Dos traducciones de Erasmo Caro al español y su original
Ofrecemos, como material pedagógico –que permite realizar diferentes análisis, comparaciones, ejemplos y consideraciones–, los textos publicados en Madrid de dos traducciones al español realizadas a finales del siglo XIX de una misma obra francesa coetánea, en versión digital actual, junto con el facsímil de las páginas correspondientes del original francés traducido. Se trata del capítulo primero de El pesimismo en el siglo XIX, obra de Erasmo María Caro publicada por la Librería Hachette de París en 1878 (el facsímil de esta edición se puede consultar libremente a través de internet en el sitio de la Biblioteca Nacional francesa). Los textos digitales de las traducciones españolas están publicados por el proyecto Filosofía en español, y procuran transcribir de la manera más fiel el texto contenido por las respectivas ediciones impresas, que se han tenido a la vista. La primera de las traducciones, bastante incompleta, la fue publicando en la Revista Europea el joven Armando Palacio Valdés, y la misma composición tipográfica sirvió para formar un libro de 141 páginas, en la Biblioteca de Ciencias y Artes. La segunda traducción, menos incompleta, fue publicada catorce años después formando un libro de 303 páginas en la Colección de libros escogidos de La España Moderna, sin que se haga figurar el nombre del traductor. Para incitar al aprovechamiento de este recurso señalamos alguna de las erratas y variantes significativas.
E. Caro
El pesimismo en el siglo XIX
Biblioteca de Ciencias y Artes
Casa Editorial de Medina
Madrid [1878]
páginas 8-23
Traducción Armando Palacio Valdés
Un precursor de Schopenhauer,
Leopardi
Hemos dicho que el pesimismo era un mal esencialmente moderno: es preciso entenderse. En todos los tiempos ha habido pesimistas, o lo que es igual, hay un pesimismo contemporáneo de la humanidad. En todas las razas, en todas las civilizaciones, algunas imaginaciones poderosas, fueron
E. Caro
El pesimismo en el siglo XIX
Colección de libros escogidos
La España Moderna
Madrid [1892]
páginas 5-33
No figura el nombre del traductor
Capítulo primero
El pesimismo en la historia
Cuando se dice que el pesimismo es un mal moderno, hay que distinguir: bajo la forma sistemática y sabia que ha tomado en nuestros días, realmente es dolencia moderna; pero ha habido en todo tiempo pesimistas; como que el pesimismo es contemporáneo de la humanidad. En todas las razas, en todas las civilizaciones hubo imaginaciones que se asombraron
preocupadas por lo que hay de incompleto y de trágico en el destino humano, dando a este sentimiento la expresión más conmovedora y más poética. Grandes crisis de tristeza y de desesperación han atravesado los siglos, acusando la decepción de la vida y la suprema ironía de las cosas. Este desacuerdo del hombre con su destino, la oposición de sus instintos y de sus facultades con el medio en que vive, la naturaleza hostil o malévola, los azares [9] y las sorpresas de la suerte, el hombre mismo, lleno de duda y de ignorancia, sufriendo por su pensamiento y por sus pasiones, la humanidad entregada a una lucha sin tregua, la historia llena de los escándalos de la fuerza, la enfermedad, en fin, la muerte, la separación violenta de los seres que más se aman, todos estos sufrimientos y estas miserias forman como un clamor inmenso que resuena desde el fondo de las conciencias, en la filosofía, en la religión, en la poesía de los pueblos. Mas estas quejas o estos gritos de insurrección, por profundos y apasionados que sean, son, por lo general, en las razas y en las civilizaciones antiguas accidentes
de lo incompleto, de lo trágico que es el destino humano, y dieron a este sentimiento la expresión más tierna y patética. Gritos profundos de tristeza y desesperación han atravesado los siglos, poniendo de relieve el engaño de la vida y la suprema ironía de las cosas. [8] Este desacuerdo del hombre con su propio destino, la oposición de sus instintos y de sus facultades con su medio, la naturaleza enemiga y dañina, las combinaciones y las sorpresas de la suerte, el hombre lleno de duda y de ignorancia, sufriendo con su pensamiento y con sus pasiones, la humanidad abandonada a luchas sin tregua la historia llena de los escándalos de la fuerza, la enfermedad, la muerte, en fin, la separación violenta por la muerte de los seres que más se han querido, todos estos sufrimientos y estas miserias forman un clamoreo que resuena desde el fondo de las conciencias en la filosofía, en la religión, en la poesía de los pueblos. Pero estas quejas o estos gritos de angustia, por profundo y apasionado que sea su acento, son casi siempre, en las razas y en las civilizaciones antiguas, accidentes
individuales: expresan la melancolía de su temperamento, la gravedad triste de un pensador, los trastornos de un alma bajo el golpe de la desesperación; no expresan, para hablar con propiedad, una concepción sistemática de la vida, la doctrina de la renuncia del ser. Job maldice el día en que ha nacido: «El hombre que nace de mujer vive pocos días llenos de miserias»; pero Jehová habla, deshace la duda ingrata, la injusta queja, la vana protesta de su servidor, lo levanta iluminándolo y lo salva de sí mismo. Salomón declara «que está enojado de la vida viendo todos los males que se encuentran bajo el sol, y que todas las cosas son vanidad y [10] la aflicción para el espíritu?»{1}, mas sería una interpretación bien superficial la que no quisiera ver en esta triste poesía del Ecclesiastes otro aspecto que el de la desesperación, sin percibir al mismo tiempo el contraste de las vanidades de la tierra que disgustan un alma grande, con los fines más altos que
{1} Ecclesiastes, II, 17.
individuales: expresan la melancolía de un temperamento, la gravedad entristecida de un pensador, el desquiciamiento de un espíritu bajo el golpe de la desesperación, no expresan, a decir [9] verdad, una concepción sistemática de la vida, la doctrina razonada de la renuncia al ser. Job maldijo el día en que nació: «El hombre nacido de la mujer vive poco y lleno de miseria»; pero Jehová toma la palabra, aniquila con sus evidencias la ingrata duda, la queja injusta, la rebelión inmotivada de su servidor, le levanta esclareciéndole, y le salva por fin. Salomón declara «que está cansado de la vida, al contemplar todos los males que hay bajo el sol, y que todas las cosas son vanidad y aflicción del espíritu»; pero sería una interpretación superficial el no ver en esta triste poesía del Eclesiastes más que el lado de la desesperación, sin observar al mismo tiempo el contraste de las vanidades de la tierra, apuradas hasta el hastío por una alma grande, atraída por fines más altos,
la atraen, y como la antítesis eterna que resume todas las luchas del corazón del hombre, sintiendo su miseria en la embriaguez de sus alegrías y buscando encima de sí lo que debe desvanecer su hastío.
Análogos sentimientos se encuentran en la antigüedad griega y romana. Se han observado rasgos de profunda melancolía, lo mismo en Hesiodo y Simónides de Amurgos, que en los coros de Sófocles y Eurípides, que en Lucrecio y Virgilio. De la Grecia ha partido esta queja conmovedora. «Lo mejor para el hombre es no nacer, y cuando ha nacido, morir joven.» Mr. de Hartmann no ha dejado de sacar un pasaje de la Apología, en que Platón le proporciona una imagen expresiva para comprobar la proposición fundamental del pesimismo, de que el no ser es preferible al ser: «Si la muerte es la privación de todo sentimiento, un sueño sin ensueños, ¡qué gran ventaja será morir! Porque, que [11] cualquiera elija una noche así pasada en un sueño profundo que no haya turbado ningún ensueño, y que compare esta noche con
y como la antítesis eterna que resume todas las luchas del corazón humano, que siente su miseria en medio de la embriaguez de sus alegrías, y que busca en regiones más elevadas lo que debe colmar el vacío de su nostalgia. [10]
Sentimientos análogos se encuentran en la antigüedad griega y romana. Se han notado con frecuencia rasgos de profunda melancolía en Hesiodo y en Simónides de Amorgos, así como también en los coros de Sófocles y de Eurípides. De Grecia ha salido esta queja conmovedora: «Lo mejor para el hombre es no nacer, y si ha nacido, morir joven.» Hartmann ha recordado un pensamiento de la Apología, en que Platón le facilita una imagen expresiva para hacer resaltar la proposición fundamental del pesimismo, que el no ser es por término medio preferible a ser: «Si la muerte es la privación de todo sentimiento, un sueño sin ensueño alguno, es un bien muy grande el morir. Compárese una noche pasada, en un sueño profundo, que no haya sido turbado por ningún ensueño, con
todas las noches y todos los días que han llenado el curso entero de su vida; que reflexione y que diga en conciencia cuántos días y cuántas noches ha tenido en su vida más felices y más dulces que ésta: estoy persuadido de que no tan sólo un simple particular, sino el mismo rey de Persia, encontraría un número bien pequeño y bien fácil de contar.» Aristóteles ha notado con profunda observación, que hay una especie de tristeza que parece ser la compañera del genio. Trata la mentira como fisiólogo; ¿mas no se podrá decir, bajo otro punto de vista, completando su pensamiento, que la altura a que se eleva el genio humano no sirve mas que para mostrarle con más claridad la frivolidad de los nombres y la miseria de la vida?
las demás noches y con los días que han llenado el trascurso entero de la vida; reflexiónese y dígase en conciencia cuántas noches y cuántos días más felices y más dulces que esa noche se han pasado; yo estoy [11] convencido de que el mismo rey de la Persia encontraría pocos, y que sería fácil contarlos.» Aristóteles ha notado, con su penetrante intuición, que hay una especie de tristeza que parece ser inseparable compañera del genio{1}. Él trata la cuestión como psicologista; pero no puede decirse, bajo otro punto de vista, completando su pensamiento, que la altura a que se eleva el genio humano sólo sirve para demostrarle con mayor claridad la frivolidad de los hombres y la miseria de la vida?
El epicureismo, alegre, voluptuoso, frívolo, conduce, por una lógica inesperada, a la condenación de la vida. Testigos son los sectarios de la sensualidad en Roma, que morían
{1} Problemas, XXX.
con la misma facilidad y con la misma resolución que los fanáticos de la libertad estoica. En el fondo, es el amor exagerado a la vida el que los lleva a condenarla y a rechazarla cuando ya no esperan de ella ningún bien. Si no hay fin superior al placer, ¿por qué [12] sobrevivir al placer extinguido? El placer no es inmortal; cuando empieza el cansancio se acerca el agotamiento de las fuerzas. ¿Y qué puede igualar en tristeza a un epicúreo abandonado por la sensualidad? Más vale prevenir ese abandono, peor que la muerte, y morir con vida. «De qué sirve –dicen los epicúreos al sectario voluptuoso que ha gastado ya sus fuerzas– disputar cobardemente algunos días y algunas sensaciones a la naturaleza que se retira de ti? Ya no te queda más que debilidad, dolor y vejez. Bebe la muerte en una última libación.» Bajo estas inspiraciones se formó en Alejandría la academia de los suicidas, de la cual formaron parte Antonio y Cleopatra. Los romanos de la decadencia
ofrecían su vida en una suprema fiesta al destino, y se arrojaban, con una especie de vértigo voluptuoso, en ese desconocido que suponían la nada. Petronio, el poeta de la orgía romana, jugó hasta el último instante con el suicidio, haciendo que le abriesen y le cerrasen sucesivamente las venas, como [13] para gozar, saboreándolo, del placer de la muerte.
Hay un epicureismo que no procede del amor exagerado, sino del desprecio reflexivo de la vida. Lucrecio renueva con trágica expresión la dura crítica con que ya la trataron algunos filósofos griegos. Han tenido razón los que han censurado esta inspiración que llena las poesías de Lucrecio de quejas que resuenan con dolorosa monotonía, como un eco al través de los fragmentos que nos quedan de Empédocles:
«¡Dioses! ¡Qué grande es vuestra miseria, infeliz
raza mortal! ¡En medio de cuántas luchas y de cuántos suspiros habéis nacido!»
Recordemos también esta enérgica pintura de la vida: «Males de todo género caen sobre nosotros, que destruyen nuestro pensamiento. Midamos con la vista la corta carrera de esta vida, que realmente no es viable. ¡Qué pronto morimos! Cada existencia es una bocanada de humo que se desvanece; apenas podemos conocernos en esta agitación que nos lleva no [14] sabemos a dónde; en vano nos envanecemos de haber abrazado con el pensamiento la universalidad de las cosas; ni la mirada del hombre puede abarcarla, ni el oído apercibirla, ni la inteligencia comprenderla.»
Todo es para nosotros enigma y caos. No sabemos nada de las cosas, en medio de las cuales nos arrastra una fuerza ciega. ¿Qué felicidad puede sentir un espíritu que reflexiona en estas tinieblas agitadas en que vivimos sin conciencia y sin recuerdos? Una inspiración análoga es la que precede al pesimismo de Lucrecio. El poeta latino no busca siquiera el enigma de la vida, proclama que no lo hay; no hay un sentido oculto en la existencia, ni un orden futuro que pueda reparar el desorden del mundo presente. La sabiduría consiste en apagar todo deseo y en llegar a esa apatía que se parece al nirvana budista, y en la cual no penetra nada, ni ruido de fuera, ni asombro, ni emoción. Pero el budista ha matado en sí mismo el sentimiento de la vida; el sabio de Lucrecio vive todavía y se [15] siente vivir; de ahí procede su dolor incurable; no puede ya respirar en ese vacío en que se ha
encerrado, se ahoga. Nos han pintado con tono delicado y vivo este mal del epicúreo, fiel a su estrecha doctrina, y que por una exageración de prudencia ha cerrado aún más el círculo de su acción: «El tedio entra en su espíritu desierto de pasiones. El uniforme espectáculo del mundo, que contempla en su eterna holganza, le cansa y le exaspera. Como Lucrecio, dejará escapar ese grito de hastío: ¡Siempre, siempre lo mismo! Eadem sunt omnia semper, eadem omnia restant!... La única ventaja que se aseguró fue la de no temer la muerte; pues arregló de tal manera su vida, que podía pasar de una nada a la otra sin sacudida violenta. Quizá combinó el orden de la naturaleza para ir más rápidamente hacia ese sueño eterno, cuyas primicias ha saboreado ya, y para asegurar a plazo más breve el encanto de la muerte.» ¿No es esto la gentilezza del morire, que celebrara Leopardi veinte siglos más tarde? [16]
Recordaremos, en fin, que hubo en Grecia como una escuela de pesimismo abierta por el famoso
Para acabar con este gusto singular de la muerte en la antigüedad, recordaremos que a principios del siglo antes de la Era cristiana, había en Alejandría una escuela de pesimismo abierta por uno de los más célebres doctores de la escuela cirenaica, el famoso Hegesias, que sacaba de las doctrinas de Aristóteles consecuencias inesperadas contra la vida. Partiendo del principio de que únicamente el placer puede ser el fin racional de la vida, concluía que la existencia se engaña, porque no consigue ese fin. La felicidad es una cosa puramente imaginaria e irrealizable, que engaña y que engañará siempre nuestros esfuerzos. La suma de placeres no iguala nunca la de las penas, y los bienes no tienen intrínsecamente nada real; la costumbre embota nuestra sensibilidad, y la sociedad los destruye. De ahí procede esta máxima que resume su filosofía: «Sólo al insensato le parece la vida una felicidad, el sabio siente por
Hegérias, tan elocuente en sus sombrías pinturas de la condición humana, que recibió el nombre de Peisithanatos, y que fue preciso
ella indiferencia y desea la muerte.» La muerte vale tanto como la vida, es la [17] forma suprema de la renuncia, por la cual se libra el hombre de una vana esperanza y de una gran decepción. Había compuesto, nos dice Cicerón, un libro titulado El Desesperado, en que hace hablar a un hombre que se mata de hambre; sus amigos tratan de disuadirle, y el desesperado les contesta enumerándoles las penas de esta vida. Es la antítesis del Fedón, en que Sócrates, al morir, desarrolla las razones que le hacen esperar el remedio de las injusticias de la vida presente. Es curioso hacer constar que este predicador melancólico de la muerte, que se inspira en la doctrina de la sensualidad, emplea algunos de los argumentos predilectos de Schopenhauer. Hegesias era tan elocuente en sus pinturas sombrías de la vida humana, que recibió el nombre de Peisithanatos, y el rey Ptolomeo, asustado de la influencia que su palabra
cerrar su escuela para evitar a sus oyentes el contagio del suicidio. El fondo de esta amarga filosofía, que no conocemos sino por algunas frases de Diógenes, Laerces y de Cicerón, permanece muy oscuro; es bastante difícil averiguar si este consejero, [12] harto persuasivo de la muerte, predicaba a sus discípulos el desprecio de la vida considerada en sí o solo en comparación de la vida futura, la muerte como una emancipación o como un progreso.
Resulte lo que quiera de esta singularidad filosófica, queda bien sentado que este género de sentimientos es raro entre los antiguos, y es un grave error del poeta del pesimismo, de Leopardi, el haber querido persuadirnos en pro de su causa, de que el pesimismo se hallaba, en el genio de los grandes escritores de Grecia y Roma: sistema o error, este punto de vista borra alguna vez en él el sentido tan penetrante y tan fino que tiene de la antigüedad. Nada más quimérico que esta Safo, meditando sobre los grandes problemas:
...Arcano é tutto
Fuor che il nostro dolor...
Ya no es la inspirada sacerdotisa de Venus la que aquí habla; es una blonda alemana que sueña con un Werther desconocido, y exclama: «Todo es misterio, exceptuando nuestro dolor.»
ejercía sobre los espíritus, cerró su escuela para librar a sus oyentes del contagio del suicidio.
Pero el género de sentimiento que expresan estos síntomas filosóficos es [18] poco común entre los antiguos, y es un grave error el del poeta del pesimismo, Leopardi, al haber imaginado en favor de su causa una antigüedad fantástica, y al haber querido persuadirnos de que el pesimismo está en el genio de los grandes escritores de Atenas y de Roma. Sistema es error, este punto de vista aminora el sentido penetrante y sutil que ha recibido el pesimismo de la antigüedad. Nada más quimérico que Safo meditando sobre los grandes problemas:
...Arcano é tutto
Four che il nostro dolor...
Ya no es la inspirada, ya no es la apasionada Venus quien habla, es una rubia alemana que vuelve de un Werther desconocido, separada de él por obstáculos infranqueables, y que exclama «que todo es misterio fuera de nuestro dolor».
Con el mismo sentido, y bajo el imperio de la misma idea, Leopardi fuerza la interpretación de las dos frases célebres de Bruto y de Theophrastes en el instante de morir; el uno, renegando de la virtud por la que muere; el otro, [13] renegando de la gloria por la que ha olvidado vivir. Aun suponiendo que estas palabras sean auténticas, y que no hayan sido recogidas en alguna vaga leyenda por Diógenes, Laerces y Dion Casio, no podían tener, de ningún modo, en la boca que las ha pronunciado, la significación moderna que les atribuye un comentario demasiado sutil e ingenioso. Por otra parte, Leopardi se corrige a sí mismo, entra en la verdad de la historia moral de las razas y de los tiempos, cuando dice de pasada en la misma obra, «que el origen de estos pensamientos dolorosos, poco esparcidos entre los antiguos, se encuentra siempre en el infortunio particular o accidental del escritor o del personaje puesto en escena, imaginario o real.» Mas da frecuentes mentís a esta observación tan justa. El fondo
En el mismo sentido y bajo el imperio de la misma idea, fuerza Leopardi la interpretación de las dos palabras célebres de Bruto y de Teofrasto en [19] el momento de morir, el uno renegando de la virtud que ha causado su muerte, el otro renegando de la gloria por la cual no ha querido vivir{1}. Suponiendo que sean auténticas y que no hayan sido recogidas por la tradición de alguna vaga leyenda por Diógenes Laercio y Dión Casio, no podían evidentemente tener esas palabras, en la boca que las pronunció, la significación moderna que les atribuye un comentario demasiado sutil e ingenioso. Además, Leopardi se corrige él mismo, vuelve a la verdad histórica de las razas y de los tiempos cuando dice en la misma obra «que la fuente de esos pensamientos dolorosos, poco extendidos entre los antiguos, se encuentra siempre en el infortunio particular o accidental del escritor o del personaje que sale a la escena, real o imaginario». Esta es la verdad. El fondo
{1} Comparazione delle sentenze di Bruto e Teofrasto.
de la creencia antigua es que el hombre ha nacido para ser feliz, y que cuando no logra serlo, es por culpa de alguna divinidad envidiosa o por una venganza de los dioses. Lo que domina entre los antiguos es el gusto de la vida y la fe en la felicidad terrestre que persiguen con terquedad: cuando sufren parecen despojados de un derecho.
M. de Hartmann señala con rasgos precisos esta idea del optimismo terrestre que rige el mundo antiguo (judío, griego, romano). El judío añade un sentido temporal a las bendiciones del [14] Señor: la felicidad para él, es que sus graneros estén llenos, y sus lagares no puedan soportar el vino{1}. Sus concepciones de la vida nada tienen de trascendentales, y para llamarle a este orden superior de pensamientos y de esperanzas, es preciso que Jehová le hable por sus profetas o le avise castigándole. La
{1} Proverbios, III, 10.
de la creencia antigua es que el hombre ha nacido para ser feliz, y que, [20] si no logra serlo, es por culpa de alguna divinidad celosa del orgullo humano, que se eleva amenazando a los dioses. Lo que domina en los antiguos es el gusto hacia la vida y la fe en la felicidad terrestre, que persiguen con terquedad; parece, cuando sufren, que estén desposeídos de algún derecho.
Hartmann, en su Filosofía del inconsciente, marca con precisión esta idea del optimismo terrestre que rige al mundo antiguo (judío, griego y romano). El judío da un sentido temporal a las bendiciones del Señor; la felicidad, en su opinión, consiste en que sus graneros estén llenos de trigo y sus bodegas repletas de vino{1}. Sus concepciones de la vida no tienen nada de trascendental, y para que entre en ese orden superior de pensamientos y de esperanzas, es preciso que Jehová le hable por medio de sus profetas o le advierta castigándole. La
{1} Proverbios, III, 10.
conciencia griega, después que ha agotado la noble embriaguez del heroísmo, busca la satisfacción de esta necesidad de dicha en los placeres del arte y de la ciencia, se complace en una teoría estética de la vida{2}. La existencia es el primero de los bienes; recuérdese la frase de Aquiles en la Odisea, hallándose en los infiernos: «No trates de consolarme de la muerte, noble Ulises: quisiera más cultivar como mercenario el campo de un pobre hombre, que reinar sobre toda la muchedumbre de las sombras. Dice también el Eclesiastes: «Más vale un perro vivo, que un león muerto (IX, 4).» La república romana introduce o desenvuelve un elemento nuevo; ennoblece el deseo de la felicidad, trasportándola, señalando al hombre ese objeto todavía humano, pero superior, al cual el individuo debe inmolarse; la felicidad de la ciudad, el poderío de la patria. He aquí, salvo [15] algunas excepciones, los grandes móviles de la vida antigua: las bendiciones temporales en la raza de Israel, los goces de la ciencia y del arte entre los
{2} Filosofía de lo Inconsciente.
conciencia griega, después de haber apurado la noble embriaguez del heroísmo, busca [21] la satisfacción de esta necesidad de ser feliz en los placeres que procuran el arte y la ciencia; se complace en una teoría estética de la vida. La existencia es el primero de los bienes; recuérdese la frase de Aquiles en los infiernos, en la Odisea: «No pretendas consolarme de la muerte, noble Ulises; prefiero cultivar como un mercenario el campo de un pobre a reinar sobre la inmensa multitud de los hombres.» Es la misma frase del Eclesiastes: «Más vale un perro vivo que un león muerto.» La república romana introdujo en el desarrollo un elemento nuevo; transformó el egoísmo del individuo en egoísmo de raza; ennobleció el deseo de la felicidad, marcando al hombre otro fin más elevado, al cual debe sacrificarse el individuo: el bien de la ciudad, el poder de la patria. He ahí, salvo algunas excepciones, los grande móviles de la vida antigua: las bendiciones temporales en la raza de Israel, los placeres de la ciencia y del arte entre los
griegos; entre los romanos el deseo de la dominación universal, el sueño de la grandeza y de la eternidad de Roma. En estas diversas civilizaciones no hay lugar sino por accidente para las inspiraciones del pesimismo. El ardor viril en el combate de la vida en estas razas enérgicas y nuevas, la pasión de las grandes cosas, el poder y el candor, virgen de las grandes esperanzas que la experiencia no ha destruido el sentimiento de una fuerza que no conoce aun sus límites, la conciencia reciente que la humanidad acaba de adquirir de sí misma en la historia del mundo, todo esto explica la fe profunda de los antiguos, en la posibilidad de realizar aquí abajo la mayor suma de felicidad. Todo esto se halla en contraposición con esta moderna teoría que parece ser la triste herencia de una humanidad decrépita, la teoría del dolor universal e irremediable. En cambio, y por contrastar con el mundo antiguo, no es posible negar que existen influencias y corrientes pesimistas en el seno de la doctrina cristiana, o al menos en ciertas sectas que la han
griegos, en los romanos, el deseo de la dominación [22] universal, el sueño de la grandeza y de la eternidad de Roma. En estas diversas civilizaciones, no existen sino aisladamente inspiraciones del pesimismo. El ardor viril en el combate de la vida que demuestran estas razas enérgicas y nuevas, la pasión de las grandes cosas, el poder y el candor virgen de las nobles esperanzas que la experiencia no ha marchitado, el sentimiento de una fuerza que aún no conoce sus límites, la conciencia reciente que la humanidad tiene de sí misma en la historia del mundo, todo esto explica la profunda fe de los antiguos en la posibilidad de realizar en este mundo la felicidad, todo esto es opuesto a la moderna teoría que parece ser el triste cortejo de la humanidad envejecida, la teoría del dolor universal é irremediable.
En cambio, y como contraste con el mundo antiguo, hay influencias y corrientes de pesimismo en algunas sectas que han interpretado más o menos fielmente
interpretado. ¿Puede dudarse, por ejemplo, de que tal pensamiento de Pascal o tal página de las Veladas de San Petersburgo no [16] deben ocupar un lugar como ilustraciones de idea o de estilo al lado de los análisis más amargos de la Filosofía de lo Inconsciente o entre las canciones más desesperadas de Leopardi? Esta aproximación no parecerá forzada a los que saben que el pesimismo del poeta italiano ha revestido desde un principio la forma religiosa. Existe en el cristianismo un aspecto sombrío, dogmas temerosos, un espíritu de austeridad, de abnegación, hasta de ascetismo, que sin duda no es toda la religión, pero que es una parte esencial de ella, un elemento radical y primitivo anterior a las atenuaciones y a las enmiendas que la imponen sin cesar las complacencias del yo o los desmayos de la fe. Por otra parte, cada cual hace un poco la religión, a su imagen y la imprime el sello peculiar de su espíritu. El cristianismo, visto exclusivamente de este lado y bajo este aspecto, como una doctrina de expiación, como una teología de lágrimas y de espanto,
el cristianismo. ¿Puede dudarse, por ejemplo, que tal pensamiento [23] de Pascal o que tal página de las Veladas de San Petersburgo puedan colocarse como ilustraciones de idea y de estilo, al lado de los análisis más amargos de la Filosofía del inconsciente, o entre las Canzoni más desesperadas de Leopardi? Esta comparación no parecerá forzada a ninguno de los que saben que el pesimismo del poeta italiano ha revestido en su principio la forma religiosa.
Hay en el cristianismo un lado sombrío, dogmas temibles, espíritu de austeridad, de abnegación, de ascetismo, que no constituye toda la religión, pero que forma su parte esencial, un elemento radical y primitivo, anterior a las atenuaciones y a las enmiendas que llevan sin cesar las complacencias del yo natural o las debilidades de la fe. Cada individuo modifica un poco la religión a su modo, dándole un carácter peculiar a su espíritu. El cristianismo, mirado únicamente bajo ese aspecto como una doctrina de expiación, como una teología de lágrimas y de espanto,
puede muy bien herir las imaginaciones enfermas e inclinarlas a una especie de pesimismo. No está lejos, en efecto, esta manera de comprender el cristianismo del jansenismo. La naturaleza humana corrompida, la perversidad radical puesta al desnudo, la incapacidad absoluta de nuestras facultades para lo verdadero y lo bueno, la necesidad de distraer este pobre corazón que [17] quiere huir de sí mismo y de la idea de la muerte agitándose en el vacío, y sobre todo esto el perpetuo pensamiento del pecado original que arroja sobre esta miserable alma con sus consecuencias más extremadas y más duras, la unión continua y casi sensible del infierno, el pequeño número de los elegidos, la imposibilidad de salvación sin la gracia, –¡y qué gracia! «no sólo la gracia suficiente que no basta»– por último, este espíritu cruel de mortificación, este desprecio de la carne, este terror al mundo, la renuncia de todo lo que constituye el precio de la vida, un cuadro semejante extraído de las Provinciales y de los pensamientos, era muy propio para agradar al futuro autor del Bruto minore y de la Ginestra, en sus sombrías meditaciones de Recanati. Pero
hiere con frecuencia a [24] ciertas imaginaciones y las inclina a una especie de pesimismo. Esta manera de comprender el cristianismo es la del jansenismo exagerado. La naturaleza humana escarnecida, la perversidad puesta al desnudo, la absoluta incapacidad de nuestras facultades miserables para la verdad y para el bien, la necesidad de distraer a este pobre corazón que quiere huir de sí mismo y de la idea de la muerte, que se agita en el vacío, y, sobre todo, este perpetuo pensamiento del pecado original, que ondea sobre el alma entristecida con las más duras y extremas consecuencias, la visión continua y casi sensible del infierno, el corto número de elegidos, la imposibilidad de la salvación sin la gracia (¡y qué gracia! «no sólo la gracia suficiente, que no basta»), en fin, ese espíritu de mortificación sin piedad, ese desprecio de la carne, ese terror del mundo, la renuncia a todo lo que vale en la vida, semejante cuadro extraído de las Provinciales y de las Pensées, parecía hecho para agradar el autor de Bruto minore y de la [25] Ginestra, en las meditaciones de Recanati. Pero
esta analogía de sentimientos no dura. ¿Quién no percibe la diferencia entre las dos inspiraciones desde que se entra en una conversación familiar con el alma grande de Pascal tan dolorida y tan tierna? El pesimismo de Pascal tiene por fondo una ardiente y activa caridad; quiere atemorizar y consternar al hombre. ¡Pero qué profunda piedad en esta violenta lógica! Cierra todas las salidas a la razón, mas es para llevarla de un vuelo recto al Calvario y trasformar estas tristezas en eterna alegría. Tortura su genio para descubrir nuevas demostraciones [18] de su fe; se diría que sucumbe bajo la responsabilidad de las almas que no ha podido convencer, de los espíritus que no ha iluminado.
Lo mismo sucede bajo cierto aspecto, aunque por diferentes razones, con lo que podría llamarse el terrorismo religioso de José de Maistre. Es muy cierto que a primera vista parece una especie de pesimismo esta lúgubre apología de la Inquisición, este dogma de la expiación, aplicado a la penalidad social, esta teoría mística y feroz del
esta analogía de sentimientos no dura. ¿Quién no encuentra diferencia entre las dos inspiraciones, en cuanto se entra en familiar conversación con el alma de Pascal, tan dolorosa y tan tierna? El pesimismo de Pascal tiene por fundamento una caridad ardiente y activa; quiere contener al hombre y le consterna, le aterroriza. ¡Pero qué piedad tan profunda hay en esta lógica violenta! Cierra todas las salidas a la razón, pero es para llevarla de un vuelo al calvario y transformar esta tristeza en alegría eterna. Atormenta su genio para descubrir nuevas demostraciones de su fe; parece que sucumbe bajo la responsabilidad de las almas que no consigue convertir, de los entendimientos que ha ilustrado.
Lo mismo puede decirse, aunque por otras razones, de lo que llamaremos el terrorismo religioso de José de Maistre. Evidentemente parece a primera vista un pesimismo esa apología lúgubre de la Inquisición, ese dogma de la [26] expiación aplicado a la penalidad social, esa teoría mística del
sacrificio sangriento, de la guerra considerada como institución providencial, del cadalso colocado en la base del Estado. El corazón se encoge ante el espectáculo de la vida humana, presa de poderes formidables, y de la sociedad sometida a un yugo de hierro bajo un amo, que es un Dios terrible, servido por ministros sin compasión. Pero este aparato de terror no puede resistir un instante de reflexión. Bien pronto se advierte que todo esto son paradojas de combate, apologías y afirmaciones violentas, opuestas a los ataques y a las negaciones de otros. José de Maistre es más bien un polemista que un apologista del cristianismo; la batalla tiene sus arrebatos; la elocuencia, la retórica, tienen también su embriaguez en medio de la lucha; a M. de Maistre le arrastran sin que tenga fuerzas para gobernarlas. Los argumentos [19] no le bastan, los lleva hasta la hipérbole. Es un gran escritor a quien falta un poco de razón, un gran pintor que abusa del efecto: su pesimismo tiene un valor extremado.
En vano se buscaría en la historia del
sacrificio de sangre, de la guerra considerada como una institución providencial, del patíbulo colocado como base del Estado. El corazón se oprime al contemplar la vida humana sometida a poderes tan formidables, y a la sociedad bajo un yugo de hierro, bajo un amo que es un dios terrible, servido por ministros sin piedad. Pero este aparato de terror no resiste a un instante de reflexión. Pronto se ve que son paradojas de combate, apologías y afirmaciones violentas, que se oponen a ataques y a negaciones exageradas. José de Maistre es un polemista y no un apologista del cristianismo; la batalla tiene sus arrebatos; la elocuencia, la retórica, tienen su embriaguez; la de M. De Maistre le arrastra, no la domina, está poseído de ella. Los argumentos no le bastan y acude a la hipérbole. Es un gran escritor que escribe sin razón, un gran pintor que abusa del efecto; su pesimismo tiene un colorido exagerado. En el fondo no ha cambiado nada [27] en las perspectivas del dogma cristiano; la vida futura contiene la explicación y el remedio del mal que reina sobre la tierra.
En vano se buscaría en la historia del
cristianismo, salvo quizá en algunas rectas gnósticas, nada semejante a esta nueva filosofía.
En la India es donde el pesimismo tiene sus
cristianismo, exceptuando quizá algunas sectas gnósticas, nada que se parezca a esta nueva filosofía. Tampoco ofrece nada análogo la historia de la filosofía. No pueden absolutamente clasificarse entre los pesimistas, a pesar de sus semejanzas superficiales, a los que hacen objeciones al optimismo. De otro modo, todo el mundo sería alguna vez pesimista. Ninguna filosofía ha dado una definición satisfactoria del mal: ni los estoicos, ni Platón, ni Descartes, ni Leibniz, ni Rousseau, han conseguido por completo conciliar la existencia del mal, bajo todas sus formas, con el gobierno del universo. Existe en esto una antinomia terrible de la razón. Los que lo han propuesto sin resolverlo no son por eso pesimistas, y sería mezclarlo y confundirlo todo el colocar a Carneade, a Bayle o a Voltaire entre los filósofos que [28] proclaman el mal absoluto de la existencia: no han presentado más que el mal relativo, en contradicción aparente con la Providencia. En la India es donde el pesimismo ha encontrado sus
verdaderos abuelos; así lo reconoce él mismo y se vanagloria de ello. La afinidad de las ideas de Schopenhauer con el budismo ha sido mostrada con frecuencia. Nosotros no insistiremos sobre este punto; recordaremos tan sólo que el pesimismo ha sido fundado en la noche solemne en que sentado bajo la higuera de Gaja, meditando sobre la miseria del hombre y buscando los medios de libertarse de estas existencias sucesivas, que no eran más que un cambio sin fin de miserias, el joven príncipe Cakya exclama: «Nada es estable sobre la tierra. La vida es como la chispa producida por el frotamiento de la madera. Aparece y se extingue sin que sepamos de dónde viene ni a dónde va.
...Debe de haber una ciencia suprema, en la cual podríamos encontrar el reposo. Si yo la alcanzase podría llevar a los hombres la luz. Si yo fuera libre podría libertar al mundo... ¡Ah!, desgraciada juventud, que la vejez ha de destruir. [20] ¡Ah! desgraciada salud, que tantas enfermedades destruye. ¡Ah! desgraciada vida, en la cual el hombre permanece tan pocos días...! ¡Si no hubiera vejez,
verdaderos progenitores; él mismo lo reconoce y se enaltece con ello. La coincidencia de las ideas de Schopenhauer con el budismo ha sido con frecuencia reconocida. Volveremos sobre este punto; aquí sólo recordaremos que el pesimismo se ha fundado en la noche solemne en que Zakia, meditando bajo la higuera de Gaja sobre la desgracia del hombre, y buscando los medios de librarle de estas existencias sucesivas, que no son más que un cambio sin fin de sus miserias, exclamó: «Nada es estable sobre la tierra. La vida es como la chispa producida por el roce de la madera. Se enciende y se apaga, no sabemos de dónde viene ni a dónde va... Debe haber alguna ciencia suprema en que podamos encontrar reposo. Si yo la consiguiese, podría llevar la luz a los hombres. Si yo mismo fuese libre, podría libertar al mundo... ¡Oh [29] desgraciada juventud, que la vejez tiene que destruir! ¡Desgraciada salud, que matan las enfermedades! ¡Pobre vida en que el hombre permanece tan pocos días!... ¡Si no hubiese la vejez,
ni enfermedad, ni muerte! ¡Si la vejez, la enfermedad y la muerte fuesen para siempre encadenadas!». Y la meditación continúa extraña, sublime, desolada. «Todo fenómeno es vacío, toda sustancia está vacía; fuera no hay más que el vacío.» Y también, «El mal es la existencia; lo que produce la existencia es el deseo; el deseo nace de la percepción de las formas ilusorias del ser. Todos estos son efectos de la ignorancia. Así, pues, la ignorancia es, en realidad, la causa primera de todo lo que parece existir. Conocer esta ignorancia es al mismo tiempo destruir los efectos»{1}. La ciencia suprema es la ignorancia cuando cesa de engañarse a sí misma. Es al mismo tiempo la libertad suprema, la cual posee cuatro grados recorridos sucesivamente por el Buche moribundo: conocer la naturaleza y la vanidad de todas las cosas, abolir en sí el juicio y el razonamiento, alcanzar la indiferencia, llegar, en fin, a la desaparición de todo placer, de toda conciencia, de toda memoria. Aquí es donde comienza el nirvana: toda luz se extingue, es la noche, la nada; pero la [21] nada se consuma únicamente en la más alta esfera del nirvana, donde no existe ni aun la idea de la nada: ni ideas, ni ausencia de ideas, nada.
«El mal es la existencia», he aquí la primera y la última palabra del pesimismo. He aquí el extraño pensamiento en el cual se abstrae en este momento algún piadoso indio, buscando la huella de los pasos de Cakya-Monni sobre el mármol del templo de Benares. He aquí el problema sobre el que meditan vagamente a estas horas millares de monjes budistas en la China, en la isla
{1} Max Muller, Ensayo sobre las religiones.
la enfermedad, ni la muerte! ¡Si las tres estuviesen para siempre encadenadas!» Y la meditación continúa extraña, sublime, desesperada: «Todo fenómeno está vacío; toda sustancia es el vacío; fuera de ella no hay más que el vacío... El mal es la existencia; lo que produce la existencia es el deseo; el deseo nace de la percepción de las formas ilusorias del ser. Todo esto son efectos de la ignorancia. La ignorancia es, pues, en realidad, la causa primera de todo lo que parece existir. Conocer esta ignorancia es lo mismo que destruir sus efectos.»
Esta es la primera y la última palabra del pesimismo. Es el extraño pensamiento que absorbe en este instante a algún piadoso hindú, que busca las huellas de los pasos de Zakya-Muni sobre el mármol de un templo de Benarés. Es el problema sobre el [30] cual meditan vagamente a estas horas algunos miles de monjes budistas, en la China, en la isla
de Ceilán, en la Indochina, en el Nepal, dentro de sus conventos y de sus pagodas, ebrios de sueños y de contemplaciones infinitas. He aquí el texto sagrado que sirve de alimento intelectual a todos estos anacoretas, a todos estos sacerdotes, a todos estos teólogos del Triptaca y del Lotus de la buena ley, a estas multitudes que piensan y que oran en torno suyo, y que se cuentan por cientos de millones. Tal es también el lazo misterioso que une estos pesimistas del extremo Oriente, desde el fondo de los siglos y a través del espacio, a estos filósofos refinados de la Alemania contemporánea, que después de haber atravesado todas las grandes esperanzas de la especulación, después de haber agotado todos los sueños y todas las epopeyas de la metafísica, vienen saturados de ideas [22] y de ciencia a proclamar la nada de todas las cosas, y repiten con sabia desesperación la frase de un joven príncipe indio, pronunciada hace más de veinticuatro siglos en las orillas del Ganjes: «El mal es la existencia.»
Ahora se comprende en qué sentido y hasta qué punto la
de Ceilán, en la Indo-China, en el Nepal, en el fondo de sus conventos y de sus pagodas, embriagados por sueños y contemplaciones sin fin; tal es el texto sagrado que sirve de alimento a tantos sacerdotes, a tantos teólogos del Triptaka y del Lotus de la buena ley, a esas multitudes que piensan y que rezan en estas creencias, y que se cuentan por centenares de millones. Es también el lazo misterioso que une a los pesimistas del extremo Oriente, del fondo de los siglos y a través del espacio, a los filósofos refinados de la Alemania contemporánea, que después de haber atravesado todas las esperanzas de la especulación, después de haber agotado todos los sueños y todas las épocas de la metafísica, vienen, saturados de ideas y de ciencia, a proclamar la nada de todas las cosas, y repiten con una desesperación sabia la frase de un joven indio, pronunciada hace más de veinticuatro siglos en la [31] orilla del Ganges: «El mal es la existencia.»
Ahora se comprende en qué sentido y en qué medida es cierto que la
enfermedad del pesimismo es una enfermedad esencialmente moderna. Es moderna por la forma científica que ha tomado en nuestros días, es nueva en las civilizaciones del Occidente. ¡Qué cosa tan extraña es este renacimiento del pesimismo budista al que asistimos, con todo el aparato de los más doctos sistemas, en el corazón de la Prusia, en Berlín! Que 300 millones de asiáticos beban a grandes sorbos el opio de estas fatales doctrinas que enervan y embotan la voluntad, es ya muy extraordinario; pero que una raza enérgica, disciplinada, tan admirablemente constituida para la ciencia y para la acción, tan práctica, y al mismo tiempo tan calculadora, belicosa y dura, lo contrario seguramente de una raza sentimental; que una nación formada de estos robustos y vivos elementos, haga una acogida triunfal a estas teorías de la desesperación, resucitada por Schopenhauer, que su optimismo militar acepte con cierto entusiasmo la apología de la muerte y de la nada, es cosa que a primera vista parece inexplicable. [23] Y el éxito de la doctrina nacida en las márgenes del
enfermedad del pesimismo es una enfermedad esencialmente moderna. Es moderna por la forma científica que ha tomado en nuestros días, es nueva en las civilizaciones de Occidente. ¡Qué efecto tan extraño produce el asistir a este renacimiento del pesimismo budista, con todo el aparato de los más sabios sistemas, en el corazón de la Prusia, en Berlín! Que trescientos millones de asiáticos beban el opio de estas doctrinas fatales que enervan y adormecen la voluntad, es cosa ya muy extraordinaria; pero que una raza enérgica, disciplinada, tan fuertemente construida para la ciencia y para la acción, tan práctica al mismo tiempo, calculadora, fría, belicosa y dura, todo lo contrario de una raza sentimental; que una nación formada de estos elementos robustos y activos acoja triunfalmente las teorías de la desesperación reveladas por Schopenhauer, que su [32] optimismo militar acepte con entusiasmo la apología de la muerte y de la nada, he ahí lo que a primera vista parece inexplicable. Y este éxito de la doctrina nacida en las orillas del
Ganjes, no se detiene en las orillas del Spreo. La Alemania entera tiene fija su atención en este movimiento de las ideas. La Italia con un gran poeta se había adelantado a la corriente; la Francia, como veremos, la ha seguido hasta cierto punto: también tiene sus pesimistas. La raza eslava no ha escapado a esta extraña y funesta influencia. Mirad esa propaganda desenfrenada del nihilismo, de la cual se asusta, no sin razón, la autoridad espiritual y temporal del Zar, y que esparce por toda la Rusia un espíritu de negación desvergonzada y de fría inmoralidad. Mirad, sobre todo, esa monstruosa secta de los Skopsy, de los mutilados que «haciendo, como dice Leroy-Beaulier, un sistema moral y religioso de una práctica degradante de los harenes del Oriente, materializando el ascetismo y reduciéndolo a una operación quirúrgica», proclaman por este vergonzoso y sangriento sacrificio, que la vida es mala y que es conveniente secar la fuente de ella. Esta es
Ganges no se detiene en las orillas de la Spree. La Alemania entera ha prestado atención a este movimiento de ideas. La Italia, con un gran poeta, había adelantado la corriente; Francia, como veremos, la ha seguido en cierto modo; también tiene Francia actualmente sus pesimistas. La raza eslava no ha escapado a esta extraña y siniestra influencia. Véase esa propaganda desenfrenada del nihilismo, que espanta con razón al poder espiritual y temporal del Zar, y que esparce por toda la Rusia un espíritu de negación descarada y de fría inmoralidad. Véase, sobre todo, esa monstruosa secta de los skopsy o mutilados, cuyos desastres nos han descrito y que «haciendo un sistema moral y religioso de una degradante práctica de los harenes de Oriente, materializando el ascetismo y reduciéndolo a una [33] operación quirúrgica», proclaman con este vergonzoso y sangriento sacrificio que la vida es mala y que es conveniente agotar su origen. Es
la forma más degradante del pesimismo; pero es también su expresión más lógica. Es un pesimismo para uso de las naturalezas groseras y arrebatadas que van derechas al fin del sistema, sin detenerse en las inútiles elegías y en las elegantes bagatelas de los espíritus cultos que pasan la vida lamentándose.
la forma más degradada del pesimismo, pero es también su expresión más lógica. Es un pesimismo conforme con las naturalezas groseras que van en seguida a los extremos del sistema, sin detenerse en inútiles elegías, en elegantes bagatelas de delicados espíritus, que se quejan continuamente y no concluyen jamás.
Enlaces relacionados con esta página:
Erasmo María Caro (1826-1887)
Armando Palacio Valdés (1853-1938)
1878 El pesimismo en el siglo XIX, Biblioteca de Ciencias y Artes, Casa Editorial de Medina
1892 El pesimismo en el siglo XIX, Colección de libros escogidos, La España Moderna