Filosofía en español 
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Vaticano · Pío XII

Santificación de las fiestas

Discurso 23 febrero 1944
El “deporte”, disfraz laico


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Largo en demasía fuera el que Nos quisiéramos ahora tratar con vosotros de cada mandamiento en particular; por ello Nos limitaremos a algunas indicaciones que Nos parecen figurar, en el momento presente, entre las más importantes para la cura espiritual de los fieles. Sobre los mandamientos llamados de la primera tabla, que se refieren a Dios{1}, estimamos oportunas dos observaciones:

el culto a Dios

2. La primera toca al sentido mismo del culto que a Dios debe tributarse, sentido que en los últimos cien años se ha ido oscureciendo aun entre los mismos fieles. Si ya de por sí en todo tiempo acontece que, en el santuario de la vida religiosa personal, los hombres buscan y se afanan por hacer que prospere su propio interés, esto se ve sobre toda medida cumplido y probado bajo el influjo de la soberbia y vanidosa civilización materialista que ha dominado en las generaciones modernas.

Se quiso reducir las relaciones entre Dios y el hombre al auxilio de Dios en las necesidades materiales y terrenas; para todo lo demás, el hombre quiso bastarse a sí mismo, como si ya no tuviera necesidad del apoyo divino. El culto de Dios se trocó en un concepto utilitario; la religión se precipitó de la esfera del espíritu a la de la materia. La práctica de la religión era necesaria tan sólo para suplicar favores al cielo en orden a las necesidades de este mundo, como si se ajustaran cuentas con Dios: la fe vacilaba cuando el auxilio conseguido no correspondía al deseo. Que la religión y la fe significan ante todo adoración y servicio de Dios; que hay mandamientos de Dios que obligan siempre, en todo lugar y en toda circunstancia; que para el cristiano la vida futura debe dominar y determinar la terrenal; estos conceptos y estas verdades, que rigen y guían el entendimiento y la voluntad del creyente, habían llegado a ser extraños al pensamiento y al sentimiento del espíritu humano.

3. ¿Qué remedio poner a semejante desorden? Es preciso que las grandes verdades y los grandes conceptos de la fe retornen, como vida y realidad, a todas las clases del pueblo, más aún a las altas que a las desheredadas y probadas por la indigencia y por la miseria de este mundo. Tal vez al presente no haya necesidad más urgente que ésta en la educación religiosa; el momento actual no solamente lo exige, sino que hasta invita acuciante a proveer a ella, ya que todos los males y desventuras que la humanidad experimenta actualmente a causa de la decadencia de la moral y de la justicia, vienen a ser una corrección terriblemente clara y dolorosa de la falsa idea de Dios y de la religión falsificada en su práctica.

4. Se ha dicho que el milagro de estos años son los millones de fieles que honran a Dios y le sirven, obedientes a sus mandamientos, aunque hayan llegado a encontrarse en condiciones de peligros indecibles. Ciertamente que existen cristianos tan devotos e impávidos, orgullo de la Iglesia, y vosotros mismos, amados hijos, conocéis no pocos de ellos; empleaos con celo para que cada vez sea mayor su número entre los fieles confiados a vuestros cuidados.

santificación de fiestas

5. El culto a Dios, que en el curso de la vida humana debería comenzar y cerrar cada día, impone, sin embargo, deberes especiales para la santificación de las fiestas; y a ello se refiere Nuestra segunda observación. No se puede, ciertamente, reprochar a la Iglesia que trate de aplicar el precepto dominical con excesivo rigor, pues lo concreta y regula con aquella benignidad y humanidad{2}, cuyo ejemplo le dio su Divino Fundador. Pero contra la profanación y el disfraz laico del sagrado día del domingo, al que con ritmo creciente se le viene despojando de su carácter religioso, alejando así a los hombres de Dios, la Iglesia --guardiana de la ley divina-- tiene que oponerse y dar la cara con santa firmeza. También aquí la actividad celosa de la cura de almas, aun usando toda benignidad en los casos de necesidad y todo miramiento para con las situaciones económicas y sociales anormales, que no es posible cambiar de repente, ha de ser amplia y proceder en la siguiente dirección: Suspensión de las obras serviles en el domingo y en las demás fiestas de precepto, especialmente en público. Las horribles destrucciones causadas por la guerra aparecen a la piedad cristiana como una espantosa manifestación de los daños que la profanación del domingo ha traído consigo. Pero si de la vida pública pasamos a la privada, ¿quién no ve cuánto conviene educar también a la familia para que limite el trabajo dominical a lo estrictamente necesario, de suerte que permita y conceda a todos, aun a los criados, el descanso festivo?

6. La Iglesia tiene que oponerse a esa absorción y distracción que se deriva del excesivo deporte, hasta el punto de que ya no queda tiempo para la oración, para el recogimiento y para el descanso; los miembros de la familia se ven forzosamente separados el uno del otro; los hijos se mantienen alejados y fuera de la vigilancia de los padres. Oponerse sin temor contra esas diversiones que, como el cinematógrafo inmoral, convierten el domingo en un día de pecados. Finalmente, ha de darse el debido descanso y solaz festivo que resulta, ante todo, en provecho de la elevación religiosa, de la renovación espiritual y del progreso armónico de la vida de familia.

7. Es verdad que la vuelta a la santificación de las fiestas en las grandes ciudades modernas exige de quien tiene cura de almas un celo heroico y un trabajo casi sobrehumano; pero de tal vuelta depende mucho aquel aumento y aquel mejoramiento que redundan no sólo en salud de las almas de los fieles, sino también en salvación de la familia y en restaurar la vida social contra las fuerzas disolventes del descontento, de la irritación y de la decadencia del espíritu hacia las cosas puramente terrenas y materiales.

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{1} Cf. Catech. ad parochos 3, 4, 3.

{2} Cf. Tit. 3, 4.


(Tomado de: Acción Católica Española, Colección de encíclicas y documentos pontificios, sexta edición, traducción e índices por Monseñor Pascual Galindo Romeo [1892-1990], Publicaciones de la Junta Nacional, Madrid 1962, documento CCLXVIII (selección), tomo II, páginas 1684-1685.)