino en el tratamiento específico de las decenas de contradicciones dialécticas que componen su despliegue general. Sin embargo, esta coincidencia formal no garantiza una exposición dialéctica de la filosofía marxista-leninista: la condición determinante para ello es encontrar la contradicción que justamente mueve al objeto a reproducir teóricamente. Engels ha dicho: «en dialéctica, el carácter de la negación obedece, en primer lugar, a la naturaleza general, y en segundo lugar, a la naturaleza específica del proceso (...). Cada clase de cosas tiene, por tanto, su modo peculiar de ser negada de tal manera que engendre un proceso de desarrollo, y lo mismo ocurre con las ideas y los conceptos...»{12}. De la frase de Engels se inducen por lo menos tres consideraciones básicas: en primer lugar, ello implica que a cada sistema en desarrollo le es inherente una contradicción dialéctica específica que lo caracteriza esencialmente y estructura su despliegue; en segundo lugar, la reproducción teórico-conceptual de ese sistema debe estructurarse de acuerdo al desarrollo de esa contradicción esencial y, en tercer lugar, la contradicción dialéctica fundamental yace en los cimientos mismos del sistema a reproducir y, por consiguiente, «su modo peculiar de ser negado» no puede imponerse artificialmente, sino debe descubrirse en el estudio acucioso de la dinámica del mismo objeto. En cuanto a nuestro objetivo, a saber, cómo lograr una exposición del cuerpo teórico de la filosofía que reproduzca fielmente la dinámica interna de la misma ciencia, las consideraciones metodológicas del autor de Anti-Duhring resultan extremadamente sugerentes. Pensamos que la contradicción central que debe estructurar y mover el cuerpo de la filosofía marxista-leninista como asignatura debe buscarse en su problema fundamental: la relación ser-pensar jugada a la altura de la comprensión materialista de la historia, donde se centra el carácter profesional inconfundible del pensamiento filosófico marxista. Debe, por tanto, esta relación servir de fuente y estímulo desde donde se irradie el despliegue dialéctico de toda la filosofía marxista-leninista. Nuestra propuesta comienza por el planteamiento y solución previa en abstracto del problema fundamental de la filosofía a través de la dilucidación de la esencia de la comprensión materialista de la historia. La exposición de la esencia de la comprensión materialista de la historia en los inicios del curso tiene, irremediablemente, un carácter abstracto: el estudiante recibirá en este caso sólo un marco de evaluación y la solución previa en abstracto del problema fundamental de la filosofía, puesto que no posee aun conocimientos precisos de los conceptos marxistas de ser social y conciencia social. No obstante, este planteamiento y solución previa debe reportar como beneficio fundamental el ubicar al educando en un marco categorial sociohistórico, para desde éste comenzar a pensar los conceptos centrales de la filosofía marxista-leninista. La ubicación del pensamiento del estudiante dentro de esta estructura evaluativa significa elevarlo previamente a la altura del gran descubrimiento de Marx en filosofía, de la esencia de la revolución operada por el marxismo en el desarrollo de la problemática filosófica. El planteamiento y solución del problema fundamental de la filosofía en abstracto a través de la esencia de la comprensión materialista de la historia nos introduce en la contraposición dialéctica producción material-producción espiritual de la humanidad. El análisis de los miembros de esta relación se corresponde con el despliegue ulterior de la contradicción dialéctica que supone el desarrollo del principio del ascenso de lo abstracto a lo concreto. En tanto que la filosofía es una ciencia discursiva, no tiene ésta otra alternativa en la reproducción lógica de su objeto que desarticular el todo (identidad abstracta) para analizar, en un nivel de concreción mayor pero igualmente abstracto, las partes contradictorias que integran la unidad que al principio dejamos sentada en su forma indiferenciada. El pensamiento discursivo, organizado de acuerdo a las exigencias de la lógica dialéctica, no conoce otro camino: «La división de un todo y el conocimiento de sus partes contradictorias es la esencia (...) de la dialéctica»{13} –decía Lenin en Cuadernos Filosóficos. En nuestro caso esta exigencia discursiva de la lógica dialéctica implica analizar el contenido de la producción material y espiritual de la humanidad, apuntando, de esta forma, la esencia del tratamiento marxista de ambas esferas y su estructura. Sin embargo, previamente adelantamos que, como en todo análisis de «partes contradictorias», la estabilidad conceptual lograda será relativa, pues la naturaleza de las contradicciones dialécticas es tal que definir, apresar en categorías, significa al mismo tiempo captar la interrelación, desolidificar los conceptos. Ciertamente, una exposición verdaderamente dialéctico-materialista de la producción material tiene que contemplar como momento esencial el pasaje o transición constante hacia su contrario: la producción espiritual. Así, es imposible apresar conceptualmente, digamos, las relaciones de producción sin tomar en cuenta su aspecto político-jurídico: las fuerzas productivas de una sociedad históricamente determinada obviando el desarrollo de la ciencia como producción espiritual; introducir el concepto de clases sociales sin prestar mientes en la conformación de la conciencia de clases. Por otra parte, es igualmente imposible exponer la producción espiritual de la humanidad sin hacer referencias constantes a su determinación por la producción material. Diríamos, incluso, que la concepción marxista-leninista de la producción espiritual incluye como momento constitutivo su desborde constante hacia los marcos de la producción material, pues sólo desde la última puede apresarse teóricamente la independencia relativa de la primera. Lo dicho nos lleva a pensar que el mismo análisis desarticulado de la producción material y espiritual de la humanidad nos va indicando, a través de toda la exposición, la insuficiencia del mismo. La desarticulación en cada paso se hace relativa y limitada, al vernos obligados a hacer constantes referencias al contrario, en contraposición del cual intentamos apresar una de las esferas de la producción social. Este juego dialéctico de las definiciones es propio de todo análisis empeñado en arrancar lo esencial en fenómenos que por su carácter constituyen contrarios dialécticos o «accidentes» de una misma «sustancia». La dificultad de análisis se evidencia en el mismo intento de desarticular; la misma desarticulación nos lleva a negarla en su síntesis, a recobrar la unidad perdida. Si leemos acuciosamente la Sección Primera del tomo I de El Capital notaremos cómo Marx en el análisis desarticulado a que somete la mercancía se empeña, en la medida de lo posible, en desentrañar la esencia del valor y valor de uso, a través de los conceptos de cantidad y calidad respectivamente. Sin embargo, el lector prevenido va notando, al mismo tiempo, que se trata de una abstracción analítica necesaria, que desarticula lo imposible de desarticular en el proceso real de cambio. Pero la abstracción y el análisis son necesarios al discurso lógico de El Capital porque aquí la cuestión no es realizar el proceso mismo de cambio de mercancías sino reproducirlo idealmente: la reproducción ideal exige plasticidad, pero sobre la base de la templanza analítica que garantiza la no confusión y delimitación formal de los conceptos empleados. Sin embargo, el mismo análisis lleva a rebasar sus marcos y a ser restablecida la unidad negada por la desarticulación analítica, conduce a la negación de la negación en el discurso lógico-dialéctico. Así vemos que en el Capítulo II («El proceso de cambio») se logra restablecer la unidad estropeada por el análisis, retomar la realidad del proceso mismo de cambio: «Todas las mercancías son para el poseedor no-valores de uso y valores de uso para los no-poseedores (...). Por tanto, las mercancías tienen necesariamente que realizarse como valores antes de poder realizarse como valores de uso (...). Por otra parte, para poder realizarse como valores, no tienen más camino que acreditarse como valores de uso»{14}. Evidentemente este es el camino de la reproducción lógico-dialéctica del objeto: de la identidad concreta e inmediata al análisis de los contrarios y, de éste, a la identidad concreta y mediada. En nuestro caso resulta que el análisis desarticulado de los contrarios dialécticos (producción material y espiritual) anuncia ya la necesidad de articular dialécticamente, de sintetizar en unidad contradictoria lo que artificialmente tuvimos que ver en abstracto. Ello implica pasar al estudio de la producción social como identidad concreta o unidad dialéctica de la producción material y espiritual de la humanidad. Desde el punto de vista docente esta estructura reporta el beneficio de la reiteración dialéctica de los contenidos. El tratamiento de la producción social como unidad dialécticamente contradictoria de la producción material y espiritual de la humanidad recoge y sintetiza explícitamente la dialecticidad del enfoque marxista-leninista de la sociedad que anteriormente, de forma implícita, hemos venido utilizando. Ciertamente, la solución al problema del hombre a través de la concepción de la práctica sociohistórica, el tratamiento en abstracto de la comprensión materialista de la historia y el análisis de los elementos estructurales de la producción social, presuponían tácita y previamente la unidad dialéctica que ahora conceptuamos mediada y explícitamente. Con el objetivo de hacer explícita esta dialéctica de interacción es prudente impartir en este lugar la doctrina sobre las formaciones económico-sociales como enfoque dialéctico-materialista íntegro de la sociedad. Es obvio entrar aquí en detalles demostrativos de la función de síntesis que cumple la teoría de las formaciones económico-sociales. Sólo queremos apuntar que los conceptos analíticos de base y superestructura son, igualmente, abstracciones dialécticamente contradictorias que se integran en la síntesis que supone la totalidad de la producción social. A pesar de que ambas abstracciones existen realmente sólo en su concreción en el todo, tienen validez teórica como unidades de análisis relativamente independientes. Ahora bien, su análisis desarticulado anuncia, lo mismo que en caso de la producción material y espiritual, la síntesis necesaria de ambas abstracciones en la identidad concreta. Finalmente, la exposición de la producción social de la humanidad retoma dialécticamente la categoría de práctica sociohistórica, la cual había sido trabajada en abstracto como solución marxista al problema fundamental de la filosofía. Si la exposición de la producción material y espiritual cristaliza en las categorías de lo material y lo ideal, respectivamente, ahora se exige integrar en unidad dialéctica ambas cristalizaciones conceptuales. De forma tal, la práctica sociohistórica de la humanidad debe interpretarse como la transición dialéctica de lo ideal en material, como idealización de lo material a través de la transformación práctica, como cosificación de lo ideal y descosificación de lo material. Claro está que el enfoque dialéctico de lo material y lo ideal exige su corrección materialista. Ello implica fundamentar que la interpenetración de lo ideal y lo material tiene lugar sólo dentro de la práctica sociohistórica, cuyo fundamento lo constituye la producción material de la humanidad. El resumen lógico que supone la concepción de la unidad dialéctico-materialista de lo ideal y lo material en la práctica sociohistórica de la humanidad es el punto teórico más elevado del curso. Para llegar a él recomendamos, de nuevo, pasar por la comprensión sociohistórica de los contrarios que componen su estructura bipolar. Por tanto, lo mismo que sugeríamos considerar lo material y lo ideal como conclusiones lógicas de la producción material y espiritual, creemos prudente en este caso llegar a la concepción de la práctica sociohistórica sólo como cristalización filosófico-general de la producción social, a través del análisis de la dinámica interna de la formación económico-social. Este camino es la garantía de la no reducción empírico-individualista de la práctica sociohistórica: críticamente hablando, cuando relegamos a un segundo plano la dimensión sociohistórica de la práctica y comenzamos por su definición abstracta, igualmente corremos el riesgo de caer en la ingravidez conceptual. ¿Cómo entonces «ejemplificar», cómo concretar esta idea tan «abstracta»? Aquí viene a la mano el peligro de caer de las presuntas alturas a la vulgarización practicista de la práctica. Pensamos que las tradicionales estructuras del materialismo dialéctico nos llevan a «agarrarnos» del ejemplo fortuito, individualizante y empírico para «calzar» tamaña tesis sobre la práctica como fundamento, criterio y fin del conocimiento. La síntesis que supone la práctica sociohistórica como dialéctica de lo material y lo ideal está llamada a ser el verdadero resumen lógico de todo el despliegue contradictorio de la filosofía marxista-leninista. Ciertamente, es aquí y sólo aquí donde los conceptos generales (lo material y lo ideal) cobran su verdadera dimensión y lugar, donde se recupera la integridad, alterada por el análisis de la actividad práctica de la humanidad. Siguiendo la lógica del autor de El Capital, se trata aquí no ya de la mercancía en su dicotomía valor-valor de uso, sino del proceso real de cambio reproducido idealmente. Pero, además y sobre todo, la práctica sociohistórica de la humanidad funciona como resumen lógico en nuestra propuesta por ser en y desde su entraña donde se soluciona ahora el problema fundamental de la filosofía y, con él, se fundamenta definitivamente el principio del monismo dialéctico-materialista. El problema de la unidad del mundo se plantea en la filosofía marxista-leninista esencialmente dentro de la relación producción material-espiritual de la humanidad. Se resuelve, igualmente, desde el punto de vista de la primacía, dentro de la unidad dialécticamente contradictoria, de la producción material respecto a la espiritual. Primacía esta que no supone una dictadura indiferente de lo material, sino que reconoce como momento esencial del enfoque dialéctico-materialista la constante cosificación y descosificación dentro de la dinámica bipolar de la práctica sociohistórica. Esta idea con precisión fue señalada por la autora de Filosofía, ciencia y valor: «sólo a la luz de la actividad práctico-material –escribe Zaira Rodríguez– cobra sentido el problema de la relación materia-conciencia, en tanto la conciencia es en lo fundamental el resultado histórico y lógico de la praxis transformadora de los hombres (...) sólo la comprensión cabal de la práctica transformadora del sujeto sirve de base para la demostración del principio de la unidad del mundo consistente en su materialidad en estrecho nexo con el principio del desarrollo»{15}. VI. La teoría del conocimiento del marxismo-leninismo constituye un cuerpo teórico con relativa independencia dentro de nuestra filosofía: tiene, por tanto, derecho a ser tratada como una unidad en el curso. Más arriba apuntamos que nos parece incorrecto e inoperante, desde el punto de vista científico y pedagógico, dislocar los contenidos de esta unidad por todo el curso de filosofía. Cierto es que sus categorías y principios funcionan en muchos de los temas a impartir, como también es evidente que en varios problemas a tratar nos aproximamos a los fundamentos de la gnoseología marxista: tal es el caso cuando abordamos la relación producción material-producción espiritual. Puede parecer que el lugar de la teoría del conocimiento esté en los predios de la producción espiritual, como producción del conocimiento o apropiación cognoscitiva del mundo. Sin embargo, de impartir aquí la teoría del conocimiento correríamos el riesgo de abrir las puertas a un universo conceptual tan amplio que desviaría nuestra atención. Teniendo en cuenta la complejidad categorial de la gnoseología marxista consideramos oportuna su impartición como unidad independiente. Ahora bien, el momento para acceder a este universo teórico no puede ser arbitrario: exige ciertas premisas que garanticen la no vulgarización de sus contenidos fundamentales. La condición necesaria para el acceso decoroso a la teoría del conocimiento es haber agotado, en lo fundamental, el concepto de práctica sociohistórica. De hecho ésta constituye la categoría central de la teoría del conocimiento marxista-leninista; es la práctica precisamente quien aporta la especificidad sociohistórica y práctico-activa que tiene el tratamiento marxista del principio del reflejo. Por ello el espacio lógico de la teoría del conocimiento no puede ser ubicado antes de agotar explícitamente esta categoría central y verdadera «célula de análisis» de la filosofía marxista-leninista. Sólo en este punto del curso podrá anclarse con dignidad teórica la gnoseología del marxismo. De nuevo apuntamos que las estructuras tradicionales del materialismo dialéctico, donde la teoría del conocimiento se imparte antes y al margen de la comprensión materialista de la historia, no permiten abordar la gnoseología con la seriedad y vuelo teórico de nuestra ciencia. En este caso cuestiones tales como la relación sujeto-objeto del conocimiento, la práctica como criterio de la verdad, la dialéctica de la verdad absoluta y relativa, &c., desgraciadamente son condenadas al simplismo individualizante. En tanto que si contamos con el presupuesto de la comprensión materialista de la historia no sólo podremos esquivar los vicios del ejemplismo, el practicismo y el singularismo, sino que crearemos la posibilidad de darle una luz distinta a los conceptos centrales de la teoría del conocimiento. Esta inversión en el ordenamiento cambia radicalmente el metabolismo de la gnoseología, pues abre el vasto horizonte de la dimensión sociohistórica del sujeto y el objeto de la actividad cognoscitiva y, con ello, la relación práctica-conocimiento. Es cierto que desde las estructuras tradicionales podemos abrir las puertas a este horizonte e incluso tantear algunos de sus contornos; pero una cosa es abrir horizontes y otra domarlos, una tantearlos y otra agotarlos conceptualmente. VII. La dialéctica materialista también debe ser abordada como un tema con relativa independencia, pues su desarrollo actual sugiere que ésta constituye una teoría orgánica que exige tratamiento de sistema. Es por ello que tampoco estaríamos de acuerdo con desperdigar sus leyes por todo el curso de filosofía. Mucho menos aceptamos el tácito maridaje que puede darse entre un aspecto del curso y una ley o categoría filosófico-general: tal es el caso cuando impartimos en un mismo lugar lógico, por ejemplo, la ley de la unidad y lucha de los contrarios y la lucha de clases, las categorías de forma y contenido y la ley de correspondencia de las relaciones de producción al carácter y nivel alcanzado por las fuerzas productivas. Semejante práctica no contribuye a la apropiación de la dialéctica como método universal del conocimiento científico y de la transformación revolucionaria; por el contrario, castra su carácter universal. Puede parecer que nuestra tesis sobre la especificidad sociohistórica del planteamiento y solución del problema fundamental de la filosofía debe coincidir con la propuesta de impartir la dialéctica materialista no como un cuerpo independiente sino inserta en el tejido concreto de la comprensión materialista de la historia. Sin embargo en este punto nuestra posición diverge sustancialmente por considerar que este camino conduce no a la concreción sino a la pseudoconcreción de la dialéctica. La dialéctica materialista debe funcionar como método a través de todo el curso de filosofía marxista-leninista. Cuando impartimos el desarrollo de la naturaleza como premisa del surgimiento de la sociedad humana, la dinámica de la producción material y espiritual, la verdad como proceso, &c., de hecho estamos trabajando con el instrumento metodológico de la dialéctica: esta baña todos y cada uno de los temas a tratar en el curso; pero exige a la vez ser sistematizada y afilada explícitamente, por constituir el aporte metodológico fundamental del marxismo-leninismo. Otra vez surge aquí la interrogante por el lugar donde debe sistematizarse la dialéctica. Existe el criterio de que ésta debe tratarse como sistema al inicio del curso para contar previamente con el servicio del método en todo el desgaje posterior de los contenidos. Semejante proposición no carece de sentido, pero afronta la dificultad de parecer prematuro abordar la dialéctica como sistema cuando el estudiante no ha vencido la solución marxista-leninista al problema fundamental de la filosofía. De aceptar esta propuesta no sólo correríamos el riesgo de no poder ofrecer una fundamentación materialista cabal al método, sino que por lo demás nos condenamos a la ingravidez conceptual que hemos venido criticando: si partimos de las leyes y categorías de máxima generalidad, sin tener un camino andado, entonces la necesidad de concreción que nos embarga puede arrastrarnos de nuevo a la pseudoconcreción del ejemplo fortuito. En parte es esto lo que nos ocurre cuando impartimos, de acuerdo a las estructuras tradicionales, el método sin tener a la mano la comprensión materialista de la historia, la relación naturaleza-sociedad, la categoría de práctica sociohistórica, &c. No obstante, el beneficio metodológico que aporta la impartición de la dialéctica en los inicios del curso puede garantizarse parcialmente con una exposición seria de la contraposición dialéctica-metafísica y del aporte fundamental de la filosofía clásica alemana. Si en los inicios de la asignatura logramos impartir estos dos aspectos con cierta profundidad, en parte crearemos la posibilidad de trabajar el resto del curso con la ayuda de este instrumento. Claro que en este caso el ajuste del método será bastante al «por mayor», pero parece ser que la única vía es esta: ir afinando el instrumento en su ejercicio para finalmente darle su ajuste definitivo. Sustentamos que la hora ed sistematizar el método es el final del curso. Es aquí donde se debe presentar definitivamente «el recurso del método» como síntesis del ejercicio del mismo. De ser asó lograríamos impartir una dialéctica enriquecida por todo un camino: estaríamos verdaderamente en condiciones de sacar a la luz explícitamente el método como «unidad de lo diverso». Pero reiteramos que en nuestra posición tampoco se trata de tantear en la oscuridad para de pronto irrumpir en la luz, puesto que el ejercicio del método estaría previamente alumbrado por la exposición, aunque a grosso modo al inicio del curso, de la dialéctica en oposición a la metafísica y del aporte fundamental de la filosofía clásica alemana. |
inicio / <<< / >>> / fin II. Objetivos generales2.1. Objetivos generales educativos
2.2. Objetivos generales instructivos
inicio / <<< / >>> / fin III. Sistema de contenidosTema I. El problema fundamental de la filosofía y el hombre.
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Tema | Conferencias | Seminarios | Horas |
I | 6 | 4 | 10 |
II | 2 | 2 | 4 |
III | 8 | 8 | 16 |
IV | 8 | 12 | 20 |
1º semestre | 24 | 26 | 50 |
V | 8 | 8 | 16 |
VI | 4 | 6 | 10 |
VII | 6 | 10 | 16 |
VIII | 6 | 8 | 14 |
2º semestre | 24 | 32 | 56 |
Total | 48 | 58 | 106 |
Notas
{1} V.I. Lenin, «Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo», en Obras escogidas, en tres tomos, tomo I, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú 1960, pág. 65.
{2} V.I. Lenin, «Carlos Marx», en ob.cit., pág. 33.
{3} V.I. Lenin, «Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo», ed.cit., pág. 66.
{4} F. Engels, «Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana», en C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, en tres tomos, tomo III, Editorial Progreso, Moscú 1974, pág. 363.
{5} F. Engels, Anti-Duhring, Editorial Pueblo y Educación, La Habana 1979, pág. 58.
{6} Ibídem.
{7} C. Marx, «Tesis sobre Feuerbach», en C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, en tres tomos, tomo I, Editorial Progreso, Moscú 1973, pág. 8.
{8} C. Marx, Contribución a la crítica de la Economía Política, Edición Revolucionaria, La Habana 1970, pág. 267.
{9} Idem, págs. 258-259.
{10} Idem, págs. 266.
{11} Idem, págs. 267.
{12} F. Engels, Anti-Duhring, ed.cit., págs. 171-172.
{13} V.I. Lenin, Cuadernos filosóficos, Editora Política, La Habana 1979, pág. 351.
{14} C. Marx, El Capital, tomo I, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1980, pág. 52.
{15} Zaira Rodríguez Ugidos, Filosofía, ciencia y valor, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1985, pág. 75.
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