Filosofía en español 
Filosofía en español


José Ingenieros

El nuevo nacionalismo argentino

Existe ya en algunos pensadores la inquietud de crear un ambiente nacionalista, de construir una patria sobre la factoría de mercaderes que medra en el país. Sobreponemos nuestra anticipada visión de la grandeza común a la particular acucia de los que miran a su inmediato hartazgo individual; anticipamos nuestro “ideal” a la “realidad” en que chapalean los más.

La Argentina fue patria dos veces, cuando se forjó y cuando se rehizo. Hubo “sentimiento nacionalista” en ambas circunstancias: primero con Moreno y Rivadavia, que encarnan la aspiración cultural de la patria que nace, y después con Sarmiento y Alberdi, símbolos del conflicto ideológico entre las fuerzas que la reorganizan. En unos y en otros el pensamiento fue europeo y el sentimiento criollo, es decir, hispano-indígena; y no podía ser diversamente, siendo autóctona la sangre fundamental de la raza. Pero los cuatro visionarios de la argentinidad ponían su ideal en el mismo punto: corregir la cepa indígena con la transfusión de sangre europea y suplantar la edad media colonial por ideales modernos.

Después de una crisis moral de treinta años, reaparece en la Argentina el nacionalismo, tímidamente, desorientado, como águila que tantea el espacio con sus rodeos antes de asentarse: un renacimiento cultural anuncia que la patria va a despertar en el país dormido. Pero el problema ha variado favorablemente, como variará en los otros países de América; a medida que se civilicen. La raza actual no es hispano-indígena: nos hemos europeizado, en consonancia con la explícita profecía de Sarmiento. Los criollos nuevos descendemos de los maestros que introdujeron las ciencias y de los colonizadores que trajeron el arado; los criollos viejos descendían de soldados que trajeron un escribano para escriturarse los feudos que se proponían hacer trabajar por otros y de minoristas parasitarios del monopolio metropolitano. Donde estaba la servidumbre, va naciendo la dignidad; donde la pereza, la energía; donde el funcionarismo, la libre iniciativa. Las virtudes modernas van a acabar con el feudalismo. Los santos de la moral gaucha, como Juan Moreira, serán suplantados por los de la nueva moral, como Ameghino. Por eso esta floración del sentimiento nacionalista revestirá caracteres distintos de las anteriores, desvinculándose de la bazofia hispano-indígena y conformándose en moldes europeizados.

Conviene disipar el equívoco que inclinaría a confundir el sentimiento de la nueva nacionalidad argentina con una regresión al viejo criollismo gauchesco y caudillista: ello equivaldría a identificar los ideales de las nacientes naciones latinas de América con los intereses de las oligarquías feudales que las han desgobernado durante el siglo XIX, confusión que evitaron netamente nuestros primeros sociólogos: Echeverría, Alberdi y Sarmiento, en cuyas visiones conviene inspirar todo actual comentario.

El sentimiento nacionalista tiene dos enemigos en los fáciles aliados que pretenden explotarlo, convirtiéndolo en apéndice del militarismo o en instrumento de partido. Sólo espíritus omisos pueden confundir el nacionalismo con la xenofobia, como si amar a la propia madre implicara odiar a las madres ajenas, tan justamente como ella amadas por sus hijos; debe repudiarse esa alianza. Los contaminados de política podrían ver en él un instrumento de bien domesticar a los rebaños electorales, sugiriéndoles que el uso de la ciudadanía en el acto de votar –un minuto cada dos años– iguala al manso elector con los que entregan su vida a un ideal; también son repudiables.

Ni guerra ni caudillos, será la fórmula del nacionalismo venidero; la grandeza argentina finca en la paz y en la cultura. Jamás olvidaré la emoción simpática que pude leer en muchas caras amigas cuando, van ya pasados ocho años, pronuncié a guisa de programa estas palabras explícitas: “Aspiremos a crear una ciencia nacional, un arte nacional, una política nacional, un sentimiento nacional, adaptando los caracteres de las múltiples razas originarias al marco de nuestro medio físico y sociológico. Así como todo hombre aspira a ser alguien en su familia, toda familia en su clase, toda clase en su pueblo, aspiremos también a que nuestro pueblo sea alguien en la humanidad”. Y en la ovación que subrayó esas palabras creí sentir un homenaje a Sarmiento y Alberdi, que mucho antes las habían pensado.

José Ingenieros.