José Deleito y Piñuela
Memorias de Fray Servando Teresa de Mier
Prólogo de don Alfonso Reyes. De la «Biblioteca Ayacucho». Editorial América, Madrid. Un tomo de 428 páginas
Entre las variadas especies de hombres de acción –americanos o españoles– relacionados con el movimiento separatista de la América que habla la lengua castellana, y de los cuales exhuma la «Biblioteca Ayacucho» recuerdos, memorias y andanzas, tiene un carácter singular este fraile andariego, mezcla de teólogo y revolucionario, eternamente perseguido, que conoció privaciones, miserias y cárceles en ambos continentes; que viajó por España, Francia, Italia, Inglaterra, Estados Unidos y la América española, siempre fugitivo, siempre mezclado en complots sospechosos con americanos insurgentes, con emigrados españoles, como Blanco Withe, también sacerdote, cuya amistad cultivó en Londres, y como Mina el Mozo, a quien acompañó en la expedición fracasada para libertar a Méjico del dominio hispano; siempre poseído de una febril e irredimible inquietud.
Fray Servando Teresa de Mier, natural de Méjico, de noble alcurnia, religioso dominico, doctor en Teología a los veintisiete años, con fama de gran predicador, comenzó antes de los treinta su era de infortunios por la prisión que le impuso un Arzobispo a consecuencia de un célebre sermón sobre la Virgen de Guadalupe, el cual le valió más tarde su destierro a la Península por diez años y reclusión en varios conventos. Pero no había para él encierro seguro. De los muchos que el destino le hizo sufrir supo fugarse a las primeras de cambio, como un fantasma dotado de mágico poder. Caer hoy en las garras de sus perseguidores, escaparse mañana, ser cogido de nuevo; tal fue el círculo bien ingrato en que se desenvolvió toda su vida.
Una de sus evasiones le lleva a Bayona, donde conoce a don Simón Rodríguez, el famoso maestro de Bolívar, y, asociado a él, abre en París una Academia de español, traduce y escribe libros. Su ingenio y su cultura le atraen altas protecciones eclesiásticas, incluso un beneficio del Pontífice. Créese dueño de la situación, y retorna a España, que es retornar a la boca del lobo; pues su espíritu cáustico y batallador llévale a componer cierta sátira americanista, que da con sus huesos en la cárcel.
Prófugo en Portugal, cura castrense en España durante la guerra de la Independencia, prisionero de los franceses, pensionado por la Regencia de Cádiz, laborista en Londres de los planes que sustentaba el cura Hidalgo para promover la independencia de Méjico, recluido por la Inquisición en la capital mejicana al fracasar la expedición libertadora, escapado a los Estados Unidos hasta la completa liberación de Méjico en 1822, no terminó con ello su destino de hombre encadenado. Aún, al regresar a su Patria, quedó cautivo de un general español, y, hecho libre por el primer Congreso constituyente de la nación mejicana, que le llevó a su seno, tuvo poco después que sufrir nueva prisión, por haberse opuesto al entronizamiento imperial de Itúrbide.
Fueron precisas la caída de aquel Imperio relámpago y la instauración de la República, para que los sacrificios de fray Servando a la causa nacional se estimaran y recompensaran. Hospedado en el Palacio presidencial los cuatro años que aún sobrevivió, conoció honores y popularidad en sus postrimerías, y su muerte tuvo cierto carácter de apoteosis.
Orador, polemista, escritor político, epistolar, religioso y satírico, sufrió el vértigo de aquellos días calenturientos del alborear el siglo XIX, en que ideas e instituciones sufrían hondas mudanzas, y la crisis de los espíritus, en el hervor de la lucha, no concretaba aún definidamente los ideales nuevos, ante la polvareda cegadora formada por los escombros del antiguo régimen que se hundía.
Las Memorias del padre Mier, escritas con nervioso estilo y gráfica frase, dan curiosas impresiones sobre lugares, hombres y cosas, animadas e interesantes siempre, aunque no siempre imparciales, pues no había de dar a su pluma un ritmo de regularidad, orden y desapasionamiento quien no supo dársele a su vida.
Por ejemplo, sus recuerdos de España, que no podían serle gratos, no ya por su antiespañolismo, sino por las penalidades que sufrió aquí, le hacen trazar cuadros pintorescos del Madrid tortuoso, antiestético, sucio y devoto de tiempo de Carlos IV, donde vivió a salto de mata, acosado por sabuesos y covachuelistas. Ni los jardines de Aranjuez o la Granja, ni la grandeza de El Escorial –donde ve simplemente un amontonamiento de piedras– le hacen desarrugar su ceño displicente.
Como recuerdo de las vicisitudes que en Europa y América sufrían entonces los españoles rebeldes, en su conexión con los núcleos emigrados o separatistas del extranjero, el libro de fray Servando Teresa de Mier, no obstante su autenticidad, parece un tomo más de la serie de novelas históricas que la fértil fantasía de Baroja va componiendo bajo el título Memorias de un hombre de acción.