Revista Contemporánea
Madrid, 15 de noviembre de 1876
año II, número 21
tomo VI, volumen III, páginas 366-373

Manuel de la Revilla

< Revista crítica >

Bajo brillantes auspicios ha inaugurado el Ateneo sus trabajos. Cátedras numerosas, a cargo de distinguidos profesores; debates que en breve comenzarán sobre puntos tan importantes como el estudio de las instituciones políticas inglesas y el de la poesía lírica contemporánea en España; reformas y embellecimientos en el local, tan notablemente mejorado de algunos años a esta parte, merced al celo de la Junta y a la actividad y buen gusto del secretario Sr. Virgos: he aquí los alicientes que el Ateneo ofrece este año a los que acuden buscar en él el centro verdadero de la vida intelectual de España.

Numerosísima y brillante concurrencia ocupaba la cátedra el día de la inauguración, ansiosa de escuchar el discurso del Sr. Moreno Nieto. Esperaban los más un hermoso trozo de artística y arrebatadora elocuencia; los menos una grave y razonada exposición de doctrinas, y así fue en efecto. Escribiendo, como hablando, es el Sr. Moreno Nieto uno de nuestros grandes artistas de la palabra, si bien al leer sus discursos, no ostentan su voz ni sus maneras el arrebato, el apasionado entusiasmo la gallarda entonación que le distinguen cuando sube a la tribuna. Posee el Sr. Moreno Nieto el arte de exponer las más abstrusas cuestiones de metafísica en poético y encantador estilo, y el de lograr con la magia de su palabra, el simpático timbre de su voz y el desembarazo de su acción, conmover e interesar ya que no persuadir al auditorio. Sabe arrancar espontáneos y sinceros aplausos a sus enemigos, aun cuando peor los trata; consigue hacerse perdonar las faltas más graves en gracia a lo bello de sus discursos, y tiene el privilegio de que en él se consideren como otras tantas seducciones lo que en otro serían insoportables extravíos, parecido en esto a las mujeres hermosas, que en fuerza de serlo, obtienen aplausos y sonrisas, quizá cuando mayores dislates dicen y faltas más imperdonables cometen.

Dadas estas dotes del Sr. Moreno Nieto, no es maravilla que su último [367] discurso obtuviera lisonjero éxito, con ser sencillamente la milésima repetición de las sabidas diatribas que un año y otro lanza contra todas las escuelas filosóficas que se apartan del estrecho y anticuado espiritualismo, de que es ferviente adorador el ilustre presidente del Ateneo. Pocos discursos más endebles habrá pronunciado el Sr. Moreno Nieto; pero como siempre acontece, los méritos del artista oscurecieron las flaquezas del filósofo, y el público, sin parar mientes en lo ligero de las críticas, lo injustificado de los ataques y lo contradictorio de las doctrinas, aplaudió la bella obra de arte que se le ofrecía, dando testimonio una vez más de que para los públicos meridionales lo que importa es el arte y no la ciencia, siendo el gran recurso del orador que quiera dominarlos halagar su fantasía, su corazón y sus oídos, sin cuidarse para nada de su entendimiento; pues para gentes latinas es la tribuna artístico espectáculo más que santuario de lo justo o de lo verdadero, y el orador antes sacerdote de lo bello que ministro de la verdad.

Si así no fuera, ¿cómo habría de explicarse, y menos justificarse, el éxito de trabajos como el del Sr. Moreno Nieto? Aun concedido que la mayoría de su auditorio profesara las doctrinas que el Sr. Moreno Nieto profesa, no era mucho exigir a ese auditorio que no otorgara tan fácil aplauso a críticas tan ligeras y afirmaciones tan temerarias como las del orador. La ciencia va ganando en seriedad de día en día; los límites entre la razón, el sentimiento y la fantasía se van determinando cada vez con mayor cuidado; la crítica aumenta sus exigencias y extiende su esfera de acción; y ya no le es lícito al científico serio confundir ideas, escuelas y doctrinas, apelar al sentimiento allí donde la razón falta y sustituir los argumentos sólidos, las pruebas concluyentes, las demostraciones perentorias, los minuciosos análisis y las maduras críticas con arranques sentimentales, rasgos oratorios y golpes de efecto. Ni es permitido tampoco juzgar a las doctrinas por sus consecuencias, verdaderas o supuestas; sino que el espíritu de los tiempos exige seguir la verdad, lleve adonde lleve, y no estimar como criterio de ella lo que reclaman nuestros sentimientos o nuestros deseos. Si la doctrina es verdadera, importa poco que mate nuestras ilusiones, arruine nuestras esperanzas o destruya nuestros ídolos; no por esto hay que desecharla, sino, antes bien, sacrificarla todo, porque tal es el privilegio de la verdad; fuera de que nada hay más insensato que rebelarse contra la realidad de las cosas porque no conforma con nuestros deseos, como si estos bastaran a mudarla. Presentada una doctrina en el campo de la discusión, lo serio, lo científico es indagar si es verdadera o falsa; si lo primero, procede aceptarla, sean las que fueren sus consecuencias, si lo segundo, procede desecharla, mas no por sus frutos, sino porque carece de verdad. [368]

¿Hace esto el Sr. Moreno Nieto? Nunca. Todos los rayos de su elocuencia le parecen pocos para aniquilar los sistemas que combate, calificándolos de la manera más dura y tratando de mostrar que necesariamente conducen al envilecimiento, la degradación, la desesperación, la inmoralidad y la muerte. En cambio, se cuida muy poco de demostrar con razones valederas que son falsos. Si en vez de hacer una simple revista escribiéramos un verdadero artículo crítico, fácil nos sería mostrar que toda la argumentación del Sr. Moreno Nieto contra el criticismo kantiano se reduce a un círculo vicioso y a una desnuda afirmación dogmática. Decir que lo racional puro o inteligible es real, porque todo lo real es su realización; sostener que eso inteligible es el pensamiento absoluto, aunque no el ser absoluto; probar la realidad del mundo exterior porque ofrece orden y belleza y es un inteligible, y otros razonamientos por el estilo, son cosas que no pueden permitirse después de haber pasado por el mundo el inmortal Kant, como no lo es intentar volver a la vida la famosa prueba físico teológica de la existencia de Dios para, una vez renovada, entonar un himno panteísta, que mal año para Espinosa y Hegel, sin perjuicio de poner luego a los panteístas cual digan dueñas, acusándolos de quietistas y pesimistas, y, por supuesto, de inmorales.

El materialismo y el panteísmo no son mejor tratados por el Sr. Moreno Nieto que el criticismo. Con el primero concluye pronto; con llamar ingeniosos artificios a las teorías genéticas de Laplace y Spencer (poco antes expuestas por el orador en frases elocuentes); con declarar que lo mismo siempre produce lo mismo (con lo cual niega toda evolución, a pesar de haber proclamado cien veces la excelencia del principio evolutivo); con hablar de degradación, envilecimiento y naturalismo grosero, se da por satisfecho y se cree autorizado para disparar sus rayos contra el panteísmo, reuniendo en un solo haz a pensadores tan heterogéneos como Espinosa, Krause, Hegel, Schelling y Schopenhauer, para tener el gusto de declarar que sus doctrinas son el pesimismo, la inmoralidad y otra porción de horrores. Justo es decir, sin embargo, que la crítica del fantástico dios de los panteístas esta muy bien hecha, y que la demostración de que en tales sistemas toda individualidad es inconcebible, nada deja que desear.

Tras tantas ruinas, el Sr. Moreno Nieto levanta su edificio, que es el espiritualismo de Platón y Aristóteles, San Agustín, San Anselmo y Santo Tomás, Fray Luis de León y Fray Luis de Granada, Descartes, Bossuet y Fenelon, Gioberti y Mamiani, Ravaisson, Hermann Fichte, Uvrici, Gratly, Trendelenburg y Ritter. Mucho habría que hablar sobre esta mezcla de nombres, algunos de los cuales, como vulgarmente se dice, braman de verse juntos, [369] y sobre el espiritualismo, un tanto panteísta, y un mucho hegeliano, del señor Moreno Nieto; mucho también sobre la posibilidad de volver a tales caminos después del movimiento de nuestros días, señaladamente después de Kant; pero esta crítica se va prolongando demasiado, y tales cuestiones nos conducirían muy lejos. Lo que importa es consignar que no es el discurso del Sr. Moreno Nieto modelo del tono y manera como deben tratarse las cuestiones científicas; que es hora ya de renunciar a ciertos dogmatismos y a ciertas intemperancias, y de prescindir de ciertas armas y de ciertos recursos; y que las grandes bellezas artísticas del trabajo del Sr. Moreno Nieto no deben ser suficientes para oscurecer sus graves faltas. Cuando los grandes escritores extranjeros nos dan tan repetidos ejemplos de la gravedad, madurez y mesura con que han de tratarse cuestiones tan hondas, no es lícito que nosotros sigamos empeñados en hacerlo todo cuestión de imaginación y de sentimiento, en sustituir la severa disertación del filósofo con el brillante pero vacío aparato del retórico. El Sr. Moreno Nieto tiene demasiada ciencia y demasiado amor a la verdad para que pueda contentarse con emular entre nosotros las deleznables glorias de Víctor Cousin.

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Próximamente en los mismos días que el Ateneo, inauguró sus tareas académicas la Institución libre de enseñanza. Fundada por la iniciativa individual, protegida por personas de todas las clases sociales y de todos los partidos políticos, ajena a todo interés de bandería y a todo espíritu de secta, la Institución libre de enseñanza ha de prestar un gran servicio a la cultura patria, mientras no se aparte del programa trazado en el discreto y elocuente discurso pronunciado en el acto de su apertura por su presidente, D. Laureano Figuerola. De que esta Institución será un gran elemento de progreso y una representación acabada de la ciencia libre son firme garantía, por otra parte, los nombres de los ilustrados pensadores que constituyen su profesorado.

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Dos nuevas obras del Sr. Castelar acaba de dar a la estampa la empresa de la Ilustración española y americana. Una de ellas es la segunda parte de los Recuerdos de Italia; otra, una colección de artículos históricos y políticos acerca de la Cuestión de Oriente.

La segunda parte de los Recuerdos de Italia en nada cede a la primera, [370] pero se diferencia de esta por preponderar en ella los estudios políticos sobre los meramente descriptivos. En la primera parte, el artista, el poeta, oscurecían al político; en la segunda el político domina al poeta. De aquí menos dulzuras y encantos en la nueva obra, pero en cambio, mayor profundidad y trascendencia.

No quiere decir esto que el género que dominaba en la parte primera haya desaparecido de la segunda, no: La bella Florencia, Matua y Virgilio, Sorrento y el Tasso, La isla de Capri, San Marcos de Venecia, pertenecen al mismo orden de estudios que los incomparables trabajos titulados: El cementerio de Pisa y La capilla Sixtina. Unos y otros son acabados modelos de esa original especie de descripciones en que tanto se complace el Sr. Castelar; en las que se mezclan en delicioso conjunto la inspiración del poeta, el delicado gusto del artista y la ciencia del historiador erudito, y en que campean por igual el idealismo espiritualista y el poético naturalismo que dan carácter tan singular a los escritos de nuestro gran tribuno. Pero al lado de estos estudios puramente descriptivos, hállanse bocetos histórico-políticos tan curiosos y bien pensados como Los grisones, Monte-Carlo y Los güelfos y gibelinos de Roma, y estudios de tanta importancia como San Francisco y su convento de Asís, amén de un discurso pronunciado por el Sr. Castelar en el Círculo progresista de Roma.

Reúne este libro, por tanto, cuantos atractivos puede apetecer el espíritu más exigente: profundos estudios filosóficos, históricos y artísticos a la vez, como San Francisco; deliciosas páginas llenas de poesía, como La isla de Capri y Mantua y Virgilio; trabajos políticos inspirados en el amor a la libertad y juntamente en los más sanos principios conservadores, como el discurso mencionado; y es que el Sr. Castelar lo es todo: filósofo, historiador, poeta, orador y hombre de Estado; pero es primeramente artista, y por eso en todas sus obras, aun los más científicas, resplandece siempre el sello de la belleza, de la cual es adorador ferviente e inspirado sacerdote.

La cuestión de Oriente es una colección de artículos en que se exponen y discuten las diversas fases de ese gravísimo problema, verdadero nudo gordiano de la diplomacia europea. No hay que decir que, con ser tan árida la cuestión que en el libro se ventila, sus páginas son por todo extremo amenas, que es privilegio del Sr. Castelar embellecer todo cuanto toca; ni que el gran orador demuestra cumplidamente que la diplomacia no tiene secretos para su genio. Una preocupación constante domina al Sr. Castelar, en esta obra: el temor al paneslavismo. El imperio moscovita es el terrible fantasma con que sueña el Sr. Castelar, a tal punto que su interés por las poblaciones cristianas del Oriente y su aversión al despotismo turco, parecen amortiguados en [371] ocasiones por el temor a la dominación rusa. Contra esta, intenta levantar el Sr. Castelar una fuerte barrera, proponiendo para resolver la cuestión de Oriente que sobre las ruinas del imperio turco se constituyan tres grandes nacionalidades: una eslava, (servios, montenegrinos, bosniacos, búlgaros, herzegovinos); otra helénica y otra rumana, reunidas en una fuerte confederación, en la cual quedará Constantinopla como ciudad libre y anseática. El plan es seductor; ¿pero será realizable?

He aquí lo que nos permitimos poner en duda. Si la raza germánica ha constituido su unidad, justo y natural es que también la constituya la eslava, y en tal caso, a Rusia corresponde el mismo papel que Prusia ha desempeñado. Contra la ambición rusa hay todavía barreras suficientes en la gran raza germánica, hoy constituida en unidad poderosa, y en la misma raza latina, que está llamada (si no ha perdido el instinto de la conservación) a formar una confederación, ya que no le sea fácil constituir una unidad. Que los helenos y los rumanos se constituyan a su vez, es justo y necesario; pero, ¿qué razón hay para formar dos naciones eslavas, en vez de dejar a Rusia que lleve a cabo la unidad de su raza? ¿Quién sabe el alto destino que habrá de cumplir todavía en Europa esa raza eslava, que acaso sea la síntesis que resuelva la oposición entre germanos y latinos? Ni, ¿cómo cabe preferir la dominación en Oriente de un pueblo culto y cristiano, la de una raza de bárbaros mahometanos, envilecidos y degradados como los turcos? La sangre vertida en Servia y Bulgaria clama venganza, y las simpatías de los amantes del progreso no pueden estar del lado de Turquía. Gladstone ha indicado la línea de conducta que en esta cuestión debe seguir el liberalismo europeo, que está obligado a no renegar de la gran idea de las nacionalidades y a no sacrificar las exigencias de la justicia a temores infundados de invasiones imposibles a rancias doctrinas acerca del equilibrio europeo. Entre Rusia, que, a pesar de su despotismo, es la civilización, y Turquía, que es la barbarie; entre un pueblo joven y lleno de porvenir y un pueblo caduco y degradado; entre la cruz y la media luna, la elección no puede ser dudosa. La eterna contienda entre el Oriente y el Occidente, iniciada ante los muros de Troya, ha de resolverse al pié de las murallas de Constantinopla. El resultado de la lucha no es dudoso; la sentencia lanzada contra todo pueblo por cuyas venas no corra la noble sangre aria, contra toda civilización que no arranque del Evangelio, tiene que cumplirse, y en tanto que llega el día en que desaparezca de la haz de la tierra todo lo que a la corriente aria no pertenezca, bien es que deje de manchar el mapa de Europa ese borrón que se llama imperio turco. [372]

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El distinguido escritor D. Luis Vidart acaba de publicar un drama en tres actos y en prosa, titulado Cuestión de amores. El Sr. Vidart se ha propuesto aclimatar entre nosotros el género realista; y a decir verdad, dudamos que lo consiga mientras no abandone el camino que ha emprendido. Más apto para concebir un pensamiento dramático que para realizarlo, el Sr. Vidart no acierta a dar a sus obras el calor, la vida, el movimiento y el interés que el drama requiere, sobre todo en países como el nuestro. No basta concebir un buen pensamiento, ni siquiera unos caracteres bien trazados, para ser dramático; es necesario, además, conmover al público con la pintura de los afectos, interesarlo con el movimiento de la acción y deleitarlo con las bellezas del diálogo, y esto es precisamente lo que no hace el Sr. Vidart. Con ser poco o nada nuevo el asunto de su última producción, pudiera ser base de un buen drama; pero la frialdad que en toda ella se advierte, tanto en el fondo como en la forma, le priva de todo interés. Ninguno de aquellos personajes sabe sentir; ninguno logra tampoco conmover a los espectadores. Los virtuosos son tan fríos que no interesan; los malvados, tan faltos de pasión que no repugnan. Las situaciones de mayor efecto lo pierden por la impasibilidad de aquellos personajes, realzada por un diálogo correcto, y en ocasiones elegante, pero en el cual no hay jamás una sola frase que revele pasión ni que haga experimentar al espectador la emoción más leve, ¿Consistirá esto en el empeño del Sr. Vidart de tomar por modelo a los realistas franceses, o en que, falto de sentimiento dramático y preocupado por la idea de exponer una tesis y resolver un problema en sus obras, piensa sus dramas, pero no los siente, y no consigue nunca que el poeta sustituya al filósofo? Lo ignoramos; pero sí podemos asegurar que el Sr. Vidart conseguirá difícilmente aclimatar entre nosotros su género favorito, si ha de corresponder a las muestras que de él nos ha dado.

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Inauguró sus tareas el teatro Español con La devoción de la cruz, refundida por el Sr. Zapata. Esta sombría concepción fue recibida con respetuosa frialdad por el público, a cuyos gustos no cuadra el fanatismo supersticioso de los pasados siglos, siquiera aparezca revestido de las grandiosas formas de la inspiración calderoniana. Al escaso éxito del drama contribuyó la ejecución, que fue muy floja por parte de la Srta. Boldun y del Sr. Vico, y deplorable por la de los actores restantes.

Una serie de merecidos fracasos o semifracasos, interrumpidos solamente [373] por el regular éxito de una comedia del Sr. Gaspar, titulada La nodriza, algo escabrosa, pero escrita con donaire, constituyen la triste historia del teatro de la Comedia, que merecía mejor suerte, en gracia siquiera al talento y buen deseo de los artistas que en él actúan.

Cerramos esta revista cuando se acaba de estrenar con gran éxito el drama del Sr. Echegaray Cómo empieza y cómo acaba. Nos falta, por consiguiente, el tiempo necesario para juzgar con el debido detenimiento una obra que ofrece al crítico los más graves e intrincados problemas; y como no es posible: que sin maduro examen nos ocupemos de ella, remitimos este trabajo al número próximo, en el cual dedicaremos un estudio especial a tan importante producción.

M. de la Revilla

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