Cristiandad
Revista quincenal
año I, nº 2, páginas 28-29
Barcelona, 15 de abril de 1944

Plura et unum

Jaime Bofill Bofill

Oporto y Fátima

I

Un sol primaveral que, adelantándose al tiempo, vencía fácilmente la neblina que, cada mañana, se eleva como un vaho de las calles de Barcelona, iluminaba, una tarde de primeras de febrero, el espectáculo de la «rúa», que, como cada año, transcurría en las Ramblas. Era domingo de Carnaval, hace exactamente cincuenta años.

El «entierro de la sardina» llevó, el miércoles de ceniza, mucha afluencia de gente a las laderas de Montjuich, para hacer exhibición pública de la infracción de la ley de ayuno y abstinencia; y por las noches, aquel mismo gentío estaba solicitado par toda clase de espectáculos, que iban degenerando rápidamente en su dignidad.

Otras manifestaciones más impresionantes, si no más trágicas, tenían lugar, sin embargo, en el ambiente de la Ciudad Condal. En efecto: la bomba que había estallado en el Liceo, hacía cuatro meses justos, no constituía un hecho aislado, sino que las atentados anarquistas se sucedían con frecuencia. Justamente, la Policía descubrió, por aquella fecha, un importante depósito de dinamita en la vecina villa de Gracia; y sólo la actividad del somatén lograba evitar que se extendiesen por Cataluña los saqueos que estaban devastando el campo, en otras regiones españolas.

Y ¿qué ocurría fuera de España? En aquellos días, en medio de un gran despliegue de fuerzas y de las mayores precauciones, acababa de ser ejecutado Vaillant, el anarquista francés que había intentado hacer volar la Cámara; y estas noticias del extranjero repercutían en Barcelona, como en todas partes, aplanando o excitando los ánimos más reflexivos.

Así, no es de extrañar que, cuando el domingo, durante una función de desagravio celebrada en una de las parroquias de la ciudad, se desplomó una araña del techo con el consiguiente estrépito, se produjera la natural alarma y el mismo oficiante se volviera sobresaltado.

Únicamente una joven de unos treinta años, bella, esbelta, de facciones que acusaban inconfundiblemente su origen alemán, dominó su miedo y su curiosidad y continuó, recogida, su oración. La viajera vestía el hábito del Buen Pastor, y nadie hubiera sospechado en ella a la mayor de las hijas de los condes de Droste Vischering, cuyo padre formaba parte del Reichstag, en las filas de Windhorst, y que tenía por tíos carnales a tres obispos, célebres en las luchas de la Fe.

* * *

Han pasado cuatro años. El Carnaval sigue aún su «rúa». Pero esta vez no lo contemplamos desde las playas del Mediterráneo, sino desde las del Atlántico. Un gran edificio, apartado del centro de la ciudad, con un jardín adornado de hermosos naranjas y limoneros, domina los demás edificios que se extienden a sus pies y la campiña que los circunda; campiña célebre por los vinos que produce en ella la suavidad de su clima.

La joven que hace cuatro años habíamos encontrado de paso en Barcelona, es ahora superiora del convento del Buen Pastor, de Oporto. Desde hace tiempo, yace inmovilizada por una enfermedad medular; pero su habitación comunica, por una pequeña ventana, con la capilla de la casa, y ha pasado dos horas ante el Santísimo.

Arde en deseos de expiar los crímenes que en este día de Carnaval se cometen, y renueva al Corazón de Cristo el sacrificio que otras veces le ha hecho de todo su ser.

«Eres la Esposa de mi Corazón», habíale dicho el Señor, un tiempo antes; y desde entonces, no anhelaba otra cosa que verse clavada con Él en la cruz.

La enfermedad dolorosísima que está soportando, no puede arrancarle la menor queja de impaciencia: trata sólo de aprovecharla lo mejor posible, para hacer más perfecta su inmolación.

Pero un sacrificio más grave va a pedirle el Señor; un sacrificio que le exigirá dominar sus sentimientos más íntimos: debe dirigirse al Papa para rogarle que lleve a efecto la consagración de todo el género humano al Sagrado Corazón de Jesús.

Veinticinco años habían pasado desde que Pío IX, respondiendo a instancias recibidas del mundo entero, había hecho circular a todos los Obispos una fórmula de consagración que había de ser rezada por ellos, por sus sacerdotes y por los fieles. Era como una consagración de la Iglesia al Corazón de Cristo. Pero lo que el Señor pide ahora, repetidamente, a la religiosa de Oporto, es algo más: es la consagración de todo el orbe. «Su divino Corazón tiene hambre y sed: desea abrasar al mundo entero en las llamas de su amor y de su misericordia...» «Llamábame esposa de su Corazón y, como esposa, me hacía este ruego: escribir a Roma cuanto antes. ¿Podía yo rehusarlo?»

Este mensaje impresionó a León XIII. «Hay en el mundo –dijo a un visitante– almas santas que reciben comunicaciones del cielo... ¿Qué diríais si alguien os manifestara un pensamiento conservado, desde tiempo, en el fondo de vuestro corazón, sin haberlo comunicado a nadie? Es lo que me ha sucedido a propósito de la Consagración del Universo al Sagrado Corazón de Jesús.»

Transcurren varios meses. La enfermedad vuelve a postrar a la Madre, después de estos hechos. Un tercer Carnaval viene a desarrollarse a los pies de su convento, mientras ella no ha vuelto aún a su estado ordinario. No obstante, su director espiritual, Rector del Seminario, recibe aquel día este billete, escrito con lápiz: «Ayer no tuve tiempo de pediros permiso para suplicar al Señor que aumente mis sufrimientos en los días de Carnaval; ¡lo deseo tanto!»

Por la humildad, la oración y los sufrimientos, el Señor cuidaba de preparar y conservar a su Esposa para ser una embajadora perfecta de sus planes, ante su Vicario en la tierra.

Volvamos a Roma. Siguiendo el prudente criterio que siempre había servido de norma a sus predecesores en el Solio Pontificio, León XIII quiso apoyar su decisión en otras bases que en una revelación privada: consultó a diferentes teólogos. Esta era la causa de la dilación dada al asunto que nos ocupa. La idea de consagrar al Redentor almas extrañas a la Iglesia, encontró algunas oposiciones; pero el Cardenal Mazella, prefecto de la Congregación de Ritos, las disipó al recordar que, tanto San Agustín como Santo Tomás, exponiendo la doctrina de la [29] Iglesia, enseñan que, si bien el infiel no está sometido a Jesucristo en cuanto al ejercicio de su poder –quantum ad executionem potestatis–, todo hombre, sea quien sea, le está sometido en cuanto a este poder mismo –quantum ad potestatem–, y que uno y otro autor no hacen más que apoyarse en la doctrina de San Pablo, cuando enseña que «el Cristo se ha entregado para la redención de todos».

El 25 de mayo de aquel año –1899–, aparecía la Encíclica «Annum Sacrum»; la Madre María del Divino Corazón –tal era su nombre en el claustro– había fallecido pocos días antes.

* * *

¿Y la consagración al Corazón de María, hace un año efectuada por el Papa actual, en circunstancias especialmente trágicas, que, por desdicha, aún perduran?

Otro nombre portugués, otro nombre de la nación vecina, va de nuevo enlazado con ella: Fátima. La sucinta exposición de estos hechos va a constituir la segunda parte de este artículo.

II

El año de 1917, tercero de la guerra europea, estuvo caracterizado por un hecho de la mayor trascendencia: el hundimiento político y militar de Rusia.

Inmediatamente, la fina balanza de la guerra reacciona ante ello, y su fiel se inclina, por un tiempo, del lado de los imperios centrales. Italia nota pronto sus efectos; y así, el día 20 de octubre, sufre la derrota del Isonzo, que amenaza ponerla en condiciones análogas a las de Bélgica y Rumanía. Los países de la «Entente» corren en su auxilio, y buscan en los Estados Unidos, y también en el Japón, la manera de reforzar sus efectivos.

Una semana antes, día por día, acontecimientos de naturaleza muy distinta se suceden en Portugal. Soportando torrencial lluvia, una multitud de cincuenta a setenta mil personas, animada de los sentimientos más diversos, está esperando que se produzca una aparición de la Virgen, anunciada de antemano. En efecto: por espacio de cinco meses consecutivos, ha venido apareciéndose a los hermanos Francisco y Jacinta Marto, y a su prima Lucía –los tres, pastores y menores de diez años–; y durante este tiempo, la curiosidad de sus convecinos, la incredulidad de los prudentes y el sectarismo de las autoridades locales les ha hecho sufrir ya muchas penalidades.

¿Qué les manifestará hoy la Virgen?

A la hora fijada, no falta la Señora a la cita. Lucía, única en dirigirle la palabra, se atreve a preguntar: «¿Quién sois Vos y qué queréis de mí?»

Y la visión le responde que es Nuestra Señora del Rosario; que no se ofenda más a Dios, que es ya en demasía ofendido, y que se rece el Rosario y se pida perdón de los pecados.

Cuatro meses antes ya les había dicho: «...Sabed que está próximo el castigo del mundo por sus muchos delitos, mediante la guerra, el hambre y las persecuciones contra la Iglesia y contra el Padre Santo. Para impedir esto, vendré a pedir la consagración del mundo a mi Corazón Inmaculado y la comunión reparadora los primeros sábados de mes. Rusia se convertirá y habrá paz...»

Poco tiempo después, el 7 de noviembre, estalla contra el Gobierno provisional ruso la revuelta bolchevique. Todos sus miembros san detenidos, excepto su presidente, Kerensky, que logra escapar. El nuevo gobierno pacta la paz, concede la independencia a Finlandia... La era comunista había empezado en Rusia.

«Al fin, mi Corazón Inmaculado triunfará.» Con estas palabras, sin embargo, había terminado la Virgen su pronóstico de los males que iban a azotar al mundo, caso de que desoyese su llamamiento: «Una propaganda impía difundirá por el mundo sus errores, suscitando guerras y persecuciones contra la Iglesia; muchos buenos serán martirizados, el Padre Santo tendrá mucho que sufrir...», pero «al fin, mi Corazón inmaculado triunfará».

La consagración del mundo al Purísimo Corazón de María debe ser el primer galardón de este triunfo. Y como garantía de la verdad de estas palabras, no solamente Lucía y sus primos, sino todas las personas presentes en la «Cova de Irla», aquel día 13 de octubre, son testigos de un portento estupendo, de naturaleza jamás vista hasta entonces: el disco solar aparece presa del vértigo del movimiento. No es el centelleo de una estrella, sino que gira sobre sí con una velocidad arrolladora, lanzando en todas direcciones fajas de luz de los colores más variados, como el más brillante de los fuegos artificiales.

Y, de repente, de la muchedumbre embelesada sale un clamoreo, cual grito de angustia: el sol, conservando su velocidad de rotación, se desprende del firmamento y avanza sobre la tierra, amenazando aplastar a todos bajo el peso de su ingente mole de fuego...

* * *

«Yo soy la Inmaculada Concepción», había dicho María a Bernardeta Soubirous, en la cueva de Lourdes. «Reinaré», había afirmado, unos siglos antes, el Corazón de Cristo a Santa Margarita María de Alacoque. Y estos dos dramas celestiales, que tuvieron en Francia su origen, han tenido, uno y otro, en Portugal, su epílogo.

¿Qué relación guardan entre sí la Consagración del mundo entero al Corazón de Jesús, llevada a efecto por León XIII al expirar el siglo, y la reciente consagración al Corazón de María, que se ha presentado acompañada de un notable renacimiento de fervor hacia la Inmaculada Madre de Dios?

A propósito de las revelaciones de Fátima, se ha hablado de la misión providencial de Portugal, y los católicos del mundo entero se han congratulado con sus hermanos de esta nación, recordando su tradicional apelación de «tierra de la Virgen». Y, sin embargo, no se ha hecho notar hasta ahora, que sepamos, que, no una, sino dos consagraciones, llevadas a cabo por los Pontífices de la Iglesia Católica, han recibido su último impulso desde la nación vecina. Parece que estas preferencias exigen de ella una especial correspondencia a la gracia. Baste, para este artículo, haber hecho resaltar esta providencial coincidencia.

Jaime Bofill
Catedrático de Filosofía


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Jaime Bofill Bofill
1940-1949
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