Filosofía en español 
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cine

Un cineasta francés

Algunas ideas de Jean Epstein

Epstein ha sido –en Francia– uno de los primeros teorizadores del cinema. En general: uno de los primeros teorizadores –“La poesie d'aujourd'hui. Un nouvel état d'intelligence”. La Sirène, 1921– del arte nuevo. Epstein es un escritor apasionado, profuso de ideas y de reflejos. Si la auténtica sirena del Cine no le hubiese seducido hacia su mar –verde– de sugestiones, Epstein podría ser hoy –en la literatura– uno de los teorizadores más lúcidos, más clarividentes y –por su pasión– uno de los más necesarios.

Pero el Cine –amplios horizontes– absorbió por completo sus actividades. Tiene realizados bastantes films, todos ellos esforzados en perseguir la pureza, la experiencia, el avance, en suma. Y al margen de esta labor creadora, ha seguido –en conferencias, en libros, en revistas– su labor teórica, llena de convicción y de fervor. De ella, entresacamos algunas de sus ideas.

Una de las más grandes potencias del cinema es su animismo. En el écran no hay naturaleza muerta. Los objetos tienen actitudes. Los árboles gesticulan. Las montañas resaltan. Cada accesorio es un personaje. Los decorados se dividen, y cada una de sus fracciones toma una expresión particular. Su patetismo asombroso renace en el mundo y le llena de crujidos. La hierba de la pradera es un espíritu sonriente y femenino. Las anémonas, llenas de ritmo y de personalidad, evolucionan con la majestad de los planetas. La mano se separa del hombre y, sola, sufre y se alegra. Y el dedo se separa de la mano. Toda una vida se concentra, de súbito, y encuentra su expresión.

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El cinema deberá evitar toda relación –siempre funesta– con un tema histórico, educador, novelesco, moral o inmoral, geográfico o documentativo. El cinema debe buscar, poco a poco, el fin únicamente cinematográfico, es decir, a no utilizar más que los elementos fotogénicos. La fotogenia es la expresión más pura del cinema.

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El cinema es el más poderoso medio de poesía, el más real medio de lo irreal, de lo subreal, como ha dicho Apollinaire.

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El cinema está en esta época feliz en que una expresión nueva del pensamiento y de los sentimientos humanos sufre las contradicciones. Si yo digo que el nuevo arte, las nuevas ciencias, las nuevas filosofías se han fortificado en los sucesos fáciles, no me creerían. Fueron siempre los sucesos difíciles, es decir, los sucesos mezclados de un cierto insuceso los que templaron los caracteres. Yo quiero decir que el cinema está en su período de apostolado, en una época que se corresponde con la época de las religiones, en su época militante. Y si yo llamo feliz, muy feliz, a estos tiempos difíciles que el cinema atraviesa, es que ellos solos, por sus dificultades mismas, permiten la explosión de los grandes entusiasmos. Ellos solos, sobre todo, suscitan a las voluntades y los talentos, que son el aspecto más alto, el aspecto individual de estos entusiasmos. Estos individuos precursores son los misioneros que la Causa envía para preparar sus triunfos y para evangelizar a los bárbaros.

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Canudo ha sido el misionero de la poesía del cinema. Delluc, el misionero de la fotogenia.

Si Canudo mide, de súbito, las profundidades de los horizontes cinematográficos, Delluc descubre esta fotogenia, que es como el índice de refracción moral de esta época nueva.

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El cinema está hecho para narrar con las imágenes, y no con las palabras. Solamente que no conviene ir demasiado lejos con las teorías; sus puntos extremos son siempre puntos débiles. Pues no se puede negar que la visión de un film absolutamente privado de títulos es, por razones fisiológicas, deprimente; el subtítulo es, ante todo, un reposo para la vista, una puntuación para el espíritu. Un título evita corrientemente una larga explicación visual, necesaria, pero enojosa o banal.

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La pintura es una cosa; el cinema, otra. Si el “Teatro de Arte” ha declarado en sus orígenes: “La palabra crea el decorado”. El “Cinema de Arte” –naciente– declara: “El gesto crea el decorado”. El decorado, estilizado cinematográficamente, no debe ni puede ser.

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Si yo critico tres procedimientos técnicos, particularmente abusivos en el cinema moderno – procedimientos que proceden todavía de una moda retardataria–, es que estos procedimientos son puramente físicos, puramente mecánicos. Pues el estado mecánico del cinema ha pasado. El cinema debe ser llamado hoy: la fotografía de las ilusiones del corazón.

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Los señores graves e insuficientemente cultivados aplauden los films de la vida de las hormigas o las metamorfosis de las larvas. Exclusivamente. Para instruir la “juventud de los otros”.

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El cinema es sobrenatural por esencia. Todo se transforma según las cuatro fotogenias. Raimundo Lulio no conoció tan bello polvo de proyección y de simpatía. Todos los volúmenes se transforman y maduran hasta estallar. Vida recocida de átomos, el movimiento browniano es sensual como una cadera de mujer o de hombre joven. Las colinas se endurecen como los músculos. El Universo está nervioso. Luz filosofal. La atmósfera hinchada de amor.

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El film de paisaje es actualmente una multiplicación por cero. Se busca en él lo pintoresco. Lo pintoresco en el cinema es cero, nada, la nada. El film no es susceptible más que de fotogenia. Pintoresco y fotogénico, no coinciden más que por azar.

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Durante los films, el viejo señor repite a su mujer: ¡Cuidado que es estúpida esta historia, mi buena amiga! –Eh, sí, señor viejo, todas las historias son estúpidas en el écran. Créanme, esto es lo que es admirable. Queda el sentimiento. Pero el sentimiento no os interesa nada.

Jean Epstein

Tradujo: Ar.