Filosofía en español 
Filosofía en español

Historia del Partido Comunista de España1960


 
Capítulo cuarto ☭ La dictadura franquista

Un pacto de guerra

El 26 de septiembre de 1953, el Gobierno del general Franco suscribió con el de los EE. UU. un pacto militar que hipotecaba la soberanía nacional e incorporaba España a los planes bélicos del imperialismo norteamericano. Este pacto fue precedido por el Concordato concertado un mes antes entre el Vaticano y el franquismo.

En el mundo se desarrollaba una gigantesca lucha de las fuerzas de la paz y de la guerra. La Unión Soviética y las democracias populares realizaban un gran esfuerzo para aliviar la tensión internacional; un movimiento de partidarios de la paz, sin precedentes por su amplitud, después de haber recogido millones de firmas contra la bomba atómica, abría campaña en pro de la solución negociada de los problemas litigiosos. Mientras tanto, los círculos agresivos del capital monopolista norteamericano, apoyándose en las fuerzas más reaccionarias de todo el mundo, procuraban agravar la tensión internacional, aceleraban la carrera armamentista y establecían en numerosos países bases militares destinadas a la agresión contra la URSS.

Entre los ayudantes de los belicosos imperialistas yanquis no podía faltar el general Franco.

El pacto yanqui-franquista era la culminación lógica de la política que los gobernantes estadounidenses habían emprendido ya en 1943, en plena guerra antihitleriana, política de sostén de la dictadura franquista a cambio de la complicidad de ésta para una profunda penetración económica y militar del imperialismo norteamericano en España.

El Comité Central del PCE y el Secretariado del PSUC condenaron en una declaración conjunta de octubre de 1953 este pacto de misión nacional y denunciaron los peligros que encerraba para nuestro país.

Frente a las falaces declaraciones franquistas, que [245] prometían con el pacto militar una benéfica «lluvia de dólares» sobre España, el PCE y el PSUC afirmaban que ese pacto sólo beneficiaría a los multimillonarios yanquis, a Franco y a los grandes oligarcas españoles, y que para el país no reportaría más que el aumento de la carestía, el descenso del valor adquisitivo de la peseta, el crecimiento de la inflación y los impuestos con todas sus consecuencias. El gobierno franquista entregaba a una potencia extranjera las llaves de las finanzas españolas con la llamada «cuenta de contrapartida».

Y con ser esto grave, no era lo peor. El pacto estipulaba el emplazamiento de bases de guerra aeronavales y la instalación de bases atómicas de Estados Unidos en el suelo español. En lo sucesivo, España podía verse arrastrada, de la noche a la mañana, a una guerra completamente ajena a sus intereses nacionales. España perdía por completo el control sobre su propia seguridad y hasta el derecho de decidir en cuestiones de vida o muerte para ella, como las de la paz o la guerra.

Ante estas gravísimas conculcaciones de la soberanía nacional el PCE y el PSUC llamaban al pueblo a la protesta y a la vigilancia, y frente a los planes agresivos de Franco y sus valedores levantaban la bandera del patriotismo y del internacionalismo, declarando firme y públicamente:

«El pueblo español no empuñará las armas contra la Unión Soviética ni contra ningún país pacifico».

La firma del pacto puso de relieve el error de la política de los dirigentes del Partido Socialista, de la CNT, de los partidos republicanos y nacionalistas, que durante muchos años habían sembrado falsas ilusiones acerca de la disposición de los gobernantes de los EE. UU. a ayudar a nuestro país a liberarse de la dictadura franquista. La realidad vino a dar la razón a los comunistas, a sus constantes denuncias sobre los verdaderos propósitos antidemocráticos, imperialistas, de los gobernantes norteamericanos en lo que concernía a España.

Después de la firma del pacto, algunos dirigentes socialistas, anarquistas y republicanos, lejos de revisar sus erróneos conceptos, se entregaron a un pesimismo desmoralizador. Este fenómeno adquirió singular relieve en el movimiento [246] anarquista. Mientras trabajadores anarquistas se orientaban hacia el comunismo, algunos de sus dirigentes se abismaban en la más completa degeneración ideológica.

Los Leval y los García Pradas, los Abad de Santillán y los Barco, llegaron a afirmar que, en las circunstancias mundiales contemporáneas, la emancipación de la clase obrera era imposible. Según ellos, la posesión de la bomba atómica confería a los capitalistas tal superioridad que no quedaba los trabajadores otro camino que resignarse mansamente a ser explotados por la burguesía. Y afirmaban esto cuando la bomba atómica no era ya monopolio de los capitalistas, ni este arma ni ninguna otra eran capaces de contener la crisis del capitalismo, el desplome del sistema colonial del imperialismo, los avances de la Unión Soviética y del campo socialista, la elevación de la conciencia de la clase obrera de los países capitalistas. Estos «teóricos» anarquistas no veían otra salida para el pueblo español que mendigar por las cancillerías imperialistas una ayuda, que nunca llegaría, para conseguir la liberación de España.

Con tales argumentos, fiel trasunto de las teorías fatalistas de algunos sociólogos del imperialismo, esos líderes pasaban de hecho de la «prédica de la revolución social y del comunismo libertario» al «campo de la contrarrevolución» coincidiendo de lleno con el reformismo de los líderes socialistas de derecha, que tanto habían criticado en otras épocas.

Combatiendo en el dominio ideológico estas «teorías» de la impotencia y la derrota, el Partido se esforzaba en ayudar a los trabajadores anarquistas a encontrar el verdadero camino revolucionario. A esta tarea estuvieron consagrados diversos artículos sobre el anarquismo, escritos por la camarada Dolores Ibárruri, en los primeros meses de 1953.

Después de la conclusión del pacto, el franquismo confiaba que con la ayuda de los EE. UU. podría contener la protesta popular y neutralizar a las fuerzas políticas que las grandes acciones de la primavera de 1951 habían puesto en movimiento.

Pero se equivocó; la lucha de clases adquirió mayor intensidad. Un número creciente de trabajadores se incorporaba a la acción reivindicativa, protestaba contra los abusos [247] y arbitrariedades de las empresas, exigía aumento de salarios. En toda España surgían conflictos laborales.

Apenas transcurridos dos meses desde la firma del pacto militar con los EE. UU., tres mil obreros de la «Euzkalduna» de Bilbao se declararon en huelga reivindicando un salario que les permitiese vivir sin realizar jornadas agotadoras. La huelga duró nueve días. Con los obreros de la «Euzkalduna» se solidarizaron total o parcialmente los de las factorías más importantes de Vizcaya. La población laboriosa de Bilbao expresó de las más diversas formas su simpatía a los huelguistas. El movimiento de solidaridad se extendió también a Tolosa, Azpeitia, Azcoitia y otras ciudades de Guipúzcoa.

La huelga de la «Euzkalduna» fue una gran lección de unidad y de solidaridad, pero su importancia no se limitó a esto. Ante el peligro de que la ola huelguística se extendiera, el Gobierno franquista revisó las reglamentaciones de trabajo, a lo que se había venido resistiendo de una manera sistemática, y otorgó un aumento de salarios del 10 al 15 por 100 en diversas industrias. Con ello se abrió una brecha en el bloqueo de los salarios.

Estimulados por la lucha de la clase obrera, sobre todo después de las acciones de 1951, los intelectuales y la juventud universitaria irrumpían también en la escena política, expresando de una manera más o menos explícita sus deseos de conquistar la libertad, de salvaguardar la independencia nacional y de mejorar sus condiciones de vida y de trabajo.

Entre los intelectuales españoles se había operado una profunda diferenciación: una minoría reducida de intelectuales reaccionarios y sin prestigio seguía defendiendo al régimen; el resto adoptaba diferentes posiciones políticas, que iban desde el liberalismo y el monarquismo hasta el reformismo socialdemócrata y el comunismo.

La penetración del marxismo en sectores de la nueva generación intelectual, crecida bajo el franquismo, era un hecho nuevo y de gran importancia en la vida política española.

En el campo de la poesía, de la prosa, del cine, de las artes plásticas, abundaban los intelectuales que hacían en sus obras valientes críticas del régimen, combatían la penetración del imperialismo norteamericano, ensalzaban la paz, [248] la libertad y el progreso. Los intelectuales avanzados y la juventud universitaria, que habían hecho acto de presencia en los momentos cruciales de la historia de España comenzaban a participar también ahora en la acción contra el régimen franquista. El Partido prestó a estas fuerzas la mayor atención.

En abril de 1954, el Comité Central del PCE publicó un «Mensaje a los intelectuales patriotas», en el que les alentaba a la lucha contra la dictadura y les invitaba al estudio del marxismo-leninismo.

Historia del Partido Comunista de España, París 1960, páginas 244-248.