Filosofía en español 
Filosofía en español

XXIII Congreso Internacional de AmericanistasCosta Rica 1958


 
Víctor Brenes

La crítica filosófica en Mario Sancho (1889-1948)
Mario Sancho Jiménez, adalid de los eternos valores de la cultura humanista

Algunos datos biográficos:

Mario Sancho Jiménez nació en Cartago, Costa Rica, el 13 de junio de 1889, en el seno de una culta y distinguida familia. Ya desde sus primeros años su clara y abierta inteligencia encuentra en su hogar un ambiente propicio en el cual comenzar a cultivarse: la biblioteca de su padre y el culto al arte encarnado en el amor que por la buena música nutrían sus progenitores, son los dos primeros medios que, con otros que más adelante le proporcionaría el estudio, habrían de desarrollar su preclaro talento. Bachiller del benemérito Colegio de San Luis Gonzaga, se matricula, aunque contra las inclinaciones a que lo llevaban sus aficiones literarias, en la Escuela de Derecho, obteniendo la pasantía en 1911. Viaja luego por Francia, Bélgica, Suiza e Italia, regresando dos años más tarde. Tras corta permanencia, marcha a las vecinas naciones de El Salvador, Honduras y Nicaragua, desde donde ataca al Gobierno de los Tinoco, volviendo de nuevo a su Patria, a raíz de la caída de éste. El Presidente Alfredo González Flores le nombra Cónsul en Boston, donde hace amistad con Jorge Manach, gracias al cual tiene la oportunidad de conocer a la culta señorita María Larramendi, con quien contrae matrimonio en 1924. En Harvard es recomendado como Profesor de italiano en el Simons College de Boston, pasando luego a la Braun University de Providence. Nombrado Cónsul en México por el Presidente Cleto González Víquez en 1930, regresa dos años más tarde nuevamente a Costa Rica, estableciéndose en Cartago y dictando clases de Historia y Literatura Castellana en el [28] mismo Colegio que lo conociera de alumno. En 1941 la Universidad de Washburn de Toleka en Kansas solicita un Profesor de Costa Rica y es Mario Sancho quien va a representar dignamente a su patria durante un período fecundo en obras del espíritu. Miembro de la Academia Española de la Lengua, renuncia en 1938 a un honor tan merecido por razones políticas. Mientras tanto, ya cansado y no poco desilusionado por las vicisitudes de una vida tan laboriosa, así como por las agitaciones en que más de una vez pretendieron arrastrarlo las pasiones políticas y los resquemores personales de quienes no supieron comprenderlo, piensa retirarse a la tranquilidad de una villa campestre, en la cual dedicarse, lejos de este mundanal ruido, a sus estudios y lecturas, siendo sorprendido por la muerte en el año 1948.

Principales obras:

Además de numerosos artículos publicados, sobre todo, en la prensa nacional y en el “Repertorio Americano”:

Distribución de artículos, ensayos y otros escritos contenidos en las obras anteriormente citadas, según materias:

Filosóficos:

Históricos:

Económico-Sociales:

Políticos:

Literarios:

Crónicas:

Personalidad intelectual: rasgos generales

De Joubert –dice Mario Sancho– «que sus admiradores se han preguntado a menudo cómo un hombre dotado de tan bellas cualidades no dejó una obra más grande y mejor coordinada...» {(1) «Un moralista francés del tiempo de la Revolución Francesa», VL, 49}. Idéntica interrogación surge en el ánimo del lector de este último y que no puede menos que plantearse al establecer una relación comparativa entre las singulares dotes de talento y dedicación al estudio que ya desde muy temprana edad siempre le acompañaron y su producción intelectual, más bien escasa y reducida. Admiración que crece tanto más cuanto que de éste en forma alguna creemos que se pueda afirmar lo que él mismo dice de Joubert para explicar «su avaricia en escritos y abundancia en palabras» a saber que no «tenía un propósito definido en la vida, que no se sentía turbado por una urgente necesidad», por cuanto «si hubiera tenido que dar un mensaje al mundo, lo habría dado de todas maneras a despecho de sus achaques, como lo han dado otros antes y después de él» {(2) Ib., 52}. Mensaje que dar al mundo sí que lo tenía, según veremos más adelante, y en la medida en que las vicisitudes de su azarosa vida se lo permitieron, lo dio, puesto que de él no pensamos que se pudiera predicar lo que de Joubert afirma nuestro autor citando a Sainte-Beuve: «Il avait toute la délicatesse qu'on peut désirer d'un esprit, mais il n'eut pas toute la puissance» {(3) Ib., 58}. [31]

Si nos es lícito pretender resumir en un breve juicio nuestra opinión sobre Mario Sancho, con la libertad de expresión que debe acompañar siempre a todo obrero de la pluma, diríamos que es una erudita y vigorosa personalidad intelectual, sobre todo, artística y literaria, pero aislada y asistemática, la cual, a juzgar por la forma en que brilló en todos sus escritos en virtud de su singular talento y erudición, hubiera sido, sin lugar a dudas, simplemente eminente en cualquier disciplina intelectual de haberse consagrado a ella con la dedicación y continuidad que exigen éstas de sus cultores, y que no pueden ser suplidas ni mucho menos superadas por los ingenios más admirables. Mario Sancho llevó a todos los ramos de las letras la brillantez de una inteligencia privilegiada, singularmente cultivada por una lectura continua y asidua. Cuando se leen sus obras, ya sean simples artículos o bien ensayos y temas desarrollados en conferencias, al mismo tiempo que admiramos la elevación y profundidad de sus pensamientos así como la fina agudeza de sus observaciones, expuestas en un estilo castizo vigoroso y pujante, no podemos menos que lamentar que un representante patrio de tanta valía intelectual no hubiera logrado encontrar el clima propicio, tanto personal subjetivo como social y externo a que lo hacían acreedor sus relevantes prendas intelectuales, y que requería para la realización y coronación de una labor digna de su talento.

A pesar de lo cual, no por ello dejará de ocupar Mario Sancho un lugar de honor en nuestras letras nacionales, sin que vacilemos en hacer nuestro el autorizado juicio de Abelardo Bonilla y que dice: «Mario Sancho es, en este campo del ensayo, nuestro más auténtico valor, por su aguda y clara inteligencia, por su cultura excepcional de humanista y, ante todo, por su estilo, sin duda alguna el mejor de la prosa costarricense» {(4) A. Bonilla: Historia y Antología de la Literatura Costarricense, v. I, p. 415. San José 1957}. [32]

El cultor de las letras y artes, y defensor de los superiores valores de la cultura humanística y de la valía intelectual

Entre las variadas y muy complejas facetas que representa la personalidad intelectual de nuestro autor, sumamente complicada por su asistematicidad y falta de unidad ideológica clara y definida, creemos poder indicar, como característica fundamental de la misma, el profundo y vivo convencimiento del primado de los superiores valores de la cultura humanística y, por ende, de la valía intelectual. Tal opinamos ser el elemento y factor que mejor pueda definirlo, y que más claramente unifique la dispersión ideológica a que hemos hecho mención más arriba. Mario Sancho fue, ante todo y sobre todo, esto: un apasionado cultor de las letras y de las artes y un ardiente defensor, en franca oposición con «los criterios egoístas que han dado en llamar positivistas» {(5) Palabras de ayer y consideraciones actuales, 9}, de los valores de la cultura humanista. Esta preocupación fundamental, fruto de su profundo e íntimo convencimiento de la primacía de los superiores valores del espíritu, se manifiesta claramente en todos sus escritos, ya sean literarios, «filosóficos», históricos y, sobre todo, políticos y sociales. No sin razón hizo de Renán su autor favorito, ni tampoco creemos fuera otro el móvil principal de su interés por la educación y enseñanza, a la cual consagrara, con verdadera vocación, lo mejor de su existencia.

«¿Quién de nosotros –dice– no ha visto sonreír despectiva y altaneramente a cierta clase de individuos por cuyos nervios no discurren otras sensaciones que las del frío y del calor de la estación, en presencia de quienes dedican su tiempo y energías a algo más desinteresado y transcendente que amontonar monedas? ¿Quién de nosotros no las ha oído expresar su desprecio por las sugestiones de la Belleza y las empresas del Idealismo, cosas en su concepto inútiles, si no perjudiciales? Por todas partes se hacen llamar personas prácticas y positivas, cuando su verdadera condición es la más negativa de todas. Con una gravedad que deja atrás la del sacerdote egipcio, manifiestan llenos de suficiencia desdeñosa, la inutilidad del ministerio de las letras, recomendando en consecuencia, a quienes tienen el triste privilegio de escucharlos, que se debe desechar lo [33] que no tiene un interés práctico y tangible. Para estos señores, el arte es un entretenimiento de niños, la ciencia que no tiene aplicaciones inmediatas a sus industrias y comercios, disputa ociosa de viejos chochos... El interés de los países, proclaman, no está en los cuidados de la cultura nacional, sino, única y exclusivamente, en el... de los negocios agrícolas y comerciales» {(6) Palabras de ayer y consideraciones actuales}. Y más adelante continúa diciendo: «Una nación sólo vive porque piensa –escribe un escritor contemporáneo–. La fuerza y la riqueza no bastan para probar que una nación viva la vida que merezca ser glorificada en la historia, así como los recios músculos del cuerpo y el oro que llena una bolsa no bastarán nunca para que un hombre honre a la humanidad. Sólo el pensamiento y sus frutos supremos: la ciencia, la literatura y las artes, dan grandeza a los pueblos, atrayendo hacia ellos la reverencia y cariños universales; y formando el tesoro de verdades y de bellezas que el mundo necesita, los hace sacrosantos ante el mundo» {(7) Ib., 17 ss.}. Y concluye diciendo: «Por lo tanto, si una nación sólo tiene superioridad porque tiene pensamiento, todo aquel que venga a revelar en nuestra patria un hombre de pensamiento original, concurre a aumentar la única grandeza que la hará respetable» {(8) Ib., 20}.

En este plano ideológico, no disimula nuestro autor su franco entusiasmo por la repulsión que merecen a Renán la burguesía y todo cuanto ésta implica. «Y para decir –afirma Mario Sancho– lo que el mundo entero sabe, pero que precisa en ocasiones proclamar con valor: que en el edificio de la civilización, el burgués no ha aportado una sola piedra. Ella es obra de los cultivadores de quimeras, quienes han sacrificado la existencia, en oblación gloriosa, a las idealidades por aquéllos despreciadas. En una palabra, que el burgués no es el constructor de la civilización sino simplemente su inquilino» {(9) Ib., 21}. En presencia de la invasión del pragmatismo en la educación, Mario Sancho no vacila en proclamar, con acentos llenos de profunda belleza y ardiente pasión por las Artes, un movimiento que asume las características de verdadera cruzada cultural: «Ante la corriente que viene amenazando el arca santa de nuestras devociones supremas –dice– urge enfrentar resueltamente nuestros [34] lábaros de batalla, y confirmarse en la seguridad de que un verso hermoso ha hecho más por todos los hombres que las inquietudes todas del trapecita, ninguna de cuyas palabras lograrán vida eterna ni audiencia en lo venidero» {(10) Ib., 21 s.}. ¡Admirable confesión de fe en los eternos valores del espíritu humano y en su indiscutible primado sobre lo temporal y perecedero!

«¿Qué guía podríais prestar a los pueblos –afirma más adelante– si despreciáis el ideal, del que os reís, considerándolo la bagatela con que entretienen algunos su ocio, cuando de verdad constituye la columna de fuego o el dedo de luz que indica el camino a la familia humana en marcha, cuando el Ideal, según asegura Amiel, es el momento eterno de las cosas perecederas, su tipo, su cifra, su razón de ser, su fórmula en el libro del Creador y por consecuencia su expresión más justa y al mismo tiempo más sumaria? {(11) Ib., 23 s.}. Las consecuencias de este estado de ánimo o, mejor dicho, actitud negativa o, peor aun, indiferente, en presencia de los valores que constituyen este acervo y patrimonio sagrado de la humanidad, las indica claramente: «Si no entendéis los sublimes arrebatos del poeta ni respetáis los éxtasis serenos del sabio, ni quemáis vuestro corazón como un grano de mirra en el incensario de plata del Ideal, sois inferiores a los vegetales y algo peor que las bestias» {(12) Ib., 24}. Y concluye diciendo: «No tenéis más remedio que acercaros a los jardines del ensueño. En la vida, igual que en la fábula de Apuleyo, los asnos se convierten en hombres cuando comen rosas» {(13) Ib., 24}.

En esta radical actitud no se limita nuestro autor al plano literario. También en el campo político se manifiesta en términos semejantes, fuertemente influenciado, sin lugar a dudas, por el aristocratismo de Renán. Es interesante y revelador, a este respecto, establecer una relación comparativa entre su ensayo El aristocratismo de Renán y los conceptos expresados en Vicisitudes de la democracia en América y Costa Rica, Suiza centroamericana. «A la élite –dice Renán, citado por Mario Sancho– toca únicamente el gobierno de la sociedad; la estupidez no tiene derecho a gobernarla y la idea de la igualdad, lo mismo que el sufragio universal son quimeras [35] absurdas. Mientras los hombres no alcancen un grado avanzado de desarrollo intelectual, predicar libertad equivale a predicar destrucción» {(14) El aristocratismo de Renán (VL, 16 s.)}. Sería inverosímil suponer que nuestro autor, aunque no se preocupa por disimular el entusiasmo que suscita en él más de una acertada idea de su autor favorito, las suscriba en forma unánime, sobre todo cuando se trata de una como la anteriormente citada. Pero es innegable el paralelismo de ideas entre las suyas y las de aquél, en más de un punto de vista. «Cuando se piensa –escribe Mario Sancho– que la democracia es un régimen de opinión pública que pide pueblos preparados en las delicadas funciones del gobierno propio, es fácil explicarse la vida azarosa que ha llevado la democracia en nuestro continente...» {(15) Vicisitudes.., 9}. Palabras estas en las cuales puede percibirse perfectamente un claro eco de las anteriormente citadas de Renán. En su ensayo sobre Joubert cita sus siguientes palabras: «Il faut que les hommes soient les esclaves du devoir ou les esclaves de la force», añadiendo a continuación: «¡Magnífica sentencia llena de significado y todavía perfectamente aplicable a nuestros tiempos! Ella condensa en dieciséis palabras uno de los más vitales problemas de la sociedad: la necesidad de que los hombres sepan conducirse si quieren disfrutar los beneficios de la libertad» {(16) Un moralista de los tiempos de la Revolución Francesa (VL, 46 s)}. Al igual de Renán a quien «nada repugnaba más a su temperamento que el espectáculo de una burguesía adinerada» {(17) El aristocratismo de Renán (VL, 25)}, tiene Mario Sancho para ésta juicios tan duros y violentos que en mucho superan a los de aquél: «el burgués –afirma– se ha hecho dueño absoluto del campo. El diserta en las cátedras, ocupa las curules del Congreso, aborda las más altas magistraturas e inunda el estadio de la prensa, llevando a todas partes, a modo de estandarte, un trapo tejido con retazos de su barbarie...» {(18) Palabras de ayer (La verdad desnuda), 44}. «Cuando no podáis conversar con Lamartine o Berthelot –continúa diciendo, citando a Renán– id a hablar con un obrero o con un campesino. No converséis nunca con un burgués. Este no podrá entenderos jamás» {(19) Ib., 43}.

Amor ardiente y apasionado por las letras y las bellas artes, profundo e íntimo convencimiento del primado absoluto de los valores [36] del espíritu por encima de los de «un practicismo grosero y de la peor especie (que) nos corroe» {(20) Palabras de ayer..., 39}, tales creemos ser, como afirmamos al inicio, al menos, en el plano de sus elementos positivos, las características que mejor definan la personalidad intelectual de nuestro autor, caballero andante por los campos de la literatura y de la poesía que, como él mismo afirmara, imitando a don Quijote, vendiera un día su hacienda para comprar libros e irse de aventura por el mundo {(21) Viajes y lecturas, 142}.

Séanos lícito terminar estas breves reflexiones con las siguientes palabras de Antonio Zambrana, citadas por nuestro autor, del cual fuera brillante alumno y sincero admirador: «No querráis... ser de los que piensan que sólo la vida material importa. Abrigad la convicción de que si vegetamos como plantas que chupan el jugo de la tierra y sobre ella pacemos, podemos aspirar, al menos, a no ser inferiores a las plantas que con sus colores la visten y la perfuman con sus hálitos y a las aves cantoras que con sus trinos la pueblan de armonías. Abandonad por unas horas, de tiempo en tiempo, los afanes y los contentos de la vida vulgar, la prosa del viaje entre el apetito. y el tedio; alzad la vista a los altares en que se levantan puras, nobles, melodiosas ideas, objetos de casto amor y de sublimes ansias; lo bello llena de soles el pensamiento, esparce en él la fragancia de invisibles pebeteras, le hace crecer las alas, le abre nuevos horizontes; lo bello es el reflejo del cielo azul de nuestros ideales sobre la negra realidad de nuestras angustias».

XXIII Congreso Internacional de Americanistas, San José 1959, páginas 27-36.