Filosofía en español 
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Ernest Martí

Los comunistas y la cuestión nacional y regional

El resurgir de la consciencia nacional y regional aparece en el artículo de Laura Rivas, Coordinación Democrática y la problemática nacional y regional, publicado en MUNDO OBRERO del 2.6.76, como un mero dato a tener en cuenta a la hora de elaborar la alternativa democrática. Pero ese resurgir —esa "explosión" nacional y regional— es mucho más que esto. Es signo de una profunda crisis del tipo de estado autoritario, centralista y burocrático que ha venido imperando en la España moderna, con breves y escasos paréntesis, y cuyos rasgos negativos se han acentuado por obra de la dictadura fascista de Franco. Los comunistas debemos abordar esta cuestión con toda la riqueza de facetas que posee, y no sólo ateniéndonos a los problemas de la alternativa democrática, que son fundamentales pero parciales.

Por razones de espacio, no es éste el lugar para detallar las causas y circunstancias de la explosión nacional y regional. Sus raíces son sumamente heterogéneas.

Por un lado, tenemos el caso de Euskadi y Cataluña, donde se trata de una lucha por recuperar y reafirmar una personalidad colectiva perseguida con saña —e incluso amenazada—, que había alcanzado antes de 1939 una identidad política y cultural muy acusada, con estatutos autonómicos y gobiernos propios.

Muy distinto es el caso de ciertas regiones que, por su grado inferior de desarrollo industrial capitalista, han sido las víctimas principales de los graves desequilibrios regionales producidos por el crecimiento capitalista monopolista. Los gritos de protesta angustiada que se alzan de Andalucía, Aragón o Asturias —por no tomar más que tres casos donde el regionalismo ha hecho grandes progresos— son los primeros pasos de una rebelión de tierras condenadas al subdesarrollo por una especie de neocolonialismo interior. En Galicia se suman el neocolonialismo con la opresión nacional de una comunidad perfectamente diferenciada. El caso del País Valenciano es muy diferente: se trata de un país de agricultura intensiva moderna muy rica, cuya expansión choca con la inepcia y parasitismo de un estado burocrático. Etcétera.

El estado franquista no sólo no ha respetado los rasgos diferenciales de cada comunidad, sino que ha exacerbado el unitarismo, haciendo bandera de la lucha contra cualquier forma, por atenuada que fuera, de autonomismo. No sólo no ha corregido los desequilibrios regionales, sino que los ha acentuado, a través de la fusión entre la oligarquía financiera y la alta burocracia parasitaria del estado centralista. Así es como su aparato administrativo ha reforzado la marginación de unas y otras tierras y ha alejado los centros de gestión y decisión de las realidades concretas de cada nación y región.

Es lógico que, por debajo de la gran variedad de casos, surjan por doquier movimientos con un objetivo común: la lucha autonomista contra el estado antidemocrático, centralista y burocrático. Estos movimientos son profundamente democráticos, aspiran a aproximar los centros de poder a la base popular, son un componente esencial de la revolución democrática y socialista en España.

Los movimientos nacionales y regionales ponen sobre el «tapete la liquidación del estado centralista y la marcha hacia el autogobierno de los distintos pueblos del estado. No existe aún claridad ni unanimidad acerca de la fórmula o las fórmulas que podría adoptar la nueva configuración política de los pueblos de España. Lo que sí puede considerarse unánime es la idea de crisis del estado centralista y de la necesidad de un proceso seriamente descentralizador.

A la vez, está claro para las fuerzas socialistas que la crisis no es solamente política. También está en juego el modelo mismo de crecimiento económico. Lo cual exige un nuevo tipo de desarrollo que rompa con la lógica capitalista monopolista, que venga determinado por la expresión democrática de la mayoría de la población y por la participación igualitaria de las distintas comunidades nacionales y regionales en la planificación económica (en una especie de "pacto federal", político y económico, de los pueblos de España).

¿Hay peligro de cantonalismo en la explosión nacional y regional de hoy? Existe, por supuesto, el peligro de que fuerzas y movimientos "autonomistas" antepongan sus intereses particulares al interés general de la lucha por la democracia en el conjunto del estado. Pero para la izquierda es más grave el peligro de subestimar y dejar de lado la fuerza enorme, y profundamente democrática y avanzada, del autonomismo. Exagerar los peligros de cantonalismo puede contribuir a agrandar ese peligro, a apartar a la izquierda real de estos movimientos, a dejar que la derecha u otras fuerzas, vacilantes e inconsecuentes, capitalicen en su provecho las ansias autonomistas que se vienen desarrollando con tanto vigor en todas las tierras hispánicas.

Por esto cualquier reticencia o cualquier superficialidad pueden ser negativos en este terreno. Opiniones como la de que "el regionalimo es cosa de cuatro intelectuales" disminuyen el problema y lo marginan. ¿Acaso no es cierto que todos los movimientos sociales empiezan siendo cosa de cuatro intelectuales? Pero si expresan realidades auténticas, pronto prenden en las masas. Las distintas comunidades andan en busca de sus señas de identidad cultural y política, no siempre sencillas de discernir. La clase obrera, la intelectualidad avanzada, los comunistas, deben estar en cabeza en el proceso de autodefinición de todas las comunidades de los pueblos hispánicos y en su lucha por una nueva democracia que permita resolver con armonía las relaciones entre todas ellas. La clase obrera debe hallar en el tema nacional y regional un terreno privilegiado desde donde ejercer su función hegemónica desde donde desplegar una ambiciosa política de alianzas a nivel nacional y regional, en la lucha por la democracia y el socialismo. Y sólo lo podrá hacer si asume sinceramente esta problemática en todas sus dimensiones. Sólo así, por otra parte, será posible vencer las tentaciones cantonalistas y unificar todos los esfuerzos obreros y populares de las distintas naciones y regiones españolas en la lucha común contra el enemigo común: la oligarquía centralista y reaccionaria española (de la cual forma parte, naturalmente, el gran capital de las distintas naciones y regiones.