Filosofía en español 
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Viajeros hispanoamericanos

El doctor León Suárez habla de la Argentina y de España

Después de intervenir brillantemente en las deliberaciones de la Sociedad de Naciones, como representante de la República Argentina, el doctor D. José León Suárez ha venido a España, deseoso de conocer de cerca nuestro país. Tiene para él esta tierra ibérica, entre otras sugestiones, la de haber sido cuna de sus antepasados, y constituye, por lo tanto, el objeto de su más fervorosa devoción. Aunque no es preciso exhumar hechos que lo acrediten de hispanista docto y consecuente, siempre es grato recordar que el ex-decano de la Facultad de Ciencias políticas de la Universidad bonaerense fue quien inició aquella rectificación histórica tan saludable para el buen nombre de nuestra patria. Reconozcamos que buena parte de esta floración de afectos que hoy une a España con las jóvenes Repúblicas es obra del doctor Suárez, y que en su doctrina de rehabilitación se orientaron muchos de los cerebros que hoy, en plena sazón, constituyen el nervio de la cultura argentina.

Con una exaltación llena de discreto comedimiento, contestó a nuestra primera pregunta:

—Creo que el Sr. Lugones padecía un error de tal naturaleza cuando escribió la carta famosa, que cualquier argentino que la conozca ha de pensar si se habría propuesto el autor exponer todo lo contrario de lo que en realidad sucede. Me parece, sin embargo, muy respetable su criterio. No hay que olvidar que es el Sr. Lugones uno de los primeros pensadores de nuestra patria; pero reconozco que no hay en la Argentina quien comparta su opinión.

Sus palabras han ido a posar en lo más hondo de nuestras convicciones. Don Luis Olariaga, que asiste a la entrevista, afirma en silencio. Una gentil damita, hija del doctor Suárez, se impacienta buscando en una guía de ferrocarriles cualquier itinerario. Después de una pausa, el profesor recuerda que hace dos años fue a Norteamérica el doctor Estanislao S. Zeballos, invitado por un Centro cultural, y no vaciló en afirmar ante un público que esperaba quizá frases más halagadoras, todo lo contrario de lo que el Sr. Lugones expone en su carta.

Haciendo punto de referencia en un reciente artículo del Sr. Fabra Ribas, le preguntamos por su labor en la Sociedad de Naciones.

—Tengo motivos para suponer que ha sido bien acogida mi moción sobre el reconocimiento de la nacionalidad, teniendo en cuenta, además del “jus solis” y el de sangre, el derecho de residencia, que, a mi juicio, no es menos estimable en esta clase de apreciaciones.

—¿Piensa usted asistir a las sesiones de fin de año?

Duda un momento y luego aplaza la respuesta concreta:

—En noviembre hablaremos. Yo bien quisiera; pero ¡estamos tan lejos de Europa!

—¿No sería más oportuno –insinuamos– decir en el caso de ustedes lo contrario? ¡Está Europa tan lejos de América!

—Según –sonríe–. De todos modos, para los efectos del viaje, la distancia es la misma.

A nuestros requerimientos habla de otras gestiones hechas en la Sociedad de Naciones, de su informe sobre la “posibilidad de reglamentar la explotación de la riqueza marina en los mares libres”, que originó animados debates y que será resuelta en las Conferencias de diciembre y enero. Cree firmemente el Sr. Suárez en la eficacia protectora de la Sociedad de Naciones. “Especialmente los países hispanoamericanos han de hallar en ella grandes facilidades de desenvolvimiento.”

—A mi regreso a América –dice– he de poner todo cuanto esté de mi parte para que aquellas Repúblicas que se han separado de la Sociedad, o no han ingresado aún, se inscriban definitivamente. Espero lograrlo, especialmente del Perú y Bolivia, países que me honraron encomendándome el estudio de su problema internacional.

—¿Va a permanecer mucho tiempo en España?

—Por esta vez, no. Debo embarcar inmediatamente en Barcelona para asistir al centenario de la Universidad de Pavía.

Al conjuro del nombre de la vieja ciudad desfila por las imaginaciones toda la leyenda española de la Edad Media.

—¿Lleva allí alguna misión cultural? –preguntamos.

—En octubre del año pasado, antes de hacer entrega del decanato de Ciencias Políticas al doctor Mario Sáenz, invité al profesor de Finanzas de Pavía, D. Benvenuto Griziotti, a que visitara nuestra Universidad y diera unas conferencias.

—Y ahora devuelven ustedes la visita... –interrumpimos.

—Justo. Pero con una halagadora y honrosísima distinción. Somos los primeros profesores extranjeros que pisan aquel centro en calidad de conferenciantes. Yo pensé que este viaje correría a cargo del doctor Sáenz, y en ese caso, aunque se me invitó particularmente, me hubiera excusado; pero un deber tan grato como el que actualmente le retiene en la cátedra hospitalaria y docta de la Universidad Central, me obliga a ir a mí –con una actitud de sincera modestia añade–; eso perderán los escolares italianos.

—¿Qué conoce de España?

—Poco; pero de estos escasos sitios que he visitado, guardo recuerdos imperecederos. Al hacer escala en Vigo durante la travesía, subieron al vapor Comisiones del Ateneo, centros de estudio, corporaciones municipal y provincial, a saludarme y a ofrecer a mi hija unos ramos de flores. Pocas veces he sentido una emoción igual. Después, en Asturias, pasé unos días inolvidables.

—¿Y ahora? –preguntamos.

—Antes de ir a Barcelona veremos El Escorial y Toledo.

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Un Congreso libre de trabajadores intelectuales · Leopoldo Lugones