Mercurio Peruano
Revista mensual de ciencias sociales y letras

 
Lima, julio 1918 · número 1
año I, vol. I, páginas 1-3

Palabras iniciales
 

Mercurio Peruano, numero 1, Lima 1791

Al publicar esta revista queremos realizar un ideal siguiendo una tradición.

En la penúltima década del siglo XVIII las más brillantes personalidades intelectuales del Perú formaban la Sociedad Filarmónica, llamada después «Amantes del País». Dos rasgos caracterizan la fisonomía intelectual de esa sociedad: una viva inquietud por las ideas nuevas y un sincero y profundo deseo de conocer y reflejar nuestra realidad nacional. Este último rasgo se destaca principalmente en la revista que le sirvió de órgano, el célebre Mercurio Peruano, la más antigua de las revistas de América, tronco y origen de nuestra moderna cultura.

El objeto de la nueva revista eran la historia, la literatura y las noticias públicas del Perú; palabras que repetían cada vez que se presentaba la oportunidad de indicar los fines de la publicación. Y a fe que los trabajos del Mercurio correspondieron siempre a ese lema de tan acendrado nacionalismo. Cuando se recorre la descripción del reino en general y de sus principales provincias, cuando se lee las profundas observaciones de Unanue sobre nuestra población y de Baquijano sobre nuestra economía, se siente que las páginas del antiguo Mercurio encierran los primeros latidos de nuestra alma colectiva; y se ve que en ellas se esbozan los lineamientos de nuestra personalidad como pueblo. La independencia y la libertad fueron la obra de los guerreros geniales; pero nuestro espíritu nacional fue forjado y alentado por el grupo generoso y entusiasta que dio a luz el Mercurio Peruano.

Nadie ha definido mejor su índole que Juan de Arona cuando dijo: «El Mercurio circunscrito a la contemplación de su país, se ocupaba exclusivamente y con una especie de pasión de su Perú».

Y he aquí que esta especie de pasión por el Perú, que era el alma de la gloriosa revista, necesita trasmitirse de generación en generación, si no queremos que la conciencia nacional languidezca o se extinga.

Al promediar el siglo XIX la Revista de Lima, fundada por [2] los señores Ulloa y Lavalle, recogió la bella tradición del Mercurio. Tuvieron los hombres de esta época, como sus predecesores insignes, el espíritu abierto a todas las corrientes; pero, al mismo tiempo, la atención amorosamente reconcentrada en las cosas que atañían a nuestro pueblo. Bien cumplieron su promesa de que todos sus escritos serían nacionales por su origen y por sus tendencias. La Revista de Lima publicó interesantes ensayos sobre geografía e historia patrias. Pacheco disertaba sobre derecho público, Lavalle sobre literatura y política, Ulloa iniciaba brillantemente el estudio de nuestras cuestiones de límites y Laso trazaba con pluma pictórica sus croquis sobre el carácter nacional.

El Correo del Perú, fundado en 1871, más literario y popular, tuvo también cierto espíritu nacionalista, pero no con la misma energía y relieve de las publicaciones precedentes.

La Revista de Lima en su segunda época (1873), aunque ofreció publicar principalmente «los escritos que entrañaran una revelación o un conocimiento más de nuestro país», no mantuvo, como la primera, el celo nacionalista. Mas este resurge vigorosamente en la Revista Peruana, fundada poco antes de la guerra por don Mariano Felipe Paz-Soldan. Resucita en sus páginas la noble pasión por las cosas del Perú, que había caracterizado al Mercurio. La investigación histórica y el sentido literario se enfocan en la nacionalidad. Mendiburu publica en la revista sus ensayos de historia colonial; y Palma nos brinda las más jugosas de sus tradiciones. Ningún ejemplo más elocuente de la fecundidad y originalidad de una literatura esencialmente vernácula.

El movimiento intelectual posterior a la guerra tuvo su órgano en la Revista del Ateneo. En su primera época (1886 a 1890) el Ateneo conserva el carácter de la Revista Peruana; así lo acreditan las colaboraciones de Palma y de Lavalle y los meritorios trabajos de Carranza y Larrabure.

Reconociendo al Ateneo en su segunda época (1897 a 1908) los grandes servicios que ha prestado a nuestra cultura desde un punto de vista general, creemos no ser injustos al decir que el espíritu nacionalista, que constituía la secreta fuerza de vida y el matiz de originalidad del Mercurio y de las revistas de Lima y Peruana, no aparece con la misma intensidad en los trabajos publicados en los últimos años. La erudición anatópica en ciencia y el exotismo en literatura nos apartaron de las observaciones sobre la materia viva y de la inspiración en las fuentes propias. Hace precisamente diez años que el Ateneo desapareció.

Convencidos nosotros de que nuestro medio necesita una [3] revista que sirva de órgano a los estudios serios y a los ensayos de carácter nacional, hemos buscado afanosos la colaboración de las más distinguidas personalidades literarias, científicas y políticas; y asegurada esta colaboración, iniciamos hoy la segunda época del Mercurio Peruano. Al revivir en nuestras columnas con orgullo el heráldico lema, al poner nuestra obra bajo los auspicios de esa fecunda tradición, realizamos un homenaje a los muertos ilustres y contraemos un austero compromiso. Por más alto que sea el ideal, por seguro que sea el convencimiento de que no ha de llenársele cumplidamente, hay el deber de seguir su huella y de aproximarse con denuedo a la meta que señala. Deseamos seguir ahondando en el suelo patrio, penetrar en los secretos de nuestra vida pasada, plantear nuestros problemas desde el difícil y único punto de vista, para contemplarlos, que es el punto de vista propio; hacer que renazca el sentido de los trabajos hechos sinceramente y sin el propósito de alcanzar deslumbramientos efímeros. Queremos, por último, que nuestra inspiración literaria, que languidece de exotismo y de artificio, se remoce acudiendo a las eternas fuentes de la tierra y de la historia.

Discontinuidad e incoherencia son los graves defectos de nuestra psicología colectiva. El nuevo Mercurio quiere aportar su esfuerzo en el sentido de corregirlos. Va a continuar la cadena de una tradición tristemente interrumpida; y pretende cohesionar la obra de nuestros pensadores y de nuestros literatos haciendo que converjan hacia la vida nacional.

No entrabarán nuestra acción ni sectarismos de escuela, ni estrechos intereses de círculo. Nuestra fe profunda en los grandes valores que ha restaurado la filosofía idealista contemporánea no es incompatible con la intensa comprensión y el respeto por todas las ideas; y nuestro empeño nacionalista no amenguará, por cierto, la atención que prestaremos a las cuestiones de interés para el continente y a los problemas que plantea esta hora grave para la humanidad.

La Redacción.

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