Carta al director
Julio Cerón
El Frente de Liberación Popular ha sido la gran oportunidad perdida de los últimos años
Señor director: En su colaboración a Horizonte español 1966, Jorge Semprún sintetiza muy bien la historia del Frente de Liberación Popular (FLP). De su visión desde fuera puede resultar complementaria mi visión desde dentro por los mismos motivos por los que un artículo periodístico, presentado como editorial, se interpreta de un modo distinto al artículo firmado cuyo autor nos es familiar.
Jorge Semprún habla de las contradicciones del Frente. Nada más cierto pero, en mi opinión, la razón es ésta: no ha habido un Frente sino tres sucesivos. Al primero y al segundo se les puede imputar todo menos que no hayan supeditado absolutamente sus intereses de organización a la lucha común contra el régimen. Como quiera que se trataba de grupos jóvenes y poco nutridos, cada una de sus dos caídas supuso el desmantelamiento del FLP de entonces que quedaba como una res derelicta. Res derelicta con un prestigio y una ejecutoria que resultaba muy tentador aprovechar.
Cabe argüir que tales cambios profundos no son un fenómeno privativo del FLP y que lo mismo ha ocurrido y ocurre en el caso de partidos políticos y de empresas comerciales e industriales. Pero una transformación, por muy radical que sea, no tiene la misma trascendencia en una organización histórica y poderosa y en otra reciente y todavía pobre en efectivos. Recurriendo a la metáfora industrial para no ofender a nadie, si unas sederías centenarias se dedican ahora a vender tergales y terilenes esto no tiene las mismas repercusiones que el hecho de que cierta empresa del INI se haya pasado, pocos años después de su constitución, del campo de la aviación a la fabricación de baterías de cocina.
Afirmo, pues, que ha habido tres FLP, cuya duración se puede desglosar así: FLP I, 1958-1959 (1960), FLP II, 1960-1962 (1965) y FLP III, 1965-... y que se ha dado en los dos casos una solución de continuidad. Hubo, naturalmente, fases de transición y también militantes del FLP I que subsistieron en el FLP II, y en el FLP III quedan algunos del FLP II si bien éstos pueden contarse con los dedos de una mano.
Las características de los tres FLP, que explican las citadas contradicciones, fueron en síntesis las siguientes: el FLP I aspiraba a ser un frente y desde luego una organización nueva; el FLP II se concebía a sí mismo como un partido nuevo; del FLP III poco sé o se sabe si no es que parecer haber tomado como modelo el PSIUP (Partido Socialista Italiano de Unidad Proletaria). Y en todo caso me consta que sus animadores corroboran –en privado– mis dos tesis (solución de continuidad y aprovechamiento de prestigio) por cuanto se desentienden totalmente de la historia anterior y sólo ven en la denominación y en las siglas las ventajas del nombre conocido, esto es, del partido histórico (son ya casi 10 años de FLP y 30 tiene el franquismo).
La hoja de servicios del FLP II ha sido extraordinariamente brillante. Sus dirigentes y militantes no le cedían a nadie en punto a entrega, dureza y tesón revolucionario. Animados de una enorme buena voluntad torcieron, empero, arruinaron, sin embargo, aniquilaron, no obstante, las incalculables posibilidades del frentismo en nuestro país. Fueron combatientes generosos pero no lúcidos, abrumados por una ambivalencia ante el Partido Comunista que les movía a debelarle como reformista y al mismo tiempo, a imitarle incluso en los detalles más nimios. No es ésta una interpretación subjetiva, señor director: a los hechos me remito. «Las potencialidades de la idea-Frente no fueron nunca actualizadas por nosotros»; «hicimos en realidad un micro Partido Comunista: reclutábamos para el Partido Comunista, &c.» (extractos del informe en el que uno de los frentistas más abnegados del II anunciaba su salida e instaba a los demás a seguirle, y que constituye sin duda una de las más certeras e involuntarias autocríticas que se hayan escrito nunca). Y, en la reunión que fue prácticamente la de disolución del FLP II, se dijo una frase que caracteriza perfectamente la ambivalencia de los animadores del FLP II y su contradicción interna que –permítamelo Jorge Semprún– no se debió a la no adopción del marxismo como ideología ya que todos ellos eran absoluta, apasionada y muy documentadamente marxistas-leninistas y que resulta tan fabulosa –y por las mismas razones– que aquella otra de un joven socialista: «Entraremos en el Partido Comunista y nos valdremos de él como trampolín [202] para hacer la revolución.» Dijo, pues, uno de los asistentes y otros varios le corearon: «Todos los obreros y campesinos españoles son comunistas reales o en potencia [ésta era una de las obsesiones del FLP II y, como se ve, va más allá de lo que piensan sobre el particular los propios comunistas. J.C.]. Pero la línea del Partido Comunista es errónea y, en cambio, las concepciones estratégicas y tácticas del Frente las correctas. [Se refería, por cierto, a propuestas e ideas formuladas por el FLP I.] Lo ideal sería un Partido Comunista dirigido por frentistas.» (!)
El FLP I duró muy poco: un año, más o menos. Fue, pues, más un embrión que una realidad y la falta de experiencia política de sus miembros corría parejas con su insignificancia numérica. Pero sostuvo muchos planteamientos que ahora resultan ya obvios o han sido aceptados –o lo serán– por otras organizaciones. Se negó a toda denominación confesional y hoy en España, cierto grupo democratacristiano, en un extremo, piensa en abandonar el adjetivo y, en el otro, comienza a advertirse la inanidad de declararse marxista-leninista cuando existen ya simultáneamente cinco variedades del mismo, todas ellas con idéntica pretensión de monopolio. Renunció a solicitar el placet o a apropiarse la royalty de ninguna de las grandes familias universales y hoy en el mundo cubanos, vietnamitas y coreanos empiezan a autonomizarse –y llegarán aún más lejos, sin duda– de las dos cabezas del comunismo mundial, y socialistas jóvenes o católicos de izquierda no quieren saber nada de la Segunda Internacional o de la «Negra». Porque prefirieron renunciar a la fuente de consolación interna y a las posibilidades de difusión, de reclutamiento (y de subvención) que suponía la adscripción a cualquiera de esos grandes adjetivos, se acusó a los primeros frentistas de masoquismo colectivo pero, si recordamos a todos los que polemizaban con el primer FLP sobre las ventajas de la inserción en el Partido Socialista Obrero Español (pongo por caso) para radicalizarlo y nuclearlo ¿qué se hizo de ellos y de su nucleación? Escogieron el difícil camino de la creación de una organización ex novo en aras de la eficacia a largo plazo y les reprochaban su «soberbia individualista» («Quieren ser cabeza de ratón antes que cola de león») pero quién pensaría hoy en resucitar todas aquellas siglas y grupos «cola», de creación contemporánea a la del Frente, mientras que, pese a todo, sigue siendo interesante valerse de las tres iniciales FLP para andar por la política española. En cuanto a la socorrida imputación de maximalismo patológico («siempre están a la izquierda de la izquierda, cualquiera que ésta sea») después de lo que ha pasado y está pasado más bien parece un síntoma de buena salud mental.
Si de las generalidades pasamos a los pormenores tácticos, confrontemos la conocida línea «bloque mazacote» con la frentista «por elementos componibles», como se dice en la industria del mueble: frente a la huelga en todas las provincias a fecha fija, escogida con la consiguiente artificiosa antelación, las llamadas «huelgas locales de espontaneidad provocada que se ensamblen unas en otras»; frente a la Mesa Redonda de todos los antifranquistas (que o bien es escatológica y, por tanto, inútil o bien resultará anacrónica, o sea, contraproducente), la coordinación sectorial para poder dirigirse luego con la fuerza de un conjunto, y no partido a partido, al otro sector que, por cierto, está naturaliter instalado por su cuenta en una mesa redonda permanente. Y aun en el terreno extrapolítico –si es que existe realmente alguno que lo sea del todo– frentistas fueron los organizadores por primera vez en España de la confrontación teórica entre marxistas y católicos, e incluso, también de las primeras reuniones ecuménicas en Madrid, cuando unas y otras distaban mucho de ser tan aceptables y hacederas como lo son hoy.
Volviendo ahora al plano global, qué era el FLP I (1958) sino lo que propone ahora –en su más reciente escrito– un político al que se ha puesto tontamente de moda denigrar cuando –independientemente de que sea prochino, criptofranquista, anticomunista visceral o filocomunista místico– preciso es reconocer que destaca de modo eminente, no sólo en el seno de la izquierda sino también en todo el panorama político español: «no un nuevo Partido [sino] una nueva formación políticosocial con unos objetivos comunes, una táctica común, un funcionamiento democrático, que respete la independencia de cada uno de los sectores que lo integran, a la vez que suscita la emulación entre ellos en la búsqueda de las soluciones unitarias a los problemas de la construcción democrática y socialista» (Santiago Carrillo){1}.
Por todo ello, y porque de gran parte del fracaso del FLP son responsables sus propios fundadores, espero, señor director, que no parezca demasiado apologético concluir [203] afirmando que el FLP ha sido la gran oportunidad perdida de los últimos años.
Julio Cerón
PS. Nada de lo que expongo en esta carta se refiere al Frente de Cataluña que, dentro de su peculiar orientación, tiene una historia coherente, de franca progresión y muy estimable y al que tan sólo salpicaron, por cierto centralismo no doloso del FLP II, los errores a los que he aludido.
———
{1} Cabe objetar que en el presente contexto esto tiene un doble filo pero, en todo caso, señala el entierro definitivo de la llamada Reconciliación Nacional que, como estrategia y también como táctica era una línea patéticamente desacertada o, peor aún, del todo estéril.
{Incorporamos al título de esta carta el perdida que no figura, sin duda por errata, en el título del original impreso, pero que sí figura, por supuesto, en la frase final.}
|