El Católico
Madrid, lunes 26 de febrero de 1844
 
año quinto, tomo XVI, número 1443
páginas 449-450

Academia española de ciencias eclesiasticas

Sesión del jueves 22 de febrero.

A medida que se siguen las reuniones académicas, se confirman en nosotros las buenas esperanzas que habíamos concebido, y se realizan los dulces ensueños que nos ocupaban algún tiempo acerca del aspecto que debía tener esta corporación. Es verdad que actualmente son menos las ocasiones en que se abre su salón que antes, pues según tenemos entendido, sólo ha de tener dos sesiones mensuales en vez de cuatro que eran; pero también lo es que los trabajos son más meditados, más profundos y cabales, cuando en otro tiempo el poco estudio, la improvisación u otras causas no daban mas que o charlatanismo, o insignificancia, o superficialidad; anunciados los temas con la debida anticipación y con el trascurso de quince o más días, no podrán menos de ser científicas las sesiones y de ofrecer un rato de solaz a los entendidos, y una escuela para los principiantes. Una muestra de esto fue la sesión de hoy, en la que el académico Moreno (D. Juan Ignacio), se propuso hacer el “examen filosófico de los diezmos.”

Esta es una tarea repetida en todos los pueblos, es una materia tratada hasta el último punto, y aun así nueva parecía en el discurso brillante del mencionado. Lógica fuerte, amena filosofía, dicción correcta, valentía; todo, todo lo empleaba para demostrar la santidad del principio, la justicia, la conveniencia y la utilidad del impuesto decimal; trajo su origen del sentimiento religioso del hombre, de la necesidad que este sentimiento le producía de levantar un altar a su Hacedor y presentarle en él lo más precioso, lo primero y la décima, corroborándolo con los conocidos hechos de la ley natural, y la práctica de todos los pueblos cualesquiera que haya sido su creencia, con los de la antigua ley, y con la necesidad reconocida en el pueblo cristiano, donde resfriado el primer fervor apeló al medio conocido, sencillo y natural de las décimas, como el más justo, conservado como el más conveniente a la dignidad e independencia, a la libertad que Jesucristo donara a su Iglesia como el mas útil aun a los mismos pueblos. Para esto echó mano de los argumentos que tantas veces hemos presentado en nuestro periódico, cuando de una plumada se resolvió cuestión tan inmensa; y por último haciéndose cargo de la parte que puede incumbir al poder temporal concluía ser necesario el concurso de las dos potestades temporal y eclesiástica para arreglar estas materias, mucho más cuando los concilios generales de Letrán y de Trento la tenían sancionada y se había desatendido esta solemne sanción.

El académico Polo examinó los diezmos en las diferentes vicisitudes que han tenido según los tiempos, y en su abono citó multitud de leyes así del código Justiniano, como de las capitulares de Carlo-Magno, y muy especialmente de nuestro Fuero Juzgo y Partidas. Patentizó cuál ha sido la religiosa conducta de nuestros monarcas desde el santo rey Fernando hasta el último de este nombre, deduciendo de aquí la justa posesión de la Iglesia y la intervención que de derecho se la ha reconocido aun por los mismos poderes temporales. Siguió luego otro académico y nos leyó una disertación larguísima y fastidiosísima, en la que proponiéndose muchas cosas y ninguna nueva, soltando mil y variadas especies que por desacreditadas favorecen poco a quien las vierte, se combatía cruda y destempladamente el diezmo. Sin duda el disertante trató de cansar a cuantos allí estábamos, y lo consiguió haciendo dejar la silla de la presidencia al Excmo. señor Posada, y abandonar el salón a gran parte del público y a los más de los académicos, atrayéndose muchos murmullos, no pocas risas y mucho desprecio, con más llamándose sobre sí la campanilla. Y con todo, nuestro hombre impertérrito y firme por espacio de una hora. Es indudable que hay hombres que tienen ojos y no ven, oídos y no oyen, pues a no ser así, no concebimos posible que se estimen en tan poco como parece hacerlo este buen señor, cuyo solo nombre excita siempre la risa cualesquiera que hayan sido sus oyentes.

Fue preciso que muchos se privaran del placer de oír la imponderable improvisación del socio Moreno (D. Teodoro) digno hermano del primero. Sus palabras eran sentidas, enérgicas y preciosas. Ellas iban derechas a la llaga, y sin lastimar a los hombres de nuestra revolución, combatían sus ideas, hijas, decía, de la rancia, de la desacreditada escuela del pasado siglo, del mal llamado filosofismo cuyas teorías han costado a los pueblos tantos y tan dolorosos frutos, tantos y tales desengaños, que han tenido que purgar anegándose en su propia sangre y con sus lágrimas. Teorías que proclamando libertad, tolerancia e independencia, como si ya antes no hubieran sido predicadas por los ministros del Evangelio, como si estos no hubieran tronado sin que existiera tribuna parlamentaria contra el despotismo, contra la tiranía, contra los poderosos, y a favor del débil, produciendo su trueno los ópimos frutos de que le son deudores las sociedades todas, y particularmente las modernas, han venido a abatirlos, a escarnecerlos, a ponerlos en la necesidad de ser o débiles o perjuros. Solo el diezmo, decía, les asegura su independencia, si no es que los que proclaman igualdad y fraternidad quieran abatirlos y aherrojarlos, y así que perezca el culto no habiendo ministros de él. [450] Manifestó en seguida la injusticia con que la Iglesia ha sido despojada de lo que poseía, pues que garantizando a los demás su propiedad y libertad, sobre el clero pesaba un feroz despotismo, acometiéndole por inofensivo e inerme, y colocándole fuera de la ley. Y si bien, siguió, se hacía cargo de los medios que se habían planteado para atender al culto y clero, los reputaban insuficientes e inseguros, como acredita la experiencia, medios que en manos del gobierno servirán como han servido para cubrir otras atenciones que creerá más perentorias, más atendibles, como si significara tan poco la Religión y sus ministros en un pueblo eminentemente religioso. Concluyendo era llegado el momento de reparación, de edificación, después de tantas ruinas, sino restableciendo el diezmo, asegurando al menos de un modo cierto y positivo la decorosa e independiente sustentación del culto, entendiéndose en esto con la cabeza de la Iglesia como ha sucedido en otros países.

Siguió el señor Usera y su discurso fue mas bien una severa lección a otro académico, mediando entre éste y aquel algunas palabras fuertes, y cerró el debate con un resumen breve y algunas consideraciones vertidas ya con aplauso el vicepresidente Muñoz Maldonado.

¡Con qué satisfacción oíamos a los jóvenes académicos! Aun hay virtud entre los jóvenes en medio de los embates que agitan el siglo, en el fondo de los escándalos que han presenciado. Apenas habrán tocado la diferencia de los bienes y males sin cuento que asombrados miran y ya saben apreciar las cosas en su justo valor. Ensánchase nuestro corazón y se abre a la dulce esperanza de un porvenir reparador y justo: esa juventud ha sido nuestras delicias, en ella se fundaban nuestras ilusiones: semilla preciosa que promete a nuestra patria frutos de gran estima. Para nuestra juventud, con pocas excepciones, la revolución y la filosofía infanda, su precursora, han sido una escuela práctica y de escarmiento, una lección de desgracia, una enseñanza de pesimismo, y ella lo aprovecha, y no es lejano el instante en que dirá no, la precipitación, la perfidia, la saña, el furor, la irreligión con otras malas pasiones precipitaron a nuestros mayores legándonos solo lágrimas y devastación y caos; no los imitemos, no sean mas que modelos tristes para nuestro desengaño; obremos al contrario de como ellos obraron; busquemos en más apartados siglos sin desatender el espíritu del nuestro, la sencillez, la cordura, la hidalguía, la religiosidad proverbiales; nombres gloriosos que imitar, recuerdos heroicos que sostener. He aquí lo que nos prometemos. Viniendo a la cuestión principal diremos: que apenas queda ya idea alguna nueva que pueda presentarse para inclinar la balanza en pro o en contra del diezmo; lo que queda es resolver prácticamente la cuestión de la manera que el bien de la Iglesia y del Estado reclaman; y para ello, para sostener un sacerdocio y un culto tan independientes como quiso su divino Fundador que lo fueran, es absolutamente necesaria la benigna y saludable intervención de los prelados, y especialmente del Jefe supremo de la Iglesia.= A. Z.

Imprima esta pagina Informa de esta pagina por correo

www.filosofia.org
Proyecto Filosofía en español
© 2014 filosofia.org
Academia de Ciencias Eclesiásticas
1840-1849
Hemeroteca