La Gaceta Literaria
Madrid, 15 de febrero de 1929
 
año III, número 52
página quinta

La cuestión romana
 

El panorama diplomático europeo contiene como punto de máxima atracción en los momentos actuales el arreglo de la llamada Cuestión Romana. El Pontificado, simple poder espiritual desde 1870, vuelve a convertirse en un soberano temporal. La obra de las Camisas Rojas de Garibaldi, es parcialmente rectificada por Mussolini y sus Camisas Negras. Entre las camisas rojas y negras, el Papa Pío XI vestido de blanco. Rojo, blanco, negro, es una bandera –cincuenta años de política italiana–; también, un éxito de las diplomacias fascista y vaticana.

Víctor Manuel II, camino de la unidad italiana, se apodera en 1859 de la Romaña y de Bolonia, que pertenecían a los Dominios Pontificios. Con ello pierden los sucesores de San Pedro parte de sus Estados, que tenían su origen en los tiempos calovingios. El 27 de Marzo de 1861, quince días después de la proclamación de Víctor Manuel como Rey de Italia, el Parlamento votó casi por unanimidad una orden del día confiriendo a Cavour su confianza para «lograr la unión de Roma a Italia, capital aclamada por la opinión nacional». Hasta nueve años después no se había de lograr este deseo de la «opinión nacional». El 20 de Septiembre de 1870 entraron en Roma las tropas de Víctor Manuel, poniendo fin al dominio temporal de los sucesores de San Pedro. La Cuestión Romana se planteaba con todo su rigor, no sólo como un problema nacional, sino como intrincada cuestión internacional.

El primer cuidado del Gobierno italiano fue tranquilizar a la opinión católica universal. Comprendiendo que en aquellas circunstancias todo acuerdo con la Santa Sede era imposible, presentó al Parlamento la llamada «Ley de Garantías» (13 de Mayo de 1871). Por ella, el Sumo Pontífice, pese a perder sus dominios temporales, conservaba los títulos y prerrogativas de un soberano. Se le reconoció la preeminencia sobre los demás príncipes católicos, cuestión que desde antiguamente había dado lugar a tantas controversias y que el Derecho Internacional acabó por admitir.

Como indemnizaciones a los bienes perdidos se le señalaba una lista civil, se le garantizaban todas las inmunidades, conservando el derecho activo y pasivo de legación, pudiendo, por tanto, enviar sus representantes a las naciones extranjeras, y recibir sus misiones diplomáticas.

Pero el Pontífice Pío IX se niega a admitir la Ley de Garantías, eleva su queja doliente ante el mundo católico y se constituye en prisionero en su Palacio Vaticano. Su política es continuada por sus sucesores, y el Quirinal y el Vaticano viven de espaldas. Para enfrentarlos cordialmente hizo falta toda una gran labor del Palacio Chigi.

Las tentativas de acercamiento que inicia el Gobierno italiano con la Ley de Garantías no fueron jamás interrumpidas. Ya durante el pontificado del actual Pontífice Pío XI, con ocasión de la visita de nuestro Rey Alfonso XIII (Noviembre de 1923), que fue huésped oficial del Rey de Italia, pero que también fue recibido oficialmente por el Papa, se manifestó el deseo de inteligencia del Gobierno italiano. El periódico oficioso la «Tribuna», declaró que «Italia veía con gusto establecerse sobre una base sólida una nueva situación internacional que tiene a Roma por eje».

Pero la respuesta vaticana no se hizo esperar. El «Osservatore Romano», el 25 de Noviembre, recuerda en una nota los términos de la «Encíclica Pacem Dei Munus», en la que Benedicto XV autorizaba las visitas de los soberanos católicos a los Reyes de Italia; pero renovaba las protestas de la Santa Sede de 1870, afirmando que nada había cambiado.

Sin embargo, el partido fascista no ceja en sus tentativas de poner fin a la Cuestión Romana. A su perseverancia se debe el triunfo de estos días. Profundamente poseído de un espíritu nacionalista, comprendió que una iglesia católica italiana es una formidable aliada para su política exterior, y que un minúsculo Estado Pontificio centro de la gran Italia de hoy, no es ni puede ser nunca más que una ficción, pero una ficción extremadamente útil. Precisamente dentro de su territorio, la República de San Marino le había proporcionado una aprovechable experiencia.

La Curia Romana, por su parte, comprendió cuan fortificada salía la Iglesia del Acuerdo, y que recobrado el dominio temporal, aunque éste fuera reducido, se la abrían de par en par las puertas de la Sociedad de Naciones, de la que siempre lamentó verse excluida la diplomacia pontificia.

En 1927 comienzan reservadamente las negociaciones que han traído el arreglo. Después se dan los nombre de los negociadores entre el Vaticano y el Palacio Chigi, sin que ninguna de las dos partes se tome el cuidado de desmentir los rumores. Estos se confirman, y oficialmente se reconoce que Monseñor Borgongini-Duca, Secretario de la Congregación de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, y el señor Francesco Pacelli, abogado consistorial y hermano del Nuncio Apostólico en Berlín, llevan las negociaciones por parte de la Santa Sede.

El Gobierno italiano, a su vez, confirió su representación al Sr. Amadeo Gianini, Consejero de Estado y Ministro Plenipotenciario: honorario, y al Sr. Domenico Barone, que acaba de morir, ya cuando el acuerdo iba a ser firmado. Últimamente, garantizada la buena marcha del asunto, negoció personalmente el Cardenal Gasparri, Secretario de Estado.

El acuerdo va a ser firmado en estos días, terminando así una vieja y enojosa cuestión. El mundo católico puede estar tranquilo; en cambio, las Cancillerías deben mostrarse cuidadosas ante la política de conjunto de Nuncios y Enviados italianos. La amistad entre Pío XI y Víctor Manuel va a ser inaugurada oficialmente en la boda del heredero italiano con la Princesa María José de Bélgica. El Obispo de Roma bendicirá la unión.

Pero, ¿cuáles son los términos del Acuerdo, los límites del nuevo Estado? Estas cuestiones, que en otra convención serian fundamentales, aquí no tiene otro valor que el puramente incidental. El Acuerdo sólo tiende a simular una nueva soberanía pontificia que permita al Papa levantar las reservas de la Curia Romana respecto al Reino de Víctor Manuel... Por tanto, su valor es más moral y jurídico que real. Es una ampliación de la Ley de Garantías con cláusulas territoriales, o, mejor, con una donación de solares soberanos en la ciudad de Roma.

Pero, ante todo, es una fórmula hábil en la que se apunta un doble triunfo diplomático: el de Pío XI y el de Benito Mussolini, el de la Santa Iglesia Católica y el del Fascio. Pero, sobre todo, es un nuevo éxito internacional de Italia, que es la Patria y Madre común de papas y fascistas.

J. Rodríguez de Cortázar.

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