Filosofía en español 
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cine

[ Ramiro Ledesma Ramos ]

Cinema y Arte nuevo

Por todas partes, hoy, definiciones. Un auténtico afán por situarse –y situarse exactamente– mueve hoy a los mejores. El hombre de nuestro tiempo da la impresión genial de ser el primero que ha sabido alcanzar su sombra. Nunca, a lo largo de toda la Historia, nos encontramos con semejante acontecer. Que yo proclamo fenómeno angélico y divino. (Haga el lector un esfuerzo por seguirme, que yo le prometo hallazgos estupendos). Inicio aquí un amoroso análisis –una justificación– grave y solemne, de nuestra cultura. Que ya no significa tan sólo –¡oh, pequeño burgués!– ilustración. La Historia, en los días de ahora, no es otra cosa que ejemplaridad. No exigencia ni imperativo, ni ingrediente, ni dato de problemas. Por primera vez, repetimos, se da hoy en el mundo el espectáculo magnífico y glorioso de una batalla de metas. Hasta ya no hay records, sino límites. ¡Siempre el ir los siglos pasados a la zaga, absorbiendo los aires enrarecidos por otras angustias que las propias! El hombre, volvamos a decirlo, ha logrado atrapar su misma sombra. Audacia sobresaliente y nueva ciencia astronómica para determinar latitudes.

Todo realismo, todo naturalismo –y más en asuntos de arte– obedece necesariamente a impulsos primitivos. A exigencias espontáneas y elementales. A, digámoslo, un estado preartístico. No nos sirvan de ejemplo las estilizaciones neolíticas y acudamos sin miedo a períodos más cercanos, sin que nos importe demasiado su pretendida lozanía. Bueno es que ahora requiramos el auxilio y la eficacia de la clasificación. Haciendo bisecciones. Y de paso, finalmente, salir a la pura luz de nuestro hoy: Así, a modo sintético, distingamos categorías: Arte que se limita a crear formas y arte que aspira a crear esencias. Arte que acepta y acata como materia trascendente los problemas, creyéndolos eternos, y arte que exige y requiere de su tiempo –enlace de inmanencias– las definiciones y las normas que lo justifiquen. Haga cada cual, según su tabla de valores, las apreciaciones de simpatía. El arte nuevo, creemos, se enrola en la categoría última, y ofrece así la primera experiencia que atalayamos en los tiempos. Nunca ha habido ni las pretensiones de crear un arte así. Merece, pues, este fenómeno la atención más solícita y cordial.

Pasemos primero la mirada, sin embargo, por esos otros artes a que hemos aludido; que nos permitirá, luego, clarificar más rápidamente el escorzo. Sólo consideramos épocas y momentos geniales, o por lo menos con posibilidades patentísimas de serlo. Así, el arte griego del siglo V es ejemplo de la primera categoría. Policleto y Fidias y hasta Cresilas y Faramón esculpían formas puras, armoniosas, exentas todavía de virtudes. Exentas todavía de intelectualismo. Exentas todavía de emoción. Ejemplo de la segunda categoría puede ser, en la misma Grecia, el período subsiguiente. Esculturas con el mirar lleno de inquietudes extrañas. Extrañas, claro es, al arte. También puede servir como ejemplo el arte arquitectural de los egipcios durante las dinastías tebanas. Ágilmente advierta cada uno a qué olvido corresponde el hecho de un capitel corintio y la alusión a las pirámides que todavía se advierte en las construcciones de Tebas. Es cuestión esencial para un juicio de valor.

Ejemplo y paradigma elocuentísimo de la tercera categoría es la gran pintura italiana del Renacimiento. No hay aquí alusiones inconscientes. No hay aquí romanticismo. Es posible que haya en todo caso la elegancia diplomática de un pacto. Los grandes artistas del Renacimiento pactaron, podemos decir, con lo que para ellos podía significar estrictamente el pecado. Era época aquella de abrir los ojos con genialidad. Estaba en litigio nada menos que la grandeza de los hombres. Venían a restaurar con un magnífico conocimiento de experiencias antiguas. No es de todo punto precisa y necesaria la barbarie ni la intransigencia con el enemigo para superarle. Esto se supo a maravilla en Italia a fines del siglo XV. El arte del Renacimiento no es así intérprete de ningún afán rabioso. (¡Qué mentís a las ideologías absurdas y heroicas de un Rousseau y a aquella otra frase bien poco pascaliana, aun siendo de Pascal, “Il faut s'abêtir”!) Aceptaron los temas religiosos con un grande y hasta metafísico respeto. La eficacia emocional y mística de sus obras, lo que pudieran significar como contribución a una finalidad, no interesa ser registrado aquí.

Y nos encontramos, por fin, ante esa cuarta y ambiciosa categoría. Diluida en nuestro tiempo con fervorosa jovialidad. He aquí el arte nuevo. El arte nuevo no es sólo un nuevo estilo. Es más bien un afán gigantesco por conquistar una legitimidad difícil. Todo gran arte que no consolida y descubre las verdades de su época es falso e ilegítimo. Hay en nuestros días una honda marejada de inquietudes. Si observamos un poco detenidamente los últimos treinta años, advertimos con claridad un conglomerado de crisis. El mundo ha dado un vuelco, y ante las monotonías angustiosas ofrece un nuevo cariz virgen. El arte nuevo, dijimos, ha tomado a su cargo con gran heroísmo hacer plásticas y eficaces las nuevas verdades. Esta empresa resulta hoy más difícil que nunca por la abstracta complejidad de los problemas. Todos ellos problemas actuales, que brotan de nosotros y palpitan a nuestra vera con indomable vigor.

¿Y el cinema? Aquí llegamos y penetramos en el secreto. A nuestro juicio, el cinema es la contribución más genial a un nuevo estilo de vitalidad. En trance de justificar ante los tiempos su derecho, el hombre del siglo XX ha creado el Cinema. Que no es un arte, sino un aroma.

El Cinema posee, quizá, un valor de mito, y le corresponde el papel sustentador y magno de llenar de cohetes las atmósferas. Cinema es religión de motores, de audacias aviatoriales y de ingenuidades en vilo. Suspensas y anhelosas. En el principio, dirán dentro de cincuenta siglos, era el Cinema. Grandeza y servidumbre humanas. Surge aquí el problema de las minorías con toda naturalidad. El Cinema es popular, y ésta es una de sus máximas virtudes. Nuestra civilización maquinística es más antigua que el Cinema, pero fue necesaria la presencia de éste para que aquélla centrase la vida integral. Así, pues, humanidad y grupos sociales sin un esplendor artístico son todavía barbarie. Al Cinema se debe más que a ninguna otra cosa hasta la posibilidad de un arte nuevo.

Los motores, hoy, desplazan a los dioses y cantan su victoria. No sé si el hombre fue más genial creando dioses o creando motores. Es el caso, sin embargo, que de todas formas resulta un prisionero. En general. Porque el tipo de sacerdote es eterno. Ayer, dominaba a las divinidades. Hoy, el sacerdote, minoría directora, domina a los motores. Ayer y hoy, el único privilegiado. El Cinema es el espacio absoluto. En él son posibles las formas. El Cinema obliga a las gentes a ensayar un nuevo mirar. Velozmente. Porque las imágenes se escapan. La plástica novísima es también algo así. Captación de fugacidades.

No basta el Cinema, claro es, para justificar el arte nuevo. Pero hoy aquí hacemos notar su filiación más directa. Porque luego hay intelectualismo y abstracción. Así, todavía, y quizá siempre, el arte nuevo es un auténtico arte de minorías. Es el mayor y más serio argumento que se utiliza para combatirle. Y se citan como ejemplos los grandes estilos de otras épocas, bien comprendidos por la masa. En realidad, cuando se habla así, el problema se plantea en forma ilegítima.

Al Cinema se debe también la explicación de la heroada. En nuestros días, la heroada es el síntoma más fértil. Heroada es pasividad ante el heroísmo. Como una sala de Cinema. ¿Qué quiere decir el entusiasmo de las multitudes frente a un héroe? Nuestra época tiene un hondo carácter a este respecto. Nunca como ahora la vida ha sido tan amada. El miedo a la muerte es en estos tiempos irreligiosos casi inexplicable. Nace de un nuevo sentido de los valores vitales. Pero la multitud admira al héroe que arriesga la vida. Si bien fijémonos en que ese héroe ha de responder al estilo de la época, abrazando su esfuerzo a una máquina. El más claro ejemplo nos lo ofrece el aviador. Que ha suplantado en el fervor popular al guerrero. Sólo en el Cinema han aprendido las multitudes a situarse en su real y verdadero dominio.

La nueva pintura –tan difícil– recoge y sorprende más cosas que el Cinema. Esa vida quieta, apresada, de los cuadros de Léger nos lo revela así. En resumen, concluyamos: CINEMA, descubridor de posibilidades. ARTE NUEVO, confirmador y legitimador de esas posibilidades elevadas a rango de creaciones. De esta forma, los pocos culminan. Los muchos se quedan en el Cinema. Ya es bastante para que pueda establecerse una armoniosa jerarquía.

R. Ledesma Ramos