Cristiandad
Revista quincenal
año I, nº 10, páginas 128-129
Barcelona, 15 de junio de 1944

Plura et unum

Jaime Bofill Bofill

Momentos de una Lucha

En los turbulentísimos tiempos de nuestra edad, serpeando aquella herejía jansenista, la más astuta de todas, enemiga del amor a Dios y de la piedad, que predicaba que no tanto ha de amarse a Dios como Padre, cuanto temérsele como implacable juez, el benignísimo Jesús mostró su Corazón como bandera de paz y caridad desplegada sobre las gentes, «asegurando victoria en el combate.»
(Pío XI, «Miserentissimus»

Primer momento: 1567

El nombre y las disputas del teólogo Michel du Bay (conocido por Bayo, en España) llenan por sí solos la historia de la Universidad de Lovaina en la segunda mitad del siglo dieciséis. El hombre había disfrutado de las mayores dignidades; sus disputas entrañan los mayores riesgos. Ya se lo advierten con alarma sus mismos compañeros de claustro: «Vemos bien y nos damos cuenta del peligro que se sigue, para nuestra Universidad y para la Iglesia, de vuestra obstinación... se puede temer que estas controversias, iniciadas por vos, terminen, gracias a vuestros discípulos, en un cisma o en la herejía.»

Alarma justificada, porque Bayo, personalmente católico, está poniendo en circulación una doctrina que no es otra cosa, en realidad, que una forma mitigada de calvinismo.

Alarma justificada –repetimos– que los hechos vinieron a confirmar, por cuanto una agotadora lucha intestina se seguirá, en el seno de la Iglesia, de su actitud.

El debate provocado por Bayo gira en torno a la cuestión, fundamental entre todas, de las relaciones entre el orden natural y el orden de la gracia; en otras palabras, del recto concepto de la vida sobrenatural.

Su punto de vista ha sido resumido así:

Un optimismo radical respecto al estado del hombre antes del primer pecado{1}, considerando que, no sólo los dones de «integridad» (o exención de concupiscencia), de «impasibilidad» (o exención de dolor) y de «inmortalidad» eran debidos a su naturaleza, sino que era una exigencia de la misma su elevación al orden sobrenatural propiamente dicho. «La elevación de la naturaleza humana y su exaltación a la participación de la naturaleza divina eran debidas a la integridad del primer estado, y por lo mismo, hay que llamarlas naturales, no sobrenaturales.»{2}

Esta concepción iba acompañada de una contrapartida igualmente extrema: un pesimismo radical respecto al estado actual del hombre, después de su caída. Así se explican afirmaciones como ésta: «Todas las obras de los infieles son pecado; todas las virtudes de los filósofos son vicios.» «El libre albedrío, sin la ayuda de la gracia, no tiene fuerzas más que para pecar.» «No hay bien natural alguno en el hombre.» «El hombre peca, y merece la condenación por actos que no puede dejar de realizar.»{3}

San Pío V debe intervenir. En su bula «Ex omnibus afflictionibus», de 1567, condena 79 proposiciones defendidas explícita o implícitamente por Bayo o sus discípulos.

Inaugura entonces Bayo una táctica escurridiza, que caracterizará en adelante la corriente que estamos estudiando, y que pretende que el Pontífice ha estado mal informado, que la condenación le ha sido arrancada subrepticiamente.

Un segundo momento: 1653

No podrá hacerse esta acusación –de estar mal informado– a Inocencio X, cuando en el siglo siguiente, debe publicar la bula «Cum occasione». Inocencio X hizo estudiar la cuestión debatida por una comisión de cardenales, que trabajó durante dos años, celebrando cincuenta asambleas, de las que diez fueron presididas por el mismo Papa, y escuchado ampliamente a representantes de una y otra parte.

Su sentencia, con todo, será condenatoria.

Los hombres con cuya doctrina se enfrenta son enormemente célebres en la Historia de la Iglesia: Jansenio, Saint-Cyran, Arnault. El primero de ellos, muerto unos veinte años antes en la Sede episcopal de Ypres, legó al partido su nombre: «jansenismo». Cinco proposiciones, desde entonces famosas, expresan el meollo de su doctrina; pueden transcribirse así:

  1. Ciertos preceptos de Dios son imposibles a los justos, a pesar de su buena voluntad y esfuerzo con las fuerzas de que en aquel momento disponen, y la gracia que lo haría posible, les falta.
  2. En el estado actual del hombre, nunca puede resistirse a la gracia interior.
  3. En el estado actual del hombre, el mérito o el demérito no requieren la libertad de albedrío.
  4. Es verdad que los semipelagianos admitían la necesidad de una gracia interior preveniente para cada acto..., pero eran heréticos al afirmar que esta gracia es de tal naturaleza, que depende de la voluntad humana resistirla u obedecerla.
  5. Es semipelagiano afirmar que Cristo ha muerto por todos los hombres y que ha derramado su sangre por todos.

* * *

Ante la condenación, de nuevo aparece la táctica del subterfugio. ¿Cuál va a ser el adoptado ahora? Este: que si las cinco proposiciones son reprensibles, por lo menos cuatro de ellas no se encuentran literalmente en Jansenio. «Basta tener ojos para decidir la querella», exclaman, riendo. Es la célebre distinción que pretende negar al Papa autoridad para determinar si una doctrina verdadera o falsa se encuentra, de hecho, en la obra de un autor.

* * *

Las consecuencias que se siguen de los principios jansenistas son funestas.

«Esta doctrina de predestinación caprichosa, acarreaba, como consecuencia práctica, la desesperación o el libertinaje, o los dos a la vez. Un autor de la época lo explica en una forma amena, que no quita nada a la seriedad del raciocinio. En su Relación del País de Jansenia (compuesta en forma de parodia de las novelas entonces de moda), sitúa el país de Jansenia en los confines de la Calvinia, de la Desesperia y de la Libertinia, para significar, por medio del vecindaje de estos países fantásticos, el enlace de doctrinas igualmente anticristianas.
La secta que destruye la libertad, que quiere que los mandamientos sean imposibles, conduce ciertamente al Calvinismo, que no otra cosa enseña. La opinión de que la gracia nos impele a obrar necesariamente el bien, hágase lo que se quiera, conduce al libertinaje. La doctrina que enseña que Jesucristo no ha muerto por todos los hombres y que su gracia es rehusada a muchos, causa la desesperación. ¡De qué va a servir, en efecto, esperar en Dios y en su Misericordia, si el juicio pronunciado por adelantado es inflexible!»{4}

El jansenismo, es verdad, cree en los sacramentos pero, por una consecuencia necesaria de la inutilidad de las obras y una reverencia farisaica, aleja al hombre de recibirlas. Con «la introducción y difusión de este error llegó a temerse que, apartados los hombres del amor y trato con Dios, se secaran en cierto modo las fuentes de la vida cristiana»{5}. A esto viene a unirse una moral de un rigor inhumano, que gusta revestirse de aquellas formas austeras que el vulgo toma fácilmente como distintivo de la santidad.

Un tercer momento: 1713

Varias intervenciones de los Romanos Pontífices habían mediado entre las dos que hemos referido de San Pío V y de Inocencio X; varias siguieron, todavía, a esta última. Pero dejémoslas pasar, en atención a la brevedad, y registremos tan sólo la que tiene lugar en 1713.

Un nuevo Pontífice, Clemente XI, está hablando, cada vez más claro; un nuevo hereje, Quesnel, se le opone, cada vez más vil.

Esta nueva intervención pontificia produce literalmente una polvareda{6}: se trata, en efecto, de la bula «Unigenitus». Por ella condena 101 proposiciones de Quesnel, cuya sola lectura estremece. Y, sin embargo, el partido jansenista (reavivado después del período de sumisión aparente que siguió a la llamada «paz clementina»), pretendía presentarlas como el genuino espíritu de la Iglesia. El Papa, al condenarlas, se desviaba de la Iglesia primitiva.

Las viejas tesis; los viejos métodos. Y el jansenismo es cada vez más sectario, rebelde y subversivo.

Un cuarto momento: 1794

Últimas resistencias. Última bajeza. El Papa que debe intervenir ahora es Pío VI, en plena Revolución Francesa. El jansenismo había dado, como uno de sus frutos, la constitución civil del clero. Pero la ocasión de la constitución «Auctorem fidei», de 1794, la da el Sínodo jansenista de Pistoya.

Un prelado florentino, Escipión de Ricci, lo ha convocado y presidido. Y la cuestión toma, en sus manos, un giro nuevo.

No se discute directamente, en efecto, el problema de la gracia y la libertad, sino uno aparentemente muy distinto: la devoción al Corazón de Cristo{7}.

¿Qué tiene que ver el jansenismo con ella?

Este último paso nos lleva, sin embargo, al fondo del problema.

* * *

Dos palabras bastan para expresar la condición del cristiano: su alma participa de una vida sobrenatural.

¿Qué significa la palabra «vida»? ¿Qué queremos decir, al afirmar que un ser es viviente? Queremos decir que tiene en sí mismo el principio de sus actos.

Y cual es el ser, tal es su vida.

Ahora bien: lo característico del obrar propiamente humano no es otra cosa que la libertad, es decir, la propiedad que tiene de determinarse por sí mismo a obrar; de ser principio de sus actos, prescribiéndose a sí mismo un fin.

El jansenismo, suprimiendo la libertad del hombre, hace que su vida sobrenatural no sea propiamente vida; es algo externo, sobreañadido al alma, sin raíz alguna en ella.

Y no sólo esto, sino que destruye, al mismo tiempo, su sobrenaturalidad.

En efecto: ¿qué significa «sobrenatural»? Significa algo que pertenece a la vida íntima de Dios, algo que es superior a la naturaleza, deseos, fuerzas, exigencias, no sólo del hombre, sino de cualquier criatura posible.

La doctrina jansenista, defendiendo en pos de Bayo que la gracia era debida al hombre, hace, por lo mismo, que su vida sobrenatural no merezca propiamente este nombre.

Ahora bien: las revelaciones de Paray tenían, como uno de sus principales fines, la restauración, en las sociedades modernas, de la verdadera vida sobrenatural{8}: «Entre todos los testimonios de la infinita benignidad de Nuestro Redentor, resplandece singularmente el de que, cuando la caridad de los fieles se iba entibiando, la misma caridad de Dios se presentó para ser honrada con culto especial y se abrieron del todo los tesoros de su bondad por aquella forma de devoción con que damos culto al Sagrado Corazón de Jesús, «en quien están escondidos todos los tesoros de su sabiduría y de su ciencia.»

La antítesis es básica y clara. El enemigo ataca a fondo, usando para ello de todas las armas. La devoción al Corazón de Cristo, llega a decir Ricci, entraña peligro de idolatría:

«Al practicarla, corréis el peligro de caer en el error de la mayoría de los 'Cordícolas', que, por malicia o ignorancia, abusan de la autorización que han arrancado a la Santa Sede y adoran lo que no conocen o lo que no deben adorar...»{9}

«Adoran lo que no conocen.» Estas palabras podrían ponerse, tal vez, como símbolo de este debate. Frente a la corrupción de unos y a la dureza de otros, una corriente de espiritualidad atraviesa la Iglesia moderna, hasta arrastrarla toda entera con los Romanos Pontífices a la cabeza.

«¿Adoran lo que no conocen?» Al contrario. Ya que la devoción al Corazón de Cristo, que, al más austero espíritu de sacrificio, junta la suavidad que el amor pone en todo lo que toca, no es otra cosa que una resonancia de aquella frase de San Juan: «Hemos conocido el Amor que Dios tiene por nosotros y hemos creído en Él».

Jaime Bofill

Notas

{1} Denz. 1023, &c.

{2} Denz. 1021.

{3} Cfr. Denz. 1025, 1037,1067. Vd. F. X. Jansen, S. J. «Baius et le Baianisme». Lovaina, 1927.

{4} Gaillardin, Hist. du Reg. de Louis XIV. T. 2º.

{5} Encíclica «Miserentissimus».

{6} Cfr. Cristiandad, nº 4, pág. 81, «El Syllabus», parr. 2.

{7} Vd. Hamon. Hist. de la Dey. au Sacré Coeur.

{8} Pío XI «Miserentissimus».

{9} Hamon. Hist. de la dev. an Sacré Coeur.


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