Filosofía en español 
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[ Zacarías de Vizcarra ]

Nación y Humanidad ¿son dos conceptos antagónicos?

La mejor manera de amar a la Humanidad es procurar cada uno el bien de su patria. Si cada uno procura mejorar y perfeccionar aquella parte de la Humanidad que tiene cerca de sí, el resultado será que toda la Humanidad quedará mejorada y perfeccionada.

Estrecha comunión de cada hombre con su patria

Aquellacomunión civil” de que habla Santo Tomás, en el texto antes alegado{1}, tiene para cada hombre una extensión e importancia que no llegan a medir, ni casi a sospechar, la mayor parte de los ciudadanos, aunque en los momentos de honda crisis patriótica la vislumbran en el fondo subconsciente de su corazón.

El hombre es casi tan hijo de su patria como de sus padres.

Para convencernos de ello, distingamos los diversos elementos que integran el concepto de patria.

I. La patria es, en su aspecto material, “la tierra de nuestros padres”. Es la tierra que ha hecho posible la existencia de nuestros padres, y nuestra propia existencia. Es la generosa “nodriza” que nos ofrece siempre y a todos el alimento que producen sus maternales entrañas. Es el imprescindible punto de apoyo, base de sustentación y lazo de unión de toda nuestra familia social, semejando un inmenso regazo materno, donde hallan seguro asilo y vigilante atención todos los hijos de ella. Es la primera artista que ha poblado nuestra fantasía con las bellas imágenes de sus montañas, ríos, árboles, aves, campos floridos y frutos sabrosos, haciendo al mismo tiempo latir nuestro corazón con las primeras y más dulces emociones. Es el escenario de nuestros más hondos e imborrables recuerdos. En ella está enclavada la querida casa paterna. En ella se balanceó la cuna de los hijos. En ella está cerrado el sepulcro de los padres y abuelos. Ella es también la última morada que tenemos elegida para nuestro cuerpo mortal. Por todo esto, y por muchas otras razones, hasta el elemento material de nuestra patria es para nosotros sagrado, y reclama nuestro amor consciente y racional.

II. La patria, en segundo lugar, es para nosotros el término de una evolución histórica, cuyos frutos económicos, políticos, religiosos, culturales y sociales, conseguidos a través de los siglos, a costa de grandes esfuerzos, combates y sacrificios, redundan en beneficio nuestro. Todo aquello que nos distingue del hombre salvaje lo debemos muy principalmente a la patria. Ella es la que ha valorizado la tierra, organizado la hacienda, fomentado el comercio y posibilitado la industria, poniéndonos en situación de vivir con mayor decencia y comodidad que los salvajes. Ella, en su progresiva evolución, nos ha preparado los organismos políticos que aseguran la dignidad y seguridad de nuestra vida; las leyes que defienden nuestros derechos; los tribunales que nos protegen de las usurpaciones y reparan las injusticias; el ejército que ha dominado los elementos disolventes que nos hubiesen conducido a la barbarie, y las invasiones exteriores que hubieran destruido nuestra familia social y nuestra personalidad colectiva; la cultura pública y los medios de instrucción y educación, en el orden natural y religioso; el equilibrio social que permite el relativo bienestar de la mayor parte de los ciudadanos. Si un niño argentino viene al mundo con mayores facilidades de vida y posibilidades de perfeccionamiento que un niño de Hotentocia, se lo debe, más que a sus padres, a todo el conjunto social que ha elevado a este grado actual de perfeccionamiento, siglo tras siglo, el ambiente que le rodea. Claro es que, a su vez, la patria ha recibido las influencias benéficas de otras naciones, que han colaborado a su desarrollo o le han inspirado con sus ejemplos y enseñanzas; pero, con respecto a cada ciudadano, esta influencia de las otras naciones es indirecta, mediata y remota; y por consiguiente la “comunión civil” de cada ciudadano con aquellas otras naciones no puede tener la “proximidad” especial que es causa determinante del amor a la patria.

III. La patria, en tercer lugar, es, para cada uno, elemento necesario de bienestar actual y fuente de innumerables beneficios, aun en el caso de que no esté gobernada de la manera más satisfactoria. Consideremos, en efecto, lo que sucedería si, por ejemplo, en la Argentina, se declarara de repente abolida toda la organización nacional, disuelto el ejército y la policía, suprimidas todas las leyes, cerrados todos los tribunales, anulada toda autoridad colectiva, deshecha, en una palabra, toda la familia patriótica. Nadie tendría segura la vida; nadie podría defender sus propiedades, sus casas, su dinero contra los ladrones y usurpadores; nada se podría dejar en herencia a los hijos; sería imposible la instrucción y la educación; nadie podría instalar industrias, ni comerciar con éxito, ni fundar bancos, ni emitir moneda, ni levantar edificios costosos, ni formar bibliotecas, ni establecer imprentas. Todo el mundo andaría armado lo mejor que pudiese, librando incesantes batallas contra la arbitrariedad sin freno de los demás hombres, convertidos en manadas de lobos, y lobos tanto más peligrosos cuanto más hábiles e inteligentes. ¿Quién no ve que el peor de los gobiernos y la más odiosa de las tiranías es preferible a este estado de cosas? Por consiguiente, aunque nuestra patria dejara mucho que desear en su constitución social y gobierno político, nunca podríamos agradecerle debidamente los grandes beneficios que, a pesar de todo, nos estaría dispensando continuamente, cada día y cada noche, en nuestras personas y en nuestras cosas.

IV. La patria, en cuarto lugar, es nuestra esperanza terrena para el porvenir. En ella sobrevivirán nuestras obras y el fruto de nuestros esfuerzos. Ella será el amparo de nuestra posteridad y de nuestro nombre. Ella asegurará el cumplimiento de nuestras últimas voluntades. Ella defenderá la hacienda trasmitida a los hijos y todos los derechos hereditarios. Ella seguirá honrando a los acreedores al reconocimiento público. Ella asegurará el respeto a las tumbas, la aplicación de los sufragios religiosos, las plegarias de los templos, la comunión de espíritu entre los vivos y difuntos.

Por todas estas razones hemos afirmado antes que la “comunión civil” con la patria es tan estrecha que hace casi al ciudadano tan hijo de ella como de sus padres. Lo cual no puede afirmarse de toda la Humanidad.

El culto de la patria según Santo Tomás

Después de lo dicho, a nadie extrañará que Santo Tomás equipare el amor de la patria con el amor de los padres, y clasifique ambos afectos bajo una misma denominación, como partes integrantes de la virtud de la piedad.

He aquí sus palabras:

“Los principios secundarios de nuestra existencia y de nuestra gobernación son los padres y la patria, de los cuales y en la cual hemos nacido y hemos sido criados. Y, por esta razón, después de Dios, con nadie tiene el hombre mayor deuda que con sus padres y con su patria. De donde se sigue que así como pertenece a la virtud de la religión el dar culto a Dios, así también pertenece a la virtud de la piedad, en grado secundario, el dar culto a los padres y a la patria.

En el culto de los padres, se incluye el culto de todos los consanguíneos, porque precisamente se llaman consanguíneos por haber procedido de los mismos padres, como dice el Filósofo (Ética, libro VIII, cap. 12, antes de la mitad). Y en el culto de la patria se sobreentiende el culto de todos los conciudadanos y de todos los amigos de la patria. Esto es pues lo que abarca principalmente la virtud de la piedad.” (Suma Teológica, 2-2, q. 101, a. 2.)

Estas palabras del Doctor Angélico deben hacer entender a los partidarios del falso humanitarismo que el atacar los ideales patrióticos es faltar a la virtud de la piedad y cometer pecado de impiedad. El culto racional a la patria es un deber tan verdadero como el culto racional a los padres.

Manera de armonizar los intereses nacionales con los de la humanidad

Los que combaten el patriotismo alegan contra él dos razones principales: dicen que, por una parte, engendra el odio a los extranjeros y fomenta las guerras; mientras que, por otra parte, limita los amores del hombre, encerrándolos en las fronteras físicas de una nación, en lugar de extenderlos por todo el mundo, hacia todos sus semejantes.

Advirtamos que no se deben confundir con el patriotismo sus caricaturas y desviaciones, que son verdaderos vicios. No es patriotismo ostentoso el patrioterismo, ni el fanatismo de apariencia nacionalista, ni el fatuo chauvinismo.

Concedemos que estos vicios pueden engendrar odios funestos, menosprecios injustos, guerras insensatas. Pero no se puede culpar de estos males a la virtud del patriotismo, como no se puede acusar de los excesos y ruindades de la avaricia a la virtud de la economía, ni se pueden imputar a la virtud de la prudencia las indignidades de la doblez o las bajezas de la hipocresía.

El buen patriota no odia, no desprecia, ni menosprecia al extranjero. Le da su precio verdadero. Y, si es amigo de su patria, hasta llega a darle, según la frase antes copiada de Santo Tomás, el culto mismo que tributa a sus conciudadanos. Es el mismo caso del hijo de familia. El buen hijo de Tulia o Caya no odia, ni desprecia, ni menosprecia a los que no son hijos de Tulia o Caya. Atribuye a cada uno su precio verdadero. Y, si tropieza con sinceros amigos de su familia, hasta llega a distinguirlos con un amor muy parecido al que reina entre los miembros de la familia. ¿Sería cuerdo el que suprimiese las familias, para que no se odiasen entre sí los ciudadanos?

Pero la verdad es que la mejor manera de amar a la Humanidad es procurar cada uno el bien de su patria. Si cada uno procura mejorar y perfeccionar aquella parte de la Humanidad que tiene cerca de sí, el resultado será que toda la Humanidad quedará mejorada y perfeccionada. Y además se conseguirá esta perfección con más gusto, facilidad y prontitud; porque los hombres prefieren naturalmente lo propio a lo ajeno, lo cercano a lo lejano, lo que ven a lo que no ven

Zacarías de VIZCARRA

{1} Véase el primer artículo sobre este tema, publicado en CRITERIO, nº 2, p. 43, del 15 de Marzo de 1928.