El Católico
Madrid, viernes 3 abril 1840
 
número 34
páginas 269-271

Noticias del Reino

Academia de Ciencias Eclesiásticas de San Isidoro

Sesión del miércoles 1.º de abril.

Deseoso un joven cursante en instituciones canónicas de ser admitido en la academia, defendía esta proposición: “Los Reyes y Soberanos no están sujetos a ninguna potestad eclesiástica por orden de Dios en las cosas temporales, y no pueden ser depuestos directa ni indirectamente por la autoridad de las llaves de la Iglesia, ni sus súbditos absueltos del juramento de fidelidad y obediencia.”

Llegada la hora ocupó su puesto D. N. Antequera, que así se llamaba el joven, y leyó una disertación en que pretendía probar su propuesta. Después de una regular introducción en la que manifestó sus buenos deseos, la escasez de sus conocimientos, especialmente en materias eclesiásticas, y su atrevimiento en querer alternar con sujetos tan instruidos y tan superiores, proponiéndose en esto solo aprender a su lado, pasó a demostrar lo cierto de la proposición. Hízolo con los libros del nuevo y viejo Testamento, con la conducta del Salvador y de los primeros fieles, con la historia, y concluyó con una peroración a la divinidad y a la Religión cristiana.

Son distintas, dijo, las potestades espiritual y temporal; ambas puestas por Dios y por distintos fines. El sacerdote no se mezcló en el pueblo de Dios en las cosas temporales; cuando pidió aquella nación Rey, elige el señor a Saúl para que los gobierne y mande como hacían los otros pueblos y según habían pedido por Samuel, encárgales repetidas veces que le obedezcan, y antes les había dicho que cuando entrasen en la tierra de promisión la disfrutasen y no inquietasen a los que imperaban; que Abraham había hecho alianzas con los Reyes comarcanos, y José respeto a Faraón a pesar de sus iniquidades.

En la ley de gracia Jesucristo su divino legislador había pagado el censo al César, esto mandaba a sus Apóstoles y a todos: y a Pilatos dijo: mi reino no es de este mundo. Igual fue la conducta de los Apóstoles obedientes a los Soberanos y ajenos a creer que tuviesen ninguna superioridad sobre ellos, antes bien, encargando a todos, especialmente San Pablo, que toda alma esté sujeta a las potestades sublimes, “que el que a estas resiste, resiste a la ordenación de Dios.” San Pedro “que temamos a Dios y honremos a los reyes.”

Los primeros fieles y hasta los siglos medios no solo no creían la superioridad en cuestión, sino que exactos observadores del Evangelio, los servían con sumisión y respeto en los palacios, en las ciudades , en el ejército y en todas partes; sin ocurrir jamás a aquella Iglesia deponer a los emperadores que, enemigos jurados del cristianismo, nada omitían para destruirle. [270] Ni se diga que eran en corto número, pues Tertuliano asegura que todo lo llenaban.

Estaba reservado a los siguientes siglos introducir una extraña novedad. Gregorio VII, aclamado justamente por Santo, llevado de una ambición desmesurada, fue el primero a dar tal escándalo, y proclamar tan funesto precedente para lo sucesivo. Sus terribles anatemas contra Enrique, sus pretensiones sobre Inglaterra, Francia y otros reinos, y sus arbitrarias deposiciones y destronamientos introdujeron en la hermosa Europa un sinnúmero de males, que se aumentaron sucesivamente. Jamás Gregorio pudo justificar su conducta con anteriores ejemplos como pretendía, ejemplos que probaban todo lo contrario de lo que intentaba.

Reasumió por último el señor Antequera cuanto había expuesto, y después de una no corta perorata a la existencia de Dios, a su omnipotencia y a la Religión de Jesucristo, concluyó: que creía haber probado su proposición. La disertación nos pareció regular en su estilo y lenguaje, de vez en cuando afectada, con sus descripciones poéticas, y en su todo poco concluyente.

Hicieron observaciones los académicos García Ruiz, Gutiérrez y Álvarez (D. Juan Manuel). Principió el primero diciendo: que efecto sin duda, de ver cada uno las cosas a su modo, no podía convenir con el disertante en los puntos de su disertación, y en que las pruebas que probasen lo que sentara. Hizo ver que la elección de Saúl en rey, a petición del pueblo, fue una injuria a Dios, como lo dio a entender él mismo a Samuel: que corrompidos los judíos quisieron semejarse a las naciones sus vecinas, teniendo rey, pasando a ser monarquía temporal la que antes era una teocracia o monarquía divina; que estaba tan lejos de favorecer el antiguo testamento al sustentante, que podía considerarle como el más fuerte argumento en contrario. Aquel pueblo era gobernado casi exclusivamente por las potestades eclesiásticas, como podía ver leyendo el Levítico, Éxodo, Deuteronomio y Jueces. Samuel es el último y el que da al pueblo una pintura de los reyes tal que los retrajese de su depravado deseo, aunque por último se le concedió.

Que Jesucristo enseñó la obediencia a las autoridades constituidas, y lo practicó, y a su imitación los Apóstoles, los Padres y los fieles de los primeros siglos, y esto lo ha hecho y hace la Iglesia y hará hasta la consumación de los siglos; pero no prueba más. Si Gregorio VII, si Bonifacio VIII, si otros Pontífices usaron de las deposiciones, excomuniones &c., no fue en verdad, por otra razón que por sostener el decoro de la Iglesia, su disciplina y autoridad, valiéndose de los medios y armas que Dios ha puesto en sus manos. No puede darse igualdad en los tiempos: en los primeros solo se ostentaban las misericordias y el dedo de Dios omnipotente sin auxilios, sin recursos humanos, para que los hombres viesen su divina obra. Posteriormente, hechos los soberanos hijos de la Iglesia, establecida ésta, extendida y aumentada, se emplean y deben emplearse los medios que están al alcance de la prudencia. Concluyó, pues, creyendo que nada se había probado, y si se probara algo era cabalmente todo lo contrario.

Le fue contestado: que en efecto, el distinto modo de ver hacía que pareciese tan diversamente que el que arguyera no notase la fuerza de las pruebas dadas por el disertante. Reprodujo éste buena parte de ellas, y las amplió a su manera hablando de la mansedumbre del Salvador, pero olvidando el rugido del león de Judá, como había dicho Ruiz. Mansedumbre que olvidaron los Papas con sus ridículas pretensiones al dominio universal, que a haberlas llevado adelante hubieran convertido a la Europa en un caos. No pudo negar que eran diferentes las relaciones de la Iglesia con los emperadores gentiles de las que tiene con los soberanos cristianos: que estos estaban sujetos a la Iglesia como hijos suyos, y así que podían muy bien ser censurados, pero que estas censuras no podían ser tales que les privasen de la soberanía; que el mismo Gregorio VII había mitigado en tres ocasiones el rigor de ellas. Se extendió en dar algunas ideas de los efectos de la excomunión, y satisfecho, según dijo, el argumentante:

Usó de la palabra el académico Gutierrez diciendo que no siéndole fácil hablar jamás contra su sentir ni via argumenti, creía que las tres proposiciones debían reducirse a esta sola: “la potestad civil es tan independiente de la [271] eclesiástica en lo temporal, que en nada estaba sujeta aquella a esta:” que por lo demás estaba enteramente conforme con el disertante. Propúsose atacar algunas doctrinas de el que le había precedido en hacer observaciones, diciendo equivocadamente que las doctrinas dichas con referencia al dominio temporal de los Papas, a sus derechos como soberanos del Exarcado y a lo incierto de los límites del mismo, a las donaciones de los reyes y de los pueblos a la silla de S. Pedro; cosas que los Pontífices habían defendido como debieran, se entendían como una defensa del dominio universal. Dijo cuanto le plugo decir; finalizando con lamentar que la Iglesia haya adquirido bienes temporales.

El sustentante contestó dando gracias: se remitió a la doctrina, que emitiera en su discurso, reproduciendo la mayor parte de las razones dadas, y diciendo que nada más tenía que añadir puesto que se hallaban acordes en lo sustancial.

El señor Álvarez ocupó un rato la atención de los concurrentes, con tres cosas que dijo y explanó. Primera, que la prueba de hechos no había satisfecho cuanto debiera sus deseos, y creía los de ninguno, y más en una cuestión, que sola la razón podía resolver. Segunda, que el sustentante queriendo evitar un escollo, había incurrido en otro, haciendo que los reyes recibiesen la soberanía inmediatamente de Dios, proclamando así el derecho divino. Tercera, que siendo cierta la independencia de las potestades espiritual y temporal, hacían mal los que creyeran que la sociedad temporal que principió con el hombre, siendo la primera, estuviese sujeta a aquella otra que Jehová hiciera en tiempo y formara para otros fines que nada tienen que ver con lo terrenal. No podemos menos de decir que este señor a pesar de sus buenas luces, dice un absurdo, cuando menos. Hubo hombre, hubo Iglesia, sin que se conciba antes aquel que ésta. ¡Sociedad temporal antes que Iglesia! No es de nuestro propósito, pues a serlo no dejaríamos de decir del modo que pudiésemos, lo bastante que se nos ocurre.

El disertante haciéndose cargo de lo dicho por su adversario contestó: que creía haber probado mejor del modo que lo había hecho; y disculpando su intención en la peroración de que ya hemos hablado, hija, dijo, de sus buenos sentimientos, a los que no había podido contener: concluyó prometiendo continuar en la sesión próxima el mismo asunto. Fue admitido en la academia.

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