Ramón Solorzano
Perspectivas de un gran cine nacional realista
Dejando por hoy el examen crítico de todo lo malo del cine español bajo el franquismo –conocido de sobra por todos nosotros– vamos a tratar de lo que en definitiva es más importante, de lo que «crece y se desarrolla», de los gérmenes de realismo que han nacido y crecen en medio del profundo pantano de la producción cinematográfica actual.
Búsqueda y falsificación del realismo. Algunos ejemplos
El cine español que parecía no poder romper el cerco estrecho de la «españolada» y de las películas histórico-religiosas pedantes e insulsas, apareció de pronto en la arena cinematográfica internacional con una película que se vio galardonada en el Festival de Cannes (Francia) 1953, con el Premio del Buen Humor (nosotros le hubiésemos titulado Premio de la Sátira, pero esto no viene a cuento aquí…). Se trata de «¡Bienvenido, Míster Marshall!».
Pero si del punto de vista internacional esta película era la primera película española de valor y si del punto de vista nacional sigue inigualada por ahora, no es menos cierto que ha sido precedida y seguida por algunos films –pocos aún– en los que comienza a sentirse el deseo de romper el cerco estrecho de la censura, dentro del cual se moría poco a poco nuestro cine.
Evidentemente, esta reacción contra lo que podríamos llamar el cine oficial, sus panderetas y toreros metafísicos, está estrechamente ligada a todo el movimiento intelectual –especialmente pujante entre las nuevas generaciones– de oposición, cada día más consciente y declarada –a pesar de inevitables confusiones y vacilaciones– contra las trabas de la censura inquisitorial, que ahoga toda posibilidad de expresión en todas y cada una de las ramas del arte.
Y este movimiento intelectual de oposición en su conjunto es a su vez un reflejo de la oposición popular –cada día asimismo más pujante y vigorosa– contra el hambre y la miseria, contra la política antinacional del franquismo, por las libertades democráticas. Y no es una casualidad si, precisamente después de las grandes huelgas y manifestaciones antifranquistas de la primavera del 51, se han multiplicado las manifestaciones de descontento, el ansia de libertad de expresión, el deseo de destrozar los tabús impuestos por el régimen y la Iglesia, en todo el campo intelectual.
«¡Bienvenido, Míster Marshall!» no es un «fenómeno» aislado, sino que forma parte de un conjunto de «fenómenos» artísticos anticonformistas –y esto independientemente de que sus autores tengan o no conciencia de ello. Esta película, como otras que la han precedido o continuado anuncian el futuro nacimiento de un gran cine nacional de elevado contenido artístico y humano. Pero es necesario subrayar que este cine se forjará solamente en la lucha contra la censura franquista y que su florecimiento está indisolublemente ligado al triunfo de la democracia y de la reconquista de la independencia nacional en nuestra patria.
Luis G. Berlanga, director, como es sabido, de «¡Bienvenido, Míster Marshall!» realizó antes que esta película, «Esa pareja feliz» –cuyo co-director fue J. A. Bardem que colaboró asimismo con Berlanga en el guión de «Bienvenido…». «Esa pareja feliz» denota la voluntad de sus autores de apartarse del conformismo cinematográfico y abordar un tema sencillo, cotidiano, real: las dificultades de una pareja de recién casados y sus estrafalarios proyectos por mejorar su situación. Aunque tímidamente, la película pone de manifiesto que no todo es color de rosa en el hogar de una pareja de gentes del pueblo.
Se denota indudablemente en esta cinta cierta influencia del neorrealismo italiano. En España, como en todo el mundo y tal vez más que en todo el mundo, debido al contraste, el llamado neorrealismo italiano ha explotado como una bomba, suscitando el entusiasmo del público.
Debido, en parte, a este entusiasmo se ha comenzado desde hace algunos años a hablar sin ton ni son de «realismo», confundiendo muchas veces este término con los famosos «decorados naturales». Esto es, que bastaba que en una película se viesen árboles «naturales» en vez de árboles de cartón –o casas, o aldeas– , para que fuese titulada «película realista». Los resultados de este inverosímil punto de vista han sido muy originales. «Un hombre va por el camino» de Mur Oti es un ejemplo significativo. Una parte importante de la crítica saludó esta mamarrachada con frases pomposas sobre el realismo cinematográfico español, cuando esta película es precisamente el prototipo de lo «antirrealista». Imaginaos un gran cirujano desesperado por no haber logrado salvar la vida de su amada esposa, irse «por los caminos», como un vagabundo, hasta que se encuentra con una encantadora viuda, campesina pobre y honesta, cuyo marido era un filósofo que escribía voluminosos y doctos libros &c., &c., y decidme si esto es realismo o un folletín. Y que el caserón de la encantadora viuda fuese o no, una reconstitución en estudio, nos deja completamente sin cuidado.
Más recientemente «Hay un camino a la derecha» constituye otro ejemplo de falsificación del realismo. Ni que decir tiene que el régimen ésta interesado en esta falsificación y la Iglesia que no es manca –ruego se me perdone esta irreverencia– ha lanzado sus tropas de choque, Rafael Gil-Vicente Escrivá, al asalto del «realismo». Abandonamos momentáneamente las Túnicas bíblicas, Rafael Gil ha penetrado detrás del cura –claro– en una aldea minera, para demostrarnos con «La guerra de Dios», que la solución de todos los problemas está en la colaboración de las clases, bajo el manto protector de las jerarquías eclesiásticas.
En «Surcos», sin embargo, a pesar de un guión de Eugenio Montes, ciertas escenas despertaron el interés del público… y de la censura. Como es sabido, el guión desfiguraba el muy real y angustioso problema de la emigración de jornaleros parados a las ciudades en busca de trabajo, presentando esta emigración como la consecuencia de un deseo de los campesinos de ir a la ciudad guiados por el espejuelo del lujo y la facilidad que en ella esperaban encontrar…
Como vemos, nada menos conforme a la realidad que este tema, sin embargo, en ciertas escenas el director Nieves Conde, describe la miseria de los barrios bajos, el estraperlo –con la policía estraperlista– &c., que dan una imagen bastante próxima de la realidad. Y como todo lo que sea describir la realidad con un mínimo de sinceridad, inevitablemente se convierte en acusación contra el franquismo, la censura intentó prohibir «Surcos», sin lograrlo.
Se podrían citar otras películas en donde, a pesar del tema conformista o incluso que cuadra con la «ideología» falangista, una escena se salva, surge una chispa de vida en medio del tedio. Aquí mismo [Cuadernos de Cultura, número 16] comentaba Luis Díaz lo positivo, y lo negativo contenidos en la película «Dos Caminos», que trata de los emigrados políticos.
Creo, sin embargo, que podemos decir que en lo que a cine español se refiere, el jurado del Festival de Cannes no se ha equivocado cuando al premiar por primera y única vez –por ahora– una película española ha elegido «¡Bienvenido, Mísfer Marshall!», pues esta película tanto por su guión, dirección, interpretación, &c. es la mejor película española desde hace mucho tiempo.
Hay que señalar el papel muy importante que en esta búsqueda del realismo como –indirectamente– en esta estafa del mismo, ha jugado y está llamado a jugar cada día más el público.
No siempre se valora esto suficientemente y a menudo se leen críticas, probablemente de buena fe, que se indignan de la «incultura cinematográfica» de los espectadores españoles. Si bien esto es en parte cierto en el sentido que el público español está «intoxicado» de cine yanqui –con todo lo que este adjetivo significa– y de malas películas españolas, no es menos cierto el éxito del neorrealismo italiano, único cine con un contenido social de interés que puede llegar aquí; no es menos cierto que el público desea otro cine, desea ver en las pantallas otros personajes, otros problemas, otra cosa. El público aplaude todo lo que haya de positivo, de humano, de anticonformista en nuestras películas, por poco que sea, y esto comienzan a saberlo los productores y propietarios de salas de cine que insisten en su publicidad en el «realismo» –muchas veces totalmente inexistente– de sus películas, para llenar las salas.
Tomemos un ejemplo concreto: «Todo es posible en Granada», la pretenciosa y en definitiva fracasada película de J. Saenz de Heredia. ¿Cuándo se despierta el público de las salas populares? ¿Cuando se ríe, da un codazo de complicidad al vecino, «vibra» en una palabra? Evidentemente al comienzo del film, cuando el campesino español se niega a vender su finca a la negociante yanqui que busca uranio, y suelta algunas frases sobre la guerra de Corea y la «defensa de occidente» –con retintín– que tal vez parecieron muy comedidas a sus autores sobre el papel, pero que en la oscuridad silenciosa de las salas de cine se vuelven bastante explosivas y encuentran profundo eco en el público, con plena y entera razón, porque esas escenas, además de la extraordinaria «actualidad» de sus diálogos, son las únicas buenas del film.
¿Se puede luchar contra la censura?
La fuerza de sugestión del cine, así como su popularidad, incomparablemente más fuerte que el teatro o la novela, convierten este en un arma ideológica de primera importancia (ya en los años 20 Lenin hablaba de la eficacia del cine en este sentido); y su influencia positiva, educadora, creadora en ciertos países como la URSS y las Democracias Populares, o, por el contrario, disolvente, morbosa, inmoral, en la mayoría de las películas de los países capitalistas es asimismo indudable.
Sería por lo tanto absurdo pretender que un régimen de terror como el franquista no hubiese intentado utilizar el cine en beneficio propio y no hubiese instaurado una severísima censura para alejar de las pantallas todo lo que, directa o indirectamente, le acuse. Y como en definitiva todo le acusa, todo lo que sea abrir una ventana por pequeña que sea hacia el mundo rea, hacia el campo, la ciudad, el mar y el cielo de España, es evidente que esta censura constituye una grave dificultad para todo el que pretenda hacer cine de verdad.
«…Cuando pienso en mi última película, entre imposiciones previas, autocensuras, limitaciones de rodaje y cortes posteriores del productor, del distribuidor, del Sr. Censor de padres de familia, del Sr. Censor de hijos de buenas madres y demás zarandajas por el estilo, me han mutilado y prostituido una obra donde yo me había encontrado a gusto».
Estas amargas palabras están extractadas de una carta de Luis G. Berlanga al Cine Club Universitario de Salamanca, carta publicada por la revista «Índice». La película a la que Berlanga se refiere es «Novio a la vista» que a pesar de lo que su autor señala se destaca netamente del promedio de la producción cinematográfica española.
Esta carta es significativa del ambiente y de las dificultades con que tropiezan todos aquellos que intentan hacer cine. ¿Cómo solucionar este problema? ¿Abandonando el cine? ¿Refugiándose en un esteticismo en que despreciando el guión, obligatoriamente conformista, se dedique todo el talento a realizar encuadres originales?
Evidentemente, esto no es una solución digna de un artista. La única solución estriba en la lucha contra la censura. Y esta lucha es hoy en día posible.
Tal vez no esté de más señalar aquí, para los admiradores del neorrealismo italiano, que lejos de disfrutar de una total libertad de expresión los cineastas italianos deben enfrentarse con la censura democristiana, la más rígida de toda Europa –exceptuando España, claro está– y defenderse asimismo contra los intentos de colonización por parte de Hollywood; y si a pesar de estas importantes trabas han logrado levantar tan alto el prestigio merecido de su producción cinematográfica, es porque han sabido dar unidos la batalla y porque cuentan, y esto es esencial, con el apoyo entusiasta del público popular. Y es interesante asimismo recordar que los gérmenes de este neorrealismo nacieron balo el fascismo, a pesar del fascismo, con «Cuatro pasos en las nubes», «Obsesión», «Los niños nos observan», &c. en una situación política de descomposición del régimen fascista, que se asemeja en diversos aspectos a la situación política actual de nuestra Patria.
La descomposición del régimen franquista y la fuerte presión popular en pro de las libertades democráticas en general y de la libertad de expresión en particular –todo el ambiente cultural exige a gritos esta libertad tan necesaria al desarrollo cultural como el agua a la planta– nos deparan posibilidades que no se pueden subestimar.
A esta nuestra lucha contra la censura se puede aplicar la frase famosa de Danton: Nosotros también necesitamos «De l'audace, encoré de l'audace, toujours de l'audace»…
Pero es necesario que sepamos nosotros también apoyarnos en el público popular –el maestro, el representante, el estudiante, el obrero, el médico, el aprendiz, su novia, &c.– en nuestra batalla por un cine nacional realista.
En este sentido, los cine-clubs –universitarios o no– pueden jugar un papel importante si saben movilizarse en favor de un cine nacional de elevado contenido humano y artístico; contra la censura, no ya solamente del punto de vista de la creación, esto es: que se hagan buenas películas en España, sino además de que se presenten buenas películas en España. Porque este segundo aspecto es un problema que merece todo nuestro interés.
Para jugar el papel importante que pueden jugar será necesario que se den cuenta de lo erróneo de la posición de numerosos cine-clubs qué –generalmente de buena fe– siguen guiándose en sus actividades por el criterio típicamente falangista de las «minorías» y su desprecio a lo que llaman «la incultura cinematográfica del público medio». Por el contrario deberán luchar por ser lo que podríamos llamar «cine-clubs de mayorías», a los que acuda numeroso y popular público y que demuestren en la práctica el interés de este «público medio» por las películas realistas en general y su deseo de que nuestro cine se sitúe en el mundo real y nos muestre la España real –con sus problemas, sus alegrías, sus sufrimientos y su esperanza–; contribuyendo asimismo a barrer de nuestras pantallas los gangsters, invertidos, prostitutas, ladrones y asesinos uniformados del cada día más invasor, putrefacto e insulso cine yanqui. Porque esta lucha contra la invasión de nuestras pantallas por la degenerada producción de Hollywood forma parte de nuestra lucha por un cine nacional de calidad.
El Cine-Club Universitario de Madrid se proponía presentar el pasado 25 de abril, las películas –o fragmentos– «Octubre», «Tempestad sobre México» y «El Acorazado Potemkin», las tres del genial cineasta soviético S. M. Einsestein. El entusiasmo que este programa despertó entre los socios –y los que no lo eran–, hacía prever una asistencia inacostumbrada. (Me apuesto que hubiese habido incomparablemente más gente que en una proyección de una película, incluso inédita, de Jean Cocteau. ¿Se puede decir que esto sea «incultura cinematográfica»?).
Pero debido a presiones oficiales la proyección del 25 de Abril tuvo que aplazarse indefinidamente, sin que los medios oficiales se atreviesen, sin embargo, a prohibir pura y simplemente la proyección de estas películas soviéticas. (Y luego dicen por ahí ciertos pesimistas empedernidos que las cosas no cambian en España).
No es pecar de optimismo el declarar que es posible obligar a los antedichos medios oficiales a que permitan la proyección de estas películas. Y salta a la vista la importancia que esto tiene en la batalla por la libertad de expresión.
Resumiendo: si en vez de convertirse en grupitos de estetas que se reúnen para discutir encuadres y «travellings», los cine-clubs comprenden el papel activo importante que pueden jugar –que en ciertos casos comienzan ya a jugar– los resultados positivos no han de demorarse.
Pero, claro está, los cine-clubs no lo pueden hacer todo. Claro está que quienes deben igualmente situarse en vanguardia en la lucha por un cine nacional –porque no se trata de imitar el neorrealismo italiano o el cine francés o el que sea, se trata de un estilo cinematográfico nuestro, español, aún por encontrar, desde luego–, por un cine humano, realista, contra la censura, son los propios cineastas –guionistas, directores, fotógrafos, actores y productores– que podrán convencerse de que el realismo verdadero paga. Si quieren en el cine español salga del pantano en que actualmente se encuentra, y desde hace tanto tiempo no hay más solución que dar unidos la batalla.
Y volvemos otra vez al público. Al público que –cuando lo permiten las pesetas– va dos o tres veces por mes al cine. Es cierto que en muchos casos va la gente al cine de la esquina, echen la película que echen, pero es asimismo cierto que tiene –aunque hablar del público en qeneral sea un poco esquemático– sus preferencias. Indudablemente esto de la «educación» del público medio, es un problema de largo alcance que no ha de solucionarse en dos meses ni en dos años. Pero nosotros estamos convencidos que este público popular apoyará los intentos de cine nacional realista y los apoyará de la forma en que puede hacerlo: yendo a ver esas películas.
El papel que la crítica puede jugar en este sentido es importantísimo. Pero, debido a la prostitución intelectual que reina en la prensa bajo el franquismo, bien pocos son aún los críticos que cumplen su papel con inteligencia y coraje.
Para concluir, si el problema de la censura se plantea de la forma siguiente: el creador solo y frente a él, contra él todo el aparato inquisitorial del régimen más la censura eclesiástica, el resultado más evidente es la autocensura; el creador respetará, tal vez de mal humor, todos los «tabús» y no hará cine, hará esa cosa híbrida y aburrida que es, en la inmensa mayoría de los casos, el pan cotidiano de nuestras pantallas. Ahora bien, si el problema se plantea de forma correcta: el creador apoyado por un movimiento de opinión en favor del realismo nacional –movimiento que comienza ya a manifestarse– las cosas cambian por completo y el horizonte se despeja. Lo cual no quiere ni muchísimo menos decir que no sea hoy en día necesario avanzar por este camino con prudencia y habilidad, pero avanzar, paso a paso, sabiendo valorar justamente las posibilidades.
Como decíamos al principio, el movimiento por la libertad de expresión en el cine está indisolublemente ligado al amplio movimiento intelectual en favor de esa misma libertad. Hay que tener en cuenta que una victoria contra la censura en uno de los sectores del arte y ]a cultura, repercute inmediatamente en los demás.
Y, como dice el MENSAJE DEL PARTIDO COMUNISTA DE ESPAÑA A LOS INTELECTUALES PATRIOTAS al referirse a la ligazón entre el movimiento de oposición antifranquista en los medios intelectuales y las acciones de lucha de las masas populares: «A esas luchas grandiosas de 1951 hay que referirse siempre, porque ellas constituyen el hilo rojo que permite comprender todos los profundos cambios operados en la conciencia de las masas y explica la descomposición de un régimen que apesta a cadaverina. A ellas tendrán que referirse los intelectuales españoles para comprender plenamente y sacar todo el partido posible de los hechos nuevos que en su experiencia de cada día pueden constatar: el relajamiento del aparato del Estado, la aparición de nuevos temas y nuevos planteamientos inconcebibles en años anteriores, el clamor creciente de la avalancha popular que se vuelca sobre el régimen cada vez más aislado, las nueves luchas de la clase obrera y de los campesinos, las acciones de los comerciantes, la oleada patriótica que corre por el país de punta a punta y subleva la conciencia nacional contra los vendepatrias franquistas y los invasores yanquis, el incremento incesante y radicalización de la oposición intelectual al régimen, la formulación, más o menos clara y abierta de las reivindicaciones relativas a las libertades democráticas».