Filosofía en español 
Filosofía en español


Santiago Galindo Herrero

Afirmación de la Patria

La Patria. Sí, lector, sí. Has leído bien. Sin subterfugios que pretendan escamotear y dar la vuelta a esta voz limpia, clara y entera que es la de Patria. El país, la nación, los Estados..., son usados las más de las veces como sustitutivo, como sucedáneo, para no decir Patria, pues no comprenden el amplio contenido de valores que «Patria» lleva consigo.

Y, sin embargo, la Patria, llenándosenos la boca, la pronunciamos todos –todos los que obramos de verdad, sin recovecos– en los momentos de peligro. Durante un reciente viaje por los países del Este, la idea de la Patria surgió varias veces en boca de nuestros guías oficiales, nombrados y controlados por los regímenes comunistas. Pero cuando se repitió hasta la saciedad fue una vez que entramos en la U. R. S. S. Todo cuanto veíamos, todo cuanto preguntábamos, tenía una directa referencia con la Patria, y más con la Gran Guerra Patriótica –así, ni más ni menos– que en 1975 cumplía años de su final con la victoria para las tropas rusas, comunistas.

Mi intranquilidad de dócil visitante aumentaba al oír una y otra vez: «Cuando la Gran Guerra Patriótica...», «Al vencer al enemigo fascista en la Gran Guerra Patriótica...». Pensaba, y mucho más ahora, que durante largos años se ha señalado que las dos últimas guerras políticas, fruto de enormes crisis económicas, no serían posibles en el futuro. En el futuro los pueblos lucharían exclusivamente por la defensa de su clase. La lucha de clases internacional habría de ser el próximo estadio de las contiendas entre los pueblos, con el que acabarían definitivamente los enfrentamientos de los hombres. La gran profecía de los teóri= cos marxistas y leninistas no se cumplió en 1914, con gran descontento de los jefes socialistas, que habían pensado que, a una sola voz de mando, las masas proletarias abandonarían las armas para confraternizar con sus camaradas de las naciones con que se enfrentaban. La Patria fue el gran estímulo utilizado por Stalin en la segunda guerra mundial para levantar a su pueblo contra la invasión de los alemanes nazis, después de que rompiera su alianza con ellos. Y ahora la gran Patria rusa es el estímulo usado para exigir sacrificios, no compensados, en el trabajo suplementario de las masas, y bajo tal estímulo se mantienen como aliados inferiores a los pueblos hermanos no rusos, por muy comunistas que sean. Los intereses de Rusia prevalecen sobre sus satélites, que no pasan de ser eso: satélites.

Esto es tan claro que nadie que no pretenda engañar con disimulos podrá negarlo. Y si los comunistas rusos enaltecen y exaltan la Patria, ¿por qué favorecen en su propaganda la disolución de las patrias que no son la suya, y consideran un prejuicio capitalista y burgués hablar de ellas? No cabe duda que en esto –como en el aflojar las disciplinas, la disolución de los ejércitos, la pulverización de la familia...– alguna ventaja llevan.

No faltará quien, al leer esta afirmación patriótica, diga que ya empiezan determinados grupos a considerar como algo propio la Patria, enfeudándola a su servicio, para quedarse con su bandera. Desgraciadamente, en esto, como en el blasonar de religión, el grave problema ha estado en que, si ha sido preciso gritar a la Patria y a la religión, es porque otros las han ocultado y vilipendiado. El grito de ¡Viva España! era contestado por muchas agrupaciones políticas con sus consignas de partido o sus personales creencias, como si fueran contradictorios. Fueron muchas las veces que al grito de «¡Viva España!» se contestó, como réplica, con el de ¡Viva Rusia! o ¡Viva la República!, aun cuando nadie hubiera dicho ¡Muera Rusia! o ¡Viva la Monarquía!

La apropiación del patriotismo no fue, no es, algo hecho con alevosía y hostigamiento, sino una necesidad nacida del afán de recoger lo que se perdía, para seguir y servir extrañas consignas extranjeras o para disolver los enraizamientos nacionales. Que no se acuse, pues, de haber monopolizado a Dios y a la Patria. Las esquelas de quienes murieron en las filas nacionales decían lacónicamente: «Murió por Dios y por España.» No sé, no he podido conocer, que en el otro bando se hiciera igual.

La Patria es de todos, pero no todos se sienten solidarios con y de ella, y en esta oscura hora en que se resucitan banderías y nadie se atreve a hacerlo, bueno será afirmar, como un valor permanente, de todos los españoles que de verdad quieren serlo, el de la Patria. S. G. H.