Cuadernos de Ruedo ibérico París, junio-julio 1965 |
número 1 páginas 3-4 |
Presentación Una revista más, podrá decirse. Y se dirá, sin duda. Cuando la hora de España –la histórica, es decir, la que está sonando al nivel de las estructuras reales– exige la unificación, o reunificación, de fuerzas, la convergencia de las empresas políticas y culturales, una revista más en el paisaje ya abigarrado, incluso atomizado, de la oposición Intelectual de dentro y de fuera. ¿No hay suficientes tribunas de expresión? ¿No podría el esfuerzo del equipo de Ruedo ibérico volcarse en el marco de algo ya existente? La cuestión es que se trata de un esfuerzo radical; es decir, que se propone acometer las cosas en su raíz; es decir, comenzar desde la raíz. Esa fundamental radicalidad proyectada trae consigo sus exigencias específicas. En primer lugar, la de autonomía. Sólo se puede ser radical –hoy por hoy, y en el cuadro peculiar de nuestras circunstancias españolas; no se dé, por tanto, a esta afirmación, valor universal ni ahistórico– al margen de los esquemas preestablecidos, de los subjetivismos de grupo o de partido, de las tradiciones operantes, por su propia dinámica rutinaria. En segundo lugar, la del rigor. Es éste un postulado de toda empresa intelectual, bien es sabido. Pero también, bien poco cumplido. Rigor quiere decir, modestamente, en nuestro caso, atenerse a la realidad, para proyectar sobre ella los esquemas teóricos de su posible transformación, dentro de las normas metodológicas del pluralismo científico: polo opuesto de toda ortodoxia mineralizada, de todo pensamiento dogmático. Autonomía y rigor son exigencias multívocas, que entrañan el contraste, acaso el choque, de opiniones. Pero no son, forzosamente, exigencias amorfas, de yuxtaposición ecléctica de lo blanco, lo gris y lo negro: de la cal y la arena. Ese contraste que nos proponemos se configura en torno a dos ejes maestros. Por un lado, el que se ve constituido por el criterio de la práctica. Entiéndase aquí, dado el carácter de una empresa intelectual como la [4] nuestra, la práctica teórica, no la política, en su sentido funcional estricto. Lo cual implica una voluntad decidida de ajuste progresivo –y de hecho inagotable– a la aprehensión de la realidad española y mundial. Por otro lado, el eje de un común proyecto revolucionarlo global: el de la necesaria transformación socialista de la sociedad. Proyecto común que admite y presupone enfoques diversificados, contraste entre éstos, elaboración de convergencias dialécticas, siempre rebasadas por el proceso mismo de la historia. El pluralismo socialista es un hecho innegable, e incluso, en alguno de sus aspectos, aguda y dolorosamente antagónico. Se trata de darle un órgano de expresión y de elaboración que permita, dentro de los límites impuestos por la dispersión de fuerzas, ir superando sus aspectos negativos, en un libre y riguroso contraste de opiniones. Radicalmente libre y radicalmente riguroso: nada más, pero nada menos. José Martínez |
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